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Archivos mensuales: diciembre 2017

LAS AGUAS TRANQUILAS. OCHO POETAS VASCOS ACTUALES. EDICIÓN DE AITOR FRANCOS.

28 jueves Dic 2017

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LAS AGUAS TRANQUILAS I

 

LAS AGUAS TRANQUILAS. OCHO POETAS VASCOS ACTUALES. EDICIÓN DE AITOR FRANCOS. EDITORIAL RENACIMIENTO, 2017

No son muy frecuentes las traducciones al castellano de poetas vascos actuales que escriben en euskera (hemos de dejar constancia de que la presenta antología recoge, aunque no se exprese en la cubierta, solo a poetas vascos que escriben en euskera y suponemos que por esa causa no estén presentes nombres tan imprescindibles en la poesía vasca actual como Julia Otxoa, José Fernández de la Sota, Eli Tolaretxipi, Karmelo Iribarren, Itziar Mínguez Arnáiz o Gabriel Insausti, por citar algunos nombres). La última antología de la que tenemos constancia se remonta al 2009. José Ángel Irigaray recogió poemas de siete poetas que no tenían más vínculo en común que el haber publicado en la misma editorial, la navarra Pamiela. Unos años antes, en 2006, en la extinta y añorada editorial DVD, bajo el título de Montañas en la niebla, Jon Kortazar antologó a seis poetas: Rikardo Arregi, Karlos Linazasoro, Juanjo Olasagarre, Miren Agur Meabe, Harkaitz Cano y Kirmen Uribe. Nos vemos obligados a remontarnos a 1993 para encontrarnos con otra antología, la preparada por Iñaki Aldekoa para la editorial Visor que recoge a once poetas generacionalmente anteriores a los que abarca la antología que ahora nos ocupa, Las aguas tranquilas. Ocho poetas vascos actuales, preparada por el poeta y crítico Aitor Francos (Bilbao, 1986). Como veremos, varios de los autores seleccionados por Francos coinciden con los antologados por Kortazar: Rikardo Arregi, Miren Agur Meabe, Karlos Linazasoro y Harkaitz Cano, lo que supone, de hecho, que existe cierta unanimidad a la hora de valorar la importancia de su obra. El resto de los autores incluidos son, para el lector en castellano, mucho más desconocidos, pese a que se pueden leer poemas suyos en algunas páginas web. Hablamos de Luis Garde (Pamplona, 1961), de Juanra Madariaga (Bilbao, 1962), de Ángel Erro (Burlada, 1978) y de Leire Bilbao (Ondarroa, 1978). Uno echa en falta a algún que otro autor ya consagrado por la crítica como Juan Kruz Igerabide o Kirmen Uribe, pero, como se ha repetido tantas veces, toda antología es, en principio, un error, y esta no lo iba a ser menos. El propio antólogo lo recuerda: «Cualquier antología es, a la fuerza, un acto de acotación y de fatal exclusión, pero también de combinación, sinergia, unidad y refuerzo […] La antología —continua diciendo Aitor Francos— no busca una panorámica amplia sino que es el fruto de unas pocas afinidades, de lecturas intensas y afinidades».

   La antología comienza con el poeta, traductor y crítico Ricardo Arregi (Gasteiz,1958), que ofrece algunas pistas sobre su manera de entender el hecho poético en las palabras que anteceden a los poemas: «Creo que escribir poemas es vivir y que, al mismo tiempo, en el mismo instante, vivir es escribir poemas». Esta simbiosis entre poesía y vida queda reflejada en versos descriptivos, armados con un leguaje sencillo pero lleno de aristas. como vemos en este poema: «Poco después, al proseguir / mi camino, demasiada lluvia / para intentar retener / una reflexión poética, / pensé que es en vano / escribir de lo ya ido, / y que no me apetecía / ensalzar el pasado». Arregi fue incluido por Vicente Luis Mora en la antología La cuarta persona del plural. Antología de la poesía española contemporánea (1978-2015), publicada en 2016. Poemas como «66 versos en la ciudad sitiada» o «Fotografía de guerra» justifican plenamente esa inclusión.

   Luis Garde (Pamplona, 1961) piensa que «cada poema es una aproximación a una pequeña verdad», por lo que sus escritos «son más de búsqueda que de celebración». La reflexión metapoética y el conflicto identitario que sufre el poeta están muy presente en sus versos: «La mayoría ciudadana ve a los poetas como creyentes en dragones, / porque los ha visto angustiados buscando centauros en bosques dudosos», escribe en el poema «Hic sunt dracones».

   Miren Agur Meabe (Lekeitio, 1962) resume en un decálogo previo a la selección de sus poemas su forma de entender una poesía en la que su yo biográfico y su yo poético «se han ido construyendo al apoyarse el uno en el otro. La vinculación entre el hecho artístico y el hecho vital es, por lo tanto, muy profunda», algo que percibimos también en la poesía de Arregi. Algunos de los aspectos que destaca son la «búsqueda de la identidad» femenina, «la resemantización del contexto diario y la referencia a la experiencia doméstica», «la explicitación del deseo sexual desde una fisiología femenina», «la atención al sufrimiento de las víctimas inocentes» o «la experiencia de la muerte como distancia insalvable». Un fragmento del poema titulado «Automitología de la jolie fille» nos basta para verificar esos postulados: «¿A cuántas niñas han violado hoy en Burundi¿ ¿Cuántos murieron en Dafur este último minuto? Un niño afgano me habla desde una foto: “Solo fui un instante en el gran mosaico geométrico, una tesela pasajera, tan relativa. Después, las bocas de las torres devoraron mi sombra, y nada ocurrió. Oí la voz de mi madre pariendo mi nombre como una gran grieta en la pared. Hoy es un día tranquilo. Mis pies quedaron en un contenedor. Mi vida es una alambrada más».

   Para Juanra Madariaga (Bilbao, 1962) «La poesía es una nebulosa intransitable, un agente doble» y la palabra, en consecuencia, una herramienta para profundizar en el desvelamiento de la realidad. El lenguaje no consigue precisar aquello que intenta expresar, solo puede aproximarse, por eso Madariaga recurre a las palabras «de a diario», buscando amparo acaso en lo cercano, en lo más afín y conocido.

   Una pormenorizada poética, no exenta de ironía, precede a los poemas de Karlos Linazasoro (Tolosa, 1962). Con algunos de los preceptos que enumera es difícil no estar de acuerdo: «Soy lo que digo y lo que callo: realidad y deseo»; «Poesía es nombrar el misterio, intentar descifrarlo» o «La poesía debe decir la verdad, aunque el poeta mienta». El sentido del humor que alimenta estos aforismos de contenido metapoético está muy presente en su poesía, como podemos comprobar, por ejemplo, en el poema «Biografía»: El famoso poeta / escribió / —por encargo, por supuesto— / su biógrafa: / “No soy ya lo que era”. / Y vendió miles de ejemplares».

   La poética de Harkaitz Cano (Lasarte, 1975) está, sin embargo, implícita en los propios poemas, no en elucubraciones teóricas acerca del acto de escribir. Basta leer el poema «12 sardinas viejas para consumo inmediato», del que extraemos estos versos: «Un buen libro de poemas ha de ser / como una caja de pescado. // Nutritiva y fresca, fuente de fósforo y calcio. / O descarga hedionda… […] / Una de dos. / y así habrá de ser, / como un buen libro de poemas, / nuestra vida». Aitor Francos escribe que «Cano reivindica una poesía discursiva de imágenes corrientes que se siente cómoda en el refugio de la modernidad. Su fuerza lírica se ve en los detalles, en la observación de todo objeto que da un testimonio y una presencia».

   Ángel Erro (Burlada, 1978) consigue construir en sus poemas un universo mítico desde una geografía muy concreta, la de su lugar de nacimiento y algunas poblaciones cercanas. Canta la cotidianidad, como hicieron los poetas grecolatinos, sin necesidad, a pesar del título de algunos de sus poemas, de sublimar como hechos heroicos lo que no son más que actos humanos producto de la costumbre. En el poema «Teoría literaria en el bar Kaixo» se pregunta «¿Cuándo aprenderán algunos a distinguir / entre el yo poético y yo?», es decir, a diferenciar la ficción de la realidad, un dualidad esta que no muchos críticos y lectores actuales saben ponderar y que contribuye a desmitificar el presunto confesionalismo de los poemas de Erro.

   Leire Bilbao (Ondarroa, 1978) rinde en sus poema homenaje a sus poetas de referencia. Los hace aparecer con pelos y señales en muchos de sus versos y, cuando no lo hace, no se preocupa de dejar al descubierto su influencia. El tono reivindicativo y ácido, desde su posición de mujer comprometida con su condición femenina, caracteriza su obra, en la que no falta un lenguaje directo, duro, preciso que, sin embargo, es capaz de perforar la cáscara de nuez de la conciencia más cerrada, como demuestran estos versos del poema «Lavadora»: «El día de tu muerte me compré una lavadora […] Fue aquella vez, mirando desde la escotilla al mar, / entre el jabón y los trapos sucios, / cuando supe que te alcanzó una ola, / metí mis manos al instante en el agua enjabonada / buscándote en vano entre la ropa. / Lloré por la boca por las orejas / por los dedos por la piel, / y ahora, tengo ríos muertos surcando mis venas, / y una lavadora nueva».

   ¿Qué conclusiones podemos sacar leyendo esta antología? La primera de ellas es que la falta de traducciones supone un lastre insalvable para el lector interesado. Esta carencia lleva aparejada, sin duda, un conocimiento muy parcial de la poesía que se escribe en nuestro país. Desconocer lo que se escribe en el resto de lenguas oficiales empobrece nuestra cultura literaria y dificulta la perspectiva crítica. En segundo lugar, podemos constatar la vinculación absoluta de la poesía escrita en euskera con el resto de la poesía que se escribe en España. Las influencias son comunes y, nos parece, existen menos diferencias entre un poeta vasco y un poeta albaceteño, pongamos por caso, que las que podemos detectar entre poetas vascos o manchegos de distintas generaciones. Confiemos en que este tipo de publicaciones antológicas propicien la publicación regular de la obra individual de cada uno de los autores y, con ello, un conocimiento más efectivo de nuestra rica tradición. Mientras tanto, solo nos queda dar la enhorabuena a Aitor Francos y a la editorial Renacimiento por poner en nuestras manos esta propuesta.

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HILARIO BARRERO. EDUCACIÓN NOCTURNA

26 martes Dic 2017

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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HILARIO BARRERO. I

HILARIO BARRERO. EDUCACIÓN NOCTURNA. ANTOLOGÍA POÉTICA. EDICIÓN DE JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN. EDITORIAL RENACIMIENTO, 2017

La recuperación poética de Hilario Barrero es un ejemplo que se repite en otros autores, por fortuna, cada vez con más frecuencia. Son distintoo los motivos por los que un poeta —un artista en general— permanece en la sombra, en la marginalidad editorial, invisible para quienes trazan las líneas maestras del canon. La primera de ellas tiene más que ver con la miopía y la comodidad de la crítica en general, que prefiere repetir lo consabido, lo dictado por los gurús culturales y no asumir riesgos que puedan poner en peligro su prestigio. La segunda causa se refiere a la presunta complejidad de ciertas estéticas que no comulgan con las propuesta por el canon y, en tercer lugar —sin duda hay otras, pero este comentario no pretende hacer un examen exhaustivo de dicho fenómeno—, nos encontraos con el factor geográfico. La distancia —incluso ahora que internet ha eliminado las fronteras— de los núcleos de poder poético es un factor determinante para excluir a un autor. Este es el caso de Hilario Barrero (Toledo, 1946), residente en New York desde 1978, ciudad en la que ha ejercido como profesor hasta hace muy poco. La lejanía, como digo, ha incidido en que su obra literaria haya sido muy poco conocida en su país de origen. Afortunadamente, en los últimos años, la situación se está revirtiendo. En lo que llevamos de siglo Hilario Barrero ha frecuentado con generosa insistencia las páginas impresas, sobre todo gracias a la publicación de sus siempre sustanciosos diarios, cuyo primer volumen, el titulado Las estaciones del día, vio la luz en 2003 en Libros del Pexe (sucesivas entregas han aparecido con regularidad hasta el año 2015, fecha de la publicación de Diarios (2012-2013) en la editorial Isla de Siltolá. En la traducción ha encontrado también Hilario Barrero otra manera de expresar sus filiaciones estéticas. Son justamente alabadas las versiones del poetas como Jane Kenyon (2007), Ted Kooser (2009) para la editorial Pre-Textos y las realizadas este año que ahora finaliza, dedicadas a Emily Dickinson y a Sara Teasdale, ambas para la editorial Ravenswood Books.

   Su obra poética, sin embargo, ha sufrido otra suerte. No ha gozado hasta ahora del respaldo de una gran editorial ni siquiera con la publicación de In tempore belli (1999), libro que obtuvo el premio Gastón Baquero y fue publicado por la editorial Verbum. Afortunadamente, la publicación de la antología Educación nocturna por la editorial Renacimiento viene a paliar, en gran medida, la anomalía que hemos descrito. José Luis García Martín, el editor del volumen, lo expone en las palabras previas: «En Educación nocturna no están, por supuesto, todos los poemas escritos en medio siglo; solo los suficientes para dejar constancia de una trayectoria poética y vital. Pero no es una antología, un muestrario; pretende ser una compleja autobiografía poética», una autobiografía sustentada en dos polos opuestos, por una parte la luz, el deslumbramiento del deseo, el fulgor del cuerpo y, por otra, la oscuridad, la sombra que acecha invisible y se hace más concreta a medida que transcurre el tiempo.

De una forma u otra, cada una de estas constantes está presente en los poemas de Hilario Barrero, desde el titulado «Autorretrato», con el que comienza la antología —una antología, por cierto, que elude la ordenación cronológica y se decanta por una disposición temática—, en el que, de forma simbólica, elusiva, a través de una serie de ciudades italianas, traza los primeros esbozos de un itinerario vital que determinaría el rumbo de su vida. Un itinerario, una travesía desde «el silencio» que comienza con una dura rememoración de los años de la infancia y la juventud, transcurridos en la España oscura del cilicio católico y la disciplina militar, más aún en una ciudad episcopal y con mártires en cada esquina como Toledo: «Tú añoras el incienso, la dalmática de oro, / el canto gregoriano y la misa de doce. / yo recuerdo el infierno, el peso de la estola, / la angustia de la culpa / y el rigor a sotana que fragmentó mi infancia / anotando en secreto y a diario / los deseos impuros cometidos». Ese ambiente opresivo acabará por propiciar, gracias al poder irresistible del amor, su partida. Al otro lado del Atlántico Hilario Barrero encontrará la estabilidad emocional necesaria para construir la vida que anheló desde siempre: «abandoné a mi madre y mis hermanos / por la paternidad de tu sonrisa, / vine a una tierra extraña por seguirte / donde traté a la muerte cara a cara, / envejecí y se oxidó mi cuerpo / que tanto amaste y desearon otros».

   Esta autobiografía poética tiene mucho también de autobiografía sentimental, como no podías ser de otra forma, y Barrero ha elegido el verso para narrar su yo más íntimo, las vicisitudes de una existencia que ha mantenido a lo largo de los años un contacto muy próximo con la muerte (la muerte entró en su vida con inusitada frecuencia, aunque esa circunstancia no ha dado lugar a la autocompasión), acaso por eso el verso breve alterna con otros metros mayores, cuyas proposiciones subordinadas conducen al lector hacia una pormenorizada descripción de la peripecia narrada. El estilo entonces es subsidiario de la memoria y no al revés, como ocurre en tantas ocasiones. El purgatorio del deseo insatisfecho (la mente desea, el contacto se pospone), las ciudades de paso, los cuerpos entrevistos, los amores fugaces se convierten con el paso del tiempo en recuerdos tal vez dulcificados, son un asidero emocional, motivos para disfrutar de la existencia, aunque la sombra de la parca se proyecte en todo momento sobre dicha existencia. Hilario Barrero ha conseguido liberarse de ese inevitable presencia y convivir con ella como si no existiera y con toda seguridad el fruto de esa convivencia pactada son estos poemas llenos de nostalgia, de rebeldía, de tránsito y de escepticismo, pero también de belleza, de gozo, de alegría de vivir. El libro finaliza con un poema, «Plaza de San Marcos. Venecia». Toda una vida ha transcurrido entre el poeta de «Autorretrato» y este último poema, una vida vivida con intensidad, con esa emoción que trasmiten los poemas de esta autobiografía en gran parte verdadera.

JOSÉ INIESTA. EL EJE DE LA LUZ

20 miércoles Dic 2017

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JOSÉ INIESTA. EL EJE DE LA LUZ. COL. CALLE DEL AIRE. EDITORIAL RENACIMIENTO, 2017

José Iniesta (Valencia, 1962) no es, a pesar de que El eje de la luz aparece solo un año después de Las razones del viento, un poeta prolífico. No puede serlo quien escribe siempre desde la necesidad, quien permanece a la espera, quien solo se sitúa frente a la página cuando siente esa llamada interior que algunos denominan «inspiración» (aunque el término esté muy desprestigiado) y otros la califiquen como destilación emocional: la idea se ha ido fraguando en esa especie de alveolos mentales y, cuando está en su punto, pugna por salir al superficie, a la página. No es la escritura, en este caso, fruto de un relámpago de la inspiración, sino de la maduración en el tiempo. Tanto da. El caso es que, en cuanto leemos un poema de Iniesta tenemos la sensación de que a sus palabras las envuelve un halo de misteriosa armonía que no parece de este mundo. Basta con leer este breve poema para confirmarlo: «Las certezas»: «Ilimitado es todo, si callamos. / Nuestro mirar profundo / al levantar los ojos, / liviano nuestro peso al avanzar, / al abrazar el aire y contentarnos / en el paseo / con este sol de mayo, / desde dónde».

    No son muchas —ni extraordinarias— las cosas que bastan al poeta para sentirse a gusto con el mundo: «… oh, gratitud, / de no sabemos qué que no sucede, / y niega la tristeza y es tristeza / donde se muere el tiempo, y sonreímos», escribe en el poema «La primera nevada». La casa, el patio («Qué suerte envejecer en este patio / al lado del granado que me sabe») y el jardín, esos territorios cotidianos que el tiempo construye a medida de quien los habita, parecen ser, a pesar de ser espacios generalmente colectivos y consuetudinarios, lugares en los que el misterio nace cada día. Al menos así lo percibe la mirada escrutadora de José Iniesta, una mirada admirativa y respetuosa que sabe distinguir el más leve cambio, que sabe rastrear la más mínima huella, la más insignificante variación en la intensidad o el cromatismo de la luz, Cualquier minucia engrosa la lista de materiales que propician el asombro, hasta el punto de que parecen sedimentar esa fortaleza espiritual que trasmiten los poemas, pero acaso más que de fortaleza deberíamos hablar de serenidad, incluso de estoicismo, aunque solo de forma muy tangencial podemos percibir en estos poemas renuncia, desasosiego o dolor. Así finaliza, por ejemplo, el poema titulado «Una nube»: Quién pudiera cantar en su retiro /este silencio puro, alucinado, / esta renuncia justa, la blanca levedad / de ser nube en su vuelo. / contra un azul intacto / de fina transparencia / la nube de mi vida se me va / bogando en esta tarde silenciosa». Tal vez el poema dedicado a su madre, «Un lugar despoblado», sea el más explícito en cuanto a dejar constancia de ese dolor que provoca la pérdida y que se agarra a la mente como una ventosa, como un parásito, pero los poemas de este tono melancólico no abundan en El eje de la luz, antes bien, la mirada de Iniesta celebra la existencia, se dirige hacia la claridad, tanto cuando mira hacia el exterior como cuando mira hacia adentro porque, nos parece intuir, no hay diferencia alguna entre afuera o adentro, tal es la comunión del autor con el cosmos, con la naturaleza que se deduce de estos versos. De esta correspondencia no podemos deducir, sin embargo, intenciones místicas. El yo no se disuelve en la oración, en el canto, el yo está presente de forma contundente y la naturaleza parece estar subordinada a los irradiaciones de la identidad: «No sé, miro a lo lejos desde el alma / y el humo de los años se dispersa, / y albergo en mí, no sé, / todos los sueños / rotos del mundo acaso, / y soy aquí conciencia de una rosa». Una naturaleza que aparece también como escenario en los «Cinco poemas de amor»: «testigo yo del sol sobre los campos / a tu lado, mi amor, con tu presencia».

    No es muy frecuente que el poeta como individuo guarde excesivas similitudes con su escritura, pero el caso de José Iniesta, nos parece, en este aspecto, una de esas excepciones que confirman la regla, porque las cualidades de su escritura no pueden ser impostadas. La nitidez del lenguaje, la fluidez discursiva —dislocada, en ocasiones, por el hipérbaton—, una moderada estética jubilosa que tiene su origen, como mínimo, en nuestro clásicos y ese gusto, por otra parte tan mediterráneo, por el poema meditativo que le lleva a construir en la escritura una vida a su medida, una vida habitable solo pueden provenir de alguien que escribe desde una verdad interna incuestionable, por esa razón, acaso encuentre en la parte más amable de la naturaleza el referente perfecto, la expresión más cierta del acto poético. No olvidemos que el autor «se siente yo entre las cosas» o lo que puede ser lo mismo, uno más de los seres vivos que en la naturaleza conviven. El eje de la luz defiende una poética de la reconciliación —y no estoy hablando en términos políticos— a la cual nos sumamos encarecidamente, pese a no poseer, qué más quisiéramos, los mismos atributos personales que José Iniesta revela.

CUADERNO ADREDE NÚM. 8. MAYA ALTOLAGUIRRE

18 lunes Dic 2017

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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CUADERNOCUADERNO MAYA

 

CUADERNO ADREDE NÚM. 8. MAYA ALTOLAGUIRRE. FUNDACIÓN GERARDO DIEGO.

La figura de Maya Altolaguirre, nacida en Málaga en 1934 y fallecida en Madrid en febrero de 2016, es escasamente conocida fuera de un reducido grupo de amigos, profesores y especialistas en la literatura española del pasado siglo, fundamentalmente en todo lo que atañe a la generación del 27. La actividad de su tío Manuel Altolaguirre como poeta de dicha generación, pero también la necesidad de reivindicarle como impresor y promotor de innumerables iniciativas literarias como revistas y colecciones poética fue determinante a la hora de marcar el destino de nuestra protagonista. «Maya vivió —escribe Elena Diego— con la añoranza de aquel grupo de amigos llamado Generación del 27 del que su madre debió hablarle. Gran parte de su vida la centró en el estudio y difusión de su obra y para facilitarlos creó en 1996 una Fundación generación del 27 que gracias al apoyo de la Universidad de Alcalá logró llevar a cabo una importante labor editora en su Biblioteca del 27».

   El poeta malagueño José Infante, amigo y cómplice de la entusiasta profesora en innumerables proyectos poéticos, traza una semblanza de Maya Altolaguirre en la que la vinculación emocional no resta un ápice de rigor documental y de precisión cronológica. Su madre fue Concha Altolaguirre, hermana de Manolo; el padre, Porfirio Smerdou, cónsul honorario de México en Málaga. Durante la guerra civil acogieron en su hogar a numerosos perseguidos de uno y otro bando, lo que provocó la huida de la familia, primero a Tánger y después a París. Sin embargo, la pequeña Maya se queda en Málaga al cuidado de su niñera. La familia opta definitivamente por trasladarse a Madrid. En 1950 conoce a su tío Manolo, que se convertirá, pasado el tiempo, en el asunto de su tesis doctoral, y es que «Maya —escribe Infante— es ya una jovencita que está predestinada para la literatura, estudiante de letras en la Universidad Complutense de Madrid». En 1973 publica su primer libro, una edición crítica de Las islas invitadas y, a partir de ese momento la figura de Manuel Altolaguirre como poeta, pero también como impresor y editor —labor que Maya continuará de manera ejemplar— pasa a ser el centro de su atención, aunque otros poetas del 27 y la literatura del Siglo de Oro son objeto de sus estudios.

   José Infante rememora de forma detallada su relación con Maya Altolaguirre. Se conocieron en Málaga, en 1970, de la mano de Bernabé Fernández Canivell, aunque la amistad se fue fraguando en Madrid: «Maya fue con su proverbial generosidad una de las personas que en aquellos primeros años difíciles madrileños me acogieron y me ofrecieron mucho más que su amistad». Esta amistad permitió al poeta ser testigo y cómplice de muchas de las iniciativas que, con perseverancia envidiable, puso en marcha Maya, que reunió en torno suyo un agrupo de amigos y colaboradores entre los que se encontraban Gloria Fuertes, Rafael Pérez Estrada, José Mercado, Matilde Caparrós, Milagros Polo, Jaime Salinas, Claudio Guillén, Claudio Rodríguez o Fernando Lázaro Carreter «con el que Maya funda en los años setenta la Sociedad Española de Literatura General y Comparada. A este grupo de amigos se unieron en el transcurso de los años nuevos amigos como Gonzalo Santonja, Rosa Chacel, Joaquín Marco, Pureza Canelo, Antonio Prieto, Pilar Palomo o Pablo García Baena. La nómina en mucho más amplia, porque Maya tenía una especial habilidad para rodearse de amigos «siempre dispuestos a ayudarla y a colaborar con ella».

   En 1976 Maya Altolaguirre funda la revista “Caballo Griego para la Poesía”, cuya dirección tipográfica encomienda a Bernabé Fernández Canivell. Estuvo «La revista inspirada —seguimos de nuevo a Infante— por alguna de las publicaciones poéticas de Altolaguirre, “1616”, “Héroe”, “Poesía” y de forma especial por una de las más celebradas, “Caballo Verde para la Poesía”». Tuvo una corta pero intensa vida. Se publicaron solo tres números, pero agrupó en sus páginas a los mejores poetas de la época. Maya decide entonces crear una editorial con el mismo título y con dos colecciones, Pentesilea, dedicada a la poesía y Héroe a la prosa. Después se ampliarían con la colección Hijos de la ira y la Biblioteca del 27, en colaboración con la Fundación Generación del 27, en la que, a su vez, organizó diez nuevas colecciones. Como ocurre a menudo con este tipo de proyectos, muchos se cumplieron a medias y otros no llegaron a ver la luz debido a la precariedad de medios y la deficiente distribución.

   Pureza Canelo cierra el volumen —que se complementa con un apartado selecto iconográfico y una completa relación de los títulos que se editaron bajo la batuta de Maya— con unas palabras sobre el carácter de la homenajeada: «Maya era autosuficiente, pero a la vez desvalida, dependiente de su estado emocional y de la envergadura del proyecto que había iniciado» y es que solo desde la pasión puede uno implicarse en las cosas hasta el tuétano, como demuestra este nº 8 de la colección Cuaderno Adrede que edita la Fundación Gerardo Diego.

13 ANTOLOGÍA DE LA POESÍA GALLEGA PRÓXIMA. EDITORA MARÍA XEÚS NOGUEIRA

13 miércoles Dic 2017

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13 ANTOLOGÍA DE LA POESÍA GALLEGA PRÓXIMA. EDITORA MARÍA XEÚS NOGUEIRA. EDICIÓN BILINGÜE. CHAN DA PÓLVORA & PAPELES MÍNIMOS, 2017

Esta antología es una excelente continuación cronológica de la Antología de la joven poesía gallega publicada en la página digital Enfocarte y coordinada por Noelia Sueiro, que agrupó a dieciséis poetas nacidos en las décadas de los sesenta y setenta, desde Anxos Romeo y Miro Villar, ambos nacidos en 1965, hasta María Lado, nacida en 1979 y de Punto de ebullición. Antología de la poesía contemporánea en gallego, publicada en México en 2015 en edición a cargo de Miriam Reyes, que reunió a quince poetas nacidos a partir de 1950. La Antología de la poesía gallega próxima reúne a trece poetas con edades que oscilan entre 1982, año de nacimiento de Samuel Solleiro, hasta 1996, año en que nace el benjamín del grupo, Antón Blanco. Estamos pues ante la más reciente generación poética, aunque el amplio arco temporal que abarca, casi quince años, nos incline a pensar que conviven dentro de ella, si no dos generaciones, sí puntos de vista lo suficientemente diferentes como para hablar de heterogeneidad y diversidad dentro de un propósito común, el de desembarazarse de ciertos clichés académicos aderezados con un balsámico afán pedagógico y de los «intentos de periodizar las últimas promociones demasiado apegados a criterios biológico-positivistas y generacionales, que articularon el discurso en décadas, de los ochenta y de los noventa», según escribe María Xesús Nogueira que, unas líneas más adelante nos confirma que «Desiguales en edad, heterogéneos en procedencia y, sobre todo, diversos en su lenguajes poéticos, las autoras y autores escogidos constituyen una muestra a mi entender representativa de una época que quizá sea demasiado pronto para rotular». Como hemos dicho, ese afán por etiquetar, por limitar bajo un determinado epígrafe dicha heterogeneidad resulta innecesaria incluso bajo el paraguas pedagógico, sin embargo, sí es cierto que toda antología necesita unos principios en los que asentarse, unos criterios de selección que justifiquen las inclusiones y, sobre todo, las exclusiones. El primero de ellos, y el menos controvertido, tiene que ver con la cronología, con las fechas de nacimiento de los poetas seleccionados, el segundo, aclara Nogueira, algo más arbitrario, es el de «haber publicado cuando menos un libro individual, fuese cual fuese su formato y difusión editorial» y el tercero, el más escurridizo de todos, tiene que ver con «la calidad de las aportaciones poéticas, con el subjetivismo que, de manera inevitable, su validación comporta». Hay, sin embargo, un criterio, acaso el más importante, que se soslaya, cual es el de que todos los autores escriban en gallego, esto que parece una perogrullada, no lo es, porque esta premisa obliga a dejar fuera a aquellos autores gallegos que escriben en castellano (estoy pensando en Pablo Fidalgo Lareo, por ejemplo, nacido en Vigo en 1984).

     Hemos hablado hasta aquí de la diversidad de propuestas, pero ¿cuáles son los aspectos que los relacionan? La vinculación con las nuevas tecnologías y las redes sociales parecen evidentes, así como la formación universitaria y, después de revisar las breves notas bibliográficas de cada uno de ellos, la presencia de los premios literarios en el currículum de muchos de ellos así como la relación con el mundo editorial en sus diferentes ámbitos. De cada uno de los autores, además del currículum, se ofrecen unas notas complementarias que señalan a trazo grueso algunas de las características que, a juicio de la editora, mejor definen las respectivas poéticas. Así, Berta Dávila «aborda temas como la escritura o la ausencia desde una retórica de la naturalidad»; Celia Parra «a través de una poética intimista y un lenguaje sencillo, aborda motivos como el recuerdo, la ausencia o la traición»; Andrea Nunes Brións «a través de un lenguaje natural y de un sugestivo repertorio simbólico, aborda el homoerotismo, el deseo, las tiranías del patriarcado y la violencia contra las mujeres»; el asunto de la identidad en conflicto está presente en la obra de poetas como Xabier Xil Xardón, Jesús Castro Yáñez y Samuel Solleiro, aunque en este último «con una actitud desenfadada y en ocasiones provocadora»; Alicia Fernández utiliza «un lenguaje de apariencia a veces infantil» y cargado de simbolismo escribe sobre el amor, el cuerpo y el deseo; «La creación de universos no referenciales está en la base de la poesía de Lara Dopazo Ruibal mientras que Ismael Ramos opta por «la creación de imaginarios propios alrededor de la destrucción, la pérdida y el miedo». Oriana Méndez realiza en su poesía «una reflexión sobre las estructuras del poder, el lenguaje y la barbarie» Gonzalo Hermo ha dejado atrás la poesía de carácter político para «centrase en la pérdida, la memoria, el tiempo o la escritura como ejes temáticos y desarrollar un paisaje simbólico alrededor del frío». Antón Blanco, el más joven de los antologados, tiene como ejes argumentales la destrucción y la ruina. Francisco Cortegoso (1985-2016), desaparecido a muy temprana edad «lleva la sintaxis hasta el extremo para elaborar imágenes llenas de fuerza y un discurso de inquietante hermosura que linda a veces con la poesía del pensamiento…». El panorama, resulta, a tenor de la obra de cada uno de los poetas (nos hubiera gustado que estuviera mejor representada, aunque comprendemos las limitaciones editoriales de un proyecto como este) atrayente por su complejidad, aunque la mayoría de las características mencionadas, con todas sus variantes, se puedan encontrar en los autores que viven y escriben en los cuatro puntos cardinales de nuestra geografía, lo que, por otra parte, no hace más que constatar la necesidad de romper los muros del aislacionismo lingüístico a través de la traducción regular de sus obras.

     La edición de 13 Antología de la poesía gallega próxima, realizada, en un ejemplo de colaboración, por dos editoriales, la gallega Chan da Pólvora y la madrileña Papeles mínimos posee todos los atributos formales para llamar la atención del público interesado, pero además, esta edición lleva consigo el deseo de difundir la excelencia de una poesía como la gallega y de situarla en el rango que merece dentro del ámbito poético español, algo que debemos agradecer, porque uno tiene la sensación de que, en una época en la que, afortunadamente, se traduce con regularidad a poetas de otras lenguas, estamos desatendiendo las lenguas que forman parte de nuestro común patrimonio cultural y, si no lo remediamos pronto, nos estaremos empobreciendo irremediablemente.

FRANCISCO JAVIER DÍEZ DE REVENGA. MIGUEL HERNÁNDEZ: EN LAS LUNAS DEL PERITO*

11 lunes Dic 2017

Posted by carlosalcorta in Miscelánea

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FRANCISCO JAVIER DÍEZ DE REVENGA. MIGUEL HERNÁNDEZ: EN LAS LUNAS DEL PERITO. BIBLIOTECA HERNANDIANA VARIA. FUNDACIÓN CULTURAL MIGUEL HERNÁNDEZ

El caso del profesor Díez de Revenga es digno de admiración. Lleva casi cincuenta años ejerciendo la docencia y la investigación literaria y aún continúa en la brecha, con un ímpetu similar al que tenía cuando comenzó su carrera. Su labor investigadora se ha centrado fundamentalmente en autores como Jorge Guillén, Gerardo Diego, Pedros Salinas o Miguel Hernández, entre otros. En el caso del poeta de Orihuela, su interés se remonta al año 1971, cuando comienza a estudiar el teatro hernandiano. Desde entonces —y la prueba más palmaria es revisar el listado de publicaciones sobre Miguel Hernández que se detalla en las páginas de este libro, Miguel Hernández: en las lunas del perito— su dedicación al poeta del El hombre acecha ha sido constante y enormemente fructífera. «Apabullan —escribe Aitor L. Larrabide, director de la Fundación Cultural Miguel Hernández— por ejemplo, las tres ediciones de obras del poeta o las otras tantas de volúmenes colectivos que son considerados como imprescindibles para quien quiera acercarse con solvencia al poeta de Orihuela».

     Se recogen en el presente libro diecisiete estudios que resumen de forma magistral esa dedicación tan entusiasta como fecunda. El primero de ellos, «En sus luces y en sus sombras», en el que traza un breve recorrido por la trayectoria interrumpida del poeta: «Su producción comenzaba a madurar cuando sufrió las dos grandes calamidades que la delimitaron y la condujeron por caminos inesperados: la guerra y la cárcel», escribe Díaz de Revenga. De las relaciones con el grupo murciano de la revista Sudeste, al que estaban vinculados, entre otros, sus amigos Carmen Conde y Antonio Oliver Belmás —de quienes se ocupará en el estudio titulado «Tres poetas levantinos»— que invitaron a Hernández a la Universidad Popular en 1933, trata el segundo capitulo. La conversión de la revista en editorial permitió que en sus prensas se publicara el primer libro de Miguel Hernández, Perito en lunas, en 1933, sufragado por el canónigo oriolano Almarcha, un libro que, como explica el profesor en el tercer capítulo, sufrió una poda notable por parte del autor, que excluyó una buena cantidad de octavas, y una significativa incomprensión crítica.

     «Tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida, dominaron la poesía de Miguel Hernández», concluye Díez de Revenga en el estudio titulado «Tres heridas». A continuación analiza la relación del oriolano con las vanguardias y con la Generación del 27, la influencia de Góngora y de Guillén en su primer libro, sobre todo en el uso de la imagen y de la metáfora sin anécdota; la de Quevedo, Calderón y Lope de Vega posteriormente, sobre todo en los sonetos y el teatro de este último: «El rayo que no cesa sorprendió por la perfección de sus sonetos que, en lo que a estructuras se refiere, en lo que a procedimientos rítmicos atañe. Mucho deberán al Lope de Vega poeta».

   No acaba aquí, sin embargo, el rastreo de las influencias de Miguel Hernández. Además de la tradición aurea, «su poesía se nutre, en efecto, de las esencias de España, de sus pueblos, de su campo, y también de la huerta natal, que inspiran una naturaleza viva y fértil, fecunda y riquísima», afirma Díaz de Revenga, quien unas líneas más adelante profundiza aún más y concluye que «en sus fuentes de formación e inspiración fue muy hispánico, y en esto no siguió la senda de sus inmediatos maestros, los poetas del 27, cosmopolitas y conocedores de la poesía en otras lenguas como pocos».

     Hemos aludido más arriba a la vinculación de Miguel Hernández con la vanguardia y este asunto es tratado de nuevo en «Vanguardia e imágenes visionarias». Díaz de Revenga relata su «enorme capacidad para crear imágenes visionarias» y señala las influencias que obraron en él libros como La destrucción o el amor, de Vicente Aleixandre y la cercanía intelectual de Pablo Neruda, quien «más allá de la enorme influencia ideológica, determinó una afinidad estética que se podrá observar en la nueva formulación del universo imaginístico de sus últimos poemas».

     El último capítulo, «Vigencia y Universalidad», es un perfecto colofón a este denso itinerario crítico de Miguel Hernández que ha trazado magistralmente el profesor Díaz de Revenga. No nos cabe la menor duda de que, mientras haya admiradores de la generosidad y de la talla intelectual de Francisco Javier Díez de Revenga, que con tanto rigor, persistencia y afecto ha estudiado la obra de nuestro poeta, su vigencia no decaerá en ningún momento, porque «su figura permanece por encima del tiempo, vivo en el recuerdo de tantos lectores, mostrando cada día la lección imborrable de su originalidad y sincera obra poética y revelando […] su permanente e indeleble vigencia y su creciente universalidad».

*Reseña publicada en el suplemento cultural Sutileza de El Diario Montañés, el 8/12/2017

JOSÉ LUIS PIQUERO. TIENES QUE IRTE

07 jueves Dic 2017

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JOSÉ LUIS PIQUERO IM

JOSÉ LUIS PIQUERO. TIENES QUE IRTE. LA ISLA DE SILTOLÁ EDICIONES. SILTOLÁ POESÍA, 2017

 La publicación de un nuevo libro de José Luis Piquero (Mieres, 1967) siempre es acogida con expectación porque no es poeta de los que gusta prodigarse, antes al contrario, mantiene con la escritura una relación ambivalente que le lleva a permanecer durante meses —años, incluso— en un silencio creativo casi total, pese a que él mismo ha reconocido el efecto benéfico que la poesía desencadena en su forma de relacionarse con el mundo que le rodea.

   Tienes que irte es su sexto libro (no incluimos aquí Autopsia, la edición de su poesía completa publicada por la extinta editorial DVD en 2004 ni la antología Cincuenta poemas, editada por La Isla de Siltolá en 2014). No son muchos libros, si tenemos en cuenta que Piquero empezó a publicar relativamente joven, a los veintidós años. Las ruinas es de 1989. Posteriormente ha publicado El buen discípulo (1992), Cazador de autógrafos (1994), Monstruos perfectos (1997), quizá su libro más crudo, pero también el más celebrado y El fin de semana perdido (2009). Quizá por esa morosidad creativa no es nuestro autor un poeta habituado a cambiar de registro. Desde su primer libro las constantes que mueven sus poemas son casi idénticas aunque en este libro observemos que el paso del tiempo ha metabolizado alguna de ellas, como la del desgarramiento íntimo, ahora menos focalizado en su propia vida, la presencia omnisciente de la autobiografía y esa disección a cara de perro, sin circunloquios retóricos de sentimientos como la amistad o el amor que nos hace pensar que estamos leyendo fragmentos de un diario en verso. Ninguno de estos aspectos ha desaparecido, pero en Tienes que irte, Piquero parece referirse a una segunda persona autónoma, aunque conserve ciertos rasgos (el malditismo, el sarcasmo, la crueldad) personales difícilmente prescindibles en una poética como la suya que muestra a las claras el lado menos amable, el lado más perverso del ser humano- Quizá sea esta característica la que más llama la atención de un lector acostumbrado a leer desahogos emocionales que premian lo supuestamente literario por encima de lo vivido a sangre y fuego. García Martín señalaba en el ya lejano 1994, a propósito de Cazador de autógrafos, cuyos poemas pasaron a formar parte de Monstruos perfectos, que «hay […] poemas que casi hacen daño, por impiadosos, por negarse a disfrazar el sinsentido de vivir con ninguno de los habituales mitos consoladores).

     No queremos inducir a pensar que la poesía de Piquero provenga de un estado de enajenación mental y que su traslación en la página sea torrencial y desordenada. Nada de eso. Piquero no es un poeta visionario ni surrealista, es un poeta realista que sigue los esquemas clásicos de composición, por eso sus poemas poseen un ritmo magnífico, aunque no sean del todo ortodoxos en cuanto a la métrica tradicional. La combinación de metros impares en el mismo verso puede hacer pensar a un oído no muy fino que estamos ante verso libre, pero quien piense así estará equivocado del todo, porque esa acumulación, además de estar justificada por el ritmo interior que el poeta quiera imponer, cumple con rigor con la más acendrada tradición compositiva.

   Piquero ha entendido muy bien que, para analizar sin miramientos sus relaciones con los demás, es necesario despellejar la relación consigo mismo, uno mismo debe ser el primer objeto de observación. Quien se ríe de los demás debe saber reírse de sí mismo; quien desmenuza sin piedad al otro debe ser capaz de infligir el mismo correctivo a su propia identidad. No nos ha mentido. Sus poemas trasmiten una verdad que no es necesario verificar empíricamente. Su verdad alcanza tan alto grado de emoción que nos basta con dejarnos llevar por lo leído para testificar a su favor, sin ampararnos en lo real.

   Pese a todo, parece que el espíritu indomable de nuestro autor se ha domesticado levemente en este libro, por más que Piquero escriba en la «Nota final» que percibe «esos ocho años [el tiempo que transcurre entre la publicación de El fin de semana perdido y Tienes que irte] como un lapso de unidad literaria y vital. Creo que he estado ausente todo este tiempo dando vueltas tercamente a las mismas obsesiones, escribiendo sobre unos pocos temas y utilizando técnicas muy similares». No encontramos ahora, sin embargo, poemas tan desasosegantes como «Elogio del Pez-Luna» o «Retiro sentimental». Siendo consecuente con esa argucia que el mismo Piquero desvela al recordarnos que sigue «fiel a ciertos atavismos de [su] poética, como el uso de máscaras y escenarios preconcebidos», el poema titulado «Dummy» puede ser un buen ejemplo de esa tragedia existencial y cotidiana que con tanta crudeza retrata Piquero. La imprecación resultante de las últimas estrofas resulta espeluznante: «Óyeme tú, viajero, que recorres triunfante la autopista / y a tu corazón baja / el canto eterno de la radio-fórmula. / Acuérdate de mí cuando, muerto de miedo, levantes la cabeza llena de sangre y grites: // “¡Santo Dios, no lo he visto! / ¿Estás bien?” // Y el silencio».

     El libro está dividido —de una forma un tanto casual, como reconoce el poeta— en cinco secciones y «casi todos los textos podrían haber figurado en alguna otra sección o ser parte de un discurso continuo, sin pausas. «Aspiramos a un orden —escribe Piquero—, pero a un orden ficticio». Y es que los temas que acucian al poeta están presentes de una u otra forma en cada poema. La identidad en conflicto, por ejemplo, aparece en «Elvis, reconocido»: «Soy otro: / un nuevo yo dispuesto a la sorpresa», pero también en el poema «El insomne»: «Ahora ya sé quién soy: un centinela» o en «El inmortal», en que escribe «Poco a poco / olvidaré quién soy». El humor negro y la escatología se dejan sentir en poemas como «Insectos», «Post mortem»o «Narcolepsia». No faltan tampoco los instantes en los que la conmiseración parece apaciguar, si quiera momentáneamente, ese diablo interior que gobierna el infierno de la conciencia, como se deja intuir en estos versos: «Quien hace daño y quien recibe el daño son el mismo. / Esa es la despiadada belleza de la vida, / su verdad espantosa, y así quien ama más / entrega sin pesar su regalo de sangre. / Habrás de convenir / en que en eso fui un monstruo de lo más apacible».

   Como en cada uno de sus libros, Tienes que irte constata una forma de entender la poesía como exorcismo, como una forma pacífica de expulsar a unos demonios con los que, por otra parte, Piquero parece convivir sin demasiadas tensiones, acaso por que admitir la imperfección o la maldad del ser humano es reconocer su debilidad, y en la debilidad se ocultan muchas veces la verdad y la belleza.

JOSÉ MATEOS. UN MUNDO EN MINIATURA

04 lunes Dic 2017

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JOSÉ MATEOS

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JOSÉ MATEOS. UN MUNDO EN MINIATURA. DIBUJOS DE PEDRO SERNA. EDITORIAL RENACIMIENTO, 2017*

 Ser hombre en sentido pleno, más que un acto de la voluntad, es una cualidad vital, un propósito que va más allá de la toma de conciencia que conduce a la búsqueda de ese estado, es algo incrustado en los genes originarios del ser, es una especie de vuelta al origen y por eso este nuevo libro de José Mateos, Un mundo en miniatura, tan sutilmente acompañado por los dibujos de Pedro Serna, resulta ser una permanente indagación tanto en el propio cuerpo como en las entrañas de las cosas que nos rodean, hasta las más insignificantes, como un aplicado franciscano, buscando, probablemente, esa comunión secreta que une a todos los seres vivos. Tal vez estas palabras de Azorín escritas en el prólogo a Diario de un enfermo puedan aproximarnos mejor a esta idea: «Lector: lee religiosamente estas breves páginas. En ellas palpita el espíritu de un angustiado artista […] fue dejando en estos diarios y tormentosos apuntes su alma entera».

     Un mundo en miniatura está escrito desde unas circunstancias personales que han obligado a nuestro autor a revisar no tanto su itinerario vital sino su relación con la existencia. El dolor transforma la perspectiva desde la que se observan las cosas: «En el dolor el tiempo se hace presente. Y lo que más nos lastima es no poder, no saber, salir sin él del presente», el dolor «convierte el cuerpo en nuestro pero oponente y a nosotros en desesperados mendigos de la nada». El mundo que experimentamos adquiere una tonalidad amarillenta, porque la enfermedad produce alteraciones en el estado físico, pero también, y estás son menos evidentes pero más dañinas, en el estado emocional. La penetrante ataraxia que trasmiten gran parte de los fragmentos de este libro se convierte en desamparo, en angustia vital los más doloridos. Se aprecia bien en las descripciones de su estado de ánimo: «La angustia es pegajosa: se adhiere a todo lo que miro cuando me mira»., pese a todo, prevalece algo lo inefable: «… No sé cómo decirlo: algo inmenso y esencial que no se deja ver sino mezclado en lo que miro […] y que se esconde, no por ser de naturaleza esquiva o difícil, sino por humildad».

     No cabe duda de que los instantes de recogimiento, de catarsis emocional, conviven con momentos de crisis, de duda espiritual y esa alternancia se traslada a la escritura, como en este fragmento aforístico: «Dejar de ser es ser para ser alguien. Después de vivir no se puede no vivir… de alguna manera». Amiel decía que un diario es la farmacia del alma. En lo que concierne a este volumen, creemos que esa afirmación es totalmente cierta. La escritura parece tener, para José Mateos, un efecto terapéutico. Para un hombre de naturaleza solitaria y contemplativa como él, la escritura es la forma ideal de conectarse con lo que le rodea: «En el trabajo gustoso, constante y sin recompensa encuentro destellos de santidad».

   No hay en estos fragmentos de desigual extensión apenas confidencias, testimonios que nos revelen datos sobre la vida del autor. Por supuesto, esta opción es deliberada (recordemos que en su libro “Un año en la otra vida” no se huía de la escritura como documento íntimo, como testimonio). Aquí estamos hablando más de una radiografía del pensamiento que de la acción. Entre sentir y hacer, se opta por lo primero. Entre el habla y el silencio, se opta por este último. Volvemos a citar a Azorín. En su libro El pequeño filósofo, el autor construye una filosofía para sobrevivir, para superar la crisis y volver a vivir y esto es lo que parece hacer José Mateos en este libro, una biografía de lo sentido, no de lo vivido. Un mundo en miniatura es un diario íntimo porque no hay lugar para los sucesos externos (el hospital aparece solo con un escenario circunstancial), sino para la reflexión a partir de la observación, para el apunte de carácter confesional, para el autoconocimiento. No es frecuente encontrar una sintonía tal entre el modo de vivir y la forma de escribir, como ocurre en José Mateos, un discípulo aventajado de su admirado Christian Bobin. Con él comparte esa atención a lo insignificante («El alma se alimenta de destellos»), el estilo sencillo e inteligible, una peculiar forma de analizar la identidad no como algo ya preconfigurado (la vida es multiforme e, incluso, contradictoria), sino como un proceso en evolución continua (la escritura fragmentaria lo refleja perfectamente) . profundo se queda en la superficieratitud vitalua)turaleza.tal aparece solo con un escenario circunstancial), sino para l arefy un cierto panteísmo que nos inclina a ver en el amor a la naturaleza que ambos profesan un permanente canto de gratitud vital, seguramente porque «cuando falta el amor, hasta lo más profundo se queda en la superficie».

* Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañés, el 1/12/2007

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