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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: abril 2015

LA GALLA CIENCIA. REVISTA DE POESÍA

29 miércoles Abr 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LA GALLA CIENCIA. REVISTA DE POESÍA, NÚMERO 3. MARZO DE 2015
De la mano de Ignacio Uranga, la revista La Galla Ciencia, coordinada desde Murcia por Joaquín Baños, Noelia Illán, Samuel Jara, Manuel Pujante y Daniel J. Rodríguez presenta en su número 3 una magnífica antología de poesía hispanoamericana integrada por 101 nombres, dentro de un abanico temporal que comprende a poetas nacidos desde la década del 20 hasta la del 80 del pasado siglo. Este amplio arco temporal permite al antólogo «dar a conocer a los lectores, se podría decir, “un estado” de la escritura poética de Hispanoamérica, en cuya tradición se da un proceso de cruce y convivencia de culturas, y evidentemente de lenguas […] que hacen de los artefactos lingüísticos de Hispanoamérica algo singular, lo que de ninguna manera puede interpretarse como homogéneo». Por fortuna, nada más lejos de la homogeneidad que esta agrupación de poetas de tan diferentes edades y de países tan distintos, por más que los una la lengua común.
Toda antología se construye según los criterios de sus responsables, y ésta no podía renunciar a ellos. Como hemos señalado, existe un criterio temporal, otro de carácter geográfico —la inclusión de autores de todos los países de habla española— y un último criterio que tiene más que ver con los principios de orden estético del responsable de la selección. Evidentemente, estas pautas determinan un resultado con el que el lector podrá o no estar de acuerdo, pero tan legítimo como cualquier otro — personalmente me parece muy válido, aunque uno eche en falta, forzosamente, algunos nombres. Uranga lo advierte en el prólogo: «podría hacerse este trabajo siguiendo otros criterios, lo que arrojaría otros trazados y otros mapas, incluyendo otros textos, desde luego también atendibles como los acá incluidos».
Una antología con una nómina tan amplia de participantes necesariamente arrastra el lastre de la extensión. Como norma, sólo se incluyen dos poemas por autor, algo que resulta insuficiente para conocer a los poetas, sobre todo a aquellos con una trayectoria más larga, pero entendemos que añadir dos o tres poemas más hubiera entrañado unas dificultades editoriales casi imposibles de sortear. Por otra parte, de lo que no cabe duda alguna es de que la selección, completada con una pequeña nota bibliográfica al final del volumen, permite al lector realizar una vista panorámica por la poesía hispanoamericana y comprobar la riqueza de las diferentes propuestas, propuestas que amalgaman a su vez tradiciones foráneas con fortaleza innegable, posiblemente como no logra hacerlo la poesía que se escribe en nuestro país.
En un hipotético diálogo entre los responsables de la revista y un «poeta deslenguado» que se desarrolla en las páginas finales del volumen, éstos desarrollan otro de los criterios que sustentan esta antología, el de que los poemas fueran inéditos, con las siguientes palabras: «Para cualquier publicación como la nuestra lo más importante, lo que las hace únicas y debe ser una virtud intrínseca, un fin en sí mismo, es que sus lectores puedan palpar el momento creativo de cada autor, al margen de que ese poema evolucione posteriormente y vea la luz en un libro con una faz distinta…». Creo que una revista literaria justifica su existencia, precisamente por eso, por dar cabida a la obra en marcha, a la obra, a los poemas que todavía está construyéndose. Algunos pasarán tal cual a formar parte de ese libro futuro, otros lo harán con significativas modificaciones y los menos, quedarán desterrados para siempre al limbo de lo inconcluso, y esa es la gran aportación de una revista literaria, ser testigo de esas transformaciones y dejar constancia de ellas.
Mencionar los nombres de algunos de los poetas antologados sería injusto con los descartados, dada la imposibilidad de enumerar a todos los participantes. Bastará con que resalte que conviven en perfecta armonía poetas con una trayectoria inmensa, jalonada con distinciones y premios, con otros poetas que apenas comienzan en esta década a editar sus primeros libros e incluso se da el caso de alguno que sólo ha visto sus poemas publicados en revistas. La apuesta del antólogo, como se ve, no carece de riesgos, lo que convierte esta antología en una propuesta aún más atrayente. No me queda más que dar la enhorabuena a los responsables de La Galla Ciencia —una revista, por otra parte, desde su primer número, cuidadísima formalmente, que cuenta en este número 3 con las magníficas ilustraciones del artista brasileño Daniel Bilac — por regalarnos unas horas de lectura tan espléndidas.

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ELÍAS MORO. HAY UN RASTRO

27 lunes Abr 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ELÍAS MORO. HAY UN RASTRO. LUNA DE PONIENTE, 2015
La letra Z pone fin a esta colección de poesía de la editorial de la luna libros, y lo hace con un poemario de Elías Moro, uno de los promotores de dicha colección. Caracterizada por una llamativa cubierta con la foto de cada uno de los autores publicados, el acertado diseño de Luna de Poniente ha sido un gancho más, junto con la excelente nómina de poetas publicados, para la estupenda recepción que cada uno de los libros que integran esta colección ha tenido entre los lectores, Aunque su final estuviera previsto desde el proyecto inicial, no podemos sino lamentarnos de que se haya hecho definitivamente realidad. Colecciones de tan esmerado diseño y cuidada edición contribuyen a realzar el propio acto poético y debieran tener una más larga vida. En cualquier caso, lo que procede es celebrar su existencia y encomiar el trabajo hecho.
Elías Moro, a pesar de nacer en Madrid en 1959, desarrolla su actividad literaria, en el más amplio sentido de la palabra, en la ciudad en la que vive, Mérida, en la región que le acoge, Extremadura. La actividad literaria que realiza no se centra exclusivamente en su propia creación— por otra parte, de variados registros—,se extiende a otras actividades, como la editorial o la de difusor de la literatura a través de su blog: eljuegodelataba.blogspot.com, del que publicó una selección en el libro titulado Manga por hombro (Isla de Siltolá, 2013).Es autor de varios libros de poemas: Contrabando, Casi humanos (bestiario), La tabla del 3, Abrazos y la antología En piel y huesos. Ha publicado relatos y diarios y acaba de ver la luz el libro de aforismos Algo que perder.
Hay un rastro es un libro divido es seis secciones de intensidad y calado diferentes. La primera de ellas comparte título con el libro y lleva como epígrafe una significativa cita del poeta Ángel Petisme: «Y ni los muertos de las cunetas conocen la palabra respeto». Aunque está integrada por sólo seis poemas breves, es acaso la sección que mayor dramatismo aporta al lector porque sus versos traslucen dolor, violencia, abandono: «cuerpos de hombres que se pudren/ vencidos y atados a sus troncos», «cuerpos tratados como carroña/ que se sepultan en fosas ignoradas» son algunos de estos versos que revelan el asunto central del pasaje, la necesidad de recuperar la memoria histórica, de volver la vista atrás para paliar la indignidad del olvido.
«Interludio animal», como el propio título sugiere, es un bestiario personal, una zona de tránsito que rebaja la tensión creada por los primeros poemas y ayuda a leer la siguiente sección, «Tiro de gracia» con una determinación, si se quiere, más optimista, pronto truncada, sin embargo, porque entramos directamente en el campo de batalla, en las trincheras. La cita del poeta norteamericano Yosef Komunyakaa, extraída de su libro Dien Cai Dau (1988), un descarnado y conmovedor retrato de la guerra de Vietnan que ha sido recientemente traducido a nuestro idioma por Juan José Vélez Otero para la editorial Valparaíso, es lo suficientemente explícita como para prevenirnos de la crudeza que encontraremos en los siguientes poemas, de los que extraemos algunos versos para ejemplificar esa experiencia casi inhumana: «los hombres son sólo números/ de los que prescindir sin cargo/en el campo de batalla», «la indignidad de un disparo en la nuca/ no se quita así como así/ de la conciencia» o «¿Qué épica, qué gloria hay/ en matar a un hombre indefenso?». La crueldad que trasmiten nos deja casi sin aliento, nos hace preguntarnos por la naturaleza del ser humano, por su fragilidad, por la ausencia de valores, por el sentido de la existencia. La conclusión no puede ser muy halagüeña. Apenas queda un atisbo de esperanza en el futuro, esperanza que se verá aún más mermada en la siguiente sección del libro: «Derrota y hambre», en la que afloran las terribles consecuencias de la contienda que se verán obligados a padecer los derrotados. «El miedo es silencios y cruel como un abismo,/ como un insecto que roe la oscuridad,/ como el agua horadando la piedra/ a unos pasos bajo tierra…». Pero no es sólo el miedo, una sensación paralizadora que desgarra la mente y las entrañas sin tocarte, lo que destroza las vidas de los perdedores, también se padecen efectos de carácter físico, como el hambre: «el hambre te come el rostro,/ te hunde los ojos desolados en el cráneo,/ te saquea toda la alegría/ antes de matarte» o la enfermedad. «La trilogía de los trenes» contiene los poemas más extensos del libro, mezcla de monólogos dramáticos y de correlato objetivo, que están dedicados a escritores que sufrieron en sus carnes la persecución, la deportación, los campos de exterminio, el exilio, tres escritores que acabarían sus vidas voluntariamente: Bohumil Hrabal, Primo Levi y Stefan Zweig. Termina el libro con la sección «Los muertos hablan» en donde se confirma la idea que da cuerpo a estos poemas, la de que «no hay dignidad en el silencio/ si es para el olvido». A este respecto, nos vienen a la memoria poemarios como A muerte (1965) de Miguel Ángel de Argumosa o Los muertos (1947) de José Luis Hidalgo. Elías Moro ha realizado en este libro un doloroso recorrido por la iniquidad, por del grado de maldad que es capaz de humano cuando disfruta de circunstancias que posibilitan que germinen el odio y el rencor, pero este recorrido está exento de patetismo. Los poemas de Elías Moro poseen un carácter reivindicativo, no mendicante, están cargados de emoción, pero sin rozar siquiera la sensiblería, denuncian la realidad pero no son panfletarios, reflejan una preocupación por los olvidados de la historia sin delimitar fronteras, porque la invisibilidad, la inexistencia, más allá de la nada en la que se convierte la materia, sigue reclamando visibilidad, justicia, un lugar identificable en el que descanse su osamenta, aunque «Sobre estos huesos descarnados y rotos/ gotea un llanto de piedra y humus,/ un amargo sudor de tierra enlutada,/ acordes de un viento que esparce en silencio,/ hombres que ya no son nada,/ nombres que ya no son nadie».

STEPHANIE LENOX. ACEPTAR ESTE TRABAJO Y A LA MIERDA EL POEMA

24 viernes Abr 2015

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STEPHANIE LENOX
ACEPTAR ESTE TRABAJO Y A LA MIERDA EL POEMA

Pronto los niños vendrán a casa habiendo aprendido
nuevas obscenidades arrojándoselas el uno al otro
a través de un cul-de-sac, que significa «callejón sin salida,
fondo de la bolsa que es tu cuerpo».
División y subdivisión, cada fin de semana
hay una nueva valla tallada en madera en bruto
que atrae a más avispones, demasiados tubos de viento
a merced del clima. Tu hijo tiene un rompecabezas
en un marco con una pieza perdida
que ubica a diestro y siniestro
tratando de completarlo. Tu perro carece de control
y te saluda tan ferozmente que temes
que un día se acalore y te muerda la cara.
¿Pensaste qué otra forma de vida era posible?
Siéntate, tienes espaguetis de nuevo, y sí,
debes terminarlos. Hay días en que eres el mejor humano
humanamente posible. Y luego están todos los demás.
Si fracasas dirás que es una oportunidad,
en tu próxima entrevista. Como la ventana abierta por la que voló el pájaro
fue una oportunidad para el perezoso gato doméstico.
Quieres gritar, ¡Por tu culpa estoy arruinado!
No has dormido bien esta última década.
En la oficina, hay un pastel que dice Adiós.
Está adornado con rosas glaseadas
y sería una pena no compartirlo.
Un compañero de trabajo, confiesa: Sólo la primera y la última
semana te tienen en cuenta.
Ellos, la dirección, te entregan una notificación
y una pluma grabada, sonriendo.
Estás más cerca de la última semana de tu vida
que de la primera, así que vociferar desnudo en una habitación atestada
ahora sería poco apropiado.
Tu jefe te lo dijo una vez: ¿Tú no piensas nunca?
Y tú pensaste, tendré mi venganza,
no como los otros. Me jubilaré
no sabré más de estos hijas e hijos
de puta. No tiene sentido explicar
a un escarabajo lo que significa ser tú,
para obtener tu puesto, para sentir la electricidad
que asoma en las articulaciones cada vez que te levantas de la cama.
El sol se pone y todo el mundo se encamina a
salas de estar independientes para ver diferentes espectáculos.
Con semejantes luces intermitentes, podrías pensar
que tenemos algo en común. Oh, pero disimulamos.
El jefe es el mismo en todas partes y para todos,
un gilipollas con traje negro, sosteniendo un pastel flameado,
acercándose cada vez más, y más allá de eso, la puerta.

Versión de Carlos Alcorta

VICENTE GALLEGO. SABER DE GRILLOS

22 miércoles Abr 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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VICENTE GALLEGO. SABER DE GRILLOS. XIII PREMIO EMILIO PRADOS. VISOR, 2015
«Vicente Gallego (Valencia, 1963) ha viajado, en su aventura literaria, desde la poesía de la experiencia hasta la experiencia de la poesía entendida como aventura verbal de la conciencia del mundo». Estas palabras de Carlos Marzal que rescato de la contracubierta de Saber de grillos resumen de manera precisa el itinerario poético de Vicente Gallego, uno de los miembros más señalados de la llamada generación de los 80, adscrito durante mucho tiempo a los más fieles postulados de la poesía de la experiencia, postulados que ha ido conculcando paulatinamente hasta llegar a suprimirlos de su obra actual, subordinada ahora a un concepción neoplatonista del universo, una concepción ciertamente heterogénea, porque está entretejida con elementos contemplativos de otras filosofías, de otras religiones, que hace de este sincretismo la base de una aventura espiritual que busca en su propio reflejo la imagen de la deidad, de la divinidad, entendida ésta no en sentido cristiano, sino, podríamos decir, lucreciano, naturalista, en tanto que todo lo que nos rodea, y nosotros mismos, son sólo formas pasajeras de una sustancia permanente. El filósofo George Santayana afirma que «El naturalismo es una filosofía de observación y de una imaginación que amplia lo observable; todas las visiones y sonidos de la naturaleza forman parte de él y le otorgan su simplicidad, su acritud, su fuerza coercitiva». Creo que estas palabras se pueden aplicar sin reajustarlas demasiado a la poesía reciente de Vicente Gallego y, más concretamente, a libros como Cuaderno de Brotes (2014) o a éste Saber de grillos, por más que la forma del discurso de uno y otro sea casi opuesta. El poema en prosa en el primero y el poema desnudo, concentrado, esencial, de arte menor en su mayor parte, del segundo. Sin embargo, el entusiasmo vital, la idea de unidad del universo, la creencia en que una sustancia espiritual, llamémosla alma, se transforma y se diluye en todas las cosas vivas, en la naturaleza, en el paisaje es similar en ambos libros. El yo será entonces la conciencia de esa transformación espiritual ininterrumpida. Pero leamos el poema «Biografía» para confirmarlo: «Pasando aquí las noches,/ a solas con el campo he terminado.// Enjuagando tomates/ y oliéndoles la verde rama oscura./ Pelando mis patatas y poniéndolas/ en trato de favor con unos ajos.// Y aún puedo permitirme/ dar gracias con un tinto/ que refresco con hielo y que me endulzo/ con gajos de naranja y de limón.// Se diría que no he llegado lejos,/ pero buscadme aquí,/ perdido en la primicia de mi alma». La variedad de estilo viene dictada, pensamos, por la intuición, no por una deliberada voluntad de cambio expresivo, por más que el irracionalismo que está presente en estos poemas sea embridado por la lucidez de los sentidos, eso sí, siempre expuestos a dejarse cegar por el relampagueo de la revelación.
Conviven en estos poemas el deslumbramiento, la fascinación por lo que los sentidos revelan y el afán de desentrañar dicha experiencia, por eso el verso se hace, en muchos casos, interrogativo, como en el poema «A coro»: «¿Es el búho el que canta, o es la noche/ —con la voz que le presta mi congoja—/ en su abismo de estrellas guturales?». No entresacaremos certezas vitales en estos poemas, sino una fructífera ambigüedad que combina el intelecto, la razón, con la inspiración, con la intuición. La palabra vuelve sobre sí misma para ofrecernos su esencia, una esencia que subyace no en lo consabido, sino en el significado asombroso de lo nombrado. El molde, la forma carece de importancia. Lo que cuenta es dejarse llevar por lo que dice un poeta que encuentra motivos suficientes en la realidad para gozar, para sentirse dichoso. Sabiéndose reconocido en su soledad´, «en esta soledad que es compañía/ tan simple y verdadera,/ que no puede faltarnos», el hombre se identifica mejor con lo supremo, con lo permanente. Henchido de presencia («Para intentar ponernos a resguardo,/ decimos que es un pino este radiante/ abismo que es un pino en la mañana»), el tiempo pasa a segundo plano. Da la sensación de que la relación del poeta con la naturaleza, con el Uno, estuviera al margen de cualquier incidencia temporal («Hay un reloj de sol/ pero no hay tiempo»). La realidad regala a quien sabe observarla su frenesí sin tiempo. No hay principio ni final, sino un devenir continuo que religa en su fluir unas cosas con otras. El eterno retorno se produce en una especie de silencio sagrado, acaso por esta razón, el verso se ha adelgazado y la expresión se desnuda en busca de una concreción, por otra parte, imposible de alcanzar. La palabra sólo puede enmascarar el ansia de vida, pero no puede trasmitirnos esa vida. La esencia verdadera de las cosas y la conciencia que el poeta posee de ellas permanecen vedadas al lenguaje, necesita otro modo de aproximación más cercano a la fe que al conocimiento simbólico. Para apropiarse de un instante de vida la palabra debe callar, debe dejar paso al silencio, ese silencio que sobreviene después de leer cada uno de los poemas de Saber de grillos. Lo milagroso es que alguien, en este caso Vicente Gallego, sea capaz de descender hasta el mismo origen de la verdad para cantarla.

PABLO SUÁREZ GONZÁLEZ. CAMINO DE AYER

20 lunes Abr 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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PABLO SUÁREZ GONZÁLEZ. CAMINO DE AYER. LIBROS DEL AIRE, 2014
El primer libro de un poeta joven debe ser leído con las mínimas reservas posibles porque generalmente sugiere más que muestra, esboza más que define, brinda un proceso de búsqueda más que un acopio de hallazgos. Todo poeta necesariamente lleva a cabo la transformación de su experiencia cuando la traslada a las palabras y la experiencia funciona por intensidad, es cierto, pero también por acumulación. Las emociones, las anécdotas, las circunstancias vitales al nombrarlas, se corporizan en la conciencia. Lo que hasta ese momento eran sólo sueños, propósitos o ideas pasan a formar parte de una realidad que se constituye en la escritura, una realidad ya tan real como la que se vive día a día. El poema comienza entonces a levantar un muro que el poeta percibirá como infranqueable entre lo real sentido y la descripción que de ese sentimiento consigue plasmar el lenguaje. Esa toma de conciencia, a la que antes aludíamos, no es sino la constatación de una imposibilidad que se convertirá en permanente asunto de indagación y de perplejidad. No es algo que se cure con el paso del tiempo y con la acumulación de libros, al contrario, la sensación de fracaso se agravará en tanto en cuanto ningún poema logrará la plena comunión entre lo sentido y lo dicho. Le pasa a Pablo Suárez González, le pasa a todo verdadero poeta.
Camino de ayer nos resulta un título paradójico para un poeta que no ha cumplido aún los treinta años y que tiene, por tanto mucho más futuro que pasado, sin embargo, encierra una polisemia que sólo algunos lectores percibirían si no fuera por la nota de autor que cierra el libro. Ayer es el nombre en asturiano del concejo de Aller, además de ser un adverbio de tiempo que remite al pasado. Inteligentemente, Pablo Suárez González ha jugado con este doble sentido, algo que se hace aún más evidente al revisar la disposición de los poemas del libro, libro dividido en dos partes de extensión desigual pero a los que podemos considerar como sectores de un círculo que se acabará cerrando con una especie de ligadura, «Camino de Aller», irrompible entre el sujeto y su conciencia. Los versos finales de este conmovedor poema parecen confirmar cuanto decimos: «Sólo desde el paisaje interior,/ sudor y pedalada,/ puedo comprender el de fuera, peña y collado./ Sólo en él, en ellos,/ dentro,/ encuentro la fuerza./ Pues/ lo que hay tras la penúltima curva/ es, como siempre, el final,/ una duda,/ un no saber, / quizás llegar./ A ayer./ Quizás»
Pero hemos comenzado a hablar de este libro por el final, quizá influidos inconscientemente por su título, y debemos desandar el camino andado para comenzar de nuevo desde el principio, algo de lo que hablan, por otra parte, muchos de los poemas de Pablo Suárez González: «Constante,/ una sospecha me persigue:/ ya no hay comienzo ni final», escribe en «Ofrenda musical», por más que, como escribe en otro poema, «volver nunca será ver de nuevo». La extensa primera sección del libro, titulada «Cinturón de seguridad», está subdividida en tres partes enlazadas por algunos poemas de título similar, y encabezadas por sendas citas extraídas de letras de diferentes gustos musicales. La música, como se aprecia en la relación de deudas que el poeta enumera al final de libro, está muy presente en estos poemas. Música ecléctica que va desde Debussy o Bach a Quique González o Blackalicious. Volvamos a los poemas. Uno de los primeros del libro, «Paisaje interior, I» finaliza con estos versos: «Ahora, cuando te veo en el espejo, pienso qué habrá sido de tus macetas, desde aquel día que se quedó en ayer». El poeta asume que su identidad es el resultado de decisiones tomadas en el pasado, decisiones que, como no puede ser de otra forma, determinan el presente. Pero la incertidumbre, el desasosiego son inherentes a la condición humana, por esa razón la escritura es una interrogación permanente. ¿Quién, si hubiera cambiado el rumbo de su vida, podría ser ahora? El espejo revela un vacío que el poeta ha de llenar respondiendo a preguntas irresolubles. Esa es la tragedia, una tragedia que verbaliza Pablo Suárez González («Ahora ya lo sabéis: no hay vuelta atrás/ cuando sólo atrás se mira») y que puede cauterizar el amor, aunque éste sea un motivo de desestabilización en sí mismo. En la experiencia amorosa se funden, habitualmente, angustia y alegría, amargura y júbilo. Dependerá hacia qué lado se incline la balanza para que pasado y futuro se fusionen en un presente en armonía, en el que la íntima unión se colme en el otro o, por el contrario, el deseo se convierta en un obstáculo que se interponga entre la felicidad y el reconocimiento mutuo. Un hermoso verso disipa en el lector todas las dudas: «pisa sobre mí y no te hundirás en el agua». Una inquietante sensación de añoranza impregna la mayoría de los poemas de este libro, pero llega un momento en el que esa mirada melancólica cambia de horizonte. Basta para comprobarlo leer el poema ya citado «Paisaje interior, I» y el «Paisaje interior II», en el que escribe: «Suficiente luz han visto ya estos ojos/ como para poder sonreír, por fin, / bailando el ritmo que marca el tiempo». El poeta ha sido capaz de asumir que los frutos de la experiencia se transforman en su propio interior convirtiéndolo en alguien más seguro de sí mismo, dispuesto a enfrentarse a su destino cuerpo a cuerpo. Ahora ya puede escribir, con absoluta convicción: «Te despide el sol, sonriente,/ cálido abrazo de ojos entreabiertos,/ y entras en el futuro/ inventando una sonrisa». El personaje que protagoniza estos versos ha experimentado un cambio notable. Su educación sentimental se ha fraguado a base de soledad, de dolor, de desesperanza acaso, pero todo eso le ha fortalecido. Ahora, en los versos finales del libro, asistimos a una especie de renacimiento que lleva implícita una mayor confianza en los sentidos: «Sólo hacen falta dos días en la montaña/ para que todo se transforme en poesía». Como en los poetas románticos, el yo adquiere autonomía, se desvincula de ideologías y creencias. Pablo Suárez González ha encontrado en su particular relación con la naturaleza, con el orden natural, su propio rostro, el lugar en el que las fuerzas del entendimiento se robustecen. El gozo de vivir que procede del conocimiento es siempre más intenso que el puramente sensitivo, porque se llega a él después de vencer las limitaciones del deslumbramiento sensorial, porque se asienta en la contemplación y en la comprensión de lo que era extraño, de esos otros yos que le habitan. Desde este momento estamos a la espera de su próximo libro, en el que, a buen seguro, a través de sus poemas, seremos testigos de la reconciliación temporal, a la manera eliotiana, entre porvenir y conciencia.

JUAN FELIPE HERRERA. AQUÍ Y ALLÁ

18 sábado Abr 2015

Posted by carlosalcorta in Miscelánea

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JUAN FELIPE HERRERA
AQUÍ Y ALLÁ

Me siento y medito, mi perro lame sus patas
en el sofá rojizo
tantas cosas de alguna manera
todo se reduce a números letras cifras
sin rostros ni nombres sólo líneas irregulares
a través de millas umbrías
que entran en la sombra-sombra después la destrucción la luz infinita

aquí y allá no se puede vencer
es la primera gota de tinta

Versión de Carlos Alcorta

ELOY VELÁZQUEZ. RAFAEL FOMBELLIDA. SEXTO SENTIDO

16 jueves Abr 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ELOY VELÁZQUEZ. RAFAEL FOMBELLIDA. SEXTO SENTIDO. LIBRO DE ARTISTA, 2014
Eloy Velázquez es un artista de renombre en nuestro país. No hay más que repasar la relación de exposiciones tanto individuales como colectivas que distinguen su trayectoria para confirmarlo. Una trayectoria que comienza en el ya lejano 1978 y que está jalonada de numerosos galardones, becas de creación y otros importantes reconocimientos. Su obra, tanto escultórica como pictórica se encuentra expuesta en numerosos muesos nacionales como el Museo de Arte Contemporáneo «Costa de la muerte» de la Coruña o el Museo Picasso de Colmenar Viejo y también en algunas de las más importantes fundaciones culturales como la Fundación La Caixa o la Fundación Botín. Sin embargo, de lo que hoy queremos hablar no es de su escultura ni de su pintura, sino de su obra gráfica, de sus grabados, una técnica que estudió en la Scuola Internazionale di Specializzazione Grafica «Il Bisonte» de Florencia (Italia) y en el Centre Internacional de Recerca Gràfica de Calella de Barcelona y, especialmente, del libro de artista Sexto sentido integrado por cinco estampas acompañadas por poemas de Rafael Fombellida, otro autor de indudable prestigio poético con una decena de libros publicados, entre los que destacamos Deudas de juego (2001), Norte magnético (2003) o Violeta profundo (2012). Ambos, grabados y poemas, precedidos por un hermoso texto del periodista y poeta Guillermo Balbona. El diseño de tan magnífico volumen ha estado a cargo del pintor y diseñador Carlos Limorti, lo que supone siempre una garantía de buen hacer y de mejor gusto.
No es ésta la primera incursión en la edición de un libro de artista que realiza Eloy Velázquez. En el año 2011 editó Indocumentados. Una carpeta de aguafuertes, con poemas de Isaac Cuende y, al año siguiente, en 2012, El Cuervo de Edgar Allan Poe, ilustrado esta vez con grabados. Hemos tenido que esperar, sin embargo, hasta diciembre del pasado año para disfrutar de un nuevo trabajo, fusionado sabiamente con los poemas eróticos, carnales, voluptuosos de Fombellida. Pocas veces se da una simbiosis tan perfecta entre imagen y palabra, entre, podríamos decir, poesía y pintura, un diálogo en que las instancias del deseo sean tan oportunas. La emoción que los versos producen se traslada sin perder un ápice de intensidad al grabado, la frescura del grabado goza de idéntico verdor en el poema, de tal forma que el lector se verá incapaz de saber cuál ha sido el origen, si poema o grabado, algo que, por otra parte, carece de importancia a la hora de disfrutarlos. Todo esto lleva a un arte que se expresa bajo el dominio de lo concebible, aunque las tentadoras pasiones a veces se enmascaren en giros y maneras irracionales inherentes, como todos sabemos, al placer cotidiano, un placer estimulado en muchas ocasiones por la miseria y la sordidez humanas. Lo que sí se aprecia en ambos autores, en ambas disciplinas es el entusiasmo con la que han descorrido los velos de su mundo interior para dejar que la luz ilumine las sensaciones más ocultas, las más veladas, las, para quienes conservan una moralidad decimonónica, más pecaminosas. Asistimos aquí a una magnifica combinación de carnalidad y espiritualidad, de voluntad transgresora con apasionamiento verdadero, de hedonismo y sueño sin más restricciones que las formales. «Lejos de escribir para satisfacer un deseo o una necesidad preexistente—escribía Paul Valéry a propósito de los simbolistas—, escriben con la esperanza de crear ese deseo y esa necesidad». Mucho de simbólico hay en los poemas de Rafael Fombellida, como también lo hay en los grabados de Eloy Velázquez. Creo que unos versos del primero de los poemas expondrán mucho mejor que mis palabras estas consideraciones, por más que para verse cumplidas necesitara también reproducir alguna de las imágenes de Eloy Velázquez: «Frótate muy despacio. Que el rozamiento te seduzca y lave./ No te achate la fe. Desbrava tu canal marcándose las yemas/ en el hábil mester de darte gloria». Un casi divino estremecimiento, una gloriosa plenitud, un deseo de que el deseo transforme al ser quedan implícitos en los versos y, doy fe, en el grabado que los acompaña. Al fin y al cabo, lo que delata esta fecunda asociación es una común voluntad de cantar a la vida, una idolatría del cuerpo reflejada en el impudor del lenguaje, lenguaje diáfano en la descripción del cuerpo que, sin embargo, se oscurece en el trazo del grabador. No se pierde el discurso de Rafael Fombellida en expresiones abstractas, aunque si advertimos cierto expresionismo en el lenguaje artístico de Eloy Velázquez, lo que sirve de contrapunto y, al mismo tiempo, de afirmación a cada una de las disciplinas, las cuales gozan de total autonomía, de una verdad distinta, aunque una misma conciencia, casi sagrada (y entendemos por sagrada aquella experiencia personal que afirma y ennoblece la existencia, que rompe los límites del mundo interior, lo que Mircea Eliade llamó «experiencia primordial»), las unifique en Sexto sentido. Si toda poesía, todo arte nace de la intuición (los poetas, decía Platón, «componen sus hermosos poemas no por arte sino porque están inspirados y poseídos»), no es menos cierto que para consolidarse como arte verdadero (y aquí nos vemos obligados a enmendar al ateniense), es decir, como una de las formas más sublimes de conocimiento, el poeta necesita sí, estar en posesión de una mirada escrutadora que le revele los hondos secretos de la existencia, pero también de aquel conocimiento empírico que permite plasmarla. De intuición, pero también de oficio, está colmado este espléndido libro que reúne felizmente a dos de nuestros más sólidos y reputados artífices.

LUIS GARCÍA MONTERO. ALMUDENA

13 lunes Abr 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LUIS GARCÍA MONTERO. ALMUDENA. VALPARAÍSO EDICIONES, 2015
La escritura de un poema no siempre está sujeta a los dictados cronológicos de la emoción que suscita su escritura. Sucesos acontecidos hace tiempo se simultanean en la memoria con otros ocurridos más recientemente. Las emociones emergen de un magma en el que se funden las diferentes capas del pasado y la palabra, el poema, no hace sino actualizar en un presente continuo sus consecuencias, por este razón al lector de Almudena (Valparaíso Ediciones), el último poemario de Luis García Montero, poco debe importarle el orden de los poemas que integran dicho libro, de qué poemario están entresacados o cuáles de ellos son inéditos. Debe leerlos como lo que realmente son, el análisis de un proceso de enamoramiento en progresión ascendente a medida que el tiempo transcurre, una progresión que se ve consolidada en los poemas más recientes, sabiamente diseminados entre las páginas de este excelente libro, libro en el que, digámoslo ya, se encuentra lo mejorcito de la poesía de Luis García Montero porque̶— sin desdeñar ninguno de sus otros aspectos, como la poesía de compromiso moral, de exploración y crítica de la realidad, éticamente cercana a Luis Cernuda y a algunos poetas del cincuenta, como Ángel González o Caballero Bonald—, es un poeta eminentemente amoroso, en la senda de Garcilaso o de Pedro Salinas, poetas a los que la pasión amorosa refrendó sus ideales humanistas, a los que la experiencia del amor instauró un orden diferente en su pensamiento, un pensamiento que tomó cuerpo en el poema: «El hombre de los ojos encendidos/ se hiere con las rocas académicas,/ consigue entre saludos, puñales y cipreses/ cruzar el campus universitario,/ recorre los pasillos en busca de su aula,/ de su clase,/ pero tiene un secreto/ y el tema diecinueve se convierte/ en materia de asombro,/ poemas que se escapan de la página,/ versos que llegan a la cima/ de una mirada en vilo,/ alguien que deja los apuntes/ y los libros de texto,/ para cerrar las manos hasta herirse/ con otra rosa viva/ mucho más inclemente,/ la rosa de un secreto en el alma de un lunes». La fusión de estas influencias, nada enmascaradas, por otra parte, queda evidente en un verso como éste: «Razón de amor. Quién lo probó, lo sabe», del uno de los mejores, a mi parecer, poemas del libro, «La legitimad del sol nevado».
No es preciso hacer un recuento de los libros de poemas publicados hasta ahora, pero sí conviene señalar que los poemas reunidos en este volumen pertenecen a los libros Completamente viernes (1998), Vista cansada (2008), Un invierno propio (2011) y al, aún inédito, A puerta cerrada. Son, como se ve, más de quince años los que transcurren entre los primeros poemas seleccionados y los últimos y, sin embargo, la sabiduría con la que Luis García Montero ha ido escalonando las diferentes fases del proceso amoroso y ha dado respuesta a los conflictos personales de los que se hace eco consigue que el lector, aunque sea lector asiduo del poeta, lea estos poemas como si fueran el resultado de una experiencia reciente. No se aprecia ninguna fisura temática o temporal en la organicidad del libro y este sentido de continuidad sólo puede ser consecuencia de que los fundamentos creativos de García Montero están fielmente asentados en una tradición, la del poema apegado a la realidad, de la que no es sólo continuador, sino un adalid, un renovador. «Para mí la poesía —escribe García Montero— es un punto de llegada, no de partida. Es la consecuencia de una reflexión moral, no una mera expresión de sentimientos», aunque los sentimientos ocupen un lugar preeminente en su poesía, y aún más en Almudena (como todos sus lectores saben, es el nombre de su esposa), libro que nos recuerda mucho, por la depurada mezcla de apasionamiento y reflexión, a Estimada Marta de Martí i Pol. El lenguaje coloquial que emplea García Montero no representa ningún obstáculo para indagar en un tema tan trascendental como la erosión del tiempo incardinado en asuntos de su vida cotidiana («Pero ocurre que el tiempo/ desemboca en el mundo que hemos sido tú y yo/ como se desemboca en un poema»), de la misma forma que la sencillez expresiva no le impide adentrase en cuestiones de carácter social o político, como en el poema titulado «Política», del que extraigo estos versos que insinúan mucho más de lo que, a simple vista, dicen: «Más por desprecio que por fe,/ sigo en la puerta de la calle/ sin que ahora me afecte/ el vacío que dejan las banderas,/ vivir en la completa incertidumbre». Quizá sea esa incertidumbre vital expresada sin alambiques la que hace que la poesía de García Montero nos resulte tan cercana, porque nos muestran a un individuo —un personaje poético, un alter ego— que carece de certezas, que proclama a los cuatro vientos sus problemas o la presencia del otro para complementarse. Pero no hay patetismo en su forma de abordar lo que no deja de ser un cuestionamiento de su yo («Cuando yo no era el mismo,/ te quería también.», sino búsqueda de un destino que exige sacrificios y renuncias: «Nada sabe de amor quien no ha perdido/ por amor una casa, una hija tal vez/ y más de medio sueldo,/ empeñado en el arte de ser feliz y justo,/ al otro lado de tu voz,/ al sur de las fronteras telefónicas». El tono conversacional, de confidencia que predomina en la mayoría de los poemas también contribuye a que al leer los poemas sintamos al poeta más como un amigo, un confidente que como un capellán o un preceptor. Son muchos los ejemplos que podemos entresacar de este libro para constatarlo y, precisamente por eso, no resulta fácil escoger unos versos, pero lo que trato de decir se ve corroborado en algunos versos del poema «La inmortalidad»: «Que no me lea/ quien no haya visto nunca conmoverse la tierra/ en medio de un abrazo».
García Montero es sin duda uno de los poetas que menos arrobo tiene en utilizar la autobiografía como clave de bóveda de su escritura (no creo que sea necesario ya detenerse en el concepto de ficción poética, tantas veces explicado por el propio poeta), algo sobre lo que, por otra parte, no deja de razonar en su poesía, poesía en la que abundan los poemas de carácter metalingüístico, como el titulado «Cabo Sounion», que comienza con estos versos: «Al pasar de los años,/ ¿qué sentiré leyendo estos poemas/ de amor que ahora te escribo?/ Me lo pregunto porque está desnuda/ la historia de mi vida frente a mí,/ en este amanecer de intimidad,/ cuando la luz es inmediata y roja/ y yo soy el que soy/ y las palabras/ conservan el calor del cuerpo que las dice». La perfecta simbiosis entre lo discursivo y lo conceptual, entre razón y pasión (favorecida ésta en ocasiones por asociaciones que sólo el subconsciente puede elaborar) se concreta en una sintaxis sorprendente en la que no escasean los encabalgamientos que ensombrecen esa claridad discursiva a la que antes hacíamos mención. Esta fractura, lejos de romper la armonía semántica, invita a descubrir otros significados más allá de aquellos que percibimos en una primera lectura. Da igual de lo que trate la poesía de García Montero, del amor, de la soledad, del amor, de la solidaridad, de la propi poesía. El argumento será siempre un asunto menor porque siempre encontraremos en sus poemas la vida cotidiana, la realidad de un hombre luchando consigo mismo, con su conciencia. Un hombre que intenta comprenderse, salvarse, domeñar sus temores mediante la escritura, gracias al amor, porque «Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,/acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma», un idioma que posee un interlocutor privilegiado, la persona amada. De ella hablan las palabras de Almudena Grandes, la autora del personal prólogo. Con un fragmento de dicho texto concluimos este necesariamente limitado comentario: «Y su amor le dio sentido a todo, a su infancia, a los sonetos que escribía su padre, a los lagartos que lloraban y lloraban, al instinto de habitar los poemas al otro lado del espejo donde se mira el poeta, a la costumbre de leerlos para ordenar el mundo, dentro y fuera de sí, a la sucesión de los días y las noches, al frío del invierno y al calor del verano, al tiempo, a su cuerpo».

FREDERICK SEIDEL. DESPEGUE

11 sábado Abr 2015

Posted by carlosalcorta in Miscelánea

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FREDERICK SEIDEL
DESPEGUE

En el otro lado de la calle, los edificios se diluyen en humo,
A punto de despegar — ¡es primavera!
Cosmonautas y astronautas sentados cómodamente en los sillones de sus apartamentos
Para el viaje de verano.
Y en realidad aquí, aquí, es primavera también, y yo salto afuera por la ventana
De mi estudio reiteradamente, como un corte de película que se repite,
Salto pero me dio un tirón, salto pero el tirón se confirmó, sobre una cuerda elástica,
Brinqué o caí, rebotando o saliendo despedido, en cualquier caso repetidamente
Bipolar, sobre todo porque yo ya sabía que tenía que perder peso, y empecé a volar
De un lado a otro en el barranco, entre los dos lados de Broadway
Con todas las otras palomas parcialmente blancas a la luz del sol.
No sé de qué estoy hablando, como de costumbre, ¡pero sí!
Me instalo en una repisa y, gimiendo, protestando, miro dentro de la habitación,
Y allí estás, un viejo en mi ordenador, picoteando, arrullándose en primavera.

Versión de Carlos Alcorta

LÊDO IVO. RELÁMPAGO

08 miércoles Abr 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LEDO IVO. TRADUCCIÓN Y PRÓLOGO DE MARTÍN LÓPEZ-VEGA. VALPARAÍSO EDICIONES, 2015
No es ésta la primera ocasión en la que Valparaíso Ediciones acoge la obra de Lêdo Ivo (1924-2012). En 2013 editó una magnífica antología titulada Estación final, en la que se incluían poemas escritos desde su más flamante juventud, desde1940, cuando contaba dieciséis años —«Mi predisposición para escribir poemas, escribe en O aluno relapso, surgió en la adolescencia, en la época de las primeras lecturas y descubrimientos»— hasta poco tiempo antes de su muerte, acontecida repentinamente en Sevilla en 2012, mientras visitaba la ciudad en compañía de su hijo, el artista Gonçalo Ivo —autor del epílogo con el finaliza la edición de Relámpago— y la familia de éste, dejando una obra intensa y prolífica que abarca no sólo la poesía, sino la novela, el cuento, el ensayo y la crónica periodística.
Su obra ha gozado en nuestro país de una difusión nada desdeñable (las antologías La Moneda Perdida y La Aldea de Sal, así como los poemarios Rumor Nocturno y Plenilunio), difusión que se ha visto sustancialmente incrementada en estos últimos años con Estación final y los libros Mormaço/Calima, Aurora y este Relámpago que hoy nos ocupa, que ha contado con la traducción de Martín López-Vega, uno de los mejores conocedores de la obra y la figura del autor brasileño, responsable también del documentado prólogo que acompaña a la edición en el que sintetiza con una equilibrada mezcla de erudición y fervor los principales hitos bio-bibliográficos del poeta. Para enumerar la variedad de temas que ocupan la poesía de Lêdo Ivo recurre López-Vega al ensayo Consideraçoes sobre un poeta: Lêdo Ivo, que Costa Fernandes publicó en 2008. Nada mejor que transcribirlas para determinar su diversidad: «a) La tensión que crea en su poesía entre lo eterno y lo efímero; b) la búsqueda de lo absoluto y de lo sublime; c) la visión desde lo alto, la lectura vertical que intenta abarcarlo todo; d) la tentativa de retener el paso del tiempo; e) el cambio de visión sobre poeta, antes visto como divino, ahora corrompido; f) las paradojas; g) la sombra que se expande sobre su poesía, ahora poniéndose, ahora mezclándose y a menudo engañando al lector con paradojas sombrías». Por supuesto, no se agota tal complejidad en esta vasta enumeración, y el mismo López-Vega menciona a distintos estudiosos que amplían la lista, pero creo que resulta suficiente para nuestros propósitos informativos.
Relámpago se publica a la vez en castellano y en portugués, siguiendo las indicaciones del propio poeta, lo que representa un fiel testimonio de la devoción por nuestra lengua que mantuvo desde muy joven. De hecho quiso pasar las que, a la postre, fueron sus últimas navidades en España, en Sevilla: «Tenía ganas de volver a cruzar el río Guadalquivir —escribe Gonçalo Ivo—.Se atormentaba pues, gracias a su prodigiosa memoria, confesaba haberse olvidado de hacerlo durante el viaje que hizo a España con mi madre en 1952».
En la mayoría de los trece poema que integran el libro prevalece un tono irónico propio de quien está de vuelta de todo, de quien no tiene miedo a la muerte, de quien disfruta de la vida y apura los últimos instantes: «Me fue negado el paraíso/ sin haber recibido/ del cielo azul previo aviso», del poema «El transeúnte desorientado» o estos otros que pertenecen al poema «La batalla»: «y dan sus vidas por la Patria/ y por mi gloria inmortal/ de héroe que siempre muere en una cama». Esta ironía, el juego de hacer versos que parece inspirar la construcción de los poemas no oculta, sin embargo, la reflexión existencial: «Todo lo ignoro y sin embargo vivo/ y respiro la marea/ de mi infancia sepultada, de mi infancia/ que me acompaña como una sombra persistente/ en la noche iluminada», escribe en el poema «El ignorante». Hay otros muchos ejemplos de este contraste entre lo anecdótico y lo trascendente, pero sin duda lo que el lector encontrara en Relámpago es una muestra concentrada de la más alta poesía, de ese «sortilegio organizado» que era para Lêdo Ivo la escritura del poema.

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