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ANTONIO RIVERO TARAVILLO. SUITE IRLANDESA.

17 viernes Mar 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LA PASIÓN DE UNA VIDA

ANTONIO RIVERO TARAVILLO. SUITE IRLANDESA.

FUNDACIÓN JOSÉ MANUEL LARA.

Pocos autores de nuestro país, si hay alguno, mantienen una relación tan estrecha con la literatura como Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963). Resulta apabullante su ciclópea actividad no solo como escritor que practica diversos géneros, sino como gestor cultural, con lo que esto supone en cuanto al empleo racional del tiempo. Poeta de larga trayectoria ―su primera entrega, “Bajo otra luz”, data de 1989 y la última del pasado año, “Los hilos rotos”, Premio Ciudad de Lucena Lara Cantizani―, Rivero Taravillo es también un reconocido crítico literario, un excelente biógrafo ―su trabajo sobre Cernuda, entre otros, resulta imprescindible―, un no menos excelente traductor de poesía ―la de Yeats, por ejemplo, es canónica― y un avezado novelista y aforista. A esto, como digo, hay que añadir la dirección de la revista de poesía “Estación Poesía” y otras colaboraciones como conferenciante o profesor. Por si esto fuera poco, su devoción por el mundo irlandés es tan intensa e inequívoca que ha quedado plasmada en multitud de ensayos, en traducciones y ahora, en su propia creación poética, en esta “Suite irlandesa” que ahora comentamos.

     Lo primero que nos sugiere la poco frecuente extensión del volumen es que esa devoción de la que hablamos está arraigada en nuestro poeta desde hace décadas ―«La primera vez que vine aquí, / el Ira aún seguía asesinado», escribe―, no es algo coyuntural, sino propio de alguien que lo ha vivido con un amor real, no exento, además, de pasión, incrementada si cabe por el paso del tiempo, por eso este libro recoge poemas de diferentes épocas, de prosodia heterogénea ―alternan poemas breves con los extensos, de arte menor con los de arte mayor, más abundantes―, pero con un hilo conductor: Irlanda, de hecho, la propia definición de «suite» alude a esa heterogeneidad: «Composición musical formada por varias piezas instrumentales dispares con algún elemento de unidad entre ellas», añadamos a esto que, en la «Nota del autor», Rivero Taravillo afirma que «… no sabría explicar el porqué de esa fascinación por Irlanda, pero tiene mucho que ver la música, bellísima, y una manera mía de combatir la fealdad del mundo siguiendo un camino propio, e insólito en mi entorno, como una senda de rebeldía».

    El libro lo integran poemas publicados en diferentes títulos del autor junto a otros, la mayor parte, de carácter inédito, entre estos, el largo poema, «Dublín», con el que comienza el libro, dividido en treinta y seis secciones o, ya que aludimos a la música, en treinta y seis movimientos. En el número cuatro encontramos una de las razones de este fervor: «Me gusta Irlanda por lo inútil, / por su gran capacidad para lo impráctico, / que las cuerdas de un arpa solo sean mecanismo / de lo que escapa y nunca lo aferra», pero no todos los poemas, en los que combina la descripción con chispazos reflexivos, asumen el entusiasmo sin fisuras. También hay hueco para la crítica; «Ya nada es lo que era, / si es que alguna vez lo fue, no sé. / Si fuera apocalíptico, diría / que se ven señales del final de los tiempos, / que todo es susceptible de ser símbolo / preñado de maldad, y que la Bestia / ha salido de unos versos de Yeats / y se arrastra a Dublín para nacer». La segunda sección «Hiberniae», muy variada en su contenido, traza un mapa sentimental del país, en el que tiene cabida bibliotecas, miniados códices, librerías ―«Taciturnos, los lomos perseveran / en la esperanza firme de una mano / que los tome y los haga declarar / su mercancía en la aduana del descubrimiento»―, pubs, carreteras, prados, valles, playas, colinas, elementos todos ellos que conforman un paisaje vivido, junto a mitos, leyendas, innumerables referencias culturales, una defensa a ultranza de la lengua autóctona: «La antigua lengua debe resistir: / cuando una lengua muere, muere un mundo, / las plantas que nombraba languidecen, / se secan los torrentes y la lluvia / se ausenta de su cielo silenciado», tradiciones, símbolos de un pasado que ha conformado un presente tortuoso, etc. Las influencias poéticas son muy diversas, pero, quizá, la más reconocible sea la Yeats y no solo por las referencias al poema «Los cisnes salvajes, sino por el carácter simbólico de su universo metafórico. Prácticamente nada queda fuera del alcance de estos poemas, por cierto, estróficamente desiguales. Conviven en estas páginas los versículos, los endecasílabos, los heptasílabos y, en el aspecto formal, los haikus con poemas narrativos e, incluso, con sonetos muy personales. En todos ellos el rigor métrico se impone por encima de otras consideraciones conceptuales. El libro finaliza con el poema «La reina Maeve», un canto al gaélico, la lengua que tanto admira, escrito en 2021 que actúa, según indica el autor, «como justificado colofón en tanto que reúne el sentido último de mi pasión por Irlanda, que es amorosa y no solo un viaje espacial, sino también en el tiempo». La pasión de Antonio Rivero Taravillo por Irlanda no podía encontrar mejor cauce de expresión que el poético, el autor lo sabe, por eso sus poemas, más que buscar una meta, describen un itinerario todavía incompleto.

  • Reseña publicada en El Diario Montañes, 17/03/2023
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LUIS ANTONIO DE VILLENA. LUJURIAS Y APOCALIPSIS.

13 lunes Mar 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LUIS ANTONIO DE VILLENA. LUJURIAS Y APOCALIPSIS.

COLECCIÓN VISOR DE POESÍA

La trayectoria poética de Luis Antonio de Villena comenzó muy pronto, cuando el poeta apenas tenía veinte años. “Sublime Solarium”, su primer libro, data de 1971. Desde entonces, su escritura se ha prodigada en diferentes géneros: la novela, el diario, el ensayo y, preferentemente, la poesía, género en el que ha obtenido numerosos galardones. En el año que acaba de finalizar ha visto publicada su obra completa en dos voluminosos tomos, bajo el título “La belleza impura”, que recoge su poesía desde 1970 hasta 2021 y la que hasta ahora es su última entrega, “Lujurias y apocalipsis”, un libro éste que posee varias líneas temáticas: una de ellas se centra en el deterioro que sufre el mundo, la sociedad actual, en la que se siente un extraño ―«Un tiempo de vulgaridad e ignorancia. No lo entiendo, no me gusta», escribe en el Postfacio―, un mundo que acabará reducido a la nada o, más bien, reducirá a la nada los principios vitales que sustentan la vida del poeta, acaso por esa razón sean frecuentes las miradas retrospectivas de tono elegiaco, la recuperación de momentos que invitan a la melancolía ―aunque nadie pretenda recordar los fragmentos más sórdidos de su existencia―: «Pasé una tarde (hace unos días) mirando fotos: mal negocio. / Aparece el pasado con tristeza y esplendores, ves todo lo que / se fue y compruebas que el futuro, el futuro, será corto… / Me centré sobre todo en las muchas bellezas que me acompañaron» ; otra actitud no menos relevante es la dedicada a la consagración a la belleza ―«… dentro del desastre del hombre, solo el arte salva y redime» ―y la lujuria y el impulso sexual como forma de resistirse a la mediocridad y, por último, la constancia de que la sombra del envejecimiento ya no es una pesadilla que oscurece el futuro, sino algo muy presente, algo con lo que se ha de convivir, aunque se esté, como escribió Shakespeare, «golpeado y rajado por curtida vejez». El poema «Adentrado en la edad» resume de manera cristalina esa idea: «¿He dormido mal? ¿Estoy cansado? No, eres viejo ya. 69 largos. / Pero yo sabía de la edad, de sus sumas, de sus limitaciones. / Mas me sentía joven, pues a tantos jóvenes conozco. Hermano mayor. / La ancianidad ha empezado en mí y con serenidad percibo su espanto […] He entrado en la vejez, con desdén, preocupado, sin ganas. / No me engaño. La vejez nada tiene de admirables / pese a los lauros de la tonta corrección política». Como se ve, una postura contraria a la del Neruda, quien afirmaba: «Yo no creo en la edad», todo lo contrario De Villena siente cómo el peso de los años arquea metafóricamente su espalda y solo el recuerdo de ese verano eterno, al menos en la memoria, de sol y de sensualidad, parece mitigar el dolor de vivir, eso sí, momentáneamente. Pero esa idealización del pasado, la glorificación de los cuerpos o el ansia de la belleza intemporal tienen también su fecha de caducidad, por mucho que la escritura trate de inmortalizarlos ―como también pretendía el autor de Hamlet― en memorables versos. Eminentemente descriptiva y con un ritmo muy personal, la poesía de De Villena es pródiga en detalles, va directamente al grano, no oculta nada, describe sus obsesiones de forma cruda, sin ambages retóricos: «Cuando la senectud se abre paso, arrabal de vejez / lodo de rostros ajados, cuerpo torpe, manos con pecas / y todo asediado por miles de tenaces, feroces enemigos, // oh, entonces caes en la cuenta, necio, botarate, sandio, / solo en la oscuridad, en el adiós, en la ciudad estéril / ves ―horror― que la juventud, ciervo de oro, se fue hace mucho». Menudean en sus versos ―versos escritos con un lenguaje voluptuoso, agradable al oído, pese a sus disfunciones métricas―, como siempre, lugares míticos (Cabo Sounion, Gran Café de París) y figuras emblemáticas de nuestro acervo cultural cuya biografía, en algunas ocasiones, sirve de pantalla a la del propio poeta. Por otra parte, no escasean en sus versos las frases lapidarias, los aforismos, como, por ejemplo «El pensar quema» o «Huir es también buscar. Huir es poseer, bajo otro signo». “Lujurias y apocalipsis” es un libro, como hemos indicado más arriba, melancólico, pero no es un libro de fracasos porque en el hay mucha vida, mucha vida apasionada, mucho hedonismo, mucho deseo aún por satisfacer y es que, como el propio poeta escribe, «la lujuria contiene el esplendor y el fin absoluto». Bendito fin, podemos apostillar, porque las servidumbres de la edad convierten la vida en algo vacío. «La vida ―escribió Freud― se empobrece, pierde interés, cuando en el juego de vivir no puede apostarse la ficha más valiosa, la vida misma». Luis Antonio de Villena, como delatan estos versos, ha aumentado la apuesta.

  • Reseña publicada en El Diario Montañés. 10/03/2023

MARTÍN LÓPEZ-VEGA: Y EL TODO QUE NOS QUEDA. POEMAS DE AMOR

07 martes Mar 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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MARTÍN LÓPEZ-VEGA: Y EL TODO QUE NOS QUEDA. POEMAS DE AMOR

COLECCIÓN VISOR DE POESÍA.

El tono esperanzado de este libro, reconocible ya desde el mismo título, no resulta habitual en los libros de poesía, proclives a la nostalgia, al desamor, a la desesperanza. Más que ese «todo» del título, lo que prevalece, al menos literariamente y a cierta edad―cuando se es joven la tristeza, la nostalgia de lo aún no vivido es pura impostura― es una sensación de vacío que ni siquiera la fuerza del amor puede erradicar ―valgan como ejemplo estos versos de Valente: «Cuando ya no nos queda nada, / el vacío de no quedar/ podría ser al cabo inútil y perfecto»―, algo que sí ocurre en el caso de Martín López-Vega, Escribir poesía bajo el influjo de la felicidad no tiene buena prensa y, además, los riesgos a los que el poeta debe hacer frente no son menores. El efecto edulcorante de la pasión no bien digerida provoca resultados desastrosos, poéticamente hablando ―de los existenciales no es preciso ocuparse aquí―. El sentimentalismo, a tenor del éxito con el son recompensadas, es un ingrediente más que necesario en las canciones de moda, pero en un poema revela una falta grave contra el lenguaje y, de rebote, contra el sentimiento mismo, cuya exaltación se queda solo en la superficie. Afortunadamente el verdadero poeta sabe sortear estas trampas y Martín López-Vega lo ha hecho con la desenvoltura creativa que ya es una característica propia. No teme nuestro poeta asumir nuevos riesgos porque los viene asumiendo desde hace muchos años y, por otra parte, cada uno de ellos, salvado satisfactoriamente, no ha hecho más que afirmar una personalísima estética, estética fruto de numerosas tradiciones y, por tanto, casi indefinible, aunque el carácter narrativo y testimonial de gran parte de su poesía le acerquen a cierta poesía norteamericana o a la del este de Europa, pero también a Pessoa y Lêdo Ivo, por no hablar de algunos dejes reconocibles de matiz oriental.

El amor se convierte en “Y el todo que nos queda” en la columna vertebral de los poemas y es, como anticipábamos, un amor que se sustenta en el presente o, cuando recurre a la memoria, en un pasado reciente: «cuando entró en mi vida desapareció todo lo demás». Estos poemas nacen de la luz y de la alegría de vivir: «Y en medio de la calle / de la vida me estabas esperando tú, / con tu sonrisa que anunciaba / la eterna novedad del mundo, / el infinito renovarse de la alegría», escribe en el que encabeza el libro. Ese amor que, según el vate florentino, mueve el sol y las demás estrellas provoca una visión enaltecida ―y hasta cierto punto contagiosa―de la realidad. A Martín López-Vega no le asusta ser feliz, como a otros poetas que encuentran en el fatalismo su vena creativa, por eso es capaz de situar por debajo de la persona amada cualquier elemento de la naturaleza, del universo físico e, incluso, del conceptual: «Eres más hermosa que la felicidad, más hermosa que cumplir los sueños de la infancia, más hermosa que deberte el futuro». Pero no solo le debe el futuro. Parece que todo el pasado ―aciertos, errores, incertidumbres, viajes, momentos de plenitud y de abatimiento―, no sea otra cosa que las fases de un camino que conducen al destino actual. Tal vez por esa razón el poema trate de trasmitir, más que un momento determinado, la reflexión que ha suscitado la experiencia vivida, como ocurre en «Justicia poética», del que tomamos estos versos: «Y pensarás después que has sido tú: / que todo este tiempo fue necesario / para aprender a discernir verdad y belleza / o entender el punto en el que confluyen / para dejar de ser verdad y belleza / y transformarse en una única cosa, más alta». Tal vez porque no todo lo que se escribe puede nacer de la alegría, la muerte aparece en alguno de estos poemas, pero el amor es capaz de anular su constancia, esa presencia que no por ser invisible es menos tenaz. La persona amada es el símbolo perfecto de la plenitud de la existencia. Ella da sentido a todo y su presencia parece colmar cualquier ambición de trascendencia: «¿Quién quiere poemas estando ella, / que es gacela constante más allá de la vida / y hace volver las claras golondrinas / y evita que se equivoquen las palomas / y hace que suceda que nunca me canse de ser hombre / y es todos los milagros juntos de la primavera / y pueda sanarme y hacer que este río / no vaya hacia el mar, que es el morir, / sino hacia una vida más alta que la vida?». Creo que no ha mejor resumen para dar una idea cabal de lo que el lector puede encontrar en este libro que estos versos. El entusiasmo vital ha guiado la escritura de Martín López-Vega, pero en el poema el optimismo, la felicidad en suma, nunca pierde el norte. Enaltece, sí, algunos hechos que, por cotidianos, rozan la insignificancia, pero logra contener la emoción en el estricto ámbito de los poemas, más cercanos a los del último Carnero, por ejemplo, que a los del último Gimferrer.

*Reseña publicada en El Diario Montañés, 2/03/2023

ÁLVARO VALVERDE. SOBRE EL AZAR DEL MAPA

06 lunes Mar 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ÁLVARO VALVERDE. SOBRE EL AZAR DEL MAPA

EDITORIAL TUSQUETS

Toda la obra poética de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) está caracterizada, desde sus primeros libros, por la intensidad lírica. En sus poemas logra trasmitir, de una manera persuasiva, pero sigilosamente, sin necesidad de recurrir a expresiones grandilocuentes, a periclitados verbalismos ni a quiebros formales, sensaciones, experiencias, incluso ideas ―me atrevería a decir― propias, pero que forman parte del acervo de las experiencias humanas compartidas casi de manera unánime por todos. Sus poemas proceden de la vida cotidiana, de las reflexiones que el contacto diario con la realidad provoca. Ese contacto se puede realizar desde la soledad de un cuarto de trabajo propio o, como es el caso, desde un territorio ajeno, extraño que proporcionan, por ejemplo, los viajes. En ellos, en general, la falta de lugares habituales de referencia despierta la necesidad de apropiación, y esta la llevamos a cabo a través del lenguaje. Aunque el hecho de escribir un poema sea, inicialmente, algo que la propia mente no había previsto, es gracias a él como el viajero toma conciencia final de los detalles del viaje. Da la sensación de que el viaje se completa cuando se narran aquellos momentos, aquellas escenas, aquellas sensaciones que, probablemente, hayan cambiado desde entonces nuestra manera de ver las cosas, nuestra forma de relacionarnos con el entorno. El poema, en mayor medida que las fotografías o los objetos de recuerdo, parece abrir una puerta de retorno al viaje mismo y al tiempo anterior a dicho viaje, un tiempo de ilusión tan intensa o más que el viaje en sí, como nos recuerda Borges, y valga esta alusión para hacer mención a que el sabio bonaerense es el protagonista ―como luego veremos― de algunos poemas de “Sobre el azar del mundo”, título que proviene de unos versos del primer libro, “Territorio”, de nuestro poeta, como él mismo aclara en «Nota», de la cual extraemos estos datos, acaso irrelevantes para disfrutar de la serena factura de los poemas: «Escribí en Plasencia la primera versión de “Cuaderno de Sofía” [una de las dos secciones del libro] en apenas dos meses de 2018, tras una breve estancia en Sofía». Unas líneas más abajo nos informa, y esto sí que es relevante para nuestro propósito, de que escribió de memoria, «No tomé ―escribe― ninguna nota durante ese viaje de invierno (aunque fuera a finales de marzo) ni llevé ningún diario». Y es relevante porque el viajero se ha dedicado a viajar, a ver ―del «goce de la simple visión» escribe en un poema―, a recorrer la ciudad, a observar lo que para sus habitantes son paisajes rutinarios, con la mirada desnuda del extranjero: «El azar ha querido / traerte hasta Sofía, / una ciudad que nunca / pensaste visitar. / Te asombra este viaje / al otro mundo».  Así ha podido darse de bruces con lo extraño y de esa extrañeza, de sus consecuencias, dan cuenta los poemas que han surgido algún tiempo después de manera espontánea, poemas breves, impresiones líricas ―en ocasiones también narrativas― que poseen la frescura y la intensidad del haiku: «A vista de pájaro / la ciudad es un mapa / cubierto por la nieve». La nieve, símbolo de pureza, tiene mucho protagonismo en estos versos. Nieve en las ramas de los árboles, «dibujadas de blanco», en las calles, donde «Cae la nieve / con esa parsimonia que le es propia / a ese tiempo feliz e intempestivo». Pero la nieve también oculta las ruinas, la miseria, el deterioro, la suciedad, acaso más visible cuando esta desaparece y deja al descubierto el rastro de la desolación. Una gran parte de los poemas de este cuaderno reflejan breves impresiones, pero otros se aventuran en describir más detalladamente paisajes o monumentos, como el poema en prosa que narra la visita a «la pequeña iglesia medieval de Boyana». Nada más alejado, sin embargo, de una guía turística. La forma de integrarnos en la ciudad, de hacerla más vívida para quienes no la conocemos se consigue, paradójicamente, con economía de palabras, pero cada una de las leemos en estos poemas nos inspira una sensación de verdad casi milagrosa, por eso nos convencen y nos hacen sentir que, lejos de estar en la posición del espectador, somos también ese visitante invisible que pasea a la vez por las aceras y por las páginas de este libro. 

     La segunda sección, «Cuaderno suizo», tiene un origen distinto pero un similar procedimiento de escritura: «Hay memoria, tono fragmentario, inmediatez, noción de lugar…», dice Álvaro Valverde, y un mismo efecto, ese que hace al viajero ser otro después de finalizado el viaje: «Nace, sí, la jornada / y con ella el anuncio / de una nueva existencia». Grandson es la ciudad que da origen a unos primeros poemas: «Con qué parsimonia / amanece en Grandon», escribe. Aquí, más que la nieve, el protagonismo lo ostenta la falta de luz ―«Una luz tamizada / enciende las estancias / que guardan en silencio / obras de arte y muebles / decantados con gusto»―, su levedad, una levedad que invita al recogimiento: «¿Qué puede estar pasando tiempo adentro / en las habitaciones de esta casa? // ¿Qué secretos esconden estos cuartos / donde vive el misterio de la noche?», se pregunta. En los poemas de la segunda parte, «Ginebra», se homenajea a diferentes escritores que tuvieron alguna relación con la ciudad, como Borges, enterrado aquí, Ramos Sucre, Valente, María Zambrano, Alfonso Costafreda o Aquilino Duque. A partir de ahora, y pese a que la estancia ginebrina ha sido breve, habrá que considerar a Valverde un ilustre «habitante», una «una sombra más entre estas sombras / que pasean las calles de Ginebra». Pocos libros podemos leer hoy en día que nos dejen una confortable sensación de complicidad, de gratitud como los poemas de “Sobre el azar del mapa”.  La poesía de Álvaro Valverde nos acoge generosamente, sin pedir nada a cambio, nos hace amar un lugar que ha pasado a formar parte de su vida. Es la suya una poesía del todo habitable, mejor aún, hospitalaria y a nosotros sus lectores solo nos queda ser sus agradecidos huéspedes.

https://elcuadernodigital.com/2023/03/06/la-poesia-hospitalaria-de-alvaro-valverde/

JAVIER LOSTALÉ. ASCENSIÓN

28 martes Feb 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JAVIER LOSTALÉ. ASCENSIÓN

EDITORIAL: PRE-TEXTOS

La trayectoria de Javier Lostalé (Madrid, 1942), de presencia editorial irregular al principio ―entre sus primeros libros, “Jimmy, Jimmy” (1976) y “Figura en el paseo marítimo” (1981) y el primero de, llamémoslo así, su segunda época, transcurrieron catorce años― se ha asentado, afortunadamente en las primeras décadas del presente siglo. Desde “La estación azul” (2004) hasta “Ascensión”, el libro que hoy nos ocupa, sin enumerar las antologías de su obra ni las reediciones, han visto la luz “Tormenta transparente” (2010), “El pulso de las nubes” (2014) y “Cielo” (2018) ―claro antecedente de “Ascensión”― un conjunto de obras que responden a un mismo aliento creativo: pese a la inevitabilidad del paso del tiempo y lo que esto significa, pese a la sensación de vacío que cunde cuando la presencia se convierte en ausencia y por más esa ausencia te hiera el alma, Lostalé pone toda su energía en entonar un canto de afirmación vital, afirmación fraguada en un pasado que reviste de gratitud al presente, como podemos interpretar a partir de estos versos del primer poema, en los que el poeta se refleja en un tú que está dispuesto «a consumarte / en entrega fiel a su enigma / donde entera leas tu vida / sin despertar de su música secreta». No es difícil percibir ya un eco de los “Poemas de la consumación” de su admirado Vicente Aleixandre, eco que se oirá también más adelante, acaso más nítido. Sin embargo, y esto disiente del pesimismo que trasmiten los poemas del Nobel. Lostalé no se siente estafado por la vida, todo lo contrario, porque el sentimiento amoroso, el amor que desafía a la muerte, mientras anega con su perfume hasta los rincones más inaccesibles de la memoria, convierte en eterno ese instante: «Cuando ya no hay rostro / en el que tu vida afirmar / ni distancia en el alma / camino siempre de otro ser, / retorna a ese cielo apagado / que aún existe dentro de ti / y enciende poco a poco sus estrellas / con el amor un día nacido / que te selló en inmortal amanecer». El amor es entrega al otro, es consumación en el otro, es la negación del vacío ―de John Donne son estos versos que tan bien resumen su poder: «Yo, merced al alambique del amor, soy la tumba / de todo cuanto es nada»― y Lostalé hace apología en sus versos de esta fuerza irrefrenable. Incluso su ausencia actúa como acicate, acaso porque el poeta sabe que se trata solo de una retirada táctica porque, como escribe en el poema «Distancia», «solo en la distancia / sabes leer lo que amas». Posteriormente, regresará con más intensidad, si cabe: «Solo sin la presencia / eternidad encuentras / en lo que vive en ti / pleno de ascensión». Otro de los ejes sobre los que giran estos poemas es el del erotismo, un erotismo muy velado, nunca explícito, descrito con imágenes simbólicas, como podemos leer en el poema titulado «El cuerpo», cuyos versos finales transcribo: «Sumergirse en un cuerpo, / también lo sabes, / es una costa que nunca se alcanza / mientras no deja de batir el mar». La conjunción de ambos, amor y sensualidad, provoca una especie de insolación, un paroxismo emocional que, aunque efímero, mantiene viva la llama del recuerdo y alimenta, como si ocurriera en este mismo momento, la sensación de plenitud ―«Inundado de voces y miradas / te vas lentamente ahogando / en una plenitud tan pura / que sin espacio / precede a tu propia existencia»―, acaso cubierta de nubes ―otro elemento crucial en la poesía de Lostalé: «Las nubes ―escribe― son la gestación de nuestra memoria / hasta concebirnos en la quietud de una aventura / dentro de sus islas de luz» y símbolo además de lo inalcanzable―. Si antes mencionábamos la influencia de Aleixandre, ahora estos poemas nos parecen más cercanos al Cernuda de «Adolescente fui en días idénticos a nubes». Como en él sevillano, cierta sensación de renuncia, eso sí, con unas dosis de nostalgia muy equilibradas, parecen traslucir los poemas últimos del libro. El acto amoroso se reduce ahora, con todas las limitaciones que eso supone, a lo pensado: «El pensamiento es la honda compañía / de cuanto en su nacer se aleja, / pues no cesamos en su búsqueda. / Amor solo pensando es la arritmia / de quien sabe que un corazón desierto, / aun con rosa, no tiene cura». Pese a todo, y ahora el referente es Juan Ramón Jiménez, «Entre ti y la niebla / en silencio aún sucede / la estación total». Como vemos, ese aún del penúltimo verso es determinante por esperanzador, nada que ver con el dogma romántico según el cual la intensidad del sentimiento es propio de la juventud y no sobrevive a la edad madura, de ahí que la poesía de Javier Lostalé recurra a la memoria como testigo de una vida plena. En consecuencia, el dolor que produce toda pérdida está compensado, al menos en el poema, por una melancolía sin dramatismo, es más, me atrevo decir, que esta pérdida incrementa la emoción, la pasión, o la sostiene.

  • Reseña publicada en El Diario Montañés, 24/02/2023

ANDRÉS GARCÍA CERDÁN. QUÍMICAMENTE PURO

25 sábado Feb 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ANDRÉS GARCÍA CERDÁN. QUÍMICAMENTE PURO

II PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA FRANCISCO BRINES

EDITORIAL PRE-TEXTOS

Pocas trayectorias poéticas se han consolidado en los últimos años tanto como la de Andrés García Cerdán (Fuenteálamo, 1972). Aunque posee un nada desdeñable cantidad de títulos publicados ―“Edad de hierba” (1992), “Los nombres del enemigo” (1997), La cuarta persona del singular (2002), “Curvas” (2009), “Carmina (2012)”, “La sangre (2014)”― no fue hasta “Barbarie” (Premio Alegría, 2015) con el que su obra comenzó a ser justamente reconocida, Desde entonces, la sucesión de libros publicados, si exceptuamos antologías y recopilaciones, ha venido avaladas por importantes premios. “Puntos de no retorno” obtuvo el Premio San Juan de la Cruz en 2017, “Defensa de las excepciones”, el Premio hermanos Argensola en 2018 y ahora este “Químicamente puro”, Premio Francisco Brines 2022. A esta larga lista hemos de añadir ―por centrarnos en las actividades propiamente literarias― también sus libros de ensayo, como “La realidad total. Sobre la poesía de Julio Cortázar” (2010) o “La muerte del lenguaje” (Libros del Aire, 2019) y su labor como antólogo, pues ha sido el responsable de las antologías de poesía contemporánea “El llano en llamas” (2013) y “El peligro y el sueño” (2016).

No está de más preguntarse por las razones que justifiquen esa unanimidad crítica y, a juicio de este lector, algunas de ellas de sustentan en esa sabia conquista de la realidad que no necesita de revelaciones trascendentes o acumulación de imágenes visionarias, muy al contrario, como queda suficientemente explícito en el poema titulado «A propósito de nada», «el alma / de un paquete vacío de Marlboro» puede desencadenar

una sucesión de referentes, tanto culturales como cotidianos que, lejos de dejar en evidencia el vacío de toda existencia, lo arropan sin asomo de nostalgia. Quizá lo que más imante al lector sea esa ausencia de dramatismo que evidencian sus poemas, esa búsqueda de la alegría y de la iluminación interior por encima de asuntos más coyunturales ―tal vez porque, como para Guillén, «la historia es el mal»―, como reflejan estos versos: «Contra el canibalismo. / contra lo obsceno, contra la injerencia / y el daño, contra / el bombardeo de vulgaridad, / nuestro derecho a no saber, / la gracia de olvidar lo que una vez supimos […] Nuestro derecho a desconectar». Tal vez mantenerse a debida distancia de los acontecimientos sea necesario para ahondar en el conocimiento de uno mismo y para percibir en su justa medida que lo realmente importante es lo inmanente, aquello que da sentido a la vida. En este aspecto, los dos primeros poemas del libro, pero especialmente «Sobre el placer», expresan una declaración de intenciones: «para ti, / que respiras las llamas / y que no tienes miedo / ni has sabido nunca qué es el miedo, // estas palabras pongo / una detrás de otra / ―como quien alza al cielo un pan bendito― / para que sigas / buscando lo que buscas, / para que encuentres dentro / del fuego / el fuego». Novalis decía que «en toda poesía debe vislumbrarse el caos». Ciertamente, Andrés García Cerdán no tiene porque compartir esta idea y, de hecho, no la comparte. Sus poemas aspiran a reordenar ese caos y lo hace, paradójicamente, alterando el sentido natural de algunos conceptos, provocado una alternancia de tensión y distensión entre ellos, como ocurre en el poema «Anclas», en el que, además, se acentúan las contradicciones identitarias: «Y me pregunto […] / Si lo que somos no es expansión, / lo que hacemos del sitio adonde vamos / desde mucho antes de salir. // Si lo que somos / no es eso que provocamos / es el otro que vive nuestra lengua / y qué, en cualquier momento, / también se echa a volar». Frente a tanta incertidumbre, cabe preguntarse: ¿y ahora, qué? La respuesta la entresacamos de algunos versos, colocados en lugares estratégicos de algunos poemas, como en «Apuntes para un autorretrato», del que proceden estos: «La luz del fin del mundo es mucho más que luz / cuando me miras» y, principalmente, en los versos finales de «Químicamente puro»: «Este verso no dice ni siquiera quién eres, / tan sólo las inercias del lenguaje. // Este verso es amor, / amor químicamente puro». La declaración de amor justifica entonces la necesidad de escribir el poema ―la escritura como un acto de amor― aunque tal sentimiento no se encarne en una persona física concreta. El gozo de ser y de sentir parece trasladarse a emociones de orden estético ―eso sí, compatibles con las existenciales― de ahí la proliferación de referentes del ámbito literario como Baudelaire, Goethe o Verlaine, musicales como Schubert o Stockhausen, artísticas como Yves Klein, Giacometti o Gaudí, por citar solo algunos nombres. “Químicamente puro” confirma que, lejos de perderse en el vacío, las palabras, los poemas de García Cerdán, poseen su propio peso específico porque tratan de desvelar con la luz del pensamiento las verdades ocultas de toda existencia.

  • Reseña publicada en El Diario Montañés, 17/02/2023

JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN. INDICIOS RACIONALES

21 martes Feb 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN. INDICIOS RACIONALES. EDITORIAL POLIBEA.

Dirigida por Aitor Francos y Manuel Neila, la editorial Polibea ha puesto en marcha una nueva colección de aforismos, un género que está, resulta obvio decirlo, de moda. Editoriales como Trea, La isla de Siltolá o Renacimiento vienen apostando por él desde hace varios años y, en los primeros meses, la editorial Libros del Aire, bajo el título de «Alto Aire» y con la dirección de Carmen Canet se ha sumado también a este renacimiento.

     A los nombres de, por ejemplo, Susana Benet o Jesús Munárriz se suma ahora el de José Luis García Martín, un autor prolífico que goza de gran prestigio en ámbitos como la crítica, el ensayo, los diarios o la poesía, géneros en los que ha publicado numerosísimos títulos. Otra cosa es el aforismo. A pesar de tener inclinación, no desmentida por el autor, a escribirlos, solo ha publicado un libro hasta la fecha, Todo lo que se prodiga cansa (un excelente aforismo, por otra parte), acaso porque, como menciona Ricardo Álamo en su minucioso epílogo, García Martín «Nunca ha ocultado sus reparos a la hora de escribir un libro exclusivamente de aforismos». Afortunadamente ha vencido esos escrúpulos y nos presenta un extenso volumen, Indicios racionales, con una amplia selección que permite al lector formarse una idea cabal de los temas más recurrentes que motivan la escritura de García Martín, y digo escritura, porque son estos mismos los que podemos encontrar en su poesía y en su obra diarísticia, incluso en la crítica. La identidad, por ejemplo, ocupa muchas de estas reflexiones, meditaciones, apuntes o como prefiramos denominarlas. El yo es objeto de ese juego textual al que es tan aficionado nuestro autor, como podemos apreciar en estos ejemplos: «Me gusta ser como soy y me gusta la gente que no es como yo soy» o «De no ser yo, quisiera ser Dios, aunque eso supusiera que mis problemas. O por infinito». El paso del tiempo y la vejez, que ve tan próxima, suscitan, desde un escenario cotidiano, doméstico podríamos decir, reflexiones de carácter metafísico: «Envejecer es ir estando de más y que todos se den cuenta menos uno», «Envejecer es viajar al futuro», «A partir de cierta edad, lo mejor que puede pasar es que no ocurra nada». García Martín ama la paradoja ―un método excelente para movilizar a la inteligencia― y, como tal, lo paradójico parece en numerosas ocasiones: «La soledad solo se soporta en buena compañía», También se alejan los que se quedan quietos», «Todo es milagro, salvo el milagro, que suele ser un truco». Otro de los temas frecuentes en su obra es el de la felicidad, más que un absoluto, una suma de instantes fugaces por naturaleza ―«Ser feliz es estar a punto de ser feliz. O a punto de dejar de serlo», «La felicidad, antes de llegar, ya se está despidiendo»―, de momentos de exaltación y alegría. Sin embargo, para disfrutarlos plenamente, se deduce de lo escrito cierto deseo de ignorar el futuro, más que de luchar por él y de pensar en la superación del dolor como fuente directa de la felicidad.

     Su estrechísima relación con la poesía no podía dejar de suministrarle material para afilar su ironía. Por lo que respecta a la poesía («En poesía, pocos distinguen entre la moneda falsa y la verdadera», «La poesía brota del olvido, no de la memoria»), pero también a los poetas: «Hay poetas a los que las palabras no les dejan ver el mundo». Ricardo Álamo menciona «El carácter contradictorio con que en ciertas ocasiones aparece tratado un mismo tema», y es cierto, pero creo que las contradicciones son piezas de ese mismo juego de máscaras que García Martín mantiene con el lector, y consigo mismo: la afirmación «No te quieras demasiado o te darás muchos disgustos»  es aparentemente opuesta a «Como me quiero a mí mismo no quiero a casi nadie, pero a algunos los quiero más», pero solo lo será si el punto de vista del lector le obliga a renunciar a los dobles sentidos, al juego entre verdad y verosimilitud y lo interpreta al pie de la letra. En todo caso, hay que reconocer que García Martín ―sin duda, voluntariamente― no siempre es fiel a su máxima de «Decir siempre lo mismo, pero cada vez de distinta manera», hay varios aforismos prácticamente idénticos, pero esto, para quien afirma que «Sin repetición no hay sorpresa», probablemente, carezca de importancia, aunque no es lo más común encontrar en la repetición respuesta a las incógnitas que suscita, por más que «Lo mismo, escrito en momentos distintos, significa cosas distintas». Para terminar, resulta evidente que no tenemos por qué estar de acuerdo con algunas de estas afirmaciones en muchos aspectos categóricas y, por tanto, podemos rebatirlas ―si no lo hiciéramos, sería preocupante―, pero, en la mayoría de los casos, nos dan la medida de un hombre inteligente que hace del oficio de pensar la mejor herramienta para combatir las incertidumbres que acucian al ser humano en cualquier época, pero, especialmente, en este cruel siglo XXI.

Reseña publicada en la revista Ítaca. Enero 2023

MARU BERNAL. NO TODOS VOLVIMOS DE TROYA

18 sábado Feb 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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MARU BERNAL. NO TODOS VOLVIMOS DE TROYA. PREMIO CIUDAD DE SALAMANCA. EDITORIAL REINO DE CORDELIA

Profesora de latín y griego en un instituto de Educación Secundaria en su tierra de adopción, Cantabria, Maru Bernal (Barcelona, 1964), autora de una obra poética aún escasa, pero muy intensa ―su primer libro, Hendiendo el aire, se ha reimpreso en varias ocasiones―, publica ahora su segundo libro, No todos volvimos de Troya, galardonado con el prestigioso Premio Ciudad de Salamanca, en el que su admiración por la cultura clásica está muy presente. Los personajes mitológicos menudean por estos versos con la familiaridad de quien trata con ellos diariamente, algo que contribuye a acentuar el sentimiento de cercanía entre la poeta y los lectores. Maru Bernal ensambla historias cotidianas de carácter biográfico en escenas inspiradas por esos personajes con objeto de expresar su estado emocional, con el propósito de reflexionar sobre la intensa y, a veces, conflictiva relación consigo misma y con sus seres queridos. Cabe preguntarse por qué nos siguen atrayendo los mitos y la respuesta acaso se encuentre en que no han perdido vigencia. Son estereotipos que responden a preguntas universales y describen con precisión las tribulaciones del espíritu humano, que no ha variado apenas, al menos en ese aspecto y hasta que la inteligencia artificial nos suplante definitivamente, en casi tres mil años, por eso constantemente regresamos a ellos, a algunos de ellos, que se repiten desde diferentes ópticas. El minotauro cretense, con el comienza este libro ―«Olor de toro entre los muslos / sentada a horcajadas sobre su lomo, / la brisa salobre acariciando sus pechos, / los brazos erizados rodeando la fiera testuz, / la mirada prendida del horizonte / palpitando de deseo y esperanza»― da paso a Ariadna y Teseo, y la playa de la memoria en la que se recuestan es la misma en la que se recuesta la protagonista del poema, lo que añade innumerables capas de significado y de emoción a un acto tan cotidiano. A medida que el periodo secuencial avanza, las referencias se hacen más crípticas. Aparece, por ejemplo, Láquesis, una de las tres moiras, la que decide el futuro y la duración de la vida humana: «Láquesis se disculpa con una sonrisa, / vuelve renuente a su rincón, / coge las tijeras y sigue cortando / ―implacable―/ los hilos del destino», o Prometeo, desafiando a los dioses, robándoles el fuego: «La noche en que hurtó la llama / que bailaba ligera entre sus dedos / para ofrecérsela magnánimo / a una especie todavía en ciernes, / Prometeo no previó en absoluto / en qué berenjenales / se estaba metiendo». Como vemos en estos versos, Maru Bernal sabe restar trascendencia a los conflictos divinos y rebaja las expectativas de perfección a un nivel meramente humano, es decir, imperfecto: el libro albedrío de los hombres se convierte al final en un regalo envenenado. Esta simultaneidad temporal entre el presente real y el pasado mítico nos lleva a reflexionar sobre la extraña capacidad de la poesía y de las palabras ―«Palabras despeñadas / en los acantilados del silencio»―, herramientas estas de transformación que nos permiten viajar en el tiempo y en el espacio. El viaje temporal nos remite a un contexto histórico lleno de incertidumbre, pero también de posibilidades de reconocimiento emocional en una conciencia fragmentada y ambigua. El viaje geográfico entre el continente y las islas ―«Cada isla es escala, / cada marea viaje, / cada colina ancla, / cada almendro amarre, / cada puerto la posibilidad / de una nueva travesía»―, entre la costa y el interior, por otra parte, se reinventa en la geografía física de su propio cuerpo ―«Su cuerpo ya no era el de antes»―, un cuerpo ardiente  que sueña, como Dánae, con «espasmos dorados, / ocultas grietas, / fértiles lluvias, / sabias caricias, / divinos dedos que la liberan / de su propio encierro». En la descripción homérica de la guerra de Troya las mujeres asumen una función secundaria. No protagonizan escenas heroicas, sufren en silencio los avatares de un destino gobernado por los hombres. Maru Bernal, pese al título del libro, ha querido rendir, mirándose en el espejo de esos rostros apesadumbrados, pero igualmente valerosos, homenaje a «todas las mujeres que tomamos las riendas de nuestra vida, admitimos nuestros fracasos, lamentamos las pérdidas y, sin embargo, continuamos erguidas sobre una roca contemplando el horizonte infinito y sosteniendo la vida en nuestras manos» y lo ha hecho con un estilo sustentado en formas rítmicas libres que encajan a la perfección con el estado de ánimo que provocó la escritura del poema.  El verso, generalmente de extensión breve, invita a una lectura fluida de la narración, acentuado por los finales sorprendentes pero acertados que, a veces, felizmente, gracias a un adjetivo exquisito, nos desconciertan, y es que nos interesa ver el pasado lejano a través del prisma de lo contemporáneo y, al mismo tiempo, ver lo contemporáneo a través del prisma del pasado lejano, ser testigos de la batalla personal que la autora dirime con su yo más que las guerras entre dioses y héroes.  «Antes de la Guerra de Troya ―escribió Elena Garro― fuimos dos en una, no amábamos, solo estábamos, sin saber bien a bien en dónde. Héctor y Aquiles no nos guardaron compañía. Solo nos dejaron solas, rondando, rondándonos, sin tocarnos, ni tocar nada nunca más. También ellos giraban en el Reino de las Sombras, sin poder acostumbrarse a su condición de almas en pena». Mucho se ha escrito sobre esto. Los precedentes son innumerables, pero Maru Bernal ha sabido imprimir en estos poemas su personal manera de integrar a los personajes en su realidad vital. No resulta descabellado pensar que gracias a ellos haya surgido un yo más creador e imaginativo que irá fecundando su escritura con nuevas ilusiones.

LEON SURETTE. EL DILEMA MODERNO. EL HUMANISMO EN WALLACE STEVENS Y T. S. ELIOT

13 lunes Feb 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LEON SURETTE. EL DILEMA MODERNO. EL HUMANISMO EN WALLACE STEVENS Y T. S. ELIOT.

TRADUCCIÓN DE JAIME BLASCO CASTIÑEYRA

EDITORIAL VASO ROTO. COL. FISURAS.

El autor de este ensayo, Leon Surette (Ontario, 1938), profesor emérito del Departamento de inglés de la Universidad de Western Ontario, es especialista en literatura inglesa moderna, centrada en algunos de los autores más relevantes, como Ezra Pound, T. S. Eliot, W. B. Yeats, James Joyce o William Golding. Sus intereses se extienden a la filosofía y a la teoría literaria, asunto en el que podemos encuadrar “El dilema moderno”, un estudio de literatura comparada entre dos de los poetas más influyentes del pasado siglo, aunque desde presupuestos estéticos muy diferentes, enfrentados en muchos casos, T. S. Eliot (1888-1965) y Wallace Stevens (1879-1955). Surette es autor de una vasta obra en este ámbito, lo que certifican libros como: “Una luz de Eleusis: Los Cantos de Ezra Pound” (1979) o “Sueños de una utopía totalitaria: modernismo literario y política” (2011).

     Pese a haber estudiado en Harvard y haberse formado en un entorno familiar muy similar «los dos eran de origen protestante y consiguieron buenos puestos en empresas respetables»―, los caminos poéticos de ambos poetas fueron muy distintos. De hecho, en pocas ocasiones un poeta hablo del otro, y dicho enigma es el que ha motivado la escritura de este libro. Surettes parece encontrar la causa en «el dilema moderno», titulo de una serie de artículos que Eliot publicó en 1932. «En uno de estos ensayos ―afirma Surettes― afirmaba que el dilema moderno era la alternativa entre el comunismo y el cristianismo». Aunque Eliot matizaría con el paso del tiempo esta dicotomía e incluiría en la ecuación un tercer componente, el del humanismo, incorporado al comunismo ―razón por la cual lo detestaba― esta teoría se enfrentaba casi de modo natural al pensamiento de Stevens, quien «reconocía que el humanismo era la opción que elegían la mayoría de las personas que tenían una sensación de ausencia de fe religiosa», aunque, como expone posteriormente, esta apreciación, para ser del todo cierta, requiere ciertos matices, pues, «a ambos les preocupaba lo que Eliot llamaba el dilema moderno, es decir, la pérdida de la fe en la religión judeo-cristiana». Sin embargo, la respuesta a esta preocupación no pudo ser más opuesta. Mientras Eliot se convertía a la religión anglicana, ya que consideraba indisociable la condición humana y la fe, Stevens «rehuyó el humanismo por su compromiso con el ateísmo militante».

     Varios son los puntos de encuentro que utiliza Surettes para comparar las ideas de ambos y así considerar los puntos de discordia ―quizá las fechas de publicación de sus primeros libros tenga algo que ver. Stevens contaba cuarenta y cuatro años cuando publicó su primer libro, en 1923, justo un año después de La tierra baldía eliotiana, era un autor en plena madurez; Eliot lo hizo a los 29― y los convergentes. El análisis de la poesía de Marianne Moore ―(15 de noviembre de 1887-5 de febrero de 1972)  poeta, crítica, traductora y editora modernista― es el primero de ellos. La filosofía de autores como Charles Maurras, Bertrand Russell o del menos conocido Ramón Fernández, crítico francés detractor del Romanticismo, sirven también para poner en evidencia las discrepancias, y es que, como afirma el ensayista, «Eliot y Stevens temían que asistían a la desintegración de una cultura europea (y atlántica) basada en el cristianismo. Stevens pensaba que los hombres de imaginación ―poetas, artistas y músicos― eran capaces de construir un entorno cultural poscristiano. Eliot también albergó este pensamiento por un tiempo, pero desesperó ante el carácter quijotesco de la empresa y se refugió en una variedad de cristianismo que daba la espalda a la modernidad».

Leon Surettes aborda en el análisis comparativo de sus obras no solo de sus diferencias estéticas e ideológicas, sino la forma de asumir la realidad social de la época. Eliot se refugia en la tradición, Stevens fractura esa tradición utilizando las propias herramientas que esta pone a su disposición. Surgen así dos corrientes estéticas que difícilmente pueden aproximar sus presupuestos. Resulta creíble suponer que ambos eran conscientes de los que representaban: la función de maestros, por eso no podemos tildar de descabellada la idea de que dejaran en manos de sus discípulos el enfrentamiento, mientras ellos parecían ignorarse mutuamente. Las vidas de ambos, de trayectorias tan dispares, condicionaron sin lugar a dudas la evolución de sus respectivas obras. Surettes da suficientes pistas como para el lector saque sus propias conclusiones y, como el excelente crítico que es, no se decanta por una u otra obra. Lo que proporciona es el acervo documental para que el lector sea quien tome la decisión y se adscriba, si esto fuera necesario, a una corriente estética u otra, pero este libro no se ocupa solo de desvelar las soluciones particulares al «dilema moderno» que tomaron tanto Eliot como Stevens, sino que nos regala un concienzudo estudio de sus respectivas obras. Leer este libro es emprender un camino sin retorno que nos conduce hacia lo misterioso que trasciende toda biografía, y esto resulta impagable.

  • Reseña publicada el 10/02/2023

AITOR FRANCO. QUIEN ESCRIBE ES OTRO

07 martes Feb 2023

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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AITOR FRANCO. QUIEN ESCRIBE ES OTRO

EDITORIAL RENACIMIENTO. COL. A LA MÍNIMA

Aitor Francos (Bilbao, 1986) es uno de los autores más prolíficos de la joven poesía española. Su obra abarca la poesía, con títulos como “Iglú” (2011), “Un lugar en el que nunca he estado” (2013), “Las dimensiones del teatro” (2015), “Las gafas de Pessoa” (2018) y “Memoria del adentro” (2020), algunos de los cuales han obtenido el reconocimiento de un premio literario o el haiku, género en el que ha publicado “Filatelia” (2017), “Un buzón en el desierto” (2018) y “Los días andan sueltos” (2019). Por lo que respecta al aforismo, variedad en la que se inscribe “Quien escribe es otro” ―un título de inequívocas resonancias pessoanas―, su cosecha también es fecunda: “Fuera de plano” (2016), “Camas” (2018) y “Tinta rápida” (2020). A todo esto, hay que añadir su labor como crítico y como antólogo. Como se ve, estamos ante todo un animal literario. Por su cuerpo parece que no corre sangre, si no tinta.

     “Quien escribe es otro” está divido en dos partes y la primera de ellas, la más extensa, responde a criterios más heterogéneos. Los temas que motivan estas píldoras léxicas que inducen a la reflexión, cuando no al asombro, abarcan aspectos de la realidad que van desde la cuestión identitaria, como, por otra parte, el título del libro sugiere, en aforismos como estos: «Después  de olvidar quiénes somos seremos seguramente los mejores» o «Hay espejos que nos preguntan dónde estamos, y espejos que nos dicen qué somos»,  hasta las aproximaciones teóricas al devenir temporal del ser humano, como, por ejemplo, «En el futuro perfecto no sabemos morir», «Qué es la vida sino apoyarse en un árbol y ver crecer las consecuencias» o «El futuro siempre llega tarde, incluso cuando llega demasiado pronto», pasando por las especulaciones en torno a la soledad, que no esconden una intención moralizante, como podemos leer en estos ejemplos: «La soledad es una cárcel que abre sus puertas a diario», «La soledad es más barata si se comparte», a la verdad: «Quien dice la verdad juega con las cartas marcadas de antemano» o «A veces la verdad tarda demasiado en ser verdad» y su contraria, la mentira: «Las mentiras son amigas complicadas, te traicionan mientras te piden perdón».  No podían faltar, como es habitual en todo libro de aforismos, los intentos de su definición, con mayor o peor fortuna, porque más que el carácter sentencioso y excluyente del término, nos parece que la mejor forma de aprehenderlo, es sumar, simultanear varias de esas tentativas ―«El aforismo está siempre en la prórroga»  o «Me gustan los aforismos que se quitan el sombrero para esconder lo que dicen»―, tentativas que, en algunos casos, rozan la ambigüedad ingeniosa, más que la desmembración interna del contenido: «La vida del aforismo, porque en el aforismo hay vida inteligente».

     Pero el eje vertebral de este libro, el que suscita la mayoría de las reflexiones de la segunda parte del libro , resulta ser el ejercicio de la escritura, más que quién la practica, el mero hecho de llevar a cabo dicho acto voluntariamente ―«Escribe solamente por necesidad fisiológica. Que el acto sea tan impulsivo e irrefrenable como placentero. Que precisamente sea la pureza irracional de lo físico lo que impregne de materia lo inasible y oscuro de sus ideas»― y más concretamente, referido a la poesía: «La poesía existe porque el hombre no ha sabido todavía descubrir en su perplejidad el latido de la piedra, la tumba viva de las semillas. Porque la poesía no ha sabido ir todavía en contra del poema», al poeta: «El poeta vive para esperar el momento de la tentación. La de superar la huida de sí mismo, hacia la estabilidad de la piedra, la transparencia del aire, o la dominación purificadora del fuego» y al poema: «Escribir el poema es desear estar compuesto de la materia ligera: la del pájaro que nunca escapa de la jaula que dejaste abierta sin querer», que esbozan toda una teoría estética, teoría no exenta de contradicciones, que se desarrolla no solo en esta segunda sección, sino en muchas de las entradas de la primera división ―eso sí, expresadas de forma menos digresiva―, referidas igualmente a la idea del poema y las ideas que lo ponen en funcionamiento. No cabe duda de que son estas cuestiones de carácter metapoético las que despiertan mayor interés en Aitor Francos, ya que también las ha asumido en algunos de sus poemas, pero, afortunadamente, no son las únicas. Por más que sea un letraherido, otros asuntos, además de los mencionados, como el fracaso o la libertad merecen sus pesquisas, acaso porque es necesario para descubrirse a sí mismo aventurarse en nuevos territorios, basta con recorrer los ya conocidos con ese paso lento que predispone a la meditación. Si es cierto que, como él mismo escribe, «La dosis justa del aforismo es la adictiva», deberemos leer los de este libro con mesura, porque el riesgo de la adicción resulta peligroso.

*Reseña publicada en El Diario Montañés, 3/02/2023

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