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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: junio 2016

JOSÉ ANTONIO CONDE. AGNUS HOMINIS. TÉMPORA

29 miércoles Jun 2016

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jose antonio conde

JOSÉ ANTONIO CONDE. AGNUS HOMINIS. LIBROS DEL INNOMBRABLE, 2015; TÉMPORA. PAPELES DEL TRASMOZ, 2016

La dilatada trayectoria poética (diez libros en trece años) del aragonés José Antonio Conde (Sierra de Luna, Zaragoza, 1961) se amplía con estos dos libros recientemente publicados, no sólo cuantitativa sino cualitativamente, porque la voz del poeta se va depurando y el verso lima toda la ganga, todo lo superfluo, para indagar en la esencia del origen: «La inercia del origen/ convoca unidad y frontera,/ recelo a largo plazo», escribe en el primer poema de Agnus Hominis, libro que sigue la división aristotélica en tres partes de semejante extensión: «Pax Augusta», «Ministerium», «Altarium», con diecisiete poemas cada una de ellas. Es esta una poesía que carece de referentes en el ámbito cotidiano, por más que algunas crónicas de carácter histórico o religioso sean reconocibles para un lector culto (el propio título ya nos pone sobre la pista), por tanto, toda su inteligibilidad se deposita en la seducción del lenguaje, un lenguaje no descriptivo, sino elusivo, aproximativo, en el que lo dicho es sólo una ínfima parte de lo sentido: «Un adelanto de láminas/ intuye los atavíos,/ acepta el movimiento de la concha/ en el meandro, / y el que viene tras de mí/ se complace en las caldas,/ propone la humedad,/ el examen posterior al sacramento». La emoción queda así circunscrita a un espacio de la memoria que depende del arbitrio del poeta y la complicidad del lector determinará el grado de comprensión que éste alcanza. Como en toda poesía del conocimiento, lo simbólico admite múltiples interpretaciones, y ese es quizá el aspecto más seductor de estos poemas, su inagotable capacidad de sugerencia.

En Témpora, el segundo de los libros que comentamos, el asunto central es otro, pero el lenguaje interviene en él con igual contundencia, con similar empeño diseccionador. Dividido en cuatro partes, en cuatro estaciones, cuenta con una especie de prólogo versificado que, presumimos, confirma lo dicho hasta ahora: «Desnudez y forma,/ contemplación al fin.// Páramos del lenguaje.// Lugar áfilo,/ esta vez con lasitud». El tiempo del que habla este poemario es un tiempo atmosférico, no filosófico. La sucesión de las estaciones se analiza con respecto de las características meteorológicas que lo definen, por eso en la primera sección se cuestiona de esta hermosa forma la ausencia de lluvias: «Me preocupa la tardanza de abril/ en el poema». En el verano las tormentas son moneda corriente y traen consigo «la turbación del horizonte». Llegamos al otoño y «palidece la acacia,/ el léxico de su ramaje,/ un decir oportuno de amarillos/ que intuyen la brevedad y el designio». En la estación final el círculo se cierra y «Atraviesa el invierno,/ la metáfora escogida,/ el almanaque rotundo de vestigios». Mirar al cielo es una forma distinta de dar cuenta del paso del tiempo, distinta, pero no menos efectiva, porque aquí las hojas volanderas son cielos despejados o nubes de tormenta, el fruto maduro la consumación de una esperanza.

La poesía de José Antonio Conde ofrece pocas concesiones al lector desatento. Necesita éste poner todo de su parte para desentrañar la emoción que se esconde en las palabras. Sólo así estará a la par con el esfuerzo de contención, de fidelidad así mismo que al poeta le supone transcribirlas.

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MANUEL ÁNGEL GARCÍA SECO. CON PIES ALADOS, TIEMPO.

27 lunes Jun 2016

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MANUEL ANGEL GARCÍA SECO

MANUEL ÁNGEL GARCÍA SECO. CON PIES ALADOS, TIEMPO.

FUNDACIÓN BRUNO ALONSO

En la mitología griega los pies alados caracterizan a Hermes, heraldo de los dioses, pero también guía de los difuntos en el camino al inframundo. Es esta analogía la que nos interesa subrayar ahora —sin olvidar que un héroe homérico, Aquiles, fue señalado también como el de los pies alados —, la de levedad, no la de la agilidad. El tiempo es invisible —hablo, claro es, desde una perspectiva poética o artística, no siempre bien avenida con la científica—, pero su transcurso deja muestras evidentes en las personas y en las cosas, algo que podemos comprobar en la exposición de Manuel Ángel García Seco que se puede contemplar actualmente en la sede de la Fundación Bruno Alonso. La acertada combinación de autorretratos con dibujos al carbón delata influencias diversas. Si la paleta expresionista de los primeros nos recuerda el dramatismo de Francis Bacon, el trazo impreciso pero firme de los dibujos nos acerca a Gutiérrez Solana o a las cabezas grotescas de Leonardo da Vinci, aunque en ambas facetas se pueden rastrear innumerables homenajes a pintores de nuestro entorno, como Velázquez o Goya.

El paso del tiempo, las vanitas barrocas, la muerte y lo macabro son referencias constantes en la obra de García Seco (Carabeos, 1958) casi desde sus primeros trabajos, sin embargo, ahora, sin abandonar estos exploraciones, vuelca su mirada hacia dentro y, de esa privilegiada forma de mirar, surgen estos autorretratos no exentos de belleza (la belleza de lo deforme) y de verdad, dos conceptos que la posmodernidad ha arrinconado, pero que, para mí, siguen gozando de plena vigencia.

Todo autorretrato parece ser un recuento vital y, aunque sea de forma involuntaria, marca un antes y un después (me vienen a la memoria las continuas revisiones que que Rembrandt ejecutó a lo largo de los años) en la forma de verse a uno mismo. Y es que hay momentos en la vida en que uno deja atrás su pasado y mira hacia el futuro, sin importar cuántos años más se siga existiendo, con desconfianza, con incertidumbre y, para mitigar el dramatismo de ese desorden interior al mismo tiempo que se subrayan las grietas que el sufrimiento va dejando, tanto en la superficie como en lo más hondo de la conciencia, es necesario ponerse en la piel del otro que nos habita, ser objeto de la mirada de ese otro yo, un yo que no pretende representar con fidelidad al objeto —al ser, en este caso—, sino captar su esencia, su “espíritu”, una esencia que cambia con el paso del tiempo. Por esa razón algunos de estos autorretratos, tan matéricos, de pincelada gruesa pero precisa, nos muestran a un hombre de apariencia tranquila, mientras que otros reflejan las convulsiones interiores de alguien que vive atormentado. Los rasgos subrayados en rojo sangre describen la naturaleza humana, los sentimientos, las pasiones, el frenesí y o el desengaño. Nietzsche veía “el arte como redención del hombre del conocimiento, de aquel que ve el carácter terrible y enigmático de la existencia, del que quiere verlo, del que investiga trágicamente” y yo creo que esta afirmación puede sernos de extrema utilidad a la hora de mirar cara a cara estos inquietantes autorretratos.

Acaso haciendo labor de contrapeso, en los dibujos la presencia humana se multiplica, el yo de los autorretratos se convierte en un nosotros, pero el dramatismo, me atrevo a decir que no se atenúa. Los rostros, algunos cadavéricos, otros ya sólo calaveras, parecen sacados de un muestrario de horrores. No es difícil en el mundo en el que vivimos apresar un gesto dolorido, una expresión de terror o miedo, lo que no es tan fácil es convivir con la tragedia. La mejor manera de soportarla es, posiblemente, denunciarla, dar fe de ella, compartirla como hicieron Goya, Picasso o tantos otros, y Manuel Ángel García Seco despliega todo su enrome talento para llevarlo a cabo en estas figuras torturadas, mortificadas por innominadas causas que habitan el subconsciente colectivo. El trazo se adensa hasta convertir, en muchos casos, el rostro en una amalgama de sombras, en un intento de que el personaje anónimo asuma la identidad del espectador. De Hermann Broch, el autor de “La muerte de Virgilio” son estas palabras que considero ajustadas para sopesar en su justa medida el alcance de estas obras: “Siempre que el objetivo estético es incluido en la actividad ética, o en otras palabras, siempre que el efecto pasa a formar parte de la actividad ética y es arrastrado consigo por ésta, el efecto mismo se convierte en dogma y la actividad se pervierte, pero el resultado estético de ésta será, en el más amplio sentido de la palabra, deforme”. Los pies alados, por muy levitantes que sean, no pueden pasar sin dejar huella sobre la trágica experiencia del existir. Lo sabe bien García Seco, y de ello deja constancia en esta muestra turbadora y exigente, en la que ha sabido conciliar contemplación con empatía (o aversión, dependiendo de la circunstancia), algo, en todo caso, que debería revolver nuestras entrañas.

MONTSE BARRERO. ANTÍDOTO

25 sábado Jun 2016

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MONTSE BARRERO. ANTÍDOTO. SEPTENTRIÓN EDICIONES, 2016*

 Antídoto es el primer libro de Montse Barreo y antes de entrar a fondo en lo que me han sugerido sus versos, me gustaría comentar lo que significa la publicación de un primer libro. Aunque muchos afirman que escriben sólo para sí mismos, en todo escritor anida la secreta ambición de ver sus textos publicados, y no me refiero al hecho de “colgarlos” en la red, en alguna de las páginas web que proliferan en esa realidad virtual que para muchos tiene ya más consistencia que la realidad misma, sino en el formato tradicional, es decir, en forma de libro. Pero para conseguirlo hay algunas condiciones que no conviene soslayar, y una de ellas, de importancia capital, es la de mantener la calma. Esta calma, este Elogio de la lentitud (título de un libro de Carl Honoré en el que, entre otras cosas, afirma que «ha llegado el momento de poner en tela de juicio nuestra obsesión por hacerlo todo más rápido [porque]correr no es siempre la mejor manera de actuar»), este no precipitarse permitirá al autor tomarse un tiempo para ser crítico consigo mismo y para realizar una exhaustivo trabajo de selección entre sus escritos, y es que, aunque parezca una verdad de Perogrullo, no todo el mundo es consciente de que para publicar hay que escribir y de que escribir conlleva corregir y desechar. Sí, hay que corregir hasta que el texto, el poema adquiera su forma definitiva y es imprescindible destruir, desechar, tirar a la papelera aquellos textos o poemas que no acaban de “funcionar”. Acaso sea ésta la labor más ingrata, pero es del todo necesaria porque nos permitirá no sólo pulir lo escrito sino ampliar los límites de nuestra propia escritura. Es un error pensar que alguien se convierte en poeta por el mero hecho de sufrir experiencias excepcionales o porque vive la vida de un modo más intenso. El poeta no es un ser especial, no es alguien que siente emociones únicas, es lo que hace con estas emociones lo que le convierte en poeta. “Para ser poeta hay que vivir mucho, y recordarlo”, decía Paul Verlaine.

Un ejemplo de todo lo desarrollado hasta ahora lo tenemos en este libro de Monste Barrero, Antídoto, un título que, además de oportuno, resulta especialmente atractivo. Montse Barrero ha trabajado duramente en la puesta en escena de sus poemas, ha corregido sus versos con perseverancia, ha desechado algunos y ha añadido otros, ha ordenado y reordenado el libro hasta que éste ha logrado la disposición deseado,; ha sido muy consciente de que al lector hay que ofrecerle lo mejor de uno mismo y por esa razón ha empleado energía a raudales para que todo saliera perfecto. Conviene aclarar que todo este trajín no ha quitado un ápice de frescura a sus poemas. Las consideraciones formales que se han llevado a cabo han afinado la intuición poética, no la han menoscabado.

Pero hablemos ya de Antídoto. Para un poeta siempre es más fácil escribir poesía que hablar sobre el proceso de creación, aunque sean, como en este caso, no sus propios versos, sino los de una colega el objeto del comentario. En todo caso, hablaré como el lector que soy, un lector al que ha sorprendido la forma directa de reflejar los sentimientos y las percepciones más comunes de nuestra existencia que trasmiten sus versos. Con un lenguaje sencillo pero a la vez preciso, propio de una persona acostumbrada a tomar decisiones no sólo en la vida, sino en la página, sus poemas despertarán la sensibilidad de todos aquellos que los lean porque estos poemas son un ejemplo de honestidad de la expresión, sin adornos retóricos, ansiosos de poesía pura, de perplejidad espiritual. El poeta debe ser absolutamente sincero o, al menos, debe trasmitir esa impresión, mas como escritor debe ser absolutamente eficaz, no ocultar nada de sí mismo, pero desplegando en esa franqueza, con toda la dignidad exigible, la preocupación de esa dignidad, manifestándola lo más que se pueda, si no en la perfección de la forma, cuando menos en el esfuerzo invisible, pero efectivo, dirigido hacia esa alta y severa cualidad.

 Es muy difícil explicar de dónde nacen los poemas, ¿de la experiencia?, ¿de la imaginación?, ¿de los sueños?, ¿de la lectura de otros poemas? Es muy posible que sean una amalgama de todas estas eventualidades, pero no es necesario conocer su origen para disfrutarlos, me atrevería a decir que, incluso, es mejor no saberlo. Dice Sharon Olds que «el lugar del que procede la poesía es un lugar sano». Yo no estoy muy seguro de eso. Creo, más bien, que la poesía nace de un desencuentro con la realidad, de una insatisfacción íntima con lo que nos rodea y, también, con nosotros mismos. Machado decía que se canta lo que se pierde y Borges afirmaba que escribía desde el desencanto, desde la melancolía, porque cuando se sentía feliz, lo que pretendía era vivir esa sensación sin interrupciones teóricas, recrearse en esa felicidad sin necesidad de explicársela. No se trata de generalizar, porque cada poeta tiene sus propios argumentos, pero estas aseveraciones parecen acercarse más al origen de la creación poética, que no es otro que ese desajuste entre quienes somos y queremos ser, esa sensación de finitud que nos acongoja, esa zozobra que nos trasmite el futuro, esa rebelión contra el estado de las cosas. Nadie escribe tan bien como desea. El escritor, el poeta, trabaja en la más absoluta oscuridad, y no sólo al principio. No está seguro de nada, no sabe si sus textos, sus poemas, tienen calidad o no. Francisco Brines aseguraba en una entrevista reciente que «te conoces por el poema, pero no conocías antes de escribir el poema lo que en él escribes», por eso es tan importante mantener el impulso de escribir, como ha hecho Montse Barrero en estos magníficos poemas de búsqueda de sí misma, poemas de emociones fuertes tratados como delicadas acuarelas, que luchan, sin embargo, a brazo partido con sus fantasmas, que convierten los momentos de confusión, de rabia o de tristeza en bellas palabras. Antídoto es un libro de laceraciones, pero es también, y fundamentalmente, un libro de afectos que ahora anhelan el reconocimiento del público, de sus amigos, de sus lectores.

*Texto de presentación del libro en la librerías DLibros y Gil

14_05_2016_ANTÍDOTO

MATTHEW ZAPRUDER. GENEALOGÍA

23 jueves Jun 2016

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MATTHEW ZAPRUDER

GENEALOGÍA

Nací en un bosque.

No sé mi nombre.

Nací en una montaña, pero mi mente

ha cambiado. Nací

en el desierto. Toda mi gente murió

quemada y me dejó

con los dioses. Me llamaron polvo.

Cómo me quemó. Vengo del mar,

creo. Vengo del berilo,

aguamarina. Toda mi gente

montaba sus caballos

en la frontera del mundo y me dejaron

en el umbral. Ellos me llamaron

melancolía. No sé mi nombre.

Vengo de tiempos de guerra. Cómo me quemó.

Nací ardiente, creo. Un sol

resuelto. Un sol

en reposo, un sol en ocaso continuo, hundiéndose en el suelo.

 

Versión de Carlos Alcorta

LAS VIBRACIONES CROMÁTICAS DE JUAN MIERMONT

21 martes Jun 2016

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MIERMONT

LAS VIBRACIONES CROMÁTICAS DE JUAN MIERMONT

Basta con observar las pinturas rupestres de nuestras cuevas para tomar conciencia de que pintar no es un acto natural, como olfatear o respirar. La pintura necesita de factores externos para revelarse. Acaso el más determinante de estos factores tenga que ver con la propia voluntad del artista, pero no carecen de importancia el propósito que la genera y la destreza para llevarla a cabo, una mezcla de intensidad y esmero capaz de dotar de apariencia natural a lo que no es más que un producto artificial, un fruto de los engranajes siempre misteriosos de la mente. Hablamos de naturalidad cuando observamos que la pintura —la obra de arte en general— se impone a nuestra mirada sin ningún tipo de violencia, cuando expresa los secretos del deseo, cuando la forma desaparece bajo el manto de la espontaneidad. El cuadro produce entonces una sensación de liberación, de serenidad y de euforia difícilmente igualables, pero ¿qué ocurre cuando la pintura realiza una indagación de carácter metarrefencial, cuando se analiza a sí misma, cuando rehúye la representatividad, cuando el conocimiento se traduce en una amalgama de colores, cuando el objetivo, en fin, no es retratar un pensamiento, sino el proceso por el cual ese pensamiento toma forma? No son preguntas fáciles de responder, a pesar de que se han escrito innumerables páginas sobre estos asuntos. A nuestro juicio, sin embargo, para dar cumplida respuesta bastará con observar las obras de esta nueva exposición de Juan Miermont, porque el placer visual que trasmiten va indisolublemente unido al despertar de la emoción estética, una emoción vigilante de forma casi automática, sin necesidad de recurrir a coartadas teóricas. René Magritte, hablando sobre la pintura escribió que «un gran error es la causa de las búsquedas desesperadas de la mayor parte de los pintores modernos: quieren fijar a priori el estilo-aspecto de un cuadro; ahora bien, este estilo es el resultado fatal de un objeto bien hecho: la unidad de la idea creadora y de su materialización». El proceso por el cual una idea o una impresión del subconsciente encuentra su correlato en unos determinados campos de color se debe más a la fuerza del instinto que a cualquier presupuesto intelectual, tiene más que ver con el mundo interior del artista que con procesos de conocimiento infalibles. No pretendo insinuar que estas obras sean únicamente lo que Miró llamó «expresión pura del alma», como si la pintura fuera un hecho autónomo, sin relación con quien pinta, pero tampoco deseo reducir la obra de arte a una mera transacción semántica. Está meridianamente claro que la forma genera significados subjetivos, por eso, resaltar los valores cromáticos por encima de, por ejemplo, los lineales, altera tanto el ritmo como la sintaxis y sugiere relaciones y paralelismos con otras disciplinas colaterales al arte, como pueden ser la geometría, la música o las matemáticas. El resultado, lejos de ser anárquico, produce una reconfortante sensación de estar perfectamente estructurado, un placer visual que, como decía Malevich, «Hace salir a las masas pictóricas del objeto para ir hacia la autonomía del color, hacia la hegemonía de las formas pictóricas que constituyen su propio fin». Se abren así nuevos caminos, inéditas posibilidades narrativas para despertar los sentidos del espectador, dueño de su propia cosmovisión metafísica, para romper sus esquemas perceptivos y obligarle a preguntarse por lo que está viendo. Las preocupaciones conceptuales darán paso entonces a la expansión evocadora de la mirada. Sean Scully lo expresa mucho mejor que yo con estas palabras. Se trata, nos dice, de «Hacer que la relación entre las formas y el artista sea tan profunda que la articulación de estas formas, en relación a los colores y a la superficie, se transforme en una relación de enorme alegría y de enorme dolor, y pueda ajustarse hasta el punto de que esas sensaciones se perciban como sentimientos cuando se cruce la barrera que hay entre lo que se siente y lo que se ve». Se transforma así la epidermis del lienzo en la conciencia del artista, y viceversa.

REVISTERO (3): EL TORO CELESTE, LA GAYA CIENCIA, 21 VERSOS

20 lunes Jun 2016

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REVISTERO (3): EL TORO CELESTE, LA GAYA CIENCIA, 21 VERSOS

La revista digital El toro celeste, coordinada por Rafael Ballesteros y por Juan Ceyles Domínguez alcanza ya el número 14 y lo hace con un sumario heterogéneo que se ocupa de las artes y las letras con igual intensidad. Abren el número unos fragmentos del maravilloso libro que Mauricio Wiesenthal ha escrito sobre Rainer María Rilke Rainer Maria Rilke. El vidente oculto. En la sección de «Estudios», el profesor Julio Neira rescata la figura del poeta Juan Valencia: «Probablemente —escribe Neira— sea una de las que menos atención crítica ha despertado entre aquellos que clasificamos por edad y fecha de publicación en el denominado Grupo del 50 o Generación del medio siglo». Su trabajo es un buen comienzo para apreciar como se merece su obra, de la que se publica en la revista una breve muestra. La sección «Ensayo» la integran un documentado trabajo sobre «El Proun de El Lissitzky: Circunscripción de un concepto» a cargo de José Ignacio Díaz Pardo y «El chutney de los días» de Alejandro Jiménez Cid, en el que analiza los procesos y funciones de la memoria a través de la literatura. Textos de Proust o Rusdhie sirven de apoyo. Hugo Abbati cometa extensamente la novela de Francisco Martín Arán Oscura luz de octubre. Un artículo sobre la trigésimo tercera edición del Festival de teatro de Málaga, a cargo de Juan Manuel Hurtado. «Abril es el mes más cruel», de Mario Castillo, «Todo es como dicen», de Francisco J. Borrego. «Poemas y pinturas de la joven artista malagueña María Dávila. Un estudio de José de la Calle Martín sobre El dudador de Bertolt Brecht, Un poema de Jesús Baena Criado y dos textos de Sergio Gaspar pone fin a este complete número que cuenta con ilustraciones y fotografías de, entre otros, Pablo Ballesteros, de Robles de Benito Acosta.

21 versos, la revista que desde Valencia dirige el poeta Juan Pablo Zapater junto a Francisco Benedito y Víctor Segrelles, prosigue su andadura y en su número 2 aporta una novedad, la publicación de una hermosa plaquette, Miel caída, con poemas de Juan Vicente Piqueras. En el sumario, como el nombre de la revista anticipa, encontramos a 21 autores, desde la artista encargada de la cubierta, Carmen Calvo hasta K.J. Chakravarthi Lakdewala, un poeta apócrifo hindú creado por Max Aub. La nómina de colaboradores es impactante: Francisco Brines, Joan Margarit, Jenaro Talens, Manuel Rico, Luis Antonio de Villena, Blas Muñoz, Felipe Benítez Reyes, José Luis Martínez, Pilar Blanco, Josep M. Rodríguez, Josefa Parra, Bibiana Collado, Andrés Navarro, Agustín Pérez Leal, Laia Noguera, Laura Giordani, Omar Pimienta, Lola Andrés y Pedro Flores completan un número que cuenta con una nota bibliográfica en las páginas finales y está plagado de excelente poesía. Sus lectores estamos esperando ya las sorpresas del próximo número.

Desde Murcia, y seguimos en la costa mediterránea, nos llega el número 5 de la revista La Galla Ciencia, con un formato más cercano al del libro clásico. No cabe duda de que los responsables de la publicación, Noelia Illán, Daniel J. Rodríguez, Joaquín Baños y Samuel Jara, junto con la encargada del diseño, Vanessa Castaño, llevan a cabo un trabajo encomiable. La revista seduce nada más verla. En esta ocasión, el volumen está dedicado a la poesía afrobrasileña (prácticamente desconocida en España) de la mano de Mario Grande, que nos presenta la obra de 20 poetas. «La poesía afrobrasileña —escribe Grande— es militante. Sus autores reivindican todo el pasado que les fue robado al arrancar a sus antepasados de las costas de África occidental; y luchan contra la marginación en Brasil en pleno siglo XXI». Nombres como Mel Adún, Miriam Alves, Lepê Correia, Bruno Gabiru o Fatima Trinchão dejarán de ser unos perfectos desconocidos para el lector español. «Archipiélago misterio» se titula la segunda sección de la revista, en esta ocasión, dedicada a la poesía más joven escrita en las Islas Canarias. Once jovencísimos poetas prologados por Pedro Flores: Daniel María, Agustín Hernández, Ramiro Rosón, Yeray Barroso, Covadonga García Fierro, María Helena del Pino, Andrea Abreu, Santiago Jatib, Alejandro Coello, Isabel Klein y Ariadna Batusta. Muy distintos entre sí, como no podía ser de otra forma, pero con un nexo común, el rigor y el respeto por el lenguaje como herramienta para conocer la realidad de la que forman parte. No hay frivolidad alguna en estos autores. Cada uno a su manera, todos son conscientes de que el intento de decir la vida con palabras está condenado al fracaso, aunque la perseverancia suele tener recompensa. Confiemos en ello.

ELIZABETH WILLIS. SOBRE EL AUTOR

17 viernes Jun 2016

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ELIZABETH WILLIS

SOBRE EL AUTOR

Sobre ella: el aire, caliente como algo acabado.

Un barco imaginario rumbo al infierno, su pie empujándolo mar adentro.

La orilla iluminada por el sol, un espejismo perfecto del pasado.

 

Estaba ladrando a las olas, pensando que ellas ladraban antes.

Pero esto no era un río. Era jueves, una palabra moldeada en plomo.

Su ojo había transformado el agua en cielo.

 

El poeta es un intruso.

 

El poeta es el rey de Roma, de Nueva York, con un pie en un barco y otro en la nívea

orilla de la razón.

Como un niño, se pregunta si podría ir allí una temporada.

 

Versión de Carlos Alcorta

REVISTERO: TURIA, CUADERNO ÁTICO, ESTACIÓN POESÍA

15 miércoles Jun 2016

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REVISTERO (2)

Un número doble, el 117/118, es la última entrega que nos llega desde Teruel de la revista Turia y, como siempre, llega repleta de contenidos interesantes. El «cartapacio» está dedicado en esta ocasión al escritor de culto José María Conget. Nacido en Zaragoza en 1948. Conget es autor de una obra absolutamente personal que comienza con quadrupedunque (1981), primera parte de una trilogía que forman Comentarios (marginales) a la Guerra de las Galias (1984) y Gaudeamus (1986) y aborda distintos géneros como el ensayo o la entrevista. Otros de sus títulos más significativos son Palabras de familia (1995), Una cita con Borges (2000), Bar de anarquistas (2005), La ciudad desplazada (2010) o La mujer que vigila los Vermeer (2013).

La revista mantiene sus secciones habituales, «Letras», en la que se publica, entre otros, un magnífico trabajo de María Ángeles Pérez López sobre la poeta María Victoria Atencia; «Taller», con narraciones de Julian Barnes, Edmundo Paz Soldán o Miguel Carcasona, entre otros; encabezan la sección «Poesía» nueve poemas inéditos de Charles Simic de su libro El lunático, traducidos por Jordi Doce con su excelencia habitual. Poemas de Rafael Cadenas, de Vicente Gallego, de Jesús Jiménez Domínguez, Olga Bernard o Ana Merino se encuentran entre lo mejor de el conjunto. Dos magníficas y enriquecedoras entrevistas integran la sección «Conversaciones»: El escritor Vila-Matas y el artista Fernando Sinaga (autor del dibujo de portada y de las ilustraciones que abren cada sección) son los protagonistas.. Un fragmento del diario en marcha de Raúl Carlos Maícas (director de la revista) integra la sección «La isla». El número dedica, como viene siendo habitual, dos apartados a cuestiones más cercanas sentimental y geográficamente a la región en la cual se edita, y finaliza con la nutrida sección de reseñas, titulada «La torre de Babel». Un número éste de Turia, tal y como nos tiene acostumbrados, de lectura obligada.

Regresa, para fortuna de los lectores, la revista Cuaderno Ático, coordinada por Sandra Santos y Juan Manuel Macías, que en este su número se centra en la poesía escrita por mujeres, un asunto que parece, a tenor de la concurrencia de actividades, colecciones de poesía y antologías de género, se ha puesto de actualidad (espero que no de moda). «Las mujeres que han escrito poesía a lo largo de la historia —escribe los coordinadores del número— no han tenido el reconocimiento merecido, la visibilidad esperada». Es, sin duda, cierto, pero no se puede generalizar. Poetas como María Victoria Atencia, Clara Janés, Ana Rossetti, Blanca Andreu o Elena Medel han gozado de un reconocimiento excepcional prácticamente desde que publicaron sus respectivos primeros libros. No es menos cierto, tampoco, que la poesía es, por sí misma, un que género que roza la marginalidad, y en esa marginalidad sobrevive también mucha de la poesía escrita por hombres.

La traducción tiene una presencia relevante en este número. Juan Manuel Macías publica versiones de Safo, Rosalía de Castro, María Polyduri y Katerina Anghelaki-Rooke. De Sandra Santos son las versiones al portugués de poetas que escriben al castellano, así como las versiones al castellano de poetas anglosajonas y lusófanas. El número se completa con poemas inéditos de poetas españoles como Carmen Canet, Efi Cubero, Mónica Doña, Trinidad Gan, Mónica Francés, Isabel García Mellado, Ángeles Mora, Itziar Mínguez Arnaiz o Blanca Varela. Finaliza el volumen con una antología de poetas suicidas recopilada por Sandra Santos. De cada una de ellas se publica un poema en versión original acompañado de la traducción, en su caso.

Mención aparte merece el apartado gráfico, con una muestra de fotografías y collages de Francisa Pageo, Sonia Márpez, Leila Amat Ortega, Luiza Cavalcante, Irene Cruz, Silvia Japkin o Daniela Joaquim. La imagen de cubierta pertenece a Alile Dara Onawale. En resumen, este número seis de Cuaderno Ático, una revista que conserva el diseño clásico de composición, es un regalo para el lector. Damos la bienvenida y la enhorabuena a sus responsables por ello y por tener la valentía de internarse nuevamente en el revuelto piélago de la creación poética.

Antonio Rivero Taravillo, infatigable promotor cultural, poeta y traductor, entre otras muchas ocupaciones relacionadas con la poesía, con la literatura, dirige la revista Estación Poesía, que ha alcanzado ya el número 7 y como es habitual, está plagado de excelentes colaboraciones. Comienza el volumen con un poema del torrelaveguense Alberto Santamaría (del que esperamos la edición de su obra completa para el próximo otoño). José María Cumbreño, con un poema en prosa, Jordi Doce, del que se publica un poema en cinco movimientos, Luis Antonio de Villena, uno de los poetas novísimos que mejor se ha adaptado a los cambios poéticos del presente, Manuel Moya, Julio Martínez Mesanza, Almudena Guzmán, Cocha García, José Infante o Antón Castro son los elegidos entre los poetas de más amplia trayectoria. Un buen plantel de jóvenes poetas, entre los que destacan Alex Chico, Aitor Francos, Javier Vela, Diego Álvarez Miguel, Xaime Martínez, Rodrigo Olay, María Alcantarilla, Jesús Montiel, Heberto de Sysmo, Rubén Martín o Javier Vicedo nos muestran la variedad de caminos por los que transita la poesía más actual. Integran también este volumen las iluminaciones reflexivas de José Iniesta o de Juan Lamillar. Elías Moro, Alejandro Simón, José Antonio Moreno Jurado, Miguel Florián, José Tono Martínez, el dominicano Frank Baez, Mercedes Roffé, Rafael Adolfo Téllez, Candela de las Heras, Concha Romero, Narciso Raffo o Roger Wolfe son los nombres de otros poetas que dan lustre a este magnífico número siete. La parte final de la revista está dedicada al comentario de libros. Una antología de poesía asturiana, lo último de Ángeles Mora (Premio de la Crítica 2016) o de Álvaro Salvador, entre otros, ocupan merecidamente estas páginas. Una breve nota bibliográfica de todos los colaboradores contribuye a documentar el trabajo de cada uno de ellos. Notas que, como están en la parte final de la revista, pueden fácilmente obviarse. Quien piense que los datos son una interferencia que puede condicionar la lectura puede prescindir de ellos y leer cada poema sin ninguna interferencia documental. Creo que uno de los mayores aciertos de Estación Poesía, una revista que también respeta la factura del diseño clásico, está en la combinación de la poesía que viene con la poesía de autores consolidados pero no asentados en fórmulas rutinarias. Personalmente creo que es una fórmula acertada, pero los lectores son quienes tienen la última palabra.

JAVIER GATO. LYCISCA

13 lunes Jun 2016

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JAVIER GATO

 

JAVIER GATO. LYCISCA. COLECCIÓN TIERRA. LA ISLA DE SILTOLÁ, 2016

La editorial Isla de Siltolá no cesa de deparar sorpresas y de propiciar descubrimientos, sobre todo en lo que se refiere a la joven poesía de nuestro país. La arriesgada apuesta de su editor no tiene parangón en la actualidad. No es Isla de Siltolá la única editorial que acoge a nuevos poetas —sin ir más lejos, Valparaíso Ediciones se aventura también a incluir en su catálogo nombres que comienzan a despuntar y aún son casi desconocidos con notable regularidad—, pero quizá sea la primera la que lo haga con mayor insistencia, como una de las señas de identidad de la editorial.

El nombre de Javier Gato se une a los de Miguel Floriano, Nicolás Corraliza, Diego Ropero-Regidor o Iván Onia Valero, por citar sólo unos ejemplos, y lo hace con el libro titulado Lycisca (apodo que utilizó Mesalina, la esposa del emperador romano Claudio, para encubrir sus actividades como prostituta). «Pronto enredará Érebo sus rizos/ en los neones/ y la Pandémica volcará la balanza( Pronto/ todos los Alcides derramarán hidras/ sobre mi yermo salado de asfódelos// Mi nombre es Lycisca», escribe Gato en el primer poema, a modo de presentación de un personaje que sirve de elemento aglutinador pero que no es, en cualquier caso, el asunto central del libro. Lycisca combina con destreza la ironía —ciertas dosis de crueldad están implícitas en ella— con la erudición, la travesura y el ejercicio crítico. Son muchos los poemas en los que se muestran sin pudor las fuentes, fuentes que van desde la tradición greco latina hasta Juan Ramón, con algunos toques surrealistas e, incluso, de Mallarmé. Una infrecuente combinación de ascendientes que dan como resultado unos poemas que nacen «en lo más oscuro del laberinto». La necesidad de una brújula para no perder el norte, para percibir las múltiples capas de significado o para ser un protagonista más en los distintos juegos verbales es un aliciente más que ofrece este libro, el tercero ya, tras Diario de un gato nocturno (2009) y 72 Demonios (2012), de Javier Gato. El estupendo poema «Dieta», del cual entresaco estos versos: «restringimos calorías al lenguaje/ aceptamos el hambre y sus temblores/ sellamos la nevera y sus nieblas retóricas/ sólo un puñado de surrealismo el fin de semana/ prohibida la máscara/ el correlato/ el culturalismo/ el atracón/ de imágenes de digestión pesada// Así este verano te luciré/ en el Edén de Torremolinos», ilustra fielmente el afán metapoético tratado con humor, sin sacralizar el resultado, desmitificando acaso la trascendencia que tradicionalmente se otorga al proceso creativo, lo que supone una saludable bocanada de aire fresco.

HENRI COLE. CIERVOS

11 sábado Jun 2016

Posted by carlosalcorta in Versiones

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HENRI COLE

CIERVOS

 En algún instante después de que las ramas del cerezo florezcan de nuevo,

comienza a parir la primera, los cervatillos permanecen de pie una hora o dos

—su pelaje rojizo con lunares blancos— para beber del lago,

tendida para hacerlo, tímida por naturaleza pero agresiva protegiendo a sus crías;

y cuando el verde se torna rojo y castaño, el intenso berrido del ciervo

—habiendo pulido sur cuernos contra el tronco de los árboles y la tierra—

evidencia que están listos, y la batalla de los mejores comienza,

golpeando y corneando con su cornamenta y con toda su fuerza,

hasta que los victoriosos reúnen su harén, celosamente lo protegen

de los derrotados con los que han estado luchando, pero que están alerta para robar una cierva

que se extravíe; ahora el instinto es más fuerte, y los ciervos

tienen en poca consideración los desafíos humanos. Por esta razón,

en octubre, los enlazamos y los amarramos (con dificultad,

dada su corpulencia), y después serramos sus cuernos,

los ciervos —gimiendo por lo que han perdido— huyen al bosque cercano.

Esta ilusión de encontrar algo que es suyo y característico—

como la oscuridad o la luz, como un romance — trasmite a aquellos

que la han visto que un momento trascendental está próximo.

 

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