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Archivos mensuales: julio 2020

JOSÉ MARÍA CUMBREÑO. CURSO PRÁCTICO DE INVISIBILIDAD. (CASI POESÍA 2000-2020)

27 lunes Jul 2020

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JOSÉ MARÍA CUMBREÑO. CURSO PRÁCTICO DE INVISIBILIDAD. (CASI POESÍA 2000-2020).  EDICIONES LILIPUTIENSES

José María Cumbreño (Cáceres, 1972) no es solo un poeta de amplísima trayectoria que incluye libros como La ciudades de la llanura (2000), Árbol sin sombra (2003), Diccionario de dudas (2009), Breve biografía apócrifa de Walt Disney (2009), Hablar solo (2018) y Cuaderno de verano (2019). Ha publicado también un libro de relatos, el ensayo Retórica para zurdos (2010) y varios volúmenes de diarios. Compagina su pasión por la escritura con la de editor —Ediciones Liliputienses está muy cerca de ya de cumplir diez años— y gestor cultural, facetas ambas en las que muestra su personalidad independiente y crítica. Cumbreño es de las personas que no rehúye la polémica y no teme, como quería Celaya, “tomar partido hasta mancharse”.

   El título que hoy comentamos, Curso práctico de invisibilidad («La invisibilidad no constituye un estado objetivo. Depende más de quien observa que de los observado», escribe en el poema del mismo título), recoge textos escritos en un periodo muy extenso, nada menso que veinte años, y digo textos porque algunos —el mismo autor los ha definido como «casi poesía»— difícilmente pueden considerarse poemas, por más que, generalmente, posean una atmósfera poética, aunque esto, como sabemos, ocurre con muchas disciplinas y géneros, como en la ciencia, sin ir más lejos. La ciencia, por cierto, más concretamente la óptica, es una de las influencias más visibles en este libro, algo que ya se presume desde el título y, de hecho, está divido en dos partes subtituladas respectivamente «Mirar» y «Ver», una distinción que queda subrayada en «Mirar y ver», un texto de una sola línea que dice: «¿Por qué abres mucho los ojos cuando no miras nada?» y, en otro apartado titulado «No swimming», escribe: «Mirar pretendiendo ver implica una serie de servidumbres. Y quizá la más peligrosa sea la inquietud por saberlo todo, por conocer todos los detalles». En cualquier caso, poco importa el género al que pertenezcan los textos; sí importa, sin embargo, la voluntad del autor de adscribirlos a un determinado género, por eso, acaso para eliminar responsabilidades, casi al final de libro, escribe: «Esto se supone que iba a ser un libro de poesía. / Aunque, a estas alturas, casi todo empieza a darme lo mismo. / Antes creía que escribir era algo importante. / Que había que ser original. / Que había que esforzarse por conseguir “una voz propia”. / Que había que cuidar la estructura del libro […]/ Odio las perífrasis de obligación». Este “odio”, por más que lo repita en páginas posteriores, parece ser más de orden literario que real, dado que el mero hecho de escribir un libro tan heterogéneo y de plegarse alas convenciones estilísticas delata que el autor tiene plena conciencia del alcance de sus textos y de sus reflexiones: «A estas alturas [el libro está llegando a su final], ya me he resignado a que esto no sea un libro de poesía.// No obstante, si escribo que la memoria es un remolino de verano, en el fondo estoy haciendo literatura».

     Hacer literatura es algo consustancial a la existencia de José María Cumbreño. Da la sensación de que necesita trasladar a la página todo tipo de experiencias, hasta las más livianas o intrascendentes, para codificarlas y hacer con ellas un pacto memoralístico. Conservar, almacenar en el recuerdo hechos cotidianos como el chispazo nostálgico que provoca el hallazgo de un neceser con fotos antiguas, algo así como la magdalena proustiana, pero narrado en este caso con una economía verbal más propia de un telegrama; apuntes biográficos, al menos, supuestamente autobiográficos —no olvidemos que toda escritura es ficcional— o, al menos, como Cumbreño escribe en «El significado de las palabras», «Las palabras pueden significar cualquier cosa. /Cualquier cosa. / Excepto la verdad» y «Las palabras están hechas de aire», acaso por eso, «El verdadero poeta/ habla sin respirar». Cumbreño nos hace dialogar con los objetos, con las cosas («Las cosas tiene la edad de quien las mira», escribe) de una forma especial, porque «No se trata de hacer una relación de objetos perdidos, sino de hacerla antes de que se pierdan», tal vez por eso, en muchas ocasiones realiza un descripción meramente instrumental que, en cierto momento, da un salto para arrojarse al abismo lírico de la interpretaciones, como hiciera el Pablo Neruda de las Odas elementales o un poeta coetáneo de Cumbreño como el portugués Jorge Gomes Miranda en su libro El accidente. Los límites de una reseña de este tipo impiden detenerse en las múltiples lecturas que ofrece, pero sí me gustará señalar que entre sus textos se encuentra un buen ramillete de aforismos que en sí mismos hubieran constituido un libro, como, por ejemplo: el titulado «Himno»: «Música que se toma demasiado en serio a sí misma»o el titulado «Las capas del silencio»: «Una palabra, en realidad, está formada por varias capas superpuestas de silencio». La palabra y la escritura son, además, motivo de muchas de las mejores reflexiones de este libro de libros, escrito por un letraherido que además, se vanagloria, y con toda la razón de serlo.

* Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 24/07/2020

 

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MIGUEL AGUDO OROZCO. IMPERTÉRRITO PLUSCUAMPERFECTO

24 viernes Jul 2020

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MIGUEL AGUDO OROZCO. IMPERTÉRRITO PLUSCUAMPERFECTO. COL. AFORISMOS. EDITORIAL LA ISLA DE SILTOLA

El neologismo «parapensares» sirve a Miguel Agudo (Tarragona, 1976) para definir lo que otros consideran aforismos, y no carece de sentido este afán por poner límites a este cajón de sastre en el que se ha convertido el término aforismo, término que ha sobrepasado con creces los límites que abarcaba su intención inicial. Según la RAE, un aforismo es «una sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte […] un aforismo es una declaración breve que pretende expresar un principio de una manera concisa, coherente y en apariencia cerrada». Paradójicamente, los textos incluidos en Imperfecto pluscuamperfecto se adoptan por norma general a la exigente y precisa de la RAE, lo que no ocurre, y esto no supone en ningún caso censura alguna, en la mayoría de los títulos adscritos al género, como luego veremos.

     Miguel Agudo Orozco es, además de poeta (ha publicado libros como Cuando Herodes la tierra, en 2009 y Amorexia, en 2014, en cuyos títulos se puede percibir el gusto del autor por el aspecto lúdico del lenguaje), profesor de Filosofía —«El filósofo es el único animal que tropieza dos veces con la misma idea», escribe—y artista vinculado al collage, algo esto último que también posee un matiz lúdico importante. Y no es baladí subrayar estas actividades porque, sin lugar a dudas, han dejado su impronta en estos parapensares que ahora comentamos. Impertérrito pluscuamperfecto es un libro unitario, aunque las materias son variadas, algo previsto si tenemos en cuenta que, como piensa Agudo, «Un libro de aforismos más que una sopa de letras es un palto de tallarines».Como vemos, el propio aforismo es objeto de escrutinio: «Los aforismos son frases sacadas de contexto», hasta el punto de preguntarse si «¿La definición de aforismo es un aforismo?». Probablemente sea así, aunque la respuesta afirmativa encierra una especie de trampa, sobre todo si tenemos en cuenta que «Cuatro de cada tres aforismos son falsos». Si aplicamos el mismo sentido del humor que abunda en el libro, ese que permuta el sentido de frases hechas o las reconvierte dotándolas de un sentido, si no opuesto, si diferente al sacarlas del contexto en el que las usábamos (recordemos la definición de aforismo que nos ha proporcionado el autor) y que resulta tan cercana a la greguería ramoniana, nada nos sonará a impostado, al contrario, esa variedad de temas a las que hacíamos mención está tratada siempre con cierto desparpajo, sí, pero esto no resta profundidad reflexiva, porque, junto a un ingenio que casi podríamos denominar como irreverente, coexiste una intensidad reflexiva notable. Solo así se pueden doblar los pliegues de la realidad sin que queden arrugas, como ocurre con los neologismos creados a partir de ligeras variaciones sobre palabras del diccionario, como himnocente, localitarismos o adoctrinar. También encontramos significados diferentes para palabras de uso habitual: «Metamorfosis: el conejillo de indias es un chivo expiatorio» o «Desamortizar es borrar aquellos corazones blancos de aquellas pizarras verdes» (La lengua de la almohada, un libro de Luis Fernando Sánchez Pendones, publicado recientemente por la editorial Libros del Aire, abunda en ejemplos de ambas variantes). Impertérrito pluscuamperfecto es un libro lleno de humor y de sugerencia que no pretende dogmatizar sobre ninguno de los asuntos de los que trata, un libro que disfrutarán quienes se internen en sus páginas, aunque sacará mayor partido ese lector «que sabe leer entre líneas», el lector «de código de barras».

FORREST GANDER. ESTÁ CON.

23 jueves Jul 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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FORREST GANDER. ESTÁ CON. TRADUCCIÓN DE ANTONIO ALARCÓN. EDITORIAL LIBROS DE LA RESISTENCIA.

Los Premios Pulitzer gozan de un merecido prestigio en el ámbito literario norteamericano y son, para el nuestro —gracias a que son traducidos casi de inmediato—, una luminosa ventana a la poesía anglosajona, tan variada como influyente, tan rica como compleja. Forrest Gander obtuvo dicho galardón con este libro de título enigmático por incompleto, Estar con (había sido finalista en 2012 con Core Samples from the World), pues carece de la segunda proposición, cuyo protagonista descubriremos posteriormente. Antes conviene aportar algunos datos sobre el autor, hasta ahora escasamente traducido a nuestro idioma. Gander nació en Barstow (California) en 1956 como James Forrest Cockerille —el apellido Gander proviene de su padre adoptivo—. Creció junto a su madre y sus dos hermanas, sin la presencia tutelar de su padre. Durante muchos años viajó por Estados Unidos y estudió geología, aunque los temas de su interés, como queda patente en sus ensayos, son amplísimos: la ecología —ha escrito el libro Redstart: una poética ecológica en colaboración con John Kinsella, poeta australiano—, la identidad, el examen de conciencia, el erotismo o la traducción, campo en el que ha editado antologías de poesía española, mexicana y de otros países hispanoamericanos y a autores como Pura López Colomé, Jaime Sáenz o Pablo Neruda, por los cuales ha recibido varios galardones, entre ellos el Premio de Traducción PEN. Ha colaborado además en múltiples proyectos con artísticas, escenógrafos, cineastas, bailarines y fotógrafos. Como vemos, la poesía —quizá sería mas apropiado decir la literatura, pues ha publicado también varias novelas y colecciones de ensayos— es solo una de sus campos de interés, sin lugar a dudas el más importante, ya que ha publicado más de una decena de títulos, pero no el único.

     Estar con, cuyo título proviene de la dedicatoria que su esposa, la poeta C. D. Wright (1949-2016), le escribió en su último libro, ShallCross, publicado póstumamente, es una larga e intensa elegía («La vida es caprichosa y puñetera», escribe recordando la repentina muerte de su esposa, por eso, para enfrentarse a ella, y a las cabronadas que aún le tocará sufrir necesita recrear el pasado, eso sí, no deja de reconocer que «Confundido por el ajetreo arrugué mi vida y la dejé caer / en mi propia miseria como un ciprés en el viento») aunque su prosodia no se atiene a la forma convencional de esta composición poética. Estar con —flota en el sintagma la sensación de algo inacabado— es una dedicatoria recíproca pero no simétrica, pues uno de los receptores sigue vivo, convertida no en un verso, sino en un libro completo que ofrece, eso sí, perspectivas inesperadas, pues soslaya el confesionalismo inherente a una situación tan dramática como la que el poeta ha sufrido, lo que no ha evitado que Gander haya decidido no leer en público poemas de este libro para que no aflore la pena. El lirismo de un asunto tan sensible como el de la pérdida de la persona amada no ha minimizado la indagación rítmica y estructural de la poesía de Gander, no ha mermado un ápice la experimentación formal y la exploración lingüística que llevan al poeta a aventurarse por terrenos poco frecuentados incluso en una poesía tan innovadora como la norteamericana. Recrearse en unos versos de san Juan de la Cruz, practicar la poesía política para denunciar las penurias de los paisanos que tratan de alcanzar el paraíso estadounidense, mostrar la actitud más tierna y comprensiva ante una enfermedad como el Alzheimer, revistar el origen de nuestros actos a través del basalto en algunos de los poemas poco tiene que ver con la tragedia personal, sin embargo esos cambios de registro no resultan fuera de lugar porque inciden en transgredir los límites del lenguaje, en superar su significado para elevarlo a una cota más universal y, además, forman parte de lagunas de las inquietudes que ambos compartieron durante su vida en común. Son una especie de recordatorios, porque, además de la relación íntima, participaban de ideales similares, de maneras de ver el mundo.

     El dolor habita en todos nosotros, en los seres microscópicos, hasta en lo seres inertes, el dolor da forma a cada uno de nuestros actos. «Donde estoy ahora / ante el trono de / gloria, la escritura / debe permanecer oculta. ¿Dónde / sin o en el habla misma?», escribe en el poema «Epitafio». Con todos estos mimbres Forrest Gander ha construido un duelo íntimo que, sin embargo, el lector, aunque le resulte imposible compartir muchas de las claves personales presentes en lo que lee, percibe como suyo. El dolor personal se convierte en dolor público, siguiendo el dictado del epígrafe que corona el comienzo del libro: «Lo político [lo público entendemos nosotros] comienza en la intimidad». Tal es la fuerza de sus palabras, la música que la suplanta («En tal punto mis sonidos de dolor saltaron fuera del lenguaje») y que penetra en los sentidos y los despierta, los inflama o adormece en función del compás elegido, como ocurre con el primer poema del libro, el titulado «Hijo», dirigido al hijo de ambos: «Cuando ella hablaba, cuando tu madre hablaba, incluso el galgo / atado se quedaba embelesado. Yo quedaba embelesado. // Di mi vida a extraños; la mantuve alejada de quienes amo. / Su único hijo arterial. Solo es en ti que su sangre corre». A pesar de haber escrito este libro a medias entre el homenaje y el desengaño, Forrest Gander reivindica «la privacidad de la agonía», pero el deseo de expulsar los demonios interiores se alterna con la necesidad de mantener en el estricto ámbito de su intimidad la herida que provoca la pérdida, lo irrevocable. No es una contradicción. Es, simplemente, un ejercicio de honradez intelectual.

ttps://elcuadernodigital.com/2020/07/21/esta-con/

 

ÁNGEL GUINDA. LOS DESLUMBRAMIENTOS. RECAPITULACIONES*

21 martes Jul 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ÁNGEL GUINDA. LOS DESLUMBRAMIENTOS. RECAPITULACIONES. EDICIONES OLIFANTE

La ya extensa trayectoria poética de Ángel Guinda (Zaragoza, 1948) comenzó en la década de los setenta y, prácticamente, desde sus inicios, el paso del tiempo, un gusto especial por lo sentencioso y el mensaje crítico han determinado su obra. Publicado en Zaragoza, su primer libro, “Vida ávida” (1980), recoge la producción escrita hasta ese momento. Posteriormente, publicará “Claustro. Poesía 1970-1990” (1991). A partir de este libro y coincidiendo casi milimétricamente con el cambio de residencia (a finales de los ochenta establece su residencia en Madrid) su poesía, sin abandonar sus temas esenciales, se vuelve más “comunicativa”, más sujeta a los acontecimientos cotidianos y, por ende, aumenta en sus versos el carácter crítico, la denuncia social —sustentada en muchas ocasiones en un detalle mínimo, casi anecdótico—, el anticonformismo, expresado todo ello con una dicción clara e irónica, no exenta de proclamas existenciales. Se suceden los títulos, entre otros “Después de todo” (1994), “Conocimiento del medio” (1996), “Biografía de la muerte” (2001), “Claro interior” (2007), “(Rigor vitae)” (2013) o “Catedral de la noche” (2015), publicados en distintas editoriales, aunque Ángel Guinda ha gozado siempre del favor de la veterana —de la mano de Trinidad Rodríguez Marcellán, acaba de cumplir cuarenta años—y exquisita editorial Olifante, editorial que publica ahora “Los deslumbramientos seguido de Recapitulaciones”, en una esmerada edición.

     La primera parte del título nos lleva a pensar en la inagotable capacidad del ser humano pero, sobre todo, del artista, del poeta, de estar siempre a la espera, de aguardar el momento en el que algo, un hecho, una idea, un sentimiento, le sorprenda, le deslumbre y de ese deslumbramiento nazca el poema: «¡Escribe como una sacudida! […] ¡Aunque sea sobre el agua escribe fuego!», dice en el primer poema del libro en una reconocible alusión al epitafio del Keats. Las alusiones al proceso creador se alternan en estos poemas con las meditaciones sobre el paso del tiempo, sobre el virgiliano “fugit irreparabile tempus”. La difícil conciliación entre el sentimiento de pérdida y de fugacidad con la necesidad de dejar huella en la escritura—«¿La oscuridad me guía?», se pregunta en «La oscuridad»—, como ocurre en nuestro barroco, da lugar a una simbología no siempre de carácter universal que sorprende por su vena imaginativa, próxima en ocasiones a la greguería ramoniana: «(Cuando la luna se va como un borrón /el sol se esparce como un huevo roto)», aunque dicha oscuridad, como saben bien los físicos, puede ser provocada por el exceso de luz, un exceso que el poeta transforma en estos sugerentes versos: «llevo el sol en los ojos. / ¡Todo borroso como un anís con hielo».

     La vinculación entre el ser y la nada, entre lo sustancial y lo insustancial, entre lo presente y lo ausente da lugar a reflexiones no por consabidas (la filosofía y la poesía se ha ocupado de ello de infinitas maneras) menos dramáticas: «Nos creemos colosos. / ¡Somos insignificantes! / Tenemos esta vida en alquiler». Más adelante, ese conflicto identitario se manifiesta en una necesaria búsqueda dentro de sí mismo: «¡Me he arrojado dentro de mí mismo!», escribe de forma imprecativa, casi como un reproche, y mucho más adelante, se deja notar la lectura de san Juan de la Cruz en versos como este: «De tanto estar en mí ya estoy en todo». En esa indagación fluctúan la confesión (el poema titulado «La familia» acaso sea el más paradigmático en este sentido) y el sentimiento de culpa: «¿Ese escuadrón de aguijones / será el remordimiento». «¡Si pudiéramos volver a comenzar!», exclama el poeta y «corregir los actos decisivos de nuestra vida». Un empeño inútil que, aunque seamos conscientes de su imposibilidad, nos asalta con frecuencia, sobre todo cuando los errores vitales nos asfixian. Tal es el desencanto del autor que descree hasta del amor, fuente de vida y de esperanza en la tradición lírica universal. Con ecos que proviene de la correspondencia, más que de los poemas de Pedro Salinas, Guinda escribe «Canción», una contundente censura del enamoramiento, una apología del desengaño: «El amor es invención. / Se inventa siempre lo amado / y lo amado nos inventa. / Solo el dolor, en amor, / no es invención».

     En la segunda parte del volumen, “Recapitulaciones”, la prosodia se decanta hacia el poema versicular, aunque el tema de la muerte aparezca como referencia inexcusable en distintos fragmentos: «Pregúntate qué eras antes de lo que eres, a dónde irás después de estar aquí», «El muerto que llevo vivo pronto saldrá de mí» o «Los muertos no hablan con los muertos. / ¡Los muertos hablan a los vivos!, en los que apreciamos esa veta aforística que con tanta fortuna se incardina en los versos de Ángel Guinda. El libro finaliza con una dolorosa constatación: ¡Fui amanecer. Soy ocaso!» y con una apelación a la belleza como salvación personal de origen romántico que enmienda de algún modo la sabia desesperanza que nos embarga tras la lectura de estos, por otra parte, serenos y meditados versos.

*Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 17/07/2020

 

 

 

 

 

 

EDUARDO HILPERT. MÍNIMO PÉREZ PÉREZ.

19 domingo Jul 2020

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

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EDUARDO HILPERT

EDUARDO HILPERT. MÍNIMO PÉREZ PÉREZ. COL. TIERRA. EDITORIAL LA ISLA DE SILTOLÁ.

Lo primero que nos llama la atención de este libro es, por qué no reconocerlo, el título, un título diferente, arriesgado, provocador. En segundo lugar nos llama la atención que el libro comience con un poema escrito en alemán, «Volwort», prefacio en español, y, por último, tampoco es muy frecuente encontrar un libro de poesía de casi doscientas páginas, a no ser que sea una antología, aunque, como vemos por los datos que aporta la solapa, Eduardo Hilpert (San Pablo, 1992) ya se embarcó en un proyecto poético de, incluso, mayor envergadura en su anterior libro, Cantar de Eugenio, «un extenso poema épico».

     El recurso al género epistolar como sátira, usado por autores actuales como Luis Alberto de Cuenca (también por algunos cantautores contemporáneos como Javier Krahe), por ejemplo, sirve de coartada a varios de los poemas. Así comienza el libro: «Me escribes, Verónica, / para decirme que Rilke supra a Heine». Por otra parte, cada poema está protagonizado por personajes tanto femeninos como masculinos. El catálogo de nombres es muy variado: la citada Verónica, Marta, Ana, Silvia, Helena, Carmen, Margarita, Arturo, Eduardo, Felipe, Francisco Javier o Fernando. No cabe duda que la influencia de poetas latinos como el bibilitano Marcial, el veronés Catulo o el romano Juvenal están muy presentes en la poesía de Hilpert, por la ironía y el sarcasmo, por el epigramatismo y el tono sentencioso, por los exempla morali de origen senequista: «¡Marcial!, ¡Catulo! / En ocasiones les imito. «Impunemente / —repones— / lo que da una idea de la decadencia de Hispania: / a ver, poeta, ¿qué es un yambo?» pero también se pueden rastrear concomitancias con algunos sonetos amorosos de Shakespeare, en los que el desprecio de uno mismo y la angustia por la pérdida no coartan esa mirada sarcástica y desmitificadora. Comparte nuestro autor además esta herencia con poetas generacionalmente anteriores como el citado De Cuenca, Javier Salvago, Juaristi, Almuzara o Karmelo Iribarren, entre otros, auny el que cada poema tenga su propio protagonista nos recuerda además al poeta norteamericano Edgar L. Master y su libro Antología de Spoon River, aunque Mínimo Pérez Pérez se centre más en los aspectos amorosos y literario que los epitafios del poeta abogado. En cualquier caso, es un libro que se lee con desenfado porque Hilpert convierte en fácil algo que no lo es tanto, desdramatizar el fracaso, el desencanto sin necesidad de entonar esos mea culpa que mortifican la conciencia. Aquí prevalece el humor, pero no se engañen, versificar lo intrascendente supone no solo conocer el bien oficio sino desaprenderlo para aplicarlo. Teniendo en cuenta la edad del poeta, no es difícil aventurar una pronta evolución en busca de otros retos de mayor trascendencia.

CRISTIAN DAVID LÓPEZ. BASTA CON TENER GANAS

16 jueves Jul 2020

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

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CRISTIAN DAVID

CRISTIAN DAVID LÓPEZ. BASTA CON TENER GANAS. PREMIO ASTURIAS JOVEN DE TEXTOS TEATRALES, 2019. COLECCIÓN TEXU. EDITORIAL TRABE

Antes de nada, conviene dejar claro que no soy un buen lector de obras teatrales. Salvo alguna incursión más reciente en la obra de mi paisano Alberto Iglesias y en la obra teatral del también poeta Pablo Fidalgo Lareo, mis lecturas se remontan a hace algunas décadas, pero creo que esto no me impide apreciar las virtudes estructurales y argumentales de un texto como Basta con tener las cosas claras, escrito por Cristian David López, un joven nacido en Lambaré (Paragüay) en 1987 y autor de una ya importante obra literaria que abarca la poesía —Permiso de residencia (2015), la traducción —Cantos guaraníes/ Guarani purahéi (2012)— y la narrativa infantil —Pallabres pa Martín (20179 y Hola, mundo (2018)—.

     La propia experiencia de la emigración sirve como telón de fondo a la historia que Cristina David López teatraliza. Es una historia conocida, pero no por eso menos dramática. La marginación social que sufren los sin papeles («Nosotros los sin papeles no tenemos derechos ni siquiera a ganarnos el pan, y el pan es la libertad», dice Clara) las dificultades que encuentran para salir adelante en ese paraíso llamado Europa, la desesperación, la falta de trabajo, las condiciones humillantes que deben soportar, la pobreza y el miedo, todo ello está representado por los tres personajes principales de esta historia: Clara, la muchacha abnegada y trabajadora, solícita y temerosa; Romeo, el padre reaparecido y exalcohólico que, al final, se convierte en el báculo que ayuda a Clara a soportar la dura realidad, y Medi, el novio de la muchacha, un joven que vive entre la inacción y el sueño de encontrar un trabajo que combine una buena remuneración con la satisfacción personal. En medio, sueños rotos y un desencanto que el vino hace más llevadero («El vino me ayuda a relajarme. No me afecta casi», dice Medi). Como digo, todo ya conocido, pero nuestro autor ha conseguido escenificarlo de un modo personal, sin sensiblerías, de una forma casi aséptico, modelando las situaciones con una excelente economía dialógica y con un ritmo bien trabado que acentúa la intensidad de las escenas. Basta con tener ganas es una obra de denuncia, pero no hay en ella asomo de proclamas panfletarias sino buena literatura, una obra que nos induce a pensar en las obras futuras del autor con un fundado optimismo.

     Las páginas finales las dedica el autor a justificar la foto de la portada —tomada en una plantación de piñas en su lugar de origen—, algo en apariencia, secundario, pero primordial para su autor, el mismo Cristian David López, que escribe al respecto: «Una zapatilla rota es símbolo de libertad, de infantil travesura, de búsqueda, de pobreza también, una pobreza que enriquece porque te ayuda a valorar lo que tienes». Ojalá sirva también para despertar alguna conciencia adormilada.

ALREDEDORES DE JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN.

13 lunes Jul 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ALREDEDORES DE JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN. EDICIÓN Y PRÓLOGO DE HILARIO BARRERO. CUADERNOS DE HUMO.

Hilario Barrero, profesor y poeta ha conseguido, desde el lejano Brooklyn, congregar a un grupo de poetas y escritores para rendir homenaje a José Luis García Martín con motivo de su septuagésimo cumpleaños. Este volumen es, ante todo, un ejercicio de amistad inquebrantable por parte de Barrero, pero también de admiración a quien ha dedicado —consagrado, podríamos decir, pues algo de sacerdocio esconde la forma de entender la literatura de García Martín— su vida a la escritura, en sus múltiples manifestaciones, entre las que no ocupa un espacio menor el aspecto didáctico. De «poliédrico y enigmático» se el califica en la contracubierta del ejemplar, para hacer hincapié unas líneas más abajo en su faceta como «tenido crítico literario y un personaje pessoano, un poeta de excepción». García Martín es, en efecto, todas estas cosas y alguna más, como se puede comprobar en los diferentes colaboradores de este libro/homenaje. Dichas colaboraciones abordan la obra y la personalidad del autor desde diversas perspectivas—la excusa es el comentario sobre algún poema del autor—, aunque, como escribe Ricardo Álamo, «No es tarea fácil, a estas alturas, trazar un perfil de José García Martín que contenga algún rasgo de su personalidad literaria que no haya sido indicado con anterioridad por otros escritores amigos, conocidos o saludados, o, incluso, por él mismo». Esta justificada objeción no ha supuesto, sin embargo, un inconveniente insalvable para que más de una treintena de amigos hayan plasmado su personal aproximación a tan controvertido personaje. Están quienes han convivido y crecido, tanto personal como literariamente, bajo su tutela y, por tanto escriben resaltando, junto a la exégesis poética, el lado más humano del homenajeado, como Javier Almuzara —subraya su «impecable generosidad, a cuyo servicio está una inteligencia implacable»—, Xuan Bello («Llegué a la tertulia Oliver en 1982. Tenía dieciséis años…»), Martín López Vega, Lorenzo Oliván («Lo primero que tengo que decir es que […] resulta un amigo puñetero, picajoso, punzante, fustigador, enredador, liante, discutidor hasta el más puro delirio, un amigo en definitiva que te obliga a estar con la espada de la inteligencia y del ingenio desenvainada, siempre dispuesta al abordaje»), José Luis Piquero («amigo, maestro, guía, crítico y comentarista del que soy directamente hijo»), Marcos Tramón, Ana Vega o Cristián David López, asiduos asistentes a algunas de las tertulias que ha conducido García Martín a lo largo de los años.

     Otros, como Vicente Gallego, en un comentario donde confluyen la ternura y la admiración, escribe: «Conocí a García Martín siendo él ya un viejuno de apariencia, casi su propio abuelo, cuando por edad debería haber sido joven. Y ahora que podría empezar a posar de viejo, parece empeñado —debido a su irreductible espíritu de contradicción— en no envejecer». «Amigo José Luis» titula su aportación Álvaro Valverde, en la que reescribe su, ya vieja, amistad con García Martín, desde que lo conoció en una conferencia. Da prioridad Valverde al García Martín lector: «un magnífico lector de poesía. En este país, muy pocos la conocen como él» y, sobre todo, poeta: «No sé por qué se empeñan en negarle el pan y la sal como poeta. Sus versos son los de un poeta verdadero…». Sobre su faceta de crítico y de poeta escribe también Andrés Trapiello en la colaboración más extensa del volumen: «JLGM ha sido y es uno de los críticos más solventes que ha tenido la poesía española de los últimos cincuenta años». Unas líneas más adelante afirma «… ni siquiera le desalienta ver que la constancia que ha mostrado él con los libros de los demás apenas se corresponde con la atención que los demás han prestado a los numerosos libros que él mismo ha escrito». Repasa Trapiello también la faceta de diarista, especialmente lo que tiene que ver con los viajes, porque García Martín, un amante de la rutina, no desdeña la oportunidad de viajar a sus ciudades fetiche, sea a Nueva York, a Lisboa, a Perugia o a Venecia, por ejemplo. Fija además su atención en ese proceso de encubrimiento íntimo que García Martín incita a través de sus innumerables máscaras y que tanto descoloca a sus adversarios, porque, como señala Trapiello, muchos «no transigen con su especial manera de entender las relaciones sociales y de embrollarlas, y con sus impertinencias a veces innecesariamente ofensivas, y gentes que han decidido no concederle ya el menor crédito, y lo aborrecen».

     El volumen recoge además las colaboraciones de autores con los que García Martín ha mantenido, y mantiene, una relación amistosa, aunque decantada más hacia al ámbito literario, como las de Rosa Navarro Durán, Luis Alberto de Cuenca, Victoria León, Juan Bonilla, Juan Lamillar, Abelardo Linares, Avelino Fierro, Susana Benet, Ángeles Carbajal, Enrique García Máiquez, Fernando Iwasaki, José Cereijo, José Ángel Cilleruelo, José luna Borge, Antonio Manilla, Daniel Rodríguez Rodero, Manuel Neila o el autor de estas líneas. El volumen finaliza con una recopilación bibliográfica de García Martín, pertinente y necesaria para calibrar la envergadura del proyecto literario —y vital— de un autor al que, por fortuna, todavía le queda mucha cuerda y a quien los años no le han restado un ápice de su vivacidad. Sigue siendo, como afirma Linares, «tan insobornable como incorregible», lo cual tiene su mérito.

* Publicado en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 10/07/2020

JUAN IGNACIO GONZÁLEZ. CUADERNO PARA UN CONFINAMIENTO

11 sábado Jul 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JUAN IGNACIO

JUAN IGNACIO GONZÁLEZ. CUADERNO PARA UN CONFINAMIENTO. HERACLES Y NOSOTROS, Nº 29. EDICIÓN NO VENAL

La palabra confinamiento ha sido una las más pronunciadas en los últimos meses, una palabra que, sin embargo, resulta familiar para ciertos grupos de personas que se confinan, digamos de forma voluntaria —los presidiarios, obviamente, no entran en esta categoría—, como son, por ejemplo, los trabajadores de una plataforma petrolífera, los marineros, los miembros de ciertas órdenes religiosas o los pastores y los ganaderos que hacen de la trashumancia su modo de vida. Un confinamiento, es verdad, que poco tiene que ver con esa reclusión a que nos hemos visto obligados por la pandemia. Sejos del confinamiento tituló el ya fallecido Emilio de Mier una novela en la que narraba la vida en Los Sejos, un conjunto de praderías situadas a casi 2000 metros de altitud en la vertiente norte de la sierra del Cordel, en Cantabria, que, además, alberga un excelente conjunto megalítico, a donde trasladan el ganado durante el verano. Se trata de un confinamiento en contacto directo con la naturaleza, precisamente una de las cosas que nos ha sido vetada durante el Estado de Alarma. Muchos han aprovechado dicho confinamiento para dar cuenta de las impresiones que tal enclaustramiento ha propiciado, bien en forma de diario, novelando las circunstancias o versificándolas, pero Juan Ignacio González (Mieres, 1960) ha llevado a cabo un proyecto diferente. No ha escrito “de”, sino “para” y en ese para ha reunido, en las cuidadas ediciones de Heracles y nosotros, un conjunto de veinte poemas que engloban los temas predilectos que han venido desarrollando en libros como Otros labios acaso (1985), Contra la oscuridad, en colaboración con José Carlos Díaz (2003), La vieja música, en colaboración con Javier Cellino (2004), El cuaderno de la ceniza (2013), Los nombres de la herida (2016), El cuaderno de la guerra y algunas notas sobre la paz (2017) o Los jardinee en ruinas (2019).

     Pero, ¿cuáles son los remas recurrentes a los que hacíamos mención? El primer poema, un homenaje a Primo Levi, los resume de manera efectiva: el racismo, la insolidaridad, la injusticia, la pobreza, las «mil guerras absurdas» que provocan miles de muertos inocentes. Frente a tanta violencia, no solo física, el autor reclama la vecindad del musgo, para ser, en un guiño a Celan, «amapola y memoria». Los desposeídos, los olvidados de la historia, los «nadies» también poseen sentimientos, Juan Ignacio lo sabe porque ha «oído caer sus lágrimas en los aguamaniles» y sabe además de ese hambre antigua que agujerea el estómago y que escenifica en un maravilloso verso: «Mi madre es un poema sobre un mantel a cuadros». Pero el compromiso social no excluye la necesidad del amor, se complementa, como queda de manifiesto en el poema «Las calles de tu piel», uno de los que prefiero, que comienza con estos versos: «La vida es suscribir el compromiso / de amarnos frente a otros / para poder, así, ser el espejo / que refleja que, algunas madrugadas, / también vence la luz a las tinieblas». No podía faltar tampoco la reflexión metapoética, muy presente en los libros anteriores de Juan Ignacio González, como en el poema «Todas las servidumbres de este oficio», en el que escribe: «Y sí, después de todo, las palabras / escarbaran la piel y se adentraran, / jugando con el agua de los sueños, / hasta el «escrito de los sueños». Una reflexión que define su modo de concebir la poesía, entre lo confesional y lo simbólico: «Uno de los secretos del poeta / es guardar para sí ciertos silencios, / la luz de la herejía, / la rosa desangrada en primavera. // Y, apenas unas sílabas más tarde, / mostrar todas las piezas del oficio…». La infancia y el paso del tiempo dejan su impronta en poemas como «Estaciones» y «Oda a la ceniza» —este último seguramente con influencia de Bousoño— respectivamente. No hay un más allá que justifique ni compense las penurias de la vida. La fe solo consuela a quienes buscan fuera de sí y del mundo físico el alimento para soportar la realidad: «No, la muerte no es dulce como anuncian los credos, / ni hay puertas que se abran a otra vida tras ella», escribe Juan Ignacio González con palabras sencillas y con una musicalidad envidiable. El sincero latido de su corazón no podía quedar expuesto de mejor manera.

ENZO SILON SURIN. Cuando la noche se llena con salidas prematuras

10 viernes Jul 2020

Posted by carlosalcorta in Versiones

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B

ENZO SILON SURIN

Cuando la noche se llena con salidas prematuras

 

¿Hay algún lugar donde los hombres negros puedan ir

y ser hermosos? ¿Hay luz allí? ¿Contacto?

 

¿Hay comodidad o espacio para criar a sus hijos

negros como cualquier otra cosa que no sea un futuro asterisco,

 

en peligro de ser un asteroide o un planeta solitario pero no

un cometa —ser tachonado de asombro y clamor

 

y admirado por las trayectorias radiales a través de

un cielo oscuro hecho de asfalto y luz de luna

 

ser famosos y considerados una vista magnífica?

 

Versión de Carlos Alcorta

MARÍA AGRA-FAGÚNDEZ. SIRIMIRI. DIARIO DE UNA HIPOACUSIA SÚBITA

09 jueves Jul 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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MARIA AGRA

MARÍA AGRA-FAGÚNDEZ. SIRIMIRI. DIARIO DE UNA HIPOACUSIA SÚBITA. EDITORIAL SONÁMBULOS.

«Un día te despiertas sorda y te saltan todas las alarmas sobre qué querías ser y qué es lo que realmente importa». Esta reflexión pertenece al texto «Un canto a la vida» con el que María Agra-Fagúndez (Madrid, 1989), pone punto final a Sirimiri, su nuevo libro —antes había publicado Genealogía del alma y Cualquiera podría quererte más que yo— marcado por la súbita irrupción de una dolencia (por eso el libro se subtitula «Diario de una hipoacusia súbita»). La nueva realidad a la que debe enfrentarse y la convicción de que gracias al amor, como en el soneto de Quevedo, es capaz de superar todos los inconvenientes existenciales, son el argumento de este doliente y, a la vez, esperanzado libro. La cita de Pedro Salinas que lo encabeza disipa las dudas que algún lector pudiera albergar de manera fulminante. El tacto da sentido a la vida. El tacto, la caricia es la forma de manifestar el cariño, el amor, más habitual.

     Sirimiri, el título del libro, no es solo una metáfora, responde a una descripción ajustada de lo que oye quien padece esa merma: «Este mundo de llovizna / constante / que, ahora, es solo mío». Esa especie de murmullo, apenas audible, de la una lluvia que es casi escarcha, es lo que oyen algunas personas que sufren hipoacusia, es decir, la capacidad para escuchas sonidos. Según Paco Ramos, el autor del prólogo, «la pérdida de la capacidad auditiva expresada en Sirimiri no es un lamento sino un tratado de convivencia ante la nueva situación sobrevenida», una situación sobrevenida que, al principio desconcierta, pero luego pasa a ser tratada, al menos en lo que respecta a la poesía, con cierta familiaridad , como podemos deducir del lenguaje empleado para reflexionar acerca de las consecuencias que origina la pérdida: «Un día cualquiera, despiertas / y todos los sonidos son hirientes / hormigas del pasado / que se llevan poco a poco / las migajas del recuerdo». Con este lenguaje escasamente metafórico y muy apegado a la realidad, María Agra-Fagúndez se enfrenta a los vicisitudes del presente, per lo hace escudada en la persistencia del recuerdo, un recuerdo que necesita ser estimulado, para que no se diluya con el paso del tiempo —«Lo primero que olvide será cómo era aquello de reír / a carcajadas contigo»—, con la costumbre y el hábito de crear nuevos recuerdos a partir de las recientes experiencias: «Comprender una y otra vez que es verdad, / que sí está sucediendo, / que la llovizna nunca duerme, / que estoy sola en una existencia que nadie puede conocer». Una vez asumido el infortunio, existen dos opciones a la hora de convivir con él, la primera consiste en no aceptarlo y vivir en un permanente estado de expectación que no excluye la insubordinación vital y la segunda, aceptar su inevitabilidad —lo que, por supuesto, no significa claudicación— y buscar nuevas perspectivas desde la nuevas posición. María se ha decantado por esta última posibilidad . Así, descubre que «La vida tiene valores absolutos; / sí, hay que confiar en la vida / porque solo ellas sabe por qué nos deja hacer en el abismo / durante el instante en el que todo deja de girar». Más que dirigido a un lector innominado, estos versos parecen tener una única destinataria, la propia poeta, acaso porque ha descubierto que el ángel tutelar del amor —«¿Tiene sonido el amor?», se pregunta—se reinventa y prospera de nuevo: «Una puerta que se abre y una persiana que sube / para abrir la explanada de todo lo que está por venir».
Mencionamos más arriba que gracias al tacto se palpa el afecto, el cariño. Nuestra poeta ha tenido que adaptarse a conferir a ese sentido aún más protagonismo: «¿Quién iba a pensar —se pregunta en el poema “Cántame una canción al oído»— que tocar tus labios / iba a ser la silente manera de volver a sentir / la vibración de tu voz», es voz que pronuncia «te quiero». el libro finaliza con un encendido canto amoroso —además de Pedro Salinas, la presencia de otro gran poeta del amor, Pablo Neruda, es notable—: «La rueda de estar vivos me cuenta nuestra historia: / si mañana fuera el fin del mundo, querría estar / en tu cuerpo; querría aferrar mi mirada a la tuya / mientras la tierra se abre y se destruye / a nuestro alrededor en grietas insalvables. / Si fuera a perderlo todo sin remedio, lucharía / porque lo último en perder fuera tu mirada».

     Hay temas que por sí mismos, a la hora de poetizarlos, son proclives a caer el sentimentalismo fácil, en el patetismo e, incluso, en la aureola religiosa. La enfermedad es uno de ellos, pero, por fortuna María Agra-Fagúndez ha sabido eludir estos riesgos y, con una poesía de corte narrativo, comedida y más hímnica que elegiaca, ha sabido mirar cara al futuro, sin falsas esperanzas, sin técnicas de autoayuda, solo describiendo sus emociones, pero sin descuidar el rigor que exige la verdadera poesía. Como dice Ramos, su prologuista, Sirimiri es «un poemario de estados emocionales pero, sobre todo, un tratado de vida, porque acaso vivir sea eso, un continuo proceso de adaptación al medio».

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