OCTAVIO PAZ. CENTENARIO
SE CUMPLEN CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DEL PREMIO NOBEL
Hoy, 31 de marzo, el poeta y ensayista Octavio Paz (1914-1998) habría cumplido cien años. Paz nació en el barrio de Mixcoac, por entonces un suburbio en la periferia de la ciudad de México, durante la Revolución Mexicana. En esa época, su padre, abogado de profesión, actuaba como correo para los zapatistas, enviando mensajes al Ejército del Sur, razón por la cual a finales de 1916, fue nombrado representante de Zapata en Estados Unidos, donde permanecerían durante cuatro años y comenzaría su educación. Sería éste el primero de los innumerables viajes que realizó Paz a lo largo de su agitada vida. Su abuelo Ireneo Paz también estuvo vinculado a la actividad política. Fue senador y diputado durante los gobiernos liberales de Porfirio Díaz, por lo que no nos puede extrañar que Octavio Paz sintiera desde muy joven una atracción especial por todo lo concerniente a esa tarea y por las diferentes ideologías que la cimentaba. Es muy posible que esa temprana toma de conciencia fue lo que le llevó a viajar a España para apoyar la causa del gobierno republicano durante la Guerra Civil española, una experiencia determinante —quizá, junto a la matanza de la plaza de Tlatelolco en 1968, la más trágica— que condicionaría su pensamiento combativo el resto de su vida.
Es de todos sabido que los años inmediatamente posteriores a la muerte de un escritor son una especie de túnel de silencio que necesariamente debe atravesar para volver a gozar de la luz, esto es, de presencia y ascendiente en las siguientes generaciones de intelectuales. Sin embargo, el caso de Paz es diferente, ha desbaratado esa norma no escrita. Han transcurrido poco más de quince años desde que falleció y tanto su controvertida personalidad como su vasta obra continúan siendo objeto de estudio, centro de apasionadas polémicas, lo que no hace sino reforzar la vigencia de su pensamiento —fue uno de los intelectuales más importantes de la lengua española en el siglo XX— y de su poesía, quizá lo que más le importaba, no en vano dejó escrito esta aclaración: «Aunque he publicado muchos libros de prosa, mi pasión más antigua y constante ha sido la poesía». Fue a través de su obra poética, de aquel libro en tela con sobrecubierta publicado por Seix Barral bajo el título de Poemas (1935-1975) en 1979, como tomé contacto con Octavio Paz (eso ocurrió en el año 1981 y aún sigo leyéndole con idéntica fidelidad y provecho), aunque no tarde en acercarme a los ensayos que sucesivamente iban cayendo en mis manos, hasta el punto de que, como sucede con los creadores verdaderamente originales, comenzaba a resultarme difícil discernir donde acababa la prosa ensayística y empezaba la poesía en verso en prosa. No era, no es, sencillo trazar una frontera inflexible entre ambos géneros, entre otras cosas porque las reflexiones sobre el propio acto creativo —la poesía enseña a mirar el mundo con mayor penetración— o sobre la naturaleza del amor se intercalen con similar intensidad y clarividencia tanto en uno como en otro.
El interés por la literatura, por la cultura en general, se despertó muy pronto en Paz. A los 17 años fundó con sus compañeros de estudios la revista Barandal, siendo éste el primero de los innumerables proyectos editoriales que puso en marcha Paz a lo largo de su vida, o en los que tuvo responsabilidades, como las revistas El Hijo Pródigo, Taller, Plural o Vuelta, pero cuando regresa a México después de participar en el II Encuentro de Escritores e Intelectuales Antifascistas en la Valencia del año 1937 también participa en la fundación de la cabecera El Popular, que se convirtió en el periódico de la izquierda mexicana. Pronto, en 1937, publicó su primer libro de poemas, Raíz del hombre (su primer ensayo crítico, Poesía de soledad y poesía de comunicación data de 1942) del que el propio poeta escribió posteriormente que era «un libro torpe, lleno de repeticiones, ingenuidades, faltas de gusto, un libro que me avergüenza haber escrito», en el que la influencia de Neruda está muy presente, algo que cambiaría poco tiempo después, cuando recibió la influencia directa del surrealismo, en su primer viaje a París y, sobre todo, a partir de 1946, en el momento en que su estancia en esta ciudad se hace más permanente (los cambios continuos de destino laboral propiciarían otras influencias, como la oriental, después de su visita a Japón y estancia en India, como es notorio en los poemariosLadera este, en Blanco y en Renga). Pero como decíamos, su curiosidad intelectual era insaciable, por lo que comenzó a interesarse por cuestiones antropológicas, por la esencia del ser mexicano —su libro Laberinto de la soledad (1950) se ha convertido en lectura ineludible para cualquier interesado en los orígenes misceláneos de la identidad del mexicano— o su voluntad religiosa — Sor Juana Inés o Las trampas de la fe, dedicado a la poesía de sor Juana Inés de la Cruz, se interna por estos caminos al analizar los precedentes prehispánicos de su obra, pero también en el poemario Piedra de sol se afronta la simbiosis entre la cultura precolombina y la cultura hispánica—; por cuestiones de índole política y social, lo que podemos corroborar en títulos como Las peras del olmo (1957) o El mono gramático.No faltan tampoco los ensayos sobre determinados aspectos del arte moderno (Marcel Duchamp o el castillo de la pureza, 1968), sobre la traducción o sobre la creación poética, algo determinante en un libro como Libertad bajo palabra (1960), en el cual Paz indaga en su evolución poética, que parte de un respeto a la tradición decimonónica hasta llegar al surrealismo y luego abandonarlo, pero sobre todo en El arco y la lira (1956), un profundo estudio sobre la poesía como práctica en sí misma revolucionaria, porque alimenta la mirada inédita, desacostumbrada sobre las cosas, nos proporciona una idea propia sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea, pero también trasmite al lector la reverencia que el poeta siente por la palabra, incluso por el propio oficio de poeta, que es de quien se vale el lenguaje para revelar lo inefable. No es posible hacer un recuento pormenorizado de la obra del Premio Cervantes (1981) y Premio Nobel de Literatura (1990) porque es casi inconmensurable la variedad de registros e intereses de Paz, aunque, como hemos dicho más arriba, el se sentía en realidad poeta, y libros como La estación violenta, Pasado en claro o Piedra de sol están ahí para confirmarlo. En cualquiera de los aspectos culturales en los que se internó nos sorprende la vastedad de sus conocimientos, la honestidad y seriedad de su trabajo y la forma de enfrentarse al asunto objeto del estudio, no dando nada por sabido hasta que su propia investigación lo constataba. De ese rigor tan ajeno a la autocomplacencia nace, sin duda, su carácter polémico. Mantuvo siempre una envidiable independencia de pensamiento y puso la libertad como norma ética de comportamiento, por más que esa libertad le enfrentara con tirios y troyanos. El devenir histórico ha puesto en evidencia muchos de sus temores. El auge del fanatismo, en cualquiera de sus manifestaciones políticas o religiosas, la pérdida de identidad, la sumisión del individuo al poder económico, etc. son lacras que padecemos a diario. Sus denuncias de los extremismos ideológicos poseen hoy una lamentable vigencia, confiemos que temporalmente. Su poesía, sin embargo, posee un vigor que traspasa las fronteras espacio temporales. La pasión que trasmite la percibirán en el futuro lectores de cualquier continente, de cualquier época. No es frecuente encontrar un poeta, un escritor, un pensador de este calibre, por eso hay que evitar que el fasto de las conmemoraciones se quede sólo en la superficie y el público se quede sólo con Octavio Paz como personaje histórico y desdeñando lo verdaderamente importante, su fecunda obra.