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Archivos mensuales: octubre 2015

JOSÉ MANUEL BENÍTEZ ARIZA. PANORAMA Y PERFIL

28 Miércoles Oct 2015

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JOSÉ MANUEL BENÍTEZ ARIZA. PANORAMA Y PERFIL. COLECCIÓN DKV DE POESÍA. LIBROS CANTO Y CUENTO, 2015

Fue en la antología Casa en construcción el libro donde Benítez Ariza reunió una selección de su obra poética publicada hasta la fecha. La editorial Renacimiento, en esa afamada colección de antologías de tan esmerado y atrevido diseño fue la encargada de acercar al lector esta ya por entonces (2007) extensa obra, alrededor de cien poemas, que poseen la particularidad de estar agrupados de una forma, digamos, poco ortodoxa, ya que no siguen un patrón cronológico ni siquiera de presencia editorial. El criterio de ordenación se debe a un intento de Benítez Ariza por construir con poemas publicados un nuevo libro y damos fe quienes lo leímos de que lo consiguió con creces. Desde entonces, además del que nos ocupa, sólo ha publicado un nuevo libro de poemas, Diario de Benaocaz (2010), aunque su intensa actividad literaria no ha sufrido merma alguna, todo lo contrario. José Manuel ejerce como crítico literario y cinematográfico en distintos medios especializados y en su propio blog, en el cual también va colgando entradas de un diario, no le tiembla además la mano cuando se interna en la siempre resbaladiza actualidad política y aún le queda tiempo para escribir novelas interesantísimas de distintos registros y rigurosas traducciones del ámbito anglosajón. Como se ve, estamos escribiendo sobre un hombre enfermo de literatura, sobre alguien para quien la letra impresa es una parte sustancial de su forma de vida. «Sus poemas —escribía entonces Felipe Benítez Reyes— son especulativos. Sus poemas  son espacios para la reflexión. Este poeta no procura deslumbrarnos con metáforas recurrentes ni con malabarismos verbales, sino que prefiere seducirnos con las derivas del pensamiento y de la memoria, de la emoción y del desengaño, con el discurso melancólico y lúcido de un personaje que no está demasiado seguro de demasiadas cosas en concreto» Si traigo a colación aquí este comentario de Benítez Reyes es porque me sigue pareciendo muy atinado a la hora de escribir sobre Panorama y perfil, este libro también de factura exquisita de cuyo cuidado se encarga en poeta y editor José Mateos. Creo en el poema titulado «Poética», suponemos que relegado deliberadamente para no subordinar la lectura de los poemas a una idea previa, al último lugar del libro, enlaza con lo dicho por Benítez Reyes, especulación y desconfianza, en este caso, ante el poder  transformador del lenguaje: «También en este intento de hacer florecer rosas/ en lugar de cantarlas,/ las rosas de papel nacieron mustias», quizá porque, como escribiera Archibald MacLeish en su «Ars Poetic»: «A poem should not mean/ But be».

Las dos primeras secciones, «Cuaderno de campo» y «El paseante», podemos integrarlas dentro de lo que el propio título agrupa como Panorama, correspondiendo la tercera sección, «Autobiografía» a Perfil. Nos encontramos así con una mirada volcada hacia dentro que resume las reflexiones que surgen  de la mirada hacia fuera, hacia la realidad como escenario en el que tiene lugar la confrontación identitaria. ¿Hasta qué punto el análisis de sí mismo procede del encuentro con las cosas, con lo otro? ¿Ese vínculo con la realidad es consecuencia de ello o es, por el contrario, el impulso que construye el ser del poeta? «Aun sin las gafas puestas soy un hombre con gafas» escribe Benítez Ariza en el poema «Autorretrato».  El paisaje y la naturaleza actúan como correlatos de la propia intimidad. Mirando el entorno, las variaciones atmosféricas o la orografía que le circunda, poblada de árboles o de pájaros, el poeta se reconoce en ese carácter contemplativo, porque «Cuando la niebla me rodea/ mi límite es la niebla,/ que tiene la extensión del pensamiento». Estamos ante una poesía que se concentra en la intemporalidad, que huye de lo efímero, de lo inmediato. Incluso cuando es el paseante quien contempla desde su tránsito, la mirada desnuda lo evidente para internarse en las zonas más profundas de la conciencia, aquellas en las que uno relaciona quien es con lo que le rodea, aquellas que conforman el carácter. Eso sucede en poemas como «La plaza», «En la parada», «Ráfagas de Madrid» o las sucesivas «Marinas». No sólo describen un paisaje a partir de un instante, esa descripción se construye gracias a los andamios de la memoria. El paisaje deja de ser entonces algo estático, sólo sujeto a la mano del artista, y pasa a trasmitirnos un estado mental definido por esa especie de concluyentes ráfagas de sentido que son muchos de estos versos: «Una mujer desnuda pisa el mar», «En aquel fondo del vaso la noche» o «Mi sombra: café negro derramado en la mesa».

Hemos hablado ya del poema «Autorretrato», encabeza la tercera sección, la titulada «Autobiografía», una sección que nos trasmite una sensación de orfandad, de desarraigo de pérdida, por más que seamos conscientes de que la autobiografía y la ficción están interrelacionadas, aunque, como defiende Paul de Man, «La autobiografía parece depender de sucesos reales y potencialmente verificables de una manera menos ambivalente que la ficción». Seres queridos, una infancia y una adolescencia irrecuperables cifradas en un viaje en autobús o en el recuerdo de las viandas que disponía en la mesa su madre. El verso final del poema «Viaje de estudios» es meridianamente claro en este aspecto: «Y he perdido mis fotos como perdí mi infancia». El poeta es consciente de que la travesía vital está jalonada por ausencias, y reconoce sin ningún dramatismo que él, tarde o temprano, formará parte de ese cúmulo, será sólo un recuerdo para otros que como él, también serán ausencia. No hay dramatismo ni heroicidad en el decir de Benítez Ariza, hay templanza y sabiduría en el tono pausado con el que digiere la condición temporal de la vida humana, una sabiduría que le impele a huir de la queja o del lamento y que, por el contrario, nos invita a no caer en la desesperanza. Los momentos que su poesía rescata de los abismos del olvido merecen ser compartidos por un lector cómplice, porque, como escribe en el soneto titulado «Lo próximo», con cierto aroma juanramoniano, «Lo próximo será la soledad./ En este mundo no estarás. Las cosas/ serán entonces nítidas y hermosas/ en su sobrevenida irrealidad»

JUAN ANTONIO GONZÁLEZ FUENTES. MEMORIA (ANTOLOGÍA POÉTICA, 1989-2015).

26 Lunes Oct 2015

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JUAN ANTONIO GONZÁLEZ FUENTES. MEMORIA (ANTOLOGÍA POÉTICA, 1989-2015)

EDICIÓN Y PRÓLOGO DE ANTONIO PORTELA LOPA. ABADA EDITORES, 2015

Toda antología personal, igual que una exposición retrospectiva de arte, conlleva una relectura de la propia obra en la que no es difícil cometer alguna injusticia. Se eligen o se desechan poemas, por mucho que se intente evitar, desde una lectura, desde una óptica del presente. Los ojos que ven lo escrito, lo pintado, tienen ya en la retina millones de imágenes que no existían en el momento de escribir tal o cual poema, de pintar tal o cual lienzo. La memoria ha acumulado un sinfín de emociones ausentes también en aquel proceso. Entonces, ¿cuál es la forma idónea de realizar la criba? Creo que no existe un método perfecto. Cada poeta debe tomar la responsabilidad de mostrar tanto al nuevo lector que ese acerque a su obra como al lector ya habituado lo que considera más representativo de ella, aunque pueda dar lugar a discrepancias con ese lector que ya experimentado. Una vez realizada la selección, otro asunto controvertido es el de la conveniencia de revisar el texto inicial. Hay detractores y fervorosos defensores. Según los primeros, el poeta tiene todo el derecho a modificar lo que ha escrito en el pasado (el caso más extremo lo tenemos en Juan Ramón, que jamás dejó de corregirse) para adecuarlo a la forma de ver el mundo actual. Según los segundos, esa actitud pervierte el sentido original del texto y, por tanto, escamotea al lector la posibilidad de conocer el proceso diacrónico que toda antología representa. Personalmente, estoy más cerca de la primera opción, porque exige un lector más informado, aquel que sepa establecer las comparaciones pertinentes entre el texto primigenio y las posteriores modificaciones que dicho texto haya sufrido, estableciendo así un análisis del proceso creativo mucho más documentado que el que se reduce al resultado final.

Esta pequeña digresión surge de la lectura de Memoria, el recuento de la obra poética de Juan Antonio González Fuentes que acaba de publicar la editorial Abada y que recoge más de veinticinco años de creación. «Cinco décadas ofrece una buena perspectiva desde la que se ve quiénes jugaban con la poesía y quienes tendían al proyecto de una obra total», escribe Antonio Portela en el prólogo, y es que González Fuentes ha cumplido recientemente cincuenta años y este libro supone una especie de punto y aparte, un gozne desde el que enfrentarse al futuro, un futuro, al menos en lo que concierne a la escritura, que, a juzgar por algunos de los poemas inéditos, sufre una transformación sobre la que hablaremos más adelante.

González Fuentes ha agrupado bajo un mismo epígrafe, Atlas de perplejidad,  sus cuatro primeros libros, Del tránsito y su pérdida (1991), La última seguridad (1993), La rama ausente (1994) y Paisaje de entre dos reinos (1995) y esa vocación unitaria casa bien con el sentido de estos primeros libros, más cercanos al irracionalismo en las sugerentes asociaciones de imágenes, aunque reducirlas a una interpretación estrictamente metafórica quizá sea restringirlas demasiado, como podemos comprobar en estos sintagmas: «interroga al relámpago que se hace miel en la vigilia» o «La terrosa púrpura de una espina inmolada». El poema en prosa es la forma elegida para indagar en las posibilidades semánticas que ofrece una dicción que no rechaza la alteración sintáctica para resaltar la ambigüedad del discurso. La vocación de totalidad se ve correspondida por una escritura cuyos vínculos se entrelazan en el mismo poema, pero también con el poema precedente, y con el posterior. «Todo señala hacia todo», escribía Goethe, y esa parece ser la intención de Juan Antonio González Fuentes.

Además del final, Premio José Luis Hidalgo (1998), supone un cambio formal sustantivo porque del poema en prosa —del que hay alguna muestra todavía— se pasa al poema en verso de carácter esencialista, en el que prima la intensidad por encima del discurso: «Un único umbral:/ cifrar en baja voz/ el muro inquieto/ de esta noche que nos disputa». La luz sigue siendo un tema predominante, una luz que sirve tanto para iluminar como para deslumbrar la emoción, una luz que se hace aún más persistente en su siguiente libro, titulado La luz todavía (2003). La palabra cotidiana se ve forzada aquí hasta el límite, desaparece detrás de sí misma, en escorzos como éste: «Multitud de instantes son de voz al fondo y margen lento de la noche firme sin llamarte» que se agrupan en la conciencia y ofrecen una imagen del mundo distorsionada, oblicua y caótica. El significado coherente se escamotea deliberadamente y subyace sólo como una especie de simulacro semántico. El lenguaje muestra su incapacidad para reflejar la inefabilidad de la experiencia y, sin embargo, conforma un discurso capaz de recoger esa contradicción. Quizá González Fuentes no busque otra cosa que Foucault definió como «un exceso del significado sobre el significante».

Un poema de La lengua ciega, su siguiente libro, «Teoría de poeta» parece ofrecer una salida a ese laberinto semántico que frustra la aprehensión de la realidad: «soy lo que me rodea», escribe González Fuentes. Esta contundente toma de posición que refuta en cierto sentido el orteguiano «soy yo y mis circunstancias», pero es sólo una ilusión transitoria, un espejismo, porque de nuevo se constata la imposibilidad del lenguaje, incluso desestructurado y ensamblado de nuevo, para conocer lo que nos rodea, siquiera  de una forma fragmentada. Creo que estas palabras de María Zambrano son oportunas para expresar con mayor exactitud mis argumentos: «El poeta enamorado de las cosas se apega a ellas, a cada una de ellas y las sigue en el laberinto del tiempo, del cambio, sin poder renunciar a nada».

Monedas sueltas, un título muy afortunado, recoge los tres libros de haikus publicados hasta ahora por González Fuentes, que respeta tanto la forma tradicional como los temas estacionales que le son más propios. La connotación simbólica a partir de una impresión evanescente es una de las características que mejor definen este género tan difícil, a pesar de su aparente facilidad.

El libro finaliza con varios poemas inéditos, poemas que preludian una nueva vuelta de tuerca en la búsqueda de González Fuentes de ese centro donde confluyen todos los significados posibles, sobre todo el titulado «Nocturno blanco en Manhattan», un larguísimo poema en prosa que remite directamente a la inevitabilidad del paso del tiempo que, si bien en su obra anterior estaba presente, ahora se convierte en tema central del discurso: «Del otro lado. Sí, ya es más del otro lado el tiempo que se alza entre nosotros, en regreso, con las manos abiertas». El poeta toma conciencia de que —en ese hilo imaginario que une nacimiento con muerte— el pasado ya tiene mayor extensión que el futuro: «Pero nosotros vamos cumpliendo demasiados años y empezamos a olvidarlo todo». El poema tiene algo de alucinación, de salmodia incluso, en la que aparecen personajes como Valéry, Gerardo Diego, Messiaen, Rimbaud, Kavafis o Debussy. Poesía y música imbricados mentalmente en un escenario como el cementerio de Saint Trinity Church, rodeado de rascacielos. Un remanso de paz en el tráfago urbano. El itinerario estético que parece emprender González Fuentes con este poema abre nuevos enigmas en una escritura que desde sus inicios se ha caracterizado por interrogarse acerca del mundo y de su propia existencia. Convendrá estar pendientes para ver si la articulación de esta estrategia confiere al lenguaje, y a quien lo emplea, jurisdicciones que antes no poseía.

TOMÁS Q. MORÍN. EL ALMA DE LA FIESTA

25 Domingo Oct 2015

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TOMÁS Q. MORÍN

EL ALMA DE LA FIESTA

dejando Terezin

Mis hermanos me esperan fumando,

conversando sobre el precio de la col, sobre las virtudes del sueño

y mis hermanas que acaban de llegar, cuelgan sus chales

en el vestíbulo y después se sientan y caldean sus rostros

en blancas tazas de té. Los pitidos del tren

despiertan al niño que duerme a mi lado

suficiente estirado para tocar la pierna de su padre, para señalar

por la ventana a los grandes grupos de hombres

trabajando con sus picos, desbrozando el camino

al centro silencioso de un mercado imaginario

en Beijing, donde comprarán la mejor y más hermosa

seda que pueden conseguir y entonces sus mejillas se colorean

hasta que parecen abuelas en vacaciones

en el Cercano Oriente.

Más allá de los hombres, en los humeantes

restos de suciedad puedo ver a los niños perdidos de esta tierra

ocultándose detrás de la lánguida llovizna para echar un vistazo

al hormigón y a la gente. Imagino

cuánto tiempo vagabundearon sus ojos antes de regresar

y escoger una tiza para papel, un carboncillo.

¿Cómo ves el mundo después de eso?,

¿podría enseñarte la noche algo sobre

el consuelo, podría asombrarte todavía la cara roja de tu madre

sacando su cabeza de arcilla de la boca de un horno,

su pelo cocido con los olores del pan reciente?

Una niña deja caer su tiza, se inclina y recoge

una larga lengua de humo con la nariz

y después comienza a compadecerse de todo, desde las negras

gargantas de las chimeneas a los exhaustos trenes

resoplando a través del campo con los huesos carbonizados

de los padres y las madres.

Reflexiono y articulo las palabras

de una pregunta que no puedo hacer, que no puedo

expresar en este aire contaminado: Poca cosa, ¿habrías

mirado durante más tiempo o movido la tiza más lentamente

si hubieras sabido que un día estarías enamorado otra vez

y de nuevo gracias a las palabras de un libro o que yo me deslizaría

bajo tu cielo en la mañana de mi cumpleaños,

sujetado firmemente al asiento de mi coche, tus dibujos

en mi regazo y en el suelo entre mis pies

los últimos pasteles —una manzana, una cereza— mi madre

comenzando ahora a desgarrar sus caras metálicas?

Versión de Carlos Alcorta

VALENTINO ZEICHEN. METAFÍSICA DE BOLSILLO

21 Miércoles Oct 2015

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VALENTINO ZEICHEN. METAFÍSICA DE BOLSILLO. TRADUCCIÓN DE PABLO ANADON. DIBUJOS DE VÍCTOR RAMÍREZ. VASO ROTO POESÍA, 2015

Metafísica de bolsillo es el primer libro que se traduce al español de Valentino Zeichen, aunque la primera edición en su idioma original, el italiano, data de 1997. No es difícil suponer que desde entonces hasta la fecha su producción poética se haya ampliado considerablemente, pero carecemos de datos para saber si su escritura ha continuado por la senda impuesta por este libro o ha sufrido esas mutaciones a las que generalmente obliga el paso del tiempo. El libro que nos ocupa es, por otra parte, tan heterogéneo —aunque un aliento común le dé vida—, que bien pudiera una de sus secciones servir como referente en posteriores poemas y las restantes quedar descartadas. No es mucho tampoco lo que sabemos del autor, aunque, después de leerle, sí podemos afirmar que se trata de un poeta personalísimo que ha sabido filtrar el enorme poso de la tradición clásica y reinventarla con una mirada nueva sobre los temas eternos. Valentino Zeichen nació en Fiume en 1938, ciudad que quedó anexionada por Yugoslavia bajo el nombre de Rijeja al final de la II Guerra Mundial (como curiosidad, recordamos que Marisa Madieri, la difunta esposa del triestino Claudio Magris, nació en el mismo lugar y en el mismo año. En su libro Verde agua, de claro contenido autobiográfico, relata el éxodo al que su familia se vio abocada en su deseo de seguir siendo italiana) y es autor también de novelas como Tata per tutti, Madrastra o La voluntad de Anita Garibaldi y libros de aforismos como Aforismos otoño. Con posteridad a Metafísica de bolsillo recogió su poesía completa en 2004 (Poemas 1963-2003) y en 2011 ha publicado Casa de fisioterapia.

Si hacemos caso a Charles Olson, la poesía es la “única metafísica válida”, y esta parece ser la idea que hilvana los poemas de Zeichen en este libro que, como decíamos más arriba, dista mucho de ser homogéneo. La primera parte, la titulada propiamente «Metafísica de bolsillo» está integrada por poemas que rastrean los efectos de la realidad sobre quien la contempla de un modo particularmente oblicuo. La anécdota inicial que desencadena la reflexión que no se contenta con describir el suceso, sino que indaga en los mecanismos que al provocan. El poeta, por así decirlo, se distancia hasta encarnar la imagen desde la postura de quien la protagoniza, sea éste persona, animal u objeto. Más que la teoría de la relatividad, como ocurre en el poema titulado «Al margen de la teoría de la relatividad», el observador parece cuestionar la verosimilitud de lo que percibe, es decir, duda de que la realidad se ajuste a la imagen que su mirada le trasmite.  Pero estas anomalías no son vistas por el poeta como algo trágico, al contrario, lo que hace es sacar un enorme partido ontológico no carente de fina ironía: «Los propietarios de una identidad/ se sintieron tranquilos/ y a su vez por escrúpulo,/ se hicieron una ulterior pregunta:/ ¿cómo podía aún existir/ semejante bastardo?/ ¿un sin nombre?» Muchos son los temas que tocan estos poemas, desde la filosofía a la economía, pasando por la religión, la política o el mundo del arte, del que critica su mercantilización: «En los vértices de las Bellas Artes,/ entre mercaderes, coleccionistas/ y falsarios, hay fiebre;/ todos se disputan los murales/ a golpes de millones», escribe en el poema «El ex Muro de Berlín». Tal vez tenga razón, a la postre, Charles Wright cuando afirma que «No hay pobreza semejante, pensamos,/  a la de vivir en un mundo metafísico».  Esa pueda ser la razón de que Zeichen cambie de registro y nos ofrezca en la segunda parte un puñado de haikus que se acomodan casi a la perfección a los preceptos más clásicos del género, como observamos en estos: «Pasan las nubes/ se cubre/ la luna de miel» o «Otoño/ enrojecen las hojas/ pudor de la vejez»

«De amor y otros temas», la tercera sección, está impregnada por un humor corrosivo y «desencantado. El amor que se canta poco tiene que ver con la idealización de ese sentimiento que percibimos en un Dante o en un Garcilaso. Estamos hablando de un sentimiento posmoderno, algo que queda claro desde el primer poema titulado «Semiótica» que copio entero: «Como la lucecita roja que/ se enciende en el tablero/ y le señala al conductor/ que la gasolina se acaba,/ así también el sentimiento/ que tenía por ti/ se ha quedado en reserva», un amor cotidiano, como de película de Woody Allen, que encuentra su cima en un poema como «Ardor», lleno de mujeres amadas: «Algunas me preguntan por cuál/ de ellas ardo; y nunca sé/ qué responder».

La sección titulada «Aforismos», como su propio nombre indica, contiene un buen número de estas frases sentenciosas que, por otra parte, conviven diseminadas por el resto del libro. En ello se tocan muchos temas, pero acaso sorprendan, por su triste actualidad (recordemos que el libro fue escrito antes de 1997), las últimas frases de éste: «Sólo el fundamentalista islámico desearía destruir, al ser dominado por un sentimiento de revancha antioccidental; civilización que se propaga como el agua de los océanos con respecto a la superficie de las tierras que emergen». Tiempo, soledad, escritura, divinidad o fe provocan también unas reflexiones cargadas de doble sentido, de ambigüedad, pero también de incertidumbre. El aforismo no pretender definir, sino mostrar otras caras, otros cantos de la moneda. Importa poco si es un euro o un dólar, lo verdaderamente relevante es indagar en su valor simbólico, y Zeichen nos sorprende en cada frase porque nos desconcierta. «Dedicatorias» es otra de las secciones. Ahora leemos una serie de poemas homenaje que, en algunos casos, nos recuerdan a nuestro poetas barrocos, Góngora, Lope o Quevedo no están lejos del «galateo mundano», como demuestran estos versos dedicados al filósofo Gianni Vattimo: «¡Vattimo! ¿Pero por qué en lugar de filósofo/ no te has dedicado a ser abogado?». No es difícil advertir además la influencia del epigrama latino, en esta y las demás secciones del libro. «Páginas de diarios» (nos viene a la mente de inmediato un poemario de Eloy Sánchez Rosillo) no se diferencia de, por ejemplo, la primera parte, porque ambas, en un sentido laxo, las podemos considerar como fragmentos en verso de un diario, por más que el tono de algunos poemas como el titulado «Imperativo moral» parezcan desmentirlo. Hemos apreciado la vinculación con el mundo del arte en varios poemas de este libro, pero se hace explícita en la última sección: «Pequeña pinacoteca». El Guernica, Muerte de Lucrecia o la Anunciación de Leonardo son recordados en estos versos, pero no, como pudiera pensarse, haciendo un ejercicio de écfrasis, sino insertando el tema pictórico en la realidad cotidiana del autor y estableciendo unas originales correspondencias difíciles de prever, acaso porque la mirada esté ya demasiado contaminada como para intentarlo. El perspicaz ejercicio de introspección que realiza Valentino Zeichen en estos versos, el acto subjetivo de observación en el que intima con el objeto o con la sensación primigenia, alejada del cliché, permite al lector apropiarse de una gama de connotaciones lo suficientemente amplia como para que necesite leer el poema varias veces, y eso es algo que sólo logra la gran poesía.

JOSÉ ANTONIO BABLÉ. FIDELIDADES

19 Lunes Oct 2015

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JOSÉ ANTONIO BABLÉ. FIDELIDADES. LIBROS CANTO Y CUENTO, 2015

El gaditano José Antonio Bablé comenzó a publicar con cierto retraso para lo que nos tiene acostumbrado el escenario editorial de nuestro país en el que, en muchas ocasiones prima la edad, la poca edad, por encima de otras consideraciones puramente estéticas a la hora de editar un libro. Una cierta mirada se publicó en 1998 y era ya un libro de un poeta maduro que no podía ocultar que detrás de aquellos poemas publicados había largas horas de escritura, tanto poética como crítica. Revistas como Renacimiento RevistAtlántica o Contemporáneos y suplementos como Citas daban buena de de ello. Presente anterior, su siguiente libro, gozó de una mayor difusión gracias a que fue galardonado con el premio Villa de Cox y a que la editorial Pre-Textos, una de las más renombradas en el ámbito poético, se encargó de publicarlo. Desde entonces hasta este Fidelidades, la presencia editorial de nuestro autor ha sido escasa, una plaquette de 2008, Apariciones, y un libro de relatos, El mundo de los demás, publicado también por Libros Canto y Cuento, pequeña editorial que dirige con primor José Mateos desde Jerez.

José Antonio Bablé no escribe una poesía complaciente ni sujeta a los prescripciones de una estética determinada. Su empeño es otro, domesticar la emoción gracias a una búsqueda infatigable de la palabra que mejor defina su experiencia, aunque esto suponga embarcarse en una empresa condenada al fracaso y cierta incomprensión crítica y lectora (aunque la alteración del orden natural de la sintaxis, el fraseo ministerial de algunos poemas y los múltiples encabalgamientos sean una traba del todo superficial, pueden contrariar a los menos indisciplinados). Ir por libre, ser fiel a sí mismo conlleva unos riesgos que sólo quien concibe la poesía también como un ejercicio de honestidad consigo mismo puede asumir.

Con todo, Fidelidades no es un libro críptico ni mucho menos, relata una historia que tiene mucho de fractura interna, de bajada a los infiernos y de una posterior liberación casi cronológicamente descritos. Hay, sí, continuas incursiones en el pasado más lejano, el de la infancia, sobre todo en la sección titulada «Tiempo», pero éstas se enlazan con alusiones a hechos recientes, aunque se añore, como en el poema de Aleixandre, vivir sin memoria. «Dichoso aquel que no recuerde fechas,/ ni signos reconozca, ni los rostros/ que un día aparecieron en su vida/ flamantes igual que ángeles o niños/ almidonados. Ansiedad del olvido/ para ser feliz». Acaso sean los poemas que integran «Sentimiento», la segunda sección, los que mejor se amoldan a esa secuencia cronológica que he mencionado. La pasión inicial, de la que ya sólo queda memoria en la escritura, con el paso del tiempo se desmorona. «Cuánto amé malempleado. Propondría/ incendiar los abismos, los espectros/ terrenales, la curva/ circunferencia de los cielos cúbicos,/ el rumor de los mares alcalinos, los muros del idioma que unge/ la boca de la esposa…» escribe Bablé sin ocultar su dosis, creo que sanadora, de resentimiento. Aunque hay algunos versos que lo vaticinan, creo que es la tercera sección, «Conciencia», donde el autoexamen es más despiadado. «Te mientes tanto que hasta te lo crees» se dice el protagonista poemático. Pero la crudeza de una vida golpeada por el fracaso amoroso se ve aliviada por instantes de esperanza, como la que reflejan los ojos de una muchacha, y eso es signo de resurgimiento, de voluntad de vivir, porque en ese intervalo paradisíaco «Nadie te censura,/ ni el tiempo irrelevante ni la angustia/ con el porvenir muerde la conciencia».

La sombra tutelar de la poesía, de la literatura, tan presente en este poemario, y la propia escritura, aunque el personaje reniegue de ello: «Cuánto tiempo perdido en la lectura», se dice, actúan como una tabla de salvación. Es posible, y en estos poemas queda demostrado perfectamente, conciliar ese simulacro de vida, esa vida paralela de papel con la vida cotidiana, aunque la primera a veces defraude nuestras expectativas y el linimento de las palabras no sirva para mitigar el dolor de estar vivo.

TOMAS Q. MORÍN. ANTES DEL AEROPUERTO, SUSHI

18 Domingo Oct 2015

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TOMAS Q. MORÍN

ANTES DEL AEROPUERTO, SUSHI

El anciano está sentado delante

del patio vacío comiendo

pollo frito o cualquier otra cosa,

probablemente compró el trozo entero, y no

en la casa de sushi

donde entramos,

no inspiraba exactamente confianza,

pero cuando regresamos

desde paseo de la fama a nuestra mesa

con los palillos

en la caja que tú decoraste

hace tantos años que lo olvide,

y les conté a mis compañeros de toda la vida

que no necesito utilizar los desechables

envueltos en papel como pajitas,

que no son tan delicadas

como las suyas que parecían pulidas

como si estuvieran sacadas de un tejo,

tan distintas de mis palos ensamblados

que eran poco más que pantagruélicos

mondadientes para alguna raza de gigantes

que yo tenía solamente para adecentarme

con un limpio chasquido

y demostrar su inutilidad,

nunca conocí a un tonto como yo,

sólo al ingeniero que había registrado

la patente para el diseño de mis palillos

así que la operación fue un fracaso

excepto por tu risa,

un desenlace inesperado

por el que yo habría abortado la ulterior colección

a propósito, y la siguiente vez

sólo había llegado nuestra ensalada de algas

para mí, un amante toda la vida

de la cucharilla y el tenedor

para no dar pie con bola en un plato diminuto

con mis pinzas chinas,

sólo que no lo hice y antes de que me diera cuenta

mi mano era Fred Astaire sobre zancos

y la ensalada de algas se había acabado,

seguida por la mitad del maki,

y sólo había una pieza rosa

que lo separaba de la hueva crujiente

y su rollito de arroz que yo escupí

porque lo sentí en la lengua

y sabía a muerte,

lo que tiene mucho sentido

porque estaba muerto,

y nuestra comida terminó allí,

me gustaría ahora celebrar

las virtudes de mantener una mente abierta

a la nueva comida, a cómo

la vida nos puede sorprender tanto, un día

ya no estoy comiendo sirope de arce en un filete

o sobre un trozo de queso como cabía

esperar de alguien que nunca ha estado

en Vermont, prefiero sushi

y controlo los palillos y miro hacia arriba

para ver una trenza de pelo dorada

nunca me había dado cuenta de que era dorada

desenredada sobre su hombro

tan lentamente que parece viva

tanto que por un instante

de repente somos tres

en la mesa: yo, tú, y tu trenza

que a ti no parece molestarte

está perdiendo lo que sólo unos pocos minutos

antes yo hubiera llamado con gravedad

una batalla, excepto que ahora entiendo

que la atracción de la tierra

no siempre es molesta e impaciente,

que puede ser amable, puede animar

un revoltijo del pelo suelto

y, al hacerlo, ralentizar el tiempo

y esa canción sobre adioses

y el pesado abrigo de invierno

que llena el cielo de todos los aeropuertos urbanos

a finales de verano, ralentizar esa música

lo suficiente para hacer un soul

con dos pies izquierdos como los míos

brincando y bailando.

Versión de Carlos Alcorta

PETROS MALAMIDIS. REFLEXIONES EN UN SACRO JARDÍN MARINO

14 Miércoles Oct 2015

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PETROS

PETROS MALAMIDIS. REFLEXIONES EN UN SACRO JARDÍN MARINO. TRAD. DE VASILIKI ROUSKA Y EMMANUEL VINADER. PIGMALIÓN POESÍA, 2015

La obra de Petros Malamidis es escasamente conocida en nuestro país, algo que, lamentablemente, sucede con la mayoría de los escritores griegos actuales, si exceptuamos a autores como el exitoso Petros Márkaris y algún otro menos afortunado. Da la impresión de que, por lo que respecta a la poesía, después de grandes nombres como Kavafis, Seferis, Elitis o YannisRitsos no ha habido ninguna singularidad digna de mención. Como es fácil suponer esta conjetura sólo encuentra acomodo en intereses metodológicos que nada tienen que ver con la verdadera relevancia de la literatura griega de nuestros días, desprendida hace décadas del enorme peso de una tradición tan asfixiante por extraoridnaria, aunque sin renunciar a ella. Nuria Azancot escribía en 2004 que «El momento presente de la poesía griega es, según la crítica, el primero en el que los poetas griegos se sienten primero poetas y después griegos. Aunque nunca han sido dados a agruparse o a firmar manifiestos, sino que siempre han buscado la independencia, los nuevos poetas están preocupados por los mismo asuntos que sus contemporáneos de otros países europeos, una vez relegados a accesorios los temas patrióticos que cantaron los poetas que les precedieron, los de la generación del 70 (Manolis Anagnostakis, Miltos Sachturis, Tasos Livaditis, Takis Sinopoulos o Titos Patrikios)». No creo que en la década transcurrida desde que fueron escritas estas palabras, el panorama hay cambiado sustancialmente, como queda de manifiesto en la completísima antología que han preparado Virginia López Recio y Dimitris Angelís para la revista Omnibus, en la que recogen la obra de poetas nacidos a partir de 1940. De manera intermitente, pero con perseverancia, algunas editoriales españolas publican también libros de poetas griegos contemporáneos, como Cuatro estaciones, de Costas Mavrudíes, publicado por la editorial Pre-Textos y traducido por Vicente Fernández, uno de los grandes conocedores de la poesía griega; Aniversario, de Dimitris Angelís, publicado por Valparaíso Ediciones y traducido por Virginia López Recio o Maria Polidouri, publicada por Vaso Roto y traducida por José Manuel Macías. Más implicada en la difusión de la cultura griega en nuestro país está la editorial Pount de Lunettes, que ha creado una colección, Romiosyne, dedicada en exclusiva a la literatura griega (recientemente han publicado Encima del subsuelo, de KostasVrachnos, un viejo conocido nuestro,en traducción del propio autor y de Juan Vicente Piqueras), y contribuyen también a la difusión algunos blogs como el de Mario Domínguez Parra, dedicado a la traducción de autores griegos preferentemente. En este contexto debemos enmarcar Reflexiones en un sacro jardín marino, el libro que hoy nos ocupa. Su autor, Petros Malamidis —nació en Tesalónica, aunque hace ya varios años que recorre Europa ejerciendo distintas ocupaciones (ha residido también en España, país al que guarda especial afecto)— debutó con la novela Ante la muerte…risas hace ya más de quince años. Ha traducido obras de teatro del español y del rumano al griego y es autor así mismo de la obra teatral El círculo.

Por lo que respecta a Reflexiones en un sacro jardín marino, como escribe Bernardo Souvirón en su atinado prólogo, «En sus versos respira una larga tradición de poesía griega que arranca, me atrevería a decirlo, en Alcmán (un poeta griego, quizá de Esparta, del siglo VII a. C.) y que, a través del tiempo, pervive todavía hoy». Personalmente creo que la influencia de cierta poesía en lengua española con el Neruda torrencial a la cabeza, pero también del Luis Rosales de La casa encendida e incluso del juego irracionalista de cierta poesía popular no es desdeñable en absoluto. El afán de interpretar el mundo a través de la palabra, una palabra desacralizada en estos versos («Sobrantes las palabras, los actos pobres,/ tú y yo y una caricia solo/ en el ahora, en el siempre, en el ayer») de establecer una cosmología propia en la que la identidad del poeta sea el eje sobre el que rotan las emociones y los recuerdos («Los recuerdos enfrente, vestidos de luto con personas. Unas veces amenazadores, enfermizos y deshidratados, y otras de nuevo muy brillantes con un ramillete de penas y alegrías en el humano abrazo del tiempo») encuentra una justa correspondencia entre el poema de largo aliento y el que podríamos describir como su opuesto, porque «hacen falta ojos para ver lo invisible». Pero ¿de qué ojos estamos hablando? La retina que permite ver más allá de nosotros mismos, para internarse por los recovecos del alma no puede poseer la misma configuración que aquella que nos muestra la realidad, aunque sea deformada, deben ser unos ojos capaces de atravesar ese muro de sombra que rodea las cosas: «Los ojos abrí de nuevo/ y estaba ciego/ oscuridad a mi alrededor/ ¿acaso muerto?». De esa una mezcla entre sonambulismo y vida consciente, de precisión y voluntaria vaguedad están poblados estos poemas de Petros Malamidis, un poeta que iba siendo necesario leer y descubrir.

JOAN MARGARIT. AMAR ES DONDE

12 Lunes Oct 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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MARGARIT

JOAN MARGARIT. AMAR ES DONDE. EDICIÓN BILINGÜE. COLECCIÓN VISOR DE POESÍA, 2015

Si hay alguna característica que concita unanimidad en los diferentes críticos que, con mayor o menor intensidad, nos hemos ocupado de la obra de Joan Margarit (1938) es aquello que reclamaba Ortega en sus Meditaciones del Quijote, el fervor, “el sentido afirmativo”. Y es que hay una especie de aquiescencia colectiva ante la que es, sin duda, uno de los mejores corpus poéticos de los últimos años en nuestro país, una obra que tardó en encontrar reconocimiento —el que una gran parte de ella estuviera escrita en catalán y careciera de traducción al castellano tuvo mucho que ver— lector, pero, una vez descubierto, goza de una fidelidad superlativa. Yo leí un poema suyo por primera vez en el número tres de la revista granadina Hélice, dirigida por Luis Muñoz, el titulado «Camino de perfección», pero fue en el número 7 de dicha revista cuando tomé conciencia de que estaba leyendo a un poeta que me revolvía las entrañas. En dicho número siete se publicaban cinco poemas en versiones de Luis García Montero. La muestra, aunque insuficiente, ya era representativa de una forma de combinar la biografía con la reflexión existencial en un discurso que me recordaba al admirado Gabriel Ferrater y que me ha cautivado desde que tengo conciencia de lector. Al referirme a este poema estoy hablando del otoño de 1996. Un año antes, aunque yo la adquirí —según consta en la página de respeto— en 1997, se había publicado, en versión de Antonio Jiménez Millán, el libro Edad Roja (Edat roja, 1990) en la también granadina colección Maillot amarillo, uno de cuyos responsables era Luis García Montero. Desde ese momento me convertí en un ferviente seguidor de cada una de los libros de Margarit, y han sido muchos los que ha publicado desde entonces. Conseguí hacerme, con el paso del tiempo, de alguno de sus primeros poemarios, publicados en castellano, como Crónica (1975) y de una antología que recogía sus primeros libros publicados en catalán.

Viene este largo prolegómeno para referir un viaje lector que se inicia hace ya casi veinte años y que se concluye, por el momento, en este Amar es dónde (Estimar és un lloc), libro vertido al catalán, como viene haciendo con frecuencia, por el propio autor. Margarit ha comentado en muchas ocasiones lo que estas versiones tienen de poema distinto, original, algo que el lector podrá comprobar si se asoma al poema en catalán. Un buen ejemplo es la versión del propio título del libro, muy evidente por las diferentes formas de traducirlo que se aprecian en el poema homónimo: «Estima tés un lloc./ Perdura al fons de tot: d’allí venim./ I és el lloc on va quedant la vida» y su versión castellana: «Amar es un lugar./ Perdura en lo más hondo: es de dónde venimos./ Y también el lugar donde queda la vida».

Una conciencia de inevitabilidad y de fracaso atraviesa las páginas de este libro. Si en Edad roja el autor era consciente de que ya había traspaso un límite invisible pero perturbador, el de los cincuenta años, ahora, en Amar es dónde, ya sobrepasados los setenta, el paso del tiempo no hace más que constatar que, lejos de ser el que fue, algo que ni siquiera pretende la ficción poética, esta lejanía impone una forma de mirar no exenta de resignación, pero una resignación llevadera, asumible. La edad enseña a optimizar los recursos de que se dispone y a constatar que no hay meta, o que, en todo caso, la meta es la misma trayectoria, de lo contrario, la rebeldía moral se convertirá en un descontento inútil. Margarit sabe sacar partido de esta situación, de los años de vida, a través de sus poemas. Su palabra es ahora, si cabe, más templada, más estoica, más sabia e introspectiva: «Sólo puedo buscar, para saber qué soy,/ en la infancia y ahora en la vejez: / ahí es donde la noche es fría y clara/ como un principio lógico», una palabra que, sin embargo, no consigue superar la impenetrabilidad del mundo y de la conciencia. En el epílogo a los poemas, Margarit abunda en esta idea cuando escribe que al envejecer «uno empieza a tener de su parte una de las fuerzas más poderosas del universo, […] la indiferencia», pero ojo, no debemos confundir esta indiferencia con desinterés o apatía. El poeta explica que «la indiferencia a la que me refiero ahorra la angustia porque no es fundamental y por el hecho de que haya cosas que, siendo importantes, incluso trascendentes, uno no podrá cambiar jamás». Una de esas cosas inevitables es la transformación que ha sufrido la sociedad en unas pocas décadas, una transformación que no carece de beneficios, pero que conlleva también un desgaste personal y colectivo que el poeta siente sobre sus hombros. La ciudad de Barcelona se convierte así en una metáfora de esa especulación moral e ideológica en pos del crecimiento económico, tabla de salvación, al parecer, de un ser humano sin otro asidero que el que supone formar parte de la sociedad de consumo, aunque su participación se reduzca a una forma moderna de esclavitud. «Dónde está aquella culta burguesía?/ ¿Dónde, aquellos obreros que, además de su oficio, se sabían poemas de memoria?» se pregunta casi de forma retórica, porque la respuesta está en boca de todos. Tanto unos como otros han sido engullidos por la maquinaria del dinero, del éxito y del confort.

Como es habitual en la poesía de Joan Margarit, hay muchos poemas memorables en este libro, y no es fácil decantarse por uno u otro, sin embargo, me atreveré a mostrar mi predilección por algunos, entre los cuales citaré los titulados «Defensa propia», quizá porque resuma como ninguno ese sentimiento tan similar a la acedía al que me refería y que domina estos versos: «En saber estar triste hay alegría», «Fantasma republicano en la Rambla», una forma de hacer las paces con el pasado y consigo mismo, como lo es también «Tarde de lluvia en el patio», en el que abruma su piedad. Por su matiz metapoético subrayo «El callado», del que entresaco estos versos: «La poesía es una consecuencia/ de algo que no ha sucedido» que son toda una poética, una forma de ver más allá de la realidad a través de la poesía pero también de entender la poesía como la realidad misma, una realidad creada por el lenguaje que posee más aristas que las que muestra la superficie de las cosas. Además Joan Vinyoli, otro de los poetas catalanes que más admiro (no puedo dejar de mencionar también en estas líneas al espléndido Pere Rovira), es el protagonista del poemas.

La lectura de este Amor es dónde supone constatar una vez más la grandeza poética de Joan Margarit, un poeta que escribe con claridad porque se es capaz de ver con claridad lo que le rodea y lo que siente, un poeta que, como escribía Dewey, es capaz de «descubrir lo universal en lo particular» y de hacer de sus emociones más íntimas un espejo en el que se reflejan las emociones de los demás. El lector se convierte así en el cómplice secreto. Si esto no ennoblece la utilidad de la poesía, no se me ocurre qué otra cosa podría hacerlo.

LEE ANN RORIPAUGH. EL SUEÑO DE LA CARPA

10 Sábado Oct 2015

Posted by carlosalcorta in Versiones

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LEE ANN RORIPAUGH

La gente viaja desde muy lejos para ver

mis pinturas de peces

— la engalanada coraza de sus escamas,

la aparente configuración de sus ojos en

anillos de flexibles alveolos, un brillante

latigazo de la aleta y la cola

que parece tan real que casi podías hundir

una profunda red

en el papel y tirar hacia arriba del húmedo

peso de una carpa dorada,

una trucha brillante o la poderosa

ascensión de una lubina con

la boca amoldada hacia el sorprendido, sonoro

“oh” de la veleta

de un niño. Cogí los ejemplos del mar,

del lago y de un estanque de peces de colores

en el jardín trasero, con cuidado

de que sus bocas no se desgarraran

por el anzuelo, de que sus escamas se astillaran o el sedoso

tejido de sus colas

se rasgara por una mano torpe. Los guardaba en

grandes recipientes de cristal, los alimentaba

con alas de mosquito o con crisálidas secas de gusanos de seda

administrándoselas con palillos,

y cuando terminé de hacer los bocetos,

rápidamente los llevé

de vuelta y los puse en libertad de nuevo. Toda

la noche sueño que nado

con estos peces como una carpa dorada de puntos negros

sobre escamas cloisonné,

desperdigadas sobre la superficie por el engañoso

brillo cremoso de

la luna o el crepitar de luces de luciérnaga

sobre del agua.

Y todas las noches estoy animado una vez

más por el olor

del cebo del anzuelo, por mi predecible

deseo de las cosas

terrestres, y cada vez me sorprendo de nuevo

por la punción del anzuelo

en mi labio que me rasga sin piedad

en el aire brillante,

engarzando mis branquias en el fuego, el afilado, plateado

dolor del cuchillo que

me raja abriéndome fácilmente de la cola

a la garganta para poner al descubierto

el rojo flexible de mis branquias crudas,

la película translúcida

de mi bolsa de aire, el crecimiento lechoso de mi

estómago y el gris

marmóreo del rollo de mis intestinos. Me levanto

tarde cada día y trabajo

con la luz más brillante. Cuando yo muera,

llevaré mis pinturas

hasta el lago y las meteré en el agua.

En primer lugar los bordes de

tinta se desdibujarán, y luego habrá

un gran frenesí de aletas,

colas y cuerpos comienzan a florecer

a la vida otra vez, cada

pez desprendiéndose de su lienzo de seda

o papel de arroz —un

remolino de color, movimiento, nadando lejos.

Versión de Carlos Alcorta

ANA GARCÍA NEGRETE. Y DICES TU NOMBRE

07 Miércoles Oct 2015

Posted by carlosalcorta in Miscelánea

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ANA

ANA GARCÍA NEGRETE. Y DICES TU NOMBRE. COLECCIÓN A LA SOMBRA DE LOS DÍAS, Nº 6. 2015

No es Ana García Negrete una autora prolífica, aunque me consta que cada uno de sus libros, como digo, publicados con cuenta gotas, goza del respaldo inequívoco de sus muchos lectores, por eso nos gustaría ver sus libros con más frecuencia en la mesa de novedades de las librerías, aunque si la cantidad no está en principio reñida con la exigencia, menos lo está, creemos, la sobriedad. Por otra parte, cada poeta debe ser fiel a su propio ritmo creativo, sin sufrir interferencias sociales o editoriales (algo casi inexistente en el ámbito poético). Y dices tu nombre es el tercer libro de nuestra autora. Algo tendrán que decir las estaciones (2005), Memoria para seguir un rastro (2010) fueron los precedentes. Tres libros en diez años parece un fruto espléndido, y lo es, pero debemos significar que Ana García Negrete, a pesar de su constante presencia en revistas y antologías desde su juventud, tardó bastante tiempo en publicar su primer libro.

Unas palabras previas nos proporcionan algunas claves de lectura: «El libro […] se dirige a un oyente próximo al que trata de llevarse a un punto distinto del que se ha partido, a la manera de un viaje que recorre la vida en su conjunto, desde un supuesto origen, desgranándose en historias y encuentros que son parte esencial de la identidad», una identidad que se cuestiona desde el primer poema, titulado precisamente así, «Identidad»: «Yo soy. Y dices tu nombre./ Es un acto de voluntad, no igual/ al que mueve al corazón que late sin saberse», un acto voluntario no sometido al arbitrio de los dioses, como les sucedía a los héroes antiguos, pero ser quien se es no es algo regalado ni gratuito. La compleja construcción del ser depende de muchos avatares y de la forma que el protagonista tenga de digerirlos. La fortaleza emocional y ética se forja en la confrontación con la realidad, una realidad siempre dispuesta a ponernos a prueba. El descarnamiento de las emociones no impide que estas puedan ser restañadas mediante la escritura. Sin ánimo de caer en solipsismos extremos, Ana García Negrete muestra una confianza en sí misma, y en el lenguaje que corporiza sus pensamientos, digna de admiración, un lenguaje claro y sencillo que esconde, sin embargo, una confrontación entre el deseo y la realidad, embridados en una mera sucesión de acontecimientos: «Me abrigo de mí» escribe en otro poema. «Me abrigo de mí/ al decir que es amor cuanto yo quiero». La intimidad deja su refugio, sale a la intemperie y es cuando más desprotegida se siente. Las estampas familiares son un cobijo contra la tormenta interior y el amor se torna escudo contra esas inclemencias, pero este amor posee muchas variantes, posee la prodigiosa receta para hacernos ver las cosas de otro modo. Lo cotidiano se vuelve extraordinario, lo zafio, hermoso, lo importante, insignificante y lo secundario, esencial. Y es que desde la belleza, desde la sensualidad o el gozo también se puede escribir contra lo moralmente inaceptable, contra lo que sacude la conciencia.

La mirada observa al mundo con ojos nuevos: «Así te asombrarás del nacer de las cosas», escribe Ana. Esta mirada no modifica sólo el presente, sino la lectura del pasado que se hace desde este presente favorecido por la experiencia amorosa. La infancia se rememora con una nostalgia muy mitigada, acaso porque de ella se ha destilado lo mejor del recuerdo compartido: «Yo volvía a miraros siempre para ponerme a salvo en vuestros ojos», escribe en un hermosísimo verso que tutelan sus hermanos.

En alguno de estos poemas se identifica la travesía emocional con el itinerario físico, geográfico. El trasunto del viaje como proceso de conocimiento, sobre todo cuando se descubren las costumbres de otras culturas, queda reflejado en poemas como «Vistas de la ciudad de Edo» o en «Triunfo y reto de Perseo», donde la Loggia del Lanzi florentina (Ángel Crespo escribió un hermosísimo poema sobre el mismo escenario, incluido en su libro Amadis y el explorador) se escoge como entorno de una aparente contradicción entre belleza y verdad, entre horror y hermosura. El díctum rilqueano de que lo bello es el comienzo de lo terrible no es ajeno a este poema ni al titulado «El grito», pero esta conexión palidece cuando leemos otros poemas que son un canto a la amistad, al amigo desaparecido como el titulado «Amistad» o «Era el final de nuestro viaje…», poemas que nos emocionan y nos inyectan un sentimiento de confraternización, de solidaridad no tan fáciles de experimentar como se supone leyendo un poema. El libro finaliza con un poema extenso que es un claro ejemplo del vitalismo intrínseco en esta poética, a pesar de las pérdidas que todo camino, todo viaje comporta: «Volvió los ojos mirando el cielo al respirar despacio./ Llamar, ¿a quién?, a un tiempo que se esfuma./ Hora de marchar por un camino nuevo/ partido a la mitad ya para siempre./ Nunca más volver y regresar a casa».

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