• Inicio
  • Reseñas
  • Artículos
  • Miscelánea
  • Sobre Carlos Alcorta

carlosalcorta

~ Literatura y arte

carlosalcorta

Archivos mensuales: noviembre 2019

MIGUEL ÁNGEL YUSTA. REFLEJOS EN UN ESPEJO ROTO

29 viernes Nov 2019

Posted by carlosalcorta in Reseñas

≈ 1 comentario

MMAYUSTA_REFLEJOS_PORTADA-2-e1563521049670.jpg

MIGUEL ÁNGEL YUSTA. REFLEJOS EN UN ESPEJO ROTO. COL ALCALIMA EDICIONES LASTURA

Como sabemos, uno de los símbolos con los que se asocia al espejo es con la representación del vacío y, de alguna forma, Miguel Ángel Yusta (Zaragoza, 1944), al titular así su libro, trata de desmentir esta asociación, es más, un cristal roto lo que hace es multiplicar la imagen que refleja, no disolverla en la nada. Esas múltiples reproducciones tratan en Yusta, a nuestro parecer, de reflejar la fragmentación del individuo, los muchos yoes que conforman una identidad plagada de dudas y contradicciones, algo connatural a la experiencia humana, necesarias, además, para llegar a conocerse. Ya lo dijo Horacio: Quotiens te in speculo videris alterum.

Yusta es un autor suficientemente experimentado, tanto en la vida como en la literatura, como para medir bien sus pasos, por eso, a pesar de todos los sinsabores que la vida, inevitablemente, nos proporciona, confía en el poder del amor como fuerza capaz de mitigar el dolor de vivir. «Y siempre está presente un factor determinante que rige y dirige nuestros todos nuestros actos: el amor», escribe el autor en las palabra previa.

Con una llamada baudelairiana a la complicidad del lector comienza este “Reflejos en un espejo roto”: «La pluma desordena las ideas. / Del sótano del alma / aparecen palabras / que al escribirlas luego / pudieran traicionar los pensamientos. / Solo esperan de ti, que las recortes, / la paciente lectura que les infunda vida». El libro está dividido en diez secciones y el título de cada una de ellas remite sin ambages a lo que nos ofrecerán los poemas que lo integran. «Se acabaron los días luminosos / y, sin saber por qué, fuimos vencidos», resume «Nostalgia». El tono elegiaco es moneda común en este libro de dicción clara que no se enreda en malabarismos verbales para ir directo al grano, a los motivos de su aflicción, sea el desamor, tema de la segunda sección («Yo sé que tú te has ido / l lugar de los hielos y el adiós…») o el paso del tiempo, que provoca, entre otras muchas desafecciones, la pena del olvido, asociado en estos versos a la noche, a lo oscuro: «¿Dónde están los instantes tan fugaces / que, apenas percibidos, quedaron en lo oscuro?». El olvido suele llevar asociada la soledad, aunque los restos de la memoria se empeñen en mantener vivo el recuerdo: «Soledad y vacío tu silencio. / Y, sin embargo, estás», un silencio que, como escribe Alain Corbis, en muchas ocasiones, y esta es una de ellas, «es palabra». La incertidumbre alimenta muchos de nuestros actos, nos acompaña a la hora de tomar decisiones, «La incertidumbre —escribe Yusta— existe y es certera». Pero, a pesar de ser consciente de eso, el poeta no levanta el vuelo. Se deja llevar por la abulia y la desolación, porque «La esperanza ha cerrado nuestros ojos / y se ha disuelto gris en el olvido».Todo este cúmulo de ansiedad y melancolía, no podía conducir más que al escepticismo. Yusta parece conocer todas las trampas que nos tiende del destino y no está dispuesto a dejarse engañar: «Hoy no puedo escribir si no es con sangre, / viva caligrafía / que se imprime en el alma sin piedad». Afortunadamente, después de esta travesía acompañada por la renuncia y la fugacidad vitales, queda un resquicio, no menor, para la esperanza. Unos versos de Machado que finalizan así: «… No todo / se lo ha tragado la tierra», encabezan esta sección, la más extensa del libro. La esperanza no es una ilusión, se ha amoldado al devenir existencial, se ha aquilatado gracias al filtro de la experiencia. No hay, no podía haberlo, un optimismo desmedido, porque «El tiempo nos desnuda / de todos nuestro sueños / cuando el espejo dicta sentencia / y atraviesa los años sin piedad». A pesar de todo, hay lugar para la esperanza. La música, tan presente en la obra de Miguel Ángel Yusta, un reconocido melómano, ayuda a mirar hacia delante: «La música nos salva / con mensajes de luz y eternidad».

La coda final del libro consta de cinco poemas que reflejan —sí, las palabras son otros espejo, quizá más fidedigno que el de cristal— la derrota, la constatación de que el paso irreparable del tiempo, la finitud, conduce a la muerte, aunque en el mundo, en unos versos que recuerdan a Juan Ramón, «no cambiará nada, / saldrá de nuevo el sol». Somos presencia, pero una presencia fugaz que aspira a dejar alguna huella de su paso por la vida. Somos, dice Miguel Ángel Yusta, vacío, silencio, pero, siguiendo a Quevedo, «silencio de amor esperanzado». La fe en que el amor es capaz conceder una especie de inmortalidad a quien lo disfruta guía el discurso de este libro doliente y, al mismo tiempo, esperanzado, escrito desde una rigurosa verdad existencial, que asume con serenidad las deudas del futuro.

Anuncio publicitario

ARTHUR SZE. ATRAPAR LA LUZ

28 jueves Nov 2019

Posted by carlosalcorta in Versiones

≈ 1 comentario

ARTHUR.jpg

ARTHUR SZE

ARTHUR SZE

ATRAPAR LA LUZ

Haciendo equilibrio en un puente, farolas

en ambas orillas, un hombre coloca

un saxofón en sus labios, monedas

dentro una gorra dada la vuelta y un carrusel

 

en una plaza comienza a girar:

¿dónde están las puertas del paraíso?

Una mujer se inclina hacia un alargado

vaso de papel —los marroquineros cosen

 

bajo las lámparas: un cinturón, un monedero, una cartera—

cuero teñido de marrón, de beis, de negro

—trabajadores de Seúl, de Lagos, de Singapur—

en la pared de una iglesia un fresco representa

 

la muerte de un santo: un fraile levanta

ambas manos en el aire —en un avión,

se forma un coágulo en la pierna de una mujer

y comienza a viajar hacia su corazón—

 

una cadena de observaciones agita el agua;

y, cuando el coágulo se atasca, en un mercado

cerca de las mansas olas, los hombres descargan

sardinas en un estallido de luz plateada.

 

Versión de Carlos Alcorta

 

LUIS ALBERTO DE CUENCA EN TRES MOMENTOS *

27 miércoles Nov 2019

Posted by carlosalcorta in Reseñas

≈ Deja un comentario

LACANTOLOGÍALAC CANCIONESLACMÁS-PALABRAS-CON-ALAS

LUIS ALBERTO DE CUENCA EN TRES MOMENTOS

  • ANTOLOGÍA. EDICIÓN Y PRÓLOGO DE LUIS MIGUEL SUÁREZ MARTÍNEZ. EDITORIAL CALAMBUR

Desde Los retratos (1971) hasta Bloc de Otoño (2018), la poesía de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) ha experimentado una transformación impresionante. Como señala Suárez Martínez, en este largo periodo de tiempo, «su poesía ha evolucionado desde el hermetismo hiperculturlista de sus inicios novísimos hasta su actual “línea clara”, dos manieras poéticas en apariencia antagonistas». Y hace bien en decir en apariencia, puesto que hay muchos rasgos comunes entre un periodo y otro, quizá el más visible sea el del culturalismo. La formación clásica de Luis Alberto de Cuenca y sus múltiples intereses, la canción, el cómic, el cine, le han hecho acreedor de un inmenso bagaje cultural que se traslada a sus poemas, unas veces como centro de su reflexión poética y otras como simple atrezzo.

     La frontera entre ambos la marca La caja de plata, libro publicado en 1985 y por el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía, aunque en los libros inmediatamente anteriores hay señales inequívocas que vaticinan ese cambio. La estética novísima había alcanzado su punto culminante con la publicación de la antología Nueve novísimos poetas españoles (1970), de Josep María Castellet y ella no estaban incluidos ni nuestro autor ni otro de los que, pocos años después, sería uno de los más conspicuos culturalistas, Luis Antonio de Villena. Ambos era extremadamente jóvenes por entonces y su poesía permanecía aún prácticamente inédita. Hay que tener en cuenta que el pistoletazo de salida de dicha estética lo dio Arde el mar, el libro de Pere Gimferrer con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía en 1966. En 1985 soplan ya otros aires. De Cuenca se adscribe a lo que él mismo denominará «línea clara», una poesía caracterizada por el matiz irónico, por la sencillez expresiva, por el ambiente urbano y festivo, pero que no renuncia, al menos en su caso, a la carga culturalista, inherente a su filosofía de vida.

     En posteriores entregas, esta estética, en muchos aspectos coincidente con la llamada poesía de la experiencia, tendencia preponderante en aquellos años, se ira consolidando. De hecho, cuando reúne por primera vez su poesía, como afirma Suárez Martínez, suprime su primer libro y «buena parte de Elsinore, a la vez que somete textos conservados a un profundo proceso de corrección, cuando no de reescritura». Sin embargo, reducir a estas dos opciones —novísimos y realismo— la poesía de Luis Alberto de Cuenca sería limitar en exceso su evolución, porque dentro de esa apuesta iniciada en 1985, a lo largo de los años se han producido modificaciones sustanciales: «En efecto, El hacha y la rosa (1993), Por fuertes y fronteras (1996) y Sin miedo ni esperanza (2002) dibujan, en varios órdenes, un itinerario casi opuesto al de La caja de plata y El otro sueño», algo que se puede comprobar en esta antología El poeta va cumpliendo años y su evolución personal dejará huella, como no podía ser de otra forma, en sus poemas. Del tono festivo se pasa al melancólico. La ironía, que sigue muy presente, no consigue mitigar un profundo desencanto que le lleva a escribir un poema como «Vive la vida», toda una declaración de principios con mucho escepticismo subyacente, un escepticismo que será más notorio en libros como La vida en llamas (2006) y en los posteriores (El reino blanco, de 2010; Cuaderno de vacaciones, de 2014 o el más reciente, Bloc de otoño, continuación en cuanto a tono y argumento de Cuaderno de vacaciones. La presente antología reúne poemas de cada una de las entregas poéticas de Luis Alberto de Cuenca, lo que permite al lector analizar por si mismo esa evolución poética que hemos tratado de sintetizar, una evolución que, en palabas de Luis Miguel Suárez Martínez, no es otra cosa que el tránsito de la “culta oscuridad” a “la culta claridad”, o lo que es lo mismo, «la radical antítesis entre la oscuridad […] de sus primeros libros y la claridad y sencillez expresiva de su etapa posterior».

  • CANCIONES COMPLETAS (1980-2008). EDICIÓN CRÍTICA Y PRÓLOGO DE CARLOS IGLESIAS DÍEZ. EDITORIAL REINO DE CORDELIA

Conviene señalarlo, esta es la primera vez que se reúnen todas las letras de canciones escritas por Luis Alberto de Cuenca que han sido musicadas. Hay ediciones precedentes, pero ninguna de ellas resulta ser tan exhaustiva como esta que, además, cuenta con un prólogo ejemplar escrito por el poeta Carlos Iglesias, en el que demuestra, además de unos conocimientos sobre el asunto verdaderamente envidiables, su devoción por esta faceta menos conocida del justamente afamado poeta. Autor de catorce libros de poesía, muchos de ellos reconocidos con importantes galardones, como el Premio Nacional de Poesía por La caja de plata, Luis Alberto de Cuenca comenzó a colaborar con Javier Gurruchaga (San Sebastián, 1958) a partir del año 1980. La colaboración entre ambos se concretó en seis discos: Bon voyage (1980), Bésame, tonta (198), Cumpleaños feliz (1983), ¡Es la guerra! (1984), Una sonrisa, por favor (1989) y Música para camaleones (1990). La vinculación estética entre los discos y los libros de poemas, puesta de manifiesto por Iglesias, es notoria, «De hecho —escribe—, no resulta arriesgado considerar las letras de Bon voyage como un ensayo o esbozo de algunos temas y motivos que, en su versión definitiva, aparecen con posterioridad en La caja de plata». La interconexión entre poemas y canciones será una constante a lo largo de la colaboración ente músico y poeta. Iglesias hace un minucioso rastreo comparativo entre las letras y los poemas y establece una serie de motivos temáticos que ambos comparten, como «la invitación continua la viaje», «la revisión en clave irónica y burlesca de truculentos crímenes y sucesos reales», «el sentimiento amoroso visto desde una doble óptica, esto es, la del enamorado que se ahoga en su propio sentimiento, o la del amante que desdeña a la mujer desde una posición de altiva superioridad», «la relectura de cuentos infantiles tradicionales, filtrada por un tamiz erótico» y «el constante homenaje al mundo del cine y, en particular, a la atmósfera turbia, cínica y desengañada del género policiaco y criminal». Evidentemente, aunque parta de temas comunes, el tratamiento es muy distinto en la letra de una canción o en un poema, como se demuestra cuando se cotejan ambas versiones. Carlos Iglesias realiza un trabajo admirable, analiza y disecciona los rasgos comunes y las peculiaridades de cada género y cómo el poeta exprime la concomitancias: «Las canciones —escribe Iglesias— contribuyeron, por una parte, a consolidar la “línea clara” que, desde entonces sería ya consustancial a todos los libros de Luis Alberto de Cuenca; por otra, a canalizar el constante deseo del poeta de que lo fantástico irrumpa en la “atonía de la vida cotidiana”, convirtiéndola en un pequeño milagro del cual merece mucho la pena disfrutar».

Una vez finalizada la colaboración con La orquesta Mondragón, primero, y con Javier Gurruchaga como solista y después de un largo periodo de silencio (cerca de veinte años), De Cuenca colaborará con Loquillo, para quien escribe la letra titulada «Balmoral». Sin embargo, no hay en este caso una colaboración directa, como hubo con Gurruchaga, «sino tan solo una influencia, directa y palpable, de los poemas de este sobre la escritura y la ideología de aquel». El disco Su nombre era el de todas las mujeres está compuesto por doce canciones que se basan en poemas de De Cuenca, pero no son letras escritas ex profeso para este fin. Esta es una diferencia notable, aunque, gracias a la pericia de la adaptación que hace Loquillo, parezcan verdaderas letras de canciones.
En resumen Luis Alberto de Cuenca escribió treinta y nueve letras de canciones, recogidas en esta magnífica edición y quedan «fuera de estas páginas los poemas musicados ir Gabriel Sopeña y el propio Loquillo para integrar, respectivamente, los álbumes Con elegancia (1998) y Su nombre era el de todas las mujeres (2011)». El rigor, ante todo.

-MÁS PALABRAS CON ALAS, COL LEVANTE. EDITORIAL LA ISLA DE SILTOLÁ.

En las palabras que preceden al contenido de este libro su autor, Luis Alberto de Cuenca, nos aclara la procedencia de estos textos. Provienen de las colaboraciones en la extinta revista Mercurio, auspiciada por la Fundación José Manuel Lara. Con el título Palabras con alas, la Isla de Siltolá, en su colección Inklings, editó las colaboraciones publicadas hasta el año 2012, y en el volumen que nos ocupa, se recogen las posteriores, veintitrés textos que abracan desde la rememoración juvenil —«A los diecisiete años me puse de largo como cazador de libros. Es un tipo de caza que no exige madrugar, ni loden, ni escopeta al hombro. Solo afición, y ganas, y vicio». Escribe en el primero de ellos, «Sueños de bibliofilia». La relación con ese vicio ocupa muchas de estas páginas porque, de un modo u otro, los autores de los que se habla son presencias imborrables en el en esa casa de los sueños que habita Luis Alberto de Cuenca. Los intereses son muy variados, como lo es el acervo cultural del nuestro poeta. Van desde Píndaro a Gutierre de Cetina —que «compaginó a lo largo de su vida el oficio de las letras con el de las armas», lo que nos hace pensar de inmediato en su coetáneo Garcilaso de la Vega—, de Hölderlin a Cortazar o Maurice Sachs, aunque no faltan cometarios sobre poetas recientes como el tristemente desaparecido Eduardo García —«Un poeta esencial», titula su reseña, o Antonio Rivero Taravillo. Por el propio medio en el que se publicaba, la extensión es similar en todos los casos, pero las grandes dotes interpretativas de De Cuenca siempre aportan una nueva perspectiva, un detalle, una apostilla reconocible que tiene su origen, probablemente, ese afán lector que cuyo origen se remonta a la infancia: «Todos sabemos —escribe— lo importante que es la biblioteca familiar en la formación de los futuros escritores, que valoran por encima de todo lo que conocieron de niños, cuando paseaban sus ojos asombrados y sus manos ávidas por las estanterías de la casa paterna». Sin duda tiene razón, pero hay quien no tuvo la fortuna de poseer una biblioteca familiar y ha tenido que construirla con el paso de los años. Con toda seguridad, esos ojos miran con un asombro similar y esas manos recorren los lomos de los libros con tanta o más avidez que los de un niño. Sé de lo que hablo.

Luis Alberto de Cuenca en tres momentos

STEPHEN DUNN. EL AÑO ANTES DE LA ELECCIÓN

26 martes Nov 2019

Posted by carlosalcorta in Versiones

≈ Deja un comentario

stephen dunn.jpg

Stephen Dunn

STEPHEN DUNN

EL AÑO ANTES DE LA ELECCIÓN

Fue una época en la que todos los poetas

parecían estar muriéndose, mis favoritos

y algunos que no podía soportar.

Replegué todo lo que sabía

en todo lo que creía saber

hasta que fui un hombre viviendo en un mundo

entre sus propias locas dilaciones.

Aquí el tiempo estaba tranquilo

luego tormentoso, después calmado de nuevo,

un clima interior del que me sentía a merced.

Un buen amigo salió de mi vida.

sin explicación, no respondía

mis cartas ni mis llamadas telefónicas Una mujer

me escribió diciendo que lo sentía;

no tenía idea de quién era ella.

Solo unos pocos de los poetas muertos recientemente

se suicidan o se sumergen

en el olvido. Sus muertes fueron achacadas

a causas naturales. ¿De qué nos extrañamos?

Se impuso un prolongado silencio. En el pasado

eso podría haber dado lugar a una trascendente conversación

sobre lo ocurrido. La hubo, me dijeron,

pero casi ninguno de nosotros estaba listo para escucharla.

 

Versión de Carlos Alcorta

 

MARTHA ASUNCIÓN ALONSO. BALKÁNICA*

25 lunes Nov 2019

Posted by carlosalcorta in Reseñas

≈ Deja un comentario

MarthaMARTHA

MARTHA ASUNCIÓN ALONSO. BALKÁNICA. PREMIO CARMEN CONDE DE POESÍA 2018. EDITORIAL TORREMOZAS

Trasladar al poema la experiencia biográfica, la peripecia vital es algo que tiene, en el ámbito de la crítica reciente, muchos detractores, sobre todo en quienes abogan por una poesía neutral —si admitimos un término como este para hablar de poesía—, una poesía en las que referencias de orden personal estén casi por completo ausentes o se mencionen desligándolas del yo que las escribe. Sin embargo, hay otros críticos, entre los que me incluyo, que piensan que los aspectos biográficos son una parte esencial del poema porque, sin ellos, con demasiada frecuencia, se pierde el anclaje con el mundo real y se cae en abstracciones ambiguas, inaprensibles. Otra cosa será acertar en la dosis de biografía que deba contener el poema y en la forma, que no tiene porque ser estrictamente confesional, de plantearlo (pensemos en un libro como La belleza del marido, de Anne Carson, por ejemplo). En ese cóctel, es cierto, los porcentajes de la combinación tiene una importancia capital.

Viene todo esto a cuento de Balkánica, el libro más reciente de Martha Asunción Alonso (Madrid, 1986), una de las voces más asentadas de la joven poesía española. Un libro que parte de una experiencia vital sin la cual sería difícil comprender las alusiones, más o veladas, a ciertos acontecimientos que se describen en los poemas. Balkánica es un libro unitario y podemos leerlo como un diario de abordo, como un cuaderno de bitácora en la que la poeta va dando cuenta de aquellos sucesos que ocurren durante la singladura, aunque dicho sucesos, en algunos casos, estén veteados por experiencias ajenas a la travesía propiamente dicha y provengan de los archivos del recuerdo, los cuales van dando forma a esa identidad nunca construida del todo, muy consecuente, por otra parte con esa especie de nomadismo perpetuo que hemos impuesto a las generaciones más jóvenes: «Viví donde no llega el metro, el Paseo de Calais, / Nantes, el archipiélago de Guadalupe, / Zárágózá con cierzo, / Cáceres, un valle muy al norte / donde los hombres antiguamente guardaban cama / al parir sus mujeres, / un dujo para abejas en Tirana/ y Beauvais. / El punto, me parece. No es el final».

El contacto con otra cultura —en este caso la de Albania, un país al suroeste de Europa y uno de los más pobres del continente— siempre provoca emociones contrapuestas. Una visión superficial se limitaría a establecer comparaciones y a sacar conclusiones precipitadas. Sin embargo, la mirada de Martha Asunción ha sabido traspasar esa delgada capa de la superficie hasta incrustarse en los pliegues más profundos de esta tierra de águilas, algo que no se puede hacer, obviamente, en un viaje programado, sino a lo largo del tiempo, viviendo, conviviendo con las gentes del lugar, aprendiendo sus costumbres: «Los hijos de las águilas no esperan. // Ya hicimos muchas colas durante el comunismo de Enver Hoxha. // Cruzan la frontera con gallinas vivas en autocares / italianos comprados de segunda. // Fuman donde haya fuego. // Paran para silbar en la cuneta donde más brillen los almendros. // Creo que son felices porque no tiene horario de llegada».(«Ferti Travels»).

La poesía de Martha Asunción Alonso es eminentemente narrativa, sin embargo, sus versos alternan descripción con reflexión, y no de una manera lineal, sino con pausas versales que obligan al lector a hacer un alto en el camino, no muy dilatado, pero suficiente para pensar en lo leído y especular sobre lo que se leerá, y digo esto porque, de un verso a otro, nos aguardan muchas sorpresas, fruto de una personal reconstrucción del instante. Da la sensación de que el poema nace a partir de una imagen o de un frase que después se va completando con añadidos que surge de modo arbitrario, añadidos que solo en parte Martha Asunción ordena. De ahí su originalidad y su fuerza interpretativa y esta fuerza está al servicio de una poética en la que las raíces son fundamentales, son los cimientos que sustentan esa identidad tan volátil. El origen, la matria («Que toda matria es pan y el amor por la matria compartirse») vincula el pasado —la abuela, las mujeres: «Hay un gesto que acecho en mis mujeres / desde que tengo rabia en el corazón […] // Comprueban los bolsillos del revés / de los hombres que aman»— con el presente: «Aprendimos que la vida, por suerte, nunca se puede predecir. // Aprendimos que la surte, gracias a la vida, / no la podemos predecir».

Después de libros tan rotundos y aclamados por la crítica como Detener la primavera (2011), La soledad criolla (2013), Skinny Cap (2014) y Wendy (2015) —muchos de los poemas de estos libro se pueden leer en Archipiélaga, una antología personal publicada en Honduras este mismo año—, que le han reportado premios como el Adonáis, el Nacional de Poesía Joven o el Premio de Poesía Joven RNE, con Balknica, Martha Asunción Alonso no hace más que confirmar la buena salud de la que goza la poesía más joven en nuestro país. No cabe ninguna duda de que ella es uno de sus más sólidos baluartes.

* Reseña publicada en Sotileza, suplemento cultural de El Diario Montañés, el 22/11/2019

 

 

 

 

 

 

SANTIAGO VERA. LIBRO DE LAS OPINIONES

22 viernes Nov 2019

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

≈ Deja un comentario

SANTVERA.jpg

SANTIAGO VERA. LIBRO DE LAS OPINIONES. EDICIONES LILIPUTIENSES.

No hay actualmente en el panorama editorial una apuesta similar a la que hace Ediciones Liliputieneses en pro de la poesía hispanoamericana más reciente. Hay, sí, otras editoriales que apuestan por la poesía en lengua española de la otra orilla del Atlántico, como la editorial Pre-textos, pero su apuesta suele sustentarse en nombres ya consagrados en sus respectivas áreas de influencia cultural, aunque en España, algunos de ellos, sean prácticamente desconocidos. Los autores que presenta la modesta editorial cacereña, aunque desarrollan una intensa actividad, no solo en el ámbito literario, y tienen tras de sí una interesante trayectoria, por regla general, aún no gozan de un reconocimiento crítico estimable. Este es el caso del limeño Santiago Vera (1987), autor de dos libros de poesía, Volúmenes silenciosos (201) y Libro de las opiniones (2014), título que ahora se reedita en nuestro país.

No cabe duda de que las fronteras de la poesía, y de lo que se denomina poético, se han transgredido desde hace muchos años —recordemos la innovación, no solo formal, que supuso la aparición del poema en prosa hace cerca de dos siglos—, especialmente con la irrupción de las vanguardias y de la llamada poesía visual, en sus diferentes técnicas, sin embargo, aún sorprende encontrase con un libro de poesía como este Libro de las opiniones, porque parece más un tratado de sofismo que otra cosa. El gusto por lo paradójico, por las trampas dialécticas lleva a Vera a plantear al lector una serie de incógnitas no siempre fácilmente discernibles. Veamos un ejemplo: «Camino despacio. (Este es un comienzo normal). Me he adecuado a la distancia de los pasos. Soy conforme a un planteamiento X (esta es una continuación iconoclasta). Las orejas, ya en otro escenario, cantan una canción a flor de piel. Como soy conforme al planteamiento X, continúo escribiendo…». La escritura de Santiago Vera rompe los esquemas del significado tradicional, acaso porque es hijo de una posmodernidad que descree de los conceptos inmutables, caducos en la práctica. Su visión de la realidad no se puede comprender sin la globalización de las emociones y de los sentimientos a través de las redes sociales, por eso, en esa incertidumbre de nuevo rostro, el autor se cuestiona su propia identidad con cierta ironía, aunque el yo sigue coronado por un halo trágico: «Mi identidad se presenta así, cibernética. / Mis molestias, probablemente, se resuelven en la red. // No sé si estoy adentro del computador y desde allí le digo cosas al de afuera, o si estoy afuera del computador y desde allí le digo cosas al de adentro». La sensación de soledad no ha variado, si acaso, en este mundo cibernético plagado de espejismos, se ha acentuado, hasta el punto de que Vera llega a escribir estos desesperanzados versos: «Lo único que yo tengo es el mí, el me, el Yo. / Lo único que me falta es el nos». Como vemos, la ficción de lo real, aunque representada desde parámetros un tanto desconcertantes para este lector, rubrica un pacto similar con el yo que sufre esa transformación al que firmaron las corrientes estéticas precedentes, tal vez porque ahora y siempre el sujeto sufre esa desubicación que le lleva a decir que «En algunos lugares en donde no estoy, voy a estar. En todos los lugares en donde voy a estar, no estoy».

CARMEN GIMÉNEZ SMITH. LA HIJA

21 jueves Nov 2019

Posted by carlosalcorta in Versiones

≈ 2 comentarios

CARMEN GIMÉNEZ SMITH

LA HIJA

Dijimos que era una imagen negativa de mí por su alegría.

Ella es luz y también expectativa, la gloria en mi córtex.

Hija, ¿de dónde sacaste toda esa apostura?

Sus ojos son los dos oscuros estanques de Neruda en el crepúsculo.

A veces es una extraña en mi casa porque no la había imaginado así.

¿Cómo será su hija?

Ella y yo somos la decadencia gradual de la oscuridad de mi madre.

Despliego la cinta de su vida y es un pasillo largo y tranquilo, puertas de par en par

abiertas.

Por eso su apariencia desentona.

Le afecta a ella, afecta a todos nosotros.

Dentro de ella, mi valor y mi legado, mi imprudencia.

 

Versión de Carlos Alcorta

 

EDWARD HIRSCH. GABRIEL: UN POEMA*

20 miércoles Nov 2019

Posted by carlosalcorta in Reseñas

≈ Deja un comentario

-hirsch-final-sept-web.jpg

 

EDWARD HIRSCH. GABRIEL: UN POEMA. EDICIÓN BILINGÚE. TRADUCCIÓN DE ANÍBAL CRISTOBO. KRILLER71EDICIONES.

Las primeras ediciones en español de Gabriel: Un poema, el libro más reciente del poeta y crítico Edward Hirsch (Chicago, 1950) editadas respectivamente en México y Argentina en 2017, son obra de un mismo traductor, el poeta mexicano Pedro Serrano. La edición que hoy comentamos, publicada en 2018, está traducida, sin embargo, por el editor de kriller71ediciones, Aníbal Cristobo. No resulta frecuente que en tan corto periodo de tiempo se publiquen versiones diferentes, pero ese es el caso que nos ocupa. Desconocemos las razones de tal decisión, pero bienvenidas sean. Cuantas más versiones se realicen de un poema, mejores posibilidades de interpretar concienzudamente esta larga elegía tendremos a nuestro alcance.

Antes de pasar a hablar del un poema eminentemente biográfico como este, nos parece necesario hacernos esta pregunta: ¿Resulta imprescindible para la comprensión cabal del poema conocer los hechos fidedignos en los que se sustenta? La respuesta es, cuando menos, ambivalente. Hay quien piensa que el discurso poético debe gozar de absoluta autonomía y, por tanto, debe desvincularse de la experiencia que precede a la escritura, dejando en manos de la pericia del lector y de su capacidad analítica el fin último del poema, que no es la comprensión, sino la emoción. Otros, sin embargo, opinan que un conocimiento previo de los hechos que originaron la escritura enriquece al poema y facilita tanto su comprensión como sus posibilidades de emocionarnos. Es muy probable que la decisión más ajustada se encuentre a medio camino entre una y otra opción, pero el fiel de la balanza no siempre guardará un equilibrio perfecto. Se inclinará hacia un lado u otro según los casos.

En Gabriel: Un poema, no tenemos ninguna duda. Nunca se han ocultado —es más, lamentablemente, de lo que más se habla, a la hora de enjuiciar este libro, se refiere a ellos— lo hechos que removieron la necesidad del poeta de trasladar sus reflexiones a la página: Gabriel, hijo único del matrimonio formado por Edward y Janet en 1988, falleció en 2011 por un paro cardiaco. Así lo narra Verónika Paulics en el prólogo: «Una noche de agosto de 2011, mientras el huracán Irene amenazaba Nueva York, Gabriel salió para encontrarse con unos amigos. Acabó en una fiesta en Nueva Jersey; de la fiesta a un bar, en el bar, bebidas y drogas. Gabriel se encontró más. Una ambulancia lo llevó a un hospital donde murió poco después de las seis de la mañana, de un paro cardiaco». Este dramático destino es el punto de arranque del poema, escrito en tercetos encadenados al modo de Dante sin rima ni puntuación, que avanzará, con no escasos meandros, cronológicamente en sentido negativo, desde el ataúd al momento de su adopción, para volver al final al tanatorio. El poema comienza así: «El director de la funeraria abrió el ataúd / Y ahí estaba él solo / de cintura hacia arriba». Hirsch ensaya una suerte de relato biográfico de carácter narrativo, pero al estar escrito en verso, la secuencialidad sufre continuas alteraciones forzadas por las pausas, nada anormal, puesto que estamos hablando de poesía, y más enriquecedor si cabe, porque las fracturas del significado permiten una lectura más espaciada, menos discursiva, menos sujeta a un ordenamiento previo de los sucesos. Y es que «el orden natural de las cosas» al que hace referencia Hirsch se rompe cuando un padre debe hacer frente a la muerte de un hijo. «Gabriel —dice Hirsch— es el libro de un padre, porque voy contando la historia de Gabriel, pero desde el punto de vista del padre. No lo voy contando desde el punto de vista de Gabriel o de la madre. En ese sentido, es mucho más mi libro», quizá por eso The New Yorker lo ha calificado como una «obra maestra del dolor», aunque dicha calificación se nos antoja, porque, como veremos, Gabriel es mucho más que eso, es también un reencuentro con uno mismo, la fase final de un duelo que va transformando el peso de la culpa en una liberadora imprecación a la divinidad: «No te perdonaré / indiferente Dios / hasta que me devuelvas a mi hijo», escribe Hirsch en una de las estrofas finales, rozando la desesperación. Y no es que el autor se haya, gracias a la escritura, liberado de sus responsabilidades («No podía dormir nunca pude dormir / Solo miraba por la ventana / Hacia el vacío del espacio») ni quiera presentarse ante el lector como un padre superado por las circunstancias, incapaz de hacer ya nada más por un hijo realmente descarriado, sino de contar su experiencia con el mayor grado de veracidad posible, por muy dolorosa que sea la verdad. HIrsch narra los hechos con un asepsia envidiable, como si se hubiera propuesto no tomar partido, no expresar opiniones, a pesar de sufrir las consecuencias direcatmente. Va relatando instantes, comportamientos, decisiones, malentendidos, cita incluso fragmentos de conversaciones con Gabriel en las que salen a relucir sus profundas discrepancias, sus intentos, siempre frustrados, de impedir la abajada a los infiernos del muchacho —drogadicción, crisis espirituales, inadaptación, cambios incomprensibles de carácter, etc., aquejado de una enfermedad que los diferentes especialistas no supieron tratar o diagnosticaron erróneamente. Hirsch desafía mediante la escritura al olvido, sin embargo, siendo como es un magnifico estudioso del hecho poético —recordemos títulos al respecto como How to Read a Poem and Fall in Love with Poetry y A Poet’s Glossary—, sabe que, por mucho que escriba sobre Gabriel, no lo resucitará: «Yo no quería hacer una biografía —escribe— y me preocupaba que la gente confundiera el libro Gabriel con la persona real porque Gabriel es solo un poema, es mi representación». Esta toma de conciencia es la que hace que el poema nunca caiga en el vacuo sentimentalismo ni rebase las fronteras de la autocompasión. El tono de Hirsch está perfectamente ajustado a dramática experiencia que desmenuza en los versos, algo muy difícil de ejecutar (lo más habitual es que el dolor de la pérdida nuble de algún modo la consciencia). La naturalidad con la que describe las diferentes escenas del teatro de la vida refuerza, a nuestro parecer, el dramatismo, la tensión emocional, ahormada con maestría a la palabra. «Un padre de media edad zigzagueando / Entre el tráfico detrás de él» que vive en el desconcierto, en el no entender lo que sucede a su alrededor, un padre que desconfía de terapeutas, de psicólogos, de logopedas y demás especialistas, un padre que se hace preguntas sin respuesta: «Ta, vez fuimos demasiado duros con él / Tal vez fuimos muy blandos / El terapeuta recomendó // que lo echara de casa / Nunca tuve el coraje / Tal vez debí haberlo obligado a ir». Podemos imaginarnos el terrible dolor que ha tenido que sentir el padre/poeta al ir excavando en las grutas de la memoria para sacar a la luz estos recuerdos, en general poco complacientes. Podemos sentir el desgarro emocional que ha tenido que sentir ante lo irreparable porque esas preguntas, aunque no tengan ya respuesta, solo dejarán de martillear la mente cuando la escritura logre, si lo llega a hacer en algún momento, cauterizar una herida tan infecta como esta.
Edward Hirsch, autor de libros como For the Sleepwalkers (1981), por el cual recibió el premio Delmore Schwartz de la Universidad de Nueva York ; Wild Gratitude (1986), ganador del Premio de la Crítica; The Night Parade (1989); Earthly Measures (1994); On love (1998), Lay back the Darkness (2003), Special Orders (2000) y The Living Fire: New and Selected Poems (2010), que reúne treinta y cinco años de creación poética, ha demostrado cómo, gracias a la una perfecta simbiosis entre emoción y técnica poética, un sentimiento tan intenso como el que produce la muerte de un ser querido, se puede transformar en algo «que pueda vivir en una página». Toda una lección de contención y sabiduría poéticas, porque, como dice Margot Glantz, «Uno hace ficción hasta con material verdadero».

‘Gabriel: un poema’, de Edward Hirsch

FRANCISCO GÁLVEZ. LA VIDA A RATOS*

18 lunes Nov 2019

Posted by carlosalcorta in Reseñas

≈ Deja un comentario

FRANCISCO La-vida-a-ratos.jpgFRA.png

FRANCISCO GÁLVEZ. LA VIDA A RATOS. EDICIONES DE LA ISA DE SILTOLÁ.

Francisco Gálvez (Córdoba, 1945) publicó parte de su poesía completa, bajo el título “Los rostros del personaje. Poesía 1994-2015”, el pasado año en la editorial Pretextos. Era lógico pensar, y así lo confirma “La vida a ratos”, que desde 2015 el poeta hubiera seguido escribiendo, pero, por más que conozcamos a fondo su trayectoria, el poeta siempre posee la capacidad de sorprendernos, de dar una vuelta de tuerca, sea esta meramente formal —como es el caso, ya que el grueso del libro está integrado por poemas en prosa— o temático. Cecilia Fernández Prieto, la autora del extenso y bien documentado prólogo, remite a que, dada su flexibilidad compositiva, el poema en prosa se muestra más idóneo para «elaborar el malestar y la inestabilidad del sujeto lírico moderno en su relación con el mundo, consigo mismo y con los formatos habituales de la lengua poética». Lo cierto es que desde Baudelaire abriera la espita de este género híbrido, muchos han sido los poeta que se han valido de él, también en nuestro idioma, pero si nos viéramos obligados a buscar una referencia cercana a los poemas de “La vida a ratos”, no dudaríamos en mencionar “Ocnos” de Cernuda, como su más directa influencia, porque Gálvez, al igual que el sevillano, trata de rescatar instantes de su vida acuciado por la soledad y, en muchos casos, por la incomprensión de sus pares. Evidentemente, la soledad cernudiana viene impuesta por el exilio físico, pero hay también otra clase de exilio interior al que, nos parece, está expuesto Francisco Gálvez, acaso de forma voluntaria. Fernández Prieto hace hincapié en ello cuando escribe que este libro «registra la extrañeza o la costumbre de los días comunes, [que] escribe y afirma su soledad e independencia personal y literaria, su incomodidad con normas y encuentros de “familiar política”».

El libro está divido en tres secciones que, a su vez, se subdividen en diferentes apartados. Priman en todos ellos los testimonios de carácter autobiográfico —dicho esto con todas las reservas, como podemos deducir del apartado «Biografía escueta para iniciados»— con mayor o menor carga anecdótica, según el caso, no en vano, los diferentes poemas guardan estrechas similitudes con las entradas de un diario —«Diario temprano» se titula una de las secciones que, paradójicamente, comienza con un poema escrito en verso— por más que no estén fechadas. En apartado «Palabras de confianza» no deja lugar a dudas. Así comienza, por ejemplo, el poema «Libro de cuentas»: «No acudo al gimnasio ni participo en las reuniones de vecinos. Nunca espero al cartero ni voy al pabellón de deportes…». Esta declaración de intenciones que dice más por lo que niega que por lo que afirma va construyendo a ojos del lector una identidad que se confirma en este otro párrafo: «Uno es lo que realiza, lo que sabe y mira, también lo que los demás ven en nosotros, entre fantasía y realidad. Somos un vaivén entre el sí y el no. Un verso largo y corto entre las cosas que no se nombran». El viaje al pasado que se describe en algunos de estos poemas va en pos de ese reconocimiento personal que se inicia en los años de la infancia y la primera juventud. Francisco Gálvez desbroza, con una prosa clara y minuciosa, detalles de aquella época que la memoria, a veces en exceso caprichosa, ha conservado en sus anaqueles, no de forma decorativa, sino sustancial, pero en sus poemas no hay el tono nostálgico de quien no tiene esperanza en el futuro y añora lo perdido. Prevalece, a nuestro modo de ver, una mirada combativa a la realidad. Combativa y crítica, no solo consigo mismo, sino con las numerosas injusticias presentes en la sociedad en la que vive, como en los poemas «Noticias de junio» o «Carta desde una ONG».

La tercera sección tiene una unidad temática más ajustada que las precedentes. La literatura, la poesía más concretamente, y su vinculación con la vida es el leitmotiv que une los diferentes apartados. Su posicionamiento ante la vacuidad de ciertas actividades presuntamente poéticas está claro, como cuando, al hablar de un recital, escribe: «Flotan con sus vaporoso vestidos de fin de todo tiempo y no huelen las nuevas flores ni beben de la fuente nueva, ¿sabrán que esto no es una fiesta ni un decorado para pasar la tarde? A veces, esta manera de matar a la poesía», una poesía en la que Gálvez pone sus esperanzas de salvación personal en sentido ontológico: «Están mis libros, palabras y lugares, momentos no desaparecidos. No he muerto del todo» (este último tiempo verbal es desasosegante), aunque, como escribe Celia Fernández Prieto, «Nada, tampoco la memoria —aunque sea inevitable ceder al placer melancólico de algunos recuerdos—, puede redimir ni recomponer el transcurso fragmentario de la vida, imprevisible, descompensado, al borde de la nada. La única consistencia del mundo parece estar en la mirada», una mirada como la Gálvez, inquisitiva y penetrante que atrapa hasta lo invisible.

* Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 15/11/2019

JOSÉ MÉNDEZ. DESDE LA CLARIDAD DEL DÍA

14 jueves Nov 2019

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

≈ Deja un comentario

JOSÉ MENDEZ.png

JOSÉ MÉNDEZ. DESDE LA CLARIDAD DEL DÍA. EDITORIAL ARS POÉTICA.

Tengo un entusiasta recuerdo de la lectura de En esta playa, libro de José Méndez publicado en las exquisitas ediciones de El Observatorio, allá por 1985. Pocas noticias de su poesía he tenido desde entonces, a pesar de que, posteriormente, ha publicado títulos como Esquirla (1996) o La mirada (2002), una reunión de su poesía escrita entre 1973 y el 2000. Regresa ahora a la poesía con Desde la claridad del día, un libro que cifra en el recuerdo de la infancia el origen de su escritura. Como el título revela, esta rememoración no resulta en exceso melancólica. Se echa la vista atrás con nostalgia —no puede ser de otra forma, la memoria hace una labor de poda con discreción, y elimina o suaviza los momentos menos amables—, pero sin resentimiento, quizá porque el oficio de poeta le permite reivindicar la fuerza del amor —«o las oscuras formas en que el amor se muda»—y con esa energía transformada en palabras desafiar al paso del tiempo: «De las amadas brozas del origen / asciende en soledad / el amor que protege la canción / de la ira del tiempo».

     Desde la claridad del día, además de ser el título del libro, es la parte central y más importante, del volumen, y la cita de Benjamin que la encabeza es lo suficientemente explicativa como para presentir el tono de los poemas que la integran. Desde al otra orilla, la del paso del tiempo, se evocan instantes del pasado, pero no como si fueran ajenos a quien los escribe, porque José Méndez cuida el verso, lo dota de una musicalidad y una templanza muy sui géneris, fiel a un lenguaje y a unas formas que viene practicando desde siempre y que resultan ser muy apropiadas para un canto contenido como es el suyo. Describe lo que ve, lo que siente con escasas pinceladas y no se dispersa encadenando manchas de color para adornar lo que no lo precisa: «Dos cuervos bañándose en una palangana, /a su lado las gallinas / escarban en la nada». Esas escenas de la infancia suelen tener un personaje con nombre propio como protagonista: Diego, María, Arsenio, Rolindes, etc. No sabemos de ellos más que lo que se nos cuenta en el momento ya sin tiempo del poema, como en el caso de Serafín: «… cojitranco y embarrado, fuera de sí / como un malvís en mayo, / grita el nombre de su caballo / y llora cada espiga que no nacerá» o de Lulo: «… trabaja el octavo radio de la rueda de un carro, / devasta el listón de roble sacando finísimas virutas, / serpentinas transparentes que caen en sus pies / y se doran al sol como culebras dormidas», pero en la sección «Luz sin nadie», la muerte hace acto de presencia. La muerte es la ausencia de esa luz que «protege la fragilidad de mi cuerpo», escribe José Méndez, quien, en el poema final de libro, sin duda, el de más largo alcance simbólico, nos participa su sensación de desgaste vital. El poema es una especie de resumen de pérdidas pero contempladas, como dije al principio, sin aflicción, con un sabio estoicismo: «Esperas la llamada, una señal, que la luz / convoque tu corazón hacia la altura / donde soñaste refugio, la casa de los padres, / las gibas de la orfandad que acaecieron / en la azorada travesía de los años». Poesía, la de José Méndez, atemporal, en la que laten las incertidumbres existenciales de siempre, pero expuestas de forma única, desde su propia vivencia, personal y, por otra parte, tan de todos.

← Entradas anteriores

Entradas recientes

  • ANTONIO RIVERO TARAVILLO. SUITE IRLANDESA.
  • LUIS ANTONIO DE VILLENA. LUJURIAS Y APOCALIPSIS.
  • MARTÍN LÓPEZ-VEGA: Y EL TODO QUE NOS QUEDA. POEMAS DE AMOR
  • ÁLVARO VALVERDE. SOBRE EL AZAR DEL MAPA
  • JAVIER LOSTALÉ. ASCENSIÓN

Archivos

  • marzo 2023
  • febrero 2023
  • enero 2023
  • diciembre 2022
  • noviembre 2022
  • octubre 2022
  • septiembre 2022
  • agosto 2022
  • julio 2022
  • junio 2022
  • mayo 2022
  • abril 2022
  • marzo 2022
  • febrero 2022
  • enero 2022
  • diciembre 2021
  • noviembre 2021
  • octubre 2021
  • septiembre 2021
  • agosto 2021
  • julio 2021
  • junio 2021
  • mayo 2021
  • abril 2021
  • marzo 2021
  • febrero 2021
  • enero 2021
  • diciembre 2020
  • noviembre 2020
  • octubre 2020
  • septiembre 2020
  • agosto 2020
  • julio 2020
  • junio 2020
  • mayo 2020
  • abril 2020
  • marzo 2020
  • febrero 2020
  • enero 2020
  • diciembre 2019
  • noviembre 2019
  • octubre 2019
  • septiembre 2019
  • agosto 2019
  • julio 2019
  • junio 2019
  • mayo 2019
  • abril 2019
  • marzo 2019
  • febrero 2019
  • enero 2019
  • diciembre 2018
  • noviembre 2018
  • octubre 2018
  • septiembre 2018
  • agosto 2018
  • julio 2018
  • junio 2018
  • mayo 2018
  • abril 2018
  • marzo 2018
  • febrero 2018
  • enero 2018
  • diciembre 2017
  • noviembre 2017
  • octubre 2017
  • septiembre 2017
  • agosto 2017
  • julio 2017
  • junio 2017
  • mayo 2017
  • abril 2017
  • marzo 2017
  • febrero 2017
  • enero 2017
  • diciembre 2016
  • noviembre 2016
  • octubre 2016
  • septiembre 2016
  • agosto 2016
  • julio 2016
  • junio 2016
  • mayo 2016
  • abril 2016
  • marzo 2016
  • febrero 2016
  • enero 2016
  • diciembre 2015
  • noviembre 2015
  • octubre 2015
  • septiembre 2015
  • agosto 2015
  • julio 2015
  • junio 2015
  • mayo 2015
  • abril 2015
  • marzo 2015
  • febrero 2015
  • enero 2015
  • diciembre 2014
  • noviembre 2014
  • octubre 2014
  • septiembre 2014
  • agosto 2014
  • julio 2014
  • junio 2014
  • mayo 2014
  • abril 2014
  • marzo 2014
  • febrero 2014
  • enero 2014
  • diciembre 2013
  • noviembre 2013
  • octubre 2013
  • septiembre 2013
  • agosto 2013
  • julio 2013
  • junio 2013
  • mayo 2013
  • abril 2013
  • marzo 2013
  • febrero 2013
  • enero 2013
  • julio 2012

Categorías

Blogroll

  • Blog de Álvaro Valverde

Enter your email address to follow this blog and receive notifications of new posts by email.

Únete a otros 174 suscriptores
Licencia Creative Commons
Este obra de Carlos Alcorta está bajo una licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

Crea un blog o un sitio web gratuitos con WordPress.com.

Privacidad y cookies: este sitio utiliza cookies. Al continuar utilizando esta web, aceptas su uso.
Para obtener más información, incluido cómo controlar las cookies, consulta aquí: Política de cookies
  • Seguir Siguiendo
    • carlosalcorta
    • Únete a 174 seguidores más
    • ¿Ya tienes una cuenta de WordPress.com? Accede ahora.
    • carlosalcorta
    • Personalizar
    • Seguir Siguiendo
    • Regístrate
    • Acceder
    • Denunciar este contenido
    • Ver sitio web en el Lector
    • Gestionar las suscripciones
    • Contraer esta barra
 

Cargando comentarios...