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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: agosto 2015

PEDRO CASARIEGO CÓRDOBA. «DRA

31 lunes Ago 2015

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CASARIEGO

PEDRO CASARIEGO CÓRDOBA. «DRA». EDICIONES TANSONVILLE, 2015

Pocas editoriales en nuestro país pueden presumir de editar libros con el buen gusto, el esmero y la calidad con la que lo hace Eduardo Fraile, responsable de Ediciones Tansonville, una modesta editorial de provincias —está radicada en Valladolid— que mima cada libro que publica en todo su proceso, desde el diseño a la maquetación, pasando por la calidad del papel o la encuadernación, hecha a mano. Son libros como los que se hacían antes, y que ahora, en la época de la edición a la carta, cuesta mucho encontrar, entre otras cosas porque la rentabilidad es casi nula y son muy pocas las personas que están dispuestas a entregar su tiempo a una labor con escasa difusión y tan pocos beneficios —hablamos, claro, en términos estrictamente económicos—. Pero está claro que quien se aventura por estos andurriales anda sobrado de otras virtudes que poco tienen que ver con lo crematístico, entre las que se encuentra el amor por lo bien hecho, el gusto personal y la dedicación casi ultraísta. Sin estas premisas, resulta imposible sacar a la luz libros como este de Pedro Casariego Córdoba (a quien la editorial ya dedicara otros volúmenes como «La canción de Von Horne, «La risa de dios», «maquillaje», «La voz de Mallick» y «El hidroavión de K»), al que acompañan en esta aventura, entre otros, joyas como los dedicados a José Manuel Suárez, «oigo unos ojos», « Antimundo», de Ángel Guache o «Lámpara» de Luis Ángel Lobato. Las particularidades de estos libros son, por ejemplo, que su tirada se restringe a 333 ejemplares numerados y firmados por el autor más 29 no venales signados con las letras del abecedario, que el sistema de ventas se realiza por suscripción y que son libros encuadernados en tapa dura con sobrecubierta, de diseño sobrio, clásico, imperecedero.

Pedro Casariego Córdoba (1955-1993) pertenecía a esa estirpe de artistas inclasificables que simultaneaba diferentes disciplinas artísticas porque, para él, todas pertenecían a un tronco común. Caer en la vacuidad de las nomenclaturas era como ponerle puertas al campo, un intento ridículo de mermar el libre albedrío, de limitar la voz irracional de la conciencia. Agustín García Calvo, en el prólogo que escribió para la reedición de La vida puede ser una lata (2013), decía que «Pedro Casariego Córdoba no solo fue un poeta y artista excepcional, una “rara avis” de su tiempo (no en vano fue incluido en la antología Ocho poetas raros de Árdora ediciones, 1992), también es una figura que sigue hablándonos en presente, por lo que su reivindicación es un movimiento de sinceramiento con nosotros mismos —y con nuestro pasado en una época donde todo puede y debe ser cuestionado—, para que lo esencial tome el protagonismo que las veleidades y grandilocuencias de épocas pasadas nos han estado ocultando». Escribió Dra en 1986 (edición privada de 1993). Su protagonista es el finlandés Paivarinta, un personaje que «tiene la tripa fría/ el cerebro pequeño/ los codos oscuros / los ojos secos/ la destreza en otro país». Los rasgos de humor, la ironía (vive en un octavo piso de un edificio de seis plantas), las contradicciones abundan en la descripción de este garañón insaciable del cual se detallan aventuras y escarceos eróticos con una frescura y un desparpajo envidiables. No rehúye Casariego Córdoba el discurso narrativo lógico, pero tampoco hace ascos, como delatan versos como éstos, a la veta irracional: «Mis respetuosos siervos/ cargaron de diccionarios/ las claras basílicas rodantes/ en las que yo había pedido torpemente/ que mi mujer no me repudiara», lo que no hace más que enriquecer la historia que describe, porque, al fin y al cabo, los poemas de Casariego son como fragmentos o capítulos de una ficción que se van encadenando de forma más o menos cronológica y que tiene por objeto la construcción de una identidad ilusoria, aunque como ocurre a menudo, lo fabuloso, lo inventado, lo novelesco forme parte de la realidad más acuciante. La portentosa imaginación de nuestro poeta se vio truncada con su prematura muerte, sin llegar a cumplir cuarenta años. No es preciso especular sobre las obras que una más larga vida hubiera fecundado —además, según todos los indicios dejó de escribir en 1986— porque tenemos suficientes motivos para saber por qué bosques de palabras y símbolos se internaba y porque la feliz recuperación de su obra es constante desde su fallecimiento (su obra se reunió en Poemas encadenados. 1977-1987), algo de lo que debemos alegrarnos sus coetáneos. Esta recuperación nos permite corroborar la vigencia de una poética sin edad, siempre al día gracias al temperamento iconoclasta del autor y facilita a los nuevos lectores una excusa magnífica para descubrir otra forma de escritura, de hacer arte ajena a lo convencional, a los dictados mercantilistas. De otra forma, su poesía no hubiera encontrado la fidelidad de un editor tan selecto como el poeta Eduardo Fraile. «Hay demasiados poetas. Cada vez más. Hay tantos poetas como roedores. Por eso la poesía se vende poco. Ahora me refiero a la poesía escrita. Los que escribimos poesía solemos ser bastante blandengues. Un buen poema quizá sea el lado valiente de un cobarde. O la bala de un sentimental. O la belleza de un imbécil. El trabajo de un escritor consiste en boxear con el abecedario para conseguir un amor, o más de uno, un cheque tan mágico como una alfombra, y un gramo de gloria que sirva para no oler a sudor» decía Pedro Casariego Córdoba en una entrevista de 1988 y puede que tuviera razón, pero lo que sí sabemos con certeza es que poetas de su estirpe no han abundado ni entonces ni ahora, y eso conviene no olvidarlo.

 

 

RAFAEL MARÍN. MIRADA LEÍDA

27 jueves Ago 2015

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RAFAEL MARÍN. MIRADA LEÍDA. COLECCIÓN JARDÍN CERRADO. LIBROS DEL AIRE, 2105

Las diferencias entre el poema visual y el collage no están suficientemente definidas, ni creo que sea necesario hacerlo, salvo cuando existe un afán meramente sistematizador o pedagógico, sin embargo, nosotros, como espectadores —y lectores— no necesitamos subordinar la mirada a prejuicios didácticos, miramos, o deberíamos mirar, sin anteojos metodológicos con el único fin de disfrutar de la obra que se nos muestra, y es que en un libro como Mirada leída, recientemente publicado por Rafael Marín, la forma de mirar, la manera de percibir resulta fundamental para extraer el sentido de lo que la página muestra. Lo mismo da que se trate de poemas tachados —José Miguel Ullán, en lo que denominó agrafismos, hizo algo similar y los poetas Enrique Cabezón o Alberto Muñoz lo practican actualmente con verdadero acierto—, de imágenes contextualizadas en otro ámbito y, por ende, depositarias de otros sentidos, de frases nominales y juegos de palabras —las palabras islas de Felipe Boso no están lejos, como tampoco resulta extraña la relación con la obra de Isidro Valcárcel Medina—, de correspondencias inusuales, cualquiera de estas herramientas busca la complicidad del lector/espectador para encontrar un sentido que el autor sólo sugiere. Lo de menos son los procedimientos empleados. Importa si es captado el mensaje y la ironía implícita, el erotismo, el juego metalingüístico, la denuncia social, la duda metafísica o cualquier otro aspecto más o menos evidente que atesora, conscientemente o de forma velada, porque, a la postre, la finalidad de estos poemas no es distinta de lo que llamamos poesía discursiva, esto es, la indagación sobre la propia conciencia y sobre la realidad que nos rodea en primer término, sin obviar la parte de arbitrariedad, de azar que determina el devenir personal. No es diferente este planteamiento al de artista en general, al del poeta o al del pintor. La diferencia estriba entonces en el método, en el procedimiento para alcanzar la meta, para construir la propia identidad. La relación entre disciplinas, aunque ha existido desde siempre, se ha hecho más prolífica desde la irrupción de las vanguardias en las primeras décadas del pasado siglo. Fueron algunos de los ismos (el dadaísmo, el futurismo, el ultraísmo, etc.) surgidos entonces los que abrieron las fronteras de los géneros proporcionando absoluta libertad para entrecruzar lo que hasta entonces se consideraba patrimonio de cada una de ellas. Una exposición realizada el pasado año en el Círculo de Bellas artes madrileño bajo el título de Escritura experimental en España, 1963-1983, procedente de los fondos del Archivo Lafuente, mostraba la riqueza y singularidad de la poesía visual española en la segunda mitad del siglo pasado, en la que, por la acotación temporal a la que estaba suscrita, faltaban nombres que hoy nos parecen imprescindibles, como Chema Madoz, Antonio Gómez, José Luis Jover o el autor del prólogo a este libro, Alfonso López Gradolí, infatigable defensor de esta propuesta estética y compilador de la imprescindible Poesía experimental española. Antología incompleta, publicada por Calambur en 2012.

Rafael Marín (1955), además de una rigurosa trayectoria editorial integrada por los libros La Tela de Araña (Barcelona, 1980), Poemass Media (Barcelona, 1984), Poemas (Buenos Aires, 1995), El Diseñador del Laberinto (Albacete, 2002), Sonetos Experimentales (Valladolid, 2005) —además del que motiva este comentario— ha realizado numerosas exposiciones individuales de poesía visual como Naipes Marcados (1983-84), Museo de Poesía Visual (1999) o Antología. Veinte años de Poesía Visual (2004) y colectivas. Es, por tanto, una de las voces más significativas en este ámbito todavía marginado cuando no menospreciado por tirios y troyanos, como sucede a menudo con lo que rompe moldes y no se sujeta a férreos dictados de orden estético. Pasar las páginas por Mirada leída es un estimulo fundamentalmente para la vista, aunque lo sea también para el resto de los sentidos, porque, como escribe John Berger, «La vista es la que establece nuestro lugar en el mundo circundante; explicamos ese mundo con palabras, pero las palabras nunca pueden anular el hecho de que estamos rodeados por él».

LIZ BERRY. PATRIA NEGRA

25 martes Ago 2015

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LIZ BERRY

PATRIA NEGRA

Los transeúntes lo vieron primero, enorme

sobre la ladera por la A41,

un Pegaso sin alas, las pezuñas

pateando la carretera a distancia.

Había aparecido durante la noche.

Una negra sombra en los matorrales,

galopando por encima de las puertas

de las fábricas en ruinas,

mirando hacia el este, hacia los pozos,

la boca abierta como si pudiera

tragarse el sol que se elevaba

por detrás del artilugio de las alas.

Se corrió la voz. Se congregaron multitudes.

Niños, dijo alguien,

pero cuando examinaron sus flancos

encontraron carbón puro,

carbón donde no había sido extraído

desde hacía años, donde las casas

todavía corren el riesgo de que las traguen pozos vacíos

y las colinas están surcadas por cicatrices.

Un regalo del subsuelo,

acarreando el pasado

de la tierra muerta. Ancianos

arrodillados por respirar el humo

de las emanaciones, un susurro

en sus oídos, alejándose

en silencio, los puños apretados,

las caras cubiertas de lágrimas.

Versión de Carlos Alcorta

JOSÉ FÉLIX OLALLA. MÁS AMOR SI MÁS HUBIERA

24 lunes Ago 2015

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JOSÉ FÉLIX OLALLA. MÁS AMOR SI MÁS HUBIERA. COLECCIÓN BAÑOS DEL CARMEN. EDICIONES VITRUBIO, 2014

Hace unos años, tres o cuatro a lo sumo, Litoral, la revista más hermosa de las letras españolas, publicó un número dedicado a las relaciones entre ciencia y poesía que tituló «Ciencia y poesía. Vasos comunicantes». La nómina de colaboradores, poetas, pensadores y científicos, era extensa, más de ciento sesenta, y suficientemente demostrativa: Federico Mayor Zaragoza, Carlos Briones, Eduardo Chirinos, Juan Antonio González Iglesias, Francisco Fortuny y César Nombela, entre otros. Uno de estos colaboradores, Agustín Fernández Mallo, desde su doble condición de físico y escritor, escribió una reflexión absolutamente esclarecedora: «Las relaciones entre poesía y ciencia siempre han existido, pero hay una conciencia de corte clásico-humanista que, paradójicamente, ha tendido a separarlas a fin de crear el mito de que una cosa es lo factual y otra lo estético. Pero es que en toda ciencia hay una aliento estético y en todo arte hay técnica, y no es posible separarlos sin degradación de la obra final». Por otra parte, un magnífico poeta y estudioso de las religiones como Jesús Aguado afirma que «la ciencia y la poesía sólo han comenzado a mirarse de reojo de unos siglos, pocos, a esta parte. Pero desde el principio se cogieron de la mano para no pasar demasiado miedo en su andadura por el Universo. En esos lejanos tiempos la ciencia sabía que la poesía acertaba más veces a la hora de nombrar el misterio, y la poesía confiaba en la capacidad de la ciencia para poner lo misterioso a trabajar en favor del progreso». Son dos variaciones sobre el mismo tema que, en cualquier caso, inciden esa dedicación ambivalente que cuenta con unos precedentes de la talla de Goethe, de Raymond Queneau, de Hans Magnus Enzensberger o Le Corbusier, por citar sólo unos ejemplos. Sirva este preámbulo para hablar de José Félix Olalla, un poeta nacido en Madrid, en 1956, licenciado en Farmacia por la Universidad Complutense en 1979. Desde entonces ha desempeñado puestos de responsabilidad tanto en la Administración Sanitaria del Estado como en la empresa privada y ha ejercido como presidente de AEFLA (Asociación Española de Farmacéuticos de Letras y Artes desde 2003 hasta marzo del presente año, es decir, Olalla ha sabido conjugar sus intereses y deberes profesionales con su pasión por las artes y las letras, fundamentalmente la poesía. Así, su obra poética ha ido paralela a su evolución profesional: Ciudad pasajera. Barcelona, La Mano en el cajón (1981); Doble luna de Marte (1985), Colección Adonais. Madrid; Los pies del mensajero. Madrid, Arbolé. (1991); En el tiempo intermedio (1994). Vigo, Ediciones Cardeñoso; Después de nosotros. Barcelona, Seuba Ediciones (1997); Colección particular. Madrid, Arte Infantas (2002); Canon de Medicina. Córdoba. Ateneo de Córdoba (2006); Cerca de tu memoria, Madrid, Gatoverde Editores (2007), Los signos del pentagrama (2010) y el título más reciente, Más amor si más hubiera. Madrid, publicado por Ediciones Vitruvio hace unos meses, cuyo título hace referencia a un verso del poeta y músico prerenacentista Juan de Fermoselle, más conocido como Juan del Encina.

La poesía de Olalla es una poesía muy atenta a la actualidad, no hay más que recordar, por ejemplo, su poema «Muere un yonqui en Madrid» o «Como una sombra gigantesca», en el que se combina el dato culturalista —Diana, Éfeso, Sócrates— con el apartheid, la guerra fría o el hambre en la India. Creo que esta conjunción de elementos en apariencia contrapuestos es una de las constantes en su obra, una obra impregnada de intimismo y de religiosidad, vista ésta como la savia que alimenta al ser humano, como único modo de acercarse a la Verdad con mayúsculas, por eso sus poemas parecen más una conversación pausada y reflexiva que un desahogo emocional. No podemos dejar de mencionar que en los poemas de José Félix Olalla se desarrolla un combate interior que determina la identidad y, por ende, la biografía de nuestro autor. Él mismo ha dicho que «para mí es una aventura estética y comunicadora de un contenido especial. Entre un sentimiento de amor que uno tiene y una elucubración sobre el amor, la diferencia es infinita. La poesía intenta a partir de las metáforas y de las imágenes comunicar un contenido especial; el de las vivencias». Tampoco podemos obviar la presencia constante del amor, un amor divino, pero también humano, un amor que, como escribía Dante, «move il sole e l’altre stelle». No tenemos más que recordar el título de su último libro, Más amor si más hubiera, libro que está encabezado por sendas citas de Juan del Encina, de Salvador de Madariega y de José Luis Hidalgo, poeta que, a pesar de su temprana muerte, a los 27 años, mantiene una presencia constante entre los lectores de poesía, sobre todo gracias a Los muertos, un título esencial en la poesía española del pasado siglo.

Cuatro son los poemas en las que está divido Más amor si más hubiera, poemas divididos a su vez en varias capítulos. En el primero de ellos, «Cocción de los panes primeros» una claridad primigenia que da nombre con su luz a las cosas se mezcla con los recuerdos de la infancia. Esa luz proviene, para José Félix Olalla, de una fe cierta y concluyente: «Ya es tiempo de encontrarte y miro desde lejos/ los cirios estremecidos y las flores recientes./ Voy entrando en el templo/ y el silencio confía su secreto/ a los ángeles tenantes, a los apóstoles/ que sostienen el espejo del brocal/ en el que miedos, desaires y agobios/ descifraron su secreto, quedaron apartados». El segundo poema, «El lavadero de Siloé», subdivido también en varios apartados, en los que el poeta defiende el reencuentro con la naturaleza como forma de autenticidad del ser, como salvaguarda de la esencia primigenia: «restablece tu vínculo con la tierra,/ acalla las muchas palabras que te sobran/ y ponte a mirar con atención/ para percibir el movimiento del cosmos». La presencia de Dios, de lo sobrenatural, de lo intangible tutela las incertidumbres de la existencia: «Buscamos a Dios y hemos visto una ausencia,/ los velos de quien se oculta en el monte,/ la señal que quedó reflejada en la piedra» y forja la trama de estos versos en los que la búsqueda de lo desconocido y la relación del hombre con lo divino a través de la cotidianidad se trasmutan en un canto de agradecimiento, en una realidad celebrativa que se desarrolla, si cabe, con más entusiasmo en los dos poemas finales. Sin renunciar a una mirada renuente hacia ciertos aspectos del mundo en el que vivimos, José Félix Olalla trasmite en sus versos una serenidad y un optimismo reconfortantes, por eso, escribe: «Voy a celebrar cada mañana/ la luz precisa y limpia que para mí abre el día,/ desnuda igual que una costumbre». El vuelo de la celebración sigue tomando altura.

SARA HOWE. ENAJENADO

22 sábado Ago 2015

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SARA HOWE

ENAJENADO

Quizá dominarse

es en este instante otra clase

de necesidad. Soy un azul

ciruela en la penumbra.

Tú eres un tigre que

come sus propias garras.

El día que nos casamos

todos los árboles se agitaban

como si estuvieran locos

—se amable conmigo, dijiste.

Versión de Carlos Alcorta

GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ. UN FRAGMENTO DE ETERNIDAD

20 jueves Ago 2015

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GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ. UN FRAGMENTO DE ETERNIDAD. COLECCIÓN VIAJE AL PARNASO. EDITORIAL GERMANÍA, 2014

Mi primer contacto con la poesía de Gregorio Muelas fue hace unos meses, gracias a la antología de joven poesía valenciana titulada Cartografías de Orfeo, preparada por el poeta y profesor Sergio Arlandis, que encuadra a nuestro autor en una línea general «de introspección emocional y contemplativa, con cierto afán metafísico en su trasfondo, con la renovadora mirada de la juventud que comienza a descubrir la auténtica ferocidad del tiempo y el descrédito de los valores establecidos desde la imposición de un orden moral que debe renovarse obligatoriamente» con indudable acierto, porque, sin duda, la constatación del paso inexorable del tiempo y de las heridas que ese transcurso va dejando en la piel de la conciencia, es un el gran leitmotiv de la escritura de Muelas.

Nacido en Sagunto en 1977, la dedicación un tanto tardía a la poesía no ha impedido a Gregorio Muelas irrumpir con fuerza y entusiasmo constantes porque desde su primer libro, Aunque me borre el tiempo, publicado en 2010 hasta Un fragmento de eternidad («cada instante,/ cíngulo del tiempo,/ es un fragmento de eternidad» escribe en el poema inicial) ha dado a la imprenta Cuando la aurora le hable al tiempo (2011), libro escrito al alimón con Rafael Puerto y la plaquette Rosas y ortigas (2013). El libro objeto de estas líneas está divido en cuatro secciones precedidas por un «Preludio» y rematadas por una «Coda». En todas ellas se advierte el gusto de nuestro poeta por la palabra, ya sea sonora, enfática, grandilocuente o desnuda, sencilla, lapidaria incluso (la «nada» como resumen existencial recorre los poemas del libro). Tienen también muchos de los versos de este libro un marcado gusto por la métrica tradicional, por el endecasílabo (con la particularidad de estar acentuado con frecuencia en la quinta sílaba) combinado con metros menores, aunque Gregorio Muelas no desprecia la versatilidad que proporciona el alejandrino, incluso el versículo, todo en ello en virtud de un examen de conciencia en el que, como escribimos al comienzo, el tiempo se convierte en juez y la nada en epítome de la claudicación. Versos extraídos al azar lo confirman: «Sólo la nada dura eternamente», «…todo lo que la nada desbarata» o ese «Adentrarse en la nada» del poema final. Tal vez, en esta meditación emotiva, en esta especie de sumisión al destino que recorre el libro, la sección titulada «Música en la oscuridad» sea la más reivindicativa —Gorecki, Pärt o Bruckner son cómplices necesarios—, porque el poeta asume que la realidad no es unívoca y todo tiene su opuesto, como la cara oculta de la luna, negada a nuestros ojos pero tan presente en la conciencia como la cara iluminada, acaso porque, como escribe Muelas en un poema de otra sección, «Para contemplar la Luna/ no necesito mirar al cielo,/ me basta con ver en las oscuras aguas/ —negro espejo—/ emerger su blanco espectro».

No faltan en Un fragmento de eternidad la defensa de la poesía o de la naturaleza, tan ultrajada en nuestra época, así lo entrevemos en los poemas titulados «Refutación a Adorno» al que pertenecen estos versos: «Después de Auschwitz/ se escribe poesía/ para decir con eco inextinguible/ que la muerte no es la única salida» o «Versos para una primavera»: «Gritemos libertad/ para que el día de mañana/ el silencio no sea./ Para que en el crudo invierno/ pueda brotar/ una primavera perpetua». Sergio Arlandis califica la poesía de Gregorio Muelas como un «derroche emotivo» y nosotros no podemos más que estar de acuerdo con esta definición, pero ese derroche no está exento de aflicción, de incertidumbre existencial, lo que hace más conmovedora aún la imposibilidad de vengarse de las agresiones del tiempo, una ambición, más que personal, de índole sagrada y colectiva.

JOHN DRURY. MOTOR LODGE

18 martes Ago 2015

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JOHN DRURY

MOTOR LODGE

«Así que es esto, experiencia», pensé,

cargando baldes de estaño desde las máquinas de hielo

a las salas de adultos con auténticos cigarrillos,

bebidas mezcladas en vasos de plástico, y ofreciendo monedas.

Extendí la mano para recibir sus bendiciones, pero los consejos

no significaban nada junto a las camas arrugadas, sin hacer

a las cuatro de la tarde, mujeres en bragas

y hombres en camisetas mientras el televisor seguía encendido.

Abajo, en la lavandería, conté sábanas,

aturdido por el aroma que desprendía el lavado,

y desenrollé toallas empapadas que descienden por toboganes

estallando en contenedores. Antes del ajetreo del atardecer,

ansioso y tímido por lo que vislumbré en el trabajo,

me fui, dejando colgado mi chaleco dorado en un gancho.

Versión de Carlos Alcorta

ESTEL JULIÀ. ZAPATOS IMPOSIBLES

17 lunes Ago 2015

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ESTEL JULIÀ. ZAPATOS IMPOSIBLES. COLECCIÓN SITIO DE FUEGO. EDITORIAL BAILE DEL SOL, 2015

Sorprendente título éste con el que Estel Julià regresa a la primera línea de la actualidad poética, una actualidad, por otra parte, cada vez más convulsa, y no siempre por motivos literarios, aunque éstos bastarían para mantener al posible lector a la expectativa. Son acaso demasiados los libros que se publican y sólo algunos de ellos cumplen los requisitos de calidad que dichas expectativas generan, por esta razón, no siempre es fácil separar el grano de la paja, diferenciar la buena poesía de aquella que está escrita con oficio, pero sin incertidumbre, sin problema. El caso de Zapatos imposibles, que de este libro estamos hablando, pertenece, sin lugar a dudas, a ese grupo de libros que surgen de un conflicto, de una desazón íntima, de una herida irrestañable que ni siquiera la escritura puede atenuar, ¿o sí? Uno de los motivos que conducen a la escritura es el afán de cauterizar los desgarros de la existencia, reconducirlos a través de las palabras, destilarlos en la alquitara del lenguaje. Algo de esto ocurre en el poema titulado «Vino del amor», del que copio sus últimos versos: «Se hace imposible definir al joven/ casi espumoso y semidulce,/ del macerado en el roble de la lujuria/ al abrigo de la oscuridad./ Pero ahora no es momento de preguntas/ bebamos el elixir de Baco/ no sea que se enrancie/ éste rojo amor afrutado e intenso».

Estel Julià ha publicado en catalán los poemarios Mar d’estels (2013) y Anadna (2014), pero su dedicación a la escritura no sólo se circunscribe al ámbito poético. En el marco de la sociología artística y literaria ha publicado libros como Dietari visual de’Enric Alfons. Una proposta pictórica per contextualizar algunes poétiques de l’Africa i l’Orient (2012) y La imatge traduïda. Un pretext per la revisió de la proposta pictórica d’Enric Alfons (2013). Como traductora ha editado el volumen Un tiempo libre/ Aisialdi Bat/ Un tempo libre/ Un temps lliure de Juan Marqués en 2011 y ha coordinado el libro A la luna de las lenguas/ Hizkuntzen Argipena/ A la lluna de les llengües (2011).

Zapatos imposibles comienza con un poema titulado «Poética imposible» en el que se afirma que «las palabras queman» como la arena de una playa expuesta al sol durante horas, acaso por eso, caminar descalzo suponga una temeridad. Más conveniente es caminar protegido, aunque sea con los zapatos imposibles de las palabras. Quien camina es una mujer que parece fundirse con la vegetación, en la que ha encontrado —serendipia— algo que no estaba buscando, aparentemente, porque en la tercera parte del libro, «Recuerdos que se olvidan» se describen instantes propicios para la confesión, para las confidencias, instantes que contribuyen a apaciguar la intensidad del fracaso, de «un amor enfermo», enfermo porque, tal vez el futuro sea, como escribe Estel Julià en «Tenerte», primer poema de la siguiente sección, «un destino imposible que nunca comenzó». La poesía no necesita notarios que levanten acta de un suceso, para demostrar la fidelidad biográfica, todo lo contrario, el poema busca complicidad, un lector que sea capaz de extrapolar la anécdota para hacer suya la emoción, por eso no es preciso leer al pie de la letra, sino entre líneas, si lo hacemos así, será fácil hacer propios versos como estos: «Cuando la desconfianza/ eleva un grito/ se desgarran sentimientos/ y los enteros se rompen». El libro acaba con la sección titulada «Con los pies en la vida», sección ilustrada, como todas las demás, por una fotografía, en este caso, de unos pies descalzos apuntando al cielo. El poema final actúa como perfecto contrapunto a la idea desarrollada a lo largo del poemario, la crueldad implícita en toda existencia, la imposibilidad de caminar descalzo por el fango de la vida, de ahí la pregunta que formulan los dos versos que cierran el libro: «¿Qué no haría usted, amigo./ por un zapato», un libro que cuenta una historia, no de manera lineal ni fidedigna, sino plagada de saltos temporales, de escenarios, de descripciones que logran dibujar por medio de una poesía contenida, precisa, de lacónica enunciación, sin concesiones a la retórica, el rostro de la meloncalía.

HELEN MORT. NOMBRES COMUNES

13 jueves Ago 2015

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HELEN MORT

NOMBRES COMUNES

En algún lugar, hay una araña llamada Harrison Ford,

otra especie se conoce como Orson Welles. El océano está lleno

de caballitos de mar que toman sus nombres de campeones deportivos.

Por encima de nuestras cabezas, una solitaria avispa Greta Garbo levanta el vuelo.

Cada día, alguien adopta una orca o compra

un pedazo de luna sólo para llamarlo Bob y ayer por la noche,

observando meteoros que navegan dando tumbos a través del cielo Grasmere,

tú me dijiste que hay planetas menores bautizados

Elvis, Nietzsche, Sr. Spock. Así que perdóname si levanté la vista

por encima de tu cara, para ver de cerca esas gotas plateadas

que forman los ríos en la oscuridad y, por un momento,

llegué a pensar que habría estrellas con nuestros nombres.

Versión de Carlos Alcorta

MARTHA ASUNCIÓN ALONSO. NO TAN JOVEN (2005-2015)

11 martes Ago 2015

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MARTHA ASUNCIÓN ALONSO. NO TAN JOVEN (2005-2015). COLECCIÓN PLANETA CLANDESTINO. EDICIONES DEL 4 DE AGOSTO, 2015

El trabajo en pro de la difusión de la poesía —de la cultura, en general—que están llevando a cabo los componentes de la asociación Planeta clandestino de Logroño aún no ha sido reconocida como merece, y ya va siendo hora. Con unos medios muy limitados, pero con una voluntad de hierro y una generosidad sin límites, gentes como Enrique Cabezón, Sonia San Román, Carmen Beltrán —cabezas más visibles, aunque hay otros muchos implicados—, han conseguido en apenas diez años publicar cerca de 200 cuadernos de otros tantos poetas, además de organizar año tras año, este mes se está celebrando la novena edición, el festival poético «Agosto clandestino». Ambas actividades tienen un mérito inmenso, como sabe cualquiera que esté sumido en el mundo de la edición poética o en la gestión cultural. Sólo gracias al tesón, a la amistad y al buen hacer de los organizadores se puede llevar a buen puerto un ciclo de estas características porque, como digo, el presupuesto es exiguo, por más que algunas empresas locales colaboren en el sostenimiento del evento.

En la colección de cuadernos citada, de tirada limitada a 300 ejemplares y firmados cada uno de ellos por el autor, el número 160 contiene poemas de Martha Asunción Alonso, una de las poetas más interesantes de la última hornada (recientemente ha sido galardonada con el VII Premio de Poesía Joven de RNE por el libro Wendy, publicado por la editorial Pre-Textos). No tan joven, el título del cuaderno —sorprende dicho título en una poeta nacida en 1986—, contiene poemas escritos desde 2005 hasta 2015. «La palabra más vieja —escribe Martha Asunción— data de 2005. La más joven de 2015…Algunas forman parte de poemas que a su vez formaban parte de libros publicados. Otras, hasta hoy, trotaban por el cajón de los inéditos. Me parece que todas juntas son algo así como esas postales que enviamos desde las estaciones y aeropuertos sin esperar a que el viaje termine, o tal vez sin saber que el viaje terminó: nunca sabemos». Esos libros a los que se refiere son Cronología verde un otoño (2009), Crisálida (2010), Detener la primavera (2011), La soledad criolla (2013) y Skinny Cap (2014), gracias a los cuales ha obtenido algunos de los premios más importantes de la poesía joven, como el Premio Adonais, el Premio Antonio Carvajal o el Premio Nacional de Joven Poesía Miguel Hernández (además del de RNE que ya hemos mencionado). Nos encontramos, como refleja este resumido currículum, ante una poeta —y licenciada en Filología Francesa— reconocida desde muy joven que va creciendo día a día poéticamente, algo que podemos comprobar en este No tan joven, libro que, aunque puede leerse como un libro autónomo, a tenor de las propias palabras de Martha Asunción, resulta ser una pequeña antología de su obra de 21 poemas, no fechados ni referenciados, por lo que deja en manos de la sagacidad del lector explorar la evolución creativa que antes he mencionado, un lector que asistirá a una rememoración de la infancia y de la figura de los abuelos, con nostalgia, pero sin patetismo, algo propio de una poeta madura que domina las emociones y las subordina al poder evocador del lenguaje: «Nostalgiar.// Crepitar de mazorcas en el horno./ Otoño en cucuruchos de papel», escribe el poema cuyo título es este neologismo, nostalgiar, es un buen ejemplo de ello. La infancia deja paso a la adolescencia, a la época en la que los demás adquieren una importancia capital, amigos, compañeros, primeros amores pero en la que, también, se comienza a tomar conciencia del lugar y del momento en el que se vive, se adquiere, en resumen, la conciencia histórica: «No teníamos miedo./ Fuimos a escuelas donde los maestros/ habían llevado luto por nosotros,/ que estábamos llamados a heredar/ la transparencia». Una enorme lucidez revela Martha Asunción Alonso en sus poemas, lucidez reflexiva que se va acentuando a medida que la narración avanza hacia una juventud desmitificadora, una juventud cuyos imprecisos límites temporales hoy son, si cabe, aún más difusos. Se descubre la cara más lamentable de la realidad. Ya no es posible recrearla a través de cuentos, de leyendas o de poemas: «Yo miro, escribo versos/ que huelen a lejía y a canela,/ versos que crían polvo en los rincones,/ versos como zapatos de charol», escribe en el poema «Razones para mirar. Arte poética». Los poemas del cuaderno No tan joven no pueden avanzar más. Obligatoriamente, teniendo en cuenta la juventud de Martha Asunción, han de quedarse en un periodo indeterminado de esa elástica transición a la que aludíamos, aunque la excelencia de su poesía rompa los prejuicios y nos demuestre que la edad carece de importancia. Lo que importa realmente no es cuánto se ha vivido, si no si uno es capaz de percibir cómo lo ha hecho. Si se logra manipular la experiencia, por muy común que sea, con las herramientas de la observación y el distanciamiento, como lo hace Martha Asunción, cada lector podrá revivir la suya propia en el poema. Esto es lo que de verdad importa.

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