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Archivos mensuales: abril 2016

BLAS MUÑOZ PIZARRO. DE LA LUZ AL OLVIDO. ANTOLOGÍA PERSONAL (1960-2013).

29 viernes Abr 2016

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BLAS MUÑOZ

BLAS MUÑOZ PIZARRO. DE LA LUZ AL OLVIDO. ANTOLOGÍA PERSONAL (1960-2013). PRÓLOGO DE SERGIO ARLANDIS. COLECCIÓN BAÑOS DEL CARMEN. EDICIONES VITRUVIO, 2015

Sergio Arlandis, en un prólogo que mezcla sabiamente erudición con entusiasmo, habla de un concepto muy resbaladizo, autenticidad, refiriéndose a la poesía de Blas Muñoz, pero, para evitar malentendidos, acompaña dicho término de otro que lo demarca y clarifica, intensidad. «Cuando en un libro de poemas se aúnan autenticidad e intensidad —escribe Arlandis— todo queda rescatado, todo encaja y nadie se acuerda del fragmentarismo posmoderno, ni de la experiencia, ni del conocimiento, ni del conocimiento, ni de tantas otras clasificaciones que de tan usadas ya han perdido su valor como ejes críticos». Conviene señalarlo porque en aras de de la autenticidad —y de la sinceridad, si se quiere—, se están perpetrando numerosos disparates que sólo el analfabetismo literario califica como poesía. La autenticidad a la que se refiere el poeta y profesor Sergio Arlandis tiene más que ver con una búsqueda de carácter metafísico que con una confesión de signo sentimental. Arlandis escribe que uno de los ejes constituyentes de este libro es «el regreso, ese volver como ejercicio de conocimiento y de urgencia de escritura» y no podemos estar más que de acuerdo, porque la infancia actúa como un resorte que pone en funcionamiento la memoria y, con ella, la reflexión sobre lo vivido, una reflexión profunda que busca tender puentes de conocimiento, hilos identitarios entre el que se fue en el pasado y el que se es en la actualidad. El tema, por supuesto, no es nuevo, pero Blas Muñoz Pizarro posee una particular forma de recrearlo gracias a su confianza en el poder invocador de la palabra, algo que se detecta desde los primeros poemas.

 Con unos Pecios I, poemas inéditos rescatados de sus primeros libros, temporalmente adscritos al primer quinquenio de la década de los sesenta, comienza la antología propiamente dicha. Estos poemas presentan ya una de las características —junto con esa capacidad invocadora— más acusadas de la poesía de Muñoz su excelente ritmo conseguido gracias a las aliteraciones y unas estrofas sujetas a la  métrica clásica. Influencias de Miguel Hernández, de Alberti, de la copla y del romancero son fácilmente detectables.

La danza (1965-1971) presenta un cambio sustantivo, el verso se alarga (el uso del alejandrino se impone) para dar un carácter narrativo a su discurso. El ritmo sigue siendo el motor, un motor silencioso, de los poemas, pero ahora se hace más impalpable, se esconde sobre todo en rimas internas que centran el punto de atención en determinadas palabras que resaltan el tono conversacional: «¡Ah, decid, decidme qué rumores,/ qué labios cancioneros, qué río o vena escucho!».

Su siguiente libro, Naufragio de Narciso (1971-1973) se presenta completo (en la «Nota del autor» del final del libro, Blas Muñoz informa de que las fechas de publicación no corresponden fielmente a las de la escritura: «En esta selección he seguido el orden cronológico de los poemas, no coincidente, como suele suceder, con la publicación de los mismos». Así, Naufragio de Narciso se publicó en 1981) y en él se percibe un gusto especial por la retórica, por el adjetivo, por la recreación del instante desde diferentes puntos de vista, en un intento, acaso, de agotar las posibilidades del significado. Quizá sea también esta la razón de la variedad formal, que va desde el poema casi esencialista al poema en prosa, aunque no admite ninguna duda que la voluntad descriptiva del autor se adapta mejor a este último formato o al poema versicular. La mirada del niño que fue, visto desde el hoy, cuando escribe, presenta unas alteraciones temporales muy sugerentes que se irán amplificando en posteriores poemarios.

En La mirada de Jano (1973-1981 y 2007-2008) vuelven a conciliarse los poemas discursivos, con un lenguaje quizá aún más elaborado que en los libros precedentes, más densos, más abarrocados (la sombra de Caballero Bonald se ve a lo lejos) como vemos en esta estrofa: «La luz muerde las úlceras de las vigas caídas/ y en la resina hierven las termitas sin nombre./ Hay hierbas resecadas y orines en las grietas./ Y hay ortigas y estiércol donde había plegarias».

Viva ausencia (2007-2009), compuesto fundamentalmente por sonetos (enternecedor el titulado «El bosque de 1949», en el que la desubicación temporal a la que aludíamos más arriba se hace más patente) redescubre una de las constantes en la poesía de Blas Muñoz, la indagación en la palabra, la distancia entre lo dicho y lo sentido.

El que silba entre las cañas (2008-2009) supone una nueva vuelta de tuerca. El poema de largo aliento se desnuda, se despoja del oropel retórico. El verso se concentra y deja al lector libertad para interpretar las imágenes que provienen quizá de un desdoblamiento de la conciencia, más evidente a medida que el tiempo transcurre y el poeta toma conciencia de su fugacidad. La mano pensativa (2008-2009), integrado por haikus, tankas y estrofas de arte menor; La herida de los días (2009-2010), en el que Blas Muñoz demuestra su versatilidad y su dominio rítmicos (el soneto vuelve a ser la forma elegida en este libro); En la desposesión (2010-2011), varios Pecios intercalados más El paso de la luz, un poemario aún inédito que recoge poemas escritos entre los años 2011 y 2013, integran esta amplísima selección (Estamos hablando de un periodo de cincuenta años dedicados a la escritura, aunque los silencios creativos hayan sido dilatados) de un poeta que «… sólo quiere dar sentido/ a la inerte escritura de unos versos/ que, en ,e aire vacío que nos queda,/ quieren ser, aún vacíos, necesarios») de un poeta que gana muchos enteros cuando examinamos su travesía poética como una totalidad y esto es, precisamente, lo que nos permite hacer esta excelente antología, De la luz al olvido, que quizá hubiera debido titularse De la luz a la luz, para adaptase mejor a la intención que le da forma.

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LEÓN MOLINA. UN HOMBRE SENTADO EN UNA PIEDRA.

26 martes Abr 2016

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LEON MOLINA

LEÓN MOLINA. UN HOMBRE SENTADO EN UNA PIEDRA. COLECCIÓN TIERRA. EDICIONES DE LA ISLA DE SILTOLÁ, 2016

«Escribir, escribir otro poema/ siempre uno más buscando/ ese que nos aguarda/ con su derrota victoriosa/ ese en el que desfallecemos/ heridos de un final insuficiente». Este poema, incluido en la última sección del libro, la titulada «Un final insuficiente» puede sintetizar el sentido último de los poemas que integran Un hombre sentado en una piedra, un hombre, un poeta que observa cómo la vida transcurre, cómo se suceden las estaciones, cómo cambia la luz del cielo, como arrecia la lluvia o cómo el anochecer se trasluce en la pantalla opaca de la persiana con una finalidad, dejar por escrito constancia de ese transcurrir, de esas transformaciones, acaso porque León Molina ya sólo sea, como él mismo afirma, nada «más que palabras». Evidentemente, cualquier lector podrá comprobar que esta afirmación resulta exagerada, porque Molina es mucho más que eso, es un hombre que piensa, que reflexiona sobre lo que ve, que escruta en el horizonte de un espejo buscando la imagen de lo que fue, reconociéndose o no, según los casos, en la imagen que el azogue muestra. Pero no sólo la identidad y la manera de ser o el aspecto físico (propio y ajeno) sufren mutaciones a lo largo de la existencia, también experimentan variaciones los lugares, las emociones, los paisajes y un poeta de la estirpe de León Molina, que ha sabido convertir la naturaleza, el paisaje en cómplices de su sentir, no podía permanecer inmune a estos cambios: «Ahora veo mi pasado/ convertido en paisaje» leemos en el poema «Un lugar», en el que oímos a lo lejos el eco del Ocnos cernudiano.

Atento a los detalles más mínimos, el hombre sentado en una piedra es capaz de ensimismarse contemplando un reloj de pared que no funciona y que mide el tiempo inmóvil o de sentir el peso de la vejez que se aproxima en un accidente doméstico. De estas contingencias, Molina extrae consecuencias morales no exentas de un incipiente dramatismo, consecuencias, de momento, sólo sugeridas, porque el lenguaje de Molina, sencillo y preciso a partes iguales, no describe, sólo alude, dejando así en manos del lector la resolución del conflicto o el desenlace imaginativo. Quizá uno de los poemas más inquietantes del conjunto sea «Con las persianas bajadas». El yo poético se interna por unos derroteros más propios de un sonámbulo, actúa —o contempla, como en este caso— en otra realidad que se superpone a la realidad misma, la realidad más real: «Y yo que he visto el anochecer/ no sé qué anochecer he visto», dice el personaje, en primera persona, aunque en otras ocasiones utilice la tercera buscando un distanciamiento, por otras parte del todo imposible en los poemas amorosos que integran la segunda sección, «Lo que recuerdo de ti». Una presencia fantasmal se adivina en el fondo de estos versos. La persona que duerme en la reconstrucción verbal del instante ya no está. Ahora es una ausencia que las palabras intentan mitigar con ironía, parodiándose a sí mismo, incluso. El poema con el acaba la sección es magnífico, es un buen ejemplo de cómo la ambigüedad semántica no necesita de un vocabulario enfático o abstracto, algo que sabe muy bien León Molina, siendo como es, un excelente escritor de aforismos (la última sección del libro nos reserva unas excelentes muestras).

Al inicio de este comentario hemos hecho alusión al paisaje, a la naturaleza, aunque ésta esté domesticada, peo es en la tercera sección del libro donde más evidentes es su proyección. Montes, cielo, lluvia, sol, ramas, arroyos son vocablos que aparecen por doquier, haciendo habitable el entorno. Unos versos contundentes, sin subterfugios resumen un dolor verdadero: «El ser humano es/ un animal enfrentado al paisaje».

No podían faltar los homenajes a autores especialmente queridos por Molina. Así, de forma más o menos explícita, aparecen poetas de muy diversa ascendencia como Gil de Biedma, Ungaretti, Ángel González, José Corredor-Matheos, Margarit o Vallejo, lo que descubre la heterogeneidad de las fuentes en las que bebe Molina, lo que redunda en una poesía como la suya, no adscribible a parámetros cerrados. Encontramos sí, un carácter personal en el decir, pero plasmado en estructuras verbales diversas, como el impresionismo del haiku o el veredicto inapelable del aforismo, lo que, al fin y a la postre, redunda en el atractivo de un libro que nos deja con una selecto sabor de boca.

 

 

JOSE MARÍA ÁLVAREZ. SEEK TO KNOW NO MORE.

25 lunes Abr 2016

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jose maría álvarez

JOSE MARÍA ÁLVAREZ. SEEK TO KNOW NO MORE. CALLE DEL AIRE, 148. EDITORIAL RENACIMIENTO, 201 El gran proyecto creativo que supuso Museo de cera —un proyecto de la envergadura, salvando las distancias temporales y estéticas, del Cántico de Jorge Guillén, por ejemplo, y no muy frecuente en nuestras letras que no ha impedido al poeta simultanearlo además con la escritura de algunos de los libros mejores de la poesía española, como Tosigo ardento (1985) o El botín del mundo (1994) —, con siete ediciones desde 1974 hasta 2002, fecha de publicación de la última compilación, ha dado paso, siguiendo con las similitudes guilleneanas, a una segunda fase, una especie de Clamor, compuesto ya por títulos como Los decorados del olvido (2003), Sobre la delicadeza del gusto y la pasión (2006), Bebiendo el claro de Luna sobre las ruinas (2008), Los obscuros leopardos de la Luna (2010) y Como la luz de la Luna en un Martini (2013).

Esta pretensión de no saber más acerca de ¿la vida?, ¿del destino? que el título de su poemario más reciente —Seek to know no more—sugiere no se compadece muy bien con la escritura, que es siempre una búsqueda de conocimiento tanto de sí mismo como del mundo que rodea al autor, quizá en consonancia con los versos del poema número XV: «¿Ha tenido algún sentido/ tu vida?/ Acaso ni escribir./ Nada». No deja de resultar paradójico además, en alguien como José María Álvarez, que ha entregado su vida al arte, a la poesía, a la belleza («No hay nada en este mundo/ que valga tu belleza»), en suma. Sólo desde ese temor a lo desconocido que se va haciendo más evidente cuanto menor es el camino que queda por recorrer (al que es imposible no añadir el desencanto y el escepticismo ante los trágicos acontecimientos que una Europa mercantilista, sin esencia, es incapaz de poner freno: «Qué basura de época», escribe) puede concebirse esa aspiración al no saber, desmentido, por otra parte, en cada de los poemas que componen este libro, desde el primero de ellos, cuando escribe «Y ojalá que la dicha de esta hora/ descienda en mi vida como la noche en el día/ y fuera capaz de no sentir sino agradecimiento/ por sentirla, ser capaz de todo/ lo que la entenebrece desaparezca/ como la Primavera se llevará del mundo/ todo lo que es/ sombrío». Fiel a su costumbre de acompañar cada poema con epígrafes o citas de otros autores que refuerzan su propia escritura, por estas páginas transitan desde Quevedo a Gide, desde Al-Sarîf al-Radi a Stendhal o Lope de Stúñiga, un sin fin de autores a los que hay que añadir los que pululan por los propios versos, Kaavfis —siempre Kavafis—; Baudelaire, Rilke, Meleagro o Estratón son sólo algunos de ellos. Quizá sea Jorge Manrique, poeta al que está dedicado el libro, la influencia más manifiesta en un libro que rezuma sensualidad y optimismo, un canto a la belleza de los cuerpos ininterrumpido sobre el que, sin embargo, se cierne la amenazante sombra de la decrepitud y de la muerte (parafraseando al poeta castellano, el último poema de Seek to know no more comienza con estos versos: «… Sí, cómo/Se pasa la vida,/ cómo se viene la muerte/ tan callando»), pero en que también están presentes la violencia, la guerra, la destrucción y una visión despiadada del ser humano con la que noes difícil estar de acuerdo. «Ya no hay nada que hacer./ Sólo no ser uno de los asesinos», escribe. A pesar de este descrédito de la condición humana, a pesar de esta resignación tan justificada, José María Álvarez no renuncia a que sus poemas trasmitan la sensación de gozo de vivir, de que la búsqueda de la armonía existencial es un ideal por el que merece la pena sacrificarse y de que la poesía es la mejor tabla de salvación a la que aferrase cuando sopla el tormentoso viento de la iniquidad, del fanatismo y el terror. El estremecedor poema «XX (Imagen espantosa de la muerte)», en el que se aborda una cuestión que no ha perdido actualidad, la creencia de que la cultura nunca puede ir de la mano de la barbarie, muestra de manera ejemplar lo contrario. Se puede ser un asesino que gasea a millares de seres humanos mientras escucha a Mozart o a Bach. Sí, es obvio que se puede. Ejemplos sobran en la actualidad, pero también, afortunadamente, tenemos ejemplos de lo contrario, de seres solidarios que no han leído un libro o escuchado una sinfonía jamás, pero que arriesgan su vida por salvar a otros Por eso es tan importante desenmascarar a los impostores como apoyar a los limpios de espíritu. También en la literatura, en la poesía. José María Álvarez lo sabe bien, y su obra lo denuncia como debe hacer la poesía, con poemas viscerales y auténticos.

PETER BALAKINA. AQUÍ Y AHORA

23 sábado Abr 2016

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PETER BALAKINA

AQUÍ Y AHORA

El día viene en franjas de cristal amarillo sobre los árboles.

Cuando te digo que el día es un poema

estoy sólo hablando contigo y sólo el cielo está escuchando.

El cielo está escuchando; el cielo es tan esperanzador

como caminar en las semillas de granada del viento que azota encima del dique.

Si quieres que el poema se aproveche de todo,

entra en un cerezo, luego sal más allá del dique.

No estoy lejos de la habitación donde Van Gogh

fue un paciente —su cabeza sobre una almohada oyendo

el mistral dando bandazos fuera del dique,

oyendo las hojas fauvistas arrojadas en los sarcófagos. Aquí y ahora

el aire del tepidarium besó mi mandíbula

y palomas fantasmales en el azul me amaron

durante un segundo, antes de que el viento

rompiera ramas y canalones en el río.

¿Qué preguntas puedo hacerte?

¿Cómo el cielo responderá al viento?

 

Versión de Carlos Alcorta

JAVIER SÁNCHEZ MENÉNDEZ. CONFUSO LABERINTO

20 miércoles Abr 2016

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javier sánchez

JAVIER SÁNCHEZ MENÉNDEZ. CONFUSO LABERINTO. COL. LOS CUATRO VIENTOS. EDITORIAL RENACIMIENTO, 2016

 

De nuevo Javier Sánchez Menéndez, un discípulo aventajado de María Zambrano, remueve nuestra conciencia con un libro de reflexiones sobre la escritura, sobre el lugar primigenio en el que la propia identidad comienza a tomar forma, sobre la importancia de que la mirada no se quede en la superficie de las cosas y se adentre más allá de lo visible para descubrir la realidad más intensa y verdadera. Ya desde el primer fragmento, titulado «Sin ser yo mismo», la observación del paisaje obliga al autor a regresar a la patria de la infancia para hallar, sino la identidad en sí misma, ese desdoblamiento que el paso de los años ha facilitado: «Una forma de ser sin ser yo mismo». Y es que la escritura progresa con un vaivén similar al de las olas. Avanza y retrocede, afirma y niega, es irrefutable y, a la par, dubitativa, porque un «Confuso laberinto de seres y personas que ahogan mi cabeza», mantienen en vilo tanto al autor como al lector, como hace siempre la verdadera poesía, acaso porque «la confusión no es perplejidad, es el vagar de la poesía». La importancia de la mirada y la disposición del autor para ser recipiente, no sustancia, la voluntad de contemplar lo minúsculo, lo irrelevante para conformar esa identidad escurridiza son reclamos de este libro poliédrico.

La forma de mirar determina la forma de ser. «He aprendido a observar aquello que no se puede ver. Lo oculto y peligroso», escribe Sánchez Menéndez. Pero no es el único. En este Confuso laberinto —quinto de los diez libros que integran el ambicioso proyecto Fábula—reconocemos la presencia inquietante, siempre turbadora de la muerte en la figura del padre (en un viaje circular que vas dese el primer fragmento —«Sin ser yo mismo» hasta «El bastón de madera», una de las últimas composiciones), asistimos a la floración de la palabra poética: «La corrección es creación, pura esencia. La musa es el perfume, el trabajo, y la corrección la existencia». Un sabio consejo éste, el de reivindicar la necesidad de la corrección, que debiera leer más de un poeta y ponerlo en práctica.

Como en las anteriores entregas de este ciclo, una serie de presencias tutelares menudean por sus páginas. Poetas como Juan Ramón Jiménez inspiran fragmentos como los titulados «Linde», «Existencia» o «La azotea»; Rilke protagoniza esa fantasmagoría, esa alucinación que es el texto «La rosa»; el eco de Luis Rosales resuena en otros («La luz es Luis Rosales» o «Disciplina y urbanidad»).

Pero son muchos más. Este libro parece estar estimulado tanto los acontecimientos y emociones que brotan de la propia experiencia como de la que destilan las lecturas, porque «La lectura es creación». Poetas, filósofos y dramaturgos clásicos (Platón, Eurípides, Catulo, Virgilio), el tiempo de la indigencia moral heideggeriano, los imperecederos Dante y Borges o, sin ánimo de ser exhaustivo, Galdós, Kipling y Delibes.

Como no podía ser menos, en un proyecto de esta envergadura, los diferentes volúmenes que lo componen están interrelacionados. Así, en Confuso laberinto, no es infrecuente encontrar menciones a Kensington Park («Mafalda se ha encontrado con Betty Boop en Kensington Park», «En Londres mis paseos por Kensington los realizo con Barrie y con las sombras de la familia Llewelyn Davies. ¡Son tan inteligentes!» o «Ni Barrie era capaz de asimilar sus actos. Le turbaron los árboles de Kensington», que bien pudieran haber formado parte de Mediodía en Kensington Park (2015). La capacidad de Javier Sánchez Menéndez para la sugerencia va ligada a la ambigüedad semántica de muchas de sus conjeturas. Gracias a la fluidez del discurso, el lector asiste —sin ser acaso muy consciente, inmerso como llega a estar en una especie de sonambulismo lírico— a un derroche de intuición pura, en el que un hombre muestra sin arrobo sus turbaciones, sus inquietudes, sus dolencias y, también, y esto acaso sea lo más gratificante, su convicción en ese poder salvífico de la palabra tantas veces cuestionado. Toda una proeza, teniendo en cuenta los tiempos que vivimos.

KIM ADDONIZIO. DÍMELO

18 lunes Abr 2016

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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KIM ADDONIZIO

KIM ADDONIZIO. DÍMELO. TRADUCCIÓN Y PRÓLOGO DE ANDREA MURIEL. VALPARAÍSO EDICIONES, 2015

Contrariamente a la forma de actuar de otros escritores, Kim Addonizio (Whasington, 1954) no intenta ocultar de dónde provienen las ideas que toman forma en sus poemas. Confía en que las palabras sean capaces de filtrar lecturas, experiencias propias y ajenas, sueños, obras de arte o películas, lo que sucede en el mundo o lo que escucha a los vecinos de mesa, por citar sólo unos ejemplos. Todo puede llegar a forma parte del material que da vida a unos poemas escritos con un lenguaje directo, natural, sin manierismos innecesarios, pero muy elaborado, buscando siempre esa palabra que mejor defina la emoción, la impresión de un instante, el análisis de sí misma a partir de hechos cotidianos, aparentemente triviales o sin relevancia, en muchos casos, aunque cargados de dramatismo en la mayoría de las ocasiones, quizá porque, como ella afirma, «la escritura es un fascinante desafío permanente, además de ser la única forma de espiritualidad que puedo practicar con asiduidad». Esta forma de entender la poesía es lo que podemos leer en Dímelo (Tell Me), libro publicado originalmente en el año 2000 con el fue finalista del National Book Award, aunque, si hacemos caso a lo que la crítica norteamericana ha escrito sobre ella, parecen ser señas de identidad de toda su obra, una obra que incluye, varios libros de poesía, como The Philosopher’s Club (1994), Jimmy & Rita (1997), el ahora traducido al español, Tell Me (2000), What Is This Called Love: Poems (2004), Lucifer at the Starlite (2009) y el más reciente, Black Angel. Blues Poems and Portraits (2015), pero también ha frecuentado la novela corta, el cuento y el ensayo de carácter metaliterario, fundamentalmente .

Dímelo es un libro apasionado, incluso puede ser tachado de irreverente (léanse los poemas «Teodicea», del que extraigo estos versos:«¿Y si hubiera dañado/ ese cuerpo [se refiere al de su hijo]// y yo te pusiera una pistola en la mano,/ crees que caminarías( hacia ese chico brillante para usarla?» o «Terapia», que sugiere un inquietante desenlace) por algunos lectores, pero, sobre todo, es un libro profundamente honesto en el que asistimos a una especie de flagelación con intenciones sanadoras. Por supuesto, no intento argumentar que la honestidad y la sinceridad sean valores poéticos en sí mismos. Nada más lejos de mi intención, pero cuando esa virtud está puesta al servicio de la maestría poética, no me cabe ninguna duda que engrandece al poema, a la escritura, y éste es el caso de Addonizio, porque ella escribe desde lo más profundo de su conciencia, se examina sin pudor, sin mojigatería y sin temor a tocar temas como el alcoholismo, la rupturas amorosas, los celos, el acoso o la depresión, es un claro ejemplo, en fin, de lo que se ha dado en llamar épica de lo cotidiano. Son muchos los poemas que podemos poner de ejemplo, pero citaremos «Intimidad», uno de sus poemas más difundidos (en un ejercicio de malabarismo crítico, no sería descabellado compararlo con el poema de Marianne Moore titulado «Matrimonio») sobre los celos, «La divorciada y la ginebra», sobre el deseo sexual, «Romance» («¡Dios! Qué sexual es abrir una cerveza cuando juraste/ que no beberías esta noche,/ tomar el primer trago de golpe, la espuma/ que se escurre en el cuello color ámbar// de la botella Pacífico…») o el crudelísimo «Primavera virgen», en el que de la violación y el posterior asesinato de los culpables, enmascarados como argumento de una película, surge una reflexión sobre la inocencia y el sentido de la culpa, sobre la ética de la venganza o sobre la cobardía: «¿Y qué hay de la otra,/ la hermana de cabello oscuro, la embarazada,/ que estuvo pocos metros atrás en la carretera( que lleva a la iglesia esta mañana, que siguió/ a los hombres y miró desde una distancia segura/ mientras ellos eliminaban a la niña mimada,/ su belleza, su estúpida inocencia». Las imágenes son poderosas, impactantes y no eluden, como hemos dicho, los temas dolorosos y desagradables, expuestos siempre desde un punto de vista femenino, por esa razón las protagonistas de sus poemas son, generalmente, además de ella misma, madres, hijas, amigas o compañeras. El hombre, el padre, el hermano o el amante aparecen como meros actores secundarios, como comparsas en un trama sustentada en la experiencia personal. «¿Qué esperan uno del otro,/ ese hombre y esa mujer aferrándose y tambaleándose/ alrededor de la cocina, la lengua del hombre/ que se encuentra completamente/ dentro de la boca de ella, sus senos aplastados/ contra el pecho de él, qué es lo que parece que no alcanzan». Como se ve, es una poesía eminentemente descriptiva, construida a base de grandes monólogos que evitan la monotonía gracias a los abundantes encabalgamientos. Hay algún poema en prosa, pero la mayor parte están escritos en verso libre, versos de largo aliento, versículos muy apropiados para resaltar la supremacía del deseo, del deseo insatisfecho, como origen de la escritura: «Y quiero que me presionen/ profundamente en la cama y me cubran por encima,/ del modo en que una semilla es presionada dentro de un hoyo».

La escritura de Kim Addonizzio posee una llamativa sensualidad que se ve incrementada por la minuciosidad a la hora de describir cada detalle de la escena, lo que mantiene al lector ojo avizor, muy atento para recrear en su mente el escenario de la claudicación o de la esperanza, según el caso. Los poemas, a pesar de esa claridad expresiva que los caracteriza, poseen significados múltiples, capas de sentido que los elevan por encima de la experiencia personal y los dotan de universalidad. «Como pasa con los buenos libros —escribe, Andrea Muriel— cuando se termina de leer Dímelo, la realidad no vuelve a ser la misma». No podemos estar más que de acuerdo.

 

 

 

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MARTÍN ESPADA. EL MORIVIVÍ

15 viernes Abr 2016

Posted by carlosalcorta in Versiones

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MARTÍN ESPADA

EL MORIVIVÍ

En memoria de Frank Espada (1930-2014)

 

En español significa: fallecí, viví. En Puerto Rico, las hojas

del moriviví se cierran cuando oscurece y se abren con la primera luz.

Las hojas se pliegan al tocarlas con un dedo y después se despliegan de nuevo.

Mi padre, una montaña que nació de las montañas, el puertorriqueño

más alto de Nueva York, que resquebrajó puertas,

que podía agrietar los muros con el estruendo de su voz,

mantuvo un moriviví creciendo en sus costillas. Moriría, luego viviría.

 

Mi padre habló en la lengua del moriviví, me enseñó

la parábola de Joe Fleming, envolvió el cigarrillo encendido

con los brazos del sudaca que lo cogió, agitándose como un pez.

Mi padre era un muchacho espigado, los nervios de la espalda

machacados por la Aiello Carbón y la Compañía de hielo, la carga

que subió demasiados tramos de escaleras. Tres veces

se peleó con una multitud después de clase.

La primera vez mi padre besó la grava

y los zapatos de su enemigo. La segunda, se levantó

y metió su brazo hasta el codo en el vientre del monstruo,

tan brutalmente que quería arrancarle el corazón y comérselo.

La tercera vez Fleming no se presentó y los chicos

con quemaduras de cigarrillos palmearon a su larguirucho campeón

en la espalda calle abajo. Fleming se convertiría

en policía, despedido por fracturar huesos de la cara en demasiadas ocasiones.

Pereció fumando en la cama, una sábana inflamada hasta su barbilla.

 

Hubo un moriviví brotando en el pecho de mi padre. Moriría,

luego viviría. Escupió obscenidades como semillas de girasol al conductor

que le dijo que se sentara en la parte de atrás del autobús en Mississipi, después

deslizó la gorra hasta taparse los ojos y se hizo el dormido. Pasó una semana en la cárcel,

la llamó la mejor semana de su vida, atravesó la puerta de la cárcel a zancadas

y se sentó detrás del conductor en el camino de vuelta a la ciudad,

su uniforme de la Fuerza Aérea era todo lo que conservaba.

Conocería la cárcel de nuevo, entre los cientos

de manifestantes trasladados en ferris a Hart Island, en el East River,

donde la ciudad de Nueva York amontona los féretros de cuerpos

anónimos y de mortinatos. Allí, los prisioneros confederados lloraron

una vez por las barras y estrellas; ahora los presos cantaban canciones de libertad.

Los guardias restringían las llamadas de teléfono, así que nosotros estábamos seguros de  que mi padre debería ser

un cuerpo como los contorsionados cuerpos empapados en el East River, todavía

regresará de la isla de la muerte, el pelo negro peinado escrupulosamente.

Cuando los disturbios incendiaban Brooklyn noche tras noche, mi padre

era un mediador con un megáfono en una esquina. Un tremendo

cascote de hormigón cayó del cielo y no alcanzó su cabeza por centímetros.

Mi madre me decía: Tu padre está fuera esquivando balas.

Él habló en un mitin con Malcom X, enardecidas palabras

floreciendo a través de la hacinada multitud, haciendo levantar manos y caras.

Instrúyenos, gritaban. Mi padre sacó una foto de Malcom

mientras se inclinaba para escuchar una pregunta, el dedo presionando contra la barbilla.

Dos meses más tarde, los magnicidas se camuflaron entre la multitud

para disparar a Malcolm, sangre brotando de su pecho.

Mi padre moriría también, pero entonces viviría otra vez,

después de cada disturbio, cada mitin, cada arresto, cada noche en la cárcel,

las monedas de sus bolsillos aterrizaban con violencia en la cómoda

a las cuatro de la mañana y cada vez yo maldecía para que se fuera definitivamente.

 

Mi padre conocía los secretos del moriviví, sabía que el moriría

y luego viviría. El se quedó frito al volante, condujo hacia el guardarraíl,

meneó su cabeza y se marchó sin un corte

o una fractura. Perdió el conocimiento por el calor en el metro,

se derrumbó sobre las vías y de alguna manera se escabulló por el tercer carril.

Se ató un delantal blanco a la cintura y abrió una tienda de comestibles,

depositó un revólver sobre el mostrador para intimidar a los gánsteres

que ofrecían protección, acto seguido anunció una liquidación

tan pronto como ellos salieron por la puerta manos arriba.

Finalmente, cuando la familia se fue de vacaciones a las montañas

de Hudson Valley, un hotel con camareros con chaquetas blancas

y pintura blanca descascarillada en la habitación, las techumbre

se incendió, como si el fantasma de Joe Fleming y su cigarro

nos siguieran la pista a todas partes, y fue entonces cuando mi padre

surgió del humo, como un general dirigiendo

la batalla, gritando órdenes a los compañía de bomberos voluntarios,

dirigiendo el agua de las mangueras, ya que era inmune

a la muerte por fuego o agua, como si llevara hojas trituradas

de moriviví como amuleto colgando de su cuello.

 

Mi padre llamó para decir que el moriviví había desaparecido. Mi padre arrancó

los cables, los electrodos, el monitor, diciendo que quería

ir a casa. El hospital era una cárcel en Mississippi.

El impulso colérico que disparaba su corazón en cada contienda anegaba

las cámaras de su corazón. Los médicos examinaron la película,

las granuladas sombras y la luz, pero nunca pudieron ver: mi padre

era un moriviví. Fallecí. Viví. Murió. Vivió. Vive.

 

Versión de Carlos Alcorta

LEONARD NOLENS. PUERTAS ENTREABIERTAS —2 ANTOLOGÍA POÉTICA (1986-2014).

13 miércoles Abr 2016

Posted by carlosalcorta in Miscelánea, Notas de lectura

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LEONARD NOLENS

LEONARD NOLENS. PUERTAS ENTREABIERTAS —2 ANTOLOGÍA POÉTICA (1986-2014). EDICIÓN BILINGÜE DE STEFAN VAN DEN BREMT. ESENCIALES POESÍA, VASO ROTO, 2016

Esta antología de Leonard Nolens, Puertas abiertas 2, es el complemento a la que la editorial Vaso Roto publicó hace tres años, Puertas entreabiertas 1, y digo complemento y no continuación, porque los años de producción poética que abarca son casi los mismos, desde la década de los ochenta hasta nuestros días, con la salvedad de que este último el periodo temporal se extiende hasta el año 2014, mientras que la primera parte se cerraba en el año 2004. Leonard Nolens, nacido en Bree en 1947, es un poeta escasamente conocido en nuestro país, a pesar de la enorme calidad de su obra, reconocida en toda Europa, y de que su poética guarda muchas similitudes con una de las estéticas más celebradas en los últimos años, la que combina la sencillez léxica con la fragmentación discursiva en una búsqueda de esa identidad en conflicto tan propia de nuestra época. Su bibliografía es muy extensa, desde su primer libro, que data de 1969, ha publicado una treintena de volúmenes, fundamentalmente de poesía, aunque también frecuenta la prosa diarística, prosa que este lector no ha tenido la oportunidad de leer (no he localizado ninguna traducción a nuestro idioma).

La presente antología se inicia con una muestra del libro La figura soñada (1986). Son poemas de carácter sentencioso, compuestos por frases —versos— enunciativas, rotundas, coercitivas en muchas ocasiones, que apenas dejan lugar a disentimiento: «Sentados desnudos a la mesa. Tus ojos iluminan el comedor». Una escena casi aséptica obliga al lector a inventar su propia escenografía porque no son mucho más explícitos los datos que el resto de los versos aporta, algo que, en sí mismo, resulta del todo sugerente. Da la sensación de que proceden de un latigazo de la mente, que codifica esas imágenes en un discurso sincopado, fracturado, asistemático, como el propio pensamiento del hombre posmoderno.

En Inscripción de nacimiento (1988), la prosodia se hace más discursiva. Los versos no son ya categorías verbales autónomas, se enlazan por medio de encabalgamientos, de sintagmas subordinados, lo que delata, acaso, una desconfianza mayor en el lenguaje y un encarnizamiento con el yo que procede de la crueldad connatural al ser humano. El poema «El lugar común Chernóbil», puede ser un buen ejemplo de lo que digo: «Llegará el día, ése en el que no haya día,/ Aquel cuando, inefable, fallezca la noche», unos versos que se repiten al comienzo y al final del poema, un bucle pesimista que constata la falta de esperanza en el futuro.

Brecha, de 2007, representa un salto notable, no sólo temporal, sino temático. La técnica ha sufrido pocas variaciones, pero ahora se advierte un componente histórico, generacional que antes estaba ausente. «Muchos éramos como en aquel entonces yo» (creo que el dislocamiento sintáctico es deliberado, no un inconveniente de la traducción), escribe en el largo poema dividido en veinte fragmentos titulado «Éramos los callados después de mayo del cuarenta y cinco». La fragilidad de la realidad provoca una transformación del sujeto, que pasa de un yo omnisciente a un tú solidario: «Como tú éramos muchos en aquel entonces», un tú que se convierte en un nosotros unidos por la ideología, por el deseo de subvertir el orden establecido de las cosas, desde la relación con el propio cuerpo, hasta el sistema político (Mayo del 68 aparece al fondo). Pero no tarda en llegar el desencanto: «Éramos pocos. / Éramos algunos» y la desafección: «Éramos un grupo minoritario presa/ de nuestra propia minoría». Una especie de ajuste de cuentas con el pasado —una inmensa brecha— se resume en los versos finales del poema: «Éramos pocos. Algunos. Unos pocos. Otros./Los artistas se dedicaban/ Al arte de desaparecer, los poetas a la experiencia/ De la página blanca. Y nadie tenía nada que decir./ Nadie tenía que decir otra cosa que nadie./ Los políticos nos rechazaban», versos que contrastan con los que integran el poema «Es un libro precioso», más condensados, más orientados hacia la médula del decir, menos explícitos. El libro de la vida en el que tienen cabida actos y pensamientos, imágenes y formas de ver, lo bueno y lo malo, la esperanza y el desconcierto, que, sin embargo, «aborrece hablar de nosotros», como si el innominado artífice estuviera cansado de desfigurar la realidad por medio de las palabras y renunciara a seguir rindiendo pleitesía al carácter inestable de los significados.

Poemas de Ciencia del desierto (2008), Dile a los niños que no valemos para nada (2011) y Silencio llamativo (2014) completan esta magnífica antología que, sin embargo, adolece, a mi modo de ver, de varios inconvenientes. Se echa en falta un texto explicativo sobre los criterios de selección. Una obra tan vasta como la de Leonard Nolens no puede ajustarse a unos registros tan limitados. No se trata de incluir un sesudo ensayo sobre la poesía del autor, pero no hubiera estado de más conocer los motivos editoriales que han determinado excluir tal o cual obra, como tampoco hubiera resultado improcedente aportar unos datos básicos sobre la bibliografía del autor. Aunque algunos prefieran leer la obra careciendo de todo referente, de toda influencia ajena a los propios poemas, otros preferimos guiarnos por unas coordenadas básicas que nos permitan abarcar de un vistazo rápido la multitud de posibilidades que brinda el paisaje, el sentido de una poesía como la Nolens, en la que conviven el misterio y la anécdota, la intuición y la inteligencia, el dolor y la dicha

JOSÉ INIESTA. LAS RAZONES DEL VIENTO

11 lunes Abr 2016

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JOSÉ INIESTA

JOSÉ INIESTA. LAS RAZONES DEL VIENTO. CALLE DEL AIRE, 151. EDITORIAL RENACIMIENTO, 2016

José Iniesta (Valencia, 1962) pertenece a lo que Sergio Arlandis ha dado en llamar escuela brinesiana, en la que están integrados poetas de la talla de Antonio Cabrera, Carlos Marzal, Vicente Gallego, Juan Pablo Zapater o José Luis Martínez, entre otros. Casi todos ellos son agraciados en Las razones del viento con dedicatorias. Pertenecer a este potente plantel de voces y conservar la propia identidad poética no resulta nada fácil y, sin embargo, Iniesta ha conseguido mantenerse, dentro de unos parámetros comunes, fiel a su escritura a lo largo de los años, una escritura que bebe también de las fuentes de la constancia gilalbertianas, de la angustia vital de César Simón y de la anécdota trascendida de Sánchez Rosillo, por citar a los referentes que creo le son más cercanos. La predilección por el poema breve, reducido a su esencia semántica, gobernado por la intuición -sin descuidar, por supuesto, la forma- más que por criterios metodológicos es la tónica general de unos poemas cuyos versos fluyen suavemente, sin alteraciones rítmicas llamativas. Acaso esa relativa calma que trasmiten sea engañosa, porque algo misterioso parece esconderse en la reverberación de las sencillas palabras con las que están construidos, como sucede en el poema “El hombre y el árbol”: “Un hombre/ cada día/ frente al árbol.// ¿Qué queda, por el aire, del mirar?” o este otros, “El río y las palabras”: “Dime, ¿cómo es posible, corazón,/ que este río y su furia/ se detengan de golpe/ vencidos por la luz y la palabra?”. Palabras sencillas, sí, pero eso no impide que tengan efectos duraderos en la memoria, una memoria que ha sabido amoldarse al fluctuante paso del tiempo: “Pasa rápido el tiempo, lentamente”, escribe José Iniesta en “Cantata y fuga” o “donde gira despacio/ muy deprisa la vida”, del poema “La sabina”, un árbol que resiste las más duras condiciones climatológicas y que Iniesta ha convertido en símbolo de su propia manera de ver el mundo, y es que la naturaleza, convertida a veces en paisaje, parece ser el mejor refugio del pensamiento poético, un pensamiento que se encarna en la palabra: “Ahora, que lo escribo, lo comprendo”.

“Estar en lo absoluto, como el árbol” es lo que ansía la mirada del poeta, desafiar al paso del tiempo, ganarse la inmortalidad de un instante minúsculo en la vida del universo, identificarse, en fin, con esa fuerza y esa tenacidad que nace de lo humilde, porque Iniesta parece encontrarse mejor en páramos, en roquedales, incluso en huertos, antes que en jardines, en contacto directo con la tierra viva, no domesticada. Muchos son los poemas en los que esa comunión con el origen queda manifiesta porque es el asunto central del libro, como ocurre con el poema titulado “Del sentir”: “El mundo se sostiene en la columna/ de todo mi sentir el mundo en torno./ Y entonces lo comprendo,/ y es materia real,/ y es ganancia y sentido en la pobreza,/ la vía que se acerca a su contento.// Lo mismo que la rama al conocerse/ mecida por la brisa de la mañana”. La indagación de orden metafísica sobre el ser, deja paso a una búsqueda de las raíces del propio yo, un yo agradecido que decide en algunos momentos de plenitud gozar sin más del milagro de vivir (recordemos que otro de sus libros se titulaba Arder en el cántico, publicado en el año 2008) y no hacerse preguntas que estropeen el mero deleite: “Si el sol te da en el rostro,/ y es tuya la mañana,/ niégate a las preguntas// en medio de la luz”, escribe en el poema “Mañana de sol”. Una declaración de intenciones que no tiene pretensiones didácticas salvo para ese otro yo al que los poemas van dirigidos. Una forma indolora de asumir la fugacidad, la inevitable extinción. Una existencia que se perpetúa en su disolución, como el agua del río en su desembocadura. “No anheles decir algo, corazón,/ cuando todo te nombra y es abrazo./ Hoy vives por amar los imposibles,/ y el mundo es todo gozo, / y es herida./ Mira en torno la luz sobre las cosas”. Una sabia lección, sin duda, pero en una sociedad mecanicista y vertiginosa como la nuestra, pocos estarán dispuesto a aprender, porque conocerse a sí mismo no es un camino fácil, está lleno de sacrificios, aunque nos entendamos mejor a nosotros mismos cuando alguien, en este caso José Iniesta, expresa con tanta belleza su idea del mundo.

DAVID HERNANDEZ. QUERIDA MUERTE

09 sábado Abr 2016

Posted by carlosalcorta in Versiones

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DAVID HERNANDEZ

QUERIDA MUERTE

Capote. Tan gótico. Cavo surcos

ondulados como el agua del estanque cuando se mueve.

Las sombras cubren la ausencia de su cara.

Guadaña demasiado atrayente. La artesanía

del mango de madera, la suavidad de la lenta

curva. Tenía que consultarlo, se llamaba

manija (rima con ira), o manivela

(rima con bañera). Yo prefiero este último, la a

larga. Manija suena como una enfermedad infecciosa

que podría haber contraído si mi madre no hubiera estado allí

para alejarme de la alcantarilla, de grandes

charcos verdosos, de mosquitos

pululando sobre ellos. ¿De todas formas

cuántas veces los mosquitos hacen el trabajo sucio?

¿En comparación con las pulgas? ¿En comparación con la pólvora?

¿Estabas tan exhausto en Tōhoku

como el año pasado en Haití? Alguna vez has sentido

la sepia retorcerse de remordimiento? Tengo 77 preguntas

más para ti, más o menos, a menudo estás

en mis pensamientos. Ayer, mientras molía

granos de café. Mientras limpiaba de pelusas el filtro.

Cortando el cilantro. Comprando cartuchos de tinta.

Recortando mi barba. Podría seguir y seguir,

eres una leyenda en mi cabeza.

Funciona de esta manera: deslizo el cuchillo

sobre la tabla de cortar, el cilantro

se rasga en confeti, me acuerdo de mi madre

espolvoreando especias sobre un plato chileno, a continuación,

su voz el lunes «se me han dormido las piernas»,

«insuficiencia cardiaca congestiva», y falla,

mi mente avanza rápida cuando falla,

no puedo ayudarla, tu sujetas con la mano su vía intravenosa,

se la recolocas, y finaliza, su silencio comienza

a difundirse a través de las ondas, congela la habitación

La idea se apoderó de mí completamente, el cuchillo

se deslizaba todavía por encima de la tabla de madera.

Hablando en serio, capote. Tejido negro

de enfermo. He oído que si lo das la vuelta,

el mundo entero está bordado en el forro.

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