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Archivos mensuales: abril 2023

ANTONIO GRACIA.  EN NOMBRE DE LA LUZ

24 lunes Abr 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ANTONIO GRACIA.  EN NOMBRE DE LA LUZ

EDITORIAL HUERGA Y FIERRO.

El título de este libro, “En nombre de la luz”, nos ofrece una idea muy precisa de la vía iluminativa ―en este caso no como forma de acercamiento a Dios, sino como una manera de distanciarse de las fuerzas oscuras que gobiernan el caos y sustentan al alma atribulada― que ha recorrido en sus últimas entregas la poesía de Antonio Gracia (Alicante, 1946), un poeta que, por edad, podría haber estado incluido en la Generación del 68, generación que incluye a los llamados Novísimos, de los cuales le separan el culturalismo exacerbado, el experimentalismo lingüístico y la ruptura con el realismo más prosaico, pero también a aquellos poetas que, siendo fieles a la tradición no renuncian a la renovación poética y utilizan un tono meditativo con altas dosis de autobiografía y de cotidianidad, ambas elevadas a un estado superior de trascendencia, al que es más afín nuestro poeta. En este aspecto, el prólogo del profesor Prieto de Paula no puede ser más esclarecedor: «su hipertrofia yoísta lo hace renuente a asumir su condición histórica. La “inflamación del yo” que lo caracteriza no tiene que ver con la autosatisfacción, sino con el desasosiego perpetuo, de espaldas a las razones sociales». Esta búsqueda incesante de la luz no es inocente. El poeta no se muestra ajeno a los conflictos que zaranden al ser, a la propia existencia de este ser que se interroga sobre «¿Quién que no ha sentido que es injusto un mundo / en el que el ansia de supervivencia / lucha constantemente contra / la conciencia de la mortalidad?». La segunda parte del libro, «Amanecer en la noche» ―según el autor, «un conjunto medular y autónomo, paralelo, reincidente y capitular, con la primera [sección] como arbotante, se expone el eco de una historia de amor creciente y jubiloso, íntimo y universal, telúrico y onírico, en un mundo que, tras dar muerte a la trascendencia a la que aspira el poeta, yace en continua conflagración dialéctica…»― ahonda en el mismo tema de la fugacidad, por eso la única luz es la «de los anhelos / en la trinchera de las utopías», y una utopía es, obviamente, el deseo de permanencia, aunque el poeta toma conciencia de ese pesimismo vital que le abate e intenta salir a flote, remontar el vuelo ―«Tal vez existan alas / que vuelen a la luz»― y adoptar una postura más optimista: «Mi voluntad dibuja otro paisaje, / y aprendo otra estrategia», escribe en el poema «Despidiendo el ayer». El amor se convierte ahora en una especie de panacea espiritual con la que soportar todas las iniquidades de la existencia, por eso, cuando falta, «todo es fatua herrumbre, oscuro tránsito / del corrosivo empeño de los hombres / por destruir la piedra cincelada / y mancillar cualquier naturaleza / original».  Lo cierto es que situarse en una posición deliberadamente celebratoria no resulta fácil. No basta solo la predisposición para hacerlo, sino que es precisa una concatenación de estímulos que alimenten más que el deseo, una visión del mundo y, en estos poemas, no parecen haber cuajado, o quizá son insuficientes, dichos estímulos, por eso, pese a lo voluntarioso del propósito, prevalecen las muestras del desasosiego en muchos poemas. En otros, la escritura trata de salvar al ser de la incertidumbre: «Y persuadí a mi pluma a que advirtiese / que el ocaso es vencido por la aurora: / que las estrellas mueren y renacen. / Y me puse a escribir un canto al trino, / al vuelo alado, al pájaro viviente. / Qué belleza cantar la maravilla». De hecho, no hay más que leer el poema «Sinfonía para un hombre solo», para calibrar hasta qué punto el fatalismo impregna estos poemas: «Acaso porque nunca fui feliz, / siempre quise ser otro» dicen los primeros versos. Solo en la escritura parece encontrar el poeta alivio a su tristeza, pero, confiesa, «también el verso fracasó; y el dolor, / que no pudo matarme, me enseñó la templanza: / así forjé mi espíritu, con lágrimas / que siempre desterré». No parece pues que no haya «más destino que la voluntad», ya que esta cede a menudo ante el peso de los acontecimientos. Este contraste, esta tensión entre el deseo y la realidad, entre la necesidad de ser feliz y los impedimentos para llegar a serlo son los que determinan que predomine en la escritura el tono elegiaco y que lo hímnico sea solo una fragancia que desaparece casi al instante. Consciente de ello, Antonio Gracia se pregunta en un poema que es, además, una poética, «¿De dónde nace / la voz que reverbera en una obra / constituida en universo fértil, / sino desde el dolor y la resilencia, / la ascensión de las sombras a la luz, / la transfiguración de la desdicha / al convertir en himno la elegía». Ecos de muchos poetas suenan en los poemas de este libro ―Góngora, Quevedo, Garcilaso, Vallejo, Machado, san Juan, Juan Ramón, entre otros―, incorporados magistralmente en sus versos. Creo que la intención de convertir el fatalismo en vitalismo no ha sido refrendada, pero eso no merma en absoluto la verdad que subyace en estos versos de factura envidiable.

:Reseña publicada en El Diario Montañés, 21/04/2023

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ADAM ZAGAJEWSKI. VERDADERA VIDA

17 lunes Abr 2023

Posted by carlosalcorta in Miscelánea

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ADAM ZAGAJEWSKI. VERDADERA VIDA. Traducción de Xavier Farré.

EDITORIAL ACANTILADO

Publicado en su versión original en 2019, nos llega ahora, traducido por Xavier Farré, el último libro de Adam Zagajewski casi como si fuera un libro póstumo ya que el autor falleció el año 2021 en Cracovia, ciudad polaca en la que se había asentado en 2002. Zagajewski nació en la, entonces, ciudad polaca de Lvov. Hoy, bajo el nombre de Leopólis, pertenece a Ucrania, el país invadido por Rusia solo un año después de que el poeta falleciera. Nos hubiera gustado, como lectores que somos de su obra, conocer sus reflexiones acerca de esta violenta e injustificada invasión militar, él que tanto escribió sobre su ciudad y sobre los distintos desarraigos que sufrió a lo largo de su vida (muy reconocibles en el poema «Ir a Lvov»), de hecho, los versos iniciales del poema «Frontera» parecen escritos hoy mismo por su dolorosa vigencia: «Gente pobre aguarda en la frontera / y mira con esperanza hacia la parte contraria». Y es que una de las características más perceptibles de su poesía es la mezcla de sucesos íntimos con los acontecimientos históricos, sin duda, porque estos han determinado desde la infancia su experiencia del mundo, una experiencia en la que la compasión, como vemos en el primer poema del libro, subyace en su escritura: «Dice: una cosa aprendí / sólo existe la compasión / por las personas, animales, árboles y cuadros». No sorprende, en alguien para quien la cultura suponía una forma de vivir la vida con más intensidad, la inclusión del arte ―una naturaleza muerta― en esta relación de elementos naturales, vivos, en definitiva. En este nuevo libro no hay un vector común que lo dote de un sentido unitario. La organización no es temática, posee una complejidad estructural que, probablemente, solo la mente del poeta sea capaz de desentrañar, sin embargo, los poemas poseen un mismo tono, a la vez melancólico y esperanzado, una melancolía que proviene del pasado ―«Encontré, mucho después, un momento de alegría / y la oscura felicidad de la melancolía», escribe en «Ilustración»― y una esperanza que se sustenta en esa belleza que subsiste a pesar de la crueldad y la muerte. Historia personal e historia colectiva se confunden en un personaje que vivió ―y padeció― los acontecimientos en su propia carne y, a pesar de ello, no hay grandilocuencia en su forma de dar fe de vida. Escribe de asuntos cotidianos, de anécdotas autobiográficas en los que intercala tragedias ajenas: «Galezynski en un campo de prisioneros de guerra: / piadoso como nunca antes, como nunca después. // ¿Qué hace alguien que es poeta / en el ejército, en el hospital o en el mundo? // Los refugiados de Siria se hunden en el mar / o se asfixian en los camiones frigorífico». Versos como estos trasmiten al lector la impresión de que quien los escribe se siente tan vulnerable como los protagonistas del poema, como vemos en la estrofa final de «Lluvia en Leópolis»: «Rechinaron las ruedas de los tranvías / en sus rieles tan estrechos. / Y entonces todos lloramos, / los paseantes y los foráneos. / Vencedores y vencidos». Zagajewski se pregunta a menudo por cuáles son los hechos que dan sentido a la vida. Él los encuentra en las cosas más sencillas, aunque, como poeta cuya infancia se vio marcada por las purgas soviéticas, trata de entender el dolor ajeno y se solidariza con las multitudes más vulnerables. Esa solidaridad se manifiesta además en muchos nombres propios, de lugares como Belzec, Tierra Santa, Kardamyla, Estambul, etc.― y de personas como Ezra Pound ―«Está encanecido apático»―, Jean Améry ―«He aquí un hombre tan frágil como otros»―, Charlie K. Williams ―«Alto, un rostro de hidalgo español»― o André Frénaud ―«Vivió en una de esas antiguas / casas de París donde rechinaba el parqué…»― entre otros, convocados aquí por afinidades de muy distinta índole, pero expuestos sin asomo de oído o sed de venganza. Zagajewski, como el excelente poeta que es, no necesita denunciar lo evidente. La sutileza y la elipsis son herramientas que le permiten mostrar la indignación moral que le provocan ciertos comportamientos y, a la vez, construir un artefacto verbal de gran belleza. La poesía, decía Auden, no hace que suceda nada y es muy probable que no le faltara razón, pero los poemas de Adam Zagajewski ―magistralmente traducidos por Xavier Farré― con su aparente intrascendencia, nos permiten amplificar nuestra visión del mundo y ser menos condescendientes con la corrupción, con la falsedad, con el dogmatismo religioso, con el fanatismo nacionalista. Son, en definitiva, una carga de profundidad en la conciencia del lector, aunque «seguimos sin saber por qué desterraron a Ovidio / de Roma y por qué Roma / lo olvidó todo / y por qué nosotros lo olvidamos / todo». “Vida verdadera” es el testamento de un poeta que supo como pocos mantener una distancia prudencial entre el yo y la realidad, sacar del entusiasmo de un instante concreto una abstracción de la felicidad, solo así pudo conciliar la belleza de la vida ―cantada por tantos artistas y poetas― con su lado más oscuro, la tragedia.

Reseña publicada el 14/04/2023

ANDRÉS SÁNCHEZ ROBAYNA. EN EL CUERPO DEL MUNDO. POESÍA COMPLETA

11 martes Abr 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ANDRÉS SÁNCHEZ ROBAYNA. EN EL CUERPO DEL MUNDO. POESÍA COMPLETA

EDITORIAL GALAXIA GUTENBERG.

La obra de Andrés Sánchez Robayna (Santa Brígida, Las Palamas, 1952), poeta, profesor, ensayista, traductor y antólogo, es tan extensa que, solo con enumerar sus títulos, ocuparía prácticamente todo el espacio dedicado a comentar su última entrega, “En el cuerpo del mundo. Poesía completa” que viene a suceder el volumen que recogía, con igual título, su poesía hasta 2002. Ahora se han integrado, además de unos poemas inéditos compuestos bajo el epígrafe “Nuevos poemas 2010-2022”, los libros que ha publicado en los últimos veinte años bajo las secciones “La sombra y la apariencia”, con textos escritos entre 2002 y 2010 y “Por el gran mar”, con poemas que ocupan desde 2010 hasta 2018. Robayna ha incluido también una nota que en la que da cuenta de las modificaciones que ha sufrido en el que fuera su primer libro, “Tiempo de efigies” (1970) ―no hay advertencia alguna respecto a si ha modificado, siquiera levemente, el resto de su producción―, revisado en 1985, reescrito más bien, pues hasta cambió el título por “Día de aire”.

Más de cincuenta años de escritura pueden dar lugar a cambios estéticos sustanciales o, por el contrario, como es el caso, a la afirmación de una propuesta poética rigurosa que no ha hecho mas que consolidarse, con mínimas alteraciones formales ―del despojamiento inicial ha dado el salto a una poesía más narrativa―, que no conceptuales, a lo largo de este largo periodo. En este proyecto la insularidad y las peculiaridades geológicas del archipiélago canario han conformado unas señas de identidad perfectamente reconocibles, aunque éstas se inserten en un más amplio horizonte especulativo en el que tienen cabida tradiciones poéticas de distinto origen y poetas cuya potencialidad reside en su excepcionalidad individual, dejando de lado las adscripciones críticas a un movimiento u otro. Tanto es así que el propio Sánchez Robayna se ha constituido, tal vez involuntariamente, en el más renombrado referente de una poética que tiene en la economía del lenguaje, en la desnudez descriptiva, en el hermetismo expresivo y en la esencia fragmentaria del texto ―«La poesía solo puede proponerse como fragmento, como prisma del lenguaje» escribió a principios de los ochenta― algunas de sus rasgos más llamativos.

Los misterios que el paisaje encierra, desvelados solo a medias por la insistencia de la luz, una luz que es fuente de conocimiento, que ilumina, con sus diferentes intensidades, tanto el origen como el ocaso; la incertidumbre que embarga al sujeto contemplativo cuando especula sobre la propia identidad, subordinada a los cambios que experimenta la naturaleza; los límites que el lenguaje impone al conocimiento de la realidad ―no olvidemos que es el poeta quien afirma que «el poema busca arrojar luz sobre el ser y sobre la existencia. Busca, en sentido estricto, la iluminación»― son columnas vertebrales de un pensamiento poético, el de un Andrés Sánchez Robayna que, sin desdeñar el impulso de la intuición ―quizá más apropiado para cierta algarabía sensitiva―, se alimenta más de un estado reflexivo, propio de quienes buscan en el silencio y en la soledad la complicidad imprescindible para formalizar su propuesta, tanto estética como vital. La poesía, el arte y la música conforman una tríada de interrelaciones que se fecundan unas a otras. Citar a los artistas o los poetas ―también músicos, pero en menor medida― resulta apabullante, pero no gratuito, pues en todos ellos hay una cosmogonía similar que exacerba la anhelada comunión espiritual, que buscan el modo de descifrar los enigmas de la existencia. Los esfuerzos por aprehender con palabras, pese a sus carencias ―«¿Lengua, lenguaje, / digo? ¿Una palabra / más allá del lenguaje, eso buscaba?», se pregunta― los aspectos menos visibles de lo real encuentran en esos personajes una connivencia que resulta imprescindible para mantener el rumbo que lleva desde la oscuridad del desconocer a la iluminación del conocimiento.

Un poema de su libro “Inscripciones” da título a este volumen y de él entresacamos estos versos que pueden condensar la intención poética de la obra entera de Sánchez Robayna: : «Oh mundo, / en tus médanos gira todo aliento / a la busca de un cuerpo: el tuyo, luz. // Nos cegaste. Seguimos caminado, / a tientas en lo oscuro, hasta encontrar / para siempre ese cuerpo al que abrazarnos, / la cascada de luz, y ahí está la eternidad». Una obra unitaria, aunque la crítica la ha dividido en, al menos, tres etapas muy marcadas: un primer ciclo de 1970 a 1985 del que forman parte los libros “Clima” (1978) “Tinta” (1981) y “La roca” (1984); un segundo que va desde 1985 a 1999, con “Palmas sobre la losa fría” (1989), “Fuego blanco” (1992) y “Sobre una piedra extrema” (1995); y una última etapa, todavía abierta, en la que ha publicado “El libro, tras la duna” (2002), “La sombra y la apariencia” (2010) y “Por el gran mar” (2019). El lector tiene la oportunidad de comprobar en su integridad el alcance y la permanencia de una de las obras más personales y, al mismo tiempo, cosmopolitas de nuestro panorama poético.

  • Reseña publicada el 6 de abril de 2023

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