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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: julio 2014

STEPHEN DUNN. EN OTRO MOMENTO

30 miércoles Jul 2014

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

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STEPHEN DUNN. EN OTRO MOMENTO.TRADUCCIÓN DE ANDRÉS CATALÁN Y BEN CLARK. EDITORIAL DELIRIO, 2013

Por primera vez se traduce al español un libro del escritor norteamericano Stephen Dunn nacido en Nueva York en 1939, En otro momento, ganador del prestigioso premio Pulitzer en 2001 (Editorial Delirio,2013), traducción realizada al alimón por dos estupendos poetas de las últimas hornadas, Andrés Catalán y Ben Clark. La poesía de Dunn se caracteriza por su frescura, por su franqueza —lo que no excluye que muchos poemas estén sustentados en acontecimientos imaginados por el autor, no provenientes de su propia experiencia, lo que obliga al poeta a seguir los dictados más que de sus sensaciones, de sus intuiciones—, por una sencillez que esconde, sin embargo, revelaciones secretas y escabrosas. Sólo quien se quede en esa aparente facilidad expresiva podrá condenar esta poesía como fácil y superficial, de ser conceptualmente anodino, porque el hilo conductor de este libro es, como resaltan los traductores, la reflexión sobre la muerte, la fragilidad del ser humano, desarmado frente a tan invencible enemigo. Quizá el hecho de que ningún hombre de su familia sobrepasara los 59 años tenga mucho que ver con alguien que rondaba esa edad durante la escritura de estos poemas. Para reflexionar sobre este asunto, sin duda el de mayor trascendencia, no es preciso ampararse necesariamente en oscuras correspondencias lingüísticas y semánticas, en simbolismos o elipsis ni, por supuesto, exhibir un preciosismo formal más digno de letanías o plegarias. «Porque en mi familia lo primero que falla es el corazón/ y casi nadie supera la década de los cincuenta,/ creo que me quedaré hasta tarde con unos cuantos sinvergüenzas/ de mi elección y me resistiré a los buenos consejos.» escribe, aludiendo a esa frontera temporal infranqueable, en el poema titulado «Sesenta» y, a pesar de todo, nunca cae en la tentación del fatalismo. Existen poetas, y Stephen Dunn es uno de ellos, capaces de dialogar con lo inefable, con lo inentendible, con lo temible gracias a un lenguaje sin excesivas pretensiones, apegado a la claridad, un lenguaje con argumento, como si estuvieran conversando con un amigo o contara una historia. No es únicamente en el empleo de unas palabras y no otras donde residen los instrumentos de la indagación, sino en la adecuación del discurso a la experiencia del autor. La experiencia vital y el modo de trascenderla será entonces lo que conducirá al poeta a tomar conciencia de ella. Es de esa toma de conciencia de donde surge el poema. Importa más si consigue trasmitirla al lector, si hay una empatía emocional con él que las herramientas o el formato que haya elegido para hacerlo. Como escribe en el poema más arriba citado, «Creo que seguiré describiendo las cosas/ para asegurarme de que en verdad han sucedido».
Stephen Dunn posee una habilidad especial para hilar el discurso y para hacernos creer que sus poemas, a pesar de estar muy elaborados, son fruto de un repentino momento de intensa lucidez, de una improvisación guiada por la mano invisible del instinto. No es fácil conseguir esa apariencia de naturalidad. Muchos poetas naufragan en este intento y, sin embargo, en Dunn lo percibimos a cada paso. Cada poema parece seguir las viejas, pero no caducas, normas prescritas por Aristóteles en su poética: presentación, nudo y desenlace. Los poemas de Dunn comienzan, generalmente, con unos versos en los que contextualiza, gracias al paisaje («Desde la montaña baja una niebla sedosa», «La silueta de una montaña. Sobre ella/una oscura aureola de lluvia»); a la concreción de orden temporal («Es la hora de la sencilla nada», «Una mujer da su paseo de media tarde…») o a afirmaciones tajantes («Mis perros habían muerto y era invierno», «Es como si rezara, las palmas juntas»). Después de esta puesta en escena, de esta declaración de intenciones desarrolla el nudo de la historia, la parte más extensa, la que desnuda la trama del poema ofreciendo múltiples referencias, pormenores esenciales para llegar a la conclusión del poema, cifrada en unos versos que, dentro de su sintaxis equilibrada, ofrecen la suficiente ambigüedad como para que en la mente del lector retumben la perplejidad y la duda. Con unos ejemplos de estos versos decisivos finalizo este breve comentario sobre En otro momento, libro que merece que nos acerquemos a él sin las anteojeras del que está de vuelta de todo, sin los prejuicios inherentes a la retórica de la sencillez, ciertamente malgastada por oportunismos de toda laya. Los resumo en estos dos, pertenecientes al primer y último poema del libro, respectivamente: «Abres las ventanas al aire saludable/ que entra saludando quién sabe de dónde,/ y que dando una bocanada inhalas profundamente/ como si estuvieras bajo sentencia de muerte. Lo estás.», «Tú, que eres uno de ellos, di que amé/ a mis acompañantes sobre todas las cosas./ Con toda honestidad, di que me procuraron/ una mejor forma de estar solo».

JOSE LUIS GARCÍA MARTÍN. LECTURAS BUENAS Y MALAS

28 lunes Jul 2014

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JOSE LUIS GARCÍA MARTÍN. LECTURAS BUENAS Y MALAS. COL. LOS CUATRO VIENTOS. EDITORIAL RENACIMIENTO, 2014.
Se reúnen en Lecturas buenas y malas comentarios publicados semanalmente en La Nueva España y en el blog de crítica que mantiene el autor, titulado Crisis de papel (Café Arcadia, su otro blog incluye habitualmente entradas diarísticas). Hay quien manifiesta reparos ante libros como éste, integrados por artículos, reseñas e, incluso, pequeños ensayos que ya han visto la luz pública, sin embargo, teniendo en cuenta la insuficiente difusión de un periódico regional y las particularidades que conlleva frecuentar un blog de manera regular, creo que es del todo oportuno reunirlos en un libro, un procedimiento más consistente para evitar la dispersión o el olvido, recurso, por otra parte, utilizado en otras ocasiones por José Luis García Martín (Aldeanueva del Camino, 1950) en libros como La poesía figurativa, El punto de mira o Gabinete de lectura.
El libro comienza con una especie de prólogo, «Criticar por criticar», en el que se agrupan algo más de 40 aforismos que revelan, a quien todavía no haya tenido la oportunidad de leer a García Martín (¿hay algún lector interesado por la poesía actual que no lo haya hecho?), las dosis de ironía con la que adereza sus textos, ya sean éstos de crítica literaria, fragmentos de diario o, incluso, poemas. Y el primer sujeto de chanza es el propio autor, a quien gusta jugar al despiste, a la paradoja, con fichas blancas, pero también con negras, indistintamente, porque lo importante es el reto, el enfrentarse a sí mismo. No olvidemos que una de las primeras aventuras editoriales en las que se embarco García Martín —después se ha embarcado en otras muchas, incluso ha realizado travesías en cruceros de vacaciones y, si no estoy mal informado, en buques escuela, aunque la singladura de mayor calado es la que le lleva muy cerca de su casa, a la redacción de la revista Clarín—fue la revista Jugar con fuego, en la que, entre otras cosas, se inventó textos que adjudicaba a otros autores, haciendo caer a más de un especialista en la trampa, víctima de la iconoclastia de su editor (y de los propios errores de juicio del erudito, claro). Basten unos pocos ejemplos de dichos aforismos para confirmar lo que digo: «Nadie verdaderamente inteligente se dedica a la crítica», «Un fracasado sigue escribiendo reseñas después de cumplir cuarenta años», «Los buenos críticos nos ahorran la lectura de los malos libros; y a veces, incluso de los buenos», «Destrozar de vez en cuando un libro mantiene en forma al crítico». Como se puede comprobar, García Martín disfruta de la lectura y de la escritura, pero de lo que verdaderamente disfruta es de la polémica, de la contradicción, del desacuerdo, de la libertad de opinar. Sus reseñas críticas nunca son ora benévolas, ora implacables de forma gratuita y, como lectores, podremos estar de acuerdo o en desacuerdo con las opiniones que vierte, pero estamos seguros de que nunca son fruto de del desconocimiento del asunto tratado, aunque, a veces, alguna arbitrariedad, alguna obsesión — ¿quién no las tiene?— personal perjudique su juicio. José Luis García Martín posee una erudición envidiable, aunque esta sabiduría nunca está puesta al servicio de la vanidad, por más que en algunos pasajes hurgue en ciertas heridas nunca cerradas o se recree en poner en ridículo a tal o cual autor corrigiendo datos o recriminando olvidos más o menos intencionados. La curiosidad insaciable que posee lleva al autor no sólo a interesarse por libros cuyo asunto central tenga que ver con lo literario, se siente atraído por disciplinas ajenas, en principio, al ámbito estrictamente literario, como la economía, la historia —en muchos casos con minúscula, porque, como el mismo matiza, «Sin las pequeñas historias de quienes no fueron protagonistas de nada, salvo de su propia vida, no se entiende la gran historia. O mejor, no se entiende la historia. Ni el tiempo presente.»—o el feminismo y las sectas, y es que, parafraseando una de las ideas recurrentes de García Martín, un poeta no puede alimentarse sólo de libros de poesía, necesita múltiples lecturas de distintos géneros y estar al tanto de lo ocurre en la sociedad en la que vive. Resaltábamos más arriba la independencia de criterio y la naturalidad con la que este crítico (además de poeta, diarista, editor y profesor) es capaz de desnudar una obra, mostrando sus debilidades, pero no se piense que su labor se reduce a significar los defectos. Nada más lejos de la realidad, porque de la mayoría de las obras sobre las que escribe —digo la mayoría, porque existen libros de los cuales resulta imposible escribir algo en su defensa, por más que la mente que los analiza sea muy condescendiente—, después de señalar los inconvenientes, ensalza sus virtudes, y son éstas las que predominan y marcan el tono general de la reseña. Sirvan como ejemplo las frases finales de la reseña que dedica a Knut Hamsum, a la visión que del Nobel noruego muestra Ingar Sletten Kolloen: «Cerramos el libro y admiramos un poco menos al gran escritor, que no siempre fue grande, pero sabemos un poco más de nosotros mismos».
Lecturas buenas y malas está divido en secciones y en cada una de ellas se ocupa de un tipo determinado de libro, manteniendo una unidad propia respecto de las restantes. Deja para la sección final —lo que, sin duda, posee alguna clave sobre la que sólo podríamos especular, lo cual se escapa al objetivo de este comentario—, «Algo de poesía», los libros estrictamente poéticos. Como antes exponíamos, los intereses del autor son extremadamente variados, y van desde los comentarios a obras que mezclan sociología e historia con literatura hasta la forma de editar a nuestros clásicos o a los diarios, género éste que tanto han proliferado en la literatura española en los últimos años —él mismo es un diarista contumaz— y que tan cerca está del autorretrato, por más que el «autor no siempre se parezca a su personaje», pero tampoco se excluye otro género que esconde artimañas y juegos con el yo, como la entrevista. En todos ellos percibimos un empeño común, el entusiasmo por la literatura y el propósito, didáctico, de poner a disposición del lector sus puntos de vista, su forma de ver, no sólo la literatura, sino la vida, porque, al fin y al cabo, muchas de las razonamientos que emplea para definir a otros autores le vienen como un guante de seda al propio García Martín, por ejemplo cuando habla de la biografía de Pío Baroja escrita por Mainer, de la que dice que «está escrita con la pasión que da el conocimiento» o cuando escribe sobre el grado de intensidad con la que Juan Ramón Jiménez vivía las polémicas literarias de su tiempo. Ambas cosas, la pasión por el conocimiento y la inclinación a la polémica, las encontramos a argaya en este libro, libro lleno de buenas lecturas, de lectura terapéuticas, por más que algunas contengan una pequeña dosis de veneno.

ROWAN RICARDO PHILLIPS. VENGA A NOSOTROS TU REINO

25 viernes Jul 2014

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ROWAN RICARDO PHILLIPS

VENGA A NOSOTROS TU REINO

Ignorando la diferencia entre Cielo
Y Paraíso, llamó a ambos Cielo.
Por eso se encogió de hombros ante la idea de un dios
Resplandeciente por las luces de alturas inverosímiles,
manoseando los reposabrazos de un trono, que era
El Cielo. Y cuando miró fijamente hacia el mar,
Sintiéndose, por fin, familiarizado consigo mismo,
Lo llamó Cielo, también. Y nada ha cambiado
en el Paraíso o en el Cielo
Pese a ello: el Paraíso conserva su halo
Glamoroso; y el Cielo, porque no puede soportarse
a sí mismo, como los colores
Del arroz o una bomba, estaba feliz de seguir
La corriente, estaba feliz sólo por ser feliz
Durante un momento, y no una disculpa para el caos.

Versión de Carlos Alcorta

EDUARDO GARCÍA. DUERMEVELA

23 miércoles Jul 2014

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EDUARDO GARCÍA. DUERMEVELA. XXXV PREMIO DE POESÍA CIUDAD DE MELILLA. COLECCIÓN VISOR, 2014.
Con Duermevela, Eduardo García (1965) rompió un silencio editorial —en el ámbito estrictamente poético, pues, como veremos, sí ha publicado en otros géneros—, de seis largos años, algo que sus lectores más fieles estábamos esperando estoicamente. Es cierto que en el lapso entre La vida nueva (2008) y este nuevo libro, ha reunido su poesía en libros como Las acrobacias del deseo (2009), Casa en árbol (San José de Costa Rica, 2011) y Antologia pessoal (Brasilia, 2011) y que, recientemente, ha visto la luz Las islas sumergidas, una colección de aforismos — «Nacen como textos más largos que luego van recortándose y llegar a la almendra, a ese puñado brevísimo de palabras que lo digan todo, es lo que se hace realmente complicado. Está en el precipicio entre la poesía y el pensamiento», dice Eduardo García— que, en muchas ocasiones, no distan mucho del poema epigramático, pero es en Duermevela, libro galardonado con el Premio de Poesía Ciudad de Melilla, en el que la palabra y la imagen, describen situaciones límite de la conciencia, en donde encontramos al poeta de cuerpo entero, ése que consigue sorprendernos como pocos con su aquilatada combinación de irracionalismo y cotidianeidad (Schelling, en la Filosofía del arte moderno, afirma que «la mezcla de los opuestos, sobre todo de lo trágico y lo cómico, se encuentra como principio en la base del drama moderno») —una fusión que el poeta viene poniendo en práctica, si no desde sus primeros libros, Las cartas marcadas (1995) y No se trata de un juego (1998), sí a partir de entonces, en toda su obra posterior—, ése que sabe mirar sin anteojeras porque las cosas «tartamudean un mensaje que habrá que descifrar con ojos nuevos».
Duermevela está dividido en cuatro secciones, aunque el libro lo encabece un poema titulado «La palabra», una especie de reflexión de carácter metapoético —recordemos que Eduardo García es también autor de dos ensayos sobre el acto poético, Escribir un poema y Una poética del límite— que aclara al lector el carácter arbitrario de la experiencia poética, de la escritura de un poema, así como su ininteligibilidad, su resistencia a dejarse definir por conceptos preconcebidos: «con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al alcance del simple ilusionista,/ todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay arbitro, ni campana que dé fin al combate,/ el contrincante se aloja en nuestros huesos».
«Encuentros» es el título de la primera sección, y en ella los objetos más comunes, legumbres, calderos, fotografías, manos, la materia toda que «vuelve en sí, se acompasa, poco a poco/ se repliega en su instinto cotidiano» los que protagonizan los poemas , aunque ejerzan una labor subsidiaria de la figura principal, que no es otra que el deseo, más o menos enmascarado dentro de experiencias que rompen el ámbito cotidiano acostumbrado, lo que provoca una dislocación conceptual extraordinariamente sugerente, como revelan estos versos: «Hay cuchillas que habitan los pliegues de la ropa,/ caballos que reposan en la piedra,/ tiburones con fauces de niebla y ojos fríos», del poema «Canción de la espera».
«Rituales» comienza con un magnífico poema, «Albada», de precisa adjetivación y con un ritmo expansivo y descendente que nos conduce hasta un final de carácter no sólo moral, sino voluptuoso, amalgama que nos recuerda al Baudelaire de Las flores del mal. Podríamos aventurarnos a decir que si sus palabras están movidas por lo instintivo, la forma está gobernada por la brida de un jinete experto, lo que evita el patetismo o su contrario, el excesivo júbilo emocional. Que a Eduardo García no le basta con describir la apariencia de las cosas, desde los objetos a los sentimientos, lo sabíamos desde que leímos su primer libro, pero, si cabe, en estos poemas queda aún más patente. Da la sensación de que se ahonda en sí mismo para bucear en la inmensidad de lo descrito, con la intención de abarcar desde todos los puntos de vista posibles, desde todos los ángulos y, especialmente, de esos que llamamos muertos, las más insospechadas particularidades, como pretende en el poema «Ritual del reloj», donde trata de «Hacer saltar la esfera del reloj/ para ver sus adentros».
Si hasta ahora una muy estudiada narratividad fortalecía el desarrollo del poema, la tercera sección, titulada «Duermevela», como el libro completo, está compuesta por poemas más breves, carentes de retórica, que poseen un discurso más entrecortado, con frases que parecen obrar de forma independiente al verso en el que están inscritas. Parecen ser fruto de un relámpago, o de una gratificación de la conciencia antes de caer en el sueño. La vinculación con el aforismo (incluso con el haiku) queda patente en versos como estos: «Cuando la muerte asoma/ palidecen de miedo las palabras» o «No hay nada que mirar. La luz/ se ha vuelto boca abajo», por limitarme a dos ejemplos. Todo lo contrario ocurre en la última sección del libro, la titulada «Pasadizos», construida con poemas de largo aliento en los que abundan los versículos, formados por cadenas de heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos por lo que el ritmo es envolvente y, leído en voz alta, posee la seducción de la salmodia. Son estos poemas sin duda los que poseen una mayor veta visionaria, veta que nos recuerda a autores, sin embargo tan distintos, como Luis Rosales o el César Vallejo de Los heraldos negros. Del «Me estoy muriendo un poco cada día» del primer poema, el titulado «Otra vuelta de tuerca», de esa desesperanza damos un salto, no en el vacío, sino protegidos por la red de los poemas que desarrollan esta extraordinaria transición, al poema final del libro, «Rescatar la alegría», un ilusionado, e ilusionante, canto de agradecimiento vital que concluye con esta ringlera de versos a medias hímnicos, a medias didácticos: «decretar en la piel y en los sentidos una fiesta perpetua hasta abrir las cancelas del ensueño, celebrar el encuentro de las aguas, sembrar el calendario de ocasiones,/ como salpica el sol de su ebria luz las cosas/ hasta inundarlo todo, hasta entregarse». Esta expansión afectiva le recuerda a uno, en ciertos momentos, al Whitman más celebrativo, al Whitman que canta un destino del que se sabe actor principal, y no estoy sugiriendo, ni por asomo, que el egotismo característico del poeta norteamericano haya dejado alguna huella en Eduardo García, se trata más de un estado de clarividencia que posee raíces comunes, alguna de las cuales se encuentran en el espacio exterior, en la naturaleza , en esa sucesión de creación y caos y, en otras, en ese yo al que aquella sirve de contrapunto. El propio Eduardo García asume que entiende la escritura, no sólo la poesía, «como una exploración de la identidad», y es que a través de ella, establecemos las transformaciones que vamos sufriendo. Decía Gastón Baquero que « La edad nos cambia la cara…pero esto le lleva su tiempo a la vida. Los cambios repentinos, de un mes para otro, cambios sin tregua ni toma de tiempo, ¿no hablan de lucha interior, de descontento consigo mismo, de insatisfacción?». Sin duda alguna, de eso, de esos cambios que el poeta experimenta en su devenir, en su conocimiento del lugar en el que vive, nos hablan estos inquietantes y magníficos poemas, porque, y de nuevo me sirvo de palabras del propio poeta para poner punto final a este comentario, «Al fin y al cabo, así transcurre la vida, en sucesión, sin una sólida trama que justifique la totalidad de su transcurso. Más si cabe en tiempos de aguas agitadas, de cenagosos territorios sin señales, de sed sin esperanza, de inquietud».

RODRIGO OLAY. LA VÍSPERA

21 lunes Jul 2014

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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RODRIGO OLAY. LA VÍSPERA. COLECCIÓN TIERRA. LA ISLA DE SILTOLA. 2014
Con Cerrar los ojos para verte (2011), el primer libro del autor, galardonado con el Premio Asturias Joven de Poesía del año 2010, Rodrigo Olay (Noreña, 1989) demostró que, a pesar de su juventud, era muy consciente del terreno que pisaba y de poseer un sentido de responsabilidad poética muy asentado. Cualquier lector podía percibir que los poemas de este libro no formaban parte de ese desgarramiento emocional, de ese yo que sufre las tensiones propias de algo que se está construyendo, que aún no posee la forma definitiva, algo, por otra parte, característico de la educación sentimental de todo ser humano, aunque anidara en ellos un sentimiento de pérdida y una mirada elegíaca sobre el porvenir un tanto prematuros. ¿En dónde residía entonces esa responsabilidad de la que hablaba más arriba? Creo no equivocarme al decir que la podemos percibir en el modo respetuoso de enfrentarse a la escritura del poema, tan alejado de esas efusiones sentimentales que cifran la posible bondad del poema en las buenas intenciones con la que está escrito. Creo que conviene dejar muy clara esta distinción para apreciar en todo su valor la conciencia que posee Olay sobre lo trascendental del acto poético. En el poema titulado «Autorretrato», reflexiona el autor sobre un asunto que subyace en el fondo de lo que digo, el concepto de la palabra como asidero, como soporte, como pértiga para salvar los escollos de la existencia, al menos en un lugar menos cruento que el campo de batalla cotidiano, la nieve de la página.
En La víspera, su segundo libro —escrito en los años comprendidos entre 2011 y 2014—, encontramos a un Rodrigo Olay aún con mayor capacidad de exigencia, lo que se manifiesta ya desde la forma circular de concebir el libro, encabezado con un poema titulado «La víspera», que finaliza con estos versos casi admonitorios: «Y peor todavía:/ lo que quisiste ser.// Ahora, compara» y concluye con otro poema con el mismo título, «La víspera» que, sin embargo, no habla de expectativas frustradas, sino de la inminencia de un desenlace trágico, por más que sea inevitable. En medio de estos dos poemas, más de cuarenta composiciones de muy distinta factura, de procedimientos diversos, hasta tal punto que conviven en armonía el largo poema en prosa con el epigrama o el haiku. ¿De dónde nace esta armonía entre unas maneras de concebir el poema casi opuestas? Creo que de un empeño común de indagación, de búsqueda no sólo de la identidad, sino de la forma de recomponerla. La voluntad de estilo representa, formalmente, las tensiones de la incertidumbre, de la avidez por encontrar el camino personal. De ahí el bagaje de lecturas y, por ende, de influencias que se pueden rastrear en los poemas, por más que muchas permanezcan en un segundo plano y sean, por tanto, casi imperceptibles que contribuirán, por acumulación, pero fundamentalmente por selección y por destilación a construir la voz propia. No obstante, la aspiración a que el poema sea mucho más que un vademécum de emociones queda explícita desde el inicio del libro, en el poema «Poética»: «Se trata de poder reconocer/ cómo cada poema que en ti ocurra/ merece o no merece ser escrito./ La regla es infalible, pero cruel.// Un poema es poema/ si puede acompañar —si recordase—/ a quien sabe que ya es breve su tiempo.» Ahora que estamos en plena temporada ciclista, acaso podamos establecer una analogía entre esa ambición de innovación y originalidad del poeta con la que va fraguando un ciclista inexperto emboscado en el pelotón, recibiendo codazos, empujones, choques en el manillar con sus rivales, ayuda pero también estímulo, apoyo en los momentos difíciles, y aprendiendo de todo ello, hasta posicionarse dentro del pelotón en un lugar preeminente que le permitirá, llegado el momento intentar ser el protagonista de su propia iniciativa. Como digo, las influencias son muy variadas y van desde Garcilaso y el Cantar de Mio Cid —tan maravillosamente recitado por Antoni Rossell hace unos días en la Universidad Menéndez Pelayo, lugar donde nos conocimos Rodrigo y quien escribe— a Ángel González, Rubén Darío, Amalia Bautista o Jaime Siles, por citar sólo algunos nombres. De todos estos poetas, de todas estas poéticas tan heterogéneas el autor filtra los posos que sirven de sedimento a su escritura, una escritura en proceso de asentamiento, pero que ya nos deja algunos espléndidos ejemplos de buena poesía, como los poemas «José», conmovedor y sugerente, sin excesos sentimentales que rocen el patetismo, «La hija de un hombre maldito», los haikus de «Escrito en el agua», el metapoético «Elogio de la locura» o «Acción de gracias», del que entresaco estos magníficos y confesionales versos «Muchas veces escribo con lo peor de mí,/ con los no, con los nunca,/ con los miedos pasados,/ con lo que no sabría confesar en voz alta,/ con los miedos de ahora.// Muchas veces escribo con lo peor de mí./ Y olvido lo mejor injustamente.// Y hoy lo traigo contigo hasta esta página». Hay mucha buena poesía en estos poemas, en este libro, pero estoy seguro de que lo mejor del Rodrigo Olay está por llegar. Habrá que estar atento a sus próximas entregas para no perderse la evolución de este joven poeta que es ya mucho más que una promesa.

ROWAN RICARDO PHILLIPS. LUNES POR LA MAÑANA EN SNOWMASS, COLORADO

18 viernes Jul 2014

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ROWAN RICARDO PHILLIPS
LUNES POR LA MAÑANA EN SNOWMASS, COLORADO

Los árboles invernales brillan blancos en el blanco sol
En el amanecer de las Indias Occidentales soñando despiertos —,
De la línea de palmeras que resplandecen detrás de la playa,
El verde laberíntico de un tupido paraíso
Mis padres lo conocían como «casa» o «aquí», me concibieron
allí pensando que su hogar estuviera muy lejos
De la sangre Yanqui de mi corazón porque
La geografía es destino y aquí está el mío,
El invierno, los árboles desnudos como lanzas astilladas
recuerdan a los caídos en el suelo
En la promesa de cooo coocoo coocoo
Y, con el tiempo, una vez más, la emocionante
Floración, y los árboles de hoja perenne a lo largo del camino de tierra,
Todos juntos, ascendiendo por el sendero de la montaña, hacia el sol.

Versión de Carlos Alcorta

ELOY SÁNCHEZ ROSILLO. HILO DE ORO (ANTOLOGÍA POÉTICA, 1974-2011)

16 miércoles Jul 2014

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ELOY SÁNCHEZ ROSILLO. HILO DE ORO (ANTOLOGÍA POÉTICA, 1974-2011). EDICIÓN DE JOSÉ LUIS MORANTE. CÁTEDRA. LETRAS HISPÁNICAS, 2014
No es Hilo de oro el primer estudio extenso que José Luis Morante (Ávila, 1956) publica en la prestigiosa colección Letras Hispánicas de la editorial Cátedra. Lo precedieron los títulos Arquitecturas de la memoria, dedicado a Joan Margarit, y Ropa de calle, cuyo autor objeto de estudio fue Luis García Montero. Como no podía ser de otra forma, la elección de los poetas estudiados tiene mucho que ver con las afinidades electivas de José Luis Morante en su faceta de poeta, una labor en la que lleva publicados casi una decena de libros, algunos justamente recompensados con importantes premios, de los cuales publicó en 2010 una cuidada selección titulada Mapa de ruta. Quien se acerque a esta antología publicada en la colección Maillot amarillo, no le resultará difícil comprobar las identidades estéticas y las correspondencias poéticas que lo relacionan con los poetas objetos de estudio, como ocurre también con Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948), un poeta que se ha convertido, desde el ya muy lejano Maneras de estar solo (Premio Adonais 1977) en un autor seguido por un nutrido grupo de lectores, entre los que tengo el privilegio de encontrarme desde 1978, año de publicación de éste su primer libro, de una fidelidad digna de elogio.
Morante realiza un recorrido por los distintos libros de Sánchez Rosillo atendiendo a la evolución de las circunstancias vitales del autor, a su experiencia biográfica, sólidamente ligada a la escritura de los poemas. Después de trazar un mapa poético de la época en la que toma la alternativa Sánchez Rosillo, época que vive ya los estertores de la generación novísima y en la que comienzan a darse a conocer otros poetas coetáneos, pero silenciados en la práctica por la hegemonía novísima, Morante da cuenta de los acontecimientos históricos que marcan el rumbo del país y nos sitúa en la circunstancia personal del poeta estudiado, quien, después de una adolescencia un tanto errática, termina los estudios de Filosofía y Letras con un expediente magnífico, lo que le proporcionará un salida laboral en la propia Universidad que se convertirá en su destino definitivo. Muchos de los poemas que ha ido escribiendo durante sus años de estudiante pasarán a formar parte de ese primer libro al que hemos hecho alusión, un primer libro en el que ya están presentes algunas de las características que singularizan la poesía de Sánchez Rosillo, como son la reflexión sobre el paso del tiempo, la mirada hacia el pasado, la soledad que acompaña al creador, la cultura clásica incrustada veladamente en el poema, sin alarde ni exhibicionismo (el poeta había pasado un verano en la Università per Stranieri en Perugia y había viajado además por otros países, como Grecia, Yugoslavia o Argelia), el uso del monólogo dramático y un tono común, pausado, melancólico, escéptico ante las eventualidades del porvenir, confesional, muy ligado a la propia biografía, como ocurre con Páginas de un diario (1981), su siguiente libro, y se reproduce en Elegías (1984), en Autorretratos (1989), libro del que Morante explica que «aborda una sostenida indagación en el yo, un ejercicio de análisis que propicia el conocimiento de cada repliegue del propio ser individual» y en La vida, publicado muchos años después, en 1996, aunque los poemas que lo componen estén escritos desde el año 1989.
Casi diez años han de trascurrir hasta que Eloy Sánchez Rosillo publica su siguiente entrega, La certeza (2005), que inaugura una nueva forma de ver las cosas. El tono melancólico y elegíaco deja paso a una contemplación del mundo y de sí mismo más benevolente y agradecida, algo que se irá acentuando en los libros posteriores, Oír la luz (2008), Sueño del origen (2011) y el más reciente, Antes del nombre (2013), El propio poeta explica este tránsito, esta mudanza con estas palabras: «En los cuatro libros publicados desde entonces ( se refiere a la publicación de Las cosas como fueron (2004), libro que recogía su obra completa hasta la fecha) la vida me ha llevado por derroteros absolutamente inesperados y en mi poesía se ha producido no ya no una simple evolución, sino una transformación completa, pues en estos libros nuevos predomina la rendida celebración del existir, y acaso un mayor despojamiento en lo que al lenguaje se refiere». La publicación de esta antología, precedida del exhaustivo estudio de José Luis Morante, es un momento inmejorable para adentrase en una de las obra poéticas más coherentes y personales de nuestro panorama poético, una obra que destaca por la sello de su vitalidad, por su confianza en el poder sanador de la palabra —sin que esto suponga obviar la conciencia de la finitud o la capacidad para destilar las horas amargas—, por su fe en la poesía como, pese a todo, motor de transformación individual y, en consecuencia, colectiva. Hilo de oro supone para quienes somos lectores antiguos de Eloy Sánchez Rosillo, una nueva oportunidad de releerlo y, para los nuevos lectores, la posibilidad de descubrir la magia de esa poesía que, describiendo con palabras comunes anécdotas cotidianas, es capaz de llevarnos hasta el abismo de nuestra propia vida.

ADOLFO CUETO. DIVERSO. ES

14 lunes Jul 2014

Posted by carlosalcorta in Versiones

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ADOLFO CUETO. DIVERSO. ES. XL PREMIO CIUDAD DE BURGOS. COLECCIÓN VISOR DE POESÍA, 2104.
No es Adolfo Cueto (1969) un autor de obra muy extensa. Empezó a publicar a una edad un tanto tardía para lo que nos tiene acostumbrados la precipitación inherente a la juventud, pasados los treinta años y, además, después de ese primer libro, Diario mundo (2000), renovó sus votos de silencio, roto por fin con 7 poemas (2007), durante varios años. Fue a partir de la segunda década del siglo cuando Adolfo Cueto regresa ya de forma estable, y se hace un merecido hueco, al tan dinámico como heterogéneo panorama poético español. En 2010 publica Palabras subterráneas y sólo un año después, y en la misma colección que publica Diverso.es, Dragados y construcciones, libro galardonado con el Premio Emilio Alarcos en 2011. El libro que hoy comentamos está estrechamente vinculado a éste último —el propio autor fecha los poemas que lo componen entre 2009 y 2011, por lo que suponemos que la escritura de ambos libros, en algún momento, ha debido ser simultánea— tanto por el armazón temático que sustenta muchos de los poemas —la ciudad, la periferia, los desechos industriales son comunes en ambos— como por la propia corporalidad del poema, un ritmo muy cuidado en el que no son infrecuentes los encabalgamientos o el uso de versos imparisílabos distintos y conjugados con envidiable fortuna hasta el punto de construir, en algunos casos, por su extensión, poderosos versículos.
Diverso.es está estructurado de una forma peculiar. Comienza con una sección titulada «Arranque», compuesta por dos poemas en los que ya están presentes algunas de las claves o de los ejes sobre los que giran los versos siguientes: la fugacidad de la vida y la palabra, esa palabra «surgiendo, la palabra/ nombrándonos, entre el ser y la nada, el ruido/ y el silencio, la inexistencia y el vacío». Después de este arranque, nos encontramos con la primera sección, propiamente dicha, «Túneles atravesados», que encuentra en Baudelaire una segura sombra tutelar —a lo largo del libro descubriremos otras influencias, como las de Lorca, Guillén o Juan Ramón. La palabra, y con ella el silencio, vuelve a ser, sino la columna vertebral de los poemas, sí el objeto de una indagación permanente, como podemos constatar en estos versos del poema «Túneles por dentro»: «la noche ausculta/ sólo sordas palabras, ya/ resecas,/ vacías, extensiones quemadas/ donde habita ahora el frío» o en esa velada sinestesia que advertimos cuando leemos «la palabra odio crecía entre nosotros/ con sus oscuras/ inundaciones»; en el poema «Tsunami», un título éste que sirve al autor para establecer analogías entre la naturaleza y el paisaje interior del hombre, las mil formas que tiene de rebelarse contra a las agresiones que sufre por parte del ser humano y los filtros —sensaciones, deseos, emociones, recuerdos— que el individuo construye para sobrevivir. Otros títulos de esta sección abundan en la misma analogía: «Poética sísmica», « Autopista sin más», «Fábrica abandonada», del que entresaco estos versos que, a mi modo de ver, confirman la idea más arriba esbozada: «…Añoranzas,/ recuerdos, sordos y mudos que hablan y esa afonía/ del tiempo…». La exploración sobre el misterio que encierran las palabras no se ha descuidado, así en el poema «El apagón», Adolfo Cueto define a la ceguera con unos versos que son en sí mismos un aforismo, la ceguera es «una sola palabra/ que no admite plural». Vuelve a identificarse el significado de la palabra con lo que designa, como ya vimos en poemas precedentes, y es acaso esta coyuntura la que facilita el uso, ciertamente muy limitado, de lo irracional al poner en contacto planos de la realidad de distinta categoría.
«A cielo abierto» es el título de la segunda sección, compuesta por una especie de poema prólogo, «Previsión atmosférica» y dos subdivisiones, «Mar de cemento», título además de un largo poema de amor y agradecimiento, de enaltecimiento no exento de crítica, dedicado a Madrid, la ciudad en la que vive el poeta: «Mapa de la memoria/ evanescente, recuperada, la ciudad que inventamos,/ al recorrerla, nosotros: recorres sus calles/ de excremento y de oro, merodeadores/ sin freno, en un taxi escindido». La ciudad, la idea de ciudad y las imágenes que la describen se relacionan en la mente del poeta con pasión pero también con crueldad, por más que «estas calles» sean testigos silenciosos de su existencia. Pero no sólo la ciudad ha formado la educación sentimental del poeta. En el poema «Al norte» rinde un sentido homenaje a el pueblo de su infancia, Noreña, hasta el punto de personificar el lugar para entablar con él una conversación: «Tú/ tienes algo —digo, algo mío/ de ti: lo que fui,/ lo que soy y ahora entrego/ rendido ya». Pero no todo es hímnico en este libro. Hay también lugares desolados, fábricas abandonadas, páramos helados, suburbios inhabitables que desubican al poeta, lo dejan a merced de la intemperie de un mundo que se advierte hostil y desalmado.
La segunda subdivisión se titula «Encuentros en la 3ª fase». Sobre dos asuntos parecen girar todos los poemas que lo integran, uno de ellos —relacionado íntimamente con los poemas precedentes— es el de la analogía entre catástrofe ambiental, sea natural o inducida por la mano del hombre, y tragedia cotidiana y el otro, de nuevo cuño, puesto que no había aparecido hasta ahora con tan flagrante intensidad, es el amor, no un amor abstracto, sino un amor con nombre y apellidos, aunque no se mencionen. El poema «Es diverso» resulta sumamente aclaratorio en este aspecto: «Porque el mundo es diverso como inmenso este abrazo/ que nos tiene sumidos uno en otro, este fuego/ que aún no ha ardido del todo,/ que aún no ha dicho su fondo,/ que aún persigue su centro». En esta copiosa verbalización de emociones el amor adquiere un poder salvífico que equilibra la balanza entre ese mundo, en principio, bien hecho, que vamos deteriorando impunemente y la percepción de que aún es posible la esperanza, de que el amor es un eficaz antídoto contra la violencia y la sinrazón: «El amor es el manto que nos cubre de pronto».
El libro acaba con la sección titulada «Llegada», compuesta por un solo poema, «Convergencias», donde se concilian al fin todas las oposiciones que hemos ido enumerando. La cruda realidad cotidiana, la realidad de los maremotos y los muertos, la realidad de los paisajes industriales desnaturalizados no se difumina porque la conciencia crítica del poeta no lo permite, pero se hace menos insoportable por el influjo benéfico del amor, algo que resulta, en un poeta del siglo XXI, reconfortante y consolador, aunque, lamentablemente, no sé si efectivo. En cualquier caso, esta es la opción de Adolfo Cueto y el lector no está obligado a comulgar con ella. A lo que sí está obligado es a disfrutar con los poemas de este libro porque encontrará en ellos un sinfín de emociones propias de almas gemelas. Al fin y al cabo, como decía Unamuno, el hombre verdadero es el hombre de cada

SUJI KIM KWOCK. MONÓLOGO PARA UNA CEBOLLA

11 viernes Jul 2014

Posted by carlosalcorta in Versiones

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SUJI KIM KWOCK
MONÓLOGO PARA UNA CEBOLLA

No menciono que te hago llorar.
No menciono nada, pero esto no te ha impedido
Pelarla alejado de mí, capa a capa,

Las lágrimas que nublan tus ojos, como la mesa,
Se llenan de peladuras, de cortes del bulbo, de todos los restos de la tarea.
Pobre humano ingenuo: buscas mi corazón.

Busca todo lo que quieras. Debajo de cada lámina de mi piel
Hay otra piel: yo soy pura cebolla —unión pura
De lo de fuera con lo de dentro, superficie y núcleo secreto.

Mírate, cortando y llorando. Idiota.
Es esta la forma en que vas por la vida, tu mente
Un cuchillo ansioso, impulsado por tu imaginación,

De alianza duradera —acuchillando una y otra vez la piel
De las cosas, ¿destrucción y lágrimas son tus únicos signos
De progreso? Ya es suficiente.

No debes lamentarte porque el mundo se perciba
A través de simulacros ¿De qué otra manera puede ser visto?
Cómo rasgarás el velo de los ojos, el velo

Que eres, tú, que quieres aprehender el corazón
De las cosas, con hambre de conocer la importancia
De las mentiras. Saborea lo que tienes en tus manos: zumo de cebolla,

Mondas amarillas, mis fragmentos urticantes. Tú eres una
En cada fragmento. Cualquier cosa que hagas por amor, te habrá
Cambiado: no eres quien eras,

Tu alma cortada al instante por un filo
De deseo nuevo, el suelo sembrado de pieles abandonadas.
Y en tu círculo más íntimo, ¿qué? Un centro

múltiple. Pobre tonto, eres un corazón dividido,
Perdido en su laberinto de capas, sangre y amor,
Un corazón al que un día vencerá la muerte.

Versión de Carlos Alcorta

NUNO JUDICE. EL ORDEN DE LAS COSAS (POEMAS ESCOGIDOS 2000-2013).

09 miércoles Jul 2014

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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NUNO JUDICE. EL ORDEN DE LAS COSAS (POEMAS ESCOGIDOS 2000-2013). EDICIÓN BILINGÜE DE JUAN CARLOS RECHE. COLECCIÓN LA CRUZ DEL SUR. EDITORIAL PRE-TEXTOS, 2014
El orden de las cosas, la antología preparada por Juan Carlos Reche que toma el título de un verso de Nuno Júdice, selecciona, con un criterio cronológico, poemas de los libros publicados en lo que llevamos de siglo, es decir, desde el año 2000 —fecha en la que publicó en la editorial lisboeta Dom Quixote su Poesía reunida (1967-2000)— hasta el año 2013, lo que no debe conducirnos a pensar que es un periodo excesivamente breve, porque Júdice es uno de los autores más prolíficos del panorama poético no sólo portugués, sino de la tradición occidental (internarse en otras tradiciones sería excesivamente ambicioso para los límites de este comentario). De hecho, en este tiempo ha dado a la imprenta otros diez libros, por lo que la labor del antólogo se nos antoja extremadamente complicada, teniendo en cuenta el alto voltaje que posee siempre la poesía de nuestro autor y los diferentes ángulos desde los que observa el mismo acontecimiento, ya sea este de orden moral, poético o histórico. Estas variadas maneras de percibir algo en apariencia semejante proporcionan una especie de panóptico al lector, que disfruta así de una vista de 360º grados sobre aquello que concita su interés. El primer poema del libro, el titulado «Filosofía» abunda en esta idea: «Construyo el pensamiento a pedazos: cada/ idea que pongo sobre la mesa es una parte de/ lo que pienso; y al ver cada fragmento/ volverse un todo, vuelvo a quebrarlo, para evitar/ conclusiones.»
Si hay un denominador común en la extensa obra de Júdice es su constante preocupación por la presunta ductilidad de las palabras, por la extraña vinculación que une un artificio con abstracciones como el amor, el deseo, la rabia o la alegría. «Me gustan las palabras exactas, las que aciertan/ el centro de las cosas, y cuando las hallo/ es como si las cosas salieron de su interior» escribe en el poema «El lugar de las cosas». La palabra que busca Júdice debe poseer la misma consistencia o la misma versatilidad, similar delicadeza que la del objeto que designa. El objeto y el artificio que lo nombra deben ser uno, indisolubles, como las dos caras de una misma moneda. Otro de los rasgos que definen su poesía es la particular forma de ahondar en las emociones, a las que se aproxima no mediante hiperbólicas metáforas, sino gracias al sereno fluir del pensamiento, al que se le permite deslizarse con la morosidad con que lo hace la lengua de un río en la desembocadura, zigzagueante pero progresiva, insistente. A veces, leyendo alguno de sus poemas nos da la impresión de que estamos escuchando la voz del poeta junto a un tazón de café humeante, sin perder un momento la atención, porque nos está contando su experiencia de la vida, como si fuéramos un amigo privilegiado al que confiesa sus incertidumbres. De entre estas emociones —descritas pormenorizadamente, con determinantes espaciales y temporales que las concretan—, sin lugar a dudas, la que concita su interés de forma predominante es la del enamoramiento. El cuerpo es visto por Júdice como un trasunto del poema, lo que le vincula directamente con la poesía metafísica inglesa, porque el cuerpo, al igual que el poema, es el escenario en el que tienen lugar fracturas de la existencia, las indagaciones en la realidad. Es en la piel, en la página donde echa raíces la memoria, donde escritura y vida se funden: «Use el poema para elaborar una estrategia/ de supervivencia en el mapa de la vida», escribe en el poema «Guía de conceptos básicos». Y es que tenemos la sensación de que para Nuno Júdice la poesía, además de permitirle indagar en la parte menos visible de la existencia —«Hay otro/ orden en las cosas que no veo,/ cuando las imagino y/ empiezo a sobreponerlas unas u otras, sin saber qué cosas/ son»— ejerce una función salvadora, confiere una especie de equilibrio entre las agresiones del paso del tiempo y la forma de cicatrizarlas.
La antología ofrece al final de los poemas la procedencia de los mismos, lo que posee una innegable utilidad porque nos permite observar las diferencias —con ser estas, a tenor de los poemas antologados, mínimas— entre uno y otro libro. Sí que es posible percibir en la selección de los más recientes un carácter histórico más concluyente en muchos de los poemas, como en «Y la costumbre dijo nada»,«De profundis», «En pos de Unamuno» o «Lo que Duarte Nunes de Leão dijo de Don Pedro», aunque la relación histórica sirva sólo como referente para revelar las contradicciones del mundo actual. No hay en ellos, como en otros muchos poetas de su generación, atisbo alguno de correlato objetivo. El poeta describe y reflexiona y los personajes históricos son sólo eso, personajes, no protagonistas de un monólogo dramático que enmascara el propio pensamiento del autor. Con ser abundantes los poemas que abordan el pasado de una forma u otra, siguen predominando los de materia metapoética, asunto que vertebra, como hemos dicho, toda la poesía de Nuno Júdice, y para conocer de primera mano a dónde le conducen las reflexiones sobre la escritura del poema y su relación con la realidad, nada mejor que leer estos versos del poema titulado «Una relación con lo real no lo implica», versos que compendian el pensamiento de unos de los poetas mayores de nuestra vieja Europa: «Mi concepción del realismo en poesía/ no me obliga a hablar de la realidad cuando/ escribo el poema, ni a tener las manos sucias/ del barro y del cieno de los que la vida está hecha. Pero/ cuando salgo de casa, y las calles se me presentan/ con la evidencia de sus habitantes,/ o cuando leo los titulares de los periódicos en/ el quiosco de la esquina, esa realidad es otra».

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