
VASOS COMUNICANTES. EXPOSICIÓN COLECTIVA*
El antiguo hospital de Quijano, un edificio que data de la segunda mitad del siglo XIX, primorosamente restaurado en los últimos meses, se ha convertido en la sede del nuevo Centro Cultural Quijano que se inaugura con una exposición colectiva, Vasos comunicantes, que reúne la obra de veintiocho artistas y poetas, cada uno con su propia singularidad, eventualmente congregados durante el tiempo de la exposición. La cultura, lejos de «convertirse en un instrumento», debe contribuir a que el ser humano indague en su propia identidad, se adapte al medio en el que vive y se relacione con sus semejantes de una forma más abierta y conciliadora y, precisamente, esta voluntad de integración, de yuxtaposición de mundos creativos distintos ha sido el leitmotiv que ha desencadenado esta simbiosis. El intercambio de posturas creativas, de lenguajes y significados proporcionará una estupenda excusa para que el espectador, en un ejercicio vinculado exclusivamente a su experiencia, libre, por tanto, de condicionamientos o premisas de orden teórico o de finalidad, realice aquellas asociaciones más ligadas a una percepción de la realidad afín a su sensibilidad. El escritor italiano Italo Calvino escribió que «El autor es feliz cuando el lector encuentra en texto algo en lo que el autor no había pensado, pero el lector sólo encontrará algo en el texto cuando busque lo que todavía no sabía antes de comenzar a leerlo». Nos aventuramos a afirmar que algo semejante le ocurre al espectador cuando contempla una obra de arte, a pesar de la saturación de imágenes y de mensajes más o menos subliminales que inundan su retina en la actualidad, porque el esfuerzo intelectual para interpretarla será en sí mismo una magnífica recompensa.
Como hemos dicho, se dan cita en esta exposición un conjunto de reflexiones sobre el entorno, sobre la identidad, sobre el tiempo y la memoria, sobre el dolor o la alegría cargadas de referencias individuales, históricas, literarias, filosóficas, arquitectónicas e incluso musicales, referencias que el espectador, en ausencia deliberada de un hilo conductor que relacione las distintas obras, debe rastrear gracias a su instinto, a su experiencia personal, a sus intereses. «Se trata —reinterpretando palabras de Terry Eagleton— de imbricar ambos lenguajes para producir un lenguaje que no pertenece del todo a ninguno de los dos». Los diferentes soportes, papel, lienzo, madera, hierro, metales pesados o evanescentes pigmentos son capaces, sin embargo, de provocar emociones intensas (además de reflejar el mundo interior de cada artista y de cada poeta, de mostrar los mecanismos mediante los cuales logran atrapar esa transición entre la idea y su imagen, también, en palabras de Paul Valéry «la pintura —la escultura, los poemas afirmamos nosotros— que contemplamos refleja en nosotros aquello de lo que nuestros ojos no se saciarán jamás», el estremecimiento que sucede a la incertidumbre, pero también, la serenidad de la connivencia, un dejarse llevar por la sorpresa que supone mirar cara a cara a nuestros deseos sin necesidad de explicaciones de carácter científico o estético porque el arte no está desconectado de la vida, todo lo contrario, brota de inquietudes enraizadas en lo más profundo de nuestro interior y, desde esa oscuridad, se desliza a través de insumisas corrientes subterráneas que emergen a la superficie del conocimiento tendiendo invisibles puentes entre lo intuitivo y lo reflexivo, entre lo indefinido y lo personal, entre el yo y el nosotros. Las explosiones interiores se manifiestan a través de metáforas de muy diversa índole, pero todas responden a un impulso común porque, al fin y al cabo, la semejanzas entre los artistas y los escritores, según Henry James, son muchas ya que la inspiración que los mueve es la misma, sus objetivos son similares y los logros, idénticos. «Pueden aprender —dice el autor de Washington Square y de Las bostonianas— el uno del otro, pueden justificarse y apoyarse mutuamente. Su causa es la misma, y la dignidad del uno es la dignidad del otro» y es que resulta evidente que existe una interrelación entre ambos enfoques creadores. El cuadro, la obra de arte, ilumina al poema y el poema, a su vez, ilumina dicha obra de arte, de esta forma se abren nuevos caminos, se ofrecen lecturas diversas que generan en el espectador —obligado a sacar conclusiones de estos desplazamientos semánticos por sí mismo— nuevos códigos de interpretación, nuevas formas de ver y comprender el mundo. No debemos olvidar, por otra parte, que la función de la poesía y del arte no es ofrecer respuestas a los enigmas de la existencia sino despertar la conciencia, provocar nuevos interrogantes para explorar los rincones más ignotos del ser, interrogantes, y aquí reside la paradoja, que contribuyan a paliar el desasosiego de vivir. El crítico italiano Achille Bonito Oliva escribió hace años esta frase con la que no puedo estar más que de acuerdo: «La función del arte es producir mañana, producir complicación». Pues bien, la intención de incrementar las posibilidades expresivas nos impide trazar un perfil hermenéutico de cada uno de los autores de esta exposición. Eso supondría una especie de traición al impulso que ha guiado Vasos comunicantes. El espectador podrá hacer suya esta premisa o disentir de ella, pero advertirá, por encima de todo, que en la contradicción reside la fuerza para rebelarse ante la hegemonía de lo cotidiano y comprobará, como hemos afirmado en estas líneas, que él también ejerce con su mirada una labor artística y que la tentativa de apropiarse de vehículos expresivos ajenos resulta, además, absolutamente legítima. Al fin y al cabo, escribir, realizar una escultura o pintar un cuadro no son otra cosa que humildes merodeos en torno de lo absoluto, intentos de detener el tiempo, de alimentar la esperanza de la inmortalidad, de dotar de precisión a lo impreciso, o de rescatar un fragmento concreto de memoria, una forma de melancolía, una capacidad anticipatoria, el desciframiento de un enigma.
Para acabar esta breve introducción, no se me ocurre mejor idea que transcribir un párrafo del escritor Sergio Chejfec, porque refleja fielmente algunas de las sensaciones que nos invadido mientras organizábamos esta muestra, expresa sobre todo la admiración y el afecto que nos une a todos los artistas que la han hecho posible: «Un escritor husmea en talleres de artistas plásticos amigos, lugares saturados de desorden y objetos disímiles, con obras a medio terminar y otras obras abandonadas desde hace años; tanto que han dejado de ser inconclusas para parecer objetos oscilantes, cosas que fluctúan entre el trasto y el testimonio. El escritor pasea por esos talleres, donde todo se muestra aunado en un mismo punto del tiempo: el momento de impresión “a primera vista”: y piensa que si existe un verdadero estatuto de provisionalidad, se materializará básicamente según cortes sincrónicos que deberían efectuarse sobre esos mismos talleres, para luego clasificar los resultados».
*Texto escrito para la edición del catálogo de dicha exposición.