ANTONIO RIVERO TARAVILLO. VILANOS POR EL AIRE. COL. AFORISMOS. LA ISLA DE SILTOLÁ, 2017
El género del aforismo, aunque algunos todavía duden de su autonomía, goza en los últimos de una salud envidiable en el panorama literario español. Hay editoriales que centran sus esfuerzos en esta práctica (también las hay dedicadas al haiku y al microrrelato, variedades tan en auge como el aforismo) manteniendo colecciones específicas como Renacimiento, La Isla de Siltolá, Trea, Cuadernos del Vigia —no son las únicas—y otras como Pre-Textos o Hiperión los publican esporádicamente, por lo que deducimos que hay un número suficiente de lectores como para que dicha prodigalidad proporcione cierta rentabilidad económica. Ojalá sea así, aunque albergamos algunas dudas al respecto.
Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963) vive entregado a la literatura en cualquiera de sus manifestaciones. Ha sido responsable de la librería de la Casa del Libro, ha sido director de revistas como Mercurio (y actualmente lo es de Estación Poesía), imparte cursos de Escritura Creativa, es un reconocido traductor de literatura anglosajona —desde John Donne a Shakespeare, pasando por Keats, Pound, Yeats o Milton—, ha escrito biografías («El biógrafo es un parásito. Por eso su reto, contra la botánica y la zoología, y persiguiendo la alquimia, es no quitarle vida al biografiado, sino dársela», escribe) canónicas de Juan Eduardo Cirlot o Luis Cernuda, es novelista y, sobre todo, poeta. Todos estas destrezas le cualifican como una los escritores más idóneos para reflexionar sobre literatura en general y sobre poesía en particular, porque de esto tratan, fundamentalmente, las reflexiones que integran Vilanos por el aire, de metaliteratura, en definitiva. «Escribir aforismos es tomar apuntes de un maestro interior cuya lección nunca aprendemos, aunque los pasemos a limpio publicándolos», escribe Rivero Taravillo en la primera sección del libro, «Escribir», pero, si tenemos en cuenta que una de las características de los aforismos es la brevedad, tenemos que decir que algunos de los fragmentos aquí incluidos no lo son, aunque eso carece de importancia; tienen, sí, la chispa y la eficacia, el poder de sugerencia de estos, pero son reflexiones de mucho mayor calado. Algunos son brevísimos ensayos que bien pudieran formar parte de un corpus didáctico por sí mismo: «En un libro de aforismos, los malos, sumergidos en las aguas de la mediocridad, son los postes sobre los que se levanta el palafito. Sin ellos, la construcción no se alzaría. También son necesarios, pues, aunque no brillen, hechos de la misma madera de los altos». Como vemos, más que una visión particular sobre lo real, sobre aspectos de la realidad cotidiana, estos fragmentos nos ofrecen una propuesta crítica, en la que no escasea la ironía, del propio acto de escribir, no solo aforismos, sino, como hemos visto, biografía, poesía («La poesía no es el corazón pintado, cursi y ñoño. La poesía es, directa y salvajemente, el infarto») o crítica: «Paradójicamente, las reseñas mejor escritas son las que se ocupan de libros mediocres. Como hay tan poco que decir de ellos, y no quiere hacer daño, el crítico se las compone para hacer una buena faena, y se esmera en el aliño, ya que la materia prima es tan insípida». Un aforismo, escribe Rivero Taravillo, «ha de ser siempre verdad», pero nosotros no estamos tan seguros de que sea así; creemos, más bien, que su propia factura esconde, detrás de esa aparente certidumbre, muchos enigmas, tantos como los lectores sean capaces de plantear. La verdad poética carece de pruebas irrefutables que la demuestren y eso es, precisamente, lo que hace el aforismo, aportar matices a esa verdad, de tal forma que el eco de lo expresado, a pesar de su fugacidad, extienda sus ondas en la conciencia más allá del momento preciso de su formulación.
«Lascas de realidad» se titula una segunda sección mucho más heterogénea que la primera. El libro como objeto sigue teniendo protagonismo: «Un libro abierto, boca abajo, sobre un cuerpo que duerme: tejado en que se cobija algún sueño» y acaso se da más rienda suelta al ingenio, como en este juego de palabras: «La verborrea de lo breve», que solo aparentemente entra en conflicto con la pericia. La estrategia que emplea Rivero Taravillo intenta despertar al pensamiento adormecido por la costumbre, intenta quitar los velos que protegen del polvo de la experiencia a la realidad. Desde la concentración lingüística se pretende llegar a la dispersión semántica.
La tercera sección, «Glosario editorial» está plagada de humor, aunque este sea, en muchas ocasiones, humor negro, como esta, referida otra de las ocupaciones del autor, la traducción: «TRADUCTOR: Desempleado de larga duración que no cobra el paro, cuya prestación por otra parte suele ser mayor que sus honorarios cuando los percibe».
Vilanos por el aire es un libro que, quienes tengan vinculación con el mundo editorial, leerán y releerán, porque pocas veces se ha escrito con tanto desparpajo sobre temas como la edición, los derechos de autor, la vanidad o las erratas. Pocas veces se interna uno en la profundidad del océano desde la levedad de una gota de agua; pocas veces se desafía la obviedad de los clichés desde el mismo cliché.
*Reseña publicada en el núm. 129 de la revista Clarín.