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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: septiembre 2014

ROBERT PINSKY. GINZA SAMBA. POEMAS ESCOGIDOS

29 lunes Sep 2014

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ROBERT PINSKY. GINZA SAMBA. POEMAS ESCOGIDOS. TRADUCCIÓN DE LUIS ALBERTO AMBROGGIO Y ANDRÉS CATALÁN. VASO ROTO POESíA, 2014
Cuando comentamos la antología poética de Gerard Stern, Esta vez, editada también por la editorial Vaso Roto, no pudimos más que manifestar nuestra sorpresa ante el hecho de que una poesía de tal altura y un poeta tan imprescindible para la cultura norteamericana como él no hubieran tenido mayor fortuna editorial en nuestra lengua, hasta el punto de que la publicación de dicha antología suponía la primera incursión sistematizada de la obra de Stern. Algo similar nos ocurre con Robert Pinski y Ginza Samba, el libro que ahora comentamos. Más allá de la recreación del personaje que los dibujantes y guionistas de la serie Los Simpson realizaron, con su mordacidad habitual, en uno de sus capítulos, la figura de Pinsky es prácticamente desconocida en nuestro país, a pesar de los esfuerzos que algunos entusiastas como Andrés Catalán —lleva años traduciendo regularmente sus poemas, publicándolos en diferentes medios, revistas o blogs— y Luis Alberto Ambroggio, poeta argentino residente en EEUU, miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, perfecto conocedor de la obra del estadounidense, a quien le une una consolidada amistad, realizan con admirable perseverancia. Ambos, Ambroggio y Catalán, han unido ahora sus esfuerzos para ofrecernos una exquisita e imprescindible antología de Robert Pinsky (Long Branch, New Jersey, 1940, poeta elegido tres veces consecutivas como Poeta Laureado de Estados Unidos (1997-2000)— una de las mayores, sino la mayor, distinción poética de su país—, así como consejero sobre poesía de la Biblioteca del Congreso, en Washington. No conviene olvidar que, aprovechando este cargo, fundó el Favourite Poem Project, con el objeto de difundir y estimular la presencia de la poesía en la vida de los ciudadanos estadounidenses. Además de crear una página web que recoge todas las intervenciones que se han apartado desde entonces, las distintas colaboraciones han dado lugar a una serie de antologías, de DVD, de programas para las bibliotecas y para las escuelas que buscan situar la poesía en la sociedad actual y conferirle la importancia que realmente posee para el crecimiento individual. Una propuesta de similar calado es la que defiende Billy Collins cuando dice que «la poesía debería formar parte de nuestra vida cotidiana». Collins es autor de un manifiesto en defensa de la poesía y desde su publicación, en la década de los ochenta, ha influido decisivamente en la implantación de la poesía dentro de la cultura norteamericana. Como Pinsky, Collins también aprovechó la notoriedad que le proporcionaron sus dos mandatos como Poeta Laureado (2001-2003) para sacar adelante propuestas que trataban difundir la poesía en la sociedad con métodos publicitarios, desde vallas en las estaciones de metro hasta la inserción de poemas en las cajas de cereales, además de encuadrarla de nuevo en los planes de estudio, de los cuales había sido desterrada. Existe, en cierta poesía norteamericana, la costumbre de considerar que la poesía tiene una función social. El poeta debe ser, además de un testigo privilegiado, alguien con carisma, con poder de convicción, capaz de denunciar las injusticias, de enfrentarse al poder, capaz de recrear en sus versos la memoria de la tribu. Pero esta idea romántica del poeta ha ido perdiendo fuerza en nuestra sociedad, incluso el propio poeta se ha visto sobrepasado por el carácter sagrado de una misión que le viene grande, en tanto él mismo mantiene con su propia obra una relación ambigua, conflictiva, escéptica y, en ningún caso, heroica o solidaria.
Los poemas escogidos que se agrupan bajo el título Ginza samba —demasiado parcial y artificioso, para mi gusto— están entresacados de todos sus libros, aunque si prescindiéramos de la detallada información que Ambroggio facilita en el prólogo, podríamos leerlo como un libro independiente, tanto más cuanto se ha transgredido el orden de edición de los poemas, hasta tal punto que «Canto Samurai», el primer poema seleccionado, pertenece al libro Jersey Rain, publicado en el año 2000, en gran medida siguiendo las propuestas del propio Pinsky, acaso porque él mismo concibe su poesía como un continuum sin notables sobresaltos, influida por los ritmos del jazz —pasión que comparte con otros muchos poetas, por ejemplo con Larkin— («En mis años de adolescencia fantaseaba con ser un músico de Jazz. Tocaba el saxofón en bailes, bodas, bares, bar mitzvahs, etcétera», escribe Pinsky), por la emoción que produce el instante sublime del hallazgo, pero también por un compromiso social que, sin embargo, no ha restado un ápice de calidad a sus poemas. Se ha llegado a decir de él que es el último poeta «civil» (a este respecto no viene mal recordar estas palabras de Mario Luzi contextualizando la figura del poeta:«Poco percibida, imponderable, a menudo irrelevante en su celosa dignidad de testigo e inventor, la figura del poeta parece encaminada a reencontrar, en su disfraz de histrión, prestigio y acogida en la sociedad moderna»), y puede que sea cierto, pero esta definición, además de un elogio, encierra una impostura, porque aceptar la etiqueta significa reducir su poesía a un solo registro, una poesía que, como escribe Ambroggio, «nos conduce de una forma innovadora a la infinitud de posibilidades que ofrece el lenguaje poético, con la constante creación de metáforas, alegorías, asociaciones, recurrencias etimológicas, datos en apariencia autobiográficos, perspectivas vivenciales. Así, crea la realidad más profunda que emociona, motiva, convocando referentes y protagonistas de historia, códigos religiosos (paraíso, infierno), en un intento, digamos, “teo-morfista”». No menos concluyente se muestra Andrés Catalán, traductor de una parte de los poemas que componen la selección, cuando escribe que «la dispersión que es principio rector del desarrollo de sus poemas, en forma y tema, tiene que ver con el deseo de atender a las cadenas de eventos y circunstancias que inciden en cualquier hecho humano; estamos ante el compromiso con la verdad». Creo que la poesía, en estos tiempos aciagos de violencia y zafiedad, no está exenta de responsabilidad civil, si entendemos por responsabilidad un compromiso con el ejercicio poético, con el rigor y con la fe en dicho proceso, una insurrección contra la realidad desde la negación de esa realidad, pero el poeta, y utilizamos de nuevo el magisterio de Luzi, «es una persona espiritual concreta, no pude tener por tanto la disponibilidad intelectual que parecen requerirle aquellos que querrían verlo en la primera fila de todas las barricadas». Acaso la intención de Pinsky, al escribir ese poema continuo que es toda su obra, sea delimitar la fragmentación, la discontinuidad propias del mundo y de la época que le ha tocado vivir, en claro contraste con la época de Dante (autor omnisciente al que ha dedicado muchas horas de estudio, del que ha traducido la Divina comedia y que es un referente en cuanto a capacidad constructiva), en la que los conocimientos estaban lastrados por unas limitaciones científicas insalvables. Acaso la actualización de los mitos, de los hechos históricos o de los episodios biográficos en un mismo plano, sin fractura temporal, no sentidos como parte del pasado sino del ahora —es sabido que toda obra está implantada en un tiempo y en una geografía que la influyen sustancialmente—, abunde en ese mismo concepto de simultaneidad y de contemporaneidad que trata de salvar las contradicciones que dan forma una sociedad desnaturalizada, disgregada, carente de sentido. Acaso esta sea la única actitud sensata para un poeta que es, además, un ciudadano consciente y desengañado, pero sin postrarse a las servidumbres de la religión o la ideología. Tal vez no sea necesario llegar a ese pesimismo creativo, el que condujo a Auden a escribir algo así como que la poesía no hace que suceda nada, para mantener un escepticismo teñido con la luz fabuladora de la escritura, aunque sólo sea como cauce de transformación individual, primer paso para aspirar a un renovación colectiva. Tal vez.

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GERALD STERN. ESTA VEZ. ANTOLOGÍA POÉTICA

24 miércoles Sep 2014

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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GERALD STERN. ESTA VEZ. ANTOLOGÍA POÉTICA. PRÓLOGO Y SELECCIÓN DE CURTIS BAUER. TRADUCCIÓN DE JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA. EDITORIAL VASO ROTO, 2014
Las antologías concebidas como síntesis de la obra de un autor determinado cumplen una función informativa, divulgativa e, incluso, didáctica si la introducción es algo más que una mera justificación sistemática; y no es poca cosa cuando, como en el caso que nos ocupa, estos cometidos se cumplen con creces al mostrar al lector interesado una amplia selección de la obra de un poeta norteamericano prácticamente desconocido en nuestro país —del que apenas hemos leído alguna traducción dispersa en el laberinto de la red— y, además, cuenta con un prólogo escrito por Curtis Bauer que logra sintetizar admirablemente las líneas maestras de la poesía de Gerald Stern, poeta que nació en Pittsburg en 1925, lo cual significa que, por buscar referencias cercanas, es contemporáneo de los poetas que en nuestro país hemos agrupado bajo la etiqueta de Generación del 50, aunque, pese a tener un vastísimo conocimiento de la cultura europea, no sea tarea fácil encontrar correspondencias poéticas con ninguno de ellos, como tampoco son perceptibles influencias de los poetas norteamericanos que marcaron el rumbo de la poesía moderna del pasado siglo, con Pound y Eliot a la cabeza, aunque en una poesía tan, me atrevería a decir, excesiva y con tantos registros como la de Stern, no sería imposible rastrear deudas en estéticas plurales, incluso antitéticas.
Existen en nuestro país un conjunto de editoriales, escaso pero combativo, que están realizando una meritoria labor en pro de la difusión de la poesía escrita en otras lenguas, desde el rumano al croata, desde el polaco al finlandés, publicando regularmente tanto a autores consagrados como a voces emergentes. Una de las tradiciones que goza de mayor predicamento en la actualidad es la de la poesía norteamericana —en este aspecto la editorial Vaso Roto se lleva la palma—, la poesía escrita en inglés (otras editoriales realizan un esfuerzo no menos estimable por poner a nuestra disposición la riquísima poesía hispanoamericana), en la que conviven, como no podía ser de otra forma teniendo en cuenta la vastedad geográfica y cultural de tal idioma, muy distintas corrientes estéticas. La traducción de lenguas foráneas no sólo resulta imprescindible para enriquecer la poesía española, poniéndola en contacto, relacionándola con la heterogeneidad propia de cada cultura nacional, haciéndola, al mismo tiempo, más cosmopolita, sino que sirve, además, para aquilatar el peso verdadero de nuestra poesía en el contexto mundial, un peso elevado, sin duda, pero que no nos puede hacer caer en elogios desmesurados, porque la desmesura evidencia, más que cualquier otra cosa, la ignorancia de quien se excede en el halago.
Curtis Bauer, poeta y traductor él mismo, habla en el prólogo de la gran influencia que Gerald Stern ha ejercido sobre muchos de los poetas norteamericanos más recientes, algo que representa en sí mismo un elogio formidable, teniendo en cuenta la nómina de poetas susceptibles de ejercer esa influencia (por hablar sólo de poetas contemporáneos al propio Stern, y sin el imperativo de ser puntillosos, podemos mencionar a Ashbery, Simic, Levine, Merwin o Wright, cada uno de los cuales ejerce un notable magisterio en las promociones subsiguientes). Bauer dice de Stern que «No se trata del típico “poeta norteamericano” que solo escribe poemas representativos de la sociedad estadounidense, su cultura o su paisaje, con la mirada puesta en el exterior; tampoco es un poeta intimista, ni autorreflexivo, ni es su tono confesional; tampoco puede decirse que su obra sea irónica…Stern debe ser entendido desde una óptica universal, multicultural, multilingüe y multipersonal». A tenor de estas palabras, tal vez sea más fácil definir esta poesía por lo que no es, más que por lo que es: no es hermética, ni posee vinculaciones de carácter religioso, no está adscrita al surrealismo ni a cualquiera otro «ismo» de la vanguardia, tampoco exhibe un culturalismo desaforado ni parecen preocupar al autor las cuestiones autorreferenciales, el análisis del propio acto de escribir o la reflexión metalingüística. Podemos encontrar aisladas muestras de todo esto pero, también, apreciamos un deseo irrefrenable de contar, de ser entendido, de encontrar significados a las imágenes, que prevalece sobre todas las demás cuestiones. Las minuciosas descripciones con las que Stern inicia sus poemas, el preludio, podríamos decir— escritos generalmente en primera persona, aunque cuando usa la tercera hable de sí mismo, pero en otra tiempo, sin tratar de ocultar su biografía—, da paso, en el cuerpo central del poema, a la narración de la anécdota que motivó la escritura, para finalizar con unos versos de carácter determinante, aunque en muchas ocasiones, la conclusión que espera el lector se abra a nuevas incertidumbres, como, por poner sólo un ejemplo, el poema titulado «Concédeme el último baile», que comienza con estos versos plenamente descriptivos, coloquiales: «Cuando se trata de chicas, el Chihuahua/ en la calle 9 bajando hasta/ Washington en el lado izquierdo,/ bajo la Hong Kong Fruit,/ él sabe dónde va…», para adentrarse posteriormente en el asunto que ha motivado la escritura, el rescate de un perro que ha caído en una alcantarilla y la reflexión consecuente que conduce a la memoria hacia otro hecho similar: «…sostuvimos/ el martillo sobre la boca de la alcantarilla/ para poder levantarla y llegar/ a nuestras pelotas de softball y de tenis», para llegar a un final incierto, casi enigmático, porque el poeta parece asumir que lo sustancial, el verdadero conocimiento se le ha escapado, por eso se pregunta: «¿ y cómo se llamaba la que me dio/ la toalla? ¿Y quién era yo?,/ ¿y qué hace el amor dentro/ de una alcantarilla? ¿y cómo se difumina/ la desgracia hoy, o cómo se entierra?». La mirada sobre las cosas de Stern es una mirada sin ángulos ciegos, panóptica, capaz de percibir todo lo que hay alrededor, una mirada que no sólo ve el exterior, el suceso que da pie al poema, sino que se adentra, casi simultáneamente, en los sueños, en los recuerdos, en las fantasías o los pensamientos que surgen a raíz de dicha contingencia.
Gerald Stern es autor de dieciocho libros de poemas, y ha obtenido numerosos galardones, entre ellos el Wallace Syevens y, este mismo año, la Medalla Robert Frost. La presente selección comienza por el libro Regocijos, libro publicado en 1973 que recoge poemas escritos entre 1966 y 1972 y finaliza con una sección titulada Nuevos poemas, una pequeña muestra de un libro futuro en la que se encuentra ese magnífico poema titulado «Poetas», una especie de homenaje a sus autores más queridos, y en el que traza un esbozo de sus orígenes: «yo soy judeoamericano un/ judío americano, cuya madre/ nació cerca de Bialystock/ quizás un polaco americano/ un judío polaco dzień dobry». Debemos elogiar tanto la labor de selección —realizada por Curtis Bauer— como la de traducción —una traducción muy cuidada, más teniendo en cuenta la ambigüedad que ocasionan los poemas que carecen de puntuación, que hace creer al lector que está leyendo poesía escrita en castellano—, a cargo de José de María Romero Barea, porque el trabajo y la dedicación, el entusiasmo necesarios para llevar a cabo esta empresa han dado unos frutos excelentes. La publicación de Esta vez (título también de uno de los libros exento de Stern) corrige la injusticia de desconocer una poesía tan inclasificable y heterogénea en sus alusiones como esta, una poesía cuyo «estilo —de nuevo es Curtis Bauer quien escribe— es discursivo, inclusivo; aprovecha todo lo que acude a él mientras escribe, y el resultado son unos poemas que acumulan un significado tras otro; son indómitos, turbulentos, repletos de subtramas, correcciones y reversos, pero, por encima de todo, son absolutamente placenteros», una poesía sorprendente y absolutamente recomendable.

INGER CHRISTENSEN. ALFABETO

22 lunes Sep 2014

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INGER CHRISTENSEN. ALFABETO. TRADUCCIÓN DE FRANCISCO J. URIZ. POESÍA SEXTO PISO, 2014.
Es, sin duda, una gran noticia que una editorial del prestigio de Sexto Piso, consagrada hasta ahora a publicar ensayo, narrativa e incluso libros ilustrados, emprenda una colección de poesía (recientemente otras editoriales especializadas en narrativa como Salto de página, Nórdica o Playa de Ákaba ha asumido el mismo riesgo con resultados, a juzgar por la continuidad de la propuesta, esperanzadores). Paradójicamente, a pesar de ser quizá el género minoritario por excelencia, la poesía goza de un nutrido censo de lectores (el maestro Francisco Brines dice que la poesía no busca público, sino lectores), si bien no muy numeroso, de una fidelidad a prueba de seísmos económicos y de convulsiones políticas y sociales, lectores que encuentran en los poemas un modo de verse a sí mismos, y al mundo que habitan, más intenso y revelador que el que puede ofrecerles cualquier otro género literario.
Poesía Sexto Piso comienza su andadura con el libro Alfabeto, de la poeta danesa Inger Christensen —el segundo volumen, El color del tiempo, de la poeta en lengua sefardí Clarisse Nicoïdski, verá la luz próximamente—, un libro con múltiples niveles de interpretación y una autora reconocida por su experimentalismo, por su compromiso con la palabra y con el lenguaje— lo que no excluye el compromiso ético o social, en esto abundan los poemas de este libro— hasta exprimir al máximo su percepción de la realidad, por su defensa de la poesía, lo que, de alguna manera, le confiere cierta responsabilidad civil, contra las amenazas que sufre el individuo y la sociedad en su conjunto. La apuesta de la editorial es arriesgada, pero de un rigor fuera de toda duda.
La edición de la obra de Inger Christensen no tiene muchos precedentes en castellano, sólo conocemos la publicación, el año 1999, de la novela Una habitación pintada: un relato de Mantua a cargo de la editorial Cuadernos del bronce, por tanto, podemos decir que este libro, Alfabeto, es una auténtica primicia, la mejor manera de entrar en contacto con la obra poética de una de las grandes representantes de la poesía europea del pasado siglo. Nacida en Vejle en 1935 (costa este de Dinamarca), estudió magisterio, medicina, matemáticas y química. Sus primeros libros, Luz y Hierba datan de 1962 y 1963, respectivamente y será a partir de 1969, con la publicación de Esto cuando su obra comience a difundirse internacionalmente. Alfabeto, el libro del que hoy hablamos, se publicó en 1981, tras un largo silencio editorial. La peculiaridad de este libro —ha escrito la crítica— es que utiliza una secuencia, descubierta por el matemático italiano Leonardo Fibonacci (cada verso es la suma de los dos precedentes: 0,1,1,2,3,5,8,13,21…), para medir el metro y el número de estrofas y, además, sigue el orden de las letras del alfabeto. Con este poema comienza el libro: «los albaricoques existen, los albaricoques existen» («abrikostræerne findes, abrikostræerne findes» en danés), y termina con el poema «las noches existen, la hierba mora existe» («nætterne findes, natskyggen findes»). Un viaje desde la «a» a la «n» que tiene algo de cíclico, de reiterativo, de unión de opuestos y que sirve para reflexionar, para armonizar contrarios, para hacer recuento de los seres y las cosas que habitan el universo. Esta aspiración enciclopédica y la delicadeza con la que describe hasta los seres más indefensos o humildes: helechos, lágrimas, abanicos, líquenes o palomas nos recuerda veladamente al Neruda de las Odas elementales y, por otra parte, la enumeración precedida del verbo existen, guarda cierta similitud, a nuestro parecer, con los me acuerdo de George Perec, un autor al que también le sedujeron los juegos verbales y gustó de experimentar con la limitación de las formas. La escritura de este libro es un intento de representación matemática de las secuencias, del orden que gobierna la naturaleza y es, a la vez, un intento de encontrar sentido a la vida, a una vida amenazada por la perversión de los símbolos, en las palabras en tanto éstas nombran la realidad y la ausencia de realidad. En cuanto al contenido, además de cantar el asombro ante las bellezas naturales (otra de las funciones de la poesía, además de denunciar, seducir o rogar), también se suma, como hemos significado más arriba, la preocupación por su deterioro generalizado, por el comportamiento irracional del hombre actual. «Existen las relaciones numéricas en la naturaleza — ha explicado Christensen—. La forma en que un puerro se envuelve alrededor de sí mismo desde el interior, y la cabeza de un girasol, ambos se basan en esta serie». Pese a circunscribirse a unos límites tan estrictos, a una secuencia sistematizada, la poesía de Inger Christensen posee un carácter lúdico que consigue que, la mayor parte de las veces, la severidad de la forma pase desapercibida.
No se me ocurre mejor traductor que Francisco J. Uriz para hacerse cargo de esta magnífica edición bilingüe del libro de Inger Chistensen, Su prestigio viene avalado por la exigencia y el conocimiento de las lenguas nórdicas, fundamentado en su larga estancia —más de treinta años— en Estocolmo. La terrible dificultad que entrañan las numerosas aliteraciones y el particular ritmo —«el ritmo, volvemos a Paz, no es medida; es visión del mundo»— del original está solventando, hasta donde lo permite el idioma de llegada, con habilidad y maestría.
Inger Christensen falleció en 2009. Gracias a sus merecimientos fue elegida miembro de la Academia Real de Dinamarca en 1978 y obtvo, entre otros, el Premio Austriaco de Literatura (1994), el Premio Nórdico de la Academia Sueca (1994), el Gran Premio de la Poesía Bienal Internacional (1995) y el premio Siegfried Unseld (2006 ). Con ella podemos decir que «los alfabetos existen/ la lluvia de los alfabetos/ la lluvia que cae incesante/ la gracia de la luz/ interespacios y formas/ de las estrellas de las piedras/ el curso de los ríos/ y los movimientos del espíritu…». La red de analogías y correspondencias («como si el hidrógeno/ en el interior de las estrellas/ se volviese blanco aquí en/ la tierra puede el cerebro/ parecer blanco», por poner un ejemplo) que establece entre unas cosas y otras, entre unas formas y otras, la profundidad de sus imágenes («los pálidos soldados destrozados que se parecen a Narciso»; «desparecido por los caminos del arcoíris») es capaz de mostrarnos un mundo secreto, subterráneo que la mirada cotidiana es incapaz de ver, por esa razón, el lector debe estar muy atento, para captar, desde su mundo personal, las transfiguraciones que se producen ante sus ojos, los signos del cosmos y la aspiración de la palabra a lo indecible, aunque ésta, muchas veces, asuma una actitud equivalente a la denuncia o a la protesta. Por desgracia, el inocente deseo de paz y conciliación que la autora proclama en algunos de sus versos se ve continuamente truncado, entonces «cualquiera se encuentra como rehén/ en alguna parte de la selva de la conciencia», entonces la escritura manifiesta, como ocurre con la poesía de Inger Christensen, una dignidad capaz de amortiguar el desencanto.

RIGOBERTO GONZÁLEZ. LOS DISFRACES DE FRIDA

20 sábado Sep 2014

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RIGOBERTO GONZÁLEZ. LOS DISFRACES DE FRIDA

Insultos, flor: columna vertebral flexible como un tallo, la nariz aplastada en la pálida
corola, perfil plano como una postal, ojo de cigarra. Vello púbico, raíces: señora,

usted siempre sabrá cómo agacharse. El autobús revoluciona su renqueante motor
mientras espera entre las capas de su córnea. Quizá presentir

sea un rasgo femenino. Usa estos otros trajes después: gitana, médium, bruja.
Intuición. En las leyendas familiares, su abuela conocía antes de casarse

que su marido la sobreviviría veinticuatro años. Visión enfebrecida
durante la menstruación adolescente. No una alucinación, no un sueño como cuando ella

se sentó en una tumba azul verdosa, mirando a sus hijos lamentarse. Ella sabía que eran los herederos
por las azucenas marchitas en su ropa. Sabía que estaba muerta por el olor

concentrado a formol. Todos los cadáveres se limpian de esa manera. Su consuelo
era que ella nunca amamantaría a ninguna hija. Pero en el fondo cuando resonaban

las patadas del futuro feto, ella sintió que uno de sus hijos tendría el cromosoma
de niña: el talismán del tic-tac, la excitación del vidente al ver los desastres futuros.

RIGOBERTO GONZÁLEZ. MIEDO DE LA SOMBRA DE LAS MARIONETAS

18 jueves Sep 2014

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RIGOBERTO GONZÁLEZ. MIEDO DE LA SOMBRA DE LAS MARIONETAS

Homúnculo de cartón-piedra que sólo los cinco dedos de su madre pueden sujetar cerrando el párpado para ignorar su furiosa mirada de hambre. Todavía [tiene hambre

de materia y busca masa carnal, la esquiva tercera
dimensión que le fue negada en el momento de nacer, hijo de puta

de carne y de condición. No es de extrañar que sea cruel, que esté emparentado
con el remoto origen, imitando vulgares picaduras como las de las avispas

de la flor negra. Pero así como se regocija cuando está erguido, se inclinará ante [sus mentores—
sobre sus manos. El día que asfixiaste al conejillo, su cara de susto

sobresaliéndose del cráneo, tu madre supo que te habías integrado
en la cruel humanidad. La flácida criatura se cayó de la tarima y gritó.

No, no era el conejo muerto que estaba contigo en su ciclo de explosión:
conmoción, confusión, miedo y dolor. ¡Qué consuelo cruel: un niño cambiado [por otro,

con antenas por orejas, con un hocico transparente contraído. La verdad es [evidente: tú
no te sientas en el sofá de nuevo sin su peso fantasmal sobre tu desfigurada [rodilla.
Versión de Carlos Alcorta

DIMITRIS ANGELÍS. ANIVERSARIO

17 miércoles Sep 2014

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DIMITRIS ANGELÍS. ANIVERSARIO. TRADUCCIÓN DE VIRGINIA LÓPEZ RECIO. VALPARAÍSO EDICIONES, 2014
No es fácil para un poeta sustraerse al influjo de una tradición con tanto peso como la greco-latina y, por irradiación, la judeo-cristiana, en muchos aspectos, heredera de la anterior. Es casi imposible, y menos aún si el poeta es, como en el caso de Dimitris Angelís, griego y, además, doctor en Filosofía —también dirige la revista cultural Fréar —El Pozo— y ha publicado libros como Sobre la escritura (ensayo,1998), los libros de poesía Filomila (1998), Una muerte más (2000), Aguas míticas (,2003), Último verano (relatos,2002), Estética bizantina (2004), Corrientes ideológicas en la Antigüedad Tardía (2005) o en 2007 En las fuentes de la filosofía bizantina—. Tampoco resulta sencillo eludir la influencia de los grandes poetas griegos del siglo pasado, desde Cavafis a Ritsos, pasando por Elytis o el premio Nobel Giorgos Seferis, ni sencillo, ni, por otra parte provechoso. Por más que haya sido manipulada y exprimida durante siglos desde ópticas diversas e incluso divergentes, la mirada de un poeta actual puede encontrar nuevos ángulos desde los que visualizar este patrimonio cultural inagotable que codifica un sinfín de lecturas sobre la experiencia humana y aportar sus propias especulaciones al acervo colectivo.
Creo que este es el caso de Dimitris Angelís (Atenas, 1973), un poeta que no duda en valerse de esa tradición de la que hablamos para interpretar los acontecimientos de un presente turbulento y caótico, como lo fueron algunos momentos de ese pasado que los poetas han descrito con pasión no exenta de minuciosidad, cuando la experiencia poética era una parte más de la expresión colectiva, en igualdad de condiciones con la historia o la filosofía. Evidentemente, esa experiencia poética ha abandonado su intención de convertirse en historia para abordar el conocimiento del ser como individuo y conocer su lugar en el mundo y su forma de habitarlo y para eso se vale Angelís de la tradición que tan bien conoce, de la fábula, de la religión y del mito (en lo que coincide con numerosos poetas, como los polacos Zagajewski o Tomasz Rózycki, por citar dos que me vienen inmediatamente a la memoria), por eso no duda en recrear las homéricas Islas de Circe o de los Cíclopes, el Aqueronte, río que conduce al reino de los muertos, o el Esperqueo, a Dostoievski, Jesucristo o el Quijote. Como escribe Virginia López Recio, traductora y prologuista de Aniversario, Angelís «ha logrado hallar su propio universo poético: una combinación de su visión política y dudas existenciales con referencias a la mitología griega y a los textos bíblicos».
Aniversario, originalmente publicado en el año 2008, viene acompañado en la edición española que tenemos en las manos por el largo poema «1989», que forma parte del último libro publicado por Dimitris Ángelis, Confirmando la noche (2011). Tenemos así la oportunidad de comprobar, si bien a grandes rasgos, tanto la evolución poética de su autor como las directrices que informan su obra. El libro está dividido en cuatro partes. La primera de ellas, «Regreso», utiliza esa combinación, a la que nos hemos referido más arriba, de mito y experiencia personal de forma rotunda y absorbente, como ocurre en el poema «El tema del reconocimiento y un disfraz», en el que recrea la vuelta a casa de Ulises, pero que es también una especie de monólogo dramático en el que asistimos a una magnífica transposición temporal desde el pasado mítico a un ahora en el que Ítaca se ha convertido en una isla «llena de oscuros bares de copas y desolladeros/en los que las alcantarillas riegan sangre contaminada». El perro de Ulises, Argos, se ha convertido «en ciudad desdentada» y Laertes, el padre de Ulises, «en perro callejero», elaborando así una reinterpretación muy personal de la historia de Grecia hasta nuestros días, o «La oculta pesadilla de Telémaco», quien pasa de sufrir la presencia permanente y los desmanes de los pretendientes en la casa paterna a internarse en tugurios, discotecas o salas de billar. En cualquier caso, en ambos lugares, en ambas circunstancias la esperanza se va debilitando con el paso de tiempo y la desolación se apropia del protagonista poemático. La influencia de Brecht parece evidente en un poema como «Infanticidio», en el que actualiza «La matanza de los inocentes» que ordenó Herodes, descrita en el Evangelio de San Mateo.
En la segunda parte, titulada «El bandido noble», se recrea simbólicamente la trágica vida de Aris Velujiotis, un guerrillero que participó en la guerra civil griega, que optó por el suicidio antes de rendirse al enemigo, y en la que advertimos veladas referencias al buen ladrón —la segunda parte del poema «El viajero solitario de la noche» me parece suficientemente explícita: «El día en que te negaron el regreso a la ciudad/ y te encontraste al anochecer en la orilla de un acantilado,/ animal salvaje, fiera ensombrecida en el monte de los Olivos/ diciendo tus propias oraciones, mirando las montañas,// arañando con pasión las montañas, los impenetrables/ bosques frondosos// tú el ladrón, el herido de amor»—, crucificado con Jesucristo, al que éste, según el Evangelio de Lucas, dice: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso». El poema titulado «Encuentro de antiguos guerreros» recrea el asedio de Troya revivido por un grupo de sobrevivientes mucho tiempo después: «Vayamos/ con nostalgia a repetir el recorrido de la batalla». En ese proceso de selección que la memoria realiza, ésta significa al parecer los momentos de dicha, de camaradería en detrimento de las circunstancias luctuosas, acaso esta sea la razón de que se resalte la fraternidad por encima de las privaciones, la violencia o la muerte, aunque el poema no rehúya el dramatismo de la batalla.
En «El caballero y la muerte», la tercera sección, el protagonista es un don Quijote, trasunto del poeta griego Ilías Lyos, amigo del Angelís, que se suicidó en el 2005, al que le transfiere la lucidez de los últimos días del caballero andante, para hacerle reconocer que «me he cansado ya y me vuelto peligroso por la vida que/ no viví», empleando la técnica del correlato objetivo en «Donde el valeroso hidalgo de la Mancha hace una valoración de su vida», en la que la visión deformada de la realidad se acentúa: «Es que se hicieron gigantes los molinos de viento en mi vida.
La última parte del libro, titulada también «Aniversario» es la que presenta mayor diversidad de intenciones. Los poemas que la componen, según nos informa Virginia López Recio en el esclarecedor prólogo que ha escrito para el libro, está dedicada a la memoria de amigos del poeta, para salvar su memoria de las garras del olvido.
Aniversario finaliza, como habíamos adelantado, con un largo poema titulado «1989», inspirado, de nuevo recurrimos a Virginia López Recio, «en el conocido poeta griego Yannis Ritsos (1909-1990) y la conmoción que sufrió al enterarse de la caída del Muro de Berlín», que parece una sentida oración, una letanía de desconcierto, una amalgama de tiempos y lugares que parecen provenir de un pensamiento descontrolado, de un collage de la memoria escrita con un ritmo envolvente, con sus crescendos y descrencendos sorprendentemente trenzados, armonizados con una cadencia vital en la que predomina el remordimiento: «lo sabía pero no hice nada, yo lo sabía» y la desubicación física, la incomprensión de un tiempo que ya no le pertenece. Este estremecedor poema es el mejor colofón que se podía poner a un libro que, desde el primer poema hasta el último, te obliga a tomar conciencia de la fragilidad del ser humano ante los vaivenes de la Historia.

DONALD HALL. LA CAMA PINTADA

15 lunes Sep 2014

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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DONALD HALL. LA CAMA PINTADA. TRAD. Y PRÓLOGO DE JUAN JOSÉ VÉLEZ OTERO. VALPARAÍSO EDICIONES, 2014
He intentado leer los poemas de La cama pintada con el mayor distanciamiento del que soy capaz, procurando desligarlos de la terrible circunstancia que los motivó, y he de confesar que mi esfuerzo ha resultado baldío, algo que, por otra parte, sabía de antemano, teniendo en cuenta que no soy propenso a obviar en la lectura las relaciones, inevitables y complejas, que se establecen entre el autor y la obra. Me encuentro, por tanto, entre aquellos que defienden que existe una estrecha vinculación (existen grados e incluso excepciones, no lo pongo en duda) entre vida y obra, por más que un conocimiento pormenorizado de las peripecias vitales pueda lastrar, en ocasiones, la amplitud semántica de dicha obra y siendo consciente de que la excesiva proximidad entre autor y texto perjudica, cuando la experiencia no se ha digerido del todo, a este último. El caso de Donald Hall —nacido en Handem en 1928 y ganador, entre otros premios, del National Book Critics Circle Award, del Lenore Marshall Poetry Prize, del Caldecott Medal, que ha obtenido además la medalla de plata de la Poetry Society of America’s Robert Frost y, en el año 2006, fue nombrado por la Biblioteca del Congreso Poet Laureate Consultant in Poetry— puede resultar paradigmático, porque, hasta donde yo conozco, sólo se han publicado traducciones al español de sus libros más explícitamente confesionales y dramáticos, los que tienen relación con la prematura y trágica muerte de su esposa (aquejada de leucemia), la también poeta Jane Kenyon (existe una antología de su obra publicada por la editorial Pre-textos, De otra manera, a cargo de Hilario Barrero), fallecida cuando aún no había cumplido los 48 años, en 1995, lo que induce a pensar que existe cierto grado de morbosidad en circunscribir una obra tan extensa como la de Hall (recordemos que nació en 1928 y que es autor de numerosos libros, no sólo de poesía) a unos parámetros tan limitados como éstos. Esta visión reduccionista de alguna manera nos priva de la posibilidad de conocer la plenitud de tonos de su obra y nos muestra sólo al personaje que resulta de un acontecimiento concreto, creado a tal efecto por el propio poema, con sus dudas, con su sufrimiento, con su pasión ahora recluida en la cárcel de la memoria, sus turbulentas emociones y su furia desatada; un personaje al que le es imposible desembarazarse de la experiencia cotidiana que nos narra, porque entre él y la historia no hay espacios vacíos, la vida y la necesidad de contarla son una misma cosa. Donald Hall escribe sobre la ausencia de la personada amada y sobre el dolor que esa ausencia irrefutable le produce mezclando los avatares cotidianos con el desgarro interior que ocasiona la ausencia, no como un ejercicio de contrición, sino cifrando su esperanza en el propio dolor, buceando en ese inmensa herida para llegar a la superficie, a la salvación personal.
La traducción y el prólogo de La cama pintada corre a cargo de Juan José Vélez Otero (en el año 2002 Balbina Prior tradujo una selección del libro para la colección cordobesa Aristas de cobre), quien se ocupó también de traducir Without (Ed. Vitrubio), poemario con el que Donald Hall inicia un largo lamento, que va desde la enfermedad al luto, por la muerte de su esposa, lamento no sólo cargado de melancolía, sino de furia, de crudeza y de insurrección. Podemos, pues, considerar al libro que hoy nos ocupa, como la segunda parte de una aflicción que, estamos seguros, convivirá con el autor hasta sus últimos días. De todos es sabido que sólo con la nobleza de los sentimientos no se construye un buen poema, a pesar de que, con suma frecuencia, la honestidad y la franqueza sean interpretados como signos de calidad de un poema. La calidad debe ampararse en criterios estrictamente lingüísticos, no morales y, afortunadamente, la poesía de Hall —una poesía directa, conversacional, narrativa, que expone la intimidad de forma descarnada— está plagada de recursos que trascienden su aparente sencillez. Creo que hay un evidente paralelismo entre estos dos libros de Donald Hall (en Without no pocos poemas tienen un carácter epistolar) y Cartas de cumpleaños, de Ted Hughes, aunque las diferencias sean evidentes. Hughes escribió su libro a lo largo de 25 años, un periodo muchísimo más amplio que el empleado por Hall (Without se publicó sólo dos años después del triste suceso) y, acaso el hecho más relevante, la muerte de Sylvia Plath, su esposa, fue un acto voluntario, un suicidio. Sin embargo, en ambos autores prima el deseo de comprender el significado de la muerte; ambos tratan de asirse a los recuerdos, recreándolos pormenorizadamente, para retener a la persona amada; ambos mantienen a través de los poemas una inacabable conversación con esa persona que, aunque muerta, permanece tan viva en su memoria. Donald Hall escribió para la edición de Without un texto introductorio titulado Sin Jane Kenyon, en el que nos da cuenta de cómo se gestó el libro: «Durante varios años no hice más que escribir poemas sobre la muerte de Jane y sobre mi dolor. Me sentía dichoso dos horas al día escribiendo poemas sobre la miseria. Después, durante otras veintidós horas oscuras, no hacía otra cosa que lamentarme y llorar y visitar su tumba, hasta el día siguiente que podía escribir de nuevo. Era como si estuviese haciendo algo por la muerte de Jane. Without me mantuvo vivo». Tal vez ese deseo de mantenerse vivo a pesar de la desgracia es lo que alimentó durante tan dilatado espacio temporal la escritura de Ted Hughes, tal vez.
La cama pintada está dividido en cuatro secciones, la primera de ellas, «Matar el día», escrita en tercera persona, es un largo poema que describe la indefensión en la que ha quedado la persona que sobreviviente, el hombre que se siente abandonado y perdido, ese hombre que «Cuando se levantaba de la cama pintada, pasaba, por ciclos,/ del odio fervoroso a la alegría y al vacío/ por el simple hecho de respirar». Dejar que el tiempo pase lo más rápido posible, romper los vínculos con el pasado, vivir en soledad para no compartir con nadie el dolor, dejarse arrastrar por la desidia —«El día ignoraba que era sólo/ una tregua en el camino hacia la pérdida total.»— son las argucias con las que cuenta el poeta para sobrellevar la pérdida, porque «Cuando ella murió, también lo hizo él».
«La labor de la muerte», la segunda sección, está dividida a su vez en tres partes, está compuesta por poemas breves. Comienzan los versos en el momento preciso de la muerte de su esposa y, a través de recuerdos que no siguen exactamente el curso lineal del tiempo describe los altibajos emocionales que sufre y los meandros de la memoria que suavizan, afortunadamente, la desolación. El recuerdo permanece muy vivo, pero el poeta asume ya que debe enfocar su vida superando la pérdida y, para ello, la rememoración jugará un papel muy importante, aunque, a veces, «Distraído entre el trabajo y las mujeres/ soporto del día y duermo la noche/ para ver cómo se reconstruye su muerte/ cuando la fría mañana desciende como el crepúsculo./¿Cómo puedo permitir/ que este sueño se olvide/ de que su espectro ha desaparecido de mi vista, / y dejar que se vaya?».
«Lirios de un día», la tercera sección, está integrada únicamente por un extensísimo poema de versos cercanos, en muchas ocasiones, al versículo de carácter simbólico y con visibles componentes irracionales necesarios, sin duda, para retrotraerse a un pasado fundacional. La consolidación de la casa familiar, Eagle Pond, tareas agrícolas, pequeñas anécdotas de sus antepasados, descripciones de la naturaleza, minuciosos relatos de la vida diaria, tanto del pasado cercano como del remoto sirven al poeta para encauzar de nuevo su existencia, para acomodarse al nuevo tiempo que le queda por vivir, un tiempo, una época ajena al sentimentalismo, en la que «Promociones Nashua construye/ sesenta casas en Dibbins Hill./ Ahora, por la mañana y por la noche, Gus y yo,// pasamos por delante de restos de troncos de olmos/ cortados a ras de tierra, nivelados/ por los trabajadores de la carretera.» El mundo gira sujeto a una lógica terrible e implacable, construir lo nuevo implica destruir lo viejo. Así sucede también en la vida del hombre. De establecer una justa proporción dependerá que ese mundo, exterior e interior, sea habitable.
La cuarta y última sección, «Ardor» es, como explica Vélez Otero, «un conjunto de poemas donde renace una nueva dimensión erótica y sexual del “viudo” que acompaña a su restablecimiento y supone la vuelta a la vida de un “amante viejo”. En un poema de este libro doliente pero esperanzado, Donald Hall se pregunta si será capaz de escribir alguna vez «versos que no tengan nada/ que ver con la pena y el llanto». No conozco su obra posterior, pero, después de leer la sección última, creo que, no sin dificultades, esa pena se irá amortiguando y en los poemas que escriba los recuerdos no serán mortificantes, por el contrario, concederán esa redención personal que se amuralla en la distancia. En cualquier caso, es de agradecer que una poesía tan intensa, tan mordaz, tan apasionada y llena de viva —a pesar de poetizar la muerte— esté ahora, gracias a Valparaíso Ediciones y a Juan José Vélez Otero, a nuestro alcance.

RIGOBERTO GONZÁLEZ. OTROS FUGITIVOS Y OTROS EXTRAÑOS

12 viernes Sep 2014

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OTROS FUGITIVOS Y OTROS EXTRAÑOS

RIGOBERTO GONZÁLEZ

Las luces de neón rojas del club nocturno resplandecen con ansiedad
mientras espero en el carril de cambio de sentido. Los faros blancos de los [coches
se desdibujan al pasar como estelas.
Confío en que ningún conductor cambie de dirección. Confío en que cualquier [extraño
no me atropelle y me permita
atravesar la sombra de su humeante ruta.
La confianza es todo lo que tengo para los clientes habituales del bar:
un hombre me ofrece una raya, un hombre pide un kamikaze,
otro lo bebe. Incluso otro rodea con su brazo
mi cintura. Confío en que no me haga daño
tanto como él espera que su cuerpo se mantenga sano y salvo.
Un hombre me pregunta por la pista de baile, otro me pide
una segunda copa y otro me pregunta por su casa.
Yo bailo, bebo, aguanto.
Puedo confiar en un hombre sin ropa.
Desnudo no oculta arma alguna, ninguna amenaza
salvo la sangre en su erección. Su desconocida cama,
sólo temporalmente. Desleales almohadas
absorben el peso de cualquier hombre, delatan
el olor de los que estuvieron antes.
Confío en la lengua de un extraño para que me cuente
algo sin valor. No hacen promesas
de verdad o de mentira, no adquieren compromisos.
Las manos del extraño se toman su tiempo explorando.
Resueltas, no vuelven a clavar las garras o fingen
habilidad artística para dibujar las proporciones de mi carne.
Son sólo manos de hombre con dedos
hábiles para los descubrimientos, sin nostalgia
por lo que dejan atrás. Confío en que este extraño
no permanezca dentro de mí una vez que ha entrado.
Confío en él para que me libere de la culpa
del gozo. El dolor cuando salgo no es mayor
que la soledad que me conduce al bar.
Él da las buenas noches, yo le devuelvo
esas palabras, no queriendo nada suyo.
La puerta de la calle se cierra detrás de mí, el sendero
de grava me lleva lejos. El espejo retrovisor
pierde de vista el umbral, la casa, la acera, la calle.
Conduciendo hacia el club nocturno adelanto a un coche
impaciente en el carril de cambio de sentido. Mis manos están frías
y rechinan las ruedas en el giro, golpeo
su defensa con la furia de mis faros.
Pero dejé a ese extraño vivo
para luchar durante el calor y el sudor
de los falsos afectos, anónimo y
endeudado como el vaso del que lavo mis huellas
para servir la bebida de otro cliente.

Versión de Carlos Alcorta

RIGOBERTO GONZÁLEZ. LOS EXTRAÑOS QUE ME ENCUENTRAN EN EL BOSQUE

10 miércoles Sep 2014

Posted by carlosalcorta in Versiones

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RIGOBERTO GONZÁLEZ
LOS EXTRAÑOS QUE ME ENCUENTRAN EN EL BOSQUE
después de Thomas James

Los extraños en el bosque deben imitar a las ardillas y el crujido
de la maleza. No deben flaquear ante la crueldad
de destrozar amarillentas hojas con los pies, o de enterrar piedras.
Y como cualquiera de estos árboles caducifolios en otoño, deben ser

avaros con la sombra y moverse sutilmente a través del lodo.
Escucho a estos atrayentes extraños por las noches. Invento caminos
para ellos en la parte favorable del lago. Cada descenso es tan agradable
como un barco hundiéndose, pero, de algún modo, menos trágico porque estos [extraños

no poseen un pulmón. No puedo oírlos respirar, sin embargo, el aire
es todo murmullos, todo suspiros —el mismo etéreo músculo que roza
el color del follaje. Perdí el camino de salida del bosque durante la noche
que cada pájaro se fue al sur o permaneció. Una rata rolliza robó la luna

y la arrastró con el cordel blanco de su cola. Los extraños simulaban
siluetas aplastadas contra la corteza de un tronco.
Debo haber desaparecido entre ellos porque la boca que toqué
no era la mía y cruelmente se precipitaba sobre la costilla de alguien. Me llevé

un gran bocado, un arco de color verde y amarillo en el lado del hombre
que dijo que me amaba. En esa oscuridad yo sabía tanto sobre él
como de un mutilado nadando colina arriba con su
único brazo. ¡Entonces este es el hogar revuelto

donde el fugitivo escondió su beso! Los arqueólogos descubrirán un paraíso
en un lugar que no ha sucumbido al abandono. ¿No es algo maravilloso que [todas las cosas
olvidadas o abandonadas encuentren su destino aquí? El invierno regresa, como
el cuerpo henchido de un libro que arrojé por el puente la semana pasada.

Y allí sobre el banco, está mi viejo hábito de fumar, un cigarrillo
brillando en mi boca como un faro. Soy paciente, espero que el fugitivo
me reclame de su propiedad. Soy tan sabio aquí como cualquier extraño, solo, pero con
el conocimiento de que el dolor de la separación es siempre breve.

Versión de Carlos Alcorta

ANTONIO CABRERA. MONTAÑA AL SUDOESTE (ANTOLOGÍA POÉTICA)

08 lunes Sep 2014

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ANTONIO CABRERA. MONTAÑA AL SUDOESTE. (ANTOLOGÍA POÉTICA). EDICIÓN DE JOSEP M. RODRÍGUEZ. EDITORIAL RENACIMIENTO, 2014*

Que un poeta “tome la alternativa” poética pasados los cuarenta años no es, en la actualidad, muy frecuente porque hoy se penaliza la lentitud y se elogia la precocidad por sí misma, pero más inusual aún es hacerlo en una de las grandes plazas (por continuar con el símil taurino), el Premio Loewe, y salir por la puerta grande, no sólo por obtener dicho galardón —libros menores se han premiado en algunas otras convocatorias—, sino porque En la estación perpetua (2000) concitó toda clase de merecidos elogios y parabienes, tanto de crítica como de lectores y colegas, y dio a conocer a un poeta, Antonio Cabrera (1958) que hasta entonces sólo había publicado unas meritorias plaquettes en ediciones de escasa difusión. Una vez pasada la sorpresa inicial, algo que no deja de ser más que una anécdota, los lectores de Cabrera pudimos comprobar que nos encontrábamos ante un poeta ya maduro, con una dicción personal que había destilado como nadie la influencia de algunos nombres de la tradición occidental como Keats, Leopardi o Coleridge incorporados a la tradición española: Unamuno, cierto Juan Ramón, Brines o César Simon. Algo que en su momento llamó mucho la atención fue la manera en la que Antonio Cabrera conseguía aunar en los versos poesía y pensamiento. Sin recurrir a expresiones abstractas ni a un lenguaje oscuro y verbalista propio de teorías ininteligibles, sin necesidad de usurpar a través del versículo la misión cuasi sacerdotal que el romanticismo asignaba al poeta, sólo gracias a la intensidad y la clarividencia de la palabra común emplazada en el lugar exacto, a un patrón rítmico muy cuidado y a una profunda y humilde reflexión sobre el mundo que le rodea, el poeta conseguía trasmitirnos una emoción muy pocas veces experimentada, emoción que crecía, que crece, con cada nueva lectura, algo que podrán comprobar leyendo Montaña al sudoeste, la reciente antología de su obra que ha preparado otro inmenso poeta, Josep M. Rodríguez, quien, en su preciso prólogo califica estos poemas como «Poesía de la emoción, la mirada y la inteligencia…Realidad y conciencia interrogándose mutuamente. Como un espejo junto a otro».
La condensación semántica de cualquier poema de Antonio Cabrera obliga a leerlo con atención extrema, si no queremos perdernos parte de su magia, disimulada en esa aparente facilidad con que se van hilvanando los versos, con la que los conflictos del yo se van desgranando. No hay aquí dependencia de pormenores irracionales, de fantasías oníricas o de desvaríos de la conciencia. La realidad —eso sí, trascendida por la luminosidad de una naturaleza que actúa como escenario de reconciliación, capaz de proporcionar armonía entre el ser y el mundo (no hablo, claro es, de ningún tipo de unión mística), una armonía que parece estar suspendida en el tiempo— es, como quería Stevens, la base del poema. Esa atención extrema de la que hablaba más arriba es la que, sin ninguna duda, pone también Antonio Cabrera a la hora de escribir. Atención, respeto por las palabras y autoexigencia máxima son los ingredientes con los que adereza sus poemas. Con el aire se publica en 2004 y Piedras al agua data de 2010. Durante estos diez años Antonio ha publicado además un libro de haikus, Tierra en el cielo y un conjunto de artículos publicados en la prensa a lo largo de tres años y recopilados en El minuto y el año, ambos excluidos de esta muestra. Montaña al sudoeste recoge una selección de sus tres libros de poemas, a los cuales añade cinco poemas inéditos del que será su próximo libro, libro que, a tenor de esta restringida muestra, gravita sobre intenciones análogas a los precedentes: el engarce entre el yo que contempla y la naturaleza contemplada, entre la imagen y el pensamiento que ésta suscita, entre discursividad reflexiva e intensidad instintiva, de lo que pueden servir como ejemplos estos versos del poema «Corteza de abedul»: «Traje a casa corteza de abedul/ para tener al lado, junto a todo lo mío,/ una cosa que fuera lo contrario/ a mí/ antídoto de mí, piel convocada/ de algo que me enfrentó y toqué…». Con morosidad y delicadeza la palabra penetra en el alma de las cosas, se apropia de ellas, que ceden a la voluntad del poeta casi sin resistencia, por eso esta antología resulta imprescindible para quienes en su momento, por las causas que fuere, no se acercaron a la poesía de Antonio Cabrera. Descubrirán aquí a uno nuestros grandes poetas contemporáneos.

*Reseña publicada en el número 112 de la revista CLARÍN

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