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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: octubre 2022

KARMELO C. IRIBARREN.  NOMBRE ES K. AUTORRETRATOS 1995-2021

31 lunes Oct 2022

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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KARMELO C. IRIBARREN.  NOMBRE ES K. AUTORRETRATOS 1995-2021

EDITORIAL PAPELES DEL NÁUFRAGO.

La colección Calcomanías, dirigida por el infatigable Antoni Lafarque y por Aníbal García, comienza con uno de los poetas más leídos de los últimos años, el donostiarra de 1959, Karmelo Iribarren. Como el subtítulo indica, son poemas de carácter autorreferencial, puesto que, de forma directa unas veces, y de manera velada otras, dibujan un autorretrato emocional del autor. Los poemas forman una breve antología de carácter temático y trazan un recorrido por los diversos rostros, externos e internos, de Iribarren a lo largo de los años. «Tengo la sensación ―escribe― de que aquel personaje apenas esbozado en los primeros libros, y que se me parecía aun lejanamente, ha ido tomando forma y protagonismo en los últimos hasta el punto de hacer que me pregunte si no será él quien manda de verdad em muestra relación especular; si no será él el modelo y yo solo el rostro que, desde la penumbra, pugna por emerger y parecérsele». La singular facilidad de Iribarren a la hora de trasmitir sus emociones y sus incertidumbres con una economía lingüística ejemplar se deja notar desde el primer poema, «Desde la cuna». Aparecen aquí ya ese desencanto y esa melancolía tan propios de su estética, la conciencia de la fugacidad de las cosas terrenales: «Que la felicidad /está siempre de paso, / yo lo aprendí muy pronto». Cada poema de este libro configura un autorretrato que se va construyendo desde los recuerdos de la infancia ―«aquella infancia / en la que me prohibieron / ser feliz…»― no siempre idílica, ni mucho menos: la sensación de abandono. el internado, las calles «retorcidas» de un barrio marginal. Pese a estas experiencias dolorosas, y gracias a que la memoria se encarga del proceso de selección de los recuerdos, se impone esa mirada nostálgica de quien volvería a vivir ese pasado: «Ni una mujer / ni una idea, / lo mejor de mi vida / te lo quedaste tú, / tus calles, / tus tabernas, / aquellas noches de sábado / en las que todo era posible…». Probablemente, con los años, la sensación de fracaso se acentúe y los primeros años de nuestra vida sean objeto una mayor dosis de benevolencia. Náufragos en el océano de nuestra existencia, llega un momento en el que el único fin es llegar sano y salvo a la orilla, a cualquier orilla que nos permita disfrutar del merecido descanso: «Uno ya solo quiere llegar / al día siguiente, sin / sobresaltos…[…] Seguir vivo sin más» o, como escribe en otro poema, con «la esperanza reducida / a llegar al día siguiente, / el paraguas siempre a mano». Hay, claro, toda una filosofía de vida tras estos versos, la filosofía del realista, la de quien no se deja engañar por falsos momentos de alegría y manifiesta una especie de intimidad adaptativa. El gesto adusto que muestra el rostro del poeta en los retratos físicos no es más que la prolongación del retrato interior que desvelan los poemas. En ambos espejos el poeta confirma que es un ser con preocupaciones comunes, un hombre como otros, alguien que no es nadie, «solo uno más/ que pasaba por allí», pero alguien al que las circunstancias podrían haber convertido en otro, otro sobre quien solo podemos especular, aunque el poeta imagina con un destino más favorable: «A veces pienso en el otro, / el que no me atreví a ser. // el que estaría en este instante a su lado, /y no el que está aquí / escribiendo estas palabras». Estar descontento con quien uno es también dibuja el autorretrato, el de las formas que menos nos enorgullecen. Por experiencia sabemos que la infelicidad deja marcas más imperecederas en la conciencia que la dicha. Otra cosa es que el poeta las “recicle” para hacer más soportable esa ingrata sensación de fracaso difícil de erradicar y que, cuando se llega a la «edad difícil ―esa que marca el fin / de las opciones―», si no se digiere con precaución, puede afectar a las ganas de vivir. «Envejecer, morir / es el único argumento de la obra», escribió Jaime Gil de Biedma, fruto, tal vez, de una pose poética más que de una verdad existencial, y estos versos podrían también grabarse en el frontispicio poético ―confío en que no vital― de Karmelo C. Irbarren, a quien los años han enseñado a diferenciar las cosas importantes de las insignificantes. Maestro en el arte de lo conciso, la poesía de Iribarren no necesita recurrir a lo metafórico para mostrarnos la realidad. Sus palabras son las nuestras, unas palabras que no mientes, que ayudan, pese a la crudeza, a envejecer con dignidad. Su fraseo es conversacional y el argumento de los poemas es su propia biografía, que también puede ser la nuestra. Cada lector debe hacer un listado de las cosas imprescindibles, aquellas que justifican una vida, porque, como escribe en el poema «Lo demás son historias». Estamos frente a una poesía de la decepción, pero es esta una decepción controlada que encierra una forma de pensar y de sentir propios a través de la relación del autor con la realidad, con el mundo, con su mundo, que solo a veces es el nuestro.

  • Reseña publicada en El Diario Montañés, 28/10/2022
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JULIÁN CAÑIZARES MATA. SETENTA SALUDOS

24 lunes Oct 2022

Posted by carlosalcorta in Miscelánea

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JULIÁN CAÑIZARES MATA. SETENTA SALUDOS. EDITORIAL: SILTOLÁ POESÍA

La poesía de Julián Cañizares Mata (Albacete, 1972) guarda similitudes con la poesía confesional ―«Sólo soy / un hombre que ama. / Un hombre que da todo lo que tiene, / que necesita un sí para vivir en brazos», escribe en el primer poema de “Setenta saludos”―, con la poesía de crítica histórica y social―«Yo te pegué una hostia. / Tú me pegaste una hostia. / los dientes fundaron un partido político»―, con la poesía satírica ―«Tuve un hijo y todo lo demás dejó de importarme. / Dejó de importarme el devenir de la poesía española. / Dejó de importarme la política nefasta y el olor a cruz…»― y con la poesía vanguardista―«Aunque un niño llame pajarraco a un pájaro, / el pájaro seguirá siendo una tonelada de jardines»―, muy presente desde los propios títulos de los poemas. Por otra parte, el lenguaje utilizado, a menudo desenfadado, con cierto aire burlón, nos induce a pensar que el autor, deliberadamente, intenta jugar con el lector, ofreciéndole un “producto” en apariencia liviano, superficial, intrascendente, en que, acaso su única ambición consista en romper los patrones de la poesía más convencional, más rígida y atenta a los ritmos y asuntos tradicionales, desgastados por el uso y, por ende, menos propensos a aventurarse lejos de los temas y las formas más trilladas. Creo en todo lo dicho anteriormente hay cierto grado de verdad, pero quedarnos en ello sería mirar con anteojeras. Por detrás de esa aparente falta de ambición se asoma una profunda reflexión sobre, entre otras cosas, los mecanismos del poder. De ahí que el núcleo temático de “Setenta saludos” se articule en torno a la violencia. Muchos son las perspectivas versales desde las que se enfoca su origen y su repercusión, siempre colectiva, aunque comience desde un acto individual, incluso íntimo. Veamos algunos ejemplos: «y la violencia es no pararse a pensar / por qué las cosas ocurren y no mejoran», «La violencia no es un fin en sí mismo. / Es un mecanismo de defensa…», «Lo que es violento es no vivir siempre. / Es no ver el paisaje recién visto. Es no saber / qué ocurrió con tu hijo…». Esa violencia no es solo patrimonio de actos beligerantes, se manifiesta también, y de modo más amenazante por lo disimulado, en nuestros actos cotidianos. Ese es el ámbito que trata de esclarecer Julián Cañizares en sus poemas. La violencia subyacente se hace presente en nuestra forma de ignorar ciertas agresiones, ciertos acontecimientos del pasado: «Olvidar es violencia», escribe. Ese mecanismo de defensa al que hemos hecho alusión actúa contra qué, pues, al parecer, contra todo aquello que nos agrede en la vida diaria, contra todo aquello que nos esclaviza y nos desasosiega, sin apenas ser conscientes de ello, contra la futilidad y el paso del tiempo: «Doy mi vida al amor, porque es lo único que vence al tiempo» o, más que vencerlo, lo desafía, escribe, pero también son suyos estos versos que lo contradicen: «No debe bastar solo con el amor. / Tiene que haber algo más, / que me haga seguir buscando, / que me tenga en vela toda la vida». El peculiar modo de aproximarse a lo real de Cañizares nos muestra una realidad poco común, plagada de recovecos y fragmentaciones, de alusiones que sugieren más que afirman: «Lo más importante / de la continuidad de la vida / es saber que todo se transforma, / pero la esencia siempre es la misma». Esta alusión al principio de Lavoisier es un ejemplo excelente de esa idea. Con un lenguaje sin alardes, alejado de los tópicos más frecuentes de cierta poesía española anclada en formulaciones obsoletas. Además de la frescura de su propuesta, es notoria su veta irracional,  pero repleta de una fuerte carga metafórica y la colisión permanente entre la elaboración figurativa del discurso y su expresión formal, con la que va construyendo un mundo a su medida, hecho con materiales como la incertidumbre, la reflexión cívica y moral y un claro anclaje metafísico: «La violencia / es notable, porque existe su profundo / y perseguidor pensamiento». No sorprende, por tanto, que sea el poema otro de las herramientas ―recordemos que antes mencionó el amor― con las que desarmar el engranaje de la violencia. Un poema de amor es, por tanto, la combinación perfecta: «no se me ocurre otra idea mejor, menos mala, / de acabar con la violencia», escribe en «Quince despertares», porque, más dura que la violencia coyuntural, que la violencia bélica, laboral o de género, es, como señalábamos al principio, esa violencia casi invisible, la cotidiana que resumen estos versos: «Lo que es violento es no vivir siempre. / Es no ver el paisaje recién visto. Es no saber / qué pasó con tu hijo…», y la única forma de atenuar esos efectos reside en no dejarse perturbar, en encarar el tránsito cotidiano con alegría y una cierta visión épica de la existencia.

  • Reseña publicada en El Diario Montañés, 21/10/2022

UN PUÑADO DE TIERRA. POESÍA Y PINTURA EN UCRANI

18 martes Oct 2022

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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UN PUÑADO DE TIERRA. POESÍA Y PINTURA EN UCRANIA. EDICIÓN BILINGÜE. TRADUCCIÓN DE LUIS GÓMEZ DE ARANDA Y OLENA KÚRCHENKO.  EDITORIAL REINO DE CORDELIA
 
La invasión de Ucrania por parte Rusia, utilizando excusas del todo peregrinas, ha provocado una ola de solidaridad por toda Europa y América. No es este el lugar para analizar las consecuencias de esta invasión y la guerra de liberación que ha emprendido el pueblo ucraniano, más allá de las repercusiones económicas visibles en el día a día, lo que sí podemos es felicitarnos por la unanimidad occidental a la hora de condenar esta agresión. Paliar la tragedia que está sufriendo la población ucraniana es una tarea titánica que requiere de la implicación de todos los sectores de la sociedad. La música, el arte, la literatura también pueden aportar su granito de arena para sensibilizar al espectador en la distancia de este despropósito. En este sentido podemos hablar de la antología de poesía y pintura de Ucrania “Un puñado de tierra”, que, en edición bilingüe, traducida por Luis Gómez de Aranda y Olena Kúrchenko, ha puesto en nuestras manos la editorial Reino de Cordelia. La integran veinticinco poetas ―la mayoría, por no decir todos, desconocidos para el público lector español― y abarca un periodo temporal de unos doscientos años, desde el comienzo del siglo XIX hasta comienzos del XXI. «Es muy importante señalar ―escribe Oksana Slipushko― que la gran mayoría de los textos presentados aquí se traducen al idioma castellano por primera vez […] La selección de los poemas fue hecha por los traductores de acuerdo con su criterio personal. El análisis de los textos y de los autores seleccionados ―afirma Slipushko― indica que prevalece el criterio artístico-estético que está entera y completamente justificado». Esto último, a mi modo de ver, no es del todo cierto, como después veremos. De hecho, la misma autora lo reconoce posteriormente cuando dice que «aparte del criterio artístico-estético los recopiladores-traductores se rigen asimismo por el principio nacional». Supongo que las actuales circunstancias justifican este decalaje, aunque en el aspecto literario me crea algunas dudas. La conveniencia de utilizar este criterio tan decantado hacia lo patriótico puede habernos privado de conocer a otros autores menos, digámoslo así, comprometidos, más intimistas y líricos, o a que algunos de los autores representados gozaran de mayor representación (en este aspecto, los casos de Iván Franko (1856-1916), Pavló Tychyna (1891-1967), Lesia Ukrayinka (1871-1913), la única mujer seleccionada, y Mykola Bazhán (1904-1983) son una agradable excepción).
En los poetas del siglo XIX aquí seleccionados predomina una visión un tanto bucólica de la naturaleza. La identificación del poeta con los elementos naturales, con la madre tierra y su magnificencia, con los productivos campos y los ríos que los bañan conforman un profundo sentido de identidad. Un poeta como Tarás Shevchenco, uno de los mejor representados en esta antología, resalta en sus poemas el tono épico desde su primer poema seleccionado: «A los muertos y a los vivos, a los que nazcan mañana, mi mensaje sobre Ucrania, mi palabra», del que extraemos versos como estos: «Arrepentíos, ahora / pues muy cerca el mal acecha / y la gente ha de romper / pronto yugos y cadenas. Las llanuras, las colinas / gritarán, de las riberas / vuestra sangre ha de fluir / por cien ríos hasta el mar», que parecen dictados por la actualidad, aunque está escrito en 1845, cuando su territorio estaba divido entre el Imperio Ruso y el Imperio Astrohúngaro (desde la disolución del Rus de Kiev, la historia de Ucrania está plagada de divisiones territoriales y ha sido campo de batalla de innumerables guerras), de ahí que escriba en otro poema: «Fui nacido, / privado de albedrío y entre ajenos» y exhorte a sus compatriotas a romper «ya las cadenas, / regad la libertad / con la sangre enemiga». Otro de los poetas marcadamente nacionalistas es Vlodomir Sosiura (1898-1965), quien, presa de ese arrebato patriótico, escribe en 1944, estando ya Ucrania bajo el yugo de la URSS: «La patria la llevamos / en cada pensamiento. Nuestra tierra / flamea, como ardiendo en la sonrisa, / los ojos de los niños».  Lo mismo podemos decir de Vasyl Symonenko (1935-1963), poeta de vida muy breve, quien, visiblemente arrebatado, escribe: «Canciones me enseñaron el respeto // y el amor a mi patria, porque ella / es única en el mundo, sus palabras / y sueños son la fuente de los míos / y es ella quien me nutre con su fuerza». El tema de la libertad aparece en otros poetas de forma simbólica en muchas ocasiones, con alusiones melancólicas a la naturaleza, al viento, al cielo, pero también a las aves y los pájaros, aunque lo que prevalece, como ha sido sin duda la intención, es el tono hímnico, con el que acabamos este comentario, no sin antes mencionar el acierto que ha supuesto la reproducción de casi una treintena de obras de artistas ucranianos, insertadas con acierto en el ordenamiento del libro, de un poema del citado Symonenko: «¡Tú eres para mí siempre un milagro! / Ucrania, madre hermosa y con coraje, / y así pasan los años, nunca dejo/ mi patria, algún momento de admirarte… // Por ti siembro yo perlas en el alma, / por ti pienso y trabajo, simplemente. ¡Américas y Rusias que se callen, / pues hablo yo contigo solamente!».
Reseña publicada en elcuadernodigital, 19/10/2022

ANTONIO JIMÉNEZ MILLÁN. NOCHE EN PARÍS

17 lunes Oct 2022

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ANTONIO JIMÉNEZ MILLÁN. NOCHE EN PARÍS. XII PREMIO IBEROAMERICANO DE POESÍA HERMANOS MACHADO. COLECCIÓN VANDALIA.
La trayectoria de Antonio Jiménez Millán (Málaga, 1954) es, sin duda alguna, una de las más firmes y consecuentes del panorama poético español. Publicó su primer libro en 1983 y desde entonces, sin hacer gratuitos experimentos con el lenguaje, ha ido trazando una sólida línea estética fundamentada en la propia biografía. Jiménez Millán es consciente de que la poesía no consiste en explicitar sentimientos y emociones, sino en trasmitir una experiencia, por esa razón el personaje que protagoniza los poemas ―tan parecido y, a la vez, tan distinto del autor― gracias a ese proceso inefable de trasmutación que realiza el lenguaje revive su vida, profundiza en los abismos de la memoria y toma conciencia no solo de éxitos y alegrías, sino de esperanzas frustradas, de fracasos y decepciones. Para tratar de entender la realidad en la que vive explora los recuerdos, los contextualiza, pero no los idealiza, porque esa es la única forma de encontrar una explicación a las perplejidades e incertidumbres que asolan a todo ser humano. En el proceso de escritura Jiménez Millán se adentra en el pasado, en la infancia, origen, al fin y al cabo, de lo que fuimos y de lo que somos.
     “Noche en París”, título del libro, pero también título de una de las secciones, es un libro heterogéneo en su estructura. La versatilidad compositiva del autor queda patente en el uso de diferentes patrones formales que van desde el haiku, al poema en prosa, pasando por el soneto o el verso discursivo. Tal amalgama posee, sin embargo, una finalidad común, excavar en los cimientos de la memoria para reconstruir con mesura, pero sin condescendía, las piezas de esa educación sentimental que ha configurado el presente del autor, este que ahora, en la edad madura, echa la vista atrás y trata de encontrar el equilibrio entre la manera de analizar la realidad en las distintas etapas de su vida y la mirada actual, cargada con el peso de la experiencia. No debemos olvidar que su libro anterior se titulaba “Biología, historia” y, como en este libro, en “Noche en París”, detectar la connivencia entre la evolución personal y los acontecimientos históricos resulta imprescindible para percibir en toda su intensidad la intención última de los poemas, intención que no es otra, a nuestro juicio, que poner coto a los embates del tiempo, prolongar la existencia gracias al don de la escritura, incluso más allá de la propia existencia física, eso sí, sin perder de vista aquello que el desaparecido Antonio Cabrera llamó el “temblor moral”, expuesto, en su caso, de una forma elusiva aunque sin pretensiones metafísicas. En los poemas de Jiménez Millán abundan las referencias espaciales y temporales, y con esa información facilita al lector los medios para identificarse con lo leído, pese a que, es evidente, este sea solo un fin accidental, no fundacional.
     En la primera sección, «Memoria del agua», el autor revisita instantes del pasado, de la infancia y se decanta por el poder de los recuerdos: «les protegían de la intemperie, / del miedo y de la angustia del pasado / y de la incertidumbre del futuro» ―idea esta recurrente en varios poemas―, rescata la voz de los amigos muertos, como Joan Margarit o José Carlos Cataño («Hoy ha muerto un amigo. / Teníamos la misma edad. / Cerca de mí la incertidumbre, el miedo» y, probablemente aspirando a compartir memoria, dedica muchos de los poemas a sus amigos. Formalmente combina haikus con poemas discursivos en los que combina diferentes metros con una maestría digna de elogio.
     «Retratos», la segunda sección, la más breve, está integrada por poemas-homenaje a personajes que formaron parte de su pasado, aunque solo fuera como presencias fantasmales, y a autores como Pessoa o Dickens a través de sus personajes de un modo más que laudatorio, didáctico. Un conjunto de poemas en prosa componen la sección central del libro, “Noche en París”, que, pese al título, incluye poemas que rozan la ciudad solo de forma tangencial, como «Fuerteventura en París, 1924» o ni siquiera hacen alusión a ella, como «Paseos por Roma (1829)» o «El otro reino de la muerte», extremo que puede desconcertar al lector que no perciba el carácter simbólico de la ciudad, vista con los ojos del adolescente y del muchacho que la visitaba cargado de ilusiones y de expectativas. La realidad es ahora otra, y en el poema «Estratos» deja constancia de ello: «Hablar de una ciudad que ya no existe. Nos ha pasado a muchos, cuando la ruina y la especulación han destruido un territorio familiar y la memoria cubre los solares yermos».
     La penúltima sección, «Fragilidad», integrada por cinco sonetos escritos durante el confinamiento, revela el temor, la incertidumbre que generó el virus: «No es sueño ni ficción: es realidad. / Es una inesperada distopía / que toma la ciudad como escenario». “Noche en París” finaliza con «Sentimental mood», sección llena de poemas memorables, como esos homenajes a la música en «Homenaje», dedicado a Aute, o «Memoria» a Duke Ellington y John Coltrane, porque «La música le lleva a un esplendor de días, a un rastro inolvidable de noches…», las noches de París.
·         Reseña publicada en El Diario Montañés, 14/10/2022

PEDRO LUIS MENÉNDEZ. CANTOS (1979-2022).

10 lunes Oct 2022

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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PEDRO LUIS MENÉNDEZ. CANTOS (1979-2022). BAJAMAR EDITORES
 
Recoge este volumen cinco poemas extensos ya publicados previamente con el añadido de un conjunto de 24 poemas que conforman un libro hasta ahora inédito, “Donde sea que vayas”, de escritura más reciente. Pedro Luis Menéndez (Gijón, 1958) comenzó a publicar siendo muy joven, en 1978, y continuó haciendo con regularidad en la década de los ochenta, con alguna incursión en los años noventa. Después llegaron años de sequía editorial y será en 2018, año en el que da a las prensas un nuevo título, esta vez de prosa, “Postales desde el balcón”, un hermoso libro tanto por su contenido como por su factura exterior, cuando regrese a las librerías. Posteriormente aparecen “La vida menguante” (2019) ―libro escrito un lustro antes― y “Ciudad varada” (2020), uno de los libros-río incluidos en “Cantos (1979-2022).
   La historia del poema extenso se remonta, como mínimo, a “El preludio” (1799), del poeta romántico inglés William Wordsworth. Desde entonces muchos han sido los autores que lo han frecuentado, entre los que destacamos a Ezra Pound, con sus “Cantos”, Walt Whitman con su “Canto a mí mismo”, T. S. Eliot y “The Waste Land”, William Carlos Williams con “Paterson”, Anna Ajmátivoa y “Poema sin héroe (1940-1962)”. Por ceñirnos al ámbito hispánico, podemos citar los títulos “Espacio” de Juan Ramón Jiménez, “Pasado en claro”, de Octavio Paz; “Altazor” de Huidobro, “Fin del mundo” de Pablo Neruda, “Metropolitano” de Carlos Barral o “El poema inacabado” de Gabriel Ferrater y, de épocas más recientes, varios de los títulos del poeta malagueño Álvaro García o Juan Carlos Mestre y “La tumba de Keats”. Se inserta así Pedro Luis Menéndez, en una tradición plenamente asentada, la del poema extenso que, según afirma Juan José Rastrollo Torres, «pretende aunar espacio y tiempo y, a la vez, presente con pasado y futuro —regresando continuamente a su origen—, yuxtapone el plano objetivo con la mirada subjetiva; en fin, reconcilia la dimensión exterior con la interior trascendiendo hacia lo metafísico de modo que lo literario se confunde con lo plástico, lo musical y lo filosófico».
Comienza el volumen con “Canto de los sacerdotes de Noega”, libro escrito en 1979 pero publicado en 1985. Noega, un castro celta situado cerca de la actual Gijón, fue fundado por los cilúrnigos, una gens de los astures. Una vez conquistada la península por los romanos se convirtió en Noega. Precisamente, sendas citas de autores romanos encabezan este largo poema con cierto espíritu redentor: «vuelve ahora / que tu pueblo ha caído / al fondo del silencio / como una nube densa / de traición y engaño, vuelve / ahora y repite / la hazaña de aquel tiempo».
“Segundo canto de la ciudad” data de 1984 y fue incluido en la antología “Trece poetas. Asturias 1972-1985”, en 1986. Está escrito en versos imparisílabos y su argumento parece proceder de una especie de ensoñación de carácter fundacional que remite al origen violento de las urbes, fuente de transformaciones sociales en la humanidad no siempre benéficos. El “Canto tercero” fue escrito en 1989. De extensión muy superior a los precedentes, gracias al efecto salmódico de las repeticiones, consigue crear una atmósfera casi onírica. La figura de Prometeo, aun sin ser nombrada, alimenta la reflexión del poeta, que se pregunta qué hemos hecho con el fuego que el titán robo a los dioses, cuál es el destino que hemos dado a ese regalo: «la conciencia del fuego es toda la tristeza / pero nosotros somos la tristeza, / ahora que nos queda tan sólo / reunirnos de amor / contra la soledad de un mal invierno, / permanecer sin más / contra la orilla de los supervivientes, / añorar los naufragios / y recordar unidos las derrotas del tiempo…». Aparecen también en el poema los «hombres huecos» eloitianos, hombres que la modernidad ha convertido en seres desencantados, vacíos.
“Canto de los niños de Sarajevo”, nace, como el propio autor explica, «a raíz del asedio sufrido por la ciudad que se convirtió en símbolo de la resistencia civil frente a la barbarie serbia». Es, sin duda, el poema más narrativo, casi un reportaje que recuerda al poema «Réquiem» de José Hierro. El último poema extenso es “Ciudad varada”, «una ciudad como tantas». Menéndez da cuenta de unas personas comunes cuya cotidianidad se ve alterada por una guerra innominada: «Cuando a fin repican todas las alarmas, / cada uno sabe con exactitud / qué debe hacer En sentido inverso, podemos relacionar este largo poema con los epitafios que Edgar Lee Master escribo para su “Antología de Spoon River”. La lógica interna es similar, y el destino de los habitantes parece ser el mismo. El libro finaliza con “Donde sea que vayas”, 24 poemas «escritos con vocación de continuidad», cuyo tema aglutinador es la llegada de la vejez y el horizonte de la muerte como destino final. No hay en estos poemas imprecaciones ni resignación. Las consecuencias del paso del tiempo se asumen con sabiduría, sin nostalgia ni mala conciencia: «los años por venir son ya los menos / y nadie en el después podrá salvarnos / de todo cuanto fuimos». La escritura, y este último título es un buen ejemplo, si no mitiga la incertidumbre, sí que alivia el desorden de la existencia. El azar gobierna nuestra existencia, pero en estos poemas es la mano del autor la que lo domestica.
·         Reseña publicada en El Diario Montañés, 7/10/2022
 

LUIS GARCÍA MONTERO. UN AÑO Y TRES MESES.

03 lunes Oct 2022

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LUIS GARCÍA MONTERO. UN AÑO Y TRES MESES.

TUSQUETS EDITORES

Una de los preceptos básicos a la hora de enfrentarse a la página en blanco se refiere a la necesidad de dejar que la emoción repose antes de coger la pluma. Lo dijo el poeta romántico inglés William Wordsworth en 1798 en el prólogo a “Baladas liricas”: el poema es una emoción recordada en tranquilidad, de lo que se deduce que escribir “en caliente” no suele dar buenos frutos, sin embargo, hay ejemplos que contradicen esta especie de norma universal. Recordamos, entre los más recientes, el conmovedor libro de Joan Margarit, “Joana”, escrito durante los meses precedentes a la muerte de su hija. «A mí no me interesaba lo que no pudiera escribir en caliente», declaró el poeta. Es una excepción a tener en cuenta que dice más de la combinación del impulso poético con el amor paternofilial de Margarit que del mismo proceso de escritura. Viene todo esto a cuento del último libro de Luis García Montero, “Un año y tres meses”. El título hace alusión al tiempo transcurrido entre el momento que detectan la mortal enfermedad a su pareja, Almudena Grandes, en septiembre de 2020 y el día de su fallecimiento, el 27 de noviembre del pasado año. Quince meses en los que se alternaron estados de ánimo y esperanza con otros de pesimismo y resignación. Alguien como nuestro poeta, para quien la poesía ofrece consuelo y da razones para seguir viviendo, tenía que buscar refugio en el ámbito de las palabras para dejar testimonio del amor que se profesaban, para intentar comprender la incertidumbre que teñía de los actos cotidianos, como si solo al escribir de la tragedia y compartirla con la soledad de la página, esta doliera menos, pero también para declarar el amor, para aferrarse a él como a una tabla de salvación. Evidentemente, los riesgos de caer en las redes del patetismo y de banalizar la intimidad son muy altos. Solo poetas de la talla del citado Margarit ―que falleció unos meses antes― o de García Montero son capaces de sortearlos. 

     El libro tiene dos partes bien diferenciadas. En la primera de ellas el protagonismo lo acapara el desarrollo de la enfermedad. «No es lo mismo un secreto que un misterio», escribe, probablemente fruto del desasosiego que provoca el desconocimiento, un desasosiego que crece en el insomnio, cuando se difuminan los contornos de la realidad ―«Me das tus sueños al vivir los míos»― y se superponen secuencias temporales. La complicidad es un entrenamiento que ha de realizarse sin interrupción. No es fácil asumir «la verdad en las ficciones», pero es absolutamente necesario para seguir afirmándose en la vida, para mirar la cotidianidad con otros ojos mientras la enfermedad avanza inexorable, minando las esperanzas de curación. El mundo se convierte así «en un hotel / sin libro de reclamaciones». La hermosa metáfora lleva en su seno una cruel sensación de impotencia que el lector debe asumir porque ese es uno de los principios de la poesía, la fidelidad a las exigencias del lenguaje por encima de consideraciones emocionales. García Montero lo sabe como nadie y consigue sublimar esa emoción, con palabras serenas, contenidas, sin perder la intensidad de la ocasión. Muchas sensaciones, a veces contrapuestas, se dan cita en estos poemas. De la esperanza se pasa a la decepción, de la asunción de la enfermedad a la imprecación ―siempre como en sordina― y la capacidad de resistencia, del temor del presente a la felicidad que proporcionan los recuerdos, el amor compartido. «Una historia de amor es un viajero / que se sienta en la mesa pata hablar de la vida», escribe en el poema «Asuntos familiares». El poeta, testigo de la decadencia de la persona amada, acaba por plantearse «si es peor / la suerte del que muere o del que permanece / aquí sin más sentido que la nada», porque el sentimiento de vacío va creciendo en su interior.

     La irreversibilidad de la muerte ocupa la segunda sección. La esperanza se ha diluido y ahora solo queda asumir la ausencia, pero la mente se resiste, aún vive en una especie de niebla que le impide ver con claridad: «Las cosas van y vienen / confundiendo el ahora y el mañana / con lo que ya no puede suceder». La muerte se en una presencia subsidiaria, pero que acaba impregnándolo todo, es un molesto animal de compañía: «Yo daba por supuesto que la muerte / no iba a ser una duda metafísica, / pero desconocía hasta qué punto daña / como animal doméstico». Llega la hora del duelo, un duelo que se prolonga en el tiempo porque «los meses todavía / tienen la luz de un pésame difícil» y la memoria no están aún dispuesta a hacer mudanza, a crear en soledad otros recuerdos.

     Un extenso poema que lleva el mismo título del libro cierra el volumen con una emocionada declaración de amor que pone los pelos de punta hasta al lector más insensible: «Una historia de amor, / este año y tres meses, / estos días finales que ya son, / ahora, recordados, / los más felices de mi vida». Una irredimible pérdida, gracias a la disolución del uno en el otro, se trasmuta en un canto a la vida, en fortaleza para vivir los nuevos acontecimientos que la existencia depara. Luis García Montero es un maestro a la hora de combinar lo anecdótico con lo trascendente, lo prosaico con lo metafórico, y este libro lo demuestra acaso como en ningún otro.

  • Reseña publicada en El Diario Montañés, 30/09/2022

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