
KARMELO C. IRIBARREN. NOMBRE ES K. AUTORRETRATOS 1995-2021
EDITORIAL PAPELES DEL NÁUFRAGO.
La colección Calcomanías, dirigida por el infatigable Antoni Lafarque y por Aníbal García, comienza con uno de los poetas más leídos de los últimos años, el donostiarra de 1959, Karmelo Iribarren. Como el subtítulo indica, son poemas de carácter autorreferencial, puesto que, de forma directa unas veces, y de manera velada otras, dibujan un autorretrato emocional del autor. Los poemas forman una breve antología de carácter temático y trazan un recorrido por los diversos rostros, externos e internos, de Iribarren a lo largo de los años. «Tengo la sensación ―escribe― de que aquel personaje apenas esbozado en los primeros libros, y que se me parecía aun lejanamente, ha ido tomando forma y protagonismo en los últimos hasta el punto de hacer que me pregunte si no será él quien manda de verdad em muestra relación especular; si no será él el modelo y yo solo el rostro que, desde la penumbra, pugna por emerger y parecérsele». La singular facilidad de Iribarren a la hora de trasmitir sus emociones y sus incertidumbres con una economía lingüística ejemplar se deja notar desde el primer poema, «Desde la cuna». Aparecen aquí ya ese desencanto y esa melancolía tan propios de su estética, la conciencia de la fugacidad de las cosas terrenales: «Que la felicidad /está siempre de paso, / yo lo aprendí muy pronto». Cada poema de este libro configura un autorretrato que se va construyendo desde los recuerdos de la infancia ―«aquella infancia / en la que me prohibieron / ser feliz…»― no siempre idílica, ni mucho menos: la sensación de abandono. el internado, las calles «retorcidas» de un barrio marginal. Pese a estas experiencias dolorosas, y gracias a que la memoria se encarga del proceso de selección de los recuerdos, se impone esa mirada nostálgica de quien volvería a vivir ese pasado: «Ni una mujer / ni una idea, / lo mejor de mi vida / te lo quedaste tú, / tus calles, / tus tabernas, / aquellas noches de sábado / en las que todo era posible…». Probablemente, con los años, la sensación de fracaso se acentúe y los primeros años de nuestra vida sean objeto una mayor dosis de benevolencia. Náufragos en el océano de nuestra existencia, llega un momento en el que el único fin es llegar sano y salvo a la orilla, a cualquier orilla que nos permita disfrutar del merecido descanso: «Uno ya solo quiere llegar / al día siguiente, sin / sobresaltos…[…] Seguir vivo sin más» o, como escribe en otro poema, con «la esperanza reducida / a llegar al día siguiente, / el paraguas siempre a mano». Hay, claro, toda una filosofía de vida tras estos versos, la filosofía del realista, la de quien no se deja engañar por falsos momentos de alegría y manifiesta una especie de intimidad adaptativa. El gesto adusto que muestra el rostro del poeta en los retratos físicos no es más que la prolongación del retrato interior que desvelan los poemas. En ambos espejos el poeta confirma que es un ser con preocupaciones comunes, un hombre como otros, alguien que no es nadie, «solo uno más/ que pasaba por allí», pero alguien al que las circunstancias podrían haber convertido en otro, otro sobre quien solo podemos especular, aunque el poeta imagina con un destino más favorable: «A veces pienso en el otro, / el que no me atreví a ser. // el que estaría en este instante a su lado, /y no el que está aquí / escribiendo estas palabras». Estar descontento con quien uno es también dibuja el autorretrato, el de las formas que menos nos enorgullecen. Por experiencia sabemos que la infelicidad deja marcas más imperecederas en la conciencia que la dicha. Otra cosa es que el poeta las “recicle” para hacer más soportable esa ingrata sensación de fracaso difícil de erradicar y que, cuando se llega a la «edad difícil ―esa que marca el fin / de las opciones―», si no se digiere con precaución, puede afectar a las ganas de vivir. «Envejecer, morir / es el único argumento de la obra», escribió Jaime Gil de Biedma, fruto, tal vez, de una pose poética más que de una verdad existencial, y estos versos podrían también grabarse en el frontispicio poético ―confío en que no vital― de Karmelo C. Irbarren, a quien los años han enseñado a diferenciar las cosas importantes de las insignificantes. Maestro en el arte de lo conciso, la poesía de Iribarren no necesita recurrir a lo metafórico para mostrarnos la realidad. Sus palabras son las nuestras, unas palabras que no mientes, que ayudan, pese a la crudeza, a envejecer con dignidad. Su fraseo es conversacional y el argumento de los poemas es su propia biografía, que también puede ser la nuestra. Cada lector debe hacer un listado de las cosas imprescindibles, aquellas que justifican una vida, porque, como escribe en el poema «Lo demás son historias». Estamos frente a una poesía de la decepción, pero es esta una decepción controlada que encierra una forma de pensar y de sentir propios a través de la relación del autor con la realidad, con el mundo, con su mundo, que solo a veces es el nuestro.
- Reseña publicada en El Diario Montañés, 28/10/2022