ADAM ZAGAJEWSKI. VERDADERA VIDA. Traducción de Xavier Farré.

EDITORIAL ACANTILADO

Publicado en su versión original en 2019, nos llega ahora, traducido por Xavier Farré, el último libro de Adam Zagajewski casi como si fuera un libro póstumo ya que el autor falleció el año 2021 en Cracovia, ciudad polaca en la que se había asentado en 2002. Zagajewski nació en la, entonces, ciudad polaca de Lvov. Hoy, bajo el nombre de Leopólis, pertenece a Ucrania, el país invadido por Rusia solo un año después de que el poeta falleciera. Nos hubiera gustado, como lectores que somos de su obra, conocer sus reflexiones acerca de esta violenta e injustificada invasión militar, él que tanto escribió sobre su ciudad y sobre los distintos desarraigos que sufrió a lo largo de su vida (muy reconocibles en el poema «Ir a Lvov»), de hecho, los versos iniciales del poema «Frontera» parecen escritos hoy mismo por su dolorosa vigencia: «Gente pobre aguarda en la frontera / y mira con esperanza hacia la parte contraria». Y es que una de las características más perceptibles de su poesía es la mezcla de sucesos íntimos con los acontecimientos históricos, sin duda, porque estos han determinado desde la infancia su experiencia del mundo, una experiencia en la que la compasión, como vemos en el primer poema del libro, subyace en su escritura: «Dice: una cosa aprendí / sólo existe la compasión / por las personas, animales, árboles y cuadros». No sorprende, en alguien para quien la cultura suponía una forma de vivir la vida con más intensidad, la inclusión del arte ―una naturaleza muerta― en esta relación de elementos naturales, vivos, en definitiva. En este nuevo libro no hay un vector común que lo dote de un sentido unitario. La organización no es temática, posee una complejidad estructural que, probablemente, solo la mente del poeta sea capaz de desentrañar, sin embargo, los poemas poseen un mismo tono, a la vez melancólico y esperanzado, una melancolía que proviene del pasado ―«Encontré, mucho después, un momento de alegría / y la oscura felicidad de la melancolía», escribe en «Ilustración»― y una esperanza que se sustenta en esa belleza que subsiste a pesar de la crueldad y la muerte. Historia personal e historia colectiva se confunden en un personaje que vivió ―y padeció― los acontecimientos en su propia carne y, a pesar de ello, no hay grandilocuencia en su forma de dar fe de vida. Escribe de asuntos cotidianos, de anécdotas autobiográficas en los que intercala tragedias ajenas: «Galezynski en un campo de prisioneros de guerra: / piadoso como nunca antes, como nunca después. // ¿Qué hace alguien que es poeta / en el ejército, en el hospital o en el mundo? // Los refugiados de Siria se hunden en el mar / o se asfixian en los camiones frigorífico». Versos como estos trasmiten al lector la impresión de que quien los escribe se siente tan vulnerable como los protagonistas del poema, como vemos en la estrofa final de «Lluvia en Leópolis»: «Rechinaron las ruedas de los tranvías / en sus rieles tan estrechos. / Y entonces todos lloramos, / los paseantes y los foráneos. / Vencedores y vencidos». Zagajewski se pregunta a menudo por cuáles son los hechos que dan sentido a la vida. Él los encuentra en las cosas más sencillas, aunque, como poeta cuya infancia se vio marcada por las purgas soviéticas, trata de entender el dolor ajeno y se solidariza con las multitudes más vulnerables. Esa solidaridad se manifiesta además en muchos nombres propios, de lugares como Belzec, Tierra Santa, Kardamyla, Estambul, etc.― y de personas como Ezra Pound ―«Está encanecido apático»―, Jean Améry ―«He aquí un hombre tan frágil como otros»―, Charlie K. Williams ―«Alto, un rostro de hidalgo español»― o André Frénaud ―«Vivió en una de esas antiguas / casas de París donde rechinaba el parqué…»― entre otros, convocados aquí por afinidades de muy distinta índole, pero expuestos sin asomo de oído o sed de venganza. Zagajewski, como el excelente poeta que es, no necesita denunciar lo evidente. La sutileza y la elipsis son herramientas que le permiten mostrar la indignación moral que le provocan ciertos comportamientos y, a la vez, construir un artefacto verbal de gran belleza. La poesía, decía Auden, no hace que suceda nada y es muy probable que no le faltara razón, pero los poemas de Adam Zagajewski ―magistralmente traducidos por Xavier Farré― con su aparente intrascendencia, nos permiten amplificar nuestra visión del mundo y ser menos condescendientes con la corrupción, con la falsedad, con el dogmatismo religioso, con el fanatismo nacionalista. Son, en definitiva, una carga de profundidad en la conciencia del lector, aunque «seguimos sin saber por qué desterraron a Ovidio / de Roma y por qué Roma / lo olvidó todo / y por qué nosotros lo olvidamos / todo». “Vida verdadera” es el testamento de un poeta que supo como pocos mantener una distancia prudencial entre el yo y la realidad, sacar del entusiasmo de un instante concreto una abstracción de la felicidad, solo así pudo conciliar la belleza de la vida ―cantada por tantos artistas y poetas― con su lado más oscuro, la tragedia.

Reseña publicada el 14/04/2023

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