LEÓN MOLINA. RUMOR DE ACEQUIA. COL. HAIKU. LA ISLA DE SILTOLÁ. 2018
La actividad poética de León Molina (Cuba, 1959), sobre todo de un tiempo a esta parte, resulta, cuando menos, apabullante por la cantidad y por la calidad. Dos géneros —el aforismo y el haiku— concentran casi en su totalidad sus intereses, hasta el punto de que ha editado una antología que lleva visos de convertirse en canónica, “Verdad y media. Antología de aforismos españoles del siglo XXI” (La Isla de Siltolá, 2017)y está antologado en “Un viejo estanque. Antología del haiku contemporáneo”, preparada por Susana Benet en 2014 para ediciones La Veleta. Tal dedicación no supone, sin embargo, una estricta supeditación formal a las reglas que impone la estrofa japonesa (el aforismo es más laxo en el aspecto formal). Antes al contrario, el dominio que demuestra León Molina le impulsa a ensayar nuevos ritmos (algo que, por otra parte, también hacen los haikines japoneses, que además han ampliado el abanico temático), a jugar con las formas que se combinan con una complicidad ejemplar, de hecho, en este libro, Rumor de acequia, los haikus alternan con poemas en prosa sin ninguna fricción.
El libro está divido en ocho secciones y, cada una de ellas, a su vez, posee dos partes. La primera está integrada por haikus y la segunda por poemas en prosa que, a ves, parecen escolios a los haikus. Por otra parte, los temas que abordan ambos géneros son los mismos, aunque, como es lógico, lo que en el haiku es un mero apunte, en el poema en prosa se desarrolla de manera más acorde a su estructura narrativa, con un resultado más demorado y descriptivo, quizá porque «Ver requiere la profundidad y fijeza de la mirada, pero requiere también dejar que la bruma dibuje los contornos de lo invisible». Veamos, por ejemplo, los distintos tratamientos de la luz. En un hiaku podemos leer: «Luz de verano. / Empapando su brocha / en el trigal» y en el poema en prosa titulado «El sol en los libros»: «A veces considero que esta íntima unión de la luz de las montañas y la penumbra rumorosa de los libros viene a repara una vieja herida de soledad de ambas»: Dos modos de aproximación no excluyentes, sino del todo complementarios. Esta especie de simetría la encontramos en todo el libro, hasta el punto de que en algunas ocasiones, bajo un mismo título podemos leer un haiku y un poema en prosa. Bien, como digo, este intercambio forman nace de la necesidad de León Molina de expandir el proceso de indagación de la realidad. Esa pinceladas impresionistas del haiku reflejan solo un instante efímero por naturaleza, sin embargo, en el poema en prosa la descripción se aviene mejor a un intervalo temporal de mayor amplitud. Los poemas «Arcilla gris» o «El molino viejo» son un ejemplo magnífico de lo que trato de decir: Una misma imagen provoca dos respuestas diferentes. Cuando el poeta trata de esencializar la visión, la reduce a tres versos de medida reglada (en ocasiones, se reducen a dos), por el contrario, cuando precisa abarcar dicha visión desde una óptica más amplia, el discurso se provee de referencias y el entorno, la piel y la pulpa, pasan a tener tanta importancia como el zumo a la hora de apresar la experiencia.
Por lo demás, la estrecha vinculación que Molina mantiene con la naturaleza provee a este de unos útiles sensoriales que para otro mortal pueden resultar contraproducentes o inaccesibles. De igual manera, gracias a esa vinculación, Molina es dueño de un lenguaje que mezcla la precisión con la emoción, lo alegórico con lo real. Sus poemas trasmiten ese grado tal de franqueza porque están escritos desde la connivencia más absoluta. León Molina vive en la naturaleza y vive la naturaleza. Pasear por el monte, cultivar el huerto, cuidar el jardín son distintas maneras de cuidarse a sí mismo; reconocer al joven nogal, identificar las diferentes clases de nubes, asistir a la llegada de los estorninos es también ser testigo de esa transformación que el paso del tiempo elabora en su propia existencia, porque «La belleza es esa otra cosa que somos cuando llovemos con el mundo, cuando fuimos lavados de nosotros mismos».