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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: octubre 2016

SARAH HOWE. [HABÍA PERCEBES]

30 Domingo Oct 2016

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SARAH HOWE

[HABÍA PERCEBES …]

Había una vez. . .

Cormac McCarthy

Había percebes que señalaban los bordes de los océanos.

Los últimos escaladores de las rocas podían sentir su rugosidad calcárea

incomodando bruscamente debajo de los pies. Las rocas húmedas brillaban debajo

y en el viento ellos olían a verdín. Los percebes

agrupados en intrincados asentamientos. Durante toda su vida

viven adheridos y a la vez la frágil roca se adhiere a ellos.

Volcanes y dedales y extrañas constelaciones.

Juntos cartografiaron ciudades distantes y desearon que el mar

los sobrepasara y cuando llegó la marea rojiza se escindieron

como amantes desconocidos. Todo esto

por un principio actínico: un bosque creció en un segundo, gracias

a un mundo donde el sol era una lámpara acuosa. Donde nadie

había estado antes, bocas blancas agitándose suavemente en la corriente y

la armadura achaparrada simulando sucesivamente el más improbable de los cilios:

transparente, ligeramente peludo, aprovechando cada corriente ascendente cuando,

emplumados, se movían con ella. Sólo existían en ese

terreno semihundido. Y como vivieron brevemente, esas tiernas

púas escribieron sobre su misterio.

 

Versión de Carlos Alcorta

ANTONIO CABRERA. EL DESAPERCIBIDO

28 Viernes Oct 2016

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ANTONIO CABRERA. EL DESAPERCIBIDO. PEPITAS DE CALABAZA EDICIONES. 2016

Lo primero que uno se pregunta al leer el título de este libro es a quién se refiere Antonio Cabrera cuando habla del desapercibido. La primera entrada del volumen trata de aclarárnoslo: «cada uno de nosotros es ese desapercibido, el no notado. A todos nos toca ser a menudo no vistos y, por eso, todos llegamos a estar en tantas ocasiones no vivos. Estos es lógico, tremendo, inquietante». Resulta incuestionable, todo el mundo se ha visto alguna vez en una situación semejante, unas veces para bien y otras, sintiéndose excluido, marginado, para mal, aunque no todos, lamentablemente, tenemos las dotes de Antonio Cabrera para hacer de ese pasar inadvertidos un motivo de reflexión y un ejercicio de prosa excelente. Los afortunados lectores de El minuto y el año (2008) ya estábamos al tanto de la calidad discursiva de Antonio Cabrera y este El desapercibido —galardonado con el Premio Literario Café Bretón & Bodegas Olarra— no ha mecho más que ratificar esa sacudida interior, apenas perceptible por su extrema sutileza que produce una maquinaria perfectamente engrasada cuando comienza a funcionar al servicio de la emoción y la experiencia.

Cabrera es uno de nuestros poetas más reconocidos. De su pluma han salido algunos de los libros más personales y sugerentes de las últimas décadas, desde En la estación perpetua, (2002) premio Loewe, hasta Corteza de abedul, publicado este mismo año 2016, pero las incursiones en un género híbrido como éste las hemos podido leer esporádicamente, por lo general en artículos de periódico o en revistas literarias. No cabe duda de que, reunidas aquí, en un volumen adquieren una consistencia diferente, porque el lector asiste a todo un despliegue reflexivo —no exento de erudición, aunque el autor sabe aquilatar muy bien las proporciones— que intercala el fragmento deductivo con dosis calculadas de fantasía, la anotación narrativa con el tramo de carácter más poético (por supuesto, como los lectores de la poesía de Antonio Cabrera saben de sobra, esto no quiere decir que se deje llevar por una cierta blandura expresiva ni, de más está decirlo, por el sentimentalismo). En ambos modalidades está presente el compromiso con la palabra escrita, pulida, cincelada hasta que consigue la forma —el significado— imaginado, sin hacer concesiones a lo superfluo. En muchas de las entradas —sean partes de un diario, microrrelatos, breves ensayos sobre la creación poética o, simplemente, descripciones del entorno— nos llama la atención el detalle minúsculo que origina la escritura, la sutileza con la cuál avanza en su discurso, con frases que parecen envolverse sobre sí mismas, que zigzaguean buscando ampliar los puntos de vista, lo que sus ojos observan y el análisis sosegado de esa observación meticulosa de la realidad, hasta llegar a la reflexión final, seca y contundente, como, por ejemplo: «Y nunca se debe llevar a nadie a donde no quiere ir»; «Mi delgadez me dice y me confirma. Mi delgadez soy yo» o «Casa invadida por el viento, mala cosa. Porque viento no somos. Seremos».

Antonio Cabrera no es un poeta que escribe sobre sí mismo, aunque, en ocasiones no resista esa tentación, es un flâneur que disfruta de sus paseos por el campo, por el monte o por la costa, es un voyeur que escruta la realidad con un microscopio, quizá porque «El mundo, bien mirado, mirado bien, resulta ser lo menos obvio dentro de lo más evidente». Yo mantengo dudas sobre si la literatura es producto de la observación, o la observación deriva de ese afán por literaturizar la experiencia. Quiero imaginar que hay una proporción similar de ambas fórmulas, pero, de cualquier modo, lo que nos importa es el resultado final y, en el caso de El desapercibido, este resultado es sobresaliente. El propio Cabrera trata de despejar esas dudas en la entrada titulada «Linterna»: «El conocimiento poético explora la oscuridad del lenguaje; su linterna es, paradójica e inevitablemente, la palabra, un foco limitado que convierte esa labor en algo imposible de concluir y, al mismo tiempo, en algo bellísimo, porque su luz concentrada nos enseña por contraste lo oscuro de toda oscuridad que ella no alumbra». Lo cierto es que lo que uno experimenta después de leer este libro es algo parecido al sosiego y al deseo de agradecer al autor que le haya brindado tantos momentos de entusiasmo por la vida. Estamos seguros de que el lector deseará contagiarse del aliento que anida en estas páginas, deseará identificarse con desapercibidos como Antonio Cabrera, capaces de aprovechar ese ninguneo no para desligarse del mundo, si no para fijarse detenidamente en lo que le rodea, para reflexionar sobre sí mismo y sobre la realidad, tan atrayente como resbaladiza, con ternura y humildad y, al mismo tiempo, con vitalidad y exigencia, consciente de que «La poesía —y la prosa de El desapercibido es pura poesía—manipula la realidad, pero no se le exige que la desentrañe. Nos da un conocimiento que sólo ella puede darnos, un conocimiento raro: mejor cuanto menos explícito, poderoso cuanto más inseparable de su vehículo verbal».

CAROLYN FORCHÉ. EL PAÍS ENTRE NOSOTROS

25 Martes Oct 2016

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CAROLYN FORCHÉ. EL PAÍS ENTRE NOSOTROS. TRADUCCIÓN DE ANDREA RIVAS. VALPARAÍSO EDICIONES, 2016

Vilipendiada y admirada al mismo tiempo, la poesía política y social, la poesía de compromiso sigue teniendo vigencia en estos momentos tan convulsos en los que la violencia y la injusticia, entre otros muchos ultrajes, todos execrables, se han cebado aún con mayor contundencia en los más débiles. El país entre nosotros habla de El Salvador, pero este país funciona a modo de símbolo (por supuesto, sin menospreciar el dolor y el sufrimiento particulares) porque las atrocidades poetizadas y denunciadas al mismo tiempo son válidas para Siria, para Lampedusa, para los crímenes de los carteles mexicanos o los del llamado Estado Islámico, para el terrorismo o para esa otra forma más sofisticada de aniquilación que es la exclusión económica (desempleo, desahucios, marginación social) y el trato humillante a los emigrantes. Carolyn Forché parece tenerlo meridianamente claro y, por eso, despliega todo su arsenal dialéctico para mostrar la cara más cruel de la realidad (en esto nos recuerda al poeta británico James Fenton y su libros Memoria de la guerra y Niños en el exilio) y, para hacerlo, se pertrecha con las armas de un lenguaje coloquial y directo, se viste con los harapos del mendigo, se pone en la piel del torturado. Por supuesto, hay otras maneras de denuncia, otros lenguajes más simbólicos capaces de trasmitir esas tragedias, pero no sé si poseen la misma capacidad de llegar al fondo de los hechos o si, por el contrario, se instalan en las afueras del conflicto, en la intencionalidad de un yo que actúa sólo como testigo, no como víctima solidaria. En cualquier caso, Carolyn Forché (Detroit, 1950) es una autora con una fuerza de convicción indiscutible que tiene un bagaje poético si no muy amplio, sí determinante (Gathering the Tribes, 1967 —quizá el más autobiográfico de sus libros; The Country betwen Us, 1982; The Angel of History, 1994 y Blue Hour, 2004). En sus libros ha sabido mezclar lo personal con lo político (sí, el viejo eslogan feminista sigue vigente) y dar testimonio de los acontecimientos de los que ha sido testigo. Suele encuadrarse su poesía dentro de lo que se conoce como «poetry of witness». En Against Forgetting: Twentieth-Century Poetry of Witness (1993), una antología que reúne a poetas que han escrito en condiciones extremas, Forché afirma que «Estamos acostumbrados a las categorías más cómodas: distinguimos entre poemas ‘personales’ y ‘políticos’ … La distinción … da a la esfera política a la vez demasiado y demasiado poco espacio; al mismo tiempo, convierte lo personal en demasiado importante y poco importante. Si renunciamos a la dimensión de lo personal, corremos el riesgo de renunciar a uno de las zonas más significativas de resistencia. La celebración de lo personal, sin embargo, puede indicar una miopía, una incapacidad para ver cómo las estructuras más grandes de la economía y del estado restringen, si no determinan, el frágil reino de lo individual».

La escritura de El país entre nosotros se fraguó en el viaje que Carolyn Forché realizó a El Salvador como miembro de Amnistía Internacional auspiciado por una beca Guggenheim, cuando el país estaba inmerso en una guerra civil devastadora. Allí fue testigo de hechos atroces e inhumanos que su poesía no ha podido soslayar. El despertar de una conciencia social, del compromise con las víctimas del terror no ha hecho más que crecer desde entonces. Como ha escrito un critico norteamericano, su poesía es «una poesía de la disidencia ecrita por una poeta indignada». La escritura posee sus propios tiempos, sule rehuir la inmediatez porque las experiencias necesitan sedimentarse en la memoria, atravesar esos filtros que otras experiencias van intercalando en el recuerdo y sólo cuando se convierten en algo inevitable dejan su huella en la página. Carolyn Forché regresa a El Salvador diez años después. Y así, en tercera persona, lo testifica: «Ella había venido/ para encarnar la memoria de una poeta/ cuyo cuerpo nunca fue encontrado. ¿Había cambiado? Era diferente. En El Salvador nada ha cambiado». No cabe ninguna duda, además, de que Forché sabe convertir lo particular en universal, da lo mismo que hable de un lugar o de una situación concretos, lamentablemente sus palabras son eco de otras palabras que lamentan hechos similares en El Salvador, en los campos de concentración soviéticos, en la España de la dictadura, en el Holocausto, en Nicaragua o en Serbia, aunque su propio país, Estados Unidos no se salve tampoco de una severa crítica. En la terecera parte del libro, la titulada «Nosotros mismos o nada» Forché enumera algunos de los lugares de más triste recuerdo: «Veo tras eso que está perdido/ y las fosas comunes de los muertos del siglo/ se abrirán en las horas de tu amanecer:/ Belsen, Dachau, Saigon, Phom Penh/ y aquel significativo Bridge of Ravens,/ Sao Paulo, Armagh, Calcutta, El Salvador,/ aunque estos no son los mismos». Como nop´dia ser de otra forma. El lenguaje es muy directo, descriptivo, sin apenas metáforas, puramente enunciativo, quizá la forma más explícita de servir al fin ultimo de esta poseía, dejer testimonio del horror, denunciar la crueldad del ser humano, aunque Carolyn Forché no se engaña, es muy consciente del lugar privilegiado desde el que escribe, como testigo, no como victim, por eso los versos finales del libro reconocen este desequlibrio: «Hay una malla ciclónica entre/ nosotros y la massacre, y tras ella/ nosotros flotamos en un mundo protegido como/ oeecs en redes, justo como peces en redes./ O es el incio o el fin/ del mundo, y la opción es o nosotros mismos/ o nada». La traducción incurre muchas veces en la literalidad, transcribiendo costrucciones que carecen de sentido, o lo pervierten, en español, pero eso no resta un ápice para que esta poesía provoque una especie de sarpullido emocional difícilmente mitigable.

DANIEL BORZUTZKYCANCIÓN DE SUEÑO Nº 17

23 Domingo Oct 2016

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DANIEL BORZUTZKY

CANCIÓN DE SUEÑO Nº 17

 

Se llevaron mi cuerpo hacia el bosque

Me pidieron subir a una escalera

 

No quería que subir a una escalera

Pero me obligaron a subir por ella

 

Si no quieres subir por la escalera

te enterraremos en cieno espumoso

 

Tenía que decidir: moriría

colgado o sepultado

 

Subí la escalera y enrollaron

un cinturón alrededor de la gruesa rama de un árbol

 

Y entonces, cuando ya no podía respirar

me arrojaron a un arroyo

 

Y flotaba hacia el límite del pueblo

Donde alguien rezaba por mi alma

 

Es como una canción de cuna

para el fin del mundo:

 

Las opciones para el final

son infinitas

 

Pero esto no es realmente una canción de cuna

para el fin del mundo

 

Es sobre el principio

lo que sucede cuando comenzamos a pudrirnos

 

a la luz del día

La forma en que la luz brilla sobre

 

las hormigas y los gusanos y los parásitos

maltratando nuestros cuerpos

 

Se trata de una multitud de perros

mordisqueando nuestra piel y nuestros huesos

 

Sabes qué se siente

cuando un fantasma lame tus intestinos

 

Sabes qué se siente

cuando una rata devora tu cerebro

 

Para evitar la perforación

los niños tienen que cantar con dulzura, suavemente

 

Para evitar la perforación

deben componer sus canciones con amor

 

Versión de Carlos Alcorta

VASOS COMUNICANTES. EXPOSICIÓN COLECTIVA

21 Viernes Oct 2016

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VASOS COMUNICANTES. EXPOSICIÓN COLECTIVA*

El antiguo hospital de Quijano, un edificio que data de la segunda mitad del siglo XIX, primorosamente restaurado en los últimos meses, se ha convertido en la sede del nuevo Centro Cultural Quijano que se inaugura con una exposición colectiva, Vasos comunicantes, que reúne la obra de veintiocho artistas y poetas, cada uno con su propia singularidad, eventualmente congregados durante el tiempo de la exposición. La cultura, lejos de «convertirse en un instrumento», debe contribuir a que el ser humano indague en su propia identidad, se adapte al medio en el que vive y se relacione con sus semejantes de una forma más abierta y conciliadora y, precisamente, esta voluntad de integración, de yuxtaposición de mundos creativos distintos ha sido el leitmotiv que ha desencadenado esta simbiosis. El intercambio de posturas creativas, de lenguajes y significados proporcionará una estupenda excusa para que el espectador, en un ejercicio vinculado exclusivamente a su experiencia, libre, por tanto, de condicionamientos o premisas de orden teórico o de finalidad, realice aquellas asociaciones más ligadas a una percepción de la realidad afín a su sensibilidad. El escritor italiano Italo Calvino escribió que «El autor es feliz cuando el lector encuentra en texto algo en lo que el autor no había pensado, pero el lector sólo encontrará algo en el texto cuando busque lo que todavía no sabía antes de comenzar a leerlo». Nos aventuramos a afirmar que algo semejante le ocurre al espectador cuando contempla una obra de arte, a pesar de la saturación de imágenes y de mensajes más o menos subliminales que inundan su retina en la actualidad, porque el esfuerzo intelectual para interpretarla será en sí mismo una magnífica recompensa.

   Como hemos dicho, se dan cita en esta exposición un conjunto de reflexiones sobre el entorno, sobre la identidad, sobre el tiempo y la memoria, sobre el dolor o la alegría cargadas de referencias individuales, históricas, literarias, filosóficas, arquitectónicas e incluso musicales, referencias que el espectador, en ausencia deliberada de un hilo conductor que relacione las distintas obras, debe rastrear gracias a su instinto, a su experiencia personal, a sus intereses. «Se trata —reinterpretando palabras de Terry Eagleton— de imbricar ambos lenguajes para producir un lenguaje que no pertenece del todo a ninguno de los dos». Los diferentes soportes, papel, lienzo, madera, hierro, metales pesados o evanescentes pigmentos son capaces, sin embargo, de provocar emociones intensas (además de reflejar el mundo interior de cada artista y de cada poeta, de mostrar los mecanismos mediante los cuales logran atrapar esa transición entre la idea y su imagen, también, en palabras de Paul Valéry «la pintura —la escultura, los poemas afirmamos nosotros— que contemplamos refleja en nosotros aquello de lo que nuestros ojos no se saciarán jamás», el estremecimiento que sucede a la incertidumbre, pero también, la serenidad de la connivencia, un dejarse llevar por la sorpresa que supone mirar cara a cara a nuestros deseos sin necesidad de explicaciones de carácter científico o estético porque el arte no está desconectado de la vida, todo lo contrario, brota de inquietudes enraizadas en lo más profundo de nuestro interior y, desde esa oscuridad, se desliza a través de insumisas corrientes subterráneas que emergen a la superficie del conocimiento tendiendo invisibles puentes entre lo intuitivo y lo reflexivo, entre lo indefinido y lo personal, entre el yo y el nosotros. Las explosiones interiores se manifiestan a través de metáforas de muy diversa índole, pero todas responden a un impulso común porque, al fin y al cabo, la semejanzas entre los artistas y los escritores, según Henry James, son muchas ya que la inspiración que los mueve es la misma, sus objetivos son similares y los logros, idénticos. «Pueden aprender —dice el autor de Washington Square y de Las bostonianas— el uno del otro, pueden justificarse y apoyarse mutuamente. Su causa es la misma, y la dignidad del uno es la dignidad del otro» y es que resulta evidente que existe una interrelación entre ambos enfoques creadores. El cuadro, la obra de arte, ilumina al poema y el poema, a su vez, ilumina dicha obra de arte, de esta forma se abren nuevos caminos, se ofrecen lecturas diversas que generan en el espectador —obligado a sacar conclusiones de estos desplazamientos semánticos por sí mismo— nuevos códigos de interpretación, nuevas formas de ver y comprender el mundo. No debemos olvidar, por otra parte, que la función de la poesía y del arte no es ofrecer respuestas a los enigmas de la existencia sino despertar la conciencia, provocar nuevos interrogantes para explorar los rincones más ignotos del ser, interrogantes, y aquí reside la paradoja, que contribuyan a paliar el desasosiego de vivir. El crítico italiano Achille Bonito Oliva escribió hace años esta frase con la que no puedo estar más que de acuerdo: «La función del arte es producir mañana, producir complicación». Pues bien, la intención de incrementar las posibilidades expresivas nos impide trazar un perfil hermenéutico de cada uno de los autores de esta exposición. Eso supondría una especie de traición al impulso que ha guiado Vasos comunicantes. El espectador podrá hacer suya esta premisa o disentir de ella, pero advertirá, por encima de todo, que en la contradicción reside la fuerza para rebelarse ante la hegemonía de lo cotidiano y comprobará, como hemos afirmado en estas líneas, que él también ejerce con su mirada una labor artística y que la tentativa de apropiarse de vehículos expresivos ajenos resulta, además, absolutamente legítima. Al fin y al cabo, escribir, realizar una escultura o pintar un cuadro no son otra cosa que humildes merodeos en torno de lo absoluto, intentos de detener el tiempo, de alimentar la esperanza de la inmortalidad, de dotar de precisión a lo impreciso, o de rescatar un fragmento concreto de memoria, una forma de melancolía, una capacidad anticipatoria, el desciframiento de un enigma.

   Para acabar esta breve introducción, no se me ocurre mejor idea que transcribir un párrafo del escritor Sergio Chejfec, porque refleja fielmente algunas de las sensaciones que nos invadido mientras organizábamos esta muestra, expresa sobre todo la admiración y el afecto que nos une a todos los artistas que la han hecho posible: «Un escritor husmea en talleres de artistas plásticos amigos, lugares saturados de desorden y objetos disímiles, con obras a medio terminar y otras obras abandonadas desde hace años; tanto que han dejado de ser inconclusas para parecer objetos oscilantes, cosas que fluctúan entre el trasto y el testimonio. El escritor pasea por esos talleres, donde todo se muestra aunado en un mismo punto del tiempo: el momento de impresión “a primera vista”: y piensa que si existe un verdadero estatuto de provisionalidad, se materializará básicamente según cortes sincrónicos que deberían efectuarse sobre esos mismos talleres, para luego clasificar los resultados».

*Texto escrito para la edición del catálogo de dicha exposición.

JORDI DOCE. NO ESTÁBAMOS ALLÍ.

18 Martes Oct 2016

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JORDI DOCE. NO ESTÁBAMOS ALLÍ. COLECCIÓN LA CRUZ DEL SUR. EDITORIAL PRETEXTOS, 2016

Los once años transcurridos entre Gran angular (2005) su anterior libro de poesía y No estábamos allí (2016) han sido para Jordi Doce, como el lector de este libro comprobará al instante, años de sedimentación de experiencias, de acopio de materiales susceptibles de ser utilizados con posterioridad en la construcción del poema, de reflexión sobre el ejercicio de la escritura, de maduración existencial (por ceñirnos a la creación, naturalmente). Para quien se adapta al ritmo cambiante de los tiempos pero trata de preservar, al mismo tiempo, su propio patrón rítmico nada de lo que ocurre a su alrededor puede pasar desapercibido y es que una de las mejores virtudes, y tiene muchas, de la poesía de Jordi Doce, es su capacidad de evocación, evocación ligada, como no, a esos detalles que únicamente una mirada inquisitiva sabe apreciar y, también, al enorme bagaje intelectual que a lo largo de esta decena larga ha ido acumulando, detalles que no buscan una verosimilitud complaciente, si no crear un clima de complicidad que posibilite la identificación entre lector y autor, porque, conviene decirlo ya, un rasgo sobresaliente de esta poesía reside en la destilación de tradiciones foráneas de la que se nutre (recordemos que Jordi Doce es un consumado traductor de poesía anglosajona y uno de nuestros mejores especialistas en la poesía británica contemporánea) —algo que a priori puede dificultar esa cooperación— y en el exhaustivo análisis de los engranajes que ponen en marcha la escritura, aspecto que hemos podido comprobar los lectores de Nada se pierde. Poemas escogidos, una más que necesaria antología que Jordi Doce publicó el pasado año y todos aquellos que seguimos con regularidad sus impagables traducciones. Por otra parte, aunque estemos hablando aquí de poesía, sería injusto no hacer mención de libro de carácter ensayístico, como Imán y desafío (2005), La ciudad consciente (2010), Las formas disconformes. Lecturas de poesía hispánica (2013) y Zona de divagar(2014); los libros de artículos como Curvas de nivel (2005), de entrevistas como Don de lenguas (2015) y los libros misceláneos como Hormigas blancas (2005) y Perros en la playa publicado en 2011. De 2012 es la edición de Monósticos, un libro de artista que combina poemas de Jordi Doce con ilustraciones de Haritz Guisasola pero al ser una edición artesanal y poco difundida, podemos considerar como novedad su publicación en No estábamos allí. Nos encontramos, pues, ante un libro que condensa en unas pocas páginas la producción poética de su autor entre 2007 y 2015, lo que nos da una idea cabal del riguroso trabajo de selección que y depuración a la que Doce ha sometido a su poesía, un ejemplo de contención del que bien pudieran tomar ejemplo algunos autores de nuestro entorno excesivamente prolíficos que nos bombardean regularmente con sus desatinos, pero ese es otro asunto del que hablaremos en otro momento.

«Suelo escribir —dice Jordi Doce— de una vez cuando la ocasión se presenta: unas pocas palabras que llegan sin permiso y convocan una escena, un atmósfera, algo como un zarcillo de ritmo que exige cuidados para crecer». Esos cuidados a los que se refiere tiene que ver, obviamente, con una revisión posterior y un proceso de filtrado que elimine del poema aquellas impurezas propias de la espontaneidad. Refiriéndose a Mark Strand, Doce habla de la ligereza y de la ingravidez, y parece evidente que esas dos particularidades se han adueñado también de su poesía, sobre todo en aquellos poemas menos subsidiarios del yo, aquellos guiados por una voluntad más universalista, menos apegados a la experiencia personal o, al menos, vista ésta desde fuera de sí. Son poemas, podríamos decir, más de decorado o de escenificación y menos de guion o argumento y ese escenario es, nada más y nada menos, el mundo en toda su magnificencia, un mundo contemplado desde la atalaya común de la experiencia cotidiana, casi intrascendente: «Nada ocurrió que pueda recordarse,/ ninguno de nosotros se dio cuenta/ cuando el mundo se convirtió en el mundo».

El viaje, el tránsito, el desplazamiento («todo gira y queda flotando para siempre en este negativo de la carta celeste, este mínimo delta de formas dispersas que nos permite, una vez más, recordar cómo es el mundo cuando no estamos en él») y los períodos temporales que llevan consigo tienen, sin embargo, mucho que ver también con una búsqueda incesante de la identidad, como refleja el poema titulado «Exploración», sobre todo en el primero («Ir allí donde nadie había estado nunca») y el último verso («Seguí viaje hacia la frontera de mí mismo»). El proceso de afirmación y de reconocimiento del lugar que se ocupa en el mundo suele ser lento y, en la mayoría de los casos, doloroso. Los recuerdos actúan unas veces como cauterio pero otras impulsan la contrición acaso con el propósito de expurgar los errores del pasado, de amortiguar el eco de la conciencia («Ser invisible no es tan arduo, pensó. Caminar por el parque y que hasta las raíces parezcan esconderse. Los niños me atraviesan con sus juegos. Las mujeres están cansadas de sus padres. Soy un puñado de ceniza que espera un viento propicio. Soy la mano escogida para aventarme»). Dentro de este mismo contexto podemos enmarcar poemas de corte más lírico en los que la voz se recoge sobre sí misma, como ocurre con el titulado «Elegía» —para mí unos de los mejores del libro— o «Huésped» —otra maravilla— y se deja llevar por esa introspección hacia un inevitable tono melancólico en el que, como refleja la cita de Goethe que encabeza el libro, la conciencia del paso del tiempo se impone a cualquier otra circunstancia.
La tercera parte, la titulada «Monósticos», está integrada por poemas breves, generalmente repletos de interrogaciones que fluctúan entre la búsqueda y el encuentro (El poema número 11, por ejemplo, funciona como bisagra entre las dos posibilidades porque el protagonista poemático sabe ya «ver el mundo como si no estuviera en él»). Ese estar aquí, «y ese aquí es ninguna parte», parece, en muchas ocasiones, más un deseo que una constatación, vacilación más que equilibrio. En cualquier caso, esa presunta inestabilidad, ese no saber con certeza es lo que ha generado los magníficos poemas de este libro, escritos sólo desde la necesidad y macerados con calma y por eso nuestra deuda con ellos resulta impagable. Para terminar, creo que estas palabras que Jordi Doce destina a su admirado John Burnside, bien podemos adjudicárselas a su poesía, porque retratan de forma precisa su propio quehacer, su propia predisposición al estado creativo: «El yo de estos poemas suele estar caminando o conduciendo, con un ojo en las cosas o absorto en sus cavilaciones […], siempre expectante, los sentidos alerta, en un estado de porosidad que disuelve los muros entre adentro y afuera, que hace de la inacción un acto productivo, una forma de estar en el mundo y hacerse con él sin pretenderlo».

DANIEL BORZUTZKY. CANCIÓN DE SUEÑO

16 Domingo Oct 2016

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DANIEL BORZUTZKY

Canción  de sueño# 16

Hay golpes en la vida, tan fuertes … Yo no sé!

                                                                                                            César Vallejo

Nos olfatearon fuera de las madrigueras con los animales

que habían programado y hay golpes en la vida tan

fuertes que en este momento no sabemos y había zanjas

y había agua y se vertía por nuestra boca

 

y por las orejas y había cosas que vimos en la

arena en ese momento de desconcierto: montañas y margaritas

y tulipanes y ríos y los cuerpos de las personas que

habíamos sido y los cuerpos de las personas que habíamos amado

 

y nos sentimos ganchos atravesando las zanjas y nos

sentimos ganchos atravesando la arena y vi ganchos

atravesando la ropa de mi hijo y yo quise decirle que

nunca serían capaz de sacarnos fuera de la arena, pero, por supuesto,

 

no era verdad nos habían extraído de la arena y nuestras

bocas estaban tan llenos de suciedad es lo que hacen cuando estás

muerto y nos hicieron escupir y nos golpearon hasta que nuestras bocas

estaban vacías y nos pagaron construyendo la montaña y

 

era yo y L y buscábamos a S y buscábamos a J y J

y nosotros buscábamos a O y buscábamos y buscábamos a J

y a S en las zanjas en las que los cuerpos de aquellos que amamos estaban

ocultos o muertos o hundidos o sustrayendo alguna protección alguna pequeña

 

propiedad de la piel del gusano para impedir que sus cuerpos se disuelvan

en los maniacos susurros de esta economía de cadáveres imposible

 

Versión de Carlos Alcorta

HEBERTO DE SYSMO. LA FLOR DE LA VIDA. ELOGIO DE LA GEOMETRÍA SAGRADA.

13 Jueves Oct 2016

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HEBERTO DE SYSMO. LA FLOR DE LA VIDA. ELOGIO DE LA GEOMETRÍA SAGRADA. ILUSTRACIONES DE VANESA TORRES. EDITORIAL LASTURA, 2016

 Un reciente estudio de la profesora Candelas Gala, catedrática de la Universidad Wake Forest (Carolina del Norte), publicado originalmente en inglés bajo el título Poetry and Painting in Twentieth-Century Spain y traducido al español como Sinergias. Poesía, física y pintura en la España del siglo XX, estudia la relación de algunos de nuestros más renombrados poetas (desde Lorca a Salinas, pasando por Diego o Larrea) con la física en particular y con las nuevas formas de conocimiento que surgen de las innovaciones científicas. Este trabajo, exhaustivo como pocos, revela el contacto directo que los poetas objeto de estudio y muchos otros, repasados más superficialmente, mantuvieron con los científicos más prominentes de la época —primeras décadas del siglo XX— y cómo los avances tecnológicos y las teorías físico-cuánticas fueron destiladas en sus poemas. «En sus escritos —escribe Candelas Gala— hacían frecuentes referencias a descubrimientos científicos a partir de su lectura de revistas y publicaciones diversas, así como de artículos periodísticos y de su participación en debates con diferentes amigos y colegas. En sus escritos poéticos se filtraron ideas de la física moderna —como las teorías de la relatividad, la energía en la termodinámica, los imponderables en la materia, la electricidad, los campos electromagnéticos, el éter y la cuarta dimensión, la geometría no eucladiana o las incertidumbres cuánticas…». La extensión de la cita resulta del todo necesaria para sustentar el planteamiento que describo a continuación. La principal diferencia (hay muchísimas más, pero detallarlas sobrepasa el alcance de este comentario) entre estos poemas a los que alude Gala y los que ha escrito Heberto de Sysmo (autor de una nutrida obra en diferentes disciplinas pese a que no ha cumplido aún los cuarenta años) estriba en la palabra filtrar. Los poetas aludidos en el estudio filtraron los conocimientos científicos en sus poemas. Heberto de Sysmo ha escrito, sin embargo, poemas que parecen tener más que ver con un tratado sobre alguna variante de la física o de la astronomía —más bien de ambas— (que a mí, por mis escasos conocimientos en esas disciplinas, se me escapa) que con la poesía entendida como un espacio de incógnitas, de incertidumbres, de epifanías. Del crítico británico Terry Eagleton son estas palabras que hago mías: «Es mejor no ver las obras literarias como textos con un sentido fijo, sino como bases capaces de generar un elenco completo de significados posibles. No se trata tanto de que contengan significado, sino que lo generen». Cada lector posee la potestad suficiente como para decidir si un lenguaje tan críptico como el que revelan versos como estos: «Cúmulos de energías montaraces/ se ordenaron cabalísticamente/ y tras una sémola de subrepticias interacciones/ Dios, alguna entidad superior, o nadie sabe qué, dio lugar al prodigio .// Se materializó un corion de forma ovoide,/ de textura anafayística y esponjosa….» es capaz de romper las barreras de un significado unívoco y de mostrar, en su caso, las enormes posibilidades de sugerencia que, sin duda, llevan en su seno: amor, deseo, alegría, sufrimiento, emoción, miedo a lo desconocido, etc. La complejidad de esta poesía exige eso que Seamus Heany llamó «operaciones compensatorias», es decir, un acopio de conocimientos especializados que lastran la emoción, que debilitan esa nutriente complicidad mutua entre autor y lector.

Cierta crítica se limita a parafrasear la historia, el argumento, lo sustancial, en el caso de que pueda realizarse tal operación en un poema lírico, con palabras diferentes a las que emplea el autor. Siempre me parece inadecuado, pero, particularmente en este libro, caer en ese error sería más imperdonable aún puesto que los comentarios a cada poema de David Acebes contextualizan magistralmente la intención de los versos y son en sí mismos no sólo un contrapunto ensayístico, sino una forma de crítica. A modo de ejemplo, copiamos el comentario sobre el poema del mismo título que el libro «La flor de la vida». David Acebes escribe, utilizando versos del propio poema, lo siguiente: «La vida es “un milagro de números y sueños”, no de palabras. Siendo consciente de nuestra imposibilidad de conocer el mundo, al menos de nombrarlo, estamos condenados a vivir “condenados en el tiempo”. “Jamás conquistaremos lo absoluto”. Y eso es algo, a todas luces, terrible. “Ya no nos queda tiempo suficiente/ para desentrañar tanto enigma”, por lo que debemos acostumbrarnos a vivir en el centro de un mundo “devastado”. O, como diría Gil de Biedma, “en el centro de las ruinas de nuestra propia inteligencia». Fue también Gil de Biedma quien escribió que «todos —poetas, lectores y críticos— damos en definir la poesía de acuerdo a la peculiar función que tiene asignada dentro de nuestro esquema de vida». No me cabe ninguna duda de que Heberto de Sysmo asume voluntariamente este aserto y, de acuerdo con él, concede una mayor importancia a las formulaciones matemáticas que a las aproximaciones semánticas del lenguaje (provengan de la ensoñación o del razonamiento) a la hora de indagar en los misterios de la existencia. Acebes así lo constata en una de sus notas: «La existencia (dasein) se encuentra codificada en números y son las Matemáticas la única herramienta conocida por el hombre para descifrar su misterio». Es una opinión respetable, claro está, pero, creemos que, por fortuna, la poesía, la música y el arte en general nos demuestran día a día que son formas también válidas—interrelacionadas además muy directamente con la ciencia— y capaces de generar estímulos más emotivos, para acceder a estratos de conciencia más ocultos, para desentrañar, siquiera parcialmente, los misterios que encierran.

ÓSCAR DÍAZ. EL SENTIR. POEMILLAS DEL AHORA.

10 Lunes Oct 2016

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ÓSCAR DÍAZ. EL SENTIR. POEMILLAS DEL AHORA. COLECCIÓN TIERRA. ISLA DE SILTOLÁ, 2016

La precocidad de algunos poetas, cuando va unida al rigor y a la conciencia del oficio, no deja de sorprendernos y causarnos admiración. Este es el caso de Óscar Díaz, un joven poeta asturiano que, pese a no haber cumplido aún los veinte años, puede presumir ya de haber publicado varios libros, algunos de ellos con premios significativos dentro de la poesía joven, como lo es el Premio Félix Grande, obtenido el pasado año. Su convencimiento, su pasión poética le ha conducido a colaborar con diversas revistas y publicaciones, además de promover encuentros poéticos, todo ello compaginado con sus estudios de Filosofía. Sin duda, un caso —no es el único, por supuesto— llamativo de devoción y de esfuerzo creativo.

El sentir. Poemillas del ahora, el libro que acaba de aparecer en la editorial La Isla de Siltolá, editorial atenta como pocas a las nuevas voces poéticas, refleja desde su mismo título la perentoriedad de la poética que lo sustenta, lo que prueba una vez más la clara conciencia del oficio que posee Óscar Díaz. Estos poemillas del ahora tienen un presente inmediato, acaso sustentado también en un pasado reciente, pero, seguramente, no tendrán un después, un futuro ni siquiera cercano, más allá del recuerdo anecdótico del propio autor y esto, en sí mismo, no es un lastre, es consecuencia sólo, como he dicho, de una toma de conciencia que constata que los ejercicios de estilo son necesarios para adquirir la destreza que se ansía. Por otra parte, esta práctica de hacer dedos pronto encontrará un cauce expresivo amoldado no sólo a la técnica, sino a la intuición, hasta conseguir que surjan las «palabras de mi sentimiento íntimo», como decía Larkin. Sólo así la imitación se convertirá en apropiación.

En El sentir. Poemillas del ahora la frontera entre una y otra aún no está muy definida. El libro, en su primera parte, parece remitir desde los títulos de los poemas, no sin cierta ironía, a ciertos hábitos de la poesía culturalista. Largas descripciones que acotan las referencias tanto temporales como sentimentales del asunto tratado. Los versos, sin embargo, parecen más un pastiche de ese culturalismo tan de moda en una época y, posteriormente, denostado incluso por sus más conspicuos artífices. Da la impresión, por su particular retórica, de que Óscar Díez busca referencias en las zonas más lejanas de nuestra tradición, desde las jarchas o el Cantar de Mio Cid, desde el Romancero y Fray Luis hasta nuestro Siglo de Oro. Basta prestar atención a la querencia que el poeta revela por el adjetivo insólito —de hecho, muchos de ellos casi en desuso—, al hipérbaton frecuente, a los anacronismos (los poemas «Los talares de Mercurio», incluido en la segunda parte, y «Una idea encendida hacia la histeria de una visión breve», de la sección final, son un ejemplo entre muchos de lo que digo), hasta el punto de que acabamos sospechando que el poeta otorga mayor importancia a la sonoridad de la palabra que a sus múltiples significados («Antes quiero aposento, larga música/ que conquiste el fruncido/ cuartel de nuestro saldo»). Sólo es una sospecha, claro está, porque también advertimos que la recuperación de unas formas y lenguajes que son parte de nuestro patrimonio poético se puede entender como una vuelta de tuerca para hacer de la realidad un lugar menos superficial, con más aristas, con mayor hondura. Esos significados ocultos por resultar esquivos pueden aparecer, en virtud del uso primoroso del lenguaje, entre los pliegues de las yuxtaposiciones semánticas, del «paseo nocturnos del hombre» por el filo mellado de la cotidianidad. Un lector atento será capaz de averiguar el lugar exacto en el que hallarlos.

SARAH HOWE. ENLOQUECIDO

08 Sábado Oct 2016

Posted by carlosalcorta in Versiones

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SARAH HOWE

ENLOQUECIDO

Tal vez reprimirse

Sea otra forma

 

De necesidad. Soy una ciruela

Azul en la penumbra.

 

Tú eres un tigre

Que se come sus propias garras.

 

El día que nos casamos

Todos los árboles se estremecieron

 

Como si estuvieran locos

—Sé amable conmigo, dijiste.

 

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