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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: abril 2019

JOSÉ CORREDOR-MATHEOS. EL PAISAJE SE HACE EN EL POEMA. POEMAS 1951-2017*

29 lunes Abr 2019

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JOSÉ CORREDOR-MATHEOS. EL PAISAJE SE HACE EN EL POEMA. POEMAS 1951-2017. FUNDACIÓN ORTEGA MUÑOZ

No son muchos los libros que publica la Fundación Ortega Muñoz, pero todas ellas tiene en común su esmerada resultado, como, por otra parte, no podía ser de otra forma, estando detrás dos poetas de la talla de Álvaro Valverde y Jordi doce, este último, responsable de esta magnífica antología de José Corredor-Matheos (Alcázar de San Juan, 1929), un autor, pese a su longevidad y la calidad de su obra (recibió el Premio Nacional en 2005), no es suficientemente conocido. Es posible que su labor como crítico de arte – algunos de estos poemas están dedicados a pintores, como Benjamín Palencia o Godofredo Ortega Muñoz- haya eclipsado en alguna medida su escritura poética, acostumbrados como estamos a mostrar ciertas reservas cuando alguien despunta en más de una actividad. El caso es que esta antología satisfará a sus lectores más fieles y descubrirá la enorme intensidad poética que destilan sus versos, unos versos escritos con tanta sencillez que, a veces, no acertamos a discernir cómo logran trasmitir tanta emoción. Unos versos que, como escribe Jordi Doce en el prefacio, son “en su mayor parte heptasílabos o endecasílabos partidos, con un ritmo ágil, vivaz, pautado una y otra vez por comas y puntos; sintaxis sencilla, con predominio de la parataxis y de verbos de imperativo o indicativo presente (…) abundancia de interrogantes, de preguntas curiosas o perplejas; símiles en vez de metáforas y encabalgamientos (…) y un léxico, en fin, también sencillo y cercano”. Lo que si resulta evidente es que estamos ante poesía verdadera, una poesía que surge del contacto del hombre con la naturaleza (“Una naturaleza / que, llegada la noche, / sew despierta a otra vida / de la que nada sabes”), con el mundo que le rodea, con sus semejantes. Corredor-Matheos, no me cabe duda alguna, posee un carácter contemplativo especial (“Más que ver, adivinas. / Y, adivinando, ves”, escribe), si a esto unimos la familiaridad que demuestra tener con el ámbito natural, no puede extrañarnos que surjan unos poemas nutricios para la mente -son como la sangre para el cuerpo o la savia para la planta-, de tal firma que provocan en este lector una sensación de sosiego y plenitud difícil de compartir. Así, la propia escritura del poema se transforma en un acto tan natural como la propia respiración, como podemos comprobar en este poema, significativamente dedicado a Antoni Marí: “La paz que se respira / no es aún el poema. / Sólo la tarde sabe, / en esta hora incierta, / lo que debe hacer. / Deja, pues, que el poema / resbale con el ritmo / de la respiración / que sale sin esfuerzo / de la tierra, / del volar de los pájaros”.

Leyendo estos poemas nos viene a la memoria otros poetas, en sí mismos distintos, como San Juan de la Cruz, Muñoz Rojas, que confiere a la tierra una similar fuerza telúrica; el pintor Ramón Gaya, con quien comparte la sencillez y un ímpetu expresivo semejante, de Juan Ramón Jiménez (“¿Siguen ahí sus árboles / cuando yo no los miro? / ¿Viven fuera de mí, / o acaso son sus vidas / y la mía / una única vida?”) y, cómo no, de la ligereza de la poesía japonesa, de hecho, varios haikus están incluidos en esta edición.

La simbiosis elemental con la naturaleza – “se hace carne en tu carne”, llega a decir- le incita a escribir versos como estos: “No hay diferencia / alguna. / Porque eres ya un árbol, / y contemplas el tiempo, / suspendido en tus ramas” y, sin embargo, tal compenetración, tal empatía, no está exenta de incertidumbre. No todo son certezas en este lento transcurrir, en esta atenta contemplación. A veces surgen dudas porque el poeta no es capaz de “comprender / lo que quieren decirme / esas piedras, los árboles, / todo lo que me habla”, lo que le obliga a preguntarse “¿Llegaré yo a escribir / alguna vez / el poema que me abra / ese paisaje / donde pueda perderme / entre los árboles / y aspirar los perdidos / armas de la infancia?”. Creo que bastan estos breves ejemplos de su poesía para que el lector pueda percibir el tono meditativo y auténtico que emana de su obra toda, una obra que Tusquets Editores publicó en 2011 -su obra escrita hasta la fecha- bajo el título de Desolación y vuelo: Poesía reunida (1951-2011). Posteriormente, en 2013, la misma editorial publicó un nuevo libro, Sin ruido. La presente antología recoge ochenta y tres poemas transcritos por orden cronológico de estos libros a los que hay que añadir tres inéditos. Son, por tanto, ochenta y seis poemas, suficientes para que nos formemos una idea cabal de la escritura de Corredor-Matheos. “El resultado –escribe Jordi Doce- quiere ser un libro de nueva planta” y creo que está en lo cierto, porque, a pesar de los años que separan unos poemas de otros, todos proceden de un mismo aliento: la extrañeza ante el milagro de la existencia.

*https://elcuadernodigital.com/2019/04/25/el-paisaje-se-hace-en-el-poema-de-jose-corredor-matheos/

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JAVIER VELA, RAFAEL COURTOISE Y CARMEN CRESPO: TRES LECTURAS

26 viernes Abr 2019

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JAVIER VELA. LIBRO DE MÁSCARAS. EDITORIAL PRE-TEXTOS, 2018

Nacido en Madrid en 1981, la trayectoria literaria de Javier Vela es lo suficientemente consistente como para tomar en consideración cualquier texto que salga de sus manos, aunque sea tan atípicos como los que integran este Libro de máscaras, un “juego de trampantojos y mistificaciones, en palabras del autor. Juan Iturbe, un poeta vasco, dejó al morir una ingente serie de archivos y cuadernos, de los cuales Vela ha seleccionado “apenas un puñado e aforismos en los que ha venido trabajando justo en los meses previos a su muerte2. Nada de particular, en principio, pero dichos escrito provienen de “pasajes y citas aforísticas copiadas a mano por el propio Iturbe”, recreados, interpretados, ¿inventados? Pero la mano de Iturbe, un autor, a su vez, que nace de la mente de Javier Vela. Entre estas voces recreadas podemos encontrar “Maestros de sabiduría clásica, científicos, filósofos, poetas, novelitas, pintores, cineastas”. Quizá la razón última de este travesura se esconda en este texto: “A menudo, fantaseo con la idea de escribir un diario cuyas entradas puedan desplegarse de modo simultáneo al propio acontecer de lo real , un minucioso correlato del tiempo en que los hechos están teniendo lugar. Un diario no escrito, o mejor: una pulsión de vida cuyo aliento coincida con el tiempo encarnado de la escritura, reflejo de su terca inmediatez, instalada en un puro y absoluto presente”. Multitud de autores de origen dispar aparecen en estas páginas, entre otros: Bellatín, Liu-Zhang, Verón de Alejandría, Cassavetes, Berger, SócratesPorchia o Epicarnio de Agra. Quien se enfrente a este libro como si se tratara solo de un juego de identidades, de una deconstrucción del yo se estará quedando solo en la superficie. Los textos que ha recopilado Javier Vela profundizan en las incertidumbres del hombre contemporáneo desde muy distintas perspectivas, quizá porque, como dice Walalder, “Pensar en quienes somos es evocar el éxodo de quienes hemos sido”.

RAFAEL COURTOISIE. LA PALABRA DESNUDA. EDICIONES LILIPUTIENSES, 2019

“La palabra desnuda” es, además del título del libro, la primera sección de un libro integrado también por la sección titulada “Diario de un clavo”, mucho más extensa y de un carácter casi opuesto, al menos formalmente, a los de la primera sección. Si en “La palabra desnuda”, como el propio título sugiere, los poemas buscan la esencialidad a través de una palabra despojada de retórica: “Las palabras son apenas un gesto de las cosas”, escribe Courtoisie y el silencio “es el arrepentimiento de todo lo pronunciado, la reivindicación de cuanto se profanó al hablar”; si acariciar en esta primera sección es “escribir en el cuerpo” y el cuerpo es, a su vez, “un arrepentimiento de la materia, la materia grita en el cuerpo una sombra vacía”; si “El significante desnudo va más allá del significado, se adelanta, sugiere un estar sin ser, un mero subsistir en la superficie, un objeto compuesto solamente de sentido” y “la palabra desnuda acaricia el silencio” –todos estos versos, como se ve, trazan una especie de círculo, cuyo centro reside en la reflexión metapoética-, en la segunda sección el registro es absolutamente diferente, de hecho creo que ambas secciones podrían formar libros completamente autónomos. Dar vida a un clavo, hasta el punto de personificarlo (“Pienso. / Con esta cabeza plena”) es un ejercicio arriesgado, más aún si dicho clavo es uno de los que perforaron las manso de Cristo. Un clavo que piensa – aunque en un verso escriba que “los clavos no piensa, hacen”y que siente no puede ser más que el trasunto, el correlato de un autor que busca un armazón con el que sostener su identidad (“Un clavo vivo / desnudo / en la oscuridad / es un relámpago”, ¿Tambiénn el hombre?), una identidad contradictoria “Tú y yo nos parecemos, / hemos sostenido un sueño / días y noches”. Más adelante, estos versos parecen confirmar esta idea: “Un clavo es como un hombre: / lo encorvan las penas, la edad / los golpes, los sentimientos”. Hay correspondencias llenas de ingenio y magnifica poesía como la que realiza con el alfileres, pero, sobre todo con el tornillo: “Se me parece, es el pariente rico / de las familias, ostentoso, soberbio / perdonavidas”. El verso de esta sección es distendido, discursivo, busca, sobre todo, la descripción a base de adjetivos y de verbos que sustantivizan más que determinan la acción. En cualquier caso, Rafael Courtoisie (Montevideo, 1958), un poeta reconocido con premios como el Loewe o el Casa de América ha afinado, sobre todo con la segunda parte del libro, aún más su propia poesía, ya colmada de aciertos anteriormente.

CARMEN CRESPO. LANA. EDICIONES TREA, 2019

Cada poeta indaga en sus propias referencias, ya sea a través de una asociación sorprendente, como ha hecho Courtoisie con el clavo, ya a través de algún objeto o determinado suceso del pasado. Carmen Crespo (Cáceres, 1962), una autora que llegó a la poesía entrada en la madurez – su primer libro, si no estamos mal informados, data de 2012-, lo que le ha permitido publicar siendo dueña ya de una sólida voz personal , ha escrito títulos de mérito, como Todo ardió luminoso (2016) o Teselas (2016), que fue galardonado con el Premio de Poesía César Simón. “Lana” es un libro realmente original, aunque la autora no esconda algunas deudas evidentes como la de Paul Celan y otras menos visibles, como la de Antonio Gamoneda. La metáfora que subyace en Lana está clara. El proceso de esquila, de cortar la lana de las ovejas, es descrito pormenorizadamente y eso solo puede hacerlo alguien que lo conoce muy bien porque lo ha vivido directamente, pero esta descripción posee varios estratos, cuyos niveles de profundidad están marcados por la fuerza del recuerdo.: “para sacar los primeros cabos colocan al animal entre sus piernas / peines     calderos        agua caliente para que salga mejor // la lana”. En cualquier caso, la escritura de Carmen Crespo está lejos de ser condescendiente con lo anecdótico, aunque parta de hechos que formaron parte de su vida. Hay muchas formas de evocar y nuestra autora lo hace trascendiendo lo descriptivo, que, por otra parte, no se evita: “cada veinte pasos una piedra,     una señal.     una línea sobre el hombro del camino”, pero el carácter fragmentario y asincrónico dota a esta poesía de una opacidad muy sugerente. César Iglesias, autor del epílogo, escribe que Crespo “sigue empecinada en preservar la memoria de un lugar y un tiempo en el que hubo otra manera de estar, otra manera de ser. Un escritura de la resistencia , ejecutada con los materiales verbales de la verdad”. Creo que está en lo cierto.

ÁNGELES MORA. CANCIONES INAUDIBLES*

24 miércoles Abr 2019

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ÁNGELES MORA. CANCIONES INAUDIBLES. EDITORIAL ALLANAMIENTO DE MIRADA

Antes de entrar a comentar el contenido de este libro, conviene decir que estamos ante un “Librisco”, es decir, ante un libro que contiene dos cds, no como acompañamiento musical del texto, de los poemas, sino como la otra cara de la moneda de un objeto indivisible. “Los poemas de Canciones inaudibles –escribe Olalla Castro Hernández en el prólogo- se arman […] como un conversación ‘intertextual’ y ‘transdircursiva’ en la que acaban entrecruzándose infinidad de voces, de tal modo que logran derribarse las fronteras entre textos, discursos y disciplinas artísticas”. La fisura en los límites de las diferentes maneras de entender el arte, la poesía en este caso, es lo que nos interesa subrayar inicialmente. Por otra parte, como todos sabemos, la ligazón entre la poesía y la música siempre ha sido muy estrecha y re remonta a los labores de la cultura. Los cantautores que han puesto música a poemas ajenos son, en nuestra historia reciente, innumerables pero también esos mismos cantautores han musicado sus propias letras con tan buen tino que resulta muy complicado establecer si es una canción o es un poema. En cualquier caso, el libro que ahora comentamos, Canciones inaudibles ofrece algo distinto. No son poemas de Ángeles Mora (Rute, 1952), Premio Nacional de Poesía y Premio de la Crítica en 2016 por Ficciones de una autobiografía y autora de libros como Pensando que el camino iba derecho o Contradicciones, pájaros, por citar solo algunos, los que podemos escuchar en los dos cds que integran el libro, sino temas musicales que se entrelazan con los poemas: “Los poemas de Ángeles Mora –acudimos de nuevo a la prologuista- se escriben desde el centro mismo de cada canción a la que se trenzan, con la que establecen una relación que trasciende con mucho la mera referencialidad ‘intertextual’, el tantas veces vacuo ‘culturalismo’” y establecen un diálogo intenso y fluido con los temas musicales con los que se los asocia. Así, “Otra educación sentimental”, el poema que hace las veces de obertura, se complementa con “My Way”, canción interpretada por NIna Simon. “Triste, qué soledad con esta música / como de ayer y tedio por la casa”, escribe Mora. La sección “Jazz” la componen varios poemas en los que vemos actuar a John Coltrane, Charles Mingus o Charlie Parker, por ejemplo. Ángeles Mora concibe el jazz como una música de lamento, pero también de desahogo. “Quién sabe si le debo una vida a la muerte / o simplemente al jazz”, escribe. Temas de Chet Baker, Lester Young o Anita O’Day, además de los ya citados, ponen la banda sonora a estos poemas.

     Del jazz pasamos al pop, una sección en la que encontramos poemas como “La chica más suave”, “Se piangi, se ridi” -canción interpretada por Bobby Solo en el Festival de San Remo en 1965 que se complementa con otra que se recoge en el cd: ”Una lacrima sul viso”- o “Simpatía por el diablo”.
La sección “Un tango” se compone de un solo poema, “Y así fue el primer tango”, poema perteneciente al libro “La canción del olvido” de 1985 y recientemente reeditado, y el tema musical que complementa dicho poema es “Jealousy” de Yehudi Menuhim y Stephane Grapelli. Del tango pasamos a la música clásica. Compositores como Mussorgsky, Stravinsky o Brahms amenizan con sus composiciones dos poemas del libro “La guerra de los treinta años” de 1989. Vamos llegando al final de la antología, porque este libro es también una antología de poemas de Ángeles Mora. Le toca ahora a la sección “Bandas sonoras”, música compuesta para películas como “El tercer hombre” “Moon River” o “Adiós, muchachos”, se relaciona con poemas de distintos libros, quizá porque esa música es, en realidad, la banda sonora de una vida. El libro finaliza con la sección “Correspondencia”, que tiene la particularidad de establecer un diálogo no solo con un tema musical, en este caso “Fleling Good” de Nina Simone, sino con otra poeta, Mónica Doña que hace, como el título de su poema deja claro, de segunda voz : “Pruebo con la segunda voz / y me emociono. / La canto muy bajito, / la hago mía, / soy la segunda voz” escribe Doña. Según Olalla Castro Fernández, “… en ‘Canciones inaudibles’ se cuela la voz de otra poeta, Mónica Doña, a la que se permite tomar la palabra y, además, hacerlo ocupando ese espacio especialmente de todo texto que es el cierre final”. “Canciones inaudibles” inaugura una colección de “libriscos” a la que deseamos larga vida porque, además de ofrecernos unos gratísimos momentos de buena música, nos brindan también filiaciones y querencias en este caso de Ángeles Mora –el cine participa de similar influencia- que nos ayudan a comprender mejor que los datos meramente biográficos, lagunas claves decisivas que sustentan sus poemas. Por otra parte, la edición posee un diseño atractivo e impecable, conjugando el formato del libro con el de los cds. Todo un acierto.

* Reseña aparecida en el suplemento Sotileza de El Diario Montañes, el 19/04/2018

ÁLVARO VALVERDE. EL CUARTO DEL SIROCO*

16 martes Abr 2019

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ÁLVARO VALVERDE. EL CUARTO DEL SIROCO. TUSQUETS EDITORES

La trayectoria poética de Álvaro Valverde (Plasencia,1959) es, sin lugar a dudas, una de las más coherentes del panorama poético español de las últimas décadas. Desde su primer libro, Territorio, publicado en un ya lejano 1985, hasta ahora que publica El cuarto del siroco, poco ha cambiado. Si acaso en sus últimos libros asistimos a una depuración lingüística, fruto, sin duda, del convencimiento con el que algunas certezas vitales han arraigado en su mente. El entusiasmo del joven veinteañero ha dado paso a un hombre asentado en su madurez que ha visto cómo la vida trascurre velozmente («Y uno se pregunta de repente: / “¿qué ha pasado?” / y no sabe qué responder / o lo evita pues teme la respuesta»), pero también a alguien que ha cumplido muchos de sus propósitos y ha sabido aquilatar el valor de las cosas verdaderamente importantes. Al fin y al cabo, Álvaro Valverde ha elegido ser «un hombre, sólo alguien / que funda su destino / (como el mejor aqueo) / en la digna certeza de la muerte», una muerte inevitable que resulta menos traumática cuando se está en paz con uno mismo y los problemas morales no parecen obstaculizar la existencia cotidiana.

     El cuarto del siroco es un libro extenso y variado. El propio poeta nos pone en antecedentes: «Los poemas que componen este libro han sido escritos en lo que va de siglo. […] Poema a poema, cabe precisar. Tal vez sea éste mi libro menos unitario. De hecho, la ordenación es, en general, cronológica». Estas palabras confieren, desde mi punto de vista, mayor entidad simbólica al libro. Me explico. No es mérito menor el conseguir escribir un libro unitario cuando ese ha sido el propósito inicial, pero tiene mucha mayor relevancia cuando esa unidad proviene de un modo de hacer natural que tiene más que ver con la solidez del pensamiento —parafraseando a Wallace Stevens, Valverde habla de   una «naturaleza pensativa»— que con propósitos más o menos espurios. Valverde ha adquirido una seguridad expresiva que no precisa de grandilocuencias ni nebulosidades. Algunos de estos poemas parecen haber surgido de una identificación absoluta con el entorno, como «Mínima», apenas un trazo, un boceto que, sin embargo, hace vibrar algo indefinido en nuestro interior (ocurre lo mismo, sin saber muy bien por qué, con algunos cuadros, con ciertos fragmentos musicales). En otros poemas, el titulado «Aquí» es un buen ejemplo, el relampagueo de una idea fugaz es sustituido por una serena meditación temporal o existencial (o ambas simultáneamente): «Estás sentado solo frente al valle / con un libro en las manos / que abandona a ratos / para poder mirar, / con la calma debida, / cuanto la vista alcanza», comienza el poema, que finaliza con los versos siguientes: «Permaneces aquí / por propia voluntad: / es éste tu lugar. / Tú eres él». Pocas veces uno tiene la oportunidad de leer unos versos que trasmiten tal serenidad, tal armonía (El Tratado de armonía, de Antonio Colinas no parece ser ajeno a esta visión), un valor este que, en el ideario vital de Álvaro Valverde, se considera primordial. Lo podemos comprobar también en el que, para este lector, es, junto con otro poema imprescindible, «Mujeres», uno de los mejores poemas del libro: «El lector»

    La doctrina poética de nuestro poeta no admite duda alguna. Su poesía está escrita con la sencillez y la discreción de un lenguaje común que busca la claridad sin despreciar, por supuesto, el lado misterioso que se pliega en su reverso. Valverde parece escribir de igual forma que vive el día a día, su poesía está hecha de lugares familiares, de hechos cotidianos, de personas de su entorno más cercano, de detalles y cosas, en apariencia, insignificantes. Del poema «A modo de poética» son estos versos: «Como el agua, / que, toda claridad, es espejismo / que revela cercano lo distante. […] Como el agua, metáfora y verdad. / Sí, como el agua» que confirman lo dicho, pero quizás sea aún más explícito el titulado «La poesía», que transcribimos completo: «La poesía, / sus elucubraciones, / los asedios / que gravitan en vano / —teóricos, abstrusos— / sobre ella. // La poesía / que hoy sólo se me antoja / tan sencilla / como el gesto de alguien / que da un vaso de agua / a quien padece sed». La escritura es para Álvaro Valverde ese cuarto del siroco en el que poder refugiarse cuando acucian los problemas o la existencia se vuelve insoportable: «Uno quisiera —escribe en el poema de igual título que el libro—/ que en las horas peores de la vida, / cuando todo se vuelve violento vendaval / y las cosas se ocultan tras un velo de polvo, / existiera una estancia semejante. / Un lugar recogido, a modo de refugio, / en el que cobijarse / del triste pensamiento de la muerte». La muerte en abstracto y la de familiares y amigos en particular está muy presente en este libro, tal vez porque su sombra comienza a perfilarse en los gestos del propio rostro. Pero Álvaro Valverde, por fortuna, todavía está lejos de ser el personaje «Aquél que se levanta cada día / y piensa que la muerte se le acerca». Álvaro es mucho más parecido a ese «[Que] resiste sereno a la intemperie. / Aquél que no consigue / ni darse por vencido», porque, a pesar de la sensación de nostalgia por lo perdido y de la constatación de la brevedad de la vida que nos embarga después de leer El cuarto del siroco, se impone un pacífico bienestar, el del deber cumplido con los demás y, en especial, con uno mismo, como delatan estos versos: «Eres allí ese hombre / que sueña con ser otro; desconocido para sí, pero al que sientes / con tanta convicción / como a ti mismo».

* Reseña aparecida en la revista Turia 129

LOS LAURELES REVERDECIDOS DE LA AFORÍSTICA*

11 jueves Abr 2019

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JAVIER SÁNCHEZ MENÉNDEZ. CONCEPTO. LA ISLA DE SILTOLÁ

CARMEN CANET. LA BRISA Y LA LAVA. LIBROS DEL ALBUR

ANA URKIZA. UN HERMOSO LUGAR LA FELICIDAD. EDITORIAL TREA

No tenemos más que comprobar la profusión de colecciones dedicadas al aforismo que han surgido en los últimos años para comprobar la vitalidad de un género que hasta no hace mucho languidecía enmascarado bajo otros epígrafes de carácter más amplio. A las editoriales que mencionamos en este comentario podemos añadir algunas otras como, por ejemplo, la editorial Renacimiento o Cuadernos del Vigía, esta última, como La isla de Siltolá, ha creado incluso un premio literario dedicado a dicho género. Tal es la cantidad de títulos aparecidos simultáneamente que resulta imposible detenerse en cada uno de ellos de forma particular. Por otra la parte, el género ha ido mutando y —desde los presupuestos iniciales, centrados en la brevedad y la contundencia semántica principalmente—, se ha pasado a admitir reflexiones de mayor desarrollo discursivo, más versátiles y con una intención de mayor calado interpretativo sin contradicciones aparentes.

     Los tres libros que comentamos, son, sin embargo, fieles a esas premisas de las que hablábamos al principio. De hecho, Concepto, el volumen de Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, 1964), en la sección del mismo título, parece apelar a los principios que definieron en otro tiempo al aforismo, así, Sánchez Menéndez escribe: «El aforismo es un ejercicio de concreción». Está, como vemos, haciendo referencia al ejercicio de la brevedad. «El aforismo sorprende, genera dudas, y sobrecoge al lector», escribe el autor poco después, haciéndose eco de otros de las premisas del género, la capacidad de sorpresa, la desubicación de imágenes y conceptos cuyo contenido se ha asentado en un lugar cotidiano de nuestra mente. Pero claro, esto no resulta fácil, menos todavía cuando se confunden algunos términos que conducen a la trivialidad y al ingenio como sucedáneos de la meditación sincera. «Buscar la sencillez evitando la simpleza», escribe Sánchez Menéndez. Toda una máxima que exige una labor de contención que no todos los escritores están dispuestos a llevar a cabo y es que, según nuestro autor, («El 99,9% de los aforismos que se escriben no llegan a aforismos. Son ejercicios de superficialidad»). Hay en este libro otros temas además del metaliterario, aunque no dejan de estar relacionados con él, porque se habla de edición, de la crítica («La crítica o la queja con fundamento es crítica. Sin fundamento es envidia e impotencia»), de la escritura en general («Escribir sobre las obsesiones no nos liberará de ellas») e, incluso, se dan consejos a un futuro lector-editor: «Si pretendes editar un libro pregúntate antes: ¿Qué aportaría a la verdadera literatura esta publicación». No podían faltar en este libro las reflexiones sobre la identidad porque es un asunto que Javier Sánchez trata habitualmente en sus escritos, una identidad sujeta, como no puede ser de otra forma, al paso del tiempo: «Lo que queda es la esencia de lo que somos, tal vez de lo que hayamos sido , ya que todo lo que hemos sido ha dejado de ser». Concepto es un libro breve pero hace honor al género porque hay en sus páginas innumerables cargas de profundidad.

   Carmen Canet (Almería, 1955) es una de nuestras aforistas más contumaces y más reconocidas. De hecho, su producción literaria está casi supeditada —si dejamos al margen su dedicación a la crítica— a dicho género. La brisa y la lava. Aforismos sobre el aforismo, no oculta el objeto de sus reflexiones. En lugar de elaborar un tratado teórico, Carmen Canet, como no podía ser de otra forma, riza el rizo y nos ofrece más de un centenar de reflexiones que van mordiéndose la cola unas a otras sin que sepamos muy bien dónde empieza la práctica del aforismo propiamente dicho y dónde acaba la teoría. En realidad, no importa. Canet sabe jugar con las palabras como un malabarista lo hace con los objetos. Las voltea hasta lo imposible pero nunca deja que caigan al suelo: «Aforista: malabarista de palabras». No nos sorprende, cuando se teoriza, que haya ideas similares entre quienes practican el género. Así, «El mejor aforismo habita en lo inesperado», se relaciona de inmediato con la capacidad de sorpresa que mencionaba Sánchez Menéndez. O estos otros ejemplos, que hacen alusión a la brevedad: «Los aforismos pese a ser breves y ligeros ayudan a hacer grande y menos pesado el mundo» y «El aforismo es el pensamiento que se da en un instante. Es esa frase que cabe en un cuarto de minuto, e incluso segundos». Pero Carmen Canet da otra vuelta de tuerca a lo evidente y convierte lo teórico, como decíamos, en práctica. Es aquí donde brilla su particular, y envidiable, perspicacia, su intuición y su arrojo a la hora de mataforizar la cotidianidad. Algunas de estas reflexiones, de tan evidentes, nos hacen pensar en nuestra incapacidad para la abstracción, en cómo no se nos había ocurrido antes, y es que «Los buenos aforismos dejan siempre las puertas de par en par. Y subidas las persianas de las ventanas». Carmen Canet logra algo verdaderamente difícil, ser original. Su dominio de los paradigmas del género dota a sus aforismos de una intensidad que casi oprime, y digo casi, porque siguiendo su consejo, «Los libros de aforismos no se leen de principio a final. Se sortean. ¡Un sorteo con suerte!».

     Un hermoso lugar para la felicidad es el titulo del libro de Ana Urkiza (Ondarroa, 1969), una autora a la que, lamentablemente, no conocíamos, a pesar de contar con una extensa obra, integrada por libros de poemas y cuentos, pero también por libros de aforismo, género en el que ha publicado dos títulos, Lo que queda para ayer y No hay vuelta para adelante. Títulos que ya denotan el gusto por subvertir el significado habitual que profesa la autora. No es fácil resumir el libro que comentamos porque, en su organicidad, resulta extremadamente heterogéneo. No hay capítulos o secciones que nos faciliten su lectura o nos den alguna pista. El lector ha de adentrase en la lectura a pecho descubierto, arriesgándose a recibir el impacto de una sentencia cuando más confiado está, un impacto que atraviese las circunvalaciones cerebrales y trastoque todo lo sabido, todo lo aprendido. Lo ejemplos son muchos y procuraremos transcribir muestras de diferentes temas: el de la identidad aflora a menudo: «No es difícil no ser como a ti te gustaría que fuera, ya que tampoco soy como yo no quisiera que fuese» o «Qué somos: ¿lo que decimos o lo que no decimos? o «En vida, somos una sombra; al morir, un lugar». Hay lugar también, no podía ser de otra forma, para la reflexión sobre el género: «Aforismo: pastillita que te endulza la vida durante medio minuto» y para la literatura o el arte en general: «se escribe para comprender el mundo, ¿por qué no se lee?»; «El arte no se hace para entender, sino para expresar lo que no se entiende». El paso del tiempo tampoco se escapa: «Futuro: el presente que vamos consumiendo»; «Mañana, de nuevo, el futuro se alejará un día más». Toda una filosofía de vida se desarrolla en estos chispazos llenos de dobles sentidos y de incertidumbres. Gracias, sin embargo, a una cierta propensión a lo lúdico («Necesito para de prisa» escribe Ana Urkiza), el libro se lee —no de corrido, claro, ya lo dijo Carmen Canet— con media sonrisa en la boca. La otra media se contrae, consciente como es de las palabras verdaderas nos dejan desnudos ante la realidad.

Tres libros distintos pero con muchas cosas en común de un género que goza de un enorme éxito. Esperamos que dicho éxito no produzca el efecto contrario y acabe por oxidarse por exceso de oxígeno.

*https://elcuadernodigital.com/2019/04/10/los-laureles-reverdecidos-de-la-aforistica/

FRANCISCO CARO. ESTE NUEVE DE ENERO. ANTOLOGÍA POÉTICA*

09 martes Abr 2019

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FRANCISCO CARO. ESTE NUEVE DE ENERO. ANTOLOGÍA POÉTICA. EDITORIAL LASTURA

Con motivo del septuagésimo cumpleaños del autor, un grupo de amigos ha realizado una selección de sus poemas y con ellos ha organizado este libro que ahora tenemos en nuestras manos, “Este nueve de enero”, una antología poética de Francisco Caro (Piedrabuena, 1947), autor tardío, pero de vasta e significativa obra, no en vano varios de sus títulos han merecido importantes premios de poesía, como el Juan Alcaide (2007), el José Hierro (2010) o el Leonor (2013). La selección realizada por ese grupo de amigos, buenos conocedores además de la obra del poeta, abarca once de los doce libros publicados por el autor desde 2006 hasta 2017 (desconocemos la razón por la que ha sido excluido de tal recuento el libro “Lecciones de cosas” (2008), con lo que el lector puede hacerse una idea precisa de los caminos por los que discurre la poética de Caro.

     Dos son, principalmente, los motivos que alimentan sus poemas: el cuerpo y la escritura. El cuerpo como lugar paradisiaco en el que el poeta encuentra satisfechos todos sus anhelos: «A tu cuerpo / acudo, como al norte, / como a las montañas blancas // a tu cuerpo / como el copo secreto, / lívido, / leve, que el aire deposita // de un incendio de sombras…», escribe en el poema «Como al norte», con el que comienza la antología. Ese lugar paradisiaco no es una entelequia, el cuerpo al que se refiere Francisco Caro es el de la persona amada, un cuerpo con el que se funde, hasta el punto de que la identidad se desdobla en un sujeto compartido, bimembre: «…dos miedos, eso somos, / cuerpos, horas, / dos agujas / presas en un reloj / que se distancian», que comparten el peso del pasado: «Yo sé que ya no somos / lo que antes fuimos: / dos que viven un solo calendario». A pesar de las apariencias, no prima en el tono de la poesía de Caro la nostalgia. Cuando esta hace su aparición, no es de forma lastimera o imprecatoria (El ejemplo del poema «Singer, máquina de coser» nos basta para confirmarlo). El paso del tiempo no deja indiferente a nadie y el poeta no puede sustraerse a los efectos de esa experiencia, pero el enfoque, si no optimista, es, al menos, sereno: «Sabe que ha de morir / este yo que envejece / escondido en mi nombre, / mas sigue amando, sabe / que amar es el secreto, / que la muerte no puede / tener / razón en todo»

     La escritura, como decíamos, es el otro leitmotiv de estos poemas, vinculada, en muchos aspectos, al cuerpo, como si se estableciera entre ambos una relación de carácter erótico, una perspectiva que ha contado con eminentes precursores que van desde los poetas románticos a Octavio Paz y José Ángel Valente. Son numerosos los poemas en los cuales esta simbiosis resulta evidente y, de hecho, el último de sus libros, “El oficio del hombre que respira”, se articula en torno de esta ósmosis: «Y desde entonces, desde que hablaste / conmigo del secreto, ya solo escribo / de la nieve que fueron nuestros cuerpos…». Quizá el poema titulado «Escribo», sea aún más explicito: «Está el poema / desnudo, como tú // escribo y siento / que mi verso se ahonda // su celo busca /tus ansias, detenido / ahí, cual si estuviera / en mitad del amor».

   El proceso de construcción del poema propiamente dicho también es objeto de reflexión. La metapoesía es algo que ha interesado a Francisco Caro desde que comenzara a escribir y en cada título publicado el poeta encuentra siempre la oportunidad para cuestionarse el porque de la escritura y la distancia, a veces mínima, que media entre escritura y vida. Veamos la poética que suscriben estos versos: «Poética: / llegar como a traición, / como escuchar el toque de “a degüello”. // Nada más hay». En que la balanza se incline hacia el lado de la poesía han tenido que ver las muchas lecturas y el ejemplo de los poetas amados, que, pasado el tiempo, son objeto de un reproche, queremos creer fruto de un arrebato: «Me gustaba leer / despacio a los poetas que me amaban, / me hicieron tanto mal / que sin piedad ni furia , ni esperanza, / sabedlo, los denuncio», escribe en el poema titulado «Denuncia», que finaliza con estos versos: «(Acuso de Jaime / Gil y a Claudio / Rodríguez, fueron ellos, / lo juro, / yo no sabía nada de la vaina // entraron con sigilo, / con estíos y sombras en la casa / fueron ellos, canallas, que me amaron.)».

He dejado para el final, deliberadamente, el tema principal que reúne cuerpo y escritura en la poesía de Francisco Caro, que no es otro que el amor, el amor cotidiano y palpable que justifica la vida, el amor que da pie a la escritura («y escribir / poesía es también y desde Homero / un acto de legítima defensa») y que agujerea la red con la que trata de atraparnos el destino. El amorque llena los vacíos de la existencia.

* publicado en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 5/04/2019

JOHN BERRYMAN. 77 CANTOS DEL SUEÑO. *

04 jueves Abr 2019

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JOHN BERRYMAN. 77 CANTOS DEL SUEÑO. EDICIÓN BILINGÜE. TRADUCCIÓN DE ANDRÉS CATALÁN Y CARLOS BUENO VERA. EDITORIAL VASO ROTO.

Si las etiquetas son, como todos sabemos, imprescindibles para definir y diferenciar un producto cualquiera, para identificarlo y evitar que nos den gato por liebre (aunque, en muchos casos, la prolijidad del etiquetado consigue el efecto contrario al deseado, más que informar, desconciertan), está claro que resultan insuficientes cuando sondeamos la realidad en aspectos menos verificables empíricamente, insuficientes e, incluso, maniqueas, si, además, nos referimos a una obra de arte, a un libro de versos, en este caso. Tachar a John Berryman de poeta confesional es menospreciar la parte irracional que contiene su poesía, una parte fundamental y, por tanto, imprescindible, en títulos como este 77 cantos del sueño —publicado en 1964, fue merecedor del Premio Pulitzer— que, no es preciso ser muy avispado, nos remite al subconsciente, a un estado que poco tiene que ver con lo que percibimos cuando estamos despiertos, de ahí provienen la amalgama de referencias, personales, políticas y culturales que se suceden en los poemas.

     Berryman comenzó muy pronto a publicar. En 1935 las revistas Columbia Review y The Nation acogieron sus primeros poemas. Poco más tarde, en 1937, publicaría nuevos poemas en la prestigiosa revista Southern Review. Mientras enseñaba en Harvard aparecieron varios poemas suyos —en los que, en opinión de la crítica, era notoria la influencia de poetas como Yeats, Auden o Hopkins— encuadrados en la antología Five Young Americans Poets (1940). De 1943 data Poems, el que podemos considerar su primer libro, aunque el volumen que le da a conocer y le proporciona notoriedad no vería la luz hasta 1948, The Dispossessed, con el que obtuvo el Premio Shelley. Su vida privada— compleja, intensa, apasionada— se transparenta, sin solución de continuidad, en sus poemas, y es probable que de aquí provenga la etiqueta a la que hacíamos alusión al principio de estas líneas De hecho, en el libro Sonnets to Chris, escrito en 1947 pero publicado en 1967, hace un detallado registro de sus infelicidades, detalles que se pueden constatar confrontando dichos poemas con las páginas de su diario.

   Homage to Mistress Bradstreet, un libro de difícil comprensión, fue publicado en 1953 en Partisan Review y apareció en forma de libro en 1956. Este libro supuso la consagración definitiva de John Berryman como poeta. Está dividido en cincuenta y siete estrofas de ocho versos rimados. Las cinco secciones que lo integran se refieren, respectivamente, primero a la invocación de la poeta del siglo XVII Anne Bradstreet; siguen un monólogo de Bradstreet; un seductor diálogo entre los dos poetas; un segundo monólogo de Bradstreet y, finalmente, la disertación de Berryman.

     La vida privada de Berryman comenzaba a desmoronarse, entre otras cosas, por su alcoholismo. Se divorcia y es expulsado de su trabajo. Después de numerosos avatares profesionales y personales, encuentra una ansiada estabilidad en Minnesota, en cuya universidad permanecerá desde 1955 hasta su fallecimiento, en 1972. Fue este el lugar en el que comenzó a escribir sus Cantos del sueño, libro con el que obtuvo, como hemos dicho, el Premio Pulitzer. El protagonista, una especie de alter ego —divido en dos, porque también aparece un personaje llamado Huesos— del autor, es Henry, un estadounidense blanco de mediana edad que habla de sí mismo en primera, segunda y tercera persona y escucha a su amigo sin nombre, un estadounidense blanco en dialecto negro que habla negro. Henry es codicioso, lujurioso y vanidoso. Su amigo es la conciencia, y su diálogo se resuelve, como sostiene Helen Vendler en The Given and the Made (1995), como si fuera un examen en la consulta del terapeuta, y cada canción se puede asociar a una sesión en el sofá. Henry, hablando con todo el equipaje emocional de Berryman (suicidio paterno, libido descarada, embriaguez) puede agredir y retroceder, lanzando su ira, sus miedos y su blasfemia contra el amigo, un muro vacío de respuestas terapéuticas. Las teorías sobre la función de los sueños y del inconsciente de Freud influyeron en su escritura de forma evidente. «Será precisamente el libro 77 cantos del sueño —escriben Andrés Catalán y Carlos Bueno Vera, los autores de la edición—adonde le lleve la búsqueda del fantasma de su padre y donde más obvia sea la presencia del mismo: un alucinado discurso donde Berryman aborda el alcoholismo, las pesadillas, la lujuria, el deseo desmedido, las infelicidades y un perenne sentimiento de culpa y abandono».

     Berryman fue galardonado con una beca Guggenheim en 1967 para completar The Dream Songs. Vivió un tiempo en Irlanda y continuó bebiendo mucho, y finalmente ingresó en un hospital de Minneapolis para recibir tratamiento Mientras tanto, ganó el Premio de la Academia de Poetas Americanos y los premios National Endowment for the Arts (1967). His Toy, His Dream, His Rest (1968) completó The Dream Songs, con el que obtuvo el National Book Award (1969) y el Premio Bollingen. Sin embargo, la reputación de Berryman no se consolidó hasta los últimos años de su vida. En su juventud fue una promesa que se vio truncada no solo por la inaccesibilidad de su poesía sino por su particular forma de ser: altanero, presuntuoso, borracho y mujeriego. Al final, afortunadamente, prevaleció la calidad de su poesía y hoy está considerado como uno de los grandes poetas norteamericanos del pasado siglo.

   Berryman, un hombre «feliz sin convicción», como lo definió su amigo y gran poeta Robert Lowell, acabó suicidándose —ya había hecho un primer intento en 1931—, como antes hicieron Ganivet y Paul Celan— lanzándose desde un puente (un barco, en el caso del español), en Minneapolis. «Solo habían pasado unos días desde el anterior intento de suicidio del poeta, atormentado por un alcoholismo desatado y unas crisis nerviosas que, durante los últimos años de su vida, le suponían al menos un largo internamiento hospitalario anual», según escriben los autores de la traducción, a los cuales hay que felicitar efusivamente porque han hecho un trabajo excelente y concienzudo, como se pude comprobar en el aluvión de notas finales que acompañan a los poemas. «El hombre —escribe Berryman— ha asumido la más alta responsabilidad, / son fin. Buena suerte».

’77 cantos del sueño’, de John Berryman

MIGUEL CATALÁN. SUMA BREVE. PENSAMIENTO BREVE REUNIDO (2001-2018)*

02 martes Abr 2019

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MIGUEL CATALÁN. SUMA BREVE. PENSAMIENTO BREVE REUNIDO (2001-2018). EDITORIAL TREA

Miguel Catalán (Valencia, 1958) es autor de una vastísima obra tanto en el campo del ensayo como en el de la ficción. Desde el inicial Pensamiento y ficción (1994) hasta este Suma breve. Pensamiento breve reunido. 2001-2018 se han sucedido más de veinte entregas. A medio camino entre el ensayo y la ficción, puesto que comparte características de ambos, podemos situar la práctica del aforismo, género en el que ha escrito seis volúmenes: El sol de medianoche. 111 paradojas (2001), La nada griega (2013), La ventana invertida (2014), Así es imposible (2015), El altar del olvido (2016) y Paréntesis vacío (2018), todos ellos agrupados ahora en este compendio.

     Lo primero que interesa resaltar es que Catalán proviene del ámbito de la filosofía, y esto se deja traslucir, afortunadamente, en sus reflexiones, reflexiones que, en su gran mayoría, son de mucho mayor alcance y desarrollo que la contundencia que asociamos al aforismo, entendido este como una máxima breve y sentenciosa, vaga la redundancia. No es Miguel Catalán el primer caso de alguien que desoye los convencionalismos genéricos. Su reflexiones no se ajustan a un estricto corsé que, en muchos casos, violenta la expresión. Recientemente comentábamos en estas páginas un caso similar, el de Mario Pérez Antolín y su libro Crudeza, publicado en la misma editorial. Y es que en ambos, la necesidad de indagar en la realidad está por encima de los formalismos. Es la amplitud de la mirada la que determina la extensión del texto, no a la inversa.

     Un segundo aspecto que llama la atención de los textos de Suma Breve es su fijación con la paradoja. José Montoya Sáenz, en el prólogo del libro, nos da alguna clave para justificar esta preferencia: «Si no podemos captar la realidad moral en conceptos substanciales y no podemos por tanto alcanzar una ciencia moral, siempre es posible mostrar cómo nuestros conceptos morales poseen una flexibilidad que nos permite expresar, a través de la paradoja, la constante fluctuación del mundo social y humano». La paradoja parece, pues, conferir cierta unidad de pensamiento a los diferentes textos, aunque entre algunos de ellos haya una gran distancia temporal, hasta tal punto que cada uno de los libros incluye un sección de «… paradojas que me hubiera gustado imaginar». Veamos algunas de ellas, tomadas de cada uno de sus libros (en orden inverso al de su escritura, para redoblar la paradoja): «El testamento es el único discurso verdadero (Luciano de Samosata», «Sin el diablo, Dio sería inhumano Jean Cocteau)», «Vivir es perder tiempo (George Santayana)», «Tu existencia adulta es una burla viviente de tus ideales de juventud. Y si no lo es, se debe a que tus ideales eran demasiado pobre (Charles Ludlam)», «La biografía es un género en el que un individuo quiere despertar en otros recuerdos que solo él tuvo (Jorge Luis Borges)» y «Ningún sueño es tan descabellado como su interpretación (Elias Canetti)».

     Como hemos insinuado más arriba, Miguel Catalán, además de no atenerse a una fórmula cerrada, analiza la realidad desde múltiples perspectivas, pero en todas ellas advertimos un rigor analítico exigente. Apenas hay lugar para el ingenio propiamente dicho porque detrás de las palabras hay hondas incertidumbres, vívidas experiencias , una querencia especial —y sólidamente fundamentada— por ir al fondo de las cosas, aunque «Al tocar el hueso, duele. Si lo atraviesas, el dolor se hace insoportable. Ir al fondo de las cosas es ir a veces demasiado lejos». Catalán demuestra un conocimiento exhaustivo de la conciencia y de los mecanismos que la sustentan, la vanidad. «Hay escritores tan famosos que ya no escriben libros por falta de tiempo» o el narcisismo, por ejemplo: «El yo como panorama». He puesto dos ejemplos que se aviene como un guante a la definición que el propio Catalán da del aforismo: «El aforismo es un fulgurito, ese pequeño fragmento de tierra fundida por un rayo en milésimas de segundo», pero, como he dicho, la mayoría de los textos se escapan a ese relampagueo. En ellos encontramos anécdotas, no exentas de ironía, como el caso del amigo francés que explica que pese a la disminución del número de lectores, surgen nuevas editoriales: «Este amigo prevé que llegará un día en que cada persona en edad de escribir será autor, editor y único lector de su libro». Tal y como van las cosas, no parece que dicho vaticinio esté muy lejos d cumplirse.

     Suma breve encierra tantos temas y desde puntos de vista tan diversos que resulta imposible comentarlo todos en este espacio. Si me gustaría significar, lo he hecho ya, que nos encontramos frente a una obra muy meditada que en ningún caso es fruto de la moda y de la improvisación, todo lo contrario. Detrás de la verbalización hay un sin fin de ideas y un gran esfuerzo por convertirlas en actos de un pensamiento que aspira, más que a la visibilidad de lo superficial, a alimentar la raíz de la existencia.

* Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañés el 29/03/2019

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