ESCRITURA EXPERIMENTAL EN ESPAÑA, 1963-1983. CÍRCULO DE BELLAS ARTES DE MADRID*
FECHAS DE EXPOSOCIÓN:16/10/2014-11/01/2015
La envergadura y las singulares características del Archivo Lafuente que el empresario José María Lafuente ha ido reuniendo pacientemente desde el año 2002 —constituido por más de 120000 documentos y unas 2000 obras que giran en torno del arte del siglo XX en Europa y América latina —, ha hecho posible que en los últimos meses del año 2014 hayan coincidido en diversos ámbitos expositivos distintas exposiciones alimentadas por sus fondos, fondos que nos asombran no sólo por la calidad de lo recopilado, sino porque ofrecen un interés superlativo, ya que muchas de las obras expuestas son exhibidas por primera vez públicamente.
Durante el verano pasado, con pocas semanas de diferencia, se inauguraron en Santander tres exposiciones que han permanecido abiertas varios meses simultáneamente, y esta simultaneidad nos pone sobre aviso sobre lo que comentábamos al principio de estas líneas, la magnitud de un Archivo que se ha convertido en una especie de fuente inagotable para quien esté interesado en determinados periodos artísticas, los que van desde las vanguardias llamadas históricas hasta la experimentación más actual, y en unos proyectos específicos, como el proceso de evolución del libro de artista o la poesía visual, por poner sólo dos ejemplos. La idea de Arte, dirigida por Salvador Carretero y por José María Lafuente y comisariada por Javier Maderuelo, junto con Maurizio Scudiero, que tuvo un protagonismo especial en las salas del MAS (Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander), estuvo integrada por más de 500 piezas correspondientes a unos cien autores, con un objetivo común, el de indagar en los orígenes de la Historia del Arte, para lo que se clasificaron de una forma ajena a la linealidad y a la temporalidad —se intercalan épocas, países o tendencias artísticas— libros, carteles, cuadernos, obras originales, fotografías, etc. relacionados íntimamente con el lenguaje, con la palabra y la escritura. Paralelamente, Maurizio Scudiero se ocupó, en el llamado EspacioMeBAS, de seleccionar una colección de libros de las vanguardias históricas irrepetible tanto por el número de obras como la rareza de las mismas.
Qué es un libro de artista se celebró en el Palacete del Embarcadero comisariada por Giorgio Maffei, suscitando una necesaria reflexión sobre la evolución de este objeto dentro del mundo del arte. La propuesta abarca desde los libros hechos a mano por el propio artista hasta al libro como objeto artístico en sí mismo, sin hacer hincapié en ninguna frontera diacrónica, más allá de estar circunscritos al siglo XX. La última de las exposiciones celebradas en Santander tuvo como sede el Paraninfo de la Universidad de Cantabria y se reunió bajo el epígrafe Sol LeWitt: Libros. El concepto como arte. Estuvo comisariada por Bruno Tonini y estuvo integrada por más de 150 libros de artista, carteles y tarjetas de invitación creadas por el que fuera pionero del arte conceptual, Sol Lewitt (Connecticut, 1928-Nueva York, 2007), a lo largo de su fecunda carrera artística.
Escritura experimental en España, 1963-1983, exposición comisariada por Javier Maderuelo, autor del documentado texto que acompaña al catálogo de las obras, viajó hasta el Circulo de Bellas Artes de Madrid, lugar en el que ha permanecido hasta el pasado mes de enero. Si las exposiciones a las que más arriba hemos hecho mención sucintamente, maravillaron a todos aquellos que tuvieron la oportunidad de recorrerlas, al espectador que haya visitado las obras expuestas en la benemérita sede madrileña, como le sucedió a quien esto escribe, le habrá costado recuperar el estado emocional previo a la visita, porque habrá sido víctima de una especie de perplejidad prolongada que iba in crescendo a medida que avanzaba en el decurso expositivo. Sí, algunas de las obras expuestas eran reconocibles, pero, a pesar de la inequívoca proximidad estética de los asistentes con los autores representados, muchas de las obras se exponían por primera vez, lo que ha contribuido a una resituación artística de los autores seleccionados, y es que, como escribe José María Lafuente, «Los estudios sobre literatura y poesía no suelen tratar la experimentación y cuando es citada se considera algo marginal y anecdótico, ya que lo experimental surgió ajeno a aquellas revistas y editoriales que fijaron el canon de la excelencia», a lo que debemos añadir el individualismo y la falta de una sintonía común entre algunos de los más conspicuos promotores. Como escribe Javier Maderuelo, la mayoría trabajaba «de manera underground», realizando las obras para un público amical casi exclusivamente, cuando no para sí mismos, por lo que las posibilidades de exponer la obra se limitaban considerablemente (ítem más, si tenemos en cuenta el, prácticamente, nulo interés del mundo artístico por la escritura y el arte experimentales), aunque esto no es óbice para que estos artistas estuvieran en contacto con pintores, con músicos, con poetas o arquitectos no sólo de nuestro país, sino de cualquier lugar del planeta. Por todas estas razones, la exposición que comentamos cobra una relevancia, si cabe, aún mayor, porque sitúa en las coordenadas del arte español de las dos décadas objeto de estudio a unos artistas que actuaron rozando la marginalidad, no sólo por ser los máximos exponentes de una determinada práctica artística con unos postulados teóricos diferenciadores sustentados en arduas reflexiones, tanto de orden teórico como producto de su experiencia, sino por la calidad intrínseca de las obras que representan en esta muestra. «La idea que preside esta exposición, escribe Maderuelo, va más allá de mostrar algunas obras concretas de un momento determinado de la creación española, para intentar ayudar a crear un poso contextual que permita empezar a valorar las obras en sí mismas», porque lo experimental, dejando a un lado el uso de materiales que entonces no se consideraban propiamente artísticos, como la, todavía en pañales, tecnología informática, era más una forma de relacionarse con el arte que el empleo de técnicas o procedimientos originales. Las peculiaridades inherentes a esa manera distinta de ver la obra de arte llevaron aparejada una desacralización de la materia artística y la descontextualización de discursos aparentemente, sino enfrentados, divergentes, pongamos por caso el de la música y la fotografía. Pero el objeto que concitó un interés casi unánime fue el uso de la palabra como algo más que un acto de habla, de comunicación. La propia grafía, la manera de representarla se convirtió en una entidad en sí misma; pasó a ser no una herramienta al servicio de una función, sino un asunto de manipulación artística cuyo categoría plástica radicaba en el resultado de esa manipulación, independientemente del evaluación verbal que se le concediera. Volvemos a unas palabras de Maderuelo para profundizar en esta reflexión: «La experimentación vanguardista se interesó por el significante y valoró la materialidad de las palabras, de las sílabas e incluso de las letras, atendiendo a la sugerencia de sus formas gráficas o de sus formas gráficas o de sus cualidades fonéticas. Uno de los asuntos de la experimentación, entre otros muchos, ha sido convertir las palabras y las frases en signos plásticos, en iconos gráficos que han tomado un nombre genérico: poesía visual».
El periodo que abarca esta exposición, 1963-1983, viene determinado por algunos acontecimientos cardinales. Uno de ellos fue la creación de Problemática 63, un programa de arte contemporáneo surgido de las Juventudes Musicales creadas en 1952, que contó con el uruguayo Julio Campal como responsable de la sección literaria —sección en la que también participó Fernando Millán, parte de cuyo archivo podemos contemplar en esta muestra— y alma mater de la exposición «Poesía concreta» en la galería Grises de Bilbao, entre enero y febrero de 1965, que se considera el primer evento de poesía experimental acontecido en España, aunque tiene, como no podía ser de otra forma, múltiples antecedentes, entre ellos el del escultor Jorge Oteiza. Otro de esos acontecimientos fueron Los encuentros de Pamplona —también inicialmente centrado en la música contemporánea—, celebrados en 1972 y patrocinados por el grupo musical ALEA y por el empresario Juan Huarte. El final de la Dictadura y la consiguiente apertura de ideas, los cambios socioeconómicos y la preponderancia de lo tecnológico en nuestras vidas, influyeron también de forma trascendental en el auge del arte experimental, aunque no pasarían muchos años hasta que su declive se fue haciendo evidente (lo que en ningún caso puede conducir a error. Lo experimental se ha adaptado a las circunstancias y hay un buen número de autores, como el extremeño Antonio Gómez, por citar un nombre, que ha expuesto parte de su obra en el Museo Vostell-Malpartida hace unos meses). Dos fechas se han adoptado como frontera de un fin de época, la muerte del poeta Felipe Boso y la exposición titulada «Fuera de formato», celebrada en el Centro Cultural de la Villa de Madrid entre febrero y marzo de 1983, que realiza una especie de balance y puesta al día de las actividades desarrolladas en dicho ámbito a lo largo de estas dos décadas. Dos décadas significadas por una nómina, acaso no muy extensa, pero sí exigente, de artistas que, unidos en grupos como Zaj —de cuya fundación se han cumplido recientemente cincuenta años—, integrado por Juan Hidalgo (1927), Walter Marchetti (1931) y Ramón Barce (1928-2008), cuyas publicaciones fueron inicialmente financiadas por José Luis Castillejo —tristemente desaparecido hace unos meses—, un proyecto en el que se mezclaron el happening, la música, el teatro, la poesía o la plástica y que estaba relacionado con otros grupos internacionales de similares propósitos, como Fluxus o Gutai; el colectivo de artistas Gaur, formado entre otros, por José Antonio Sistiaga, Jorge Oteiza (que también gestionó la Galería Barandiarán), Chillida o Amable Arias; el grupo N.O., integrado por Fernando Millán —de quien se expone en esta muestra la espectacular obra Ariadna o la búsqueda (1971-1973), formada por cuarenta fotocollages— Jesús García Sánchez, Enrique Uribe, Aberásturi y Díez de Fortuny o la Cooperativa de Producción Artística y Artesana, de la que formaron parte Ignacio Gómez de Liaño, Herminio Molero, Manolo Quejido, Fernando López Vera y Francisco Salazar, todos ellos con una vida más que efímera, impelida fundamentalmente por la precariedad económica sobre la que se sustentaban y por la incapacidad de generar recursos, convirtiéndose en unas actividades abocadas a depender de subvenciones estatales, por otra parte inexistentes. Pero está exhaustiva muestra no está pensada solamente para desarrollar un relato más o menos fiel a la cronología, sino para establecer las correspondencias que se establecieron entre unos autores que durante este periodo investigaban sobre el devenir del arte desde el la soledad y, desde el rechazo la incomprensión y, una incomprensión que apenas lograron mitigar los grupos y los proyectos comunes antes mencionados y que se personifica en nombres como Esther Ferrer, Isidoro García Valcárcel Medina y Elena Asins, (los tres galardonados con el Premio Nacional de Artes Plásticas en los últimos años), como Francisco Pino, José Miguel Ullán, Felipe Boso o Concha Jerez. Todos ellos parecen confirmar en su obra el verso de William Carlos Williams, «La invención es su centro». Como ha dejado escrito Javier Maderuelo, comisario de la muestra, «la mayoría de los creadores no se sirvieron entonces de la red comercial que ofrecían las galerías de arte para mostrar su trabajo quedando al margen del mercado», y añade unos párrafos más adelante que «Casi siempre tuvieron que ser los creadores quienes hicieron de editores de su propia obra, sufragada a sus expensas, asumiendo así un papel y realizando un trabajo que no eran los suyos, lo cual redundó en su contra, dada la escasa calidad editorial y la precaria distribución». Aunque algo han mejorado desde aquella época las circunstancias —recordemos, por ejemplo, que la editorial Ivory Press ha publicado Ilimit, una obra en nueve tomos y 6000 páginas de Isidoro Valcárcel Medina, algo impensable hace cuatro días—, a tenor de las explicaciones que nos brinda Javier Maderuelo en su impagable ensayo, no podemos más que reafirmarnos en el carácter excepcional de esta muestra. Un regalo para la vista y para la mente que nos ha ofrecido el Archivo Lafuente. Quede el magnífico catálogo publicado a la sazón para atestiguarlo.
Artículo publicado en el número 115 de la revista Arte y Parte.