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Archivos mensuales: agosto 2016

SILVIA PRELLEZO. DRAMA Y NITROGLICERINA

10 miércoles Ago 2016

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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SILVIA PRELELZO. DRAMA Y NITROGLICERINA. SEPTENTRIÓN EDICIONES, 2016

 Ben Lerner, poeta y escritor estadounidense, ha publicado recientemente un libro titulado The Hatred of Poetry (El odio a la poesía) en el que, entre otras cosas, viene a decir que odiamos la poesía —una forma, según él, de expresar el idealismo poético («a way of expressing a kind of poetic idealism»)— no sólo porque no cumple las expectativas de potencial perfección con que ha sido concebida, sino porque nos hace, como humanos, sentirnos fracasados. La poesía significa humanidad y si no podemos comprenderla, si no podemos crearla, entonces nos preguntamos si el aspecto central de nuestra humanidad ha sido desplazado, ha sido anulado. Sin embargo, no creo que el hecho de no comprender un poema o una obra de arte signifique en sí mismo algo dramático, porque el arte y la literatura, la poesía, más que comprensión, piden una complicidad gracias a la cual nos embargue una intensa emoción capaz de desestabilizar nuestro espíritu. Por supuesto, cuando se produce esta especie de cortocircuito, como ocurre en Drama y nitroglicerina, nos invade una sensación de euforia difícil de explicar. Drama y nitroglicerina es el primer libro de Silvia Prellezo, pero ya desde el mismo título, contundente y arriesgado al mismo tiempo, nos damos cuenta de que no estamos ante una poeta primeriza, sino ante una poeta con personalidad propia y sumamente consciente de que las palabras en general, pero la palabra poética en particular, poseen un entramado de significados que es preciso dominar con mano a la vez firme y delicada si no se desea ocasionar un motín, una rebelión capaz de dar al traste con esos propósitos iniciales de los que hablaba Lerner. Como digo, Silvia Prelelzo es absolutamente consciente de los riesgos que comporta y de esa responsabilidad —y de otras muchas cosas, como veremos más adelante— y de una estricta labor de depuración nace este libro.

Son varias las antologías de poesía joven que se han publicado últimamente, no sólo en Cantabria, lugar de nacimiento de la poeta (hace un par de meses apareció El hilo más firme, una muestra de siete poetas cuyas edades oscilan entre los veinte y los treinta y pocos años, en la que Silvia nos adelantaba algunos de los poemas que pasarían a formar parte del libro del que hoy hablamos), sino en el ámbito nacional, y de la lectura de algunas de ellas —Nacer en otro tiempo y Re-generación—, uno puede extraer ciertas conclusiones que se pueden adecuar a la poesía de Silvia Prellezo.

   En primer lugar,—por ceñirnos a lo puramente biográfico— una gran parte de los poetas seleccionados ha cursado, o está cursando, estudios universitarios, preferentemente en disciplinas cercanas a la del ejercicio de la poesía —diversas ramas de Filología, Periodismo o Filosofía—, lo que no reviste, de entrada ninguna novedad; lo que no es tan frecuente, sin embargo, es que haya varios ingenieros, médicos o, como es el caso de Silvia, economistas entre los seleccionados; disciplinas, a priori, menos propensas a la deriva poética. Por supuesto, una buena formación académica no es un requisito imprescindible para escribir buena poesía y, además, en dichas antologías cohabitan poetas que sólo han cursado estudios básicos y su obra no desmerece en absoluto cuando la comparamos con la de sus compañeros de aventura más ilustrados. Es acaso sólo algo anecdótico, pero puede ser significativo si entendemos la indagación poética como una compensación por las precarias condiciones socio-laborales que sufren gran mayoría de jóvenes excelentemente formados.

   La mayor diferencia con respecto de otras antologías generacionales radica, no obstante, en la presencia femenina, mucho más numerosa, sin duda, en la actualidad. No es necesario intentar una paridad que, en muchos casos, resulta artificial y responde a intereses espurios que nada tienen que ver con las cualidades poéticas, pero cualquier lector de poesía actual apreciará la extensa nómina de poetas femeninas de calidad que frecuentan las editoriales más sensibles con la poesía joven, como Valparaíso Ediciones o Isla de Siltolá, por eso no resulta extraño que ocupen un lugar preeminente en estas antologías de las que hablamos. La poesía de Silvia Prellezo, por las razones que más arriba he apuntado, está ausente de ellas, pero no nos cabe ninguna duda de que, a partir de este libro, ocupará por derecho propio su lugar en alguna de ellas.

   Otra nota discordante con respecto a antologías precedentes es la enorme variedad de poéticas que se presentan en igualdad de condiciones en las páginas de estas antologías, reflejo de la absoluta falta de una estética predominante, lo que contribuye a enriquecer un panorama poético que en décadas anteriores ha tendido hacia un exacerbado monopolio estético que redundaba en cierta monotonía, tanto formal como temática.    Dentro de esta diversidad podemos encuadrar la poesía de Silvia Prellezo, porque, como escribe el poeta canario Rafael-José Díaz, responsable de la antología Identikit. Muestra de poesía reciente, «Una de las características que podrían, si acaso, compartir los jóvenes poetas españoles, es la imposibilidad de leerlos desde conceptos o concepciones convencionales. Inventan procedimientos verbales nuevos para expresar lo que sería casi imposible decir con palabras heredadas. El mundo que comparten, convulso, desmembrado, turbio, los ha llevado al descreimiento de toda posibilidad de incorporarse a una tradición fijada, cualquiera que esta sea». Quien busque huellas de la tradición, estoy seguro de que las encontrará, porque Silvia Prellezo es una lectora compulsiva y sus lecturas abarcan un espectro temporal y temático muy amplio. Lo que cambia es la forma de recibir esas influencias y, sobre todo, el modo de absorberlas, de digerirlas, de trasladarlas a su propia escritura, como delatan estos versos del poema titulado «Reina de paraísos imperfectos»: «Creo que estoy perdiendo mi inspiración./ Y es porque cada segundo recuerdo/ que te estoy olvidando.// Debería dejar de escribir./ De alguna manera, no hago más/ que plagiar las curvas de tu cuerpo». La asociación cuerpo/página está muy presente en mucha de la poesía escrita en el pasado, como en el poeta metafísico inglés John Donne o en Jaime Gil de Biedma (más recientemente, una novela de Jeanette Winterson se titula precisamente Escrito en el cuerpo), pero, como digo, la desenvoltura al reflexionar sobre esa misma circunstancia confiere a los poemas una apariencia de novedad que resulta muy atrayente. Ocurre lo propio con otros temas tratados en el libro, un libro eminentemente amoroso, desdoblado en voces que se complementan de forma simétrica. Por una parte están los poemas de largo aliento, compuestos en la mayor parte de sus versos, por versículos que, si no fuera por los encabalgamientos, estarían muy cerca de la prosa (véanse los poemas titulados «Mi chica nitroglicerina», «Homicidio imprudente de miedos ajenos» o «Espaldas vs piernas» ) y, por otra, los poemas breves, tan cercanos al aforismo o la sentencia, como estos: «Secretos diáfanos./ Y, en cada esquina, verdades a medias» o «Es un conjunto vacío./ Existir, existe,/ pero vacío».

   El punto de vista desde el que Silvia Prellezo escribe sus poemas es todo menos homogéneo. Cambia la perspectiva y, por tanto, el ángulo de visión, aunque los matices que dan singularidad a la experiencia sean similares. Esa multiplicidad se hace más notoria cuando entra en acción la ironía, muy contenida, pero de suma importancia,, como reflejan estos versos: «He buscado lo contrario a ti para olvidarte/ y, en el espejo inverso de otros labios ajenos,/ lo único que he conseguido/ ha sido recordar cada uno de tus besos». Silvia Prellezo realiza un meritorio, por sincero y desgarrado, proceso de autoanálisis en el que lo lúdico juega un papel destacado y en el que logra mantener la tensión entre lo dicho y lo sugerido, entre la elipsis y la acción con una riqueza léxica notable, en muchos casos deudora de disciplinas muy distantes de las literarias, lo que confiere a estos poemas una personalidad propia, una encomiable independencia lingüística. Drama y nitroglicerina es un libro diferente y, aunque la diferencia no sea un valor en sí mismo, demuestra que la poesía es capaz de encontrar nuevas formas de expresar los sentimientos universales. Hay muchísimo más cosas en este libro, pero queda en manos del lector encontrarlas.

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ANTONIO CASARES. BALTIAMOR

08 lunes Ago 2016

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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CASARES

ANTONIO CASARES. BALTIAMOR. COL. A LA SOMBRA DE LOS DÍAS. CONSEJERÍA DE CULTURA DEL GOBIERNO DE CANTABRIA, 2015

 Baltiamor, la palabra que da título a este libro, es un neologismo creado por el poeta a partir de dos palabras, Baltimor, la ciudad en la que murió Edgar Allan Poe (que, al parecer, es también la ciudad «donde nació la mujer que yo amo») y la palabra amor, como el propio Antonio Casares explica en el poema de igual título, uno de los más conmovedores del libro: «Baltiamor es la tierra prometida,/ la dulce musa de mi inspiración,/ un lugar sin lugar en este mundo,/ un sueño convertido en una flor […] Baltiamor es para los soñadores/ y los enamorados del amor,/ y en ella solo caben los amantes,/ amor mío, como tú, como yo…». Como podemos observar, el amor se erige en juez de la conducta humana, cualquiera que sea la edad del afectado, y eso comporta innumerables riesgos, entre los cuales no son los menores la falacia patética o la afectación, sobre todo cuando el poeta se abisma en la tradición sin destilar su propia experiencia (los ecos de Juan Ramón están muy presentes, por ejemplo en el poema titulado «Arte de amarte», cuyo titulo remite directamente a Erich Fromm), dejándose arrastrar por un sinfín de imágenes consabidas que, lamentablemente, no aportan novedad ni emoción alguna a lo ya escrito previamente.

Antonio Casares (Pembes, 1946) es un poeta experimentado (uno siempre recordará el fervor con el que leyó su primer libro, El infierno de los días, publicado en 1978) que también escribe relatos, teatro y letras de canciones, por eso no dudamos de que es plenamente consciente de esos riesgos a los que hacíamos mención, pero quizá debiera de calibrar mejor la respuesta cuando «Llegan palabras como meteoros/ o ráfagas de luz entre las sombras,/ vienen desde la noche de lo ignoto,/ como caricias o suspiros». Quien esto escribe es consciente de las dificultades que eso comporta. La decisión de no atender esa llamada resulta dolorosa, pero mantener el equilibrio entre lo dicho y lo sentido, trascenderlo gracias a la contención y la poda resultan incluso más necesarios en la escritura que la propia escritura; en todo caso, alcanzan siempre un mayor rendimiento que la meticulosidad excesiva, que el desbordamiento emocional, que el intento de abarcar hasta el último reducto de la experiencia. El vacío, por paradójico que resulte, generalmente aporta más nutrientes que el hartazgo. El poema titulado «Emily Dickinson» delata como ningún otro que Casares comparte en gran medida lo apuntado hasta aquí sobre la desmesura. Copiamos algunos versos para que el lector de estas líneas lo compruebe por sí mismo, los iniciales: «Demasiadas palabras,/ rodeos, circunloquios,/ para no decir nada,/ para decir muy poco» y los últimos del poema: «con muy pocas palabras,/ supo decirlo todo».

De lo que cabe ninguna duda es de que la vocación poética de Antonio Casares es intensísima. Confía en el poder de la palabra hasta el punto de ve en ellas la posibilidad de una pequeña resurrección. El mero hecho de que algunos versos caigan en las manos de un lector futuro justifica su entrega: «[Y si] leéis alguna vez algún poema,/ aunque os suene extraño lo que digo,/ es que he vuelto, es que he resucitado,/ o mejor, nunca he muerto, sigo vivo». De esa voluntad integradora nacen poemas como «En la próxima reencarnación» o «El corazón poético del mundo», el último del libro, en el que la escritura y el amor se enlazan: «Amantes, soñadores y poetas», en un destino común que vuela por encima de lo cotidiano, un destino sólo concedido a las almas nobles. Esta visión voluntariamente romántica tiene su origen, posiblemente, en el romanticismo inglés. Un poeta como John Keats late entre los versos («And what is love? It is a doll dress’d up/ for idleness to cosset, nurse, and dandle»). En cualquier caso, Baltiamor ofrece además otras cosas no menos interesantes, como la crítica al endiosamiento de la tecnología presente en varios poemas como los titulados «Email para Dios» o «La oración del móvil», la crítica social («Enola Gay», el monólogo dramático («El lamento de Hölderlin») o la alucinación viajera («Salónica»). En resumen, esta nueva comparecencia de Antonio Casares nos redescubre a un poeta enamorado que vive intensamente ese momento de exaltación, un poeta que confiesa su incertidumbre sin pudor y pondera el uso de la palabra como un don que hay que preservar. Baltiamor es un libro que merece la pena leer para descubrirnos mirándonos en el espejo del otro, porque sólo en los poemas la experiencia del lector renace y cobra sentido.

ALBERTO RÍOS.UN JUEVES POR LA TARDE. MAGDALENA, SONORA. 1939

05 viernes Ago 2016

Posted by carlosalcorta in Versiones

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ALBERTO RÍOS

UN JUEVES POR LA TARDE. MAGDALENA, SONORA. 1939

Baltazár fue al mercado y regresó con un loro.

Los jueves en esta ciudad son siempre impecables:

Lo que deberían haber sido cuatro grandes patatas y algo de queso blanco

Se convirtió en casa en una jaula llena de plumas verdes y dos alas.

Las matemáticas de la transacción en este mundo, el estómago en el corazón

—Cuál de estos, qué cantidad de uno por el otro,

El viernes lo tendría que resolver. Un jueves por la tarde

El mundo canta, una espléndida cena llega así por el aire.

 

Versión de Carlos Alcorta

 

JOSÉ SABORIT. LA MISMA SAVIA

03 miércoles Ago 2016

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JOSÉ SABORIT. LA MISMA SAVIA. XXX PREMIO UNICAJA DE POESÍA. PRE-TEXTOS 2016

 No cabe duda de que la poesía de José Saborit está inscrita en eso que podemos llamar tradición levantina, dentro de un espectro más reducido como es el de la poesía de corte meditativo. Muchos de sus compañeros de generación pertenecen a ella, Antonio Cabrera, Carlos Marzal, Vicente Gallego, José Iniesta, Antonio Moreno, José Luis Martínez o Juan Pablo Zapater, y también algunos de los maestros más aclamados de la poesía contemporánea en español, como Francisco Brines, César Simón o Eloy Sánchez Rosillo, una tradición que se aventura por los caminos de la metafísica, pero utilizando como herramienta el lenguaje sencillo, el verso sin retórica, la superación de un concepto ensimismado del ser humano que ahora se funde con el entorno, sea éste naturaleza o paisaje, porque la identidad se construye no sólo a través de una mirada hacia el interior de uno mismo, sino renunciando a la presencia, moldeando la conciencia con la sustancia de las cosas.

Saborit es además de poeta, pintor, disciplina esta a la que ha dedicado sus estudios y su vida profesional (es catedrático en la facultad de Bellas Artes de la UPV y ha realizado numerosas exposiciones, tanto individuales como colectivas), pero si traigo colación esta cuestión no es por calificar su obra poética como una actividad de segundo orden, sino por resaltar la tremenda influencia que la mirada del pintor deja en la mirada del poeta. Si, en general, el espectador apresurado de la pintura de paisajes se queda en la superficie de la misma, el lector atento de poesía, sin embargo, cuando lee una descripción de ese mismo paisaje, siente una emoción más intensa, como si naciera de los abismos de sus sentidos. Evidentemente, esta categorización tan simple requiere un sinfín de matizaciones que ahora no vienen al caso, porque lo que trato de señalar es que en José Saborit esta distinción —un tanto artificial, lo reconozco, sobre todo porque yo suelo rebelarme contra las generalidades—carece de sentido, porque su poesía y su pintura poseen la misma integridad emocional, la misma raíz, la misma savia, una savia, por otra parte, que ya estaba muy presente en sus libros de poemas anteriores, sobre todo en Flor de sal (2008) y en La eternidad y un día (2012).

Ya en el primer poema del libro, «Tiempo amarillo», para mí uno de los mejores del libro, esta simbiosis entre pintura y poesía se produce de forma magistral. Para el maestro Eckhart el tiempo tenía olor, pues bien, para Saborit tiene color, el amarillo, el color de la extinción, del otoño, del deterioro, del papel viejo: «El destino del blanco es amarillo:/ no amarillo solar,/ sino amarillo tiempo».

La misma savia es un libro unitario, aunque esto no signifique que haya un solo tema como leitmotiv de la escritura. Poemas como «Semilla», «La camisa de mi padre», «Cipreses» o «Paisajes» establecen una concordancia entre lo humilde y lo sublime como sólo la mirada de un observador privilegiado puede lograr porque es en lo natural donde se encuentra lo extraordinario yporque están construidos con palabras que pintan: «Cada verde respira/ su atmósfera en lo alto,/ su media ración de color vivo». Otros temas respiran en estos poemas, algunos de forma tangencial, como lo metapoético, aunque especialmente reveladora, como en el poema «Poética con naranjas», donde, sin necesidad de definiciones más o menos oportunas, sin cantar al poema, Saborit es capaz de mostrarnos su idea poética, de clarificar su modo de entender la poesía como un espacio, precisamente, poco claro, oscuro, incognoscible. Y es que hay algunas cosas se definen de forma indirecta. La pintura, la amistad, el amor, la realidad y sus disfraces y el paso del tiempo, que atraviesa todos los temas anteriores como una especie de hilo conductor: «Desde el tiempo paciente de los árboles/ se cumple cada ser en su reverso:/ no hay más que sumisión en el orgullo/ de la corta mirada de los hombres». Sumisión a lo desconocido y reconciliación con ese ser que se acepta su finitud y cifra en su experiencia interior y en las palabras que la describen, palabras que resucitan el pasado en el presente, la disolución de las sombras.

FERNANDO ABASCAL. TORRE HÖLDERLIN

01 lunes Ago 2016

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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FERNANDO ABASCAL. TORRE HÖLDERLIN. COL. DE POESÍA A LA SOMBRA DE LOS DÍAS. CONSEJERÍA DE CULTURA DEL GOBIERNO DE CANTABRIA, 2015

No son muy frecuentes las comparecencias editoriales de Fernando Abascal (Santander, 1954). Desde aquel ya tan lejano De palabra de 1981 —y dejando a un lado algunas antologías y textos que podemos llamar de encargo para complementar libros de fotografía paisajista— sólo en otras cuatro ocasiones ha dado a la imprenta su trabajo: La memoria del cuerpo, una plaquette publicada por Scriptvm en 1986, Manual para cruzar el mar, que obtuvo el Premio José del Río Sainz y fue publicado en 1987, Tratado de pasión (1999) y Los poemas ásperos (2010). Torre Hölderlin está integrado por tres partes: «Último bosque», un reducto para la celebración de la existencia, porque somos «un grano de siembra, nación de aire». Hay mucha nostalgia en estos poemas porque en ellos se da cita la experiencia de una vida intensa con la constatación de que pesa ya más el pasado que el futuro. La vida se contempla ahora con un relativismo preocupante, como si el poeta hubiera llegado a la conclusión de que las cosas que importan tienen más que ver con cierta armonía física que con un equilibrio emocional: «Dime frase de salud, cuerpo, o déjame,/ que ya silba el alma», aunque, quizá, esa prevención forme parte de una máscara que intenta presentar al hombre como alguien desencantado pero firme en sus convicciones, alguien que trata de aferrase, de una forma sutil que casi pasa desapercibida, al árbol de la vida no desde los márgenes, desde las ramas más desprotegidas, sino desde el mismo tronco, sólido y firme como un faro. Fernando Abascal sabe que una misma palabra posee significados diversos, por eso experimenta con ellas, trata de regresarlas al origen, acaso para moldearlas con mayor precisión, para mostrar, en un tono cernudiano, ese desencanto del que hablábamos, pero en el que late todavía cierta esperanza: «Qué ruido tan grave el de las palabras cuando, al rozarse contra sí mismas, nos devuelven el grito del que venimos, una voz que el tiempo nunca enmudece, como si las palabras tuvieran en su decir la resonancia de un útero abandonado, el lejano estrépito de una primera negrura».

El asunto principal de la segunda parte, «Uno y dorso», es la identidad: «Imagen expropiada, máscara y gesto, ese es el que eres», escribe en el primer poema, versos que ratifican, a nuestro modo de ver, la idea expuesta más arriba, a pesar de que, como Abascal afirma, «Las ideas no llevan calcetines». Hay un desdoblamiento identitario de carácter semántico, literario que se superpone al que refleja la realidad, pero es, sin duda, mucho más fructífera la creación de un personaje que se debate, que se rebela contra el yo que escribe: «Llevo sobre la espalda los ojos de mi madre y de mis hijos,/ de quienes me esperan , pero todo es demasiada razón/ y peso: las palabras, las manos, los deseos».

La última sección, «Torre Hölderlin», acaso la que contiene, gracias a su sencillez y su contención estructural (son fragmentos en prosa, más narrativos, como las entradas de un diario íntimo), los poemas más interesantes del libro, esta compuesta por anotaciones de un diario apócrifo que funcionan a modo de monólogo dramático, porque si algún pero podemos poder a esta poesía es el exceso de información, ese querer explicarlo todo en el poema es contraproducente porque la poesía no trabaja por acumulación, sino por destilación, por analogías y símbolosdevieran su decirde d eun diario apxplicarlo todo, por dar demasiados detallesabras tuvieran su decirde . Fernando Abascal da aquí voz a un Hölderlin apesadumbrado, cansado, pero dueño de una palabra salvadora, una palabra que desafía al tiempo y al dolor: «El dolor nos concede un extraño privilegio, el de ser propietarios de un solar alambrado que nadie visita, una casa en lo alto. Pero el dolor es maestro que nada enseña. Yo doy vueltas y vueltas a esta torre, encaramado en la mula de mi pensamiento».

La poesía de Fernando Abascal tiene una clara influencia del barroco conceptual. Sus versos entrecortados se amoldan bien a un pensamiento casi de carácter aforístico que en algunos momentos nos hace pensar en el Nietzsche de Cómo se filosofa a martillazos por su contundencia, porque muchos de ellos son como golpes en la mente, barrenos que perforan en la veta de la conciencia, conciencia de un existir que se diluye, para afirmarse, en el sueño: «Esta mañana me ha despertado un rayo de sol. Me pareció que, al abrir los ojos, mi cuerpo regresaba de un mundo sin nombre, que se cancelaba un tiempo y yo volvía a habitar esta vida. Tuve la sensación de que ese rayo de sol, a su manera, estaba probando la realidad». La edición de Torre Hölderlin, de excelente diseño, se ve menoscabada, sin embargo, por innumerables descuidos en la composición y por molestas erratas que los editores debieran subsanar en los siguientes volúmenes de la colección.

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