JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS. VIDA SECRETA. TUSQUETS EDITORES, 2015
Después de varios años de silencio poético, Javier Rodríguez Marcos publica un nuevo libro de poemas, Vida secreta, algo digno de reseñar teniendo en cuenta la brevedad de su obra y la década larga que ha transcurrido desde su última comparecencia editorial en dicho ámbito. Recordemos que su primer libro, Naufragio, data de 1995. Mientras arden, que fue galardonado con el Premio de Poesía Hiperión, es de 1997 y Frágil, que obtuvo el Premio Ojo Crítico de Radio Nacional de 2002. Distintos poemas suyos han aparecido mientras tanto en revistas y en la mayoría de antologías sincrónicas que se han elaborado en los últimos años, como La lógica de Orfeo de Luis Antonio de Villena o Última poesía española (1990-2005) de Rafael Morales Barba.
Fiel a esa construcción morigerada de su universo poético, Rodríguez Marcos nos entrega en Vida secreta una treintena escasa de poemas no muy extensos generalmente que destilan lo mejor de una voz que se ha hecho a sí misma con lentitud, con introspección, huyendo de los efectos inmediatos, buscando su propia verdad como poeta, como ser humano no en lo asombroso o en lo extraordinario, sino en la cotidianidad de su propio mundo interior y esto lo logra afirmándose, pero también desdiciéndose, contradiciéndose, transformando su poética anterior, evolucionando, porque Rodríguez Marcos es un poeta que no rehúye el riesgo de buscar nuevas formulaciones textuales a su indagación, indagación de carácter moral, pero también con atributos metalingüísticos y de naturaleza ontológica. «Yo prefiero los que asumen algún riesgo y, siendo más imperfectos, alteran la circulación de la sangre buscando menos la perfección que la emoción», afirma al explicar su poética y uno, como lector, no puede más que estar de acuerdo con esa idea porque es en la asunción de riesgos donde se manifiesta mejor la voluntad de vivir y de comprender el mundo que nos rodea. «Las palabras son/ animales salvajes» y todos sabemos que los animales salvajes son más peligrosas cuando están heridas o instigadas, por eso conviene mostrarse respetuoso con ellos. Las palabras ayudan a restituir el pasado, a rememorar la infancia, pero el poeta ha de ser muy cauteloso con ellas porque al menor descuido desconfían y se vuelven esquivas. La verosimilitud pasará entonces a ser una moneda de cambio útil para el lector, pero no será, necesariamente, provechosa para el poeta. Estos poemas narran la vida secreta de un muchacho que sale al ruedo de la vida desde su pueblo natal con la ternura que proporciona el paso del tiempo. Ese muchacho es ya un hombre maduro que «se hizo mayor» y ha visto como sus «mayores pasaron/ de la viña al asilo/ sin pasar por la fábrica», que ha sido testigo de la transformación del paisaje, de la enfermedad y la muerte de seres queridos: «Con una mezcla ácida de soledad, egoísmo,/rabia, pena, cansancio, lástima/ de sí mismo,/ el muerto escribe:/ Amén». U hombre que tiene, en fin, el rostro surcado por las cicatrices de la vida. No hay sentimentalismo lacrimoso en estos poemas, pero sí hay confesionalismo, testimonio contenido de la experiencia personal, pintura al fresco que trata de reflejar un aura de verdad en el instante mismo en el que se describe. Dos citas de Nietzsche transcritas en la nota final del libro abundan en esta idea: «Los poetas carecen de pudor respecto a sus vivencias: las explotan» y «Hablar mucho de sí mismo es una forma de ocultarse». Mostrarse a la vez que uno se oculta, en esta paradoja reside la seducción del lenguaje. La paradoja se vale de innumerables artimañas, un paisaje de Ortega Muñoz, unos versos de Garcilaso (un autor especialmente querido por Javier Rodríguez Marcos), un reportaje de Informe Semanal o un cuadro de Kuitica para construir su red de significados, esos significados sobre los que «los poetas deben/ sacar sus conclusiones».
Vida secreta es el libro de un poeta paciente que extrae la esencia de la realidad sin arbitrariedades ni falsas promesas paradisíacas. No encontramos en los poemas que lo integran apología de la esperanza pero tampoco se instalan en un escepticismo estéril. Estos poemas nos hablan sobre las grandes verdades del ser humano sin alzar la voz pero con la contundencia de alguien que es muy consciente de los artificios del lenguaje, un lenguaje que se resiste a ser domesticado, un lenguaje a veces salvaje y exigente. La amenaza de una interpretación errónea es notoria. Ese es el riesgo pero también la recompensa. Javier Rodríguez Marcos es consciente de ello, por eso escribe casi a modo de advertencia versos como estos: «Poesía, santidad y locura/ requieren para ser verdaderas/ una mínima dosis de irracionalidad y yo/ (voy contra mi interés/ al confesarlo) soy/ tal como veis que soy,/ un ser desconfiado, un pobre hombre,/ un santo sin piedad,/ un perro triste,/ un loco triste-/ mente/ razonable».