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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: diciembre 2013

OCTAVIO PAZ, DEL PASADO AL PRESENTE.

30 lunes Dic 2013

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OCTAVIO PAZ, DEL PASADO AL PRESENTE.

Los aniversarios tienen dos caras, una bonachona, bienintencionada que trata de honrar la memoria del homenajeado, y otra inquietante y recriminatoria que busca menospreciar sus logros, desacreditando sus intenciones. Es algo inevitable, sobre todo cuando se trata de un hombre que estigmatizó el fracaso idealista de su tiempo, lo que ha provocado que no haya ni, seguramente, habrá unanimidad a la hora de valorar su pensamiento. «Paz fue poeta y pensador que no estuvo alejado del mundo (…) Salió a la calle a exponer su visión política liberal, en un extremo casi militante, defendiendo los valores democráticos y el ejercicio de las libertades, cuestionando los excesos de Estados autoritarios. Su fuerte personalidad para no mantenerse recluido en el capullo de la creación artística y expresar su visión política lo mismo en foros internacionales que en medios masivos de televisión, quizá provocó (la virulencia) a quienes no admitían la crítica a las desviaciones del socialismo del este de Europa», escribe Castro Obregón.

El centenario del natalicio de Octavio Paz (1914-1998), Premio Nobel de Literatura en 1990,se celebrará el próximo año con toda la parafernalia habitual en estos casos —y  no es la única conmemoración en las letras hispanas, recordemos el también centenario del nacimiento de Julio Cortázar, de Nicanor Parra o de Bioy Casares, entre otros—, algo que, en principio, no será objeto de reprobación o crítica por parte de quien esto escribe, siempre y cuando el boato previsto esté acompañado de intenciones menos espurias y las instituciones responsables de las actividades diseñadas al efecto eleven su punto de mira y sus expectativas hasta consolidar la figura y de la obra de Paz como un patrimonio común de la lengua española, digno de revitalizar no sólo un año determinado, sino de por vida. Habitualmente las conmemoraciones sirven para rescatar del olvido una figura pública, instalada por mor de la desidia, en una especie de purgatorio donde el finado depura su legado, sujeto siempre a los vaivenes de la posteridad y de quienes se ocupan de gestionarla. El caso de Octavio Paz, afortunadamente —y sin obviar las enriquecedoras controversias que su pensamiento  alimenta— no ha padecido el natural desinterés de sus otrora panegiristas ni la impostura de sus detractores con demasiada intensidad, quizá porque no son muchos los años transcurridos desde su muerte, y más que peregrinar por el purgatorio, hasta ahora ha transitado por el más misericordioso limbo, ese espacio intermedio que separa a los vivos y de los muertos. Aun con todo, no está de más recordar que, como ocurre con otros muchos escritores, la enorme consideración de la que goza en el panorama literario universal es debida a razones más superficiales que de fondo, porque es mucho menos leído de lo que dan a entender las ocasiones en las que su pensamiento sirve de excusa para afianzar determinada postura estética o ideológica, o como arma arrojadiza en polémicas tanto literarias como políticas. Octavio Paz fue un hombre acostumbrado a no rehuir la controversia. Ya desde su temprano viaje a la España en guerra de 1937, invitado al II Congreso de la Alianza de Escritores Antifascistas de Valencia, en donde se codeó con muchos de los escritores y  poetas de la Generación del 27, algunos ya muy críticos con la deriva que estaban tomando los acontecimientos, como Luis Cernuda, a quien conoció cuando éste revisaba pruebas de un número de Hora de España y a quien frecuentaría en su exilio en México. Tal vez la llamada guerra de los Caudillos, todavía reciente en su memoria, y la posterior creación del Estado moderno mexicano de Lázaro Cárdenas alimentaron una forma de ver el mundo poco complaciente con los acontecimientos. El fracaso de proyectos revolucionarios —los logros de la Revolución Rusa empezaban a ser cuestionados por sus métodos—, el desenlace de la Guerra Civil española y el auge de la ideología fascista en Europa llevaron a Octavio Paz, en un ejercicio de independencia que desdeñaba las consignas, a no comprometer su libertad con nada que no estuviera avalado por la fuerza de la razón, por lo que le dictaba su pensamiento, lo que, a la postre, le granjearía enemistades en un lado y en otro, un precio que él, un intelectual de estirpe liberal (es una lástima que la acepción que esta palabra ha adquirido en los últimos años contribuya a deslegitimar su significado original), como también lo fue su admirado Camus, estaba dispuesto a pagar. Esta filiación crítica ha generado, al menos, dos situaciones. Una de signo positivo, porque ese afán fiscalizador ha provocado que se mantenga vivo su pensamiento, con todas las contradicciones inherentes a una obra que se preocupa fundamentalmente por el destino de los hombres, no desde una perspectiva trascendente, sino imbricada en la realidad y, por otro lado, negativo, porque a esta vigencia contribuyen también una legión de interesados que habiendo, en el mejor de los casos, mal leído su obra, la utilizan sesgadamente para defender finalidades únicamente personales, algo que traiciona su espíritu cosmopolita. No es del todo imposible concluir que el gigantismo de su figura intelectual y poética desalienta al lector timorato y le imposibilita el acceso a su obra. Nadie está obligado a leer a Octavio Paz, pero lo que sí resulta éticamente reprochable es utilizar fragmentos de su obra de forma torticera, sacados de contexto, tanto histórico como artístico, para propagar opiniones que sólo tangencialmente defendió el autor. Estas interpretaciones tendenciosas sólo pueden afectar a un lector desinformado, no a quien haya leído sin anteojeras la obra de Paz, una obra que abarca la poesía, el análisis de la creación poética, la historia, la antropología, la traducción, la política—no olvidemos que fue diplomático—, el arte o el erotismo y que atraviesa diferentes etapas en las que el autor deja constancia de la evolución de sus planteamientos. En cualquiera de estas disciplinas, Octavio Paz manifestó una profunda libertad interpretativa y un conocimiento exhaustivo y riguroso del asunto del que estaba tratando. Quizá hoy más que nunca, a tenor de cómo los gobiernos de turno gestionan la crisis económica que azota a muchos de los países desarrollados, gocen de vigencia algunas afirmaciones como esta: «nuestros ricos nunca han hecho realmente suya la ideología liberal y democrática…sus verdaderas afinidades morales e intelectuales están con los regímenes autoritarios», escrita en El ogro filantrópico en el año 1978 (aunque el ensayo está dedicado al México post-revolucionario gobernado por el PRI, puede hacerse extensivo a un país como el nuestro, legatario de una transición con muchas lagunas). Hace ahora treinta años, Octavio Paz analizaba de nuevo la situación de la política internacional con la agudeza que le caracterizaba, apelando a los valores morales como escudo ante la barbarie espiritual de la que somos víctimas. Si entonces lo consideró como un Tiempo nublado (así tituló su ensayo), hoy hubiera calificado la situación mundial como una ciclogénesis explosiva en la que las ortodoxias religiosas de uno u otro signo —ortodoxias que poseen innumerables concomitancias con esa demagogia intrínseca que todo proyecto nacionalista lleva en su seno— los maximalismos económicos y sociales que predican las doctrinas neoliberales y el desprecio por los derechos colectivos se han impuesto a cualquier tipo de racionalismo. Lamentablemente, muchos de los argumentos defendidos con tanta contundencia como claridad por Octavio Paz a favor de la convivencia entre credos e ideologías antagónicas siguen siendo hoy un proyecto de un futuro cada vez más lejano.

El pleno de la Cámara de Diputados mexicana ha declarado al fin el 2014 como «El Año de Octavio Paz» (recordamos como en esta misma cámara fue rechazada, en los últimos años, varias veces la propuesta de algunos diputados de inscribir con letras de oro el nombre del poeta y ensayista en el Muro de Honor del Palacio de San Lázaro). A través del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) se organizarán encuentros poéticos, conferencias, exposiciones, billetes conmemorativos, acuñación de monedas, sellos, anuncios promocionales sobre su vida y su obra, etc.  La editorial Fondo de Cultura Económica prepara una nueva edición de las Obras Completas del poeta y ensayista en ocho volúmenes, así como la publicación de obras que giren en torno a su figura, como las recientemente publicadas, Octavio Paz: el poema como caminata, de Hugo Verani,  Una introducción a Octavio Paz, de Alberto Ruy Sánchez —quizá el más interesante para aquellos lectores que se acerquen a la obra del Premio Nobel por primera vez— Octavio Paz en la deriva de la modernidad, de Jacques Lafaye, donde escribe en uno de los pasajes que Paz «Intentó ser otro Teseo. Este es el significado último de toda su obra: buscar la salida del laberinto, por la historia y por la poesía». Esta reivindicación del escritor debe servir para conocer en profundidad tanto su obra como su vida. Sólo así podremos considerar su herencia como una bendición, no como una losa, como una influencia perniciosa de la que, como le ocurre también a Borges, es casi imposible librarse. Habrá que ver qué queda cuando se acaben los fastos y las celebraciones conmemorativas; habrá que ver si hemos aprendidos algo y si somos capaces de reconocer la modernidad y la libertad de una obra que funde poesía con ensayo, que es a la vez clásica y vanguardista, metódica e impetuosa, una obra que, como dice Julio Ortega, «condena del canibalismo en la vida cultural mexicana; así como su defensa de la poesía como demanda de certeza y de integridad entre los oficios del discurso. La ética, nos enseñó, no es la buena opinión que tengo de mis actos, ni mucho menos la condena de los otros: es el lugar que el otro ocupa en mí».

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HENRI COLE. TERNURA

26 jueves Dic 2013

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HENRI COLE

TERNURA

En el depósito de cadáveres del hospital,
me tendí en la caja de pino

instalada en una sencilla habitación azulejada,

con una cortina para preservar la intimidad
que se abría cada vez que un invitado
entraba en la capilla.

Llevaba una camisa de seda color marfil
combinada con rosa.
El satén blanco me llegaba hasta la cintura
y estaba cosido burdamente
alrededor de los bordes del ataúd.
Entonces algunos de los empleados del depósito cerraron la tapa,
apretando los tornillos con una carraca
que hizo un sonido escandaloso,

fundiendo cera sobre las cabezas de los tornillos para sellarlos,
y clavando un crucifijo sobre el lugar
donde puse mi boca,
o lo que había sido mi boca.
En una ladera,
me deslizaron con sogas dentro de la roca,
y algunos que miraron

entrevieron la bruñida estrella sobre el ataúd brillando en la oscuridad,
en vez de un mar de cráneos.

Entonces me acosté a tu lado,
interrumpiendo la soledad,
y los gusanos blancos se retorcieron.

Cuando habló el predicador,
nadie pareció oírle,
guiñando sus ojos, tocándose entre ellos.
Vestía una larga sotana negra con capucha
como ropa de trabajo,
en la parte superior del cual dos serpientes
siseaban entre sí.
Se postró sobre el duro suelo frente a nosotros.
Parecía emocionado.

¿Recuerdas los canarios
en el lavadero de la cocina,
una hembra y su cría
con cuerpos de color amarillo y anillados?

¿Recuerdas cómo cantaban con sus picos cerrados
cuando los soltábamos cada noche,
escuchando y observando
mientras sobrevolaban en círculos
alrededor de las brillantes luces que imitaban el amanecer?
¿Recuerdas las notas que se asemejaban al gorgoteo del agua?
¡Qué buena actuación!

Mientras pensaba que estaban desorientados,

cantaron su canción más hermosa.

 

Versión de Carlos Alcorta

 

TOMAS Q. MORIN. MILES DAVIS STOLE MY SOUL

22 domingo Dic 2013

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TOMAS Q. MORIN
MILES DAVIS STOLE MY SOUL

no es del todo exacto, porque John Coltrane estaba allí,
y Bill Evans también, y no recuerdo quién más
porque después de que terminaron de tocar y abandonaron la escena
me sentí un poco, no exactamente azul, sino tirando a verde,
el tipo de color con el que los viejos maestros solían pintar árboles mustios
o el cálido brillo de un jamón curado. Mi alma
me había rogado que escuchara jazz
después discutimos sobre el charlatán de la esquina
que vendía flores, despotricando sobre el paraíso
y cómo el alma era una especie de verdura, un pepino
creo que dijo, en el  que quería creer ,
incluso si el pepino es, obviamente, una verdura.
Mi alma sabía que esto no era verdad,
por supuesto, era una cuestión muy subjetiva,
por lo que trató de demostrarme que estaba equivocado
invitando a Miles y compañía, mientras que yo estaba haciendo una ensalada
grande, dos partes de rábano y una parte de ironía,
para sumergir sus notas como si fueran cucharones y vaciar
mi corazón. En el momento en que mastique la última pieza de lechuga,
mi alma se fue y no había nadie con quien discutir

sobre la aparentemente arbitraria mejor
fecha que proponen para trasmitir una sensación

de seguridad en los envases de leche,
a pesar de su fragilidad, o acerca  del defecto en cada masa de agua
pintada por un impresionista que, a pesar de su amor
a la naturaleza, nunca colocó una onda en su sitio,
una cosa que he aprendido en los días posteriores
buscando mi alma en lagos y ríos ,
palanganas y acuarios, porque Dios no es nada
más que un comediante, y cuando yo aún no podía encontrar mi alma,
encontré un encrucijada y sermones sobre la caridad y la pérdida.
Todavía recuerdo los rostros amables en los coches que pasaban
cuando empecé a rezar en medio de la lluvia y a bailar
flamenco, yo recuerdo que era miércoles
porque nunca sucede nada importante los miércoles.

Cuando no había nubes en el horizonte
como símbolo del perdón divino, volví a casa
donde encontré al charlatán con leche en los labios,
pelando una naranja, de pie en el mismo lugar
donde yo me quedé plantado con mi ensalada, este vendedor de pepinos de [humo
a quien iba a recordarle las leyes
de la propiedad, pero comenzó a cantar ,
sí, a cantar, una canción que no había oído antes
pero que yo estaba seguro era religiosa
porque reconocí Galilea y a Adán y la vergüenza,
así como sus ojos en blanco,
cuando me dijo que ahora era un siervo de la música

abriendo y cerrando su garganta como una puerta
liberando las calientes crecidas de saliva de la voz
que llenan e invaden el hueco
que todavía estaba abierto mi corazón.
Si en ese momento tú estuvieras volando
en un avión por encima del país de mi cuerpo
te hubieras sorprendido, como yo lo estoy ahora, por la visión
de llanuras desérticas rotas por un sistema de cristalinos lagos
con forma de un parche de pepinos silvestres,
una fruta noble que salvó naciones
porque era resistente, versátil, y muy poco exigente.

 Versión de Carlos Alcorta 

www. tomasqmorin.com

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RECOMEDACIONES POÉTICAS

20 viernes Dic 2013

RECOMEDACIONES POÉTICAS

Estas son las lecturas de poesía que recomiendo a los lectores de El Diario Montañés. El reducido espacio disponible exige escoger sólo seis títulos, pero hay muchos otros que uno recomendaría con igual entusiasmo.

Publicado por carlosalcorta | Filed under Miscelánea

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JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD. MARCAS Y SOLILOQUIOS

16 lunes Dic 2013

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JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD. MARCAS Y SOLILOQUIOS. Edición de Juan Carlos Abril. Editorial Pre-Textos, 2013

La concesión de un premio de la relevancia del Cervantes de las Letras lleva aparejada la publicación de un sinfín de ensayos y antologías que actualizan la figura del autor galardonado, autor al que, en ocasiones, se le rescata del olvido y, en otras, se le difunde más allá de la dimensión geografía de la que procede. El caso de Caballero Bonald no se ajusta a ninguna de estas premisas porque goza de una innegable presencia en ambas orillas del Atlántico, plenamente justificada por la envergadura de su obra literaria y, también, por las periódicas entregas poéticas de los últimos años, años en los que ha abandonado otras facetas de su quehacer literario para centrarse casi exclusivamente en la escritura poética. Pero el hecho de publicar con determinada regularidad no garantiza por sí sólo que el autor se vea favorecido por un consenso crítico y lector. Una reputación consolidada se fragua a lo largo de una trayectoria impecable, y los últimos poemarios de Caballero Bonald —los que se insertan según el poeta y profesor Juan Carlos Abril, editor de esta antología, en una cuarta etapa creativa, en la cual las “Lamentaciones por el irreparable paso del tiempo” y la insumisión contra las injusticias de carácter tanto ético como social se han convertido en el fundamento de su escritura—  no han hecho más que fortalecerla y, si cabe, incrementarla, porque sus versos y sus declaraciones públicas se han convertido en denuncias y amonestaciones que gozan de gran predicamento en una buena parte de sus lectores.  No insinúo que Caballero Bonald se haya convertido en una especie de profeta capaz de aleccionar a los acólitos, pero sí he de señalar que las exhortaciones tan frecuentes en su poesía última han calado hondo en una sociedad devastada por la ignominia y la falta de escrúpulos de una gran parte de los políticos que la gobiernan.  No, Caballero Bonald es un ejemplo de coherencia y honradez intelectual, porque, y no es mérito menor, debo resaltar que esa voz que revela la indignación de un hombre mayor, pero lúcidamente insurgente, no se ha estancado en una prosodia acomodaticia, bien al contrario, el autor ha seguido indagando en los arcones de su amplia tradición poética, hasta el punto de que su último libro, Entreguerras o De la naturaleza de las cosas, como señala con acierto Abril en los párrafos finales de la «Introducción»: “Vuelve a visitar sus temas y lugares predilectos bajo el flujo y reflujo del vanguardismo, que nunca hasta ahora había usado de manera exenta. Esta obra es ciertamente una cumbre formal y estilística”. De no muchos poetas, pasados los ochenta años, se puede hacer una afirmación tan contundente y certera.

Marcas y soliloquios de José Manuel Caballero Bonald abarca sesenta años de creación poética, en los cuales ha publicado once libros de poesía. Desde su primer libro, Las adivinaciones, publicado en 1952, del que un generoso Gerardo Diego, siempre al tanto de la actualidad poética, se ocupó en una ponderativa reseña, hasta Entreguerras o De la naturaleza de las cosas publicado el pasado año, pero del que aún tardarán mucho en apagarse sus ecos, del que se incluye un extenso fragmento. Dentro de este arco temporal se ha sucedido, con arbitraria frecuencia, la publicación de toda la obra, no sólo poética, sino ensayística, novelística y memorialista, tal es el multifacético espectro creativo de uno de los maestros más vigorosos de la poesía española actual y, lo afirmo sin temor a equivocarme, futura.

Cuatro son los ciclos en los que divide Abril la poesía de Caballero Bonald: El primero, caracterizado por una mezcla de metafísica con la indagación metapoética está constituido por Las adivinaciones (1952), Memorias de poco tiempo (1954) y Anteo (1956); en el segundo predominan la «problemática existencial: individual/social» y está integrado por Las horas muertas (1959) y Pliegos de cordel (1963). Conviene aclarar que estos compartimentación no es estanca ni los cambios de ciclo son concluyentes, tal y como señala Abril, «responden a estímulos creativos, y no son monológicos sino que dialogan entre sí, presentan contradicciones y trasvases». El tercer ciclo es un laberinto vital y literario y lo componen los libros Descrédito del héroe (1977) y Laberinto de fortuna (1984).  El protagonista de ambos poemarios es un hombre acuciado por el desencanto que encuentra en la escritura la única esperanza de redención, esperanza muchas veces truncada por la ineficacia del lenguaje. La cuarta y última etapa, el ciclo de Argónida, está integrada por Diario de Argónida (1977), Manual de infractores (2005), La noche no tiene paredes (2009) y Entreguerras o De la naturaleza de las cosas (2012), aunque quizá estos tres últimos títulos se puedan agrupar en una subdivisión marcada por un compromiso más acusado con la realidad, una reinterpretación de esa realidad también de carácter estético, como en sus libros anteriores, pero ahora más influida por un descrédito de las ideologías y una mirada nada complaciente del mundo en el que habita. El propio autor ratifica esta idea cuando certifica: « Yo nunca he escrito tan cerca en el tiempo como con los tres últimos libros. Antes tardaba diez, doce años entre uno y otro. Ahora ha habido un fervor inusitado, una especie de energía que me vino por el miedo a la desmemoria. Me vino de pronto este deseo de ir contando las cosas sin pararme a pensar que me faltaba energía, que la poesía es un género juvenil y que yo era muy viejo para hacer poesía». Ese devoción por el lenguaje, esa búsqueda de la definición más rigurosa se puede reconocer en cualquiera de los libros de Caballero Bonald, quien, tal vez hastiado de tanta inmoralidad pública, afirma en una reciente entrevista, realizada por Juan Cruz, que  «La vida de un hombre debe ser limitada […]Escribo algún que otro poema, claro, pero no más […]Además, ya he escrito suficiente».

Como otros muchos escritores, Caballero Bonald confiesa que se hizo escritor porque leyó «primero a unos escritores que me emocionaron, que me abrieron un camino. Sin esas lecturas previas, estoy seguro que no me habría dedicado a cultivar la literatura. Y además, el hecho de haber sido un lector constante a lo largo de los años, también me ha servido para ir calibrando la natural evolución de mis gustos estéticos». Esta antología que la editorial Pre-Textos pone ahora en nuestras manos permitirá también, a aquellos lectores que se adentren en su lectura, comprobar la evolución estética y el compromiso moral de un hombre que, más allá de la subordinación de la experiencia vital al lenguaje del poema, se resiste a permanecer callado, a seguir la ortodoxia corporativa. Es, y en su poesía podemos comprobarlo, un insumiso, un modesto disidente, sin altanerías ni estridencias, que más que buscar la absolución en la historia o en la literatura, persigue la transformación de un presente que le mortifica. A él, como a tantos, a pesar de que, como reconoce el poeta, « A mi edad, el futuro es muy exiguo. Tengo mucho pasado por delante y el futuro se acorta. Mi sensación ahora es de fin de trayecto, de escepticismo, de estar en un punto en que ya nada vale mucho la pena. El futuro es una pared vacía, la meditación ante el muro, que es casi el título de un libro que ya no escribiré».

 

Reseña publicada en la revista TURIA Nº 108, pag. 430

MARY SZYBIST. IDEAS FELICES

13 viernes Dic 2013

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MARY SZYBIST

IDEAS FELICES

Tuve la feliz idea de fijar una rueda de bicicleta
a un taburete de la cocina y verlo girar.
 Duchamp

Tuve la feliz idea de suspender algunos globos azules en el aire
y verlos estallar.

Tuve la feliz idea de poner mi pequeño caballo de cobre en el estante para que pudiéramos mirarnos el uno al otro

toda la noche.

Tuve la feliz idea de crear un vacío en mi interior.

Pensé que era algo natural.

Pensé que era algo sobrenatural.

Tuve la feliz idea de anudar una bufanda azul alrededor de mi cabeza y enrollarla.

Tuve la feliz idea de que en algún lugar nacería un niño que en nada se parecería a Helena o a Jesús, excepto en la intención de cambiarlo todo.

Tuve la feliz idea de que algún día iba a experimentar el placer y el castigo, que los conocería y los padecería,

Y que, hasta que lo hiciera,
sería casi mejor fingirlo.

Tuve la feliz idea de decir que soy feliz.

Tuve la feliz idea de que el perro que escarba un hoyo en el patio en el crepúsculo tenía la nariz profundamente amoldada a la vida.

Tuve la feliz idea de que lo que no comprendo es más real que lo que comprendo,
y entonces la felicísima idea de calzarme
los dos zapatos de terciopelo azul.

Tuve la feliz idea de pulir el cristal reflectante y decir
hola a mi propia alma azul. Hola, alma azul. Hola.
Fue mi idea más feliz.

Versión de Carlos Alcorta

MARY SZYBIST. CHICAS DESESPERADAS MONTANDO UN ROMPECABEZAS

11 miércoles Dic 2013

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MARY SZYBIST

CHICAS DESESPERADAS MONTANDO UN ROMPECABEZAS
 
¿Estás segura de que este azul es el mismo

que el azul de allí? Esta pared es como
el fondo de una piscina,
me refiero al color. Necesito un traje
de dos piezas más oscuro este verano, uno
elástico en la cintura, como
actualmente se lleva. No puedo
encontrar sus manos. ¿Dónde va esta dorada?
Se parece a un ángel dándole
un pedazo de panal de miel para comer.
No veo por qué Dios no
desciende
y él mismo la besa. Este es el rojo
del lápiz de labios que vimos en el
centro comercial. Este pedazo de su
cuello podría encajar en la parte luminosa
del cielo. Creo que este es un
pedazo de agua. ¿Qué clase de
reina? ¿Quieres decir
aquí? ¿Y se supone que debemos creer
que de repente puede
hablar un ángel? ¿A quién se le ocurrió
eso? Me gustaría tener un
bikini aterciopelado. El color de aquella flor
es el color de las venas que surcan las manos de mi abuela.
Ojalá pudiéramos
caminar por el jardín y elegir una
radiografía para flotar en él.
Si. Yo también lo hago. Yo diría
un trillón de síes a cualquiera para eso.

 

Versión de Carlos Alcorta

 

MARK FORD. CONDUJERON

07 sábado Dic 2013

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CONDUJERON 
terriblemente, pero cantaban con gracia
“Detén este coche” de Jonathan Richman después de cada repentino
cambio de dirección o chirrido de goma. Una vez discutieron
los pros y los contras de tener relaciones sexuales
con Bob Dylan —o con alguien de aspecto similar a Bob Dylan— en un Buick
mientras escuchaban “Desde un Buick 6”.

Gases contaminantes se elevaban desde el tubo de escape, y por una especie
de cálculo a ciegas trazaron, en un mapa de carreteras, desvíos
y cruces, pérdidas y ganancias —
continuamente preguntándose si (como Van Morrison una vez
cantó) la “Carretera
Implacable” era igual para vivir.

 Versión de Carlos Alcorta

JAVIER MENÉNDEZ LLAMAZARES. LA TEORÍA DEL VASO DE AGUA

05 jueves Dic 2013

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JAVIER MENÉNDEZ LLAMAZARES. LA TEORÍA DEL VASO DE AGUA. EDITORIAL PÁGINAS DE ESPUMA, 2013

Berlín, década de los sesenta. La actitud autoritaria de los gobiernos de turno y las fisuras en el entramado del milagro económico alemán que son cada vez más evidentes, llevan años concitado un rechazo casi unánime en la sociedad alemana, pero son las nuevas medidas gubernamentales que afectan a la Universidad, puestas en marcha durante el verano de 1966, las que actúan como detonante de la rebelión estudiantil nada más iniciarse el curso académico en la Universidad Libre de Berlín, extendiéndose rápidamente al resto de universidades del país. El gobierno utilizó toda su artillería represiva y propagandística para minimizar los hechos y para poner a la opinión pública en contra de los estudiantes, incluidas las artimañas informativas de los periódicos afines, aunque todas estas medidas, lejos de desmoralizar a los descontentos, lograron cohesionarlos en torno a sus exigencias: aumentar los fondos para la universidad, derogar las leyes de emergencia y anular los nuevos programas de estudios.

La visita del Sha de Persia en junio de 1967 ofreció a los estudiantes un nuevo escenario para divulgar sus reivindicaciones, unidas ahora a la repulsa que la visita del dictador iraní provocaba. La policía de Berlín (con la ayuda del servicio secretó iraní) reprimió con dureza la manifestación frente a la Casa de la Ópera durante la visita del Sha. Benno Ohnesborg fue asesinado de un disparo en la cabeza que efectuó el sargento Karl-Heinz Kurras. Las manifestaciones contra la brutalidad policial y exigiendo responsabilidades políticas al gobierno se extendieron rápidamente, aunque las disposiciones para evitarlo fueron expeditivas. La prensa más sensacionalista alimentaba el rencor social tildando a los estudiantes de individuos violentos y revolucionarios, y acusándolos de ser los verdaderos responsables de todo lo que estaba ocurriendo. El amarillista Bild-Zeitung, siguiendo las consignas de su editor, Axel Springer, apoyó las medidas del gobierno e intentó deslegitimar a los líderes de las protestas estudiantiles, fundamentalmente a uno de ellos, Rudi Dutschke, a quien tachaba de enemigo público. Esta campaña de difamación fue el caldo de cultivo que propició el intento de asesinato de Dutschke durante la Pascua de 1968, y las posteriores consecuencias que ahí germinaron. Las protestas frente a los edificios «Springer» —a cuyo imperio editorial los estudiantes culpaban de la tentativa de asesinato protagonizado por Josef Bachmann, un obrero de extrema derecha que posteriormente se suicidó— el bloqueo del reparto del tabloide, las luchas callejeras, la represión policial ante las manifestaciones en Bonn contra las leyes de Emergencia que dotaban al gobierno federal de poderes extraordinarios en momentos de crisis…

Esta somera explicación de carácter histórico sólo tiene un sentido muy explícito, contextualizar las circunstancias en las que se desarrolla la última novela de Javier Menéndez Llamazares, La teoría del vaso de agua (Salto de Página, 2013), aunque el autor utilice estos acontecimientos sólo como escenario, más o menos fidedigno, del asunto que quiere narrar, no como objeto de la narración. Estamos frente a una novela, es decir, frente a un ejercicio de ficción, y lo que debe importarnos no es su rigor histórico — extremado, como podrá comprobar el lector—, sino la verosimilitud de la historia concebida al amparo de esos acontecimientos históricos. El narrador irá perfilando unos personajes que desde la página, en donde adquieren su forma definitiva, se adentran en la memoria del benevolente lector.

Javier Menéndez Llamazares es un letraherido para quien la literatura, en cualquiera de sus formas —ha publicado relatos (Con amigos como tú, 2010), poesía (Cosas que no se pueden encontrar en Internet, 2009), una recopilación de artículos (Todos los charcos, 2012) y la novela El método Coué (2009)— resulta consustancial para entender la realidad en la que vive. A su labor literaria propiamente dicha hay que añadir sus habituales columnas en el Diario Montañés, el programa cultural que coordina los fines de semana en la Cadena Ser o la dirección de Flic (Feria del Libro Independiente de Cantabria) que ha asumido este mismo año, por no hablar de su tarea como anfitrión literario de aquellos novelistas y poetas que visitan nuestra región. Siendo testigo como soy de esta frenética actividad, a veces me pregunto de dónde saca fuerzas Javier para realizar todas estas tareas con tanta dedicación y brillantez. Sólo un enamorado de la literatura es capaz de hacer algo así, sólo una persona que lleva en la sangre el virus de la escritura es capaz de convertir en artilugio de ficción lo que vive, lo que sueña, lo que imagina, la vida de los otros o su propia vida, y esto fácilmente lo podrá comprobar quien se acerque a las páginas de La tormenta en un vaso de agua, novela que centra su acción en la primavera berlinesa del mítico año 1968, aunque la historia contada no avanza de un modo lineal, pues se suceden saltos en el tiempo y en el espacio, ligados a los recuerdos de los personajes, sobre todo del personaje principal, Carmen Arruti, una estudiante española de buena familia, que se involucra —sin saber muy bien cómo, aunque el descubrimiento del sexo (« La sociedad burguesa, de acuerdo con sus propias normas, escribe W.G. Sebald, no es compatible con la promiscuidad) y el enamoramiento tienen mucha culpa— en los acontecimientos que suceden a su alrededor, hasta el punto de convertirse en protagonista involuntaria de ellos. De cómo se produce la transformación de adolescente educada en un colegio religioso a joven comprometida trata  La teoría del vaso de agua, porque el autor sabe que, como dice Coetzee, «Nadie quiere leer historias de hijos dóciles». Como he apuntado anteriormente, la fidelidad histórica no es una virtud en sí misma cuando hablamos de una novela y, sin embargo, Javier Ménendez Llamazares, que conoce bien la historia y la cultura alemanas, gracias a los años que vivió en el país, ha imaginado en torno a ellos una historia producto de su fantasía, pero que resulta absolutamente plausible, y además, lo hace sin recurrir a sesudas digresiones sobre los sucesos y sus consecuencias, sino con la frescura y las dosis de humor necesarias para no caer en dogmatismos. No hay en estas páginas mitificación alguna de la realidad, por eso se denuncian solapadamente el fanatismo y la aflicción de quienes no son capaces de soportar sobre sus espaldas el peso de la historia reciente de Europa. Los diferentes capítulos que conforman la obra están encabezados por eslóganes de la época, lo que contribuye a dar consistencia a las peripecias narradas en la novela, estas frases funcionan como un hilo conductor que nos recuerda a cada momento, la época y el lugar en que nos estamos internando y, aunque estos se puedan leer como una metáfora del presente. La agilidad de la prosa de Javier, el magistral empleo de los diálogos («En una novela que pueda llamarse dialógica, recurro de nuevo a Coetzee, no existe conciencia central del autor y, por tanto, no se apela ni a la verdad ni a la autoridad, sino únicamente a las voces y a los discursos que rivalizan entre sí), la tela de araña que construye con precisión, atrapan al lector, ansioso por saber más, por conocer el desenlace de la historia, mientras disfruta de la arquitectura de una trama urdida con la sabiduría de un narrador de raza que conoce los riesgos de su oficio, lo que le permite sortearlos con encomiable habilidad. Quienes busquen en la lectura esa mezcla —por otra parte, tan difícil de lograr— que combina la precisión histórica con el entretenimiento, encontrarán en La teoría del vaso de agua, el mejor lugar para verificarlo.

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