BLAS MUÑOZ PIZARRO. DE LA LUZ AL OLVIDO. ANTOLOGÍA PERSONAL (1960-2013). PRÓLOGO DE SERGIO ARLANDIS. COLECCIÓN BAÑOS DEL CARMEN. EDICIONES VITRUVIO, 2015
Sergio Arlandis, en un prólogo que mezcla sabiamente erudición con entusiasmo, habla de un concepto muy resbaladizo, autenticidad, refiriéndose a la poesía de Blas Muñoz, pero, para evitar malentendidos, acompaña dicho término de otro que lo demarca y clarifica, intensidad. «Cuando en un libro de poemas se aúnan autenticidad e intensidad —escribe Arlandis— todo queda rescatado, todo encaja y nadie se acuerda del fragmentarismo posmoderno, ni de la experiencia, ni del conocimiento, ni del conocimiento, ni de tantas otras clasificaciones que de tan usadas ya han perdido su valor como ejes críticos». Conviene señalarlo porque en aras de de la autenticidad —y de la sinceridad, si se quiere—, se están perpetrando numerosos disparates que sólo el analfabetismo literario califica como poesía. La autenticidad a la que se refiere el poeta y profesor Sergio Arlandis tiene más que ver con una búsqueda de carácter metafísico que con una confesión de signo sentimental. Arlandis escribe que uno de los ejes constituyentes de este libro es «el regreso, ese volver como ejercicio de conocimiento y de urgencia de escritura» y no podemos estar más que de acuerdo, porque la infancia actúa como un resorte que pone en funcionamiento la memoria y, con ella, la reflexión sobre lo vivido, una reflexión profunda que busca tender puentes de conocimiento, hilos identitarios entre el que se fue en el pasado y el que se es en la actualidad. El tema, por supuesto, no es nuevo, pero Blas Muñoz Pizarro posee una particular forma de recrearlo gracias a su confianza en el poder invocador de la palabra, algo que se detecta desde los primeros poemas.
Con unos Pecios I, poemas inéditos rescatados de sus primeros libros, temporalmente adscritos al primer quinquenio de la década de los sesenta, comienza la antología propiamente dicha. Estos poemas presentan ya una de las características —junto con esa capacidad invocadora— más acusadas de la poesía de Muñoz su excelente ritmo conseguido gracias a las aliteraciones y unas estrofas sujetas a la métrica clásica. Influencias de Miguel Hernández, de Alberti, de la copla y del romancero son fácilmente detectables.
La danza (1965-1971) presenta un cambio sustantivo, el verso se alarga (el uso del alejandrino se impone) para dar un carácter narrativo a su discurso. El ritmo sigue siendo el motor, un motor silencioso, de los poemas, pero ahora se hace más impalpable, se esconde sobre todo en rimas internas que centran el punto de atención en determinadas palabras que resaltan el tono conversacional: «¡Ah, decid, decidme qué rumores,/ qué labios cancioneros, qué río o vena escucho!».
Su siguiente libro, Naufragio de Narciso (1971-1973) se presenta completo (en la «Nota del autor» del final del libro, Blas Muñoz informa de que las fechas de publicación no corresponden fielmente a las de la escritura: «En esta selección he seguido el orden cronológico de los poemas, no coincidente, como suele suceder, con la publicación de los mismos». Así, Naufragio de Narciso se publicó en 1981) y en él se percibe un gusto especial por la retórica, por el adjetivo, por la recreación del instante desde diferentes puntos de vista, en un intento, acaso, de agotar las posibilidades del significado. Quizá sea también esta la razón de la variedad formal, que va desde el poema casi esencialista al poema en prosa, aunque no admite ninguna duda que la voluntad descriptiva del autor se adapta mejor a este último formato o al poema versicular. La mirada del niño que fue, visto desde el hoy, cuando escribe, presenta unas alteraciones temporales muy sugerentes que se irán amplificando en posteriores poemarios.
En La mirada de Jano (1973-1981 y 2007-2008) vuelven a conciliarse los poemas discursivos, con un lenguaje quizá aún más elaborado que en los libros precedentes, más densos, más abarrocados (la sombra de Caballero Bonald se ve a lo lejos) como vemos en esta estrofa: «La luz muerde las úlceras de las vigas caídas/ y en la resina hierven las termitas sin nombre./ Hay hierbas resecadas y orines en las grietas./ Y hay ortigas y estiércol donde había plegarias».
Viva ausencia (2007-2009), compuesto fundamentalmente por sonetos (enternecedor el titulado «El bosque de 1949», en el que la desubicación temporal a la que aludíamos más arriba se hace más patente) redescubre una de las constantes en la poesía de Blas Muñoz, la indagación en la palabra, la distancia entre lo dicho y lo sentido.
El que silba entre las cañas (2008-2009) supone una nueva vuelta de tuerca. El poema de largo aliento se desnuda, se despoja del oropel retórico. El verso se concentra y deja al lector libertad para interpretar las imágenes que provienen quizá de un desdoblamiento de la conciencia, más evidente a medida que el tiempo transcurre y el poeta toma conciencia de su fugacidad. La mano pensativa (2008-2009), integrado por haikus, tankas y estrofas de arte menor; La herida de los días (2009-2010), en el que Blas Muñoz demuestra su versatilidad y su dominio rítmicos (el soneto vuelve a ser la forma elegida en este libro); En la desposesión (2010-2011), varios Pecios intercalados más El paso de la luz, un poemario aún inédito que recoge poemas escritos entre los años 2011 y 2013, integran esta amplísima selección (Estamos hablando de un periodo de cincuenta años dedicados a la escritura, aunque los silencios creativos hayan sido dilatados) de un poeta que «… sólo quiere dar sentido/ a la inerte escritura de unos versos/ que, en ,e aire vacío que nos queda,/ quieren ser, aún vacíos, necesarios») de un poeta que gana muchos enteros cuando examinamos su travesía poética como una totalidad y esto es, precisamente, lo que nos permite hacer esta excelente antología, De la luz al olvido, que quizá hubiera debido titularse De la luz a la luz, para adaptase mejor a la intención que le da forma.