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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: enero 2016

ROBERT LOWELL. HISTORIA

30 sábado Ene 2016

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ROBERT LOWELL

HISTORIA

La historia tiene que vivir con lo que hay,

atiende a lo próximo para indagar en todo lo que hemos tenido

— es aburrida y espantosa cuando morirnos,

a diferencia de la escritura, la vida nunca termina.

Abel había terminado; la muerte no es algo remoto,

una flor de un día electriza al escéptico,

sus vacas hacinadas como cráneos contra el alambre de alto voltaje,

su bebé llorando toda la noche como una máquina nueva.

Al igual que en nuestras Biblias, pálida, devastadora

la hermosa luna asciende como la bebida espumosa del cazador

— un niño podría darle un rostro: dos agujeros, dos agujeros,

mis ojos, mi boca, entre ellos un cráneo sin nariz—

Hay una inocencia aterradora en mi cara

empapada con el penacho de plata de la mañana helada

Versión de Carlos Alcorta,.

ANNE CARSON. ALBERTINE. RUTINA DE EJERCICIOS.

27 miércoles Ene 2016

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ANNE CARSON. ALBERTINE. RUTINA DE EJERCICIOS. TRADUCCIÓN DE JORGE ESQUINCA. EDICIÓN BILINGÜE, 2015

 Alguien que, poseyendo una trayectoria tan extensa y reconocida, sólo destaca de sí misma su lugar de nacimiento —Canadá—, y su oficio —se gana la vida enseñando griego antiguo— es, cuando menos, un personaje singular que no sólo merece nuestra admiración por ese inusual ejercicio de humildad, sino por la sabiduría que demuestra al huir de la autopromoción, como si quisiera presentar ante el lector el texto desnudo, sin referencias previas que condicionen el significado (el pasado año, por ejemplo, hemos podido disfrutar de dos de sus libro traducidos al español: Eros: poética del deseo, editado por Dioptrías y Decreación, a cargo, como Albertine, de la imparable Vaso Roto, algo que no podemos obviar), como si el autor no existiera, siguiendo las teorías, ciertamente superadas, defendidas por «ese filósofo presocrático tardío» —así lo denomina Carson— llamado Roland Barthes, algo que, por otra parte, entra en evidente contradicción con lo que se expone en el texto, pues ella misma no duda en «Comparar y contrastar la ficticia y repentina muerte de Albertine [suceso sobre el que Proust reflexiona en su novela] a causa de un caballo desbocado, con la repentina muerte en la vida real de Alfred Agostinelli [su chófer] a bordo de un avión sin control». Teoría de la transposición, lo denomina la autora, que no deja de reconocer, sin embargo, que «Leer o no leer la obra de un escritor a la luz de su vida es siempre un asunto espinoso», algo con lo que no puedo estar más que de acuerdo, pero, desde mi punto de vista, es preferible correr ese riesgo, que caer en la puerilidad de pensar en un texto sin autoría.

Albertine, el personaje novelesco, sirve a Anne Carson para indagar sobre la propia esencia del personaje, pero también, y quizá sea este aspecto el que confiere mayor interés a este brevísimo ensayo, para investigar desde el punto de vista sociológico la época y la controvertida personalidad de Marcel Proust. «Los problemas de Albertine son (desde el punto de vista del narrador)// a) mentir/ b) lesbianismo// Y (desde el punto de vista de Albertine)// a) estar prisionera en la casa del narrador», escribe Carson, estableciendo un mismo rasero para el personaje real y el personaje de ficción, o dejando caer que ambos poseen un grado similar de presencia e irrealidad, lo cual no evita que aparezcan, por ejemplo, los engaños y los celos: «Los celos de Marcel, su impotencia y su deseo se exacerban hasta el punto más álgido en el juego», escribe el párrafo núm. 43.

El volumen se completa con algo más de una decena de apéndices que abordan desde la obra de Proust de un modo más general, relacionándola con otros autores, como es el caso de Samuel Beckett: «Los hábitos, el sufrimiento, el tedio, la memoria, tomar té, galletas y la inescrutable banalidad de la existencia son tópicos que Beckett y Proust tienen en común». Reivindica la figura del adjetivo, tan frecuente en Proust: «Los adjetivos son las asas del Ser. Lo sustantivos nombran el mundo, los adjetivos te permiten asir el nombre e impedirle que vuele por tu mente como una explicación presocrática del cosmos» o se empeña en descifrar la segunda paradoja de Zenón, que le sirve como asidero conceptual para definir En busca del tiempo perdido, porque —escribe Anne Carson— «también se puede concebir la novela entera como un enorme instante congelado, pues a Marcel le toman las tres mil páginas de la historia para regresar al punto de partida y comenzar a escribirla». En resumen, Albertine. Rutina de ejercicios es el producto de una detallada lectura de la obra de Proust y un modo de aproximación a la maquinaria que la ha hecho posible más interesante y perspicaz, a pesar de la aparente ligereza de algunos pasajes, en muchos casos que esos ensayos sustentados en enjundiosas teorías literarias y filosóficas. Una pequeña joya que tiene más que ver con la forma de entender la lectura del propio Proust explicitada en el ensayo titulado Sobre la lectura («Tal es el valor de la lectura y esta también su insuficiencia. Es conceder un papel demasiado grande a lo que no es más que una iniciación, erigirla en disciplina») que con pretensiones hermenéuticas.

JAVIER HUERTA CALVO. GERARDO DIEGO Y LA ESCUELA DE ASTORGA.

25 lunes Ene 2016

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JAVIER HUERTA CALVO. GERARDO DIEGO Y LA ESCUELA DE ASTORGA. CENTRO DE ESTUDIOS ARTORGANOS. FUNDACIÓN GERARDO DIEGO, 2015

A medida que leía las páginas de este voluminoso libro, mi interés se iba paulatinamente acrecentando, porque el argumento sobre el que se asienta es más seductor que la mayoría de las novelas que la publicidad nos presenta como tales. Aquí se desmenuza la urdimbre de una amistad múltiple entre poetas, entre escritores, durante una época convulsa de nuestra historia, los diferentes caminos que siguieron cada uno de ellos y los variados destinos que el futuro les tenía reservados. La realidad, en muchos casos, supera las expectativas de la mejor novela, no hay más que leer los avatares de estos jóvenes astorganos con intereses literarios que buscan en el apoyo y el estímulo del maestro la confirmación de sus expectativas, unos jóvenes que no dudan en soliviantar la habitual atonía de una pequeña ciudad de provincias con folletos o revistas satíricas que encrespan los ánimos de las fuerzas vivas de la ciudad. Gerardo Diego, que con posterioridad a dichos furores líricos, ejerció como mentor, sabía mucho de irreverencias, basta con leer su Carmen y la vivaracha compañera Lola (1927) para verificarlo.

La Escuela de Astorga es un término que Gerardo Diego creo para referirse a un grupo de amigos originarios en dicha ciudad episcopal, un grupo formado por los hermanos Panero, Juan y Leopoldo, Ricardo Gullón y Luis Alonso Luengo. El estudio preliminar a cargo de Javier Huerta Calvo nos ofrece una información exhaustiva sobre la gestación de los diferentes proyectos que emprendieron estos cuatro jóvenes. «En primer lugar —aclara Huerta Calvo—, se recogen [este libro] los escritos astorganos de Gerardo Diego: las fundacionales que publicó como “terceras” de ABC, algunos sobre la obra de Gullón y unos cuantos en torno de la poesía y la prosa de Leopoldo Panero», incluyendo, además, la sección «Jardín de Astorga» de su libro Paisaje con figuras.

En la segunda parte, en recíproca suerte, se recogen los escritos que dedicaron al maestro los miembros de dicha Escuela: Luis Alonso Luengo, Ricardo Gullón y Leopoldo Panero. También dichos miembros se prestaron atención mutua en diferentes escritos, unos de carácter evocador o memoralístico y otros de intención crítica, de obligada lectura para entender el esfuerzo común por hacerse un hueco en el panorama lírico de la época. Todos ellos están recogidos en la sección tercera del volumen. «Finalmente, en la cuarta parte va la correspondencia que hemos podido localizar de los escritores de la Escuela con Gerardo Diego; y la que sostuvieron entre sí Luis, Ricardo, Juan y Leopoldo». Por último, el volumen se completa con varias páginas de ilustraciones que ayudan a contextualizar los diferentes textos.

Javier Huerta Calvo describe el ambiente cultural que animaba la vida de Astorga, enlazando las actividades culturales con el patrimonio artístico de la ciudad que, como es sabido por todos, posee algunas joyas del arte religioso, como la catedral o el seminario diocesano. Enumera los diferentes proyectos literarios que, con más voluntad que medios, no pasan de tener una vida muy efímera: La Saeta o la revista Humo, así como las primeras publicaciones de cada uno de ellos, las novelas y ensayos críticos de Gullón y los poemarios de los hermanos Panero.

El primer encuentro entre Gerardo Diego y los Panero tiene lugar durante un homenaje que se le tributa a Vicente Aleixandre con motivo del Premio Nacional de Literatura por su libro La destrucción o el amor, en 1935, pero la primera vez que Diego visitó Astorga fue en 1940, en una visita de pocos días. Fue en 1942 cuando, por los avatares de la Guerra Mundial y la enfermedad de Elena, la hija mayor del poeta, deciden ir a pasar las vacaciones estivales a la ciudad leonesa. En dicha estancia se acabó de fraguar la amistad de la Escuela de Astorga con el poeta, sin embargo, no será hasta 1948 cuando, Diego titula una tercera de ABC así: «Escuela de Astorga», termino que se afianzó con el paso del tiempo y ha dado pie a Javier Huerta Calvo a escribir una ensayo que logra combinar con sabiduría amenidad y erudición, algo no tan frecuente como debiera. No nos queda más que resalta la labor que la Fundación Gerardo Diego viene realizando en pro del estudio de la obra de Gerardo Diego en cualquiera de sus aspectos, por recónditos que sean. Un verdadero ejemplo de tenacidad y buen hacer que nos gustaría que proliferara.

 

ADA LIMÓN. LA CORREA

23 sábado Ene 2016

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ADA LIMÓN

LA CORREA

Después de arrojar bombas tenedor y miedo,
las armas automáticas desataron frenéticas
ráfagas de balas sobre un gentío con las manos unidas,
abriendo el brutal cielo en metálicas fauces de pizarra
que tragan solamente lo indecible en cada uno de nosotros, ¿qué
queda? Incluso el río más escondido está envenenado
con gas naranja y ácido de una mina de carbón. Cómo puedes
no temer a la humanidad, ¿quieres lamer el fondo
seco del arroyo para aspirar el agua letal con
tus propios pulmones, como el veneno? Lector, quiero
decir. No mueras. Incluso cuando los peces plateados
están panza arriba, y el país cae en picado
en un cráter crujiente de odio, ¿no hay todavía
algo de esperanza? La verdad es que no lo sé.
Pero a veces, te juro que lo oigo, la herida se cierra
como una oxidada puerta de garaje basculante, y todavía puedo mover

mis miembros sanos  por el mundo sin demasiado
dolor, puedo todavía admirar cómo la perra corre directamente
hacia las camionetas por el camino,

vertiginosamente porque piensa que las ama,
porque está segura, sin lugar a dudas, de que a las
cosas estridentes les encantará su vuelta, su pequeño y blanda
vida deseosa de compartir su maldito entusiasmo,
hasta que tiro hacia atrás de la correa para salvarla porque
quiero que sobreviva siempre. No mueras, digo,
y decidimos pasear un poco más,  febriles

estorninos sobre  nosotros, el invierno llega para poner
su frío cadáver sobre este pequeño pedazo de tierra.
Tal vez, siempre nos inclinamos hacia
lo que nos destruye, mendigando amor
desde la fugacidad del tiempo, y quizá
como la obediente perra junto a mis talones, podamos caminar juntos
pacíficamente, al menos hasta que llegue el próximo camión.

Versión de Carlos Alcorta

JOSE MANUEL BENÍTEZ ARIZA. NOSOTROS LOS DE ENTONCES (POESÍA AMATORIA 1984-2015).

20 miércoles Ene 2016

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JOSE MANUEL BENÍTEZ ARIZA. NOSOTROS LOS DE ENTONCES (POESÍA AMATORIA 1984-2015). LA ISLA DE SILTOLÁ, 2015

 

En Casa en construcción (2007), José Manuel Benítez Ariza mostró una antología de su poesía escrita hasta la fecha (posteriormente han visto la luz Diario de Benaocaz, en 2010 y Panorama y perfil, en 2014). Era esta un antología de carácter general. Por el contrario, en Nosotros los de entonces, la selección es de orden temático. El amor es el núcleo sobre el que gravitan los poemas escogidos., aunque, como es fácil suponer, son distintas formas de entender el amor, de gozar o de sufrir el amor, de experimentarlo, en suma, las que concitan la escritura. De hecho, el magnífico prólogo que Benítez Ariza ha escrito para la ocasión, «Por qué lo llaman “amor”» es suficientemente ilustrativo en este aspecto. La poesía amorosa, escribe, «es uno de los grandes temas sin los que no puede concebirse la poesía misma, pero también uno de los que admiten una expresión histórica y socialmente más circunstanciada,y por tanto, corre siempre el riesgo de volverse incomprensible o ridícula para lectores de otras épocas, o de ser sólo relevante para el poeta enamorado que la escribe o para el lector que la lee desde esa transitoria condición o desde una benevolente reconstrucción imaginaria o recordada de la misma». Uno no puede estar más que de acuerdo con esos riesgos a los que alude porque la poesía de carácter amoroso es, junto con la poesía social, la más proclive a la sensiblería y a la llamada falacia patética. ¿Quién no ha sentido alguna vez la necesidad de expresar su enamoramiento con palabras, supuestamente, sublimes? Sin embargo, esas palabras, esos versos a los que su entramado de relaciones ha dado lugar, casi nunca llegan a ser más que desahogos carentes de la más mínima cualidad literaria o poética.  En cualquier caso, Benítez Ariza es un poeta, un escritor, exigente y escrupuloso que jamás se permitiría caer en ninguno de esos riesgos a los que aludíamos. Las prevenciones son, aquí, innecesarias.

La particular ordenación de los poemas de este libro busca, más que describir las distintas fases de un proceso de enamoramiento casi intemporal, como si fuera un presente continuo, un concepto de amor que confiera unidad al sentimiento, por esa razón, el autor ha distribuido los poemas del libro siguiendo «el doble relato que construyen en su simultaneidad la sucesión histórica de los asuntos a los que se refieren los poemas y la ordenación a posteriori de esos mismos poema en función del enfoque que hacen de esos asuntos». Esta ordenación a los que nos referimos, absolutamente personal, ha permitido al poeta insertar poemas de un libro inédito, La intemperie, que encajan a la perfección con el resto de los poemas. De hecho, si no fuera por las precisiones que el índice señala, el lector no sería capaz de diferenciarlos, ano ser que escrutara libro por libro la obra poética de nuestro autor, compuesta por una decena de títulos, entre los que se encuentran, además de los ya citados, Las amigas (1991), Malos pensamientos (1994), Los extraños (1998) o Cuatro nocturnos (2004).

La poesía amorosa está plagada de deseos insatisfechos («al desear/ intensamente estar otra vez al principio/ de aquella misma tarde…»; «…las personas que uno quiso/ (o mejor: deseó) sin posibilidades,…»), de logros cumplidos a medias («Lo peor, no saber hasta qué punto/ tu vida te parece el resultado/ de dos o tres propósitos que amenazan cumplirse/ o, más bien, de la expresa renuncia a todos ellos…»), de ruegos («Y cómo amarte, amor, desde esa incertidumbre,/ desconociéndote otra vez, sabiéndote/ parte del mundo del que espero todo,/ del mundo que lo niega todo a veces»), de anhelos («Dormirte en el deseo y encontrarte/ en sueños con quien presta su calor/ a tu vaga conciencia de su proximidad» y de sueños («El fuego fatuo de los sueños/ que quema sin quemar cuando lo tocas».) Sólo en contadas ocasiones, una relación consumada da lugar a la escritura y aquí tenemos un excelente ejemplo de ello: el poema «Imitación de Propercio», uno de los mejores de un libro plagado de buenos poemas. De todo esto hay en la poesía de Benítez Ariza, una poesía discursiva, coloquial, cercana, conversacional incluso, porque las experiencias que analizan los poemas son de índole privada, pero, a la vez, son tan comunes, tan universales, que cualquier lector puede verse a sí mismo en cada verso. Acaso sea esta la mejor recompensa a la que puede aspirar un poeta.

JOSÉ MATEOS. UN AÑO EN LA OTRA VIDA.

18 lunes Ene 2016

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JOSÉ MATEOS. UN AÑO EN LA OTRA VIDA. EDITORIAL PRE-TEXTOS, 2015

 

José Mateos (1963) es, fundamentalmente, poeta, aunque haya escrito relatos y narraciones misceláneas, de esas que despistan a la crítica más anquilosada y no encuentran fácilmente acomodo en las generalizaciones al uso. Su escritura toda está imbuida de ese halo poético que, sin saber muy bien en qué consiste, no cabe duda alguna que impregna hasta el más circunstancial de sus escritos. Un año en la vida de otra persona, un texto ciertamente conmovedor en el que la presencia de una amiga fallecida recientemente sirve de hilo conductor a las reflexiones de carácter diarístico que se suceden a lo largo libro, está también salpicado de ese fulgor poético del que hablamos, incluso cuando reflexiona sobre la propia escritura, como podemos comprobar en este párrafo fechado el 19/5/2014: «Escribir como si el mundo a cada instante tuviera la oportunidad de empezar de nuevo y dependiera de nosotros, de nuestra mirada y de las palabras vivas que nos prestan los muertos, que esa oportunidad no se aun espejismo». La mirada, una forma de mirar particularmente inocente, no contaminada por la experiencia es el anhelo que se repite de forma más o menos velada a lo largo del libro. El propósito de enfrentarse a la escritura, de confiar a la escritura los más íntimos sentimientos, las emociones más intensas sin los prejuicios de quien ya ha escrito cientos de páginas, sin el peso de quien acarrea varios volúmenes a sus espaladas es del todo loable, pero se nos antoja irrealizable. Ese borrón y cuenta nueva tiene los límites que la memoria impone y, sin embargo, no deja de ser un leitmotiv perfectamente válido para embarcarse de nuevo en un proyecto de esta índole: «Después de un año de abstinencia, hoy he vuelto a escribir […] Lo verdaderamente difícil ya ha pasado, me digo. Lo verdaderamente difícil de comenzar un libro, ahora, después de haber escrito unos cuantos, es reconstruir ese estado de inocencia y esplendor, de asombro que me hizo escribir mi primer libro». Debemos subrayar el sustantivo abstinencia, por su valor simbólico (no religioso), en esta reflexión. Algo o alguien ha privado durante un año al poeta de la escritura y ahora, un suceso trágico desata el ansia contenida, como si de una droga se tratara, por más que hubiera intentado «Vivir sin un cuaderno delante, y dejar aquí mis recuerdos para que se vayan lejos, lejos, para que puedan permanecer intacto en el olvido». Afortunadamente para nosotros sus lectores, José Mateos renunció a su propósito y ahora podemos disfrutar de su escritura, una escritura que nos presenta sucesos y acontecimientos, siempre de carácter privado, cotidianos como si fueran algo excepcional, da igual que la reflexión se circunscriba al ámbito filosófico —la muerte o el carpe diem—, al anecdótico y al artístico —un vaso de agua o tres membrillos dan lugar a comentarios sobre el color, sobre la luz, sobre la función del arte— o al meramente poético —comentarios a la obra de algún poeta (Bar-Yosef, Fernando Ortiz o Novoneyra)—. Tal es el poder de su prosa, sabiamente aquilatada, porque nunca desfallece, nunca, aunque hable de asuntos prosaicos como la prima de riesgo o de un supermercado. Todo parece contado con la devoción de quien asiste por primera vez al despertar del mundo en un amanecer que va desvelando poco a poco el núcleo secreto de las cosas. Ser testigo de ese prodigio y tomar conciencia de ello obliga a no parpadear, a registrar —de forma incompleta, la palabra es una herramienta defectuosa—la más mínima incidencia.

En un libro como éste tienen cabida, además de instantes cotidianos, momentos de confirmación, lapsos de duda y presencias misteriosas que visitan con hasta frecuencia al autor. No podemos obviar que la muerte de una amiga ha avivado el fuego de la escritura: «Ha muerto Luisa. Durante tres o cuatro meses en los años ochenta, Luisa fue algo así como mi novia…». Son tantas las observaciones que uno quisiera anotar en estas páginas que casi reproduciría el libro al completo. A pesar de todo, no me resisto a mencionar algunas sentencias, aforismos propiamente dichos, que ilustran el tono de Un año en la otra vida: «No sólo vuela el pájaro, también quien lo mira», «El pensamiento en lo más alto y la mirada siempre puesta en lo que no ves» o «La vida, cuando se da cuenta de que la estamos apuntando, vuela». Quien es capaz de escribir un libro así, sin afectaciones culturalistas, sin disfraces solidarios o invocaciones mágicas, demuestra que la propia conciencia del misterio de la vida basta para crear otro misterio, el que trasmite la palabra emoción en cada una de sus sílabas.

 

JANUARY GILL O’NEIL. HISTORIA

16 sábado Ene 2016

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JANUARY GILL O’NEIL

HISTORIA

¿Eres feliz? Dime qué estás pensando. Parpadeas cuando hablas. Esa es tu historia. Todo el mundo tiene una historia. Sentado en la silla roja. En la esquina de la habitación familiar que no es realmente una habitación familiar, es un sótano. El rey se sienta en su trono del sótano. Rojo como una boca. Toda la habitación es una farsa. Huele a lejía. La usaba para quitar manchas de moho de la pared. Detrás de la silla roja. Parece como si hubiera usado goma de borrar sobre la pared. Pequeños puntos de moho permanecen. Has cogido el hábito de fumar. Hueles como un cenicero. Esa es tu historia. Puedo decir. Estoy perdiendo peso. No puedo comer. Duermo mal. ¿Eres feliz? Hago preguntas obvias. Esa es mi historia. No soy feliz. Eso es un eufemismo. Sólo hemos fregado la superficie de mi infelicidad. Estoy sentada frente a ti que estás sentado en la silla roja, pensando ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Dime cómo lo hemos hecho. Bajamos por las escaleras hasta el sótano. Deja de mentir. Parecemos tontos. Yo no quiero ser estúpida. Esa es mi historia. ¿Qué pasa con vuestra nueva vida? ¿Sigues todavía con ella? Quiero saber más sobre esta vida auténtica que quieres llevar. Voy a fumigar la silla roja. O quemarla. Si fueras a morir mañana, yo me presentaría en tu funeral con un vestido rojo de microfibra. Estás parpadeando de nuevo. ¿Qué queda por decir? Puedo ver en tus ojos la punta del lápiz. Rey del Sótano. Cuéntame otra vez lo que significa vivir una vida auténtica.

Versión de Carlos Alcorta

MIGUEL HERNÁNDEZ Y CARTAGENA. FRANCISCO JOSÉ FRANCO FERNÁNDEZ Y JOAQUÍN JAREÑO ALARCÓN COORDS.

13 miércoles Ene 2016

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MIGUEL HERNÁNDEZ Y CARTAGENA. FRANCISCO JOSÉ FRANCO FERNÁNDEZ Y JOAQUÍN JAREÑO ALARCÓN COORDS. FUNDACIÓN CULTURAL MIGUEL HERNÁNDEZ, 2015

Personalmente, este tipo de ensayos que circunscriben su ámbito de estudio a un tiempo o a un lugar muy concretos, siempre me han parecido sumamente interesantes, porque sólo porque pormenorizan lo particular se llega a entender mejor la complejidad de lo general, objeto este último aspecto de la mayoría de trabajos en torno de cualquier disciplina. En el caso que nos ocupa, la relación de Miguel Hernández, aunque profusamente estudiada, como, por otra parte, cualquier otro aspecto de su corta vida, no deja a este lector de aportarle algunas sorpresas desveladas en alguno de los trabajos que lo componen, más allá de su objetivo inicial de carácter didáctico, que, como nos recuerdan sus coordinadores, «posibilita el conocimiento del autor, analiza su poco conocida relación con Cartagena y concede vigencia a su mensaje social». El libro nace fruto de la colaboración entre la Fundación Cultural Miguel Hernández, el Instituto Cartagenero de Investigaciones Históricas y la comunidad educativa del IES Ben Arabí y comienza con un documentado trabajo del profesor, y reconocido experto en la obra hernandiana, Francisco Javier Díaz de Revenga, en el que profundiza en la relación del malogrado poeta con dos figuras sin par en el ambiente cultural de la época —estamos hablando de los primeros años treinta— en la ciudad de Cartagena, el matrimonio formado por Carmen Conde y Antonio Oliver Belmás y, más en concreto, el acto de homenaje a Lope de Vega, al que fue invitado Miguel Hernández, que demostró en la conferencia que pronunció, según todas las fuentes, un exhaustivo conocimiento y una honda admiración por la obra del dramaturgo y poeta del Siglo de Oro, algo que se puede rastrear en su auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras (1933): Como escribe Díez de Revenga, «Su dominio de formas lo aprendió en los clásico de nuestro Siglo de Oro y, entre ellos, quizá más aún que en los demás en Lope de Vega, al que por aquellos años seguía igualmente de forma muy fiel en su obra teatral El labrador de más aire».

Francisco José Franco Fernández desgrana en su estudio la labor del Ateneo de Cartagena, «motor de la vida cultural de la ciudad desde la proclamación de la República», disposición que culminó con la creación de la Universidad Popular, cuyos impulsores fueron los poetas Antonio Oliver y Carmen Conde, que «implicaron en el proyecto a todo el grupo de amigos surgido aquel verano de 1927 y a intelectuales de todo el país tales como Miguel Hernández y Ramón Sijé». Estos dos autores, junto a otros como Antonio Oliver o Gabriel Miró y su relación con Cartagena son estudiados por José Luis Abraham López. Precisamente será a Miró a quien la revista SUDESTE: Cuaderno murciano de literatura universal, creada a comienzos de 1930, dedicará su primer número. «Paralela a la revista —informa Abraham— se creo una editorial en la que, en 1933, apareció el primer libro de Miguel Hernández», Perito en lunas. Una ciudad que, junto con La Unión, como escribe Mª Victoria Martín González se convierten en «espacios geográficos ineludibles en la historia de vida de Miguel Hernández a lo largo de su corta existencia», que también se encarga de contextualizar la importancia de María Cegarra en la vida del poeta: «En realidad, objetivamente, lo que sencillamente unió a Miguel y María, por mucha literatura que haya inspirado en torno, fue una admiración recíproca, lejos de las rutinas de los otros y del ritmo laboral, lejos de modas y costumbres de la gran ciudad o de la estrechez del pueblo, lejos de todos y de todo, durante aquella o aquellas tardes de paseos por una sierra hirsuta, mineral y luminosa». Resulta evidente, sin embargo, que, aparte del voluntarismo de la autora por convencernos de su particular visión del asunto, lo que narra no deja de ser otra conjetura más. Hubo una relación amistosa, eso está claro, y aunque no haya pruebas verificables de si llegó a trascender —existen, seo sí, numerosos indicios de que hubo algo más que admiración—, tampoco se puede negar esta posibilidad de forma tajante. Luis Miguel Pérez Adán se encarga de analizar la evolución de la cultura durante la guerra civil en Cartagena, que fue durante el conflicto «una ciudad en retaguardia, y esto marcó su actividad cultural».

Aitor L. Larrabide analiza en un documentadísimo trabajo la relación de Miguel Hernández y las Misiones Pedagógicas. En él demuestra que fueron cuatro los periodos en los que Hernández colaboró con las actividades programadas por la institución, en 1933, 1935 y 1936, «una actividad que […]llevó al poeta oriolano por distintas comarcas castellanas y leonesas, manchegas y murcianas». La primera misión, entre le conduce a Cartagena, Cabo de palos y Fuenteálamo. «Colabora —escribe Larrabide— como recitador, bibliotecario y músico». La segunda le lleva, como el mismo Hernández dice, «»por tierras, mejor dicho, por piedras salmantinas». La tercera se desarrolla por Cabo de Palos y Cartagena (en el Ateneo de la ciudad Hernández lee poemas en homenaje a Lope de Vega). La cuarta y última transcurre por Puertollano, Mestanza, Valdepeñas y Albadalejo, y en ella Miguel «Para sacarse un sobresueldo alterna su actividad de recopilador taurino con la de recitador y bibliotecario en las Misiones, trabajo por el que le pagaba un jornal casi idéntico al que ganaba con Cossío: diez pesetas diarias».

La segunda parte del volumen tiene, si cabe, un propósito más pedagógico, se ocupa de la vigencia de Miguel Hernández en la sociedad actual y cuenta con trabajos de María Antonia García Caro, Enrique Pineda Gómez, Manuel José Soler Martínez y Beatriz Villarino Martínez. En definitiva, y como señalé al principio, debemos aplaudir estos trabajos tan específicos porque poseen la ventaja de centrarse en aspectos muy concretos de la obra de tal o cual artista, lo que abunda en que el tratamiento sea intensivo en cada una de sus partes y aporte interesantes perspectivas, soslayadas casi involuntariamente cuando se analiza desde lo general.

RAFAEL-JOSÉ DÍAZ. UN SUDARIO

11 lunes Ene 2016

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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RAFAEL JOSÉ DÍAZ

RAFAEL-JOSÉ DÍAZ. UN SUDARIO. COLECCIÓN LA CRUZ DEL SUR. EDITORIAL PRE-TEXTOS, 2015

Ocho años de escritura, desde 2005 hasta 2013, abarca Un sudario, el magnífico libro que ha publicado Rafael-José Díaz (1971), aunque este periodo puede resultar engañoso, porque, afortunadamente, no han sido años de sequía editorial, sino todo lo contrario. Han visto la luz varios libros de poemas: Moradas de la luz (2005), Antes del eclipse (2007) y Detrás de tu nombre (2009), así como el diario La nieve, los sepulcros (2005), el libro de ensayos Rutas y rituales (2007), el libro de relatos Alguna de mis tumbas (2009), la novela Interior del párpado (2014) y la recopilación de textos en prosa Las transmisiones. Veinticuatro lugares y una carta (2014), por no hablar de las innumerables traducciones de las que se ha hecho cargo. Como se ve, nuestro autor mantiene una actividad literaria casi febril. Por otra parte, algo nos llama la atención en esta enumeración de títulos, y ese algo es la frecuencia con la que aparecen términos vinculados con la muerte: sepulcros, tumbas y ahora, sudario.

Un sudario, sin embargo, rezuma vida por cada una de sus siete partes, aunque siempre subyaga cierto aire melancólico, de lamento por lo perdido, por los deseos no cumplidos, por los sueños rotos, porque, en fin, los momentos decisivos se escapan como agua entre los dedos. La dicción de Rafael-José Díaz muestra, a pesar de las incidencias vitales, una serenidad envidiable, más notoria todavía en los poemas que recrean el pasado familiar, como el titulado «Veranos de la infancia» o en los que rememoran escenas amorosas, en alguna de las cuales, el componente erótico adquiere prioridad absoluta en el rango de la memoria, como el poema de la segunda parte que comienza con este verso: «La luz equilibrista de la luna…». La noche también está muy presente en este extenso libro. En la sección tercera asume un lugar protagonista, hasta el punto de ser un correlato del propio sudario, del sepulcro, de la fatalidad de un amor no correspondido o, simplemente, truncado: «Lo único que queda, pero ya no sé dónde,/ es el amor que di a quien no pudo amarme». Ese fatalismo está vinculado con lo mistérico, con lo oscuro, con lo tempestuoso, como ocurre con los Himnos a la Noche de Novalis, aunque no sea la oscuridad la destinataria, sino, tan solo, la fiel compañera de sus cuitas. Sí están los poemas de Díaz, sin embargo, como ocurre en los Himnos, impregnados del espíritu romántico, de violencia contenida, de pasión, algo que podemos constatar en otros muchos poemas, como en el titulado «El abrazo y el sueño», de la quinta sección, en el que leemos versos como estos: «Y así, un sueño es más valioso para mí/ que las manos que buscan entre sábanas/ el calor de mi cuerpo». La realidad, según parece —y esto es algo que define el romanticismo—, es menos consistente que la fantasía, por esa razón el protagonista del poema prefiere «rescatar las imágenes de un sueño,/ su viva irrealidad en la mañana,/ a enlazarme con él en un abrazo real/ como tantos habidos en noches anteriores». Da la sensación de que los momentos reales de dicha no resultan tan intensos, tan apasionados, tan imperecederos como aquellos que proviene del humo del sueño. El requiebro quevedesco queda sobreentendido, pero no sé si el lector encontrará justificable la opción que ha escogido el poeta. En cualquier caso, eso carece de importancia, porque alguien que es capaz de escribir un poema tan brutal como «Retrato», posee todo el derecho a elegir su propio camino, tanto da que las imágenes sean verídicas, esto es, experimentadas en carne propia, o provengan del lado oscuro de la realidad. El perro de la soledad ladra «a las sombras que no sabe/ si nacieron de un sueño o de su propio/ cuerpo encogido, quejumbroso/ mientras se despereza».

Entre tanta desolación, entre tanta miseria humana, encontramos algunos restos de fidelidad, no demasiados, pero sí lo suficientemente intensos como para que ilumine al lector un rayo de esperanza. En la sección VI, integrada sólo por dos poemas, la noche es el escenario donde el deseo se concreta en cuerpos que, aunque efímeros, son capaces de brindar un instante de sublime alegría casi indecible, por eso «Preferimos, entonces, no imaginar ya nada». No hay, sin embargo, tiempo para bajar la guardia. La alegría lleva consigo su antítesis, la desgracia, y ésta acaba imponiendo sus registros, su forma de ver el mundo, sin dilación. La séptima y última parte del libro no nos deja un regusto más optimista, aunque los poemas tengan como eje asuntos más circunstanciales, menos imbricados en el propio yo, salvo, acaso, el poema final, titulado «Intimidad», en el que «La memoria se engaña/ creyendo que conoce el asiento de la sombra». El dolor de vivir y la flagelación que lleva implícito el desengaño siguen presentes en estos versos finales, en los que no hay, sin embargo, espacio para el rencor. El poeta no ha despejado ningún enigma existencial, pero ha aprendido a esperar pacientemente el advenimiento de un futuro mejor. Nosotros, sus lectores, esperamos que esa experiencia fructifique en verso de tan alta intensidad como los que acabamos de leer.

 

 

 

MARY MERIAM. ROMANCE DE LA EDAD MEDIA

09 sábado Ene 2016

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MARY MERIAM

ROMANCE DE LA EDAD MEDIA

Ahora que tengo cincuenta años, déjame ducharme

por la noche, sin luz, con los ojos cerrados. Y déjame nadar

furtivamente. Mi piel está tatuada con horas

y días y décadas, de cabeza a los pies, de tan fina

es sólo una fotografía descolorida. Es extraño

cómo la gente mira hacia otro lado a quien antes admiraba.

No sabía que me sometería a este cambio

para ser la cubierta invisible de un libro

cuyo argumento, aunque banal, le proporciona más volumen.

Por los placeres de la mente y el corazón

se llega a contrarrestar más rápido la pérdida

de conocimiento. Uno siente que reviven antiguas urgencias,

aunque todavía me arranco los pelos de la barbilla con una pinza,

en el caso de que pudiera llamar la atención de otro anciano.

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