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Archivos mensuales: enero 2018

SARA TEASDALE. LUCES DE NUEVA YORK Y OTROS POEMAS

31 miércoles Ene 2018

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SARA TEASDALE. LUCES DE NUEVA YORK Y OTROS POEMAS. EDICIÓN DE HILARIO BARRERO. RAVENSWOOD BOOKS EDITORIAL, 2017

La enfermedad marcó desde muy temprano la vida de Sara Teasdale (1884-1933), de hecho, su delicada salud retrasó sus estudios (se graduó en 1903). Su primer libro, Sonetos a Duse y otros poemas, vio la luz unos pocos años después, en 1907 y ya dejaba entrever su diáfano lirismo y la musicalidad de sus versos, aunque no será hasta su siguiente libro, Helena de Troya y otros poemas, cuando consolide su destreza formal, la claridad semántica y un sensual y apasionado tono amoroso y adquiera notoriedad como poeta de amor, como poeta romántica. Su tercer libro Ríos hacia el mar, publicado en 1915 y caracterizado por lun lenguaje directo, sin metáforas y ornamentos retóricos, se convirtió en un best seller y catapultó a su autora hacia el éxito y la fama. Establece a partir de ese momento su residencia en Nueva York. En 1918 su libro Canciones de amor, publicado en 2017, fue galardonado con sendos premios, el Premio de Poesía de la Universidad de Columbia (actualmente denominado Premio Pulitzer de Poesía) y el Premio de la Sociedad de Poesía de América. La antología La voz que responde: Cien canciones de mujer (1917), Llama y sombra (1920) —según la crítica, el mejor de sus libros—, otra antología, Arcoíris dorado para niños (1922), El lado oscuro de la luna (1926) y Estrellas de la noche (1930) son los títulos que publicó hasta que decidió quitarse la vida con una sobredosis de barbitúricos en 1933; Extraña victoria (1933) apareció poco después de su fallecimiento y una recopilación de sus poemas se publicó en 1937. Sara Teasdale ha pasado un purgatorio desde entonces hasta hace relativamente poco tiempo. Durante muchos años se la ha considerado peyorativamente una mera poeta romántica, con grandes dosis de sensiblería, pero la crítica al fin ha sabido valorar su excelente técnica —fruto, sin duda, de un conocimiento profundo de la tradición— que la condujo a afianzar una elaborada y, a la par, sobria expresión— y el profundo desencanto vital que se esconde detrás de la belleza de sus palabras. Como escribe Hilario Barreo —poeta y diarista, pero también un reconocido traductor de poetas como Emily Dickinson (en esta misma colección), Ted Kooser, Henry James o Jane Kenyon— en el prólogo a Luces de Nueva York y otros poemas, «Básicamente su poesía se basa en tres temas: la belleza, el amor y la muerte, que la aproximan y definen como una poeta romántica; a veces un poco melancólica, a veces envuelta en una profunda tristeza, casi siempre atormentada por la presencia o la ausencia del amante».

   La presente antología tiene como hilo conductor, como tema predominante Manhattan y «a través de esta selección —escuchamos de nuevo a Barrero— podemos hacer un viaje en el metro desde el Downtown […], bajarnos y ver las luces de Nueva York y la Metropolitan Tower, alcanzar Broadway y recordar el amanecer de un nuevo año, subir hasta Riverside y volver a casa ya al atardecer con “el polvo azul de anochecer sobre mi ciudad». La antología está dividida en seis secciones, de las cuales la primera, «Un viaje por Manhattan con final en Brookly» es la más fiel al título del conjunto. Teasdale, a pesar de ese romanticismo un tanto añoñado, no es una poeta antigua, muy al contrario, en su poemas aparecen el metro, ascensores, bocinas, trenes, coches, autobuses, el enmarañado tráfico de la ciudad. Estamos hablando de una poesía netamente urbana, acaso el mejor escenario para representar las desventuras del amor, la tragedia de la existencia. La ciudad se convierte en un personaje de carne y hueso que reclama su porción de vanidad: «Soy una princesa, ágil y ligera meciéndome / sobre las ciudades vulgares de la tierra», escribe en el poema «Desde una ventana», escrito en Nueva York en diciembre de 1931. Como hemos dicho, la ciudad, y este caso la terraza de uno des sus entonces más emblemáticos edificios, la torre Woolworth, es un escenario perfecto para vivir un amor apasionado: «Amado, / aunque nos rodeen / el sufrimiento, la futilidad, la derrota, / no pueden echársenos encima. / Aquí en el abismo de la eternidad / el amor nos ha coronado / por un momento / vencedores» La ciudad posee sus propias estrellas, los millones de luces que la iluminan, y a ellas dirige su mirada la poeta, como el firmamento que no puede llegar a ver hubiera descendido a la medida humana.

   El amor y el desamor están presentes en la mayoría de los poemas. La melancolía parece invadir la mente de la autora. Incluso en el titulado «Sola» los aficionados a las elucubraciones pueden encontrar vestigios de su suicidio (ya lo han hecho con algunos otros poemas) en la primera estrofa: «Estoy sola a pesar del amor, / a pesar de todo lo que tomo y doy, / a pesar de toda tu ternura, / a veces no estoy contenta de vivir». La poesía refleja estados de ánimo mutables, por esa razón, junto a este tipo de versos, hay otros que manifiestan un extremo gozo de vivir y de experimentar, de ahí lo arriesgado de erigir suposiciones con tan endebles evidencias.

Qué impresión nos queda después de leer esta selección de Sara Teasdale. En primer lugar, gracias a una traducción impecable, disfrutamos de unos poemas que se leen con facilidad. Interiorizamos rápidamente el ritmo y por esa razón, los versos fluyen de manera sincopada. Por otra parte, la belleza y el amor son ensalzados con exquisita sabiduría, sin estridencias más propias de un loco amor que de quien reflexiona sobre él a través de la escritura. Por último, observamos que su poesía sigue gozando de vigencia, es lo que podríamos llamar, moderna, y quizá, para terminar este comentario, lo mejor sea transcribir el poema titulado «Florencia», en el que refleja de modo evidente su poética modernista, muy cerca de la osadía de los futuristas «Estoy cansada de todo el pintoresquismo / y de la tenacidad del fresco descolorido, / de mohosas sacristías polvorientas / con santos a lo largo de las paredes; / estoy harta de Giotto / y Massaccio y Lotto, / y de lóbregas capillas de la virgen = con negras sillas de coro roídas por la carcoma. // estoy harta de millas de cuadros / y vírgenes con sonrisas interminables, / estoy cansada de “cosas que debes ver” / y “cosas que debes hacer”» / me gustaría enseñarle a estos florentinos / lo que significa Broadway en Manhattan / y ¡oh, me gustaría caminar hoy / por la Quinta Avenida!».

JAVIER BOZALONGO. TODAS LAS LLUVIAS SON LA MISMA TORMENTA*

29 lunes Ene 2018

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JAVIER BOZALONGO. TODAS LAS LLUVIAS SON LA MISMA TORMENTA. PREMIO DE POESÍA BLAS DE OTERO. AMARGORD EDICIONES, 2017

La familiaridad con la obra ajena que el trabajo de editor lleva aparejado resulta, cuando se da el caso de que el editor es también autor, un lastre para la propia obra. Javier Bozalongo viene desarrollando en los últimos años una labor admirable como responsable de Valparaíso Ediciones y, a tenor de la distancia temporal que media entre La casa a oscuras (2009), su anterior poemario, y Todas las lluvias son la misma tormenta (2017), la impresión inicial está muy cerca de confirmarse, por más que en el ínterin Bozalongo haya publicado varias antologías de su obra, así como un libro de cuentos, Todos estábamos vivos (2016) y un libro de aforismos, Prismáticos (2017) y conciba su trabajo como editor como una parte más de su obra creativa.

     Afortunadamente, con esta entrega Bozalongo regresa a su ámbito natural, el de la poesía, y lo hace con un libro no tan extenso como cabría esperar después de los años transcurridos, pero con la intensidad propia de quien ha estado cociendo los poemas a fuego lento en el horno de la mente y posee un mundo propio en el que cobijarse, al que aferrarse cuando azota el temporal de la incertidumbre. Precisamente así, «Temporal», se titula la primera de las dos partes en las que está divido Todas las lluvias son la misma tormenta.

     La existencia no es una línea recta e ininterrumpida. Hay circunstancias, experiencias que trastocan esa presunta linealidad. Lo experimentado, lo vivido comparte entonces protagonismo con lo soñado, con lo intuido, con lo que pudo ser y no fue. Haz y envés completan dicha experiencia, por eso razón «De cualquier arcoíris / se puede deducir una tormenta. // Cualquier adiós / fue antes bienvenida». Las contradicciones constituyen nuestra propia esencia, al igual que esa incómoda sensación de desconcierto que nos invade cuando intentamos comprender lo que sucede a nuestro alrededor y nos sentimos impotentes para hacerlo. La escritura cumple, en incontables ocasiones, una labor humanitaria, porque provee al autor de una especie de pantalla protectora que las flechas envenenadas del destino no pueden traspasar. En ese espacio inviolado el poeta se siente seguro porque «Por más que las tormentas alarguen el invierno / en contra de la lógica de los calendarios, / por más que algunos días / jueguen al escondite con el amanecer, / siempre hay un mañana que estalla de repente /para que al fin sepamos que los cristales rotos / son la oportunidad / de mirar aún más lejos». Pero claro, por mucha que sea la resistencia, el individuo no sale indemne del reto. El pasado va dejando subterráneas heridas sin cicatrizar que pugnan por salir a flote, como el agua de un géiser. La muerte, estamos ya en el presente, envía sus primeros avisos y el poeta reflexiona, escribe sobre esa experiencia traumática: «No es túnel ni un valle ni un abismo. / Es solo miedo» lo que siente.

     La segunda parte del libro, «El resto de mi vida», da cuenta de los nuevos recuerdos que va atesorando el superviviente. Viajes y ciudades van conformando un itinerario vital pródigo en entusiasmos varios, como sucede en el magnífico poema titulado «NYC». La mítica ciudad deja un poso de melancolía en el poeta que se ve obligado a abandonarla: «Trabajos que dejé sin terminar / y deudas contraídas con el tiempo / me obligarán mañana a abandonar Manhattan / igual que se abandona en la puerta del cine / a quien pudiera ser el amor de tu vida». Otra ciudades, no menos míticas, como Berlín Venecia, Buenos Aires o Granada son el escenario donde Javier Bozalongo simboliza sus deseos y temores, donde reconstruye esa identidad recuperada. Pequeñas viñetas dibujan con palabras un instante lo suficientemente explícito, sin embargo, como para mostrarnos sino una imagen completa de la ciudad, sí un fragmento que permite al lector identificar lugares comunes, costumbres o actitudes en las cuales reconocerse.

     La poesía de Bozalongo está construida con un lenguaje directo y sus poemas dan prioridad a lo descriptivo, a lo cotidiano por encima de lo evocativo, pero eso no significa que renuncie a la tensión estética. La comunicabilidad no está reñida con la exigencia formal y lingüística. Además, al asombro y la emoción que destilan sus versos hay que añadir una fuerte dosis de crítica social (es muy posible que la figura de Ángel González no sea ajena a ello), quizá enmascarada por la añoranza, pero ácida y reivindicativa: «Añoro una ciudad de aire tan limpio / — no me refiero solo a la contaminación— en la que uno pueda salir a caminar / sin sentir que su sombra / desaparezca a plena luz del día». Hay algo de ilusorio en toda narración biográfica, pero esto, lejos de evadirnos de la realidad, contribuye a aumentar su carga simbólica:. «Cualquier maleta esconde un doble fondo» y en ese doble fondo se encuentra la verdadera poesía.

*Reseña aparecida en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 26/01/2018

MARÍA ÁNGELES CHAVARRÍA. DE CORAZÓN A CORAZÓN, DE HUESO A HUESO

25 jueves Ene 2018

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MARÍA ÁNGELES CHAVARRÍA. DE CORAZÓN A CORAZÓN, DE HUESO A HUESO (Elementos simbólicos en la poesía de José Luis Hidalgo). Colección Torre de la Vega. Aula Poética José Luis Hidalgo. Torrelavega, 2017

Es sabido que cada generación lee y reescribe la tradición de forma diferente a como lo hicieron las generaciones precedentes, acaso porque, como escribe José María Pozuelos Yvancos, «los valores estéticos son cambiantes, movedizos y fluctúan en función del periodo histórico en que nos encontremos». José Luis Hidalgo, pese a su corta vida y a su parca obra, pertenece por derecho propio a nuestra tradición poética reciente. Nos referimos, más en concreto, al periodo que comienza al final de la guerra civil y que se ha convenido en denominar literariamente primera generación de posguerra. Estudiosos de dicho periodo como Santiago Fortuño Llorens o Francisco Ruiz Soriano (autor, por cierto, de un magnífico estudio sobre José Luis Hidalgo titulado José Luis Hidalgo, poeta surrealista) no dudan en calificar a nuestro poeta, especialmente por su libro póstumo, Los muertos, como una de las cumbres poéticas de esta etapa. No resulta extraño, por tanto, que siga concitando el interés de jóvenes poetas y de conspicuos investigadores, y un ejemplo de ello lo tenemos en el espléndido trabajo que la profesora María Ángeles Chavarría ha dedicado al poeta cántabro, De corazón a hueso, de hueso a corazón (Elementos simbólicos en la poesía de José Luis Hidalgo), publicado en la colección Torre de la Vega que edita el Aula Poética José Luis Hidalgo.

   Fruto de una labor investigadora realizada durante varios años, el estudio de Chavarría parte de investigaciones precedentes, tanto de algunas de las mejores tesis doctorales que se han escrito sobre Hidalgo, como la de María Romano Colangeli, José Luis Hidalgo, poeta della morte (1965) o la ya citada de Francisco Ruiz Soriano, publicada en 1996, como de estudios introductorios de su poesía —a cargo de María de Gracia Ifach, Julia Uceda, Juan Antonio González Fuentes, Ángel Luis Prieto de Paula, María Payeras o Leopoldo Sánchez Torre, por citar solo algunos nombres— y ensayos biográficos, entre los que cabe destacar Verso y prosa en torno a José Luis Hidalgo (1971) y Tiempo y vida de José Luis Hidalgo (1975), ambos escritos por Aurelio García Cantalapiedra, sin lugar a dudas uno de los mayores exégetas del poeta.

   La obra de María Ángeles Chavarría demuestra un conocimiento exhaustivo de las fuentes citadas pero da un paso más allá al ofrecer el lector interesado una detallada investigación sobre los más recurrentes elementos simbólicos que aparecen en la poesía de Hidalgo: «Si bien son varios los estudiosos —escribe Chavarría— que se han interesado por el empleo de los símbolos en Hidalgo […] nos interesaba realizar un estudio más detallado del mismo que englobase toda su obra, en vez de un acercamiento a un poema destacado o un grupo de símbolos en concreto, como se ha hecho hasta ahora».

   Chavarría divide con excelente criterio su estudio en tres apartados. El primero de ellos —«El estado de la cuestión»— contextualiza la obra de Hidalgo en el periodo histórico que le tocó vivir pero, además, analiza de forma pormenorizada las características estéticas del periodo y cuáles fueron las concomitancias y las divergencias que mantuvo con ellas. En el segundo apartado, «Introducción al universo poético de José Luis Hidalgo», se estudia la evolución poética del autor a través de sus tres libros, Raíz, Los animales y Los muertos, así como los temas más habituales de su poesía: Dios, la muerte y el amor. Es en el tercer apartado, «Los símbolos en la poesía de José Luis Hidalgo», donde Chavarría desarrolla con mayor profundidad sus tesis sobre los símbolos y el carácter ascensional y descensional que poseen muchos de ellos. Su elaborada interpretación personal nos permite «destacar la complejidad analítica de un autor en apariencia sencillo, en cuya obra predominan los contrastes y las dualidades que, en definitiva, son las que definen o reflejan la escritura, la riqueza expresiva e incluso el carácter del escritor».

   Nos encontramos, por tanto, ante un riguroso estudio sobre la obra de un poeta que, por fortuna, sigue vivo en nuestra memoria poética gracias, qué duda cabe, a la especial intensidad de su obra, pero también gracias al concurso inestimable de trabajos como el de María Ángeles Chavarría, profundo, documentado, erudito, pero con una escritura ágil que ha sabido combinar el empeño didáctico con la fluidez narrativa más propia de una biografía. Un trabajo que nos ha enseñado a leer la obra de Hidalgo desde otra perspectiva mucho más enriquecedora y que servirá, a partir de ahora, como referencia para futuros investigadores.

HEBERTO DE SYSMO. MALDITO Y BIENAMADO BIBELOT

24 miércoles Ene 2018

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HEBERTO DE SYSMO. MALDITO Y BIENAMADO BIBELOT. COLECCIÓN SITIO DE FUEGO. BAILE DEL SOL, 2017

Algunos poeta reconocen no tener un plan preconcebido cuando se disponen a escribir un poema; es el propio poema el que va descubriendo al autor las vías de conocimiento por las que discurren los versos, versos que no necesariamente han de coincidir con la emoción inicial que los puso en marcha. Otros poetas, sin embargo, parecen tener perfectamente clara la idea que intentan trasmitir, solo necesitan encontrar las palabras precisas que se acomoden a su pensamiento. Entre estos últimos se encuentra Heberto de Sysmo, seudónimo de José Antonio Olmedo López-Amor, poeta y animador cultural valenciano autor de varios libros de poesía y corresponsable de la revista literaria Crátera. Su último libro, Maldito y bienamado Bibelot, es un ejercicio de semiótica que tiene a la palabra como protagonista casi absoluta. El poeta intenta recorrer a través del lenguaje ese oscuro puente que enlaza lo que quiere decir con el signo (la palabra) que lo expresa (el lingüista suizo Ferdinand Saussure, padre de la dicotomía entre significante y significado, aparece en el primer poema) y sobre este propósito levanta un libro dividido en cuatro secciones, cuyos títulos remiten a una proximidad etimológica: «Physis», origen o principio de la indagación en el lenguaje; «Mathesis» o el aprendizaje; «Mímesis» o el diálogo entre las apariencia sensorial de las cosas y el mundo de la ideas, la imitación con palabras del pensamiento y «Semiosis», o la transformación del signo en concepto, en forma. Como se ve, Heberto de Sysmo intenta transformar las bases conceptuales de la lingüística moderna en materia poética, pero es un ejercicio no exento de dificultades, que tiene, sin embargo, en la intuición su mejor aliado, porque como escribe en el haikú «Desafío de los puntos suspensivos», «el folio en blanco / incita a los instintos; / virginal lienzo». El resultado, por tanto, no puede ser más que una indagación de carácter metalingüístico aunque el aspecto metapoético (poetas como el norteamericano James Merrill, sin embargo, dicen estar en contra «de que la persona del poema hable sobre los esplendores y miserias de la escritura») no esté del todo ausente, como sucede en el poema titulado «El encuentro»: «Atrapado en la hoja de papel / palpita un verso; / espera / estremecer un corazón, / deslumbrar una mente , / desarbolar una conciencia.. / Para ser Poesía».

   Pero inevitablemente en estas aproximaciones hay un componente mayor de prestidigitación que de erudición (no encontramos otras referencias a expertos y estudiosos del lenguaje), de lo contrario estaríamos leyendo un manual, no un libro de poesía. La estructura del poema atiende a un fin, en este caso preceptivo, casi didáctico, como si el poeta se impusiera el propósito de convencerse a sí mismo de que hay un antes de la escritura, el silencio, que reclama su dominio y convierte la expresión en una lucha con el sinsentido. No hablo aquí de verosimilitud sino de la fidelidad a unos principios estéticos que se amoldan a los vaivenes del pensamiento. Acaso por esa razón conviven en este libro poemas de tono jubiloso con otros más elegiacos, como el titulado «Asunción», que transcribimos íntegramente: «Nacido del dolor / un verso escapa; / como lamento, / como respuesta al daño / que su herida comporta. // Su lírica prosodia / invoca la piedad, / piedad que es sublimada / al convertirse en música».

   Este tipo de reflexiones, como decíamos más arriba, de carácter impresionista y, a la vez, simbólico, como el propio signo que las provoca, necesitan de la ambigüedad del lenguaje para no perderse en digresiones semióticas u ontológicas. Buscar la precisión con una herramienta tan maleable como la escritura no deja de ser una contradicción, pero en ese contraste radica su propia esencia. El laconismo en la expresión no es sinónimo de un pensamiento yermo, sino de ese deseo de precisión que antes nombrábamos.

   No es muy frecuente encontrar libros de esta índole en el ámbito poético español (el referente más cercano es quizá Actos de habla, uno de las últimas entregas de Jaime Siles). Estas reflexiones son acaso más propias, hablando de escritura creativa, del aforismo, por eso debemos encomiar el esfuerzo de Heberto de Sysmo por descender hasta las grutas primigenias del yo y del lenguaje. Y es que estos poemas, como apunta José Luis Rey en el prólogo «apuntan a una esperanza: ser es ser en el lenguaje, sí, pero la poesía vendrá a dotar de sentido y de unidad a todo lo que es ceniza de lo dicho».

JOSÉ ANTONIO MESA TORÉ. EXCESO DE BUEN TIEMPO*

22 lunes Ene 2018

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JOSÉ ANTONIO MESA TORÉ. EXCESO DE BUEN TIEMPO. PREMIO DE POESÍA CIUDAD DE MELILLA. EDITORIAL VISOR, 2017

Han tenido que transcurrir casi veinte años para que los lectores de José Antonio Mesa Toré disfrutemos de un nuevo libro. La primavera nórdica, su libro precedente, data de 1998 y desde entonces hasta ahora solo han aparecido dos breves muestras de su poesía. Sin norte, un conjunto de poemas publicado como suplemento de la revista Ultramar en 2005 y “Aburrimientos”, conjunto de haikús publicados por el Centro Cultural de la Generación del 27. Ambos adelantos están incluidos en Exceso de buen tiempo, un libro, como indicamos, forjado a fuego lento que da cuenta de la evolución interior de un personaje poético que ha pasado de ser un joven profesor y un poeta que busca asentar su voz para integrar su universo literario en su propia realidad, para convertirse en una persona madura con responsabilidades de mayor calado, entre ellas la de ser padre, que impondrán, como veremos en los poemas, un cambio trascendental en su visión del mundo.

     En veinte años son innumerables las transformaciones que experimenta un ser humano. Unas, las físicas, son sin duda más visibles, pero las emocionales, menos palpables, crean una corriente subterránea por la que discurre la verdadera savia de la existencia y la escritura tiene como misión levantar acta de esas experiencias transformadoras. Dicha experiencia nos enseña que el amor es, para la mayoría, el eje principal sobre el que gira todas nuestras acciones. José Antonio Mesa Toré parece, a tenor de lo que sus poemas sugieren, estar de acuerdo con ello. De hecho, los primeros poemas del libro —integrados en la sección «Primavera tardía»— narran la historia de un amor acabado y otro que se perfila en el horizonte. Un amor, este último, que se irá asentando con el paso de los años y que dará origen, junto con la paternidad, a los poemas más entrañables de “Exceso de buen tiempo”. Entrañables, pero no inmunes a los altibajos que sufre toda vida en común. Como no podía ser de otro modo, el nacimiento del amor lleva aparejada una transformación interior que provoca una crisis —en su sentido etimológico, es decir, un cambio importante— no solo de identidad sino de perspectiva: «Deja de llorar en los poemas / los días en que el sol se despertaba / abrazando tus sueños; y abandona / esta estúpida idea de que el tiempo / marchito se conserva en la mirada / de los versos que ahora escribes». El poeta se enfrenta a sí mismo y a la realidad que le circunda. El enamoramiento es un estado casi de levitación permanente, pero no logra nublar la vista a nuestro poeta, lejos de eso, es muy consciente de la transitoriedad de las emociones, razón por la cual en sus poemas se alternan luces y sombras, la celebración vital con versos que sugieren sentidas suspicacias: «Ella / es un ángel sonriente que me sueña / demonio de su cielo. / Ella —ya digo— un ángel de la guarda / que me quiere / sin vida».

     «Libro de familia», la parte central del libro, semeja una novela de la vida en orden cronológico. El poeta se reencuentra con la felicidad y del inicial enamoramiento pasa a fundar una familia, una familia que se completa con la llegada de una hija. En la subsección «Madre Rusia» Mesa Torá da cuenta del engorroso proceso de adopción, de las esperas interminables, de ese estar en vilo durante días y días: «Treinta y tres días pasan / desde que lo esperamos en esta tierra extraña, / a orillas de un río, oyéndose a lo lejos el mar Caspio / tocar con sus nudillos las puertas del Oriente», pero también de la explosión de júbilo que supone tener al fin a su hija entre sus brazos. El lector encontrará además en estos magníficos poemas una casi reverencial admiración por la inmensidad del paisaje ruso y por sus gentes («En nada se parece este país al mío: / el murmurar de sus inmensos bosques, / sus ríos desbordados, como mares, / sus muchedumbres de almas solitarias»). La descripción es minuciosa. La geografía y la etopeya conviven sin fracturas porque el verso de Mesa Toré posee una flexibilidad muy elaborada que le permite soslayar siempre los riesgos de la falacia patética. Los rasgos de su poesía que habíamos percibido en sus anteriores entregas: una expresión poética de tradición clásica sustentada en un ritmo muy elaborado, el argumento vital como soporte del poema y cierta melancolía por el paso del tiempo (especialmente evidente en «El sur de algún país» y la última sección del libro, «Con la edad de plata») se ven confirmados en Exceso de buen tiempo, un libro que concilia la experiencia biográfica con la alta poesía, esa que logra lo más difícil, convertir al lector en protagonista del poema ajeno.

*Reseña publicada en Sotileza, suplemento cultural de El Diario Montañés, el 19/01/2017

 

MICHAEL SEARS. MI MADRE Y YO PEGAMOS A UN PERRO (I)

21 domingo Ene 2018

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MICHAEL SEARS

MI MADRE Y YO PEGAMOS A UN PERRO

para Maggie Daniels

I

En los meses anteriores a que nuestro viejo perro muriera,

mi madre y yo nos turnábamos para pegarlo

porque el perro estaba enfermo y mi padre

no quería menospreciarla. ¿Vamos

a contradecirme cuando me haga viejo?

bromeó una vez, frotando su calva

mientras el perro se retorcía en el suelo.

Había algo que mi madre y yo

odiábamos en ese perro cuando se escabullía

en la cocina para lamer cualquier migaja

en los azulejos, ese sonido es un eco

de la escoba o de un paño húmedo de mi madre,

ese sonido es un eco mío

masticando mientras comía, el perro y yo,

cada vez que comía, ella y el perro,

cada vez que alguien había comido,

en la cocina al mismo tiempo,

el perro y yo comiendo, mi madre

y el perro limpiando, lavando

las encimeras y el suelo.

Esto fue cuando mi madre y mi padre

se estaban divorciaban sin saber

que lo estaban haciendo. Era como si no tener

una palabra para esto les privara de una palabra

para cualquier cosa, por ejemplo, la cena,

que mi padre comenzó entonces a hacer cada noche

por primera vez desde que nací,

lomos de cerdo fritos al chile, excelentes platos

de primavera y lasaña que guardaría

en la nevera durante días, en mal estado,

nadie los prueba.

Mi madre y yo nunca comimos su comida.

De todas formas siempre comíamos fuera de casa,

aunque ¿quién sabe a dónde ella fue?

Pasaría por toda la ciudad

sin verla, corriendo primero cuatro,

luego ocho, doce, sin embargo tantas millas

me llevaron a las afueras de la ciudad,

la carretera vacía que discurre entre campos grises

de tallos de maíz allanados, la propia

propuesta como un hambre. Podrías vaciarte

por completo, y al hacerlo

siempre podrías tomar más.

Cuando mi madre y yo volviéramos

de nuestros respectivos lugares, nos encontraríamos

en la cocina. Mientras ella limpiaba

los platos de mi padre, yo me permitiría

comer un poco. Nosotros hablamos

pocas veces. Aguardábamos el sonido

de las uñas sin cortar del perro en las baldosas

mientras cojeaba para lamer el suelo de debajo

mi asiento, y si mi hermana venía a preguntar

donde habíamos estado, respondíamos

vagamente, conocedores de su interés.

«No puedo esperar», dijo mi madre una vez,

«Hasta que muera». Esto ocurrió hacia el

final, mucho después de los días en los que frivolizábamos

con lo que estábamos haciendo, escenificando

torpes patadas, patadas deliberadamente grandes

dirigidas al perro, sin tocarlo,

que corría hacia al extremo de la habitación.

Pero siempre volvía y el sonido

de su lametón -resuelto, rítmico, obsesivo-

continuaría. Pronto comenzamos

a ahuyentarlo, pero el perro a duras penas

se movía. Cuando aún estaba allí, gritábamos,

luego comenzó a imitar los golpes

que se convirtieron en golpes reales y finalmente

parecía que en lugar de entrar en

la cocina por comida, venía a ser

castigado, aunque ahora sé que es

falso, que una vez que castigas a alguien

renuncias a tu conocimiento de

lo que sea que haya sido, la manera de ser de las personas

en mi ciudad natal, domingo después

del domingo, intente ascender a Cristo a su

Divinidad para crucificarlo una y otra

en sus mentes, tratando de encontrar ese punto

donde la agonía se diluye en cualquier otra cosa.

Versión Carlos Alcorta

REVISTERO. 21veintiúnversos. Turia. La Galla Ciencia. Versants

17 miércoles Ene 2018

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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REVISTERO

REVISTERO 1/2018

La revista 21veintiúnversos. Revista de poesía contemporánea que edita Banda Legendaria continua su andadura con paso firme bajo la dirección de Juan Pablo Zapater y la coordinación de Víctor Segrelles. Este número cinco cuenta, como es habitual, con un variado plantel de poetas de diferentes generaciones y estéticas distintas entre los que mencionaremos a Antonio Gamoneda, José María Álvarez, Javier Lostalé, Ángeles Mora, Antonio Jiménez Millán, Arturo Tendero, Ana Merino, Jordi Doce o Joaquín Juan Penalva. El volumen se abre con un poema inédito del poeta José Albi al que anteceden unas emotivas palabras de su hijo Fernando Albi («Vivía por y para su familia, para sus amigos y, sobre todo, para la poesía»). En número cuenta además con poemas en catalán, valenciano, italiano y gallego) y se completa con unas breves bibliografías de todos los colaboradores. La magnífica cubierta está a cargo del pintor valenciano Guillermo Peyró Roggen. La revista cuenta con un diseño sobrio en el que destaca la primacía del texto que respira a pleno pulmón en el blanco de la página.

   La sobradamente centenaria revista Turia dedica su número 124 a la figura y la obra de la Noble polaca Wisława Szymborska. Un extenso cartapacio de cien páginas con colaboraciones de la talla de Abel Murcia y Gerardo Beltrán, dos de sus más reconocidos traductores, de Adam Zagajewski, el poeta polaco más aclamado en la actualidad y premio Princesa de Asturias en 2017 de quien entresacamos estas palabras: «Lo que, sin duda, tenían en común su obra y su vida era un pertinaz y obstinado apego a la independencia, a la defensa de la propia otredad, pero una defensa discreta, exenta de cualquier agresividad, o de cualquier elemento doctrinal». Se completa el dossier con textos de Xavier Farré, otro excelente traductor y experto en la poesía polaca, de Martín López-Vega, director de Cultura del Instituto Cervantes («La poesía de Szymborska ve lo que nadie ve, vuelve el mundo transparente»), de Michael Rusink, presidente de la Fundación W. Symborska, del poeta y crítico Álvaro Valverde y de la escritora y experta en literatura extranjera Mercedes Monmany, entre otros nombres. La revista cuenta además con las secciones habituales dedicadas a la poesía, al relato y las reseñas críticas, además de los apartados dedicados a Aragón, a Teruel, las conversaciones (con sendas entrevistas al filósofo José Luis Pardo y al compositor Javier Navarrete), además de la imprescindible isla, en la que habitan los fragmentos diarísticos del director de la revista, Raúl Carlos Maícas. Un número, como es habitual, cargado de joyas que no conviene perderse.

   Coordinada por Joaquín Baños, Noelia Illán, Daniel J. Rodríguez y Samuel Jara, La Gaya Ciencia es una revista diferente, no solo por su esmerado diseño que juega con la composición, con las ilustraciones (en este número a cargo de Martín Vicente Ríos) y la tipografía de forma atrevida y sugerente sino por su contenido, que busca siempre un hilo conductor con el que relacionar las distintas colaboraciones. En el caso de este número 8, dedicado a la memoria de Rafael de Cózar, al que han titulado «El octavo pasajero», este hilo es la película Alien de Ridley Scott. Para ello han realizado una «Antología de poetas marcianos» que pretende «traer […] a nuestro solitario planeta a los poetas que viven fuera de la reserva galáctica, una lírica incómoda y malentendida», aunque, como escribe Vicente Luis Mora en el prólogo, «En poesía, los alienígenas son aquellos que son los otros para ciertos recuentos oficiales, para ciertas antologías programáticas, para algunos premios institucionales». Hay que hacer notar, sin embargo, que algunos de los colaboradores, como Juan Carlos Mestre o Chantal Mallard han sido distinguidos con sendos premios nacionales y algunos otros gozan de un enorme reconocimiento en el panorama poético de nuestro país, como es el caso de —por citar solo algunos nombres— Luz Pichel, de Ana Gorría, María Negroni, Francisco Ferrer Lerín, Ángel Cerviño, Menchu Gutiérrez, Julia Castillo, Pilar Adón, Pilar Fraile Amador o Benito del Pliego. No podemos dejar de mencionar las colaboraciones de poeta ya desaparecidos como Xul Solar, Eduardo Chicharro, Pedro Casariego Córdoba y Carlos Edmundo de Ory. Por otra parte, nos ha llamado la atención los poemas de algunos autores más jóvenes como Alejandra Domínguez, David Yeste o Riot Über Alles. En el volumen hay muchos más autores interesantes, pero como no deseamos hacer una especie de listín telefónico, recomendamos encarecidamente al lector que se adentre en las páginas de la revista y confeccione su propia lista.

   Versants es una revista que publica la Universidad de Berna con el auspicio del Collegium Romanicum (Asociación de los Romanistas Suizos) y el apoyo de la Academia Suiza de Ciencias Humanas y Sociales. El número que nos ocupa, dedicado a la poesía española en los albores del siglo XXI ha sido coordinado por Itzíar López Guil y Juan Carlos Abril y cuenta con un plantel de investigadores y especialistas en dicha cuestión realmente notable (evidentemente, echamos en falta algún nombre imprescindible, pero toda selección posees sus propios criterios). No hay artículo que podamos tachar de prescindible. Todos ellos, desde diferentes perspectivas, aportan sus conocimientos personales que, vistos en conjunto, son esenciales para verificar los caminos que están marcando los poetas españoles de la última hornada. Hay artículos de carácter más generalista, como los de José Andújar Almansa, José Luis Gómez Toré, Ana Rodríguez Calleja y Alberto Santamaría y otros más específicos, que se ocupan de un tema concreto (los de Laura Escarno y Remedios Sánchez García, por ejemplo) o sobre un poeta determinado (son diseccionadas las obras de Francisco Onieva, Javier Fernández, Josep M. Rodríguez, Luis Bagué Quíleze Itziar López Guil). El número se completa con una breve antología de poemas y cinco interesantísimas entrevistas a otros tantos editores de poesía que ofrecen una visión desde el otro lado de la barrera y amplían nuestro conocimiento del panorama poético patrio. Quizá para que completar dicho panorama hubiera sido conveniente conocer también la opinión de libreros y distribuidores, pero es muy posible que el objetivo de estos últimos disintiera de los criterios meramente estéticos a los que obedece el presente volumen.

 

 

 

 

 

ROBERT HASS. UNA HISTORIA DEL CUERPO. ANTOLOGÍA POÉTICA BILINGÜE. *

15 lunes Ene 2018

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SELECCIÓN Y TRADUCCIÓN DE ANDRÉS CATALÁN. EDITORIAL: KRILLER 71 EDICIONES

Entré en contacto con la poesía de Robert Hass (San Francisco, 1941) gracias al libro “Tiempo y materiales” publicado por Bartebly Ediciones en traducción de Jaime Priede en 2008 solo un año después de haber obtenido el Premio Pulitzer de Poesía y el National Book Award, algo poco corriente en nuestros lares y, desde entonces, no he desaprovechado la oportunidad de frecuentar sus versos en cuanto la ocasión lo ha propiciado. No mucho después llegó a mis manos “Alabanza. Deseos humanos”, reunidos ambos libros en un solo volumen de la UNAM en 1995, cuya traducción estaba a cargo de Pura López Colomé. Posteriormente, la editorial asturiana Trea editó “El sol tras el bosque” (2014), traducido, como la antología que ahora nos ocupa, “Una historia del cuerpo” por Andrés Catalán, que cuenta con un prólogo de Silvina López Medin. Disponemos por tanto de casi toda la obra de Robert Hass, una obra tan rigurosa como escasa, puesto que solo la integran, en el ámbito poético, cinco libros más una antología, “El manzano de Olema”. De todos ellos nos entrega una cumplida muestra “Una historia del cuerpo”, que aporta, además, un exquisito regalo, dos poemas inéditos, entre ellos el impresionante «Una imaginaria discusión sobre poesía en Squaw Valey tras una caminata nocturna a los pies de la montaña», poema en el que, a través de la figura de su amigo Czeslaw Milosz y con la excusa de hablar sobre arte y poesía, bucea en la sinrazón de la conducta humana y en las situaciones surrealistas que dicho sinsentido provocó durante la ocupación Alemana de Varsovia. Hass parece decir —las tesis de Adorno no parecen estar muy alejadas de este propósito— que es innecesaria la insurrección creativa cuando, por culpa del miedo y el terror, la realidad sobrepasa con creces a la imaginación: «Después de eso no quiere leer sobre poetas franceses / que pasean langostas en una correa y no quiere dar la impresión / de que celebra el hecho de que el mundo carezca de sentido».

   La poesía de Hass está basada en lo anecdótico pero a través de una anécdota aparentemente banal y de un lenguaje que huye de la abstracción para centrarse en lo tangible y recrear el detalle de forma minuciosa, es capaz de indagar en la esencia de ser humano. Lo inmediato es fuente de inspiración, pero eso no impide que el pasado salga a la superficie como contrapunto a esa observación contigua porque nada surge de manera espontánea. Todo remite a una paisaje previo, incluyendo también el paisaje del alma; así ocurre en poemas como «Contra Boticelli», «No iré a Nueva York: una carta» o «Leve música», que comienza así: «Quizá necesitas escribir un poema acerca de la gracia» y finaliza con estos versos que manifiestan el convencimiento de que la poesía puede poseer aún un carácter salvífico: «Se me ocurrió que el mundo está tan lleno de dolor / que algunas veces debe realizar de alguna manera un canto».

   No obvia Hass la práctica de la poesía como compromiso social y como denuncia. No es solo que en muchos de sus poemas —sobre todo en la segunda parte de su producción, la que comienza con “El sol tras el bosque”— los versos sean especialmente explícitos en este sentido sino que realiza una cáustica autocrítica. Así comienza la quinta sección del poema «Inglés: una oda»: «Están aquellos que piensan que sencillamente es de mal gusto / mencionar con frecuencia los problemas sociales y políticos / en los poemas. A esa gente les parece una forma de melodrama o de autobombo, lo que sin duda es, en parte. / Y no hay tampoco duda alguna en que esa misma gente también tiene/ a pensar que a una perfecta buena fiesta arruina / el hecho de estar constantemente aludiendo a los pobres y oprimidos / y a sus desgracias en poemas que, / después de todo, no mueven un solo dedo para ayudarlos». Puede parecer que el poeta se contradice con respecto a ese poder salvífico de la palabra que antes mencionaba, pero ¿y qué si lo hace? Lo que nos seduce es precisamente eso, la duda permanente, la falta de testimonios que nos convenzan del todo, el proceso de ordenamiento interno que el poeta lleva a cabo a través de la escritura y esa condición inherente al ser humano de la inestabilidad de los principios, por mucho que estos se crean inmutables. La poesía de Robert Hass nos resulta cercana porque indaga sobre las relaciones humanas desde una perspectiva a la vez inmediata e histórica. El arte, la naturaleza o el progreso coadyuvan a crear un universo propio lleno de asombro y vida porque «Obtenemos nuestra primera idea del moral sobre el mundo —sobre la justicia y el poder, / el género y el orden de las cosas— de algún sitio».

* Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañés, el 12/01/2018

VIJAY SESHADRI. ILUMINACIÓN

14 domingo Ene 2018

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VIJAY SESHADRI

ILUMINACIÓN

«Está todo vacío, vacío»,

se dijo a sí mismo.

«El sexo y las drogas. La violencia, especialmente».

Así que descendió al mundo para ejercitar su virtud,

 

pensando quizá que eso ayudaría.

Enseñó a un niño pequeño a construir una cometa.

Encontró un remedio,

y luego encontró un remedio

 

para el remedio.

Dio a una mujer a merced del mal tiempo

su paraguas, aunque

caía una lluvia glacial y tenía neumonía.

Organizó una revolución en España.

 

Nada funcionó.

El mundo pasa, el mundo cambia,

el mundo está escrito aquí,

en la siguiente línea,

es solo su propia membrana—

 

 y, oh sí, su naturaleza compasiva,

su compasión por nuestra clase.

 

UT POESIS-UT PUCTURA. POEMAS ALREDEDOR DE JUAN VIDA. MIGUEL ÁNGEL BARRERA MATURANA. SI MAL NO RECUERDO

10 miércoles Ene 2018

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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UT POESIS-UT PUCTURA. POEMAS ALREDEDOR DE JUAN VIDA.

MIGUEL ÁNGEL BARRERA MATURANA . JUANCABALLOS DE POESÍA. FUNDACIÓN HUERTA DE SAN ANTONIO, 2017

Todo en esta nueva colección de poesía es exquisito, desde el diseño de los logotipos o el cuidado de la edición hasta las ilustraciones y la calidad de las cubiertas, y no podía ser de otra forma estando en manos del granadino Juan Vida, un artista que ha vinculado siempre su arte a la poesía, haciendo buena aquella frase de Picasso, en la que afirmaba que «La pintura es poesía; siempre se escribe en verso con rimas plásticas». De hecho, el primer libro de esta meritorio proyecto se titula Ut poesis-Ut pictura. Poemas alrededor de Juan Vida y está integrado por más de treinta poemas de autores como el recientemente fallecido Juan de Loxa, como Luis García Montero, el siempre añorado Javier Egea, Antonio Jiménez Millán, Felipe Benítez Reyes o Pere Rovira, por citar solo a algunos, inspirados en la figura o en la obra del granadino. El volumen cuenta además con varios dibujos de muy distinta factura que complementan los textos, lo que no hace más que confirmar la maestría y la versatilidad técnica de Vida, un pintor que, como afirma Luis de la Higuera en el prólogo, sufrió una transformación que le condujo del inicial realismo al expresionismo abstracto, aunque, por fortuna «descubrió que después de borrar la pizarra tras su paso por la abstracción, sobre ese fondo empezaban a tomar cuerpo las figuraciones que alimentaban su mano y su memoria». La figuración ha pasado a conformar su estilo y acaso esas líneas definitorias ha contribuido a que se despliegue una singular sintonía estética y emocional entre su obra y algunos poetas vinculados, en su gran mayoría, a lo que se ha llamado poesía de la experiencia o de línea clara. Así, Felipe Benítez Reyes dice en el poema titulado «Chinoiserie» que «Juan Vida juega a ser volátil / entre los pájaros que saben rimar / una égloga en el aire frondoso» y Miguel Ángel Barrera Maturana, autor del segundo número de la colección, escribe que «El pintor dibuja una mancha con vocación de ausencia».

   Si mal no recuerdo, de Miguel Ángel Barrera Maturana (Granada, 1962) es, como hemos dicho, el segundo título de la colección (anuncia que otros dos títulos están en prensa), un autor, Barrera, excesivamente contenido ya que, desde que publicó su primer libro, De imposturas, allá por el año 1996, solo ha publicado otro libro, Las horas muertas, en 1998, es decir, que han tenido que pasar casi veinte años para ver en las prensas nuevos poemas. No conocemos las circunstancias que han motivado ese silencio editorial, pero, a tenor de los poemas que hemos tenido la oportunidad de leer gracias a la publicación de Si mal no recuerdo, nos atrevemos a decir que la escritura ha sido una constante en su devenir existencial, quizá de forma agazapada, pero siempre, de una forma u otra, visible en las profundidades de la conciencia.

   Tres son las secciones que integran este libro que cuenta, además, como un poema que hace las funciones de prólogo (aunque el prólogo, en sentido estricto, esté escrito por Ramón Repiso Ruiz) y un poema de cierre, un epílogo. Tres secciones que podemos clasificar de forma cronológica, por más que la tercera, la titulada «Tierra adentro» no cumpla con exactitud ese requisito. «El hombre que vive entre dos fechas» no puede evitar salirse de sí mismo y ponerse en la piel de los más débiles, de quienes sufren el desprecio y la violencia, de los vagabundos y los sin nombre. La crítica a la sociedad de la opulencia, a la falta de solidaridad, a la insensibilidad de quienes se sienten más afortunados, a la pobreza congénita o la discriminación racial es una constante en sus versos (algo que, por lo demás, podemos considerar ya como una característica común a muchos de los poemas que se escriben hoy en día y que nos hace concebir alguna esperanza en que la poesía pueda todavía transformar si no el mundo, sí despertar alguna conciencia adormilada): «Empieza el día / y en la cola de la miseria / hay ya muchos madrugadores. / Con el frío amanecen los cajeros / como insomnes y diminutos / apartamentos bien iluminados. / junto al cuerpo que yace en los cartones, / hay bolsas, ropas y latas de conserva. / A través del cristal la imagen / parece una perfomance, / una pieza de arte contemporáneo: / tal es su irrealidad».

   Ese aspecto cronológico que antes mencionábamos es más explícito en las dos primeras secciones, «Pan duro», más centrada en los recuerdos de la infancia, en la figura de la madre («Recuerdo el sol de invierno brillando en los alambres, / sus manos afanosas y rojas por el frío / tejiendo con primor la ropa desgastada») y «Mar adentro», en la madurez, una época en la que se toma conciencia del paso del tiempo, en la que la vida exige responsabilidades que uno no siempre está en condiciones de aceptar porque «Uno crece y declara / prescindir de ambiciones, / se limita a vivir / la esperanza en secreto, / y tal vez disimula / si la vida, impasible, / ha pasado de largo». En toda ellas, sin embargo, el ejercicio de la poesía enhebra un discurso coherente producto no de la improvisación, sino de la meditación, de la reflexión. Los poemas de Miguel Ángel Barrera Maturana nos hablan de situaciones cotidianas, de emociones comunes y lo hacen con un lenguaje sencillo, sin hacer concesiones a elementos irracionales (lo que no es óbice para que algunas imágenes surjan a partir de los sueños), aunque no debemos colegir de esta la claridad descriptiva una ausencia de profundidad emocional. Los poemas de nuestro autor recrean un mundo convulso y la confianza que deposita en el lenguaje para constatar dicha convulsión no puede obviar esa pérdida de la inocencia que transforma lo que antes era confianza en el futuro en un porvenir desolador. La perspectiva ha cambiado con el paso del tiempo y la tragedia que todo final lleva aparejado, lejos de ser un asunto de carácter personal, se ha convertido en un tribulación colectiva La palabra poética no solo indaga en las profundidades del yo, también puede —y debe— dejar constancia de los acontecimientos que restan humanidad a nuestra especie.

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