
MARÍA ÁNGELES PÉREZ LÓPEZ. INCENDIO MATERIAL.
VASO ROTO EDICIONES
La vallisoletana María Ángeles Pérez López es una de las voces más personales e indiscutibles de la poesía de nuestro país y cada uno de los libros que publica da fe de ello. No hay altibajos en sus títulos. Todos suponen, si no un avance, sí la consolidación de una voz auténtica y dueña de su decir, autónomo, personal, culto, con unas raíces en la tradición voluntariamente manifiestas, lo que, probablemente, cause cierta perplejidad, porque no es algo muy habitual en una época en la que los epigonismos, de uno u otro signo, parecen concitar la aquiescencia crítica, al manos de esa parte de la crítica más interesada en reiterar esquemas conceptuales y opiniones interesadas que en aventurarse a emitir juicios propios.
Ahora, con “Incendio material”, se interna, como si le moviera un invisible vínculo de sangre, en el cuerpo de otros poetas, a los que homenajea y da voz con sutileza y emoción en estos quince poemas en prosa; en prosa, sí, atendiendo siempre a un ritmo interior que, en numerosas ocasiones, se sustenta en los patrones de la métrica tradicional. Así, no es infrecuente encontrar heptasílabos y endecasílabos diseminados entre otros metros menos ortodoxos.
Pedro Salinas escribía en un poema de “La voz a ti debida”: «Para vivir no quiero / islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: / vivir en los pronombres» y María Ángeles Pérez López comienza su libro con estos versos: «Mi cuerpo choca contra los pronombres. No sé a cuál de sus exigencias obedezco. // No es cierto que sean cáscaras vacías: son vísceras y plasma en la transfusión que cede a cada uno de nosotros». Son dos modos de certificar la preminencia del lenguaje, bien a la hora de diluir la propia identidad en otra―del yo al tú, al nosotros― o bien cuando de lo que se trata es cuestionarse quién se es ―del yo como unidad al yo fragmentado―. De ahí que el poema finalice con este verso: «Solo soy una herida en el lenguaje». La dualidad a la que hemos aludido se manifiesta también cuando el sujeto lírico se ve atrapado en la maraña del amor, un sentimiento contradictorio en el conviven el deseo de posesión y la desposesión provocada por el deseo, que culmina en este verso: «Soy a la vez la araña y soy su mosca», y conviene detenerse en ese adjetivo: «su», que corrobora, según nuestro modo de ver, lo que exponíamos anteriormente.
La pulsión semántica de estos poemas se ve realzada, si cabe, cuando estos vienen plenos de carga erótica, de carnalidad y lujuria: «Cuando entro en ti, todo se borra: palabras que aprieto contra el paladar hasta volverlas de agua; archivos de memoria que no encuentro; proteína que pierde su estructura en la embriaguez extrema del calor. / Cuando entro en ti, la noche me posee. / El cuerpo pertenece a su placer» y en la cumbre de ese placer, cada palabra dicha es un canto, pero es también la confirmación de la inutilidad del lenguaje. Desgarro y silencio. Celebración y agonía. Suma de contrarios, acaso porque «las palabras están a medio camino ente lo líquido y lo sólido. Son fluido traslúcido que arrastra a su paso cuanto puede: astillas de ramas y de aire, declaraciones de amor, buzones, cláusulas testamentarias, preservativos desechados…».
“Todo lo sólido se desvanece en el aire”, tituló Marshall Berman, cogiendo prestada una frase del “Manifiesto comunista” y provocando una inquietante metáfora ideológica y social. María Ángeles Pérez López no busca ningún acomodo en esa propuesta, pero sí le preocupa la permanencia, por eso juega con los posibles significados simbólicos de sus apellidos ―«Pérez, hijo de Pedro, hijo de piedra»; «López, hijo de Lope, hijo de lobo― en busca de un origen que se disuelve en el tiempo. La permanencia es más voluntariosa que real: «Cada piedrecita es plena y poderosa aunque caiga hasta ser un solo grano». La piedra representa al padre; la loba ―la que alimenta a la camada― a la madre, aunque ambos son las piedras, los cimientos que sustentan al sujeto en crisis, sumido en ese permanente conflicto identitario tan propio de la época en la que vivimos: «Y si eres nadie», se pregunta nuestra poeta en el último poema del libro, cuyos versos abundan en ese desconcierto: «Miras dentro de ti y sólo hay un inmenso páramo en el que nada se oye. Ni siquiera la respiración agitada en el incendio de aquello que fuiste. ¿A dónde irás cargando tu vacío?». Como vemos, no hay, no puede haber, una respuesta convincente porque ese tú que, de alguna forma somos todos, «… no eres suficiente para ti. / Desconoces quién eres y no te importa». El espejo en el que se mira María Ángeles Pérez López refleja muchos rostros, muchas sombras: la de Machado, la de Pessoa, la de Gonzalo Rojas, la de Aníbal Núñez, la de José Emilio Pacheco… sombras tutelares que cobijan con sus palabras el desgarro emocional del ser que piensa y sufre. Julieta Valero en el epílogo al libro que ha titulado «Poética de la conjugación», en un no velado guiño de complicidad, afirma que «Para alguien tan consciente de que el lenguaje nos hace, el poema se convierte en el lugar donde revertir la potencia disgregadora de las palabras en favor de la unidad y de la vida». Volvemos al punto de partida de este denso y cautivador libro. A la entronización del lenguaje, elemento que nos constituye y nos define, pero también nos disuelve en el enramado visible e invisible de los significados.
- Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, 29/10/2021