PUREZA CANELO.
OESTE.
PRE-TEXTOS, POESÍA. 2103
Desde la publicación de su primer libro, Celda verde (1971), y de la concesión del premio Adonais del año 1970, al que sería su segundo libro, Lugar común (1971) la trayectoria poética de Pureza Canelo se ha ido consolidando sigilosamente, con el paso firme y meditado del que hemos sido testigos sus lectores a medida que se sucede la publicación de un nuevo libro, como una de las apuestas estéticas más arriesgadas y renovadoras de cuantas conviven en el variado panorama poético español. Si es cierto que cada poeta posee una serie de temas recurrentes y una manera propia de entenderlos, no es aventurado afirmar que los de Pureza Canelo son la infancia y la poesía, entendida ésta no sólo como creación, sino como análisis del hecho poético, es decir, de los motivos que inducen a esa creación, desarrollando de ese modo en sus poemas, a medida que la creación avanza, una intensa y permanente reflexión metapoética. Ambas fuerzas motrices se encuentran de nuevo en su último libro publicado, Oeste, editado por Pre-textos, compuesto únicamente, como ya hiciera en el libro Tendido verso (segunda poética), por poemas en prosa, con la excepción del poema titulado «Mi Oeste», cuya inclusión aquí, aunque fuera previamente publicado en el libro titulado A todo lo no amado (2011), actúa a modo de prólogo, de sinopsis argumental del resto del libro. El uso de este género híbrido y misceláneo en el que conviven la morosidad narrativa con la intuición poética — género, por otra parte, que supone la invención moderna por excelencia, según Octavio Paz, aunque es el Baudelaire de Pequeños poemas en prosa tal vez el primer poeta que toma conciencia de la necesidad de derrocar la tiranía de los géneros decimonónicos, aspiración que el poeta concreta en forma interrogativa cuando se pregunta. “¿Quién de nosotros no ha soñado, en sus días ambiciosos, con el milagro de una prosa poética, musical, sin ritmo ni rima, lo suficientemente flexible y dura como para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del sueño y a los sobresaltos de la conciencia?”— lo argumenta la poeta cuando reflexiona sobre Tendido verso, pero creo que son justificaciones que podemos hacer extensibles al libro que comentamos: “Empiezo a tratar algo nuevo para mí que no sea lo llamado «prosa poética» ni «verso en prosa». Cuando percibo el tratamiento de un discurso poético sin sangrar o que está sangrado y encabalgado pero no deseo que aparezca en la vertical de versos, decido empezar con otros que denominé tendidos. Era mi necesidad de poema derramado, sin rumbo fijo, para atrapar el ritmo de las cosas sencillas que suelen cantarse como perdidas”.
Esta necesidad de trasgredir la estructura versal de la que nos habla Pureza Canelo aparece de nuevo en Oeste, punto cardinal, lugar geográfico que carece de la mitología literaria y cultural — con la ineludible excepción del llamado Western cinematográfico, pensado para narrar la epopeya histórica de los colonos norteamericanos, para asignar a un joven país como los Estados Unidos una leyenda fundacional — de sus antagonistas. Tal vez esta especie de clandestinidad estética, esta exclusión poética tenga menos que ver menos con la situación espacial que con la prevención simbólica, porque no podemos obviar que para la cultura occidental el oeste, el poniente, la puesta de sol significa el crepúsculo vital, el final del camino de la vida y este vínculo enraizado en la memoria colectiva no lo pueden obviar del todo discursos personalizados que sugieran otras interpretaciones, como en el caso que nos ocupa: “Hacia poniente asumo el destino de servir a la palabra en el origen, ancestros, esfera, oeste”, escribe en el poema «Vendrá». Para Pureza Canelo Oeste no significa la consumación, en no ser, sino todo lo contrario, es el principio de todo, el nacimiento, la infancia, el lugar en el cual se va formando la identidad del poeta. El norteamericano Robert Creely dice que lo que otorga significado a un poema no es un lugar, “sino un lugar en el nombre” y tal vez éste sea un motivo similar al que aduce Creely el que ha impulsado a la autora a titular así el libro, porque, acaso como en ninguna de sus obras anteriores, se dé una simbiosis tan perfecta entre vida y poesía, entre creación y existencia como en Oeste. El libro es un prolongado canto de agradecimiento al lugar de origen, canto del que deja constancia desde el primer poema, el titulado «Orígenes», al cual pertenecen estos versos: “Tierra acompañada por mi asombro, de ella nací en temblor, acechanza del cantar, de acumular simiente, la pertenencia es el limo, lo levanto ahora y cuando no pueda contarlo alguien lo hará por mí, estirpe que en su romanza permanece” hasta el último, el titulado «Hiedra», que finaliza con estos versos. “Este breve texto sigue en hiedra. Levanto la cabeza y ahí está salvaje, pausa no existe. Cuando un día esta mano deje su pulso ella seguirá”. Este itinerario de la memoria describe un alfa y un omega, un comienzo y un final, pero este final no supone una caída en el abismo de la disolución porque la escritura es la savia de esa hiedra que se expande por la memoria ajena de los lectores. Pureza Canelo entiende la escritura como un ejercicio interminable de conocimiento, pero también como un camino de salvación que trasciende la perentoriedad de la existencia. Todas las imágenes de lugares, las descripciones de situaciones o de elementos materiales están trascendidos por esas palabras que comienzan a distanciarla de los otros desde la temprana adolescencia, que la amurallan en “una soledad activa, balbuciente en la creación”, una creación que indaga con envidiable perseverancia en los significados ocultos de un yo que se disgrega en la sucesión del tiempo. La depuración del lenguaje conduce a una ausencia de retórica, a una “precisión poética” —si es que podemos emplear estas palabras cuando hablamos de poesía— que gracias al trabajo gustoso del que hablaba su admirado Juan Ramón, convierten la intuición inicial, la intuición generadora de la escritura en crisol de lo absoluto, en palabra esencial y reparadora de las laceraciones del vivir. Oeste representa una elevación del sentir en esa verticalidad implícita de la conciencia atenta y sintetiza la encarnación del ser en la escritura, algo sólo al alcance de aquellos poetas que, como Pureza Canelo, desdeñan con razón a “los lectores intrusos” que no son capaces de comprender “una escritura rendida a la lumbre”. “A esos — continua diciendo— los quiero fuera de mi vista”. Nosotros también.