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Publicaciones de la categoría: Miscelánea

ANTONIO SORIANO SANTACRUZ. NUEVAS ESPECIES DE ÓXIDO

16 Miércoles Dic 2020

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ANTONIO SORIANO SANTACRUZ. NUEVAS ESPECIES DE ÓXIDO. BORIA EDICIONES.

Según nos informan Sara J. Trigueros y Carmen Juan, autoras del breve texto que precede a los poemas de Antonio Soriano Santacruz (Alicante, 1991), Nuevas especies de óxido es la primera obra del autor: «Cabe decir que, además de una primera obra, nos encontramos ante una obra iniciática. Poemario y poeta alimentan una tensión entre lo apolíneo y lo dionisiaco sin solución de continuidad», tensión que va en ascenso a medida que el libro avanza en cada una de sus tres secciones.

     Un poema prólogo nos pone sobre aviso de lo que vamos a encontrar en estos versos: la crónica de la lucha por tener una existencia plena, una lucha desgarrada, violenta, sin descanso por preservar la propia identidad, por no sucumbir a las presiones de una sociedad empeñada en extrañar al disidente: «Vivir. / Vivir es darse cuenta de que ninguna herida está cerrada». En «La herrumbre», la primera parte del libro, la herrumbre parece ser el resultado de las aspiraciones truncadas, la costra de óxido que carcome la esperanza: «Quisimos ser la raza del sol / y por eso ahora somos la de la sombra», escribe en un primer poema construido a base de repeticiones que refuerzan el mensaje y en el que sentimos el aliento de Neruda. El desencanto generacional da origen a un pesimismo ontológico: «¿Qué podemos hacer con nuestra patria marchita / con el cemento / con las falsas montañas / con los años setenta / el sol / la mafia / los cerdos / la muerte / alacranes desfilando y aire espeso?», lo que no resta lucidez a reflexiones como esta: «entender toda la historia del arte como una variación de la tensión y la distensión sexual», cercana a las teoría psicoanalíticas. En «Lo que parece. Periscopios», la segunda sección, la irrupción el yo como centro del universo se convierte en el leit motiv de los poemas. El eco de Whitman y su «Canto a mí mismo» se deja intuir en muchos de estos versos, porque el yo es, a la vez,  en medio de un nihilismo contagioso, la diana y la flecha del pulso poético: «Acomódate y mira el final de ti mismo / olvida mi locura / y cásate con ese o el otro o el otro / me da igual, pero sé feliz. / Y cuéntale a quien le interese / que una vez / como quien no tiene un perro enfermo / tú tuviste un loco que no hacía sombreros / pero que escribía cosas como esta / pero que nunca debió escribir / nada como esto o aquello. / Pues nada es lo que debió asumir». Tas un poma que hace las veces de bisagra, «Intermedio: Berlín, 1933», una fecha tristemente célebre, sobre todo en Alemania, el libro se cierra con la tercera sección «La huida. Quiebro» en la que hay una especie de ajuste de cuentas consigo mismo en el que el autor no sale bien parado: «He perdido / he dejado / mi cadáver tirado en las especies de óxido / que recubren / recubrirán / los caminos». Esta alusión al óxido confirma la idea inicial del libro. Como escribe las autoras del prólogo, la estructura de esta tercera parte «se revela circular y tripartita», aunque aquí la desenvoltura ética es más elocuente: «Sí al desnudo. / Sí a la idea penetrante y expansiva / de follarse a todo el mundo. / De sentirse nuevamente / dividido». Nuevas especies de óxido es una especie de conjuro contra una sociedad que desprecia, siguiendo a Machado, lo que ignora, que intenta neutralizar formas de ser y de estar discrepantes con lo establecido. Los versos de Antonio Soriano Santacruz son declarativos, explícitos en grado sumo y de una contundencia encomiable, pero quizá sería conveniente mitigar esa escritura tan torrencial para dejar en manos del lector algunas posible interpretaciones.

ISABEL FERNÁNDEZ BERNALDO DE QUIRÓS. EL AIRE QUE ROMPE LA NIEBLA

28 Lunes Sep 2020

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ISABEL FERNÁNDEZ BERNALDO DE QUIRÓS. EL AIRE QUE ROMPE LA NIEBLA. EDICIONES VITRUVIO

Ediciones Vitruvio, la editorial que publica el nuevo libro de Isabel Fernández Bernaldo de Quirós (Mieres, 1947), El aire que rompe la niebla —y que ha publicado sus anteriores títulos: Al son de las marcas (2014), Luz velada (2015, Las farolas caminan la calle (2017) y La senda hacia lo diáfano (2018)— lleva décadas editando poesía, y lo hace manteniendo una fidelidad a sus coordenadas estéticas digna de elogio, más aún con las complicaciones añadidas en los últimos tiempos.

     Isabel Fernández es una poeta que ha comenzado a publicar relativamente tarde, si nos atenemos a lo que dictan las modas actuales, tal vez porque las obligaciones que le imponía su profesión (un caso similar es el de María Luz Quiroga, con quien, además, compartió ocupación docente) no le permitieron explorar con la debida serenidad las exigentes servidumbres de la escritura. Pero, como ocurre con frecuencia, este aparente perjuicio, posee también varias, y no menores, bondades. La primera de ellas hace referencia a la acumulación de experiencias tanto vitales como culturales, haciendo hincapié en estas últimas, sobre todo en el bagaje libresco, y no solo literario, que los años proveen y que la escritura, de forma involuntaria, absorbe. La segunda tiene más que ver con la propia manera de entender la escritura y, por ende, la publicación. Las prisas, comprensibles, que acucian a los jóvenes por ver publicado su primer libro no surten aquí efecto. Una tercera ventaja, que guarda relación directa con la anterior, es la de escribir ajena a las modas y solo guiada por la necesidad, una necesidad que lleva a nuestra autora a extremar el cuidado en la selección de los poemas («Elimino un poema / y otro / y otro…»), para dar a la imprenta un libro representativo de su quehacer (por supuesto, la publicación tardía no lleva implícito que no se haya frecuentado la escritura durante años) un libro homogéneo y unitario, aunque, como en este caso, haya pequeñas divisiones marcadas por sendas citas, divisiones más de carácter formal que argumental.

     La propia experiencia del amor se vive de forma distinta con el paso de los años, sin la desesperación del joven amante atormentado por la ausencia, y sí con la melancolía que provoca el apaciguar esa emoción, a veces un tanto desbocada como reflejan estos versos: «… y paladeo, / serenamente, el amor / con que te he amado». Este amor sosegado y fértil, un amor conyugal y fecundo, lejos de la pasión adolescente o de la exaltación del amor clandestino —poéticamente muy fructíferos— posee diferencias de grado que se proyectan en la experiencia del personaje que las condensa en la escritura, personaje del que solo podeos intuir si comparte atributos con la autora o no, aunque esto carezca por completo de relevancia a la hora de leer los poemas: «Somos, después de tantos años compartidos, dos confidentes solitarios / que intentan descifrar / el genoma que sustenta el amor / y la naturaleza química / de la mirada que no necesita mentir». El epígrafe de Pedro Salinas que encabeza esta sección explica la perspectiva temporal desde la que se han escrito los poemas. En la segunda parte —recordemos que “El aire que rompe la niebla” no posee divisiones propiamente dichas—, el tema que vertebra los versos es la vuelta a la infancia El recuerdo se cristaliza en versos medidos, pausados, proclives a la meditación: «Mieres es carbón en mis ojos. / Soy una niña» que más que nostalgia, trasmiten cierta desolación. Sin embargo, el tono general no es ese. Isabel Fernández Bernaldo de Quirós rememora aquellos años sin acritud, pero no mitifica la infancia: «Los árboles de la alameda / por la que transita la vida / se niegan a perder / las hojas de la memoria». Y es que la memoria es selectiva y conviene ejercitarla para que no eche en el olvido el sufrimiento o la angustia, no en vano estas forman parte, en similar medida, que la alegría o el placer, aunque —dicen— la asunción del dolor forja la identidad, endurece el carácter (y ya sabemos que carácter es destino). En el poema titulado «Decepción», por ejemplo, que finaliza con estos versos: «Quejidos que claman comprensión / ante una amistad que calla / lo que fuimos / lo que somos / lo que ya nunca / seremos. // Triste final / tejido a la sombra de mi inocencia», la amargura y la sensación de derrota que prevalece sobre los momentos de exaltación, pero, por fortuna, no siempre es así («Resiste aunque vacile tu voz. / Aunque tu conciencia no sea. / Resiste»), pese al creciente escepticismo existencial, porque que uno toma conciencia de quien es: «Reconocerse / es pensarse / y mirarse / y sentirse / nada / en el silencio amargo / de la voz huida. // y fingir que no duele». Paradójicamente, el paso del tiempo no se vive en estos poemas con especial dramatismo, aunque no se pueda ignorar, ni con el auxilio —precario, es cierto— de las palabras, su efecto, como vemos en estos versos que pueden resumir el motivo central de este libro templado con el fuego de esa emoción recordad en la tranquilidad:  «El tiempo es… […] Preludio y fin. / Lamento de la consciencia».

* Reseña publicad en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 25/09/2020

MARTÍN ESPADA. ROBARÍA UN COCHE PARA TI

24 Lunes Ago 2020

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MARTÍN ESPADA

MARTÍN ESPADA

ROBARÍA UN COCHE PARA TI

Papo robó un coche para no llegar tarde a la escuela, la primera campana

y el último capítulo del libro que aprendiste en la clase de inglés.

Quería saber cómo terminaría la historia. Su historia terminó

esposado y en la cárcel, su estrella de oro por el récord de asitencia

revocada.

Yo robaría un coche para ti, incluso aunque las llaves ya no

colgaran de la puesta en marcha como lo hicieron el año en el que nací.

Nunca he robado un coche, aunque confieso que soy un vándalo,

arranque el adorno del capó de un Mercedes para improvisar

una hebilla para el cinturón. Mis pantalones se me bajaron de todos modos,

dejándome

con las rodillas despellejadas, una boca expectorando obscenidades

y una historia para contar. Mis pantalones todavía se me caen a día de hoy

y tú te ríes hasta que tu cara se vuelve del color rosado de los globos de

cumpleaños

así que lo hago de nuevo, como un payaso de rodeo intentando rescatar

al vaquero de los cuernos del toro que montaba.

Puede que tenga sesenta y dos años, pero desearía poder robar un coche

para ti.

Harías girar las ruedas y aparcarías en paralelo, con elegancia,

como un patinador sobre hielo deslizándose hacia atrás en forma de ocho.

Tendría una historia que contar, no una historia donde interpreto

todos los papeles con todas las voces, solo para cerciorarme de que

has escuchado esta historia una docena de veces antes. Yo robaría

un coche para escuchar tus historias, la historia del chico

que robó un coche para no llegar tarde a la escuela.

He escuchado la historia muchas veces antes, pero cuéntame

de nuevo la primera vez que nos sentamos juntos y sabías

que todos los cantantes melódicos de todas las baladas en las radios

de todos los coches nunca podrían encontrar las palabras para cantar esta historia:

Sentí que mi sangre se estrenecía, dijiste. Cuéntame otra vez cómo

con tu mano me ofreciste una bolsa de almendras crudas

y mis dedos se metieron en la bolsa. Cuéntame una y otra vez

cómo bailamos lentamente en el aparcamiento

al son de un cantante de baladas cubano que sonaba en la radio del coche.

Versión de Carlos Alcorta

Blog, 24/08/2020

MIGUEL RUIZ MARTÍNEZ. EL CORAZÓN DEL CLAROSCURO. POESÍA REUNIDA.

14 Viernes Ago 2020

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MIGUEL RUIZ MARTÍNEZ. EL CORAZÓN DEL CLAROSCURO. POESÍA REUNIDA. FUNDACIÓN CULTURAL MIGUEL HERNÁNDEZ. AYUNTAMIENTO DE REDOVÁN.

Manuel Ruiz Martínez (1957-2009) murió prematuramente, pero dejó una obra razonablemente extensa, cuatro libros publicados más dos inéditos, todos ellos recogidos en este volumen: Llora el velo mortal (1986), Ladera de tu hondo (1991), Prosas finas (1996), En tu punta lugar (1997) y los quedaron inéditos en el momento de su fallecimiento, Boria de la heredad y La peña en que me amparo, ambos publicados póstumamente de forma conjunta en una edición muy minoritaria en 2018. Ada Soriano, José Manuel Ramón, José María Piñeiro y, especialmente José Luis Zerón Huguet, que se encarga del estudio introductorio, amigos todos ellos del autor, han trabajado duro para hacer posible la edición de estas poesías completas (quedan fuera algunos poemas publicados en revistas, pero dentro del corpus, no deja de ser algo de importancia menor).

     Zerón Huguet comienza su escrito aludiendo a las circunstancias que le pusieron en contacto con la poesía de Miguel Ruiz Martínez y la amistad posterior que se fue fraguando desde el momento en el que se conocieron personalmente: «Miguel mantenía fuertes convicciones y un animoso entusiasmo a pesar de sus inseguridades, de sus urgencias interiores, de su continua lucha con e lenguaje y con el alcohol».

Como ocurre por lo general con todo primer libro, este suele estar lleno de tanteos, de búsquedas, de influencias aún no absorbidas del todo. Llora el velo mortal muestra una alternancia entre la influencia de lo irracional y de la tradición de origen romántico, como en estos versos: «Su rosa ensangrentada / va emocionando ya las claridades / de los astros que aguardan / envolverla en sus cristales / de fuego congelado, / de corazón de blanca carne, / de música invisible…». El cuerpo se erige además como escenario de la confrontación entre ser y tiempo, entre el mundo físico y el mundo espiritual, el cuerpo es la conjunción de belleza y verdad, en una clara alusión a Keats. Hay en estos poemas una descripción pormenorizada de los paisajes familiares que estarán presentes en toda la poesía de Ruiz Martínez, una visión del amor —del desamor, podríamos decir— casi trágica, desencantada y un postura ante la existencia como un conflicto permanente entre el yo y la realidad: «Quiero olvidar el miedo a olvidarte. / Quédate ya detrás de mí; / el corazón del sueño en el que andamos / ya únicamente puede romperse en realidad»

Su segundo libro, Ladera de tu hondo, es, en palabras de Zerón Huguet, «una profunda meditación lírica sobre el alma y la muerte». De hecho, el extenso poema inicial escrito en su mayor parte en alejandrinos —«pero violentando la sintaxis y aportando un aquelarre semántico donde las palabras se acoplan, se retuercen y se desnudan, sin renunciar a su deber de eficacia», escribe Zerón Huget— es una meditación sobre el cementerio en el que el conflicto con la realidad antes aludido sigue presente: «la realidad se difumina / de tanto presenciarse / y de tanto adentrarse en su no parecerse».

Prosas finas, su siguiente entrega, paradójicamente, está escrito en verso (solo la dedicatoria está en prosa). Hay, incluso, dos estrictos sonetos, el primero y el último de los catorce poemas que integran el libro. En tu punta de lugar, el último de los libros publicados en vida del autor, «reforzó —según el prologuista— la poética de afirmación de la vida en la propia tierra desde la que canta el poeta […] El paisaje, tan real y reconocible, al mismo tiempo se nos aparece sugestivo, misterioso, transformado en un sujeto extraordinario».
El volumen, como decíamos, se completa con los dos títulos que quedaron inéditos cuando falleció el autor víctima del cáncer, el 16 de marzo de 2009, títulos que al autor del estudio, pese al conocimiento exhaustivo de la obra y de las circunstancias vitales del poeta, le resulta imposible fechar, pero esto no posee una importancia relevante. No hay en ellos una fractura que permita especular sobre una nuevo rumbo en su poesía, por el contrario, «se repiten la formas y contenidos que caracterizan su poética: el sentimiento de orfandad y el diálogo con los seres queridos que se le han ido; la sensualidad cosida a las ruinas del edén perdido; el sentimiento de culpa por las tumultuosas recaídas en la bebida, el itinerario poético en el paisaje real…». El último poema del volumen es un ejemplo perfecto de esa incertidumbre vital que gobernó la vida de Miguel Ruiz Martínez: «No quiero ser pero quiero ser / no tengo miedo pero tengo miedo / de que mi sueño sea tu decidirte / vencida opacidad de mi pulso / por una sed de nubes enterradas amerando / el reseco fluir de las grietas de los grillos / conciencia de mi exhumación en mi deterioro de tu alba / suprasensible carne de las estrellas amando en tu silencio». Como se ve, estamos ante una poesía de carácter visionario que tiende a una especie de misticismo lingüístico —el autor habló en su momento de «retoricismo rupturista»— y que, probablemente, se hubiera decantado en un futuro ya imposible por esa contención verbal tan necesaria para pulir el discurso, para fidelizarlo al pensamiento.

*Reseña publicada en Sotileza, suplemento cultural de El Diario Montañés. 14/08/2020

JAMAICA BALDWIN. HOGAR

02 Domingo Ago 2020

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JAMAICA BALDWIN

 

JAMAICA BALDWIN

HOGAR

Es solo octubre y ya

está nevando. Miro la nieve

cambiar de dirección con el viento.

Izquierda. Después a la derecha, como si buscara algo,

como yo había estado buscando desde

que vine a este lugar del interior, un cuerpo

de agua, desorientada como estoy

por la multitud de caminos.

Fui criada con algas y agua salada,

criada para hundir mis dedos morenos en

la arena mojada, represando cada

delicado cangrejo de río con arena. Por supuesto,

 

se levantarían retorciendo en el aire

sus exoesqueletos blancos hacia mí, esas

criaturas que me enseñaron a excavar,

a retraer mis apéndices cuando me amenazan

y convertirlos en una concha. Me enseñaron a inmovilizar

mi cuerpo de niña para dejar que el agua encharcara

mis piernas grisáceas. Claro, solo después de que dejé

de correr por la orilla del agua. Entonces

comprendí que las olas no

continuarían su persecución —que alguna

madre tenía su mano en el cuello del océano

también—¿fui capaz de relajarme con la mía?

 

Nosotras dos, madre e hija,

descansando juntas nuestro moreno y nuestro blanco

bajo un sol como corteza de eucalipto, multi-

coloreada y anegada por el mar.

Estaba fascinada por cómo estaba dispuesta

su piel a abandonarla. Podría hacer un juego

de eso. Pelando capas muertas de su

cuerpo en las piezas más grandes que pude manipular.

Ella se reiría, encogería sus hombros desasiéndose

de mis dedos curiosos, ¿por qué no vas

a atrapar cangrejos en la arena o a construir un castillo o a hacer algo?

Pero lo que importaba era su cercanía

mientras me sentaba fisgoneando en la fortaleza de su cuerpo

una capa translúcida cada vez.

 

Versión de Carlos Alcorta

OCTAVIO PAZ, TRADUCTOR

19 Domingo Abr 2020

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OCT. TRADUCTOR

OCTAVIO PAZ, TRADUCTOR

Tal día como hoy,  19 de abril, en 1998, fallecía en su domicilio de Coyoacán, el premio Nobel mexicano Octavio Paz. Conmemoramos ahora, por tanto, el vigésimo aniversario y para ello queremos recordar una de sus facetas menos difundida, la de traductor. En el ensayo «Traducción: literatura y literalidad», escrito en Cambridge en 1970, Octavio Paz afirma que «por una parte, la traducción suprime las diferencias entre una lengua y otra; por la otra, las revela más plenamente». Cualquiera que se haya enfrentado al acto de traducir un texto, reconocerá la veracidad que encierra esta aparente paradoja, y es que, como continúa diciendo Paz, «Ningún texto es enteramente original porque el lenguaje mismo, en su esencia, es ya una traducción», pero Paz, más amigo de no dejar cabos sueltos y buscar todas los métodos posibles para investigar sobre un hecho determinado que de las afirmaciones categóricas, no duda en darle la vuelta a la tortilla y, a la primera de cambio, afirma lo contrario: «Cada traducción es, hasta cierto punto, una invención y así constituye un texto único». Ambas postulados no se contradicen, son verdad tanto uno como su contrario. Una vez que el asunto de la originalidad parece estar definido, cabe preguntarse cómo entendía Octavio Paz el hecho de traducir, sí como una reproducción literal del texto del que parte o como una reinterpretación que busca, por encima de la literalidad, otorgar al nuevo texto un sentido similar al texto de partida. Son suficientemente clarificadoras la respecto estas palabras: «La traducción implica una transformación del original. Esta transformación no es ni puede ser sino literaria porque todas las traducciones son operaciones que se sirven de dos modos de expresión a que, según Roman Jakobson, se reducen los procedimientos literarios: la metonimia y la metáfora». Esta transfiguración no opera, sin embargo, de igual manera en un texto informativo que en un texto literario, más si cabe cuando hablamos de poesía, género en que las ambigüedades están, por así decirlo, a flor de piel. De hecho, muchos teóricos han escrito sobre la manifiesta imposibilidad de dicho propósito. Paz, y muchos pensamos como él, disiente razonadamente al expresar el convencimiento de que la esencia del sentido en la lengua original sí que es susceptible de ser plasmado en la lengua de destino, aunque las palabras empleadas no sean escrupulosamente fieles al significado precedente: «Los sentidos del poema —escribe Paz— son múltiples y cambiantes: las palabras del mismo poemas son únicas e insustituibles. Cambiarlas sería destruir el poema. La poesía, sin cesar de ser lenguaje, es un más allá del lenguaje». El lector puede sentirse desorientado porque estas palabras de Paz refutan con vigor lo que afirmado un instante antes, sin embargo, como es habitual en el Nobel mexicano, a partir de esa aparente contradicción, construye su análisis, porque, matiza, «El punto de partida del traductor no es el lenguaje en movimiento, materia prima del poeta, sino el lenguaje fijo del poema . […] Su operación es inversa a la del poeta: no se trata de construir con signos móviles un texto inamovible, sino [de] desmontar los elementos de ese texto, poner de nuevo en circulación los signos y devolverlos al lenguaje». Borges, con su agudeza no exenta de ironía, llegó a a decir que el original era infiel a la traducción. Pero quien dijo que «La misión del traductor es rescatar ese lenguaje puro confinado en el idioma extranjero para el idioma propio, y liberar el lenguaje preso en la obra al nacer la adaptación» fue Walter Benjamin, y el francés Yves Bonnefoy, no sin menos argumentos que Paz, afirma que «la traducción de poesía es poesía en sí», lo que no le impide responder de forma tajante a la pregunta de si se puede traducir poesía: «Se puede traducir un poema, no. Se encuentran allí demasiadas contradicciones que no se pueden resolver, deben hacerse demasiados desistimientos». Casi en la misma línea, el poeta Robert Frost, decía que poesía es «lo que se pierde en la traducción» y Jakobson, citado más arriba, afirmaba que traducir poesía era imposible. Pero la definición que preferimos, porque se acoge mejora nuestra idea, es esta del poeta francés Paul Valéry: «Traducir es producir con medios diferentes efectos análogos».

     Si damos por buena la tesis de Valéry, nos podemos hacer la siguiente pregunta: ¿están los poetas mejor capacitados para traducir un poema? Las respuestas, como no podía ser de otra forma, no son muy dispares. Paz mismo alberga ciertas dudas que le hacen decir que «pocas veces los poetas son buenos traductores. No lo son porque casi siempre usan el poema ajeno como un punto de partida para escribir su poema» —algo que, por otra parte, hizo él mismo—. Sin embargo, poco rectificó y escribió lo siguiente: «El buen traductor de poesía es un traductor que, además, es un poeta…; o un poeta que además, es un buen traductor». Jordi Doce, uno de nuestros traductores de poesía mejor considerados, defiende la pertinencia de la traducción con estas palabras que tomamos a modo de resumen: «Si aceptamos que la poesía es una forma de energía verbal y que la energía, como nos enseñaron en la escuela, no se crea ni se destruye, solo se transforma, entonces quizá podríamos definir al traductor como aquel que fija o establece las condiciones más propicias para esa transformación».

     Octavio Paz reunió en Versiones y revisiones, un volumen de casi setecientas páginas publicado por Galaxia Gutemberg en el año 2000, la totalidad de sus traducciones, «un trabajo disperso pero continuo» en edición bilingüe. Los intereses de Paz eran tan amplios que abarcan lenguas tan dispares como el inglés o el chino, el portugués o el japonés, el sánscrito o el sueco. No puede extrañar, sin embargo, que sean autores en lengua francesa e inglesa los mas frecuentados; así, en la primera de estas lenguas, Nerval, Cocteau, Apollinaire o Reverdy ocupan la mayoría de las páginas, mientras que en inglés son William Carlos Williams o Charles Tomlinson. No obstante, el poeta al que dedica mayor intención es Fernando Pessoa a través de algunos de sus heterónimos, como Alberto Caeiro, Ricardo Reis o Álvaro Campos. Su pasión por la poesía oriental, tanto de la India, como de la China o el Japón se ve reflejada en multitud de autores, traducidos generalmente a partir de transcripciones fónicas y con la colaboración de especialistas en las distintas lenguas. En palabras de Paz, estas traducciones «Fueron, casi siempre, una diversión o, más exactamente, una recreación. El punto de partida fuero poema en otras lenguas; el de llegada, la tentativa de escribir, con ellos, poemas en la mía».

*Artículo completo a partir del texto que se publicó en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 17 de abril de 2020. La fotografía es del fotógrafo argentino afincado en Cantabria  Pepe Lamarca.

JUAN MALPARTIDA. OCTAVIO PAZ. UN CAMINO DE CONVERGENCIAS.*

17 Viernes Abr 2020

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JUAN MALPARTIDAJUAN MAL.

JUAN MALPARTIDA. OCTAVIO PAZ. UN CAMINO DE CONVERGENCIAS. FÓRCOLA EDICIONES

No es fácil aportar nuevos datos sobre la vida de Octavio Paz (1914-1998), descrita pormenorizadamente en sucesivas biografías y testimonios de personas que lo conocieron y compartieron con él algún periodo de su vida. Cabe hacer mención al respecto a la importante labor de Guillermo Sheridan, inmerso en un proyecto colosal, el de escribir una tetralogía sobre la vida del Nobel mexicano, del que ya ha publicado tres títulos, “Poeta con paisaje”, “Habitación con retratos” y “Los idilios salvajes”. No cabe duda de que tan magno planteamiento dejará pocas grietas para futuras investigaciones y, por ende, de que ninguna de ellas se podrá emprender sin una consulta previa a este compendio documental. Si la vida del poeta, como decimos, no admite ya demasiadas especulaciones, su obra, sin embargo, sigue estando más que viva que nunca y son incesantes los estudios que se hacen sobre ella, tanto en su vertiente ensayística como en la poética. Las perspectivas desde las que parten dichos trabajos no pueden reducirse a un determinado punto de vista, porque eso significaría reducir la figura de Octavio Paz, quien siempre apostó por lo que Antonio Machado llamó «la esencial heterogeneidad del ser», a una univocidad redundante y castradora. Juan Malpartida (Málaga, 1956), ensayista —“Margen interno. Ensayos y convergencias” (2017) y “Antonio Machado. Vida y pensamiento de un poeta” (2018), son los estudios que han precedido a “Octavio Paz. Un camino de convergencias”—, traductor, crítico, autor de diarios y excelente poeta —este mismo año ha publicado “Río que vuelve”— ha recopilado en este volumen una serie de artículos sobre Octavio Paz que publicó entre 1992 y 2014, debidamente revisados, en los que aporta una mirada particular cargada de sugerentes interpretaciones que a este comentarista, lector de Paz desde que comenzó a escribir poesía, le han permitido comprender con mayor amplitud el pensamiento poético del admirado escritor. Aunque ordenada al final del volumen, el libro incluye una entrevista que Malpartida realizó a Paz en 1988 para la revista “El Urogallo” y que, a mi modo de ver, hubiera sido conveniente —las opiniones del propio Paz hubieran sido un buen preámbulo de lo que Malpartida nos ofrece posteriormente— situarlo al principio de esta biografía intelectual —la biografía de los poetas está en sus poemas, escribió en su ensayo sobre Pessoa, algo que pensaba sobre sí mismo— divida en nueve capítulos, solventemente encadenados gracias a unas ideas motriz que se van repitiendo con distintos enfoques. En «La persona y el mundo», Malpartida realiza un breve recorrido por la vida del poeta —«Paz ha sido, sobre todo, un poeta: uno de los poetas fundamentales del siglo XX»—, pero no lo reduce a lo anecdótico, por el contrario, le sirve de base para desmenuzar la evolución de su carácter —«Paz era exigente. Hablaba pausado y se interesaba por la vida y las obras de los demás», escribe— y de sus reflexiones, sustentadas en la libertad de pensamiento, en la crítica a todo movimiento, ya sea político o religioso —Paz no era creyente—, que coarte la libertad individual. su independencia ideológica, como sabemos, le puso en el centro de numerosas controversias, en su país y fuera de él: «Siendo un hombre que se negó a todo jesuitismo ideológico, que quiso mirar de frente y decir lo que veía y pensaba, se vio insultado o negado de manera más o menos frecuente hasta el final de sus días». Pero ¿cuáles son los fundamentos sobre los que gravitan la obra de Paz? Malpartida los desgrana en los sucesivos capítulos, pero debemos resumirlos en unas líneas: Paz, a nuestro entender, era lo que podríamos llamar, con todas las precauciones, un poeta metafísico que veía en el cuerpo la imagen del mundo en rotación, un mundo que se construye a través del tiempo y de la historia, «El cuerpo —dice Malpartida— siempre está en el ahora, pero el hombre no siempre vive en el presente o tiene presente el cuerpo y, con él, sus sentidos». En libros como “El arco y la lira”, uno de los ensayos poéticos más importantes del siglo pasado, Paz hace una cata desde el Romanticismo para analizar los vínculos que le entroncan con la modernidad, plagado de referencias literarias y filosóficas; es una «sabia combinación de conceptos y descripciones alimentados por la frecuentación vívida de la poesía», conceptos que podemos vislumbrar tanto en su poesía como en sus ensayos, tales como la otredad, «el descubrimiento del tú», la alteridad, la impotencia del lenguaje (la influencia de Mallarmé es notoria, como lo es, en el aspecto físico del amor, en el erotismo —del que hace un novedoso análisis en “La llama doble”—, la de André Breton), para expresar la totalidad de la experiencia, la importancia de la textura de la palabra, su corporeidad y la posibilidad, inherente en ella, de suscitar analogías, «unir esto y aquello, lo visible y lo invisible suscitando realidades inéditas», la concepción del tiempo y del hombre como ser histórico. Nada mejor que las palabras del propio Paz para certificarlo:«lo que caracteriza mi poesía es esta noción profunda del tiempo. y ese tiempo mío, individual, es también un tiempo histórico que se resuelve finalmente en algo que no es histórico: la poesía».

* Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 17/04/2020

ROSA ALCALÁ. BUENOS MODALES

11 Domingo Ago 2019

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Rosa Alcalá. Buenos modales

 

Mi madre apaga la luz de la cocina

antes de mirar por la ventana

 

y medio escondida detrás de la cortina que forma

el manzano verde hace su inventario nocturno

 

del vecindario. La novia de aquel

que nos pidió pan la semana pasada

 

pasa a recoger el cheque. El padre de una de las chicas

deposita una bolsa de comestibles en el porche y

 

se aleja en el coche. Un arañazo y un golpe significan

que el borracho que vive encima está en casa. Cada vivienda multifamiliar

 

tiene uno. En la nuestra tenemos

dos. En mi cuarto me arrodillo delante de mi cama

 

a escribir poemas y en el ático mi madre

espera que mi padre (que previamente arrojó una sierra metálica

 

a mi hermano) caiga en la trampa del sueño.

Entonces ella volverá a ocuparse del disfraz

 

y a coser toda la noche. Otra variante

de bailarina española. Esto es lo que nos distingue

 

de nuestros vecinos, se dice a sí misma. Trabajamos duro

para mantenerla unida. Sumergido en lavanda escucho pájaros

 

riñéndome desde un arbusto de salvia: no son los ochenta, tus padres

están muertos, es mediodía. Deja que la familia se disgregue, deja

 

que los vecinos miran. ¿Para ver el sofá raído? Pregunto

aterrado. ¿Las cáscaras de huevo en el suelo?

 

Versión de Carlos Alcorta

LI-YOUNG LEE. EL DESNUDO.*

06 Martes Ago 2019

Posted by carlosalcorta in Miscelánea

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LI-YOUNG LEE. EL DESNUDO. EDICIÓN BILINGÜE. TRADUCIÓN DE SARA CANTÚ PÉREZ SALAZAR. VASO ROTO EDITORIAL.

Mi primer contacto con la poesía de Li-Young Lee, poeta de origen chino nacido en Yakarta (Indonesia) en 1957, tuvo lugar gracias a la publicación de Mirada adentro en esta misma editorial en 2012, traducido por Enrique Servín. Algunas de los temas de ese libro, como el exiio, la desubicación espacial, los desastres de la guerra o la relación con su familia siguen presentes en El desnudo, su quinto título, que fue publicado en su idioma original, el inglés, el pasado año y ahora podemos leerlo en español gracias a la traducción de Sara Cantú Pérez de Salazar.

Li-Young Lee conoció muy pronto, de primera mano, las consecuencias de la pérdida y del exilio. Su bisabuelo fue el primer presidente republicano de China y su padre, un cristiano profundamente religioso, fue médico del líder comunista Mao Tse-Tung. Después del establecimiento de la República Popular China en 1949, los padres de Lee escaparon a Indonesia. En 1959 su padre, después de pasar un año como preso político en las cárceles del presidente Sukarno, huyó de Indonesia con su familia para escapar del sentimiento anti chino. Después de un viaje de cinco años por Hong Kong, Macao y Japón, se establecieron en los Estados Unidos en 1964.

Su obra poética consta de otros cuatro libros de poesía y todos ellos han recibido elogios por parte de la crítica: Rose (BOA, 1986), ganador del Delmore Schwartz Memorial Award de la Universidad de Nueva York; La ciudad en la que te amo (BOA, 1991), una antología de poesía Lamont de 1990; Book of My Nights (Ediciones BOA, 2001) y Behind My Eyes (WW Norton, 2008). Ha publicado además un libro de memorias tituladao The Winged Seed: A Remembrance (Simon y Schuster, 1995), que recibió un American Book Award de la Fundación Before Columbus.

El desnudo está integrado por cuatro secciones, siendo la que da título al conjunto, un largo poema de más de cuatrocientos versos que comienzan con la palabra «Escucha», palabra que incita a pensar más que a una orden, en algún tipo de ruego, porque, en realidad, se trata del inicio de una conversación o, mejor, del intento de mantener una conversación, pues uno de los interlocutores se muestra reticente a tomárselo en serio y desvía su atención con insinuaciones y actos de carácter sexual: «Desabrocho el botón superior de su blusa / y mordisqeuo su cuello con más besos. // Continúa, le digo, estoy escuchando. / Más te vale, dice ella, / serás examinado». Más que de intercambios verbales, somos testigos de un intercambio físico de carácter erótico que enmascara una relación de amor. El moroso proceso del desnudamiento —un símbolo del depojamiento identitario que ha sufrido el poeta— («Mientras tanto, batallo / con el nudo de su falda, sus dedos / frustrando mi progreso, / en tanto ella continúa repsasndo los puntos inciertos») se desarrolla de forma paralela a una indagación ontológica («Uno es uno, dice ella. / Lo desnudo reluce desnudo.») y metapoética («Una palabra tiene muchas vidas. / Presa, la palabra es juego, impronunciable»). El desnudamiento es tanto físico —el lenguaje que lo describe es sensual y cotidiano, conversacional— como espiritual —el lenguaje, en este caso, resulta mas esmerasdo y simbólico porque busca la comunión entre alma y cuerpo—. «Hablamos con nuestras voces, / y hablamos con nuestros cuerpos», dice la amada a un amante circunspecto poco amigo de teleologías. Sin embargo, el vuelo de este largo poema nos lleva a establecer analogías mas atrevidas. Basta para ello con remontasre a san Juan para ver que amante y amado categorizan dos posturas vitales casi contrapuestas, la del orador y la del creador, la del ser y la del universo, un universo que exige ser adorado, ser cantado: «El canto / es origen. Fuera de ese temblor modulado, cósmico / y arraigado en lo primoridal, cuántico y oculto / en lo temporal, todas las formas llegan a aser», de la misma forma que el Creador, Dios, demanda nuestra fe absoluta. Dios está presente en toda la acción del libro. El Dios presentado es, como ocurre en nuestro Juan de la Cruz, tanto un testigo como una de las más altas expresiones de amor: «Así que todo es una forma de Cosmos o Dios. Se siente como algo más grande que yo, algo que no puedo comprender, pero estoy incrustado en él», afirma Li-Young Lee en una entrevista reciente. Mas que un poema, «El desnudo», parece una meditación mística, una salmodia con ecos bíblicos en la que palabra, cuerpo y mundo son esferas de un cococimiento superior que se trata de alcanzar gracias al trampolín del amor: «Pero estoy pensando, / Mis manos saben cosas que mi sojos no puede ver, / Mis ojos ven cosas que mis manos no pueden sostener». La vía del conocimiento está más cerca de la intuición que de la razón, más próxima a lo visionario que a lo verificable puesto que en estos poemas existe una religación crucial entre consciencia e incosciencia, entre lo público y lo privado.

Otras tres partes integran el volumen. Ninguna de ellas posee título y todas están integradas por poemas de muy diferente propósito, aunque la última ofrece ciertas particularidades que luego veremos. Así, en la primera de estas secciones, predomina una idea del amor como salvación, como renacimiento personal y como cauterio ante la violencia de la vida cotidiana. Las relaciones con el largo poema inicial resultan evidenets, como comprobamos en la estrofa final del poema «Adorar»: «Este desperdigar y aglomerar / del rostro del Amor, de la mirada del Amor, y solo esto, / iniciado en el público de la muerte, es la acción / fundadora, llámalo el paraíso / fundamental… ¿dije el paraíso? / Quise decir paradoja… la paradoja fundamental / de las respiraciones que respiramos, / los pensamientos que presenciamos, / los besos que intercambiamos, / y cada poema que escribes». Li-Ypung Lee explora la condición humana a través de las relaciones amorosas entre los amantes, pero no renuncia a integrar —sucede en muchos poemas de la tercera sección—, como método para analizar la sociedad en la que vive, acontecimientos de su turbulento pasado, historias íntimas, familiares —la pastilla de jabón que su madre le pasa a su padre de tapadillo en la cárcel, la hermana que no acaba de alcanzar la otra orilla del río en el poema «Nuestra parte secreta»— que que han determiando su vida, un largo peregrinaje por países y continentes, porque, como ha declarado en alguna ocasión, mediante la poesía tarta de respodner a preguntas tales como «¿Qué estoy haciendo aquí, qué estamos haciendo aquí? ¿Cuál es la naturaleza del deseo y cuál es la naturaleza del amor? ¿Toda la cultura humana está suscrita por la violencia? […] ¿Cómo podemos continuar participando en la cultura cuando toda la cultura está respaldada por la violencia y la guerra y la expulsión y el asesinato?». Quizá la conclusion, la respuesta a todas esas preguntas se encuentre en un poema como el titulado «El amor victorioso», un emotivo homenaje a su padre en el que encontramos la raíz más profunda de la identidad de Li-Young Lee, el momento en el que toma concienci ade sí mismo.

La última parte esta integrada por dos poemas, uno breve y otro muy largo, de mayor extension, incluso, que «El desnudo»: «Intercambiando lugares en el incendio», y que muy bien puede servir de contrapeso, porque si en el primero se establecía una conversación entre el amante y la amada (lo que no es obstáculo para que en este poema final se reanude el diálogo, como delatan estos versos: «El cuerpo de la amada / es la verdadera patria del amante, dice ella»), de una forma, si queremos, idílica, en este ultimo, el poeta es objeto de reprobación al vivir alejado de la realidad y mantenerse distante de los terribles aconteciminetos que suceden a su alrededor, violaciones de mujeres, linchamientos públicos, disturbios o decapitaciones —la function de la memoria familiar es primordial, pues la mayoría de estos hechos el poeta los conoce solo a través de las palabras de los otros—: «¿Te haces llamar poeta? ¡Tú, … /dócil rematador de manchas miserables! / […] ¡Simulas poesía / y destruyes la imaginación! / ¡Tus palabras desconciertan, engañan y confunden! / Tu imitas La Palabra hecha carne / ¡con palabras hechas palabras / para multiplicar más palabras y palabras sobre tus palabras!» Palabras —« En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios»—, las palabras son el eje central, fuente de sabiduría pero también, en una dicotomía que enfrenta al placer con el dolor y que, posiblemenete, tenga su origen en el ángel terrible de Rilke, «La Palabra alberga nuestra respiarción, nuestra vida, el espacio / de nuestro sueños y nuestrospensamientos, / nuestra quietud y nuestro movimiento. Y el presente emergente / es uno de sus cuerpos».

La poesía de Li-Young Lee es reveladora y reflexiva, reveladora porque no teme valerse de los recuerdos, propios y ajenos, para conocerse y para enfrentarse al futuro, y lo hace, sin embargo, sin asomo de egolatría, es más, da voz a distintos familiares y son estos los que le ayudan, gracias a la rememoración colectiva, a saber quién es, tal vez por eso, sus versos está plagados de anfructuosidades, de nudos semánticos, de ideas en curso. Es reflexiva porque en cada poema la narración de los hechos es solo el escenario que posibilita la introspección y, con ella, la meditación, el ensimismamiento, si se quiere, necesario para trasladar al lector la pesada responsabilididad de dar voz —hay un fuerte componente social en muchos de estos poemas— quienes carecen de ella, porque, como él mismo escribe, «Creo que el poeta escribe desde l aidentificación con el sufrimiento del planeta». Es reflexiva, en definitive, porque indaga sobre el sentido de la existencia y la significación personal en la contrucción del propio destino.

  • hthttps://elcuadernodigital.com/2019/08/06/el-desnudo-de-li-young-lee/tps://elcuadernodigital.com/2019/08/06/el-desnudo-de-li-young-un

RAFAEL MORALES. POR AQUÍ PASÓ UN HOMBRE*

05 Lunes Ago 2019

Posted by carlosalcorta in Miscelánea

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RAFAEL MORALES. POR AQUÍ PASÓ UN HOMBRE. EDITORIAL COMUNIDAD DE MADRID Y FUNDACIÓN GERARDO DIEGO

No cabe duda de que tenemos incrustada en la mente cierta propensión a resaltar los números redondos, principalmente, los que atañen al nacimiento y la muerte de determinados personajes. Nada tenemos en contra. Siempre que estos recordatorios no sean forzados y sirvan para divulgar la obra del, en el caso que no ocupa, poeta, deben ser bienvenidas estas celebraciones. La Fundación Gerardo Diego, de la mano de su directora, Pureza Canelo, así lo ha entendido y ha puesto a disposición de los lectores interesados la edición facsimilar de “Por aquí pasó un hombre”, la antología de Rafael Morales que publicó en 1999 en la colección «Poesía en Madrid» que ella entonces dirigía y en la que tanta participación tuvo el propio poeta, que contaba a la sazón 80 años, puesto que había nacido el 31 de julio de 1919. Conmemoramos por tanto, en este año, el centenario del nacimiento del poeta.

     Por aquí pasó un hombre recoge un amplia muestra de su labor poética —Morales también escribió libros de literatura infantil y juvenil— de todos sus libros, excepto de Poemas de la luz y la palabra, publicado en 2003. Su primer libro, Poemas del toro se publica el 20 de abril de 1943 —solo unas semanas antes de que viera la luz la revista Garcilaso (13 de mayo de 1943) que tanta repercusión habría de tener en el ambiente poético de la posguerra— en la recién creada colección Adonais, auspiciada por García Nieto –alma mater también de la revista Garcilaso—, Juan Guerreo Ruiz y José Luis Cano, preferentemente. «Lo empecé a escribir en Talavera de la Reina. Mi ciudad natal, el 1 de agosto de 1940 […] El soneto que encabeza todas sus ediciones, el titulado «El toro», germen de todos los demás, fue también el primero que escribí en mi vida», escribe Rafael Morales. La influencia de Miguel Hernández, fallecido muy poco antes, sobre todo por los sonetos de El rayo que no cesa, fue determinante en aquella su primera época como poeta, una época que integran el ya citado Poemas al toro (1943), El corazón y la tierra (1946) —un libro de tono neorromántico cuyos temas principales son el amor, el paso del tiempo y la naturaleza—, Los desterrados (1947) —año este de la publicación de dos libros capitales, Los muertos de José Luis Hidalgo (Morales cedió su turno de publicación para que se imprimiera con urgencia el libro de Hidalgo, pero, a pesar de todos los esfuerzos, el malogrado poeta no lo llegó a ver impreso) y Alegría de José Hierro, ambos en la colección Adonis, el de Hierro, ganador de la última convocatoria del premio— que supuso un cambio ético, podemos decir, puesto que supuso un cambio, en la terminología utilizada por Dámaso Alonso, de la «poesía arraigada» a la «poesía desarraigada» y Canción sobre el asfalto (1954), una obra que, aunque escrita entre los años 1945 y 1953, señala el inicio de la madurez poética del autor, como lo confirma en el obtuviera con él el Premio Nacional de Literatura.

La máscara y los dientes (1962) inicia la segunda fase de la poesía de Morales, un segundo periodo breve, integrado por este título y por La rueda y el viento (1971). «Yo había concebido una serie de extensos poemas polimétricos de carácter unitario con los que intentaría exponer —no narrar— como en un gran friso un panorama de la condición humana, pero terminé por abandonar tal proyecto porque me pareció demasiado ambicioso».

     Habrá que esperar a 1982 para leer Prado de serpientes, el libro con el que comienza la tercera etapa poética de Rafael Morales, aunque hay que tener en cuenta que las diferentes fases o etapas no son compartimentos estancos. Entre ellas existen, como resulta entendible, unas concomitancias temáticas y formales fácilmente rastreables, algo que resulta más evidente aún al leer Entre tantos adioses (1993), libro que cierra la tercera y última etapa de su producción y cuyo primer poema —«El poema»— enlaza con el último de Prado de serpientes, «Palabras», cuya última estrofa transcribimos: «Yo edifiqué mi vida en otras vidas, / penetré en la memoria y en el tiempo / palabra tras palabra, / ceniza tras ceniza, / aire tan solo que al aire pertenece. / Yo edifiqué mi vida en el olvido» dice la última estrofa. Precisamente, bajo el título “Palabras” hay agrupados varios poemas que, en el momento de la publicación de la antología, estaban inéditos y luego pasaron a engrosar su último libro publicado. Por aquí pasa un hombre tiene, además, la particularidad de que cada uno de los títulos recogidos está precedido por unos comentarios, jugosísimos, del autor, lo que la convierte en imprescindible para cualquier estudioso de la obra del poeta.

   Del poema «Palabra del poema», perteneciente a dicho último libro de poemas extraemos unos versos que nos sirven para poner fin a este apresurado recorrido por la obra de Rafael Morales, un autor injustamente encasillado en una temática y en una época, que gracias a libros como Por aquí pasó un hombre, vemos con una perspectiva más amplia y, sobre todo, mas justa y equilibrada.

* Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 2/08/2019

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