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Archivos mensuales: septiembre 2018

JOSÉ LUIS GONZÁLEZ VERA. LOS NAIPES SOBRE EL AGUA*

26 miércoles Sep 2018

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JOSÉ LUIS GONZÁLEZ VERA. LOS NAIPES SOBRE EL AGUA. CENTRO CULTURAL DE LA GENERACIÓN DEL 27.

José Luis González Vera (Antequera, 1964) ha reunido en Los naipes sobre el agua su obra poética desde 2001 hasta 2017, lo que significa, en la práctica que estamos ante su obra poética completa (González Vera es además novelista y autor de relatos). El título que recoge los tres libros publicados más algún poema inédito remite al conocido epitafio escrito en la tumba de Keats: «Aquí yace uno cuyo nombre fue escrito en el agua» y el agua, como se sabe, carece, entre otras cosas, de forma pero es capaz de disolver la tinta con la que están escritas las palabras. González Vega parece sugerirnos con este título que es plenamente consciente de la temporalidad de todo ímpetu humano, más aún de la escritura, pero esto nos puede llevar a equívoco: no por eso debemos pensar que la considera una actividad menor o circunstancial, muy al contrario. Solo quien siente un especie de un apego reverencial por la escritura, quien respeta sus reglas rigurosamente puede soportar ese estado de espera —sin forzar con artimañas su aparición— el tiempo que haga falta. De ahí que el fruto sea —en cantidad, no en calidad— tan magro: tres libros de poesía —no hacemos acopio de las entregas narrativas— en más de 15 años: Los barrios lentos, Montaje de autor y A oscuras, tres libros en los que el modus operandi apenas ha sufrido variaciones.

     La poesía de González Vera es eminentemente narrativa, pero la narración no es del todo lineal porque abundan las elipsis y los saltos narrativos que obedecen, con toda probabilidad, a un deseo de abrir la experiencia escrita a variables periodos temporales, sucesos quizá de índole similar, perfectamente conjugables, pero acontecidos en lugares distantes. Es cierto que tanto el barrio, lugar mitificado y eje vertebrador de su primer libro, como la infancia y la adolescencia, periodos referenciales que transitan por todos sus poemas, adquieren categorías simbólicas, pero si consiguen este propósito es, precisamente, porque el poeta ha conseguido enriquecer con su propia manera de revivirlas una experiencia, por lo demás, común: «Mi memoria —escribe González Vera en el poema titulado “Resaca”— es un mapa preso / del capricho burlón de un contramaestre / que dictó en el cuaderno un falso rumbo; / no coindicen las fotos con los diarios, / y los lugares tiene otros nombres. // Se enredan los recuerdos / entre un viento confuso de preguntas». Como podemos comprobar por estos versos, aunque sobren ejemplos a lo largo de su producción poética, el poeta se mira a sí mismo con desenfado, con una ironía sutil que trata de desacralizar la presunta trascendencia de la existencia: «Es el pasado musgo sobre roca / que el estío diluye, / pero tras la tormenta, exige el agua / su verde primigenio, / reclama su color el sol entre nubes / y la vida, aquel eco abstracto /invoca su artificio de farándula / para que se desplieguen traducidas / por el tiempo, escenas / que alzaron un paraguas de lluvia ante el olvido». Es del todo probable que González Vera vaya superponiendo en sus versos fragmentos de vida colindantes para proteger determinado recuerdo de los perros del olvido, para no dejarlo a la intemperie, para impedir que la lluvia de los acontecimientos, de los fracasos posteriores, de las renuncias cotidianas lo embarre todo, porque el paso de los años ha modulado la forma de mirar el mundo y lo que antes era frenesí existencial se ha convertido ahora en una existencia pausada que lleva implícito el deseo de concordancia entre carácter y destino: «Obtengo la paz simple de las cosas sencillas / y rompo la sentencia que me conduce a ver mi casa oscura, / su alrededor vacío / y la memoria, albergue del desánimo».

     Felipe Benítez Reyes, autor del prólogo, establece con precisión las características de los respectivos títulos. Así, de Los barrios altos escribe que González Vera «recrea escenarios suburbiales, la infancia dura de quienes van descubriendo la realidad […] Es la mirada del que ingresa en la vida sabiendo que la vida consiste en marcar un territorio, en defenderlo una vez conquistado, porque la cosa va de la ley de la selva». A esa ley de la selva nos referíamos cunado hablábamos de frenesí existencial, que tal vez esta estrofa ejemplifique mejor que ninguna otra: «…heridos / por los trazos seguros de tu lengua, / volvíamos con ron y Coca-cola, / con frecuencia, con prosa y, claro está, / con dinero, / que cortabas tú a hostias / el mal rollo del chulo que quisiera / follar de balde». Sobre Montaje de autor, Felipe Benítez escribe: «Se produce un viraje al hermetismo referencial, a la exposición de claves privadas, a la formulación, en fin, de la extrañeza». Extrañeza que se acentúa en el último libro, A oscuras, que, como el precedente, no oculta la influencia cinematográfica. Pero la vida no es una película, aunque algunas secuencias estén basadas en hechos reales. La poesía de González Vera está anclada a la realidad, sí, y, como tal, no puede cerrar los ojos ante sus aspectos más dolorosos y prosaicos, pero gracias a una fecunda complicidad con un lenguaje que se erige sobre su propia superficialidad, convierte en simbólico lo que antes de poetizarlo no pasaba de ser anecdótico. De ahí que el dolor devenga en ternura y en gozo. Esa es la magia que encierra la buena poesía.

*Reseña publicada en:

José Luis González Vera: ‘Los naipes sobre el agua’

CHARLES SIMIC. PICNIC NOCTURNO*

24 lunes Sep 2018

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CHARLES SIMIC. PICNIC NOCTURNO. TRADUCCIÓN DE NIEVES GARCÍA PRADOS. VALPARAÍSO EDICIONES, 2018

La edición original de Picnic nocturno data del año 2001, aunque, en este caso, esto carece de importancia porque por esas fechas ya hacía tiempo que la poesía de Charles Simic había alcanzado su madurez y exhibía unas características absolutamente personales que, lejos de sufrir disensiones, se han ido consolidando en cada nuevo libro. Estamos hablando de esa particular aproximación a los intersticios de la realidad que conlleva un prodigioso examen de la experiencia. Simic —nacido en Belgrado en 1938, pero establecido en los Estados Unidos desde 1954— indaga en los lugares recónditos de esa realidad desde ángulos casi inverosímiles. Generalmente parte de un hecho anecdótico y común —las consecuencias de comer un pastel con glotonería, las cosas que ocurren en la parte trasera de un matadero o la visión fugaz desde un tren entre un túnel y otro— que a ningún lector puede sorprender, en principio. El poema comienza haciendo una descripción somera, a la par que detallista e interesada, pero, de pronto, el milagro de la imaginación es capaz de detenerse en un espacio desenfocado de la imagen y de ahí surgen esas asociaciones tan innovadoras que, muchas veces, dejan estupefacto al lector, al que no le cabe más que rendirse ante lo inaudito. Pero no estamos hablando de una poesía meramente descriptiva, que lo es, sino de una poesía reflexiva que utiliza el lenguaje para comprender el mundo en el que vive: «Un poema —escribe— es una máquina del tiempo que estás construyendo, un vehículo que permitirá a alguien viajar en su propia mente, así que no te sorprendas si te lleva tiempo lograr que todas las partes del motor funcionen correctamente». No sabemos de cuánto tiempo estamos hablando, pero una de las más notables características de los poemas de Simic es la frescura que trasmiten. Son poemas que parecen estar escritos ayer mismo, poemas construidos —nada más lejos de la realidad— apenas sin esfuerzo y esto, claro, resulta muy difícil llevarlo a la práctica (quizá sea esta la razón de que su herencia estética esté muy diluida en nuestra poesía, a pesar de estar profusamente traducida). Ese viraje inesperado, imprevisible con el que remata gran parte de sus poemas es lo que los hace especialmente atrayentes. Ocurre también que los temas no siempre se asocian con lo que consideramos poético por estos lares. Véase, por ejemplo, el titulado «Las vidas de los alquimistas», que finaliza con esta estrofa: «Entretanto, el pequeño misterio de la sartén, / el olor del aceite de oliva y del ajo flotando / de una habitación vacía a otra, la gata negra / frotándose contra tu pierna desnuda / mientras tú te arrastras hacia la luz lejana / y el tintineo de las copas en la cocina».

     La mirada de Simic está impregnada de una justificada benevolencia: «Yo actúo como un ladrón en potencia», escribe. Un ladrón que se apropia de la vida de los otros, ingenuos protagonistas de su lucha interior. Simic retrata a hombres y mujeres aquejados de un permanente sentimiento de infelicidad no siempre asumido, no siempre cuantificado y, para revelarse ante esa especie de renuncia (que el mismo padece), analiza los detalles más nimios, esos que hacen de una vida cualquiera algo excepcional: «Lo que hace a la gente feliz es un misterio, / concluye él, mientras se ocupa / de estirar los billetes arrugados en unas caja de cigarros».

     Simic es quizá el poeta contemporáneo que mejor retrata lo común, lo cotidiano, pero su punto de vista combina magistralmente lo real con lo que proviene de los sueños: «Después, me vi a mi mismo dentro / de una gasolinera abandonada / construyendo una nave espacial con un ataúd», escribe en «Terapia de vidas pasadas», el primer poema del libro, que, por otra parte, comienza con una descripción realista. Lo que nos desconcierta de los poemas de Simic siempre ocurre al final porque el desenlace no se atiene a lo que el lector espera. ¿Cómo consigue este efecto? Si nos fijamos bien, desde los primeros versos de cada poema se percibe una extrañeza que nos acompaña durante la lectura y que, como decimos, se agrava al final, pero siendo honestos, desde el principio hay un halo de misterio que envuelve la escena y ese elemento inclasificable es uno de los mayores aciertos de Charls Simic. Picnic nocturno, excelentemente traducido por Nieves García Prados, ofrece un compendio de todos los recursos del poeta, entre los que me gustaría resaltar esa milagrosa capacidad para convertir un suceso banal en el escenario de una epopeya interior que se revaloriza en la mente del lector (aunque ese efecto reverberador puede perder  contundencia cuando la fórmula se repite en exceso). A uno, muchas de las imágenes de sus poemas le recuerdan escenas del cine undergrand norteamericano o a ciertos lienzos surrealistas, aunque supongo que para alguien como él, que sufrió en carne propia bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, esto carezca de importancia.

* Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañés el 21/09/2018

GABRIEL INSAUSTI. SAQUE LA LENGUA.

19 miércoles Sep 2018

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GABRIEL INSAUSTI. SAQUE LA LENGUA. V PREMIO INTERNACIONAL JOSÉ BERGAMÍN DE AFORISMOS. CUADERNOS DEL VIGÍA. 2018

Saque la lengua es el tercer libro de aforismos de Gabriel Insausti (San Sebastián, 1969), un autor imbuido de literatura por los cuatro costados, ya que frecuenta la poesía —Línea de nieve es su último título en este género—, la escritura de diarios —El oro del tiempo se acaba de publicar—, la crítica, el ensayo, la novela o la traducción. Como se ve, nada literario le es ajeno. Como sabemos, el género aforístico exige ciertas obligaciones, una de ellas es respetar la concisión. Cuando pasa de ser un chispazo del pensamiento representado en dos o tres líneas se transforma en otra cosa, en un fragmento discursivo, en un microrrelato, en una anotación de diario o en una reflexión con carácter ensayístico, por ejemplo.

     Los aforismo de Insausti cumplen perfectamente esta premisa y cualesquiera que podamos asociar a dicho género porque combinan brevedad, una dosis muy proporcionada de ingenio, juego, paranomasias, alteración del significado habitual de las frases hechas y una mordacidad nunca hiriente, como en este ejemplo que transcribo: «En el mejor de los mundos posibles no se pierde el tiempo especulando sobre el mejor de los mundos posibles». Los temas que aborda Insausti son variados, desde una solapada crítica social (o política): «El drama de hacer huelga y que nadie lo note» hasta las fraudulentas condiciones de vida o el paso del tiempo, como en este logrado juego de palabras: «El tiempo borra la diferencia entre moderarse y demorarse». La reflexión sobre la escritura no se escapa tampoco al ojo escrutador de Gabriel Insausti: un cierto matiz irónico prevalece en muchos de los aforismos que tienen al ejercicio de la escritura como argumento: «La mirada del poeta emite su propio flash», «Después de la poesía no es posible Auschwitz» o «Cada poema documenta un fracaso» y es que «El escritor de aforismos es como ese tipo que en el safari solo dispara su cámara», es decir, que está más atento al hecho de retener el asombro que se esconde en la realidad por medio del lenguaje que a alterar esa realidad para acomodarla a sus intereses. El aforista es testigo, no verdugo. El conflicto identitario también asoma en estos aforismos: «El yo es la prisión en la que se entra voluntariamente» o «Al yo no se va, se vuelve». Podemos concluir de estos ejemplos que los aforismos de Insausti están llenos de dobles sentidos que obligan al lector a repensar sus convicciones, que incitan a mirar la realidad desde un punto de vista diferente. Están, además, escritos sin ánimo de deslumbrar, todo lo contrario, trasmiten una sensación de complicidad no muy habitual. No es extraño que el jurado del premio José Bergamín de aforismos eligiera Saque la lengua entre otros firmes candidatos, porque es un libro escrito a la vez desde el asombro y desde el desconcierto y seduce porque la ausencia de dogmatismo, por la contención de un yo que se sirve de sí mismo solo de manera referencial, nunca con afán ejemplarizante. Las grandes verdades buscan otros escenarios, acaso más espectaculares. Hay mucho más, pero aunque solo fuera por eso, merecería la pena leerlos.

FERNANDO MENÉNDEZ. TEMPO DI SILENCIOS*

17 lunes Sep 2018

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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FERNANDO MENÉNDEZ. TEMPO DI SILENCIOS. COL. AFORISMOS. EDICIONES TREA, 2018

Pocos autores —y durante tanto tiempo— han cultivado el haiku y aforismo con la perseverancia del asturiano Fernando Menéndez (Mieres, 1953). Ya sea en ediciones comerciales como esta que nos ocupa o en ediciones de autor, algunas de ellas hechas de forma manual, que tan bien se adaptan a estos géneros de fraseo tan breve. Los primeros libros de Menéndez datan de finales de la década de los 70 (en 1986 publicó en Scriptvm, la colección de plaquetes que editábamos por entonces Rafael Fombellida y yo mismo Gotas de silencio) y, desde entonces, se han sucedido las publicaciones tanto poéticas como aforísticas. En este género su primer libro, “Biblioteca interior”, data de 2003 y Tempo di silencios, el libro del que ahora nos ocupamos, es el octavo. El libro está precedido por unas palabras de Gino Rouzzi, que finaliza su disertación en estos términos: «Cada recopilación de aforismos de Fernando Menéndez es una declarada invitación al ahondamiento y a la expresión de nosotros mismos en formas provocadoras y espumeantes que componen, también musicalmente, un impetuoso himno a la vida». El planteamiento de Fernando Menéndez a la hora de estructurar su libro es, cuando menos, original, aunque la asociación musical ya la había puesto en práctica en Artificios (2014), su anterior recopilación. «En los aforismos de Menéndez —continua escribiendo Rouzzi— la música se vuelve metáfora de un precioso diálogo verbal en el que estos son palabras y notas».

Tempo di silencios esta dividido en trece composiciones musicales de muy diverso calado. Todas ellas están precedidas por citas de una variada nómina de escritores, cada una de las cuales, en una insólita asociación, corresponde a un instrumento, así, al oboe del quinteto de viento que interpreta «Las estaciones del corazón, Op. 5», le corresponde una cita del francés P. O. Sousouev: «A veces las palabras, son vagabundas» o al fagot del septeto que interpreta las «Siete bagatelas de silencio y desolación, Op. 7», le corresponde esta cita de Gesualdo Bufalino: «El sueño es de la derecha, el sueño es de la izquierda. Votar por un lúcido insomnio». Tiene, por tanto, este libro, varios niveles de lectura, en función de la prioridad que se dé a los respectivos textos que lo integran, pero, por centrarnos en los aforismos, Menéndez , como hemos dicho, un excelente conocedor del género, se atiene a una de las normas básicas de sus características esenciales, la brevedad («Un aforismo, es un esguince de la razón», escribe en la sección siete): en muy raras ocasiones, superan la línea (dejamos al margen, de forma explícita, los poemas breves y los haikús del decimotercer apartado), por lo que el lector tiene asegurada una contundencia reflexiva no muy común. Las dianas a las que disparan estas flechas verbales están dispuestas en un abanico temático muy amplio que va desde la cotidianidad («La amenaza de la imperceptible realidad», «La experiencia son las circunstancias de la vida»), la política («La monodia de toda futilidad política», «Los políticos: estúpidamente abundantes y mortales») a la belleza («La belleza es una vivencia intensa pero inefable») o el paso del tiempo («La vejez, nuestra tela de araña ya adulta»), pero, sin duda, es la reflexión sobre el propio aforismo y, por extensión, sobre la creación poética en sentido amplio, la que ocupa más espacio. Transcribimos algunos:«Un aforismo como una ventosidad del pensamiento», «Un aforismo queda hilado de claves y cadencias», «Hay aforismos que solo tiene vida en los sueños» o este último referido a la poesía: «Hay versos que sospechan de sus poetas». Como puede comprobarse por la pequeñísima muestra que recogen estas páginas, hay mucho que rascar en la superficie de este pensamiento fragmentado. Fernando Menéndez nos parece unos de los aforistas más importantes de nuestro país, por eso echamos en falta su nombre en los recuentos que con tanta asiduidad se están publicando en los últimos años. Quizá la dificultad a la hora de encontrar sus libros —de tiradas mínimas y escasa distribución— haya sido determinante en este sentido, pero con la publicación de Tempo di silencios —un libro que, en palabras que suscribimos por completo de José Ramón González, «opta por una organización compleja, que sorprende al lector al agrupar textos propios y ajenos como una sucesión de piezas musicales, cuya denominación y organización se apoya en un conjunto de precisas referencias literarias»— en la editorial Trea no hay ya excusa posible. Fernando Menéndez es, en nuestra opinión, una de las voces imprescindibles del género aforístico. Conviene que los próximos antólogos no pierdan la oportunidad de constatarlo.

* Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañés, el 14/09/2018

JUAN DOMINGO AGUILAR. LA CHICA DE AMARILLO

13 jueves Sep 2018

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JUAN DOMINGO

JUAN DOMINGO AGUILAR. LA CHICA DE AMARILLO. ESDRÚJA EDICIONES, 2018

Juan Domingo Aguilar (Jaén, 1993) fue con La chica de amarillo finalista del I Premio Esdrújula de Poesía, libro que ha sido publicado en los primeros meses de 2018. En junio de este mismo año el autor ha sido galardonado con el Premio de Poesía Villa de Peligros con el título, que verá la luz en los próximos meses, Nosotros, tierra de nadie. Esta circunstancia nos obliga a plantearnos dos aspectos, el primero de ellos es el estado de gracia en el que se encuentra el autor y, el segundo, su prodigalidad, porque es muy posible que ambos libros hayan sido escritos apenas sin solución de continuidad. En cualquier caso, debemos dar la bienvenida a un joven autor como Juan Domingo Aguilar por la intensidad con la que ha irrumpido en el panorama poético nacional, desde una ciudad con tantísima tradición poética como Granada.

Conviene decir ya que La chica de amarillo es un libro que, sin renunciar al amparo de la poesía de la experiencia, presenta matices personales en la representación de la cotidiana experiencia del fracaso amoroso, de la ausencia o del abandono. Quizá el más llamativo de esos matices sea el tono conversacional (alternado con largos monólogos) con un tú casi imaginario reflejo de un yo distanciado, que consigue dar al poema una calidez inusual a la par que convierte la experiencia propia en una especie de carta sin destinatario o, al menos, con un destinatario inaccesible. Por otra parte, la ausencia de puntuación imprime un ritmo más vivo a ese diálogo ficticio, a este diario de una ruptura amorosa y amplifica el sentido al permitir al lector decantarse por diferentes interpretaciones de lo narrado en función del lugar donde establezca las pausas versales. Veamos un ejemplo: «Me llamas me dices Domingo tengo ganas de verte / una leve pausa hasta luego un beso el último pitido / se mezcla con la suciedad que arrastran las calles en agosto / tu nombre en la pantalla del móvil la cama deshecha / Marta Ana Luía tiemblan pronuncian mi nombre / por toda la habitación gemidos / que no se parecen en nada a los tuyos / me pregunto si estarás sola me pregunto si tú también tiemblas». Antonio Praena, uno de los dos prologuistas del libro, escribe que «Nos encontramos un poeta que proyecta sobre el papel excrecencias sentimentales. Hay una forma de saberse y saber el mundo que habitamos que no precisa convertir a los oyentes en pantalla de nosotros mismos». Esto, como parece inevitable, no le convierte en especial. Juan Domingo Aguilar es un poeta muy joven y habla —escribe— sobre sí mismo, algo natural en un primer libro, pero hay muchas formas de hacerlo. Cuando se describe el fracaso de una relación es frecuente caer en el patetismo y eso, afortunadamente nuestro autor lo ha solventado con una especie de irónica resignación que no se circunscribe solo a los avatares de la truncad relación; orbitan alrededor poemas que funcionan por asociaciones mentales que solo podemos intuir, la historia personal se extiende a la historia general. Los poemas íntimos se transforman en poemas de corte social, como los titulados «El primer mundo» («mientras tú y yo hablamos de nosotros / en las noticas dicen que han encontrado / en Alepo a una niña que lloraba / entre las ruinas de su casa una niña / que llevaba puesto un vestido amarillo») o «Europa ha muerto», quizá el menos conseguido del libro. Las cicatrices del fracaso se marcan en la piel con surcos profundos, surcos que recuerdan el pasado pero que ayudan a dejarlo atrás: «eso es lo que queda de nuestra historia —escribe Aguilar— / dos extraños que se miran a lo lejos / y que cuando llegan a casa / cuentan los días que llevaban sin verse». Como escribe el otro prologuista, Javier Fernández, «La chica de amarillo es un torrente emocional escrito con la urgencia del que ha callado mucho tiempo y necesita gritar». Toda emoción necesita macerarse con el paso del tiempo, y esto es lo que ha hecho, templado ya el ánimo, Juan Domingo Aguilar, por eso sus versos nos parecen tan frescos, como si hubieran sido escritos al calor de una confidencia.

 

 

NAJWAN DARWISH Y CRISTINA OSORIO. NO ERES POETA EN GRANADA*

10 lunes Sep 2018

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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NAJWAN DARWISH Y CRISTINA OSORIO. NO ERES POETA EN GRANADA. EDICIÓN BILINGÜE. EDITORIAL SONÁMBULO EDICIONES Y VALPARAÍSO EDICIONES.

«Cuando me encontré olvidado en tus calles / supe que estaba en mi ciudad / y me dije: el hombre no es profeta en su ciudad y tú no eres poeta en Granada». Estos versos del poeta palestino Najwan Darwish (Jerusalén, 1978) forman parte del poema que da título a un libro especial que combina la fotografía —a cargo de Cristina Osorio— y los poemas de Darwish (ya conocidos por el lector español gracias a la publicación por Valparaíso Ediciones de Nada mas que perder en 2016). La razón de que consideremos a “No eres poeta en Granada” un libro especial no reside en la combinación de poesía y fotografía, dos géneros que comparten muchos fines artísticos, aunque el proceso y la técnica para detener la fugacidad del instante, para inmovilizarlo y hacerlo nuestro difieran notablemente. La razón la encontramos en que los autores no han esquivado un escenario tan manoseado, tan visitado, tan cantado, tan fotografiado como la ciudad de Granada y, fundamentalmente, su edificio más emblemático, la Alhambra, plagado de referencias iconográficas y culturales. ¿Se puede aportar una mirada diferente sobre un lugar como este? Es lícito que nos lo preguntemos y la respuesta, después de mirar detenidamente las fotografías de Osorio, de leer los poemas de Darwish y de asistir al diálogo que ambos establecen, no puede ser más que afirmativa. Claro que se puede, si uno consigue liberarse de prejuicios y logra contemplar lo real con una mirada no contaminada, en busca de «la eterna novedad del mundo». El prologuista del libro, Paco Baena, se pregunta «Cómo sobrevivir a la saturación icónica, a la fagocitación del referente inducida por la multiplicación masiva de la producción de sus imágenes y por su difusión y circulación global?». Posiblemente solo gracias a la emoción que nos trasmite esa mirada personal que logra desleer las imágenes repetidas y consigue ofrecer al espectador un enfoque diferente y original, en el caso de Cristina Osorio, paradójicamente, a través del desenfoque, y no es que las imágenes no sean reconocibles, sino que se impone sobre ellas una cierta dislocación sensorial que estimula la imaginación del espectador, capaz en muchos casos de crear para ellas un nuevo emplazamiento en su memoria.

     ¿Cómo se compaginan entonces las imágenes con los poemas de Darwish? Podríamos afirmar que casi de forma espontánea porque el vínculo que une ambas disciplinas es una sabia y bien proporcionada mezcla de poesía y de historia. Darwish no pretende ignorar el pasado que le une a esta ciudad, por más que simbolice una dolorosa fisura sentimental: «Dónde está el cuaderno de las tinieblas en el que escribía la historia de mi destino / sin cambiar una línea alguna para salvarme. / Un cuaderno que puede devorar ciudades enteras, / construidas o todavía sin construir por la imaginación». La imaginación construye también las imágenes que nos brinda Cristina Osorio. De líneas difuminadas, de manchas borrosas y colores impuros —ocres, bermellones, musgosos y sombríos verdes, celestes grises—, de un ojo pensante surge la ciudad soñada, acaso idealizada por ese afán por mitificar lo perdido que todo ser humano desarrolla íntimamente.

     A pesar de que Darwish —poeta reconocido internacionalmente, como demuestra el hecho de que esté seleccionado en la antología Language for a new century. Contemporary Poetry from the Middle Easte, Asia and beyond— escriba en un verso que «La poesía huye hacia el otro lado», este volumen está impregnado de ella. Las imágenes son también poéticas —en un sentido estético, no edulcorado, adjetivo al que parece asociarse últimamente dicha palabra—y   precisan de un espectador meticuloso, de alguien que sepa rastrear en ellas las huellas de la experiencia particular de quien las fotografía. Los poemas, que gozan de una existencia autónoma y de un significado independiente, no están circunscritos a esa realidad geográfica tan determinante, son, podríamos decir, más universalistas y por esa razón pueden amoldarse a un significado concreto. Provienen de un lugar innominado, de «Un país llamado canción»: «Viví en un país llamado canción, / innumerables cantoras me concedieron la nacionalidad, / compositores de todos los rincones / compusieron para mí ciudades con mañanas y tardes. / Me movía en mi país / como se mueve un hombre por todo el mundo. // Mi país es la canción, / en cuanto se detiene, me vuelvo refugiado». Granada encierra poesía en muchos de sus rincones. Cientos de poetas de todas las épocas han cantado sus virtudes y han añorado, desde la distancia, su recuerdo. No eres poeta en Granada combina dos sensibilidades afines, la de la fotógrafa Cristina Osorio y la del poeta Najwna Darwish —cuyos poemas han sido traducidos del árabe por Ibrahim El Yaichi— que unidos logran sumarse a la corriente de emoción que fecunda la tierra y el cielo del sultanato.

*Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañés el 7/09/2018

PEDRO GASCÓN. LAS MUDAS SOLEDADES.

05 miércoles Sep 2018

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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PEDRO GASCÓN. LAS MUDAS SOLEDADES. CHAMÁN EDICIONES, 2018

El título de este primer libro de Pedro Gascón (Albacete, 1977) nace bajo la advocación de Lope de Vega: «hablar ente mudas soledades, / pedir prestada sobre fe paciencia, / y lo que es temporal llamar eterno». No es mala sombra tutelar, todo lo contrario, sobre todo en esta época en la que nos ha tocado vivir, una época en la que una gran parte de los libros que se venden bajo el epígrafe de poesía no lo son, y los autores de dichos engendros ignoran por completo nuestra tradición poética (el poema «Dicen» es suficientemente explícito en este aspecto: «Dicen que hay pseudopoetas / que venden más libros que Horacio» son los dos versos con los que comienza). Por eso, encabezar Las mudas soledades con un autor como Lope supone toda una declaración de principios. Ya en la poética que precedía a sus poemas en la antología El peligro y el sueño, preparada por Andrés García Cerdán, Pedro Gascón escribió: «Quizá haya que entender la poesía, en estos tiempos de derrumbe humanístico y social, como la captación de la esencia espiritual de la realidad». Siguiendo esa línea de pensamiento, nos encontramos con un libro que ofrece un compendio de vivencias que han dado un sólido argumento a una forma de vivir y de entender la realidad. Los poemas no están fechados y por esa razón desconocemos cuando están escritos, pero al leerlos sí percibimos diferencias de calado entre ellos, fundamentalmente en lo que respecta al paso del tiempo. Significativo, en ese aspecto, es el titulado «Estados y espacios», un poema de cuya madurez reflexiva deducimos que está escrito no hace mucho tiempo: «Ahora, que el tiempo es otro, / que mi hija ha abierto un nuevo cajón de ese armario de la memoria, / que el vacío y los huecos han quedado llenos por su presencia, / que mi madre abre el armario /para coger únicamente prendas para su nieta, / es ahora cuando abro el cajón de las ausencias ordenadas / y decido vestir esos ropajes. // sin duda, ahora, el padre soy yo». Sirva esta larga cita para verificar que el tiempo de la infancia —recurrente en otros poemas— se ha dejado atrás. El autor es consciente de que ha adquirido otras responsabilidades (el poema «Defendí la casa del padre» es paradigmático en este aspecto). No está concebido Las mudas soledades como un libro unitario. Las cuatro partes en las que está dividido: «En el mundo ausencia», «Fuego en el alma», «Y en la vida infierno» y «Con alma ajena» presentan diferencias entre ellas, pero también entre los poemas que respectivamente las integran, véanse si no los poemas «Elegía» y «Llueve» de la primera sección o «Llegarás bordeando el camino» o «Pensamiento». En ambos casos, los poemas citados en primer lugar son marcadamente narrativos, siendo los segundos poemas más líricos, con un fraseo mas concentrado. Por supuesto, el modo de organizar un libro responde a criterios personales, muy difíciles de enjuiciar, más sobre todo, si, como intuimos, este libro recoge poemas de muy distintas épocas creativas. En cualquier caso, lo que si unifica todo el libro, incluso los poemas que ensayan el monólogo dramático, es la persistente búsqueda de uno mismo a través de un lenguaje que se interroga sobre sus efectos —la referencia a Roberto Juarroz no es baladí—, la no menos persistente asunción de la paternidad expresada en poemas como «Homo opositor habla con su hija en la distancia», donde la ternura se combina sin patetismo con la ironía. Pedro Gascón vive la creación como un todo del que forman parte, por supuesto, los poemas, pero también la gestión cultural, la música y la labor editorial. Chamán Ediciones es el proyecto en el que, junto con Anaís Toboso, lleva trabajando desde 2015. No hay más que echar un ojo a su catálogo para comprobar que el camino emprendido hace tan solo tres años se está consolidando en el muy complejo mundo poético de nuestro país. Según Juan Ramón, un libro dice cosas diferentes según cómo esté editado. El libro Las mudas soledades es, además de un excelente libro de poesía, un perfecto ejemplo del cuidado que sus responsables ponen en la edición, algo que el lector agradece especialmente.

ANNE CARSON. TIPOS DE AGUA*

03 lunes Sep 2018

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ANNE CARSON. TIPOS DE AGUA. EL CAMINO DE SANTIAGO. EDITORIAL VASO ROTO, 2018

No deja de sorprenderme que en una época como la nuestra, en la que se ha convertido en algo habitual “engordar” los currículums con toda clase de nimiedades (por no hablar de flagrantes invenciones), una mujer del prestigio de la profesora y poeta Anne Carson (1950) reduzca el suyo a estos datos: «Nació en Canadá. La enseñanza del griego antiguo es su sustento de vida». Son, sin duda, suficientes para los partidarios de la autonomía del texto y para quienes dan preferencia a este por encima de consideraciones biográficas y/o sociales —la propia Carson lo pone en práctica en el libro de ensayos Eros—, pero en nuestro caso creemos necesario aportar alguna información más que nos ayude a situar la obra tanto ensayística como poética de la autora de Tipos de agua (un título que nos remite obligatoriamente a Marcas de agua, el libro sobre Venecia de Joseph Brodsky), un texto, conviene decirlo ya, de difícil clasificación porque combina lo poético con lo diarístico —aunque se omitan casi por completo referencias personales— y lo etnográfico. No cabe duda de que su pasión por el mundo clásico ejerce una notable influencia en su obra poética (el décimo trabajo de Hércules sirve de eje argumental a Autobiografía en rojo y que sus traducciones —de Safo, Sófocles y Eurípies, entre otros— son ejemplares, pero su obra es un conglomerado de géneros en los que alterna la prosa con el verso, la crítica con la narrativa, el libreto operístico con el ensayo. Y algo de todo esto hay en este Tipos de agua que describe el peregrinaje a Santiago («La ciudad y el santo enterrado allí son un punto de pensamiento», escribe) desde el pueblo francés de St. Jean Pied de Port, siguiendo la ruta de Roncesvalles durante poco más de un mes. La autora viaja en compañía de un hombre a quien denomina Mi Cid: «Él es uno de aquellos que, como reza el famoso poema, “en una hora feliz nació”», de quien solo se aporta información ambigua y con quien surge algún encontronazo, sobre todo cuando en la autora se rebela contra sus propios pensamientos y sale a la luz ese yo que el poema «Stanzas, Sexe, Seduction», escribía: «Quiero ser insoportable».

El viaje de Anne Carson no es tanto físico como espiritual. Es cierto que las entradas de este particular diario están fechadas y emplazadas en distintas poblaciones que atraviesan, pero escasean las descripciones paisajísticas y, cuando aparecen, lo hacen como soporte de alguna reflexión de carácter íntimo. Su búsqueda —todo peregrinaje lo es— se ve estimulada por el propio deseo de hallar respuestas y el camino es solo un escenario que facilita la introspección: «los peregrinos eran personas que resolvían las cosas mientras caminaban. En el camino puedes pensar con vistas hacia el futuro, puedes pensar recordando el pasado, puedes hacer una lista para recordar contarles a los que están en casa». Nada más alejado, sin embargo, de una guía al uso que este libro que exhibe una neutralidad imaginativa solo aparente. Los textos poseen, al menos, dos características propias, cada uno de ellos está encabezado por una cita de autores orientales —Shikibu, Zeami, Bashõ, Sogi, etc.—, salvo la del primero, que corresponde a Machado. Por otra parte, muchos de los textos llevan una coda final que, en ese afán por sacar conclusiones propio del espíritu indagador, resume los cambios que suscita la experiencia del peregrinaje en el peregrino: «Los peregrinos eran personas que llevaban cuchillos, pero rara vez les encontraban uso», «Los peregrinos eran personas a quienes les sucedían las cosas que solo suceden una vez», «Los peregrinos eran personas que cargaban con poco. Lo cargaban equilibrado en su corazón».

El peregrinaje concluye en Finisterre, en el fin del mundo, y la voz de la autora lleva a cabo la poderosa transformación que se ha venido desarrollando en las sucesivas etapas del viaje. Ha pasado de ser fundamentalmente descriptiva a adentrarse en los laberintos mentales de lo visionario, en un proceso de sublimación que guarda una profunda relación con la experiencia mística, aunque esta no se mencione en ningún caso. Anne Carson va descubriendo el camino por donde pisa, el camino «Se extiende lejos de ti. Te conduce hasta el oro real: mira cómo brilla. Y solo pide una cosa. Que resulte ser precisamente aquello que anhelas dar» a medida que descubre sus inquietudes personales, a medida que se descubre a sí misma. Avanza en el camino construyendo una imagen interior que no pueden retener las fotografías; un camino al que, en su parte final, la niebla priva de referencias: «Estoy perdida. Súbitamente alerta, miro a mi alrededor. Nadie está aquí, excepto yo. Y no hay camino». Pero, ¿este es el final o solo uno de los innumerables principios? Cada lector puede encontrar en su propia travesía la respuesta.

* Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 31/08/2018

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