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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: septiembre 2015

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS. VIDA SECRETA

30 miércoles Sep 2015

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javier

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS. VIDA SECRETA. TUSQUETS EDITORES, 2015

Después de varios años de silencio poético, Javier Rodríguez Marcos publica un nuevo libro de poemas, Vida secreta, algo digno de reseñar teniendo en cuenta la brevedad de su obra y la década larga que ha transcurrido desde su última comparecencia editorial en dicho ámbito. Recordemos que su primer libro, Naufragio, data de 1995. Mientras arden, que fue galardonado con el Premio de Poesía Hiperión, es de 1997 y Frágil, que obtuvo el Premio Ojo Crítico de Radio Nacional de 2002. Distintos poemas suyos han aparecido mientras tanto en revistas y en la mayoría de antologías sincrónicas que se han elaborado en los últimos años, como La lógica de Orfeo de Luis Antonio de Villena o Última poesía española (1990-2005) de Rafael Morales Barba.

Fiel a esa construcción morigerada de su universo poético, Rodríguez Marcos nos entrega en Vida secreta una treintena escasa de poemas no muy extensos generalmente que destilan lo mejor de una voz que se ha hecho a sí misma con lentitud, con introspección, huyendo de los efectos inmediatos, buscando su propia verdad como poeta, como ser humano no en lo asombroso o en lo extraordinario, sino en la cotidianidad de su propio mundo interior y esto lo logra afirmándose, pero también desdiciéndose, contradiciéndose, transformando su poética anterior, evolucionando, porque Rodríguez Marcos es un poeta que no rehúye el riesgo de buscar nuevas formulaciones textuales a su indagación, indagación de carácter moral, pero también con atributos metalingüísticos y de naturaleza ontológica. «Yo prefiero los que asumen algún riesgo y, siendo más imperfectos, alteran la circulación de la sangre buscando menos la perfección que la emoción», afirma al explicar su poética y uno, como lector, no puede más que estar de acuerdo con esa idea porque es en la asunción de riesgos donde se manifiesta mejor la voluntad de vivir y de comprender el mundo que nos rodea. «Las palabras son/ animales salvajes» y todos sabemos que los animales salvajes son más peligrosas cuando están heridas o instigadas, por eso conviene mostrarse respetuoso con ellos. Las palabras ayudan a restituir el pasado, a rememorar la infancia, pero el poeta ha de ser muy cauteloso con ellas porque al menor descuido desconfían y se vuelven esquivas. La verosimilitud pasará entonces a ser una moneda de cambio útil para el lector, pero no será, necesariamente, provechosa para el poeta. Estos poemas narran la vida secreta de un muchacho que sale al ruedo de la vida desde su pueblo natal con la ternura que proporciona el paso del tiempo. Ese muchacho es ya un hombre maduro que «se hizo mayor» y ha visto como sus «mayores pasaron/ de la viña al asilo/ sin pasar por la fábrica», que ha sido testigo de la transformación del paisaje, de la enfermedad y la muerte de seres queridos: «Con una mezcla ácida de soledad, egoísmo,/rabia, pena, cansancio, lástima/ de sí mismo,/ el muerto escribe:/ Amén». U hombre que tiene, en fin, el rostro surcado por las cicatrices de la vida. No hay sentimentalismo lacrimoso en estos poemas, pero sí hay confesionalismo, testimonio contenido de la experiencia personal, pintura al fresco que trata de reflejar un aura de verdad en el instante mismo en el que se describe. Dos citas de Nietzsche transcritas en la nota final del libro abundan en esta idea: «Los poetas carecen de pudor respecto a sus vivencias: las explotan» y «Hablar mucho de sí mismo es una forma de ocultarse». Mostrarse a la vez que uno se oculta, en esta paradoja reside la seducción del lenguaje. La paradoja se vale de innumerables artimañas, un paisaje de Ortega Muñoz, unos versos de Garcilaso (un autor especialmente querido por Javier Rodríguez Marcos), un reportaje de Informe Semanal o un cuadro de Kuitica para construir su red de significados, esos significados sobre los que «los poetas deben/ sacar sus conclusiones».

Vida secreta es el libro de un poeta paciente que extrae la esencia de la realidad sin arbitrariedades ni falsas promesas paradisíacas. No encontramos en los poemas que lo integran apología de la esperanza pero tampoco se instalan en un escepticismo estéril. Estos poemas nos hablan sobre las grandes verdades del ser humano sin alzar la voz pero con la contundencia de alguien que es muy consciente de los artificios del lenguaje, un lenguaje que se resiste a ser domesticado, un lenguaje a veces salvaje y exigente. La amenaza de una interpretación errónea es notoria. Ese es el riesgo pero también la recompensa. Javier Rodríguez Marcos es consciente de ello, por eso escribe casi a modo de advertencia versos como estos: «Poesía, santidad y locura/ requieren para ser verdaderas/ una mínima dosis de irracionalidad y yo/ (voy contra mi interés/ al confesarlo) soy/ tal como veis que soy,/ un ser desconfiado, un pobre hombre,/ un santo sin piedad,/ un perro triste,/ un loco triste-/ mente/ razonable».

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JOSÉ LUIS GÓMEZ TORÉ. UN CORTE QUE NO SANGRA

28 lunes Sep 2015

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GOMEZ TORÉ

JOSÉ LUIS GÓMEZ TORÉ. UN CORTE QUE NO SANGRA. EDICIONES TREA, 2015

En «Casi una poética», uno de los poemas que integran Un corte que no sangra, José Luis Gómez Toré escribe: «Sostener un instante/ el canto sostenido de los pájaros», y es que la definición de instante que pronunció el filósofo Enmanuel Levinas y que da título al libro, funciona como un hilo conductor en el que se funden pasado y presente, vidas que comienzan con existencias ya maduras o a punto de concluir. De esta amalgama procede el entusiasmo vital durante la travesía que tiene en la magnificencia de la música un perfecto correlato: «La música hace dudar al tiempo. ¿O es el tiempo la trama que desmiente el paisaje apenas habitado de esta música?». Hablamos de la música, pero no faltan en estos poemas tampoco consideraciones sobre el lenguaje o sobre el propio acto de la escritura de manera intermitente pero constante, por ejemplo: «Hablamos. Las palabras persiguen un lugar. Son fragmentos de nada que dibujan un cuerpo, un ovillo enredado del lado de la sombra» o «Borra con la otra mano/ lo que una mano escribe». La expresión de los sentimientos, de la experiencia circunscrita a hechos reales se inscribe de forma deliberada en unos versos que nunca nombran de forma directa la emoción que los provoca. Percibimos atisbos ciertos de biografía, pero ésta queda enmascarada voluntariamente por alusiones de carácter simbólico que necesitarían de un contrapunto definitorio para reconocer sus rasgos. Coexisten así, en el mismo poema, lo imaginativo con lo cotidiano —nunca lo esencialmente descriptivo—, como en el poema «Un kilo de manzanas Golden» o «El mirlo».

José Luis Gómez Toré (Madrid, 1973) posee ya una copiosa producción poética con libros como Se oyen pájaros (2003), He heredado la noche (2003), Fragmentos de un cantar de gesta (2009) y el que hoy nos ocupa, Un corte que no sangra. Como ensayista, es imprescindible hacer mención a La mirada elegíaca. El espacio y la memoria en la poesía de Francisco Brines, que obtuvo el prestigioso premio Gerardo Diego de Investigación Literaria (2002), y el reciente El roble de Goethe en Buchenwald, un libro que conviene que no pase inadvertido. Pero centrémonos en su poesía. Sendos poemas dedicados a la belleza abren y cierran Un corte que no sangra. Poema en verso el primero, en prosa el segundo. La belleza no es una excusa ni un reclamo ingenuo. El poeta no la utiliza para endulzar la realidad, todo lo contrario, «Nadie/ levantará la casa en la belleza», escribe Gómez Toré en los versos iniciales del libro, para terminar describiendo la crudeza de un parto, crudeza que, afortunadamente, no logra ocultar un efecto esperanzador porque «Escuchamos el eco de un solo, indescifrable corazón». Nos parece advertir en estos poemas un desplazamiento consciente de los acontecimientos, tal vez con la intención de no atar la emoción a la cronología, de liberarla de las cadenas espacio-temporales para universalizarla, como si el poeta fuera un observador neutral y se limitara a interpretar la realidad desde una posición equidistante. Paul Valéry decía que el poeta, el poeta que experimenta lo cotidiano como un acto extraordinario, era «aquel en quien encontramos el mayor rigor del dogma del arte y la extrema dulzura de la inteligencia verdaderamente superior». Yo creo que la poesía de Gómez Toré no busca efectos inmediatos, sino todo lo contrario, pretende producir un eco en la conciencia, conciencia de la transitoriedad, de la fina línea que separa la vida de la muerte, del dolor de vivir, de la violencia que precede a la belleza, por esa causa la precisión de sus versos logra hacer accesible con un lenguaje cotidiano lo abstracto, lo metafísico. La expresión poética que mencionábamos antes, cuidada hasta el extremo, abunda en estas ideas, porque la vida es, al fin y al cabo, «la celada en que caemos» y tanto el poeta como el hombre que lo encarna necesitan construir asideros para sobrevivir, aunque estos sean tan frágiles como las propias palabras.

HENRI COLE. LIMPIO

26 sábado Sep 2015

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HENRI COLE

LIMPIO

Mi casa es mía:

la elección de menú,

la radio y la televisión,

el deslustrado suelo,

las sábanas arrugadas.

Es como estar dentro

de un buró. Yo no tengo

una asistenta que cuide

de mí. Algunas veces,

durante el desayuno,

hablo francés con

un reyezuelo disecado.

No hay conflictos

entre nosotros. Escuchamos

unas palabras grabadas:

Viens-tu du ciel profound?

Siempre escucho un breve oratorio

dentro de mi cabeza. Las polillas

se han llevado las alfombras

como invisibles costaleros.

Me gusta la invisibilidad,

excepto la de los poderosos rayos

de la resuelta luna. Algunas noches

pregunto a su palidez: ¿Estaré bien?

Me encuentro débil e improductivo esta noche,

como un cacho de carne con ojos,

pero por la mañana soy optimista de nuevo,

como un copo de nieve que ha viajado

muchas millas durante muchos años

para ser admirado sobre el cristal de la cocina.

Solo, engullo

y defeco y orino

y grito. Por favor, no me despiertes

de este sueño,

hago la comida con cosas

humildes —boniatos,

un tarro de mermelada,

una botella de sauvignon blanco.

Hoy, vi una señal

en mayúsculas de LIMPIO

y pensé. Todos nosotros tenemos

momentos que preferiríamos mantener

en secreto en los que nos dejamos

arrastrar por un remolino.

El pequeño reyezuelo posado sobre mis

dedos no pesa casi nada,

solamente uñas y pico. Pero

me da pequeños momentos

—aquí, en la mesa de la cocina—

como un afinado coro

canturreando algunas veces

sobre el amor o sobre

el desamor, una circunstancia

que hace bizquear y enfermar

si pienso demasiado en ello.

¿Qué soy sino ésta dúctil

sintaxis, imagen y sonido

en los cuales mi corazón, no

aislado todavía, sigue

latiendo?

Versión de Carlos Alcorta

RAFAEL SOLER. ÁCIDO ALMÍBAR

23 miércoles Sep 2015

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SOLER

RAFAEL SOLER. ÁCIDO ALMÍBAR. EDICIONES VITRUBIO, 2014

Son contados los casos en los que un libro de poesía alcanza más de una edición, por eso, cuando sucede, una benéfica sensación de complicidad invade al crítico y al lector que han contribuido a difundir dicha obra. Éste es el caso de Ácido almíbar, el último libro publicado por Rafael Soler, un poeta, un escritor con una obra extensa tanto en poesía como en novela, obra que ha sido objeto de numerosos reconocimientos, entre ellos el Premio de la Crítica Valenciana de 2015 al libro objeto de este comentario. Rafael Soler nació en Valencia en 1947, aunque su dedicación profesional como profesor en la Universidad Politécnica le haya llevado a vivir en Madrid. Su primer libro —refiriéndonos estrictamente al ámbito poético— se tituló Los sitios interiores y vio la luz en 1980 en la colección Adonais. Después de un largo intervalo de silencio poético publica Maneras de volver en Ediciones Vitrubio, libro que alcanza a día de hoy la quinta edición. De 2011 es Las cartas que debía, que va por la tercera edición. Bajo el título La vida es un puño publica una antología en Paraguay en el año 2012, año en que ve la luz también su poemario Pie de página, publicado por la Institución Alfons El Magnànim de Valencia.

Ácido almíbar está dividido en siete secciones que recorren el itinerario vital desde el nacimiento hasta la muerte, dos circunstancias aleatorias que, sin embargo, sobre todo la primera, marcan el destino del ser humano. Nadie gobierna el lugar ni la familia donde nace. «Y qué salvar entonces/ qué origen qué fulgor que trabalenguas» escribe Soler en el primer poema del libro, integrado en la sección titulada «Quédate a los títulos de crédito». Los poemas de este libro carecen de puntuación y están construidos con un lenguaje coloquial y riquísimo en adjetivos. Ambas características acentúan el ritmo que se torna fluido, vertiginoso, imparable. Da la sensación de que al poeta le falta tiempo para decir todo lo que tiene que decir, por eso se ve impelido a hacerlo de forma torrencial, sin dejarse nada en la recámara. Es este un lenguaje desinhibido que no rehúye lo altisonante ni lo escatológico, pero, al mismo tiempo, está lleno de misericordia y de ternura, algo que me parece muy en la línea de un novelista y articulista como Pérez Reverte. Valgan estos ejemplos para constatar lo que digo: «queridísimo soplagaitas satinado/ queridísimo cabrón de tapas impolutas/ con una tapa dentro» o «Para empezar/ un perfume de lluvia/ en el cuerpo de tu axila// y todo el carmín que necesites/ al esconder la boca// en el espejo». La tercera sección de libro, «Retrato de dos para ninguno», subdividida a su vez en tres apartados, narra una historia de amor sujeta a los dictados de un tercero innominado, llamémosle tiempo, vecino, compañero o amigo, otro que se interpone, que toma forma de mujer, de amante, de sujeto. Alguien, en todo caso, visto no como cómplice sino como enemigo. Esta ambigüedad queda patente en versos como estos: «que mi sitio en tu cama lo compartas/ con el sitio en la mía de tu dueño».

«Caso cerrado» es, si exceptuamos la Posdata —compuesta por un solo poema que invita a través de la luz a la esperanza— la última sección del libro y, sin duda, la más impresionante porque el nacido llega a su declive, al final de su vida. No es que la muerte sea vista como un cataclismo, como algo atroz en sí mismo, pero es la negación de todo y, como tal, representa el ocaso, por eso el poeta intenta evadirse, negarla en el mundo paralelo de los sueños: «Finge un dormir/ finge que finges dormir/ finge si quieres que fingiendo dormir/ pospones el tiempo que no queda». Este enmascaramiento se sabe infructuoso, pero creo que es perfectamente lícito resistirse a lo inevitable con las armas de las que se dispone. Tal vez estos versos de Juan Gelman resuman mejor que mis palabras el sentido de este libro: «Porque morir es fácil/ nacer no». El lenguaje es un escudo, un muro de resistencia, por eso Rafael Soler se solaza hasta casi convertirlo en un juego, un juego que sabe peligroso, por eso también se esfuerza por ajustar las palabras al máximo, en pulir su significado hasta hacerlo único, certero, sumamente preciso. Este decir tormentoso posee también un contrapunto de ironía, pero yo creo que lo que prevalece en estos poemas es un permanente examen de conciencia, un debe y haber existencial, una justificación moral que da sentido a la vida, acaso por eso su lectura nos imante como cuando no podemos apartar la mirada de un espejo que refleja nuestro propia intimidad.

J.M. CABALLERO BONALD. DESAPRENDIZAJES

21 lunes Sep 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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CABALLERO

J.M. CABALLERO BONALD. DESAPRENDIZAJES. SEIX BARRAL. LOS TRES MUNDOS. POESÍA, 2015

«Si te vales de los utensilios de la poesía para hacer tus propios diagnósticos sobre la realidad, ¿lograrás alguna vez lo más complejo: la concordancia entre lo insuficiente y lo absoluto?». Así comienza el poema «Prodigioso abismo», el primero de los noventa y un densos poemas en prosa, aunque el autor precise que «ese apelativo es equívoco. Son poemas dispuestos tipográficamente como si fueran prosa, pero se pueden partir como versos y se convierten en poemas tradicionales», que integran Desaprendizajes, el nuevo libro de José Manuel Caballero Bonald, cargado, como los títulos más recientes del autor (Manual de infractores de 2005, La noche no tiene paredes de 2009 y Entreguerras de 2012), de crítica social y política, de irritación, de indignación y de escepticismo («La explícita, apremiante realidad me desconsuela como los desperdicios que devuelve la marea») no sólo ante el porvenir sino ante la utilidad de la palabra como medio para transformar la realidad, porque entiende el poema «como una construcción verbal, un hecho lingüístico, La verdadera poesía está hecha con palabras, unas palabras que se juntan de pronto por primera vez y abren un mundo nuevo, una realidad desconocida para el lector. Yo no creo que cuente historias, cuenta ideas», pero la necesaria crítica comparte protagonismo con un impulso casi visionario que, analizando el pasado, lee las consecuencias futuras si la situación no se corrige. «Pensar es romper el hilo» decía Valéry, y Caballero Bonald no deja de reflexionar sobre el mundo en el que vive, así rompe el hilo con el acontecer para configurar en sus poemas un humanismo beligerante.

Como siempre, el rigor compositivo, la filiación barroca del lenguaje y una «Portentosa construcción verbal», como él mismo califica la poesía de Góngora, caracterizan este decir juvenil, por más que su autor lo haya escrito con 88 años, cuando pensaba que ya lo había dicho todo. No hay mejores palabras que las del propio poeta para explicar el por qué de este nuevo libro: «Cuando escribí Entreguerras pensé que sería mi último libro. No por edad, sino porque tenía algo de testamentario, de última voluntad, ya que es un repaso de mi biografía, sobre todo literaria. Pensé que sería un buen fin, pero de pronto comenzaron a cruzarse una serie de temas y formas de enfocar literariamente algunos temas que me traía entre manos. Así que comencé a escribir este libro», un libro en el que prima la irritación, la disconformidad con un mundo que margina los «únicos pobladores legítimos de esa tierra tan de continuo maltratada», esto es, los «ensimismados, los introvertidos, los melancólicos», un mundo en cuyo origen, por el contrario, prevalecía la feliz armonía que proporcionan a los sentidos unos pájaros cantando, un emplazamiento natural sobre la extensión marina o esos frondosos árboles que simbolizan su propia vida: «Tocar un árbol, recorrerlo, intuir lo que ocurre en su interior, equivale a aceptar que cualquier inventario apenas sensitivo de los árboles circundantes supone juntamente el árbol de la vida», escribe en el poema de título rubendariano «Apenas sensitivo». La belleza, la hermosura estaba exenta de confrontaciones imaginativas, sólo el advenimiento de la historia refleja un rastro de violencia antes imposible de verificar, acaso porque «Todo lo sensitivo se suma y yuxtapone en los espacios primordiales del placer».

Desaprendizajes pone el énfasis en la necesidad de ver la realidad desde un punto de vista menos lastrado por las circunstancias, porque «Todavía estás a tiempo de comenzar a reconstruir tu casa, reescribir tu historia, desaprendiendo al fin lo consabido». No se trata de olvidar el pasado, sino de cuestionarse algunas de las cosas que hemos aprendido, algo que, inevitablemente conduce a la crítica, a la parodia, al sarcasmo. Son muchos los estereotipos contra los que apuntan sus poemas: la religión, la política, la necesidad de éxito social y económico por encima de cualquier principio moral son ridiculizados gracias a un lenguaje cuidado hasta el extremo, plagado de cultismos, de rica adjetivación («aluminio triste», «subrepticia agitación contaminante», «almanaques inválidos», «frágil cuerpo amado retenido», «reverso germinal del aire»), sometido a la ficción, fecundo y esplendoroso con el que no deja títere con cabeza. Pero no todo en este libro es subversivo. Hay también espacio para la reflexión de carácter ontológico y metafísico —sobre todo en algunos de los poemas que tienen más ecos valentianos, como los titulados «Del centro de la piedra» («El eje reflexivo de este poema —explica Caballero Bonald— responde a parecidas solicitudes teóricas»), como en «Estoy oyendo el límite del signo», «Negro espejo de la muerte» o «El silencio que ocupa la palabra»—, para poemas de fondo metalingüístico, por otra parte, una preocupación constante en la poesía de Caballero Bonald. « Siempre lee el lector las mismas incidencias que el escritor escribe?», se pregunta en uno de los poemas, aunque conoce de antemano la respuesta. Obviamente, eso no ocurre nunca, porque la distancia entre lo dicho y lo percibido es insalvable. El secreto de las palabras depende «de su capacidad penetradora en el solar de lo desconocido» y desde ese desconocimiento del poeta ha de partir el lector para construir su propia imagen de la realidad, una imagen personal, sólo subsidiaria de lo leído conceptualmente. El poeta no puede ser más que un guía para el lector, un Virgilio que «Navega por derroteros nunca usados hasta llegar al descubrimiento de esos enigmas ocultos en el idioma consuetudinario» y muestra la ruta para sucesivos descubrimientos.

No faltan en este libro los poemas que tratan sobre los conflictos de identidad: «El que soy y el que fui se juntan, se interfieren a menudo y fingen ser el mismo», «Alguien que se parece a mí, que podría ser yo, me está esperando en algún distrito de la duplicidad», «¿Soy finalmente el rastro de un intruso, soy el que tanto se parece a mí, coincidimos entrambos en esa efímera bilocación donde coexisten el otro y su contrario» se pregunta, para concluir que «Nadie que pretenda identificar a su presunto doble podrá hacerlo si antes no ha logrado encontrase a sí mismo». Podría parecer que en la vejez se tienen resueltos estos apremios, pero esta presunción carece de fundamento, porque las preguntas sobre uno mismo no dejan de interferir en el largo proceso de construcción íntima, y así lo delatan estos versos.

Desaprendizajes finaliza con unas notas en las que Caballero Bonald da cuenta de los débitos que mantiene con un amplio espectro de autores, autores que le han acompañado siempre, como Onetti, Rulfo, Cernuda, Machado, Lezama Lima, Góngora, Borges, Mallarme, Octavio Paz, Blas de Otero y un largo etc. De una forma u otra, todos están presentes en este libro y es un acto de generosidad por parte de Caballero Bonald subrayarlo en esas notas epilogales. La rebeldía tanto moral como estética de la que hace gala nuestro autor representa una corriente aire fresco y lo convierte en una de las voces más jóvenes y reivindicativas de nuestra poesía. Conviene leerlo con detenimiento porque «Difícil es y acongojante desaprender lo aprendido hasta alcanzar la disyunción consoladora que retrotrae al seno prenatal de los conocimientos, pero una vez lograda esa gustosa desocupación, esa nada adyacente de la nada, comienza a vislumbrase el alfabeto de una felicidad no importa que carente de asideros».

LAURA MAYRON. SI UNA NOCHE DE INVIERNO UN VIAJERO

19 sábado Sep 2015

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LAURA MAYRON

SI UNA NOCHE DE INVIERNO UN VIAJERO

La miel cayó en mi té como la sangre

silencioso, balbuciente por la viscosidad,

último temblor de gotas deslizándose

dentro del abismo de un lago en miniatura.

Fuera, en una noche de invierno

agrietada por un frío temprano

llegó el tren, un rugido de las tinieblas

que pensé que sería el viento

impulsándose sin parar en la oscuridad.

Botella invertida, esperando un goteo de dulzura,

pensé en ti,

tiritando, un prodigio,

viajando a través de tu propia noche

de invierno corriendo tan rápido

que sólo tú podrías ser sangre,

sólo tú podrías ser el viento.

Versión de Carlos Alcorta.

SONJA ÅKESSON. VIVO EN SUECIA

16 miércoles Sep 2015

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SONJA

SONJA ÅKESSON. VIVO EN SUECIA. ANTOLOGÍA POÉTICA. TRADUCCIÓN Y PRÓLOGO DE FRANCISCO J. URIZ. VASO ROTO POESÍA, 2015

Si mis datos no son incorrectos, más allá de alguna insólita aparición en revistas poéticas de escasa difusión y de las escasas antologías de poesía sueca que se han vertido a nuestro idioma, Vivo en Suecia es la primera oportunidad que el lector español tiene de leer en profundidad a una autora de la talla de Sonja Åkesson, quien, en palabras de su traductor Francisco J. Uriz, «es la poetisa de la década de 1960 en Suecia y la pionera de la incorporación a la poesía de las cotidianas experiencias personales». Dejando al margen las sucintas notas de carácter biográfico que el prólogo aporta, sucintas pero necesarias para contextualizar a Åkesson dentro de un panorama poético como el sueco —a pesar de los esfuerzos de Uriz y algún otro traductor, como Emilio Quintana— casi por completo desconocido salvo para un número limitado de especialistas, no deja de llamarnos la atención los paralelismos que se pueden trazar entre su poética y la que ha predominado en nuestro país dos décadas después. Francisco J. Uriz encabeza el prólogo con estas líneas: «El movimiento literario “nyenkelhet” [la nueva sencillez] surgió en Suecia a principios de la década de 1960. Fue una reacción de ruptura con la generación precedente, con el idioma complicado y lleno de afectación y de simbolismos inextricables a que se había reducido el modernismo». Algo similar, salvando las distancias tanto temporales como estéticas, podríamos decir sobre la reacción a los excesos de la poesía novísima que supuso la llamada poesía de la experiencia, pero este es asunto que demanda un análisis más detallado que el de este comentario y conviene posponerlo para ocasión más apropiada.

Otra de las correspondencias, esta también de carácter biográfico, que nos atrevemos a realizar se refiere a su azarosa vida sentimental y a su tensa relación con el alcohol. Casi contemporánea de Elizabeth Bishop, sus respectivas trayectorias presentan inequívocos paralelismos. El cambio frecuente de pareja, las frecuentes infidelidades, los conflictos emocionales y el desgarro existencial que conduce a un alcoholismo subyacente incluso en los periodos de desintoxicación y sosiego nos permiten establecer esas conexiones que se perciben además en sus poéticas, ambas cercanas al testimonialismo que encarnó Robert Lowell y que tuvo practicantes de la talla de Sylvia Plath o Anne Sexton, estas sí, absolutamente contemporáneas de nuestra autora. De otro contemporáneo con similares conflictos, John Cheever, son estas palabras extraídas de su diario que resumen, a nuestro parecer, dichas actitudes: «Al mirar a mi alrededor, me parece encontrar una cantidad insólita de infelicidad y ebriedad. No tenemos indigencia, frío, hambre, soledad ni ninguna de las desdichas habituales. ¿por qué tantos de nosotros nos esforzamos por olvidar nuestra dicha? ¿Es la tendencia a la culpa y la venganza inseparable de la vida humana?» (trad. Daniel Zadunaisky).

Vivo en Suecia toma el título de uno de los libros de madurez de Sonja Åkesson, publicado en 1966. Antes habían aparecido Situaciones, su primer libro, en 1957, Veranda de cristal (1959)Vivir la vida (1961), Paz hogareña (1963), «el libro que la lanzó a la fama» y Fuera brilla el sol (1965). Posteriores a Vivo en Suecia son Pris (1968), Dulces años 60 (1970), El corazón martillea, los pulmones se derriten (1972), La historia de Siv (1974) y su último poemario, El ojo del caballo, publicado póstumamente pocos meses después de su fallecimiento, acaecido en 1977. De todos ellos se han seleccionado poemas, por lo tanto la presente antología muestra las diferentes etapas creativas de nuestra poeta, etapas que no poseen, sin embargo, muchas fluctuaciones porque el tono testimonial predomina en todos ellos, matizado en algunos casos por cierta irracionalidad que contribuye a marcar distancias con ese yo en continua ebullición y en lucha constante con los estereotipos sociales de su época. Como escribe Uriz, «Metió realidad y miseria en los elegantes salones de la poesía». En sus primeros libros el realismo descarnado que le supuso el reconocimiento como una de las voces más sólidas de la poesía sueca —a la par que la convirtió en un icono del pujante feminismo de la época— no es tan notorio, de hecho, un poema como «Autorretrato» tiene una carga simbólica, insinuante importantísima que una lectura sujeta a la verosimilitud del instante no conseguirá desvelar. En otros, además, las metáforas son fundamentales: «la frágil diadema de la escarcha», «el cristalino deshielo de las manzanas», la copa de un roble que «se extiende como la falda dominical de una matrona del siglo pasado sobre la joven hierba» o un elefante que tiene los «pies colosales como un mueble barroco». No escasean además poemas que toman la forma de parábola como «Voluntariamente» o «Preocupaciones». Moscas, arañas, caracolas son los protagonistas que inducen a sacar conclusiones, a deducir los efectos de una moraleja moralizante. De Husfrid (Paz hogareña, 1963), su cuarto libro, es el poema titulado «La cuestión matrimonial», un alegato contra el sometimiento a los dictados del hombre que sufre la mujer al contraer matrimonio, un poema que se ha convertido en una suerte de proclama que han hecho suya los grupos feministas y que repite un verso a modo de mantra: «Ser esclava de Hombre Blanco». El poema está dividido en dos partes y aporta la visión de la esposa y la del esposo, menos quejumbrosa la de éste, aunque más evasiva: «Es que has recibido una educación anticuada», se dice a sí mismo para justificarse, para mitigar el deseo de abandonar a su familia. Con todo, quizá donde se evidencia de manera más rotunda la sencillez discursiva sea a partir de poemas como «Autobiografía». La vida doméstica es descrita con minuciosidad. «Vivo una vida tranquila/ en Drottninggatan 83 A por el día», con incursiones permanentes en el pasado, un pasado conflictivo desde la temprana adolescencia, y a los acontecimientos que han marcado su vida, unos de carácter personal y otros históricos. Ideología y moral se funden en estos versos que poseen una vena ácida y autocrítica: «He visto niños silenciosos/ en multitudes hambrientas/ arrellanada en una butaca de cine. / Los he visto./ Soy madre./ Estaba allí./ Pero no sufrí/ lo suficiente». Fuera brilla el sol (1965) contiene uno de los poemas más inquietantes y hermosos de la antología, el extenso y ambicioso «¿Qué aspecto tiene tu color rojo?», un examen de conciencia cruel, directo, sin vendajes expresivos. Amor, sufrimiento, familia, sociedad son los ejes sobre los que gravitan los versos: «Yo no sé nada del “amor”» escribe, «”Sufrimiento”…/ eso sí que lo conozco bien/ mi sufrimiento, el de quien si no/ y sólo a veces.» Vivo en Suecia es sin duda el libro que contiene mayor carga social, aunque no renuncie a examinar la propia intimidad, como en el poema «En nuestra casa»: «Hurgamos desagradablemente el uno en el otro./ nos masticamos mutuamente» escribe sin inhibiciones. La relación con el otro, con el hombre como generalidad, personificado en sus distintas parejas y las desigualdades que una sociedad injusta impone son tratados de una forma u otra en la mayoría de sus poemas, unas veces con un tono cercano a lo conversacional, otras con un tono imprecatorio, reivindicativo. En un poema como «Claro que me acuerdo» hace un repaso a su vida matrimonial, desde el noviazgo hasta el divorcio, con la sucesión de altercados y reproches basándose en aliteraciones: «Sí, claro./ Sí, claro que acuerdo». Precio (1968) es un cruel retrato de la situación de la mujer en la sociedad de la época (algo está cambiando, afortunadamente), de los prejuicios que la rodean, de la conducta y los modos de reglados de comportamiento femenino, basados en arquetipos que instituye y difunde una publicidad supeditada a los deseos del hombre. «El hombre el fuerte/ la débil la mujer» escribe en un poema. Uno de los poemas más estremecedores de la antología es «Salario», incluido en el último libro de Sonja Åkesson, el póstumo El ojo del caballo, una disección sobre el maltrato a la mujer sin sentimentalismo, con la crudeza propia de un acto tan repugnante: «Joder, ya no es momento de andar con paños calientes./¡ Mano dura!». No encuentro mejor forma de acabar este comentario sobre el fascinante descubrimiento que ha significado para mí esta grandísima poeta. Leyéndola podemos acallar las voces de aquellos que cuestionan la utilidad de la poesía. Si un poema es capaz de emocionarnos como lo hacen de los Åkesson y logra revolver la conciencia de quien lo lee, estará más que justificada su escritura. Un lector no es una colectividad, pero forma parte de ella. Para que el todo cambie deben primero cambiar cada una de sus partes. Ese es el comienzo.

LAURA MAYRON. MARY

15 martes Sep 2015

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LAURA MAYRON

MARY

Mi abuela se desvanece más rápido ahora.

Todo lo que puedo recordar de estos días

es el terciopelo de sus manos arrugadas

enrollando albóndigas,

ojos oscuros brillantes,

y el recuerdo más débil de una risa,

el cantar, en voz baja, de su antiguo hogar

a media noche cuando ambas no conseguíamos dormir.

Yo le hablé de mi propia enfermedad

dentro de mi cerebro y del galimatías de mi estómago

y juntas, bajo las frías estrellas,

venas como ríos, balbuciendo con la sangre del pasado,

abrazadas la una a la otra,

en el silencio aún deliberado.

Versión de Carlos Alcorta

JANE KENYON Y DONALD HALL. EAGLE POND

14 lunes Sep 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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KENYON

JANE KENYON Y DONALD HALL. EAGLE POND. EDICIÓN DE JUAN JOSÉ VÉLEZ OTERO. VALPARAÍSO EDICIONES, 2015

El poeta norteamericano Donald Hall (1928) se ha ocupado personalmente de preparar este libro integrado por poemas de su esposa, Jane Kenyon, fallecida en 1995, y de él mismo con un núcleo de unión, la granja familiar situada en Eagle Pond, la Laguna del Águila, que sirvió de domicilio conyugal durante veinte años, fue el lugar de trabajo para ambos y da, además, título al libro. Allí escribió Kenyon los cuatro libros que publicó en vida y allí sigue escribiendo invadido por la nostalgia su marido, Hall, que ha dedicado conmovedores poemas a quien fuera su mujer en libros como Without (1998) y The painted bed (2002), ambos traducidos, como en el caso que nos ocupa, por Juan José Vélez Otero para la editorial Vitrubio y para Valparaíso Ediciones respectivamente, razón por la cual nos atrevemos a decir que estamos ante el mejor especialista en nuestro idioma del poeta norteamericano. El estudioso escribe en el prólogo que «esa relación sentimental y paisajística, tanto en la poesía de Hall como en la de Jane Kenyon […] han supuesto un motivo de cohesión para la obra seleccionada en este volumen y para la decisión final de que el libro que el lector tiene entre las manos se abra con el título de Eagle Pond ( La laguna del águila).

De Jane Kenyon (1947-1995) se publican en este volumen una selección de poemas que guardan, de una manera más o menos directa, relación con el entorno en el que están escritos, aunque casi podría decir que de puertas para adentro. Son todos ellos poemas traducidos por primera vez a nuestra lengua y por lo tanto, distintos de los que integran la magnífica antología que tradujo Hilario Barrero. Gracias a ambas selecciones podemos formarnos una idea cabal de la poética de Jane Kenyon, interrumpida por su temprana muerte en un momento de fecunda creatividad. Todos los pormenores relativos al lugar y a los lazos familiares que unen a Donald Hall con la granja están resumidos con precisión por Juan José Vélez Otero en éste y en los otros libros que he mencionado. En ellos también nos ofrece oportunos apuntes sobre su vida conyugal y sobre el desarrollo de las enfermedades que aquejaron a ambos, felizmente curadas en el caso de Hall y fatídicamente resueltas en el caso de Kenyon, por eso no voy a repetirlas, más allá de reproducir unos párrafos del propio Donald Hall que encabezan esta edición: «Esta casa se construyó en 1803. Mi bisabuelo se vino a vivir aquí con su familia en 1865 y fue añadiendo habitaciones para sus numerosos hijos. La última en nacer fue mi abuela Kate (1878-1975). Mi madre (1903-1994) se crió aquí y se trasladó a Connecticut cuando se casó. Allí me crié yo, pero me venía con mis abuelos a la granja todos los veranos y segaba el heno con mi abuelo. Para mí era el mejor sitio, el que más me gustaba. Jane y yo nos vinimos aquí en 1975 porque nos encantaba el sitio, la casa, la cultura y el paisaje».

Eagle Pond comienza con una selección de poemas de Jane Kenyon que describen el proceso de adaptación vital al nuevo espacio, a la nueva vida que se le presentaba, una selección que bien podría constituir un nuevo libro, gracias a la unidad temática y la ordenación casi cronológica de la experiencia narrada. Ya el primer poema, «Dejando la ciudad», escrito con un lenguaje sencillo, natural, descriptivo pero sin retórica ni apenas tropos literarios, va directo al grano: «Nos fuimos a finales de agosto. Regalé mis plantas, excepto unas pocas». La minuciosidad de esa descripción a la que aludo queda patente en muchos de estos versos: «Lleva puestos los zapatos rojos con tiras en el empeine./ Se abrochan con pequeños botones blancos como ojos de pescado» o «Es siempre el indigente,/ el que conduce un Dodge enorme y oxidado/ que quema aceite y debe costar/ veinticinco dólares llenarlo», por ejemplo. La casa fue, como he dicho, lugar de trabajo para ambos poetas: «Hoy, tu trabajas en tu escritorio,/ yo, en mi estudio»

Me llama la atención la aparente facilidad con la que enlaza el discurso. Da la impresión de que su mente funcionara por capas de sentido, frases, versos en la página, que avanzan sin dificultades, recogiendo una escena de aquí, de la realidad, otra de allí, del pasado, de la memoria y uniéndose en una correspondencia plagada de analogías, obviamente mucho más ricas cuanto más cercano se sienta el lector al mundo de Kenyon. Evoca momentos dichosos, de sus primeros años de matrimonio, del contacto con un paisaje natural casi intocado que le sirven para sacar a la luz sus propios paisajes interiores. Da la sensación que de la imaginación surge la idea, y no al revés. La relación amorosa, pero también la relación hombre-mujer y de poeta a poeta están presentes en estos versos: «Hoy, tú trabajas en tu escritorio,/ yo, en mi estudio. A veces/ estamos ocupados y en calma./ Desde donde estoy sentada puedo ver/ la vereda que hemos hecho en la alfombra». Este cambio repentino que pasa de un sereno monólogo a la descripción de un hecho aparentemente circunstancial —el desgaste de la alfombra por el lugar que sirve de paso— lo realiza Jane Kenyon de una forma natural, sin torniquetes semánticos, por eso me atrevo a calificar esta poesía como cercana a la metafísica de los hechos cotidianos. La autobiografía forma parte del proceso de creación poética, pero no es el único aspecto que la integra. Como he dicho, la imaginación, su grado de confianza en la voz que da forma a las ideas, la lucidez que le impide caer en el sentimentalismo, la ironía, pero también la emoción forman una estructura poemática personal que hace difícil rastrear las influencias mutuas que, sin duda, han debido producirse. La experiencia de la enfermedad está muy presente en estos poemas, pero nos atrevemos a decir que el tema de la muerte no es el epicentro. Hay poemas agridulces, en los que se mezclan sensaciones ambivalentes, como los dedicados al fallecimiento de su padre, «Hospitalizado» y «Viaje: después de una muerte», pero la propia muerte no es tratada de forma directa, quizá porque la certidumbre de una vida con fecha de caducidad convierte la existencia en una carrera de resistencia más que en un canto al hecho de seguir vivo (el poema «La esposa enferma», no incluido en esta selección puede ser uno de los más despiadados de su producción: «La esposa enferma permaneció en el coche/ mientras él hacía la compra./ Sin tener aún cincuenta años/ ha aprendido lo que es no poder/ abotonar un botón» [Trad. Hilario Barrero]). La riqueza léxica, que contribuye a acentuar la precisión, la ternura, la complicidad con la describe los detalles más insignificantes demuestran que Jane Kenyon confiaba, aunque, es verdad, con cierto escepticismo, en el poder salvífico del lenguaje, como expresa en estos versos «Creo en los milagros del arte pero, qué/ prodigio te mantendrá a salvo junto a mí», versos grabados en su tumba.

La segunda parte del libro está integrada por poemas de Donad Hall, compañero de Jane Kenyon y uno de los poetas vivos más importantes de las letras estadounidenses. Aunque, como he reseñado, se puedan percibir influencias mutuas entre ambos, la poesía de Hall se diversifica más en el entorno, es una poesía de visión contemplativa enraizada en el paisaje que les circunda, es una escritura de mirada hacia afuera, por supuesto, sin excluir el propio examen interior. «La poesía de Donald Hall —escribe Vélez Otero— explora la nostalgia por un pasado bucólico y refleja la afición que el poeta muestra por la naturaleza y por el uso de un lenguaje directo y sencillo que a veces se conjuga con una imaginería surrealista», aunque la selección de los poemas que integran este volumen se centre en aquellos aspectos que determinaron la vida en común. Poemas como «Pelota de tenis» o «El sonido del buque» son realmente conmovedores: «Todas las mañanas hacía mi ruta/ por pasillos, ascensores,/ y controles hasta la habitación de Jane…». No es fácil lidiar con la experiencia de la enfermedad y menos aún con la de la muerte. Muchos poetas fracasan en el intento de racionalizarla, pero creo que tanto Jane Kenyon como Donald Hall son un perfecto ejemplo de sobriedad, de entereza, de plantar cara a la realidad: «celebremos la lujuria/ aunque nos ronde la Muerte», escribe Hall. Escribir y sentir son cosas diferentes, pero la escritura aún nos sirve a los letraheridos para conjurar maleficios, para seguir viviendo. No evade de la realidad, no dulcifica los hechos, pero ayuda a sobrellevarlos, como ejemplifican, por citar a otras dos grandísimas poetas, estos poemas.

DENISE LEVERTOV

«Estabas en tu cama de hospital, tendida y

enamorada, con los odios

que te habían seguido como

la cola de un cometa, consumidos

igual que tus desastres nacidos del amor,

consumidos

mientras el dolor y las drogas

peleaban adentro tuyo como dos hermanas-

flotabas en un mar

de amor y de dolor…»

Trad. Sandra Toro

JO SHAPCOTT

Las Muertes

Pensé que conocía a mi muerte.

Pensé que se daría a conocer

con todos esos pequeños crujidos

y quejidos de los que se oye hablar,

que nos haríamos amigas y daríamos

nuestros paseos como dos borrachas

con ella parloteando dentro de mí

acerca de nódulos y arterias

y de su obsequio de dolor que sería

demasiado grande para envolverlo,

que en algún momento durante el cortejo

ella me podría ojitos y

yo implosionaría como un mango maduro.

Trad. Andrés Catalán

RICKEY LAURENTIIS. GÓTICO MERIDIONAL

11 viernes Sep 2015

Posted by carlosalcorta in Versiones

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RICKEY LAURENTIIS

GÓTICO MERIDIONAL

Sobre los muertos que tienen a su disposición

todas las variedades de conocimientos,

algunos puros, otros perversos, especialmente

sobre lo que es el futuro, y la historia que permanece

una vez que las aguas retroceden, dejando al descubierto la tierra

que no pudo repelerlas o contenerlas, y la tierra,

que no es nueva, es añil, es antigua, viva

como todos los árboles que se adaptan y florecen están vivos,

un simple pino, un roble, una grande magnolia, dijo

le dan miedo, eso que se encierran en un inmenso

mutismo: en algún momento un niño se resbalará

trepando y se ahogará, pero el mito sabe por qué,

en algún momento un niño se mecerá con las hojas.

Versión de Carlos Alcorta

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