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Archivos mensuales: junio 2020

PABLO NÚÑEZ. TUS PASOS EN LA NIEBLA*

30 martes Jun 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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PABLO NÚÑEZ. TUS PASOS EN LA NIEBLA. EDITORIAL RENACIMIENTO.

El título de este libro —Tus pasos en la niebla— nos pone de inmediato en la pista del tono de la poesía que nos espera bajo la hermosa cubierta que agrupa los poemas, una poesía cargada, más que de hechos objetivos, de sugerencias, de impresiones en algún momento evanescentes, envueltas en un halo de incertidumbre que las hace resbaladizas, difíciles de ubicar en el continente del lenguaje, a pesar de estar escritas con un lenguaje claro, esmerado pero no afectado ni propenso a las desviaciones retóricas del irracionalismo más ortodoxo. Y no es que no abunden hechos, anécdotas, como luego veremos, cargados de misterio, pero este misterio reside en la esencia de lo que se dice, no en la película formal que lo envuelve.

     Pablo Núñez (Langreo, 1980) es un poeta sobrio en su decir contenido, y esa sobriedad se hace extensiva a su escasa de prodigalidad. Es este su segundo libro —Lo que dejan los días (2014), fue el primero— y acaso por esa razón, por la paciencia, por su elogio de la lentitud, su poesía da la sensación de estar perfectamente tallada que ya no admite un golpe de cincel más, solo falta, para lograr la representación perfecta, el concurso del lector. Será él quien se ocupe de abrillantar aristas, de pulir significados desde su propia experiencia vital.

     Tres son las secciones en las que se ha fragmentado el volumen: «La belleza del mundo», integrada por poemas que intentan atrapar esa belleza tan inconstante y volátil como los pasos que el autor da en la niebla, la belleza que nos rodea y que, en muchas ocasiones, no sabemos apreciar a pesar de tenerla al alcance de nuestros sentidos. La poesía de Núñez posee uno tono confesional y un vigor contemplativo muy cercano al de poetas como Eloy Sánchez Rosillo, algo muy visible desde el primer poema, «Cape Cod Morning, 1950», una écfrasis que tiene como referente un cuadro de Edward Hopper. La constatación del paso inexorable del tiempo —a pesar de no haber entrado aún en la cuarentena— va dejando su huella, por eso escribe: «Qué raro es todo. / Qué pronto se hace tarde para el juego», un juego que pone en relación al presente con una infancia perdida, con un pasado que marcó «el rumbo de estos años». El consejo de quien va dejando atrás ilusiones y propósitos cumplidos solo en parte es el mirar hacia delante: «… deja / las cosas que no sirven a tu espalda, / abandonadas, muertas, y prosigue / sin perder un minuto hacia la orilla / desea playa que sabes que te espera» y delectarse con la belleza del mundo, una belleza que te puede asaltar en la esquina más transitad de tu diario devenir.

     La segunda sección —«Confidencias»— nos remite directamente a ese tono confesional que mencionábamos más arriba y que tan bien se adecúa a las declaraciones de intenciones de este calibre: «Así que ya lo sabes: tú, ni caso, / equivócate solo, / haz lo que Dios te dé a entender, / y empieza, por ejemplo, / por olvidar sin más estos consejos». No es que el poeta esté de vuelta de todo, pero no puede ocultar que ya ha acumulado una experiencia suficiente como para afinar su capacidad de elección. Ya no es aquel joven que trataba de «olvidar que el mundo era hostil» en un salón de juego. Ahora se ve obligado a hacer «eso mismo que creímos / inaceptable un día». La vida te enseña a contradecirte («esa contradicción que fuimos en lo eterno», escribe más adelante). Por más que suene cruel, no deja de ser inevitable. En el modo en el que se asume ese fracaso ideológico se encuentra la clave de la supervivencia. Pablo Núñez ha visto claro que «uno mismo [es quien] descubre / el camino de vuelta de otras vidas, / los restos del pasado hacia la sombra».

     «Quizá solo unos pocos versos» es la tercera y última sección —aunque el libro finalice con la traducción de un poema de C. S. Lewis que hace las veces de epílogo y que redunda en el misterio al que hacíamos alusión al principio de este comentario—. Una atmósfera de nostalgia envuelve el recuento existencial: «Las huellas del ayer las atesoro, / atrapo fugazmente lo que huye, / y leer significa antes que nada / confrontar las verdades y los sueños. / Su rostro contemplé: seguí con vida». Esos pocos versos del título parecen ser el cauterio contra las heridas que inflige el pasado, el refugio en el que custodiar ilusiones y propósitos. Las referencias culturales son, en este acaso, una especie de coartada que justifica sus propios actos. Actúan como símbolos de una forma de entender el mundo, un mundo que, pese a que va cambiando a medida que cambia la perspectiva desde la que se le observa, mantiene intactas algunas de las razones que lo hacen habitable, como, por ejemplo, el amor a los libros que se ha prodigado a lo largo de los años: «Aún te arropan los libros que citas de memoria. / Aún resuenan, sagaces, en el aula, / los ecos de tu última lección». Quizá el poema que más imbuido está de esa atmósfera nostálgica es el pindárico «21 de agosto de 1987», fecha de la despedida del fútbol de quien fue todo un símbolo de honestidad, no solo en el terreno de juego, sino en su vida personal, Enrique Castro «Quini».

     La poesía de Pablo Núñez tiene, aunque se refiera a hechos anecdóticos y cronológicamente identificables, un tono clásico que la hace intemporal. El lector siente palpitar en sus versos una emoción que le resulta afín y una forma de expresarla en la que de inmediato reconoce la imagen de sus propias incertidumbres y deseos, esa es la principal virtud de estos versos, que llegan directamente al alma.

*Reseña publicada en la revista ElCuadernodigital el 29/06/2020

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FLORENCIA MADEO FACENTE. LA TAZA ROTA

24 miércoles Jun 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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FLORENCIA

 

FLORENCIA MADEO FACENTE. LA TAZA ROTA. COLECCIÓN DE POESÍA CENTRIFUGADOS. EDICIONES LILIPUTIENSES.

Nacida en Buenos Aires en 1992, Florencia Madeo Facente, la autora de La taza rota solo había publicado otro libro de poesía anteriormente, Una ciudad en silencio, dentro de la antología de poesía joven «Celofán», a cargo de la editorial La carretilla roja en 2018 del que conocemos algunos poemas aparecidos en la Red. De antemano conviene decir que sorprende la personalidad poética de una autora que no ha llegado aún a la treintena, por lo que no resulta difícil colegir que a sus lectores nos esperan agradables sorpresas en el futuro si su escritura evoluciona como hacen presagiar estos poemas. No cabe duda de que Florencia, como escribe en uno de sus poemas, está herida por el lenguaje, por su ambigüedad semántica pero también por su seducción rítmica. De esa herida nacen versos como estos: «Allí vivías vos, era una isla de vidrio como ojos sobre una almohada», de herencia surrealista, o estos otros: «El esfuerzo por mantenerse inocente / ante los ojos de él / encorvó su espalda», de lirismo descriptivo, que , por otra parte, nos informan sobre la variedad de registros conceptuales y formales —desde el poema narrativo («Construir un relato es construir lo inseparable», escribe) al poema elíptico y fragmentario («Algunos de los poemas parecen telegramas / entre nosotros mismos, símbolos que desencriptamos»)— de que la poeta es capaz de poner en práctica. No es fácil acceder al núcleo de la poesía de Florencia Medea porque las referencias personales forman un muro de contención de imposible franqueo, pero eso no evita que no seduzcan sus metáforas (nos otros, como lectores, tampoco «estamos en condiciones de comprender»), sus asociaciones inesperadas («Su amor como un trasbordador en la lejanía») y es que, como ella misma afirma en otro poema, «no era necesario / que algo se mostrara completamente / para comprenderlo».

   El mundo que la autora observa es un complejo rompecabezas que se transforma incesantemente, razón por la cual resulta imposible aprehenderlo. «El mundo —escribe—, una esfera de bazar perfecta, revocable / —la taza rota cuyo pegamento / el té disuelve día a día». Como si sufriera una alucinación provocada por esos mensajes reiterativos de un pastor evangélico, por una visión o por un viaje al pasado, los poemas ahondan en lo enigmático, aunque lo anecdótico se imbrique en los versos para compartir con el lector unos testimonios escamoteadas en lo telúrico, en lo onírico. De esa forma recabamos información sobre dos de los temas fundamentales sobre los que gira este libro y gran parte de la poesía moderna, la otredad («¿Por qué soy más importante / que esa otra en mí que yo no veo siempre») y la reflexión metapoética, ambas, en ocasiones, conjugadas en los mismos versos: «Si nosotros es un sujeto necesario, / el poema es un objeto innecesario». No tenemos porque estar de acuerdo con esta aseveración, pero en lo que sí coincidiremos quienes leamos a Florencia Madeo Facente es que estamos, no ante una promesa, sino ante una realidad poética que editorial Liliputienses ha tenido el acierto de ofrecer a los lectores españoles.

GREGORIO LURI. EL AMPARO DE LAS SOMBRAS y JAIME FERNÁNDEZ. CENTINELAS DEL SUEÑO

22 lunes Jun 2020

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

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GREGORIOEl-amparo-de-las-sombras-GREGORIO-LURI-598x837JOSÉ FERNÁNDEZ CENTINELAS-DEL-SUEÑO-1

 

 

GREGORIO LURI. EL AMPARO DE LAS SOMBRAS. COL AFORISMOS. LA ISLA DE SILTOLÁ.

JAIME FERNÁNDEZ. CENTINELAS DEL SUEÑO. COL, AFORISMOS. LA ISLA DE SILTOLÁ

No cabe duda de que la editorial La isla de Siltolá ha apostado fuerte por un género tan el alza como el del aforismo. Lo acredita la creación de un premio que lo incentiva y la puesta en marcha de una colección que ha sobrepasado ya la treintena de títulos, muchos de ellos indispensables para calibrar la importancia de estas cápsulas reflexivas y su incidencia en el modo de abordar el conocimiento de la realidad en todos sus aspectos, empezando por el conocimiento de uno mismo, premisa ineludible para conocer cuanto nos rodea.

    El amparo de las sombras es el segundo título de contenido aforístico que Gregorio Luri (Azagra. Navarra, 1955) publica en la editorial. El primero fue Aforismos que nunca contaré a mis hijos. En el texto de presentación Luri escribe que vivimos «de espaldas a las evidencias que nos cuestionan» y, posteriormente, acaso justificando el título, dice: «Todos necesitamos del amparo de las sombras, del regazo de la penumbra […] Todos podemos recibir esa temblorosa luz que alimenta la vela en la penumbra, como un don que nos permite un nuevo comienzo, porque al alma lo que le da alas es la luz de una vela, no la luz cegadora del mediodía», acaso porque, como escribe en uno de sus aforismos, «La luz de una vela ilumina el alma con más claridad que la del sol». Y del claroscuro, de las sombras, de las incertidumbres, de las apariencias surgen estos aforismos que no soslayan ningún asunto, por muy de actualidad que esté: «Hay españoles que para pasar por europeos se dedican a despotricar de la patria que les permite ser europeos», aunque, como cabía esperar, no rehúye, antes al contrario, lo intemporal: «El vivisector siempre mata lo que vive al intentar comprenderlo; como hace el pensamiento con la vida». La vida así, en abstracto, es analizada en muchos de estos fragmentos, en estas ideas autistas, en las que no se excluyen la crítica de carácter social: «Hay pobres que se pasan la vida ahorrando para su entierro y eso da vida a su vida». Pero resulta imposible resumir en unas líneas los cientos de aforismos contenidos en este volumen, pese a que «En un aforismo solo cabe una viruta de gubia, un tirabuzón inútil que le sobra a la realidad». Jorge Bustos, el autor de las palabras de la contracubierta atina de pleno cuando dice que «Los aforismos de Luri nos iluminan, pero no como si pulsara un interruptor en la noche, sino como si descorriera una cortina al amanecer».

     Centinelas del sueño, es también el segundo libro de aforismos de su autor, Jaime Fernández (1960), quien, con el primero, Maniobras de distracción, obtuvo el I Premio de Aforismos convocado por la editorial. De esta segunda comparecencia escribe Gregorio Luri, vinculando los Anales de Tácito a nuestro autor que «El tacitismo no es una doctrina, sino una mirada desarmada a la realidad, que es la que el lector descubrirá en las páginas de este libro», una mirada desarmada, pero debidamente pertrechada de esa arma menos visible pero infinitamente más decisiva que llamamos inteligencia y que comienza interrogándose a sí mismo y al lugar que ocupa en el mundo, en la parcela de realidad en la que se conforma su identidad —«Cuanto mayor sea la diferencia entre la forma de vernos y la forma en que creemos que nos ven los demás, también será mayores las dificultades para entendernos con ellos. Y con nosotros»—y que le hace observar a debida distancia porque «No se ve nada cuando la distancia entre uno y el mundo se acorta. La distancia aclara la vista». Jaime Fernández sabe además que para definir con la mayor precisión posible lo observado entra en concurso el dominio del lenguaje, a pesar de sus limitaciones, de sus perversiones porque «El lenguaje casi nunca está a la altura de los sentimientos. En cuanto la lengua habla por ellos, los desfigura», a pesar de lo cual, digo, un hombre de letras como es, no ceja en delegar en ellas el conocimiento del mundo: «Las imágenes se ven; las palabras hacen ver», escribe. El conflicto identitario está presente en muchos de estos aforismos a través de la mirada interior, pero también a través de la mirada del otro, del prójimo, del amigo, del desconocido: «Cuando uno habla de sí mismo en realidad habla de otro. Cuando habla de otro, habla de él mismo». Como todo libro de aforismos, conviene leer este Centinelas de sombras espigando aquí y allá, degustando la sabiduría que destilan, pero sin atragantarse, porque hay mucho que pensar tras la lectura de aforismos como este: «En cuanto “yo” escribe, miente. Ese “yo” no puede hablar de él como si fuera el único yo», acaso porque, como todos sabemos, yo es otro.

NOELIA PALACIO INCERA. HALLAR LA VÍA.*

20 sábado Jun 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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NOELIANOELIA

NOELIA PALACIO INCERA. HALLAR LA VÍA. PREMIO GERARDO DIEGO 2019. EDITOR: EXCMA. DIPUTACION PROVINCIAL DE SORIA

Lo más frecuente y, hasta cierto punto, comprensible es que un primer libro esté plagado de titubeos, de altibajos, de registros diferentes que delatan de forma irrebatible la búsqueda, el tanteo que el poeta, la poeta en este caso, emprende sin brújula, casi a ciegas. Lo que es menos habitual es encontrarse con un primer libro como Hallar la vía, perfectamente estructurado, con una idea preconcebida de los límites que el lenguaje lleva en su seno y con un sentido de la proporción tan bien equilibrado. Su autora, Noelia Palacio Incera, hace un ejercicio de introspección medido, ajustado a la toma de conciencia del empeño en el que se ha embarcado, lo que demuestra, además de la inteligente contención del sentimiento, un conocimiento del oficio fruto, sin duda, de quien ha escrito muchos versos y ha sabido separar en ellos el grano de la paja, porque hay algo que especialmente llama la atención y es la depuración semántica, la manera en que Noelia Palacio elimina lo superfluo para, con las pinceladas exactas, ir directa a lo que desea recalcar. En todo el proceso de destilación de la experiencia prima, sin embargo, la sutileza, la palabra que expresa mucho más de lo que dice en el habla común. La poeta recurre al poder simbólico del lenguaje, pero también al matiz de lo no dicho, de lo solo intuido, de lo silenciado. Hay mucho silencio cómplice en estos versos, muchos interrogantes, mucho temor a lo desconocido, pero también hay mucha comprensión, mucha empatía con el dolor ajeno: «Ponerse en el lugar del otro, sentir el dolor del otro. Jugar con el tiempo. Declinar el tiempo, contar dos forma de vivir». Dos formas de vivir, sí, la de quien sufre en su propia carne y la de quien es testigo de ese dolor. No resulta fácil —es imposible, diría yo— ponerse en la piel del otro, aunque el grado de identificación sea muy elevado, pero sí debería ser posible aliviar el sufrimiento ajeno mostrando complicidad, entrega y amor al prójimo.

     Como señalaba más arriba, el libro goza de un sólida estructura que progresa de forma envolvente. El primer poema, titulado «Sedación», nos pone sobre aviso, no deja lugar a dudas del camino a recorrer. El destino te alcanza. Ser testigo de la fase terminal de un enfermo requiere aplomo y un punto de observación que provea de una neutralidad absolutamente necesaria. «¿El contorno del paisaje es un límite?», se pregunta Palacio. Sí, siempre y cuando «cuerpo y paisaje» sean las coordenadas. El poder metafórico del lenguaje adquiere en estos poemas de esencia dramática una importancia suprema porque debe impedir caer en el sentimentalismo, debe mantener en tensión al lector y despertar los sentimientos más humanos sin recurrir a lo evidente, a lo consabido. Noelia Palacio no cae jamás en este error. El distanciamiento emocional es el que permite que el exceso de realidad no acabe por maniatar tus actos. La fragmentación del discurso y la elipsis contribuyen a ampliar la perspectiva, el punto de vista, acaso más oblicuo, pero mucho más recomendable y efectivo, y no solo desde el punto de vista de la eficacia poética, sino desde la pura condición afectiva: «Mira: aquí duele el ahora. / El mundo se transforma, se siente de otro modo. // Recuerda: aquí duele el ayer. / Dolor escrito en la memoria.// Espera: aquí duele el mañana». Tres verbos pronominales en un mismo modo verbal, el imperativo, que, sin embargo nos remiten a tiempos diferentes, el presente, el pasado y el futuro. Una excelente asociación, sin duda.

     Hallar la vía es una profunda e ininterrumpida elegía en la que no prevalece, sin embargo, la resignación. Por encima de ese lamento se eleva un canto de esperanza en el que la acomodación a una nueva realidad se constituye como el mejor modo de enfrentarse a ella: «Se escoge a vía / que frena el progreso»,escribe en «Enfermedad refractaria», «Las células heridas / no juegan, / crecen y se expanden en su función, / están en lo que son.// Acéptalo. / El cuerpo habla otro lenguaje». Sin ser demasiado nítidas las fronteras entre unos y otros, si podemos diferenciar dos tipos de poemas, los más narrativos, en los que prevalece la descripción, con elementos anecdóticos incluidos —«Sector “La piedra blanca”» por ejemplo— y los más especulativos, con un fraseo entrecortado cercano en muchas ocasiones al aforismo como en «Sobrevolando Vitebsk» o en «Ilusión». Pero una cosa une ambas propuestas, el deseo de sobreponerse y explorar la realidad poéticamente —filosóficamente, diría yo, pues más que del tempus fugit, este libro habla de cómo asumir el dolor y la presencia de la muerte en cada uno de nuestros actos—, con la asepsia propia de un profesional, de un observador neutral, sí, sin dejarse llevar por esa emoción que provoca la cercanía afectiva, por más que las relaciones humanas sean proclives a nublar la objetividad. De sobra es sabido que no hay temas esencialmente poéticos en sí mismos, pero no se puede negar que una enfermedad como el cáncer ha forjado grandes poemas, por eso tiene especial importancia la forma original y novedosa con la que lo ha hecho en su primer libro Noelia Palacio Incera, a quien auguramos un futuro poético plagado de éxitos.

* Reseña publicada en Sotileza, suplemento de El Diario Montañés, el 19/06/2020

MAR BLANCO. APENAS UNA SOMBRA

17 miércoles Jun 2020

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

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MAR BLANCO

MAR BLANCO. APENAS UNA SOMBRA. PAPELES DE TRASMOZ. OLIFANTE EDICIONES DE POESÍA

La vida transcurre con tanta celeridad que el pasado se diluye como si fuera una nube pasajera, un persistente adiós, una sombra. Esta fugacidad es uno de los temas centrales de gran parte de la literatura y del arte de todos los tiempos, aunque hay épocas, probablemente por motivos históricos y sociales, más proclives a ello, Nuestro barroco es en este aspecto paradigmático, basta con contemplar las vanitas de un Valdés Leal, por ejemplo, y gran parte de la obra poética de Quevedo. En la actualidad, sigue siendo un asunto recurrente y un libro como Apenas una sombra, de Mar Blanco —novelista y poeta con títulos como Saboreando silencios (2013), Desnudando la piel de la noche (2014) o Mujeres que no quieren ser princesas (2015)—, lo confirma: «Volver a nacer / dejando tras de sí lo vivido, / apenas una sombra», escribe nuestra autora. La oposición entre oscuridad/claridad, luz/sombra actúa en estos poemas breves, concentrados, delimitados por un lenguaje preciso y concluyente como una frontera entre pasado y presente, un presente continuo si de lo que se trata es de encontrase a uno mismo —nos vienen a la mente unos versos muy conocidos de Eliot—, pues dicha búsqueda no parece tener fin: «Para siempre en viaje / cuando la búsqueda de sí mismo / es un instante en el mundo» que, por otra parte, debe, si no se quiere perder pie, enraizarse en el pasado porque , como escribe Mar Blanco, «Todo lo que amé / permanece en mí / para siempre». A pesar de defender que existe también belleza en lo oscuro, en lo siniestro, en lo trágico —una defensa estética de carácter antirromántico (solo tenemos que recordar, por ejemplo, comentarios como este de John Keats: «…siempre habrá gradaciones de interés en la sensibilidad de los hombres […], y la admiración que se considera justa aplicada a un objeto raro o vasto aparecerá irreal y presumida cuando se prodigue a lo que es trivial y común»), vinculada más al despertar de las vanguardias—, apuesta de manera inequívoca por la luz, por la claridad, por la transparencia, aunque la incertidumbre siga rondando por su mente, hasta el punto de preguntarse si la verdad —volvemos al binomio romántico de belleza y verdad— se encontrará en la luz. La poesía, no puede ser de otro modo, no ofrece respuestas, sino nuevos interrogantes, y eso es lo que hace la poesía de Mar Blanco, crear enigmas, acaso con la esperanza de que el lector los resuelva, y dejar que el lenguaje con su propia autonomía actúe como vínculo entre la emoción y su reflejo en la escritura, un reflejo que con toda probabilidad, deformará el ángulo con el que nos asomemos a la página.

ALBERTO RÍOS. NANI

15 lunes Jun 2020

Posted by carlosalcorta in Versiones

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ALEBRTO RÍOS

ALBERTO RÍOS. NANI

 

Sentada a su mesa, ella sirve

la sopa de arroz para mí

instintivamente y le miro,

la mamá total, y me como palabras

que yo podría haber tenido que decir

por vergüenza. Decir

ahora palabras extranjeras que también solía usar

se escurren por su boca mientras me sirve

albóndigas. No más

de un tercio son fáciles para mí.

Junto al fogón hace algo con palabras

y me mira solo de

refilón. Estoy lleno. Le dije

que probaría la menta y le veo hablar

sonriendo en el fogón. Todas mis palabras

le hacen sonreír. Nani nunca se sirve

a ella misma, solo me mira

con su piel, su cabello. Pido más

 

Veo a la mamá calentar más

tortillas para mí. Miro

sus dedos en el fuego por mi causa.

Cerca de su boca, veo una arruga cuando habla

de un hombre cuyo cuerpo sirve

a las hormigas como ella me sirve a mí, luego más arrugas

surgen de más palabras sobre niños, palabras

sobre esto y aquello, fluyendo más

fácilmente de estas otras bocas. Cada uno se sirve

cuando una enorme cadena a su alrededor

la mantiene unida. Ellos dicen

Nani era esto y aquello para mí

y me pregunto en este momento cuánto de mí

morirá con ella, cuáles fueron las palabras

que podría haber sido, que fue. Su interior habla

a través de cien arrugas, ahora, más

de lo que puede soportar, acero a su alrededor,

gritando, entonces, ¿Qué es esto que ella sirve?

 

Ella me pregunta si quiero más.

No tengo palabras para detenerla.

Incluso antes de hablar, ella me sirve.

 

Versión de Carlos Alcorta

LUIS MIGUEL RABANAL. QUE LLUEVA SIEMPRE*

12 viernes Jun 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LUIS MIGUEL RABANAL. QUE LLUEVA SIEMPRE. COL. RAYO AZUL. EDITORIAL HUERGA Y FIERRO EDITORES.

El deseo de que llueva siempre parece, más que una aspiración que puede albergar connotaciones positivas (la lluvia como elemento fecundador de vida), un epitafio, el lema de una renuncia, si entendemos la lluvia como sinónimo de oscuridad, de nostalgia, de recogimiento vital. Luis Miguel Rabanal (León, 1957), autor de una extensa obra poética que agrupó en un magnífico volumen, “Este cuento se ha acabado. 2014/1977”, publicado en 2015, ha escrito este libro de poemas como si fuera, parafraseando a Francisco Brines, el “ensayo de una despedida”, pero quienes escribimos sabemos que el oficio de escribir está sujeto a ciertas servidumbres, a ciertos prescripciones que exceden la voluntad del poeta, por eso, pese a que, como veremos, la muerte —«Ahora es el tiempo de merecer. / sin más ni más, la muerte», escribe en «Lugares comunes»— ronde en algunos de los versos más desgarrados de “Que llueva siempre”, creemos que responde más a un estado temporal de desesperación que a una intención consolidada, a pesar de que el último poema del libro cierre el círculo cuyo punto de partida estaba en el primer poema y redunde en este propósito, o quizá por esa misma razón, ya que la latente ironía rebaja el impacto de la tragedia: «Aleluya pues, amigo mío. / Despídete de todos y de todo, y para la ocasión vístete / de etrusco en celo o de policía nacional endomingado. / Cuentan por ahí que vale más quien enumera sus errores que el que se ciñe a la ferviente / inmensidad opaca de su culpa».

     La poesía de Rabanal se ha caracterizado siempre por la profusión de detalles, por el deseo de verbalizar la totalidad de la experiencia, lo que le lleva, en ocasiones, a rozar la exuberancia verbal. Y es que no resulta fácil mantener un tono reflexivo de alta textura emocional cuando el poema se dilata métricamente y el ritmo se “corrompe” por la necesidad de enfatizar un determinado sentimiento, sea el que constata la fragilidad del amor o el que provoca asumir que la enfermedad y el dolor son inseparables de la propia experiencia. Las particulares condiciones de la vida del autor afectan ineludiblemente a su escritura y el lector que esté al tanto de esas limitaciones no puede ignorarlas cuando se dispone a leer sus poemas. Sin embargo, es oportuno preguntarse hasta dónde son capaces de percibir las causas de ese sufrimiento los lectores que desconozcan esa terrible circunstancia. Muchas son las pistas que Rabanal va dejando en sus poemas. Ya en el primero, ya mencionado, «Un hombre que dice adiós», escribe: «Es el apestado que sobrevive a su propia / y profunda mala suerte». Unos versos más adelante hace alusión a su padecimiento, aunque utilice como máscara una distante tercera persona: «Si quisiésemos podríamos golpearlo sin dolor, / con solo hacer burla de sus piernas que no existen». Como sabemos, el personaje que protagoniza los poemas es solo a medias independiente del poeta, del hombre que escribe. Comparte, sí, vivencias, ambiciones, sueños, pero dicho personaje, y a eso ayuda el distanciamiento antes aludido, es visto no solo desde el interior, sino a través de un periscopio que emerge a la superficie y observa el entorno y, a su vez, es observado casi como si fuera un extraño para sí mismo. Esa es una de las virtudes de la poesía, la capacidad de desdoblamiento: «Es el personaje que tose desde su silla / ensangrentada y tiene mucho, mucho, mucho frío. / Nos ha mirado con pena y nos señala / por casualidad las flores», pero también es el que «cualquier día comenzará nuevamente a caminar / por la casa…». De forma paralela a la narración de estos hechos presuntamente objetivos, se desarrolla una visión del mundo que tiene poco que ver con la realidad y mucho con la alucinación, con una más que probable influencia de José Hierro. Ambienta una gran parte de los poemas una iluminación onírica que alimenta esas alucinaciones al parecer solo momentáneamente, porque pronto «la realidad [las ]convierte en monsergas».

     La presunta despedida es el hilo argumental que conecta estos poemas divididos en tres secciones con títulos muy aclaratorios: «Despojos de la vida alegre», «Todavía es memoria» y «Lo sueños raros». No hay diferencias sustantivas entre los poemas que integran cada una de las partes, si acaso en la última, ese halo onírico está más presente que en las anteriores. “Que llueva siempre” cierra la trilogía que con el título común de “Postrimerías” forman Los poemas de Horacio E. Cluck” y “Matar el tiempo”. Cualquier lector puede advertir que la muerte está muy presente en todo el ciclo, pero en este último libro prevalece por encima de esa presencia opresora otra de signo vitalista que nos hace, además, albergar la esperanza de que la citada despedida sea solo un repliegue momentáneo. Hablamos del componente erótico, de la recreación en el cuerpo objeto del deseo visto sí, desde la nostalgia, pero una nostalgia nutricia, asociativa: «La vida era otra cosa y apetecía encararla / desnuda, violenta o agotada, quitándose el vestido, / y muy cerca de nosotros oler su piel». La combinación de ambos aumenta las incógnitas que el lector futuro deberá ir despejando.

* Reseña publicad en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 12/06/2020

ANNE CARSON. FLOTA.*

10 miércoles Jun 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ANNE CARSON

ANNE CARSON. FLOTA. TRADUCCIÓN DE JORDI DOCE Y ANDRÉS CATALÁN. CIELO ELÉCTRICO EDITORIAL

Creo que es de justicia este empezar este comentario elogiando el magnífico trabajo que han realizado los editores de la recién creada editorial cielo eléctrico, su valentía y su pasión, sin los cuales la edición de Flota no hubiera sido posible. No es la primera vez que su autora, la poeta canadiense Anne Carson (Toronto, 1950) se embarca en proyectos multidisciplinares que se salen del formato tradicional del libro, recordemos Nox, editado por Vaso Roto en 2018) Y es que la sensación que uno experimenta cuando tiene en sus manos este grueso estuche o caja de plástico transparente que contiene los 22 cuadernos que integran la obra, es de asombro, de admiración y, por qué no, de agradecimiento a quienes han sido capaces de arriesgarse para ofrecer al lector un proyecto de esta envergadura. La cubierta de la mayoría de los cuadernillos están coloreadas en distintos tonos de un azul eléctrico que casa muy bien con nombre de la editorial (al parecer, este tono es el elegido en la versión original del libro) e, incluso, las grapas con las que están unidas las páginas están tintadas en un azul similar, pero hay algunas excepciones en un verde pálido y otras en un melocotón intenso. El orden aconsejable de lectura está impreso en «Contenido», un índice orientativo porque, teniendo en cuenta la variedad de temas —hay ensayos, poemas, traducciones, historias e incluso teatro— y la escasa relación que hay entre algunos de ellos —muchos de estos textos fueron escritos con un objetivo concreto—, ese orden de lectura puede saltarse, sin tener en cuenta un principio y un final, porque no existe, de hecho, la autora nos avisa de que «la lectura puede ser una caída libre» y de que se puede leer estos textos con la misma aleatoriedad con la que se escucha música digitalmente. Flota es cualquier cosa menos un libro convencional y orgánico. Los encargados de verter al español esta magna obra han sido dos de nuestros traductores más cualificados en lengua inglesa, que cuentan con un amplio bagaje y son, además, dos reconocidos poetas, Jordi Doce y Andrés Catalán.

Como sabemos, Anne Carson se interesó por las lenguas clásicas, fundamentalmente el griego, siendo adolescente. La culpa la tuvo un volumen bilingüe de poemas de Safo. Carson se quedó maravillada al contemplar la particular grafía del alfabeto griego. «Yo aprendí griego por casualidad gracias a una aburrida profesora de latín que en el instituto decidió enseñarme a lelr a Safo a la hora del almuerzo», confiesa. Este descubrimiento marcaría su vida porque años después de doctoró en Escocia en lenguas clásicas. De esa pasión nacen los escritos vinculados de una forma u otra a la historia y la mitología griega, a su cultura, como «Al azar el pueblo cicládico», un breve compendio de la historia de este pueblo escrito a través de pinceladas como esta: «La cicládica era una cultura neolítica basada en el farro, la cebada silvestre, las ovejas, los cerdos y el atún que arponeaban desde pequeñas barcas», que dejan un campo libre para futuras exploraciones porque, como ella misma escribe en el cuaderno «108 (restos flotantes)», «Hay muchas maneras de contar una historia. Un tipo me contó lo que le había pasado en la frontera. Apunté algunos detalles en fichas. Cada vez que intentaba contemplar lo que ocurría entre las fichas la historia se me escapaba. Lo cierto es que apenas le conocía. El relato era como un cielo invernal, alto, tenue, impaciente, insatisfecho. Fue entonces cuando empecé a pensar en la expresión restos flotantes».

Nunca ha estado menos claras las fronteras entre poesía y prosa, y la escritura de Anne Carson es un ejemplo magnífico de esa hibridación de géneros, lo que podemos comprobar en títulos como La belleza del marido —una especie de ensayo en verso— o Autobiografía en rojo —un poema en prosa—. Ha afirmado que «Si la prosa es una casa, la poesía es un hombre en llamas que la atraviesa con rapidez». Flat es probablemente el libro que agrupa todas esas combinaciones hoy llevadas a la práctica por otros muchos autores. En «Variaciones sobre el derecho a permanecer en silencio», por ejemplo, se analizan algunos problemas lingüísticos que provocan en la traducción términos intraducibles, palabras que tienen dentro de sí un «silencio metafísico», aunque «Todo traductor sabe en qué punto un idioma no se puede traducir a otro». Escenifica esta imposibilidad con ejemplos de Homero, de Juana de Arco —la «soldado de Dios»—, del pintor Francis Bacon, la Antígona de Sófocles en la particular versión de Hölderlin o Íbico, «un poeta lírico conocido por su amor a los muchachos, su amor a las muchachas, su amor a los adjetivos y a los adverbios así como por su pesimismo generalizado».

Homero, esta vez en compañía de Moravia y de Godard, aparece en «Desprecios», un estudio del lucro y la ausencia de lucro. La Odisea, El desprecio y la versión cinematográfica de esta novela, Le Mépris, a través de sus argumentos respectivos la base para este miniensayo que posee una perspectiva absolutamente novedosa, algo, por otra parte, muy frecuente en Carson, relacionado con la etimología, en este caso, la palabra keimêlion, «algo acaparado o atesorado». Cómo va desplegando su tela de araña conceptual Anne Carson es digno de verse, porque es capaz de establecer unas relaciones asombrosas ante hechos y circunstancias que van mucho más allá del propio texto, o película, como en el caso de la «heroína de esta epopeya», Brigitte Bardot. Todo esto obliga a extremar la atención, a realizar un enorme esfuerzo de asimilación que permita al lector, al menos, seguir el rastro de sus encadenamientos reflexivos.

Ocurre otro tanto en «Casandra puede flotar». Casandra, en griego «la que enreda a los hombres», era hija de Príamo que adquirió el don de la profecía a cambio de entregar su cuerpo a Apolo, quien, posteriormente, la castigaría con el maleficio de que nadie creyera sus vaticinios. «A donde fuera que Casandra corría Casandra descubría que podía flotar», escribe Carson. El análisis semántico y lingüístico también es el núcleo de este texto: «Si las palabras son velos, ¿qué esconden?», se pregunta. La raíz de esta pregunta está en que Carson no se conforma con asumir el significado habitual de las palabras. Busca en la etimología otros significados ocultos, perdidos para rescatarlos por medio de la traducción, lo que tiene que ver además con el acto poético en sí mismo, hasta el punto de que se vale de una estrofa tradicional como el soneto —«un soneto es un rectángulo en la página», escribe— para deconstruirlo, como hace en «Posesivo usado para beber (me)» , lo que le permite a su vez deconstruir el yo y especular sobre la fragilidad humana.

El lector de cada uno de estos 22 cuadernos se puede sentir un tanto desprotegido ante la avalancha de criterios, de documentación, de datos y de posibilidades. Puede incluso resultar caótico la complejidad formal a quien esté acostumbrado a formatos más tradicionales. «Tío cayendo», por ejemplo, es una especie de tragedia griega en la que se alteran las voces del coro con dos conferencias. El núcleo de dicha tragedia es la vida misma, el proceso de envejecimiento que lleva aparejado el desvalimiento personal y el que uno sea ya incapaz de valerse por sí mismo. El tío Harry primero, y el padre después, son los protagonistas involuntarios: «Mi padre acabó como el tío Harry, encerrado en la oscura costumbre de la demencia». La demencia, por cierto, es tratada también en el cuaderno «Nelligan», que contiene ochos poemas traducidos del francés del poeta quebequense Émilie Nelligan, quien pasó gran parte de su vida internado en un hospital debido a su enfermedad mental.

No podemos hacer un comentario exhaustivo de cada uno de los cuadernos, pero si es necesario subrayar que cada unos de estos capítulos —podemos considerar así a los cuadernos que integran Flota, aunque la relación entre ellos no sea perceptible en una primera lectura— nos adentra en un maremágnum de relaciones culturales, sociológicas o políticas que tienen como eje gravitatorio el análisis del lenguaje, la forma de las palabras, pero también su sonido y su color. Esa monumental indagación lingüística, que tiene en la traducción un excelente recurso —y hablando de traducción, es el momento de agradecer el magnífico trabajo que han hecho Jordi Doce y Andrés Catalán en este volumen fascicular—, es la que confiere coherencia a estos fragmentos, a estos juegos semánticos, y hace de su autora un nombre imprescindible en los nuevos paradigmas de la literatura actual. Anne Carson sabe combinar como nadie la vasta cultura clásica que posee con otras herencias distantes, tanto física como temporalmente, y de esa combinación nace un tipo de escritura novedosa y arriesgada que no nos parece osado calificar como de una nueva vanguardia.

* Reseña publicada en la revista El Cuaderno digital.

Flota

CLAUDIA RANKINE. CIUDADANA. UNA LÍRICA ESTADOUNIDENSE

08 lunes Jun 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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CLAUDIA

 

CLAUDIA RANKINE. CIUDADANA. UNA LÍRICA ESTADOUNIDENSE. TRADUCCIÓN DE RAQUEL VICEDO. EDITORIAL PEPITAS DE CALABAZA

Este libro ha recibido numerosos galardones en el ámbito de la poesía, entre ellos el National Book Critics Circle Award de Poesía, algo que no es de extrañar, teniendo en cuanta la excelencia de los textos, lo que sí resulta un tanto insólito es que Ciudadana esté encuadrado dentro del género poético, a pesar de la libertad formal de la que goza desde el auge de las vanguardias. Y es que los diferentes textos que lo componen parecen más fragmentos de un ensayo sociológico dedicado al racismo y otras discriminaciones presentes aún en nuestro mundo, más en concreto, en las sociedades como la norteamericana que presume de ser el ícono de la libertad, el faro de occidente. La forma en la que Claudia Rankine (Kingston, 1963) —autora de libros Nothing in Nature is Private (1994), The End of the Alphabet (1998), y Plot (2001)—como aborda estos asuntos tan dolorosos, pero de absoluta vigencia, está gobernada por un deseo de objetividad que ahuyenta cualquier atisbo de sentimentalismo. Los hechos en los que fundamenta sus conclusiones parecen irrefutables, aunque a veces se deje llevar por una indignación que, aunque totalmente justificada, puede servir a sus críticos para acusarla de parcialidad o para refutar sus argumentos.

     La primera toma de conciencia de su negritud se remonta a la infancia y se va afirmando al comprobar que determinados actos, determinados detalles, por minúsculos que parezcan, abundan en esa dirección. Una persona que no quiere sentarse a tu lado en el avión, un malentendido con una amiga blanca, el celo inquisitorial de un vecino también de raza blanca que sospecha de toda persona negra.

   En la segunda parte, se sirve de la tenista Serena Williams (más adelante analaizará también el caso de Zinedine Zidane) para denunciar el racismo implícito en el deporte. Leyéndola, este lector ha descubierto aspectos difícilmente perceptibles a través de la pantalla de la televisión para quien no sufre directamente las consecuencia del racismo. De la raza negra se espera un comportamiento violento, exaltado por la rabia y, de una manera solapada, con decisiones injustas o, cuando menos, cuestionables, se intenta desencadenar esa furia para justificar la penalización subsiguiente: «El comportamiento de Serena [se refiere al Abierto de Estados Unidos de 2009], en esta tarde domingo en particular apunta a que está visualizando a gran velocidad todas las injusticias que ha tenido que sortear a lo largo de su ilustre carrera, y por fin se decide a responder con una sarta de improperios». Por fin explota. No puede evitarlo, porque, como escribe Rankine, «… el cuerpo tiene memoria: la carcasa física transporta mucho más que su peso. El cuerpo es el umbral a través del cual cada decisión cuestionable penetra en la conciencia: toda esa resilencia impertérrita, imperturbable e impávida no borra los momentos vividos, incluso si somos eternamente estúpidas o irremediablemente optimistas, si estamos dispuestas a jugar al juego, a intervenir, a formar parte de él».

     En la tercera sección, Rankine analiza diferentes estereotipos enraizados en la sociedad que van desde la presunta invisibilidad de los negros («De pie a la entrada de la sala de reuniones invisible para los dos hombres que esperan a que lleguen los demás, escuchas a uno decirle al otro que estar entre negros es como ver una película sin traducción») a la, también presunta, incapacidad para acometer ciertas funciones asignadas genéticamente a las personas de raza blanca o el uso perverso del lenguaje para discriminar y enajenar al ser humano. El lenguaje ofensivo te hace visible: «El lenguaje hiriente pretende explotar todas las formas en las que estás presente. Tu atención, tu receptividad y tu deseo de participar exigen que en efecto estés presente, que alces los ojos, que respondas y, por loco que parezca, que digas por favor».

     Como apuntamos al principio, Rankine desmenuza los comportamientos racistas, discriminatorios a partir de situaciones y de hechos verificables. Eso ocurre con el huracán Katrina: «Narrar los hechos —escribe— implica inocencia, ignorancia, falta de intención, inexactitud; las condiciones necesarias de un tiempo y un lugar específicos» o la crónica de un atropello: «Luego la camioneta golpea el objeto negro contra el suelo y el neumático deja una marca en los órganos machacados. Luego el audio: He atropellado a ese negrata, que es en sí mismo un día de junio en el que se han registrado las temperaturas más atas del siglo XXI». Lo vemos en las noticias con demasiada frecuencia. La policía hace arrestos, da palizas, comete asesinatos de negros por el hecho de serlo sin consecuencias penales, en la mayoría de los casos: «Y no eres el tipo pero encajas con la descripción porque solo hay un tipo que siempre es el tipo que encaja con la descripción». Los disturbios de Hackney o los producidos a causa de Rodney King, ambos asesinados por la policía: «Con independencia del origen de los disturbios —nos dice Rankine—, las imágenes constantes de la violenta conducta de los saqueadores acabaron por desviar la atención del hecho de que un hombre desarmado había sido asesinado a tiros». El análisis de estos hechos, de las palizas y de los disturbios que provocaron la manipulación de los hechos por parte de la justicia y/o de la policía dan lugar a unas ácidas reflexiones sobre la vigencia de un racismo que parece estar en inscrito en los genes de la raza blanca.

     La única sección en verso —y no completamente puesto que hay fragmentos en prosa— de todo el volumen es la sección final. La fisicidad, la identidad y el cuerpo como referente de esa presencia que incomoda, que es rechazada cuando no invisibilizada son reivindicados, esta vez, de forma lírica, lo que, sin embargo, no resta efectividad, antes bien, la realza: «No digas yo si significa tan poco, / si contiene lo poco que forma a nadie. // No estás enferma, estás herida… // Sufrirás durante el resto de tu existencia./// ¿Cómo cuidar el cuerpo herido, // el tipo de cuerpo que no es capaz de encerrar / el contenido que está viviendo? // ¿Y dónde se encuentra el lugar más seguro cuando ese lugar / debe estar en un lugar distinto al cuerpo?». Rankine escribe sobre cuerpos profanados, cuerpos cuya piel es pisoteada no solo metafóricamente, cuerpos que te obligan a negarte, como si no formaras «parte de ti…»; escribe sobre ese dolor ligado a la sangre, a la raza y a unas leyes discriminatorias; escribe sobre el peso de la historia y de los estereotipos. Ciudadanos es un libro intenso y dramático que nos obliga a hacernos innumerables preguntas, preguntas de la que conocemos probablemente las respuestas, pero que nunca hemos sido capaces de plantearnos ¿por comodidad?, ¿por temor?, ¿por ignorancia? Tanto da, pero después de leer este libro, no se admiten excusas.

     Lamentablemente, los hechos acaecidos en las últimas semanas, confirman los temores que expresan las reflexiones de Rankine. No podemos leer su libro como si nos estuviera contando algo ocurrido en el pasado y ya felizmente superado. La tortura sufrida por George Floyd, lo más de ocho minutos de agonía, sus súplicas no atendidas, su muerte vista casi en directo confirman que las denuncias de Claudia Rankine . Es más, parece que se ha quedado corta, porque el racismo que anida en la sociedad estadounidense es incluso más violento y sistemático. Lo comprobamos en la actuación de la policía, pero también en el impacto del covid-19, mucho mayor en las clases más desfavorecidas. Obama, el primer presidente afroamericano en la historia de EEUU, ha dicho que «las desigualdades subyacentes y las cargas adicionales con las que históricamente las comunidades negras han tenido que tratar en este país [resultan más evidentes] en el desproporcionado impacto del covid-19 en nuestras comunidades, así como cuando un hombre negro se va a correr y otros sienten que le pueden parar y cuestionar y disparar si no se pliega a su interrogatorio». Se refería Obama al asesinato de Ahamaud Arbery en febrero de este año cuando hacía deporte y fue supuestamente confundido con un ladrón. Miles de personas en cientos de ciudades se han manifestado —no siempre de forma pacifica— pidiendo justicia. Dichas manifestaciones han sido, en muchos casos, reprimidas empleando una violencia improcedente. Trump incluso ha amenazado con sacar a las calles a la Guardia Nacional mientras alienta con sus discursos xenófobos las más bajas pasiones de sus entregados simpatizantes. Otras voces —la tenista Coco Gauff, por ejemplo, quien es muy probable que sufra en la pista los mismos agravios que las Williams— alzan su voz en contar del racismo. Lady Gaga, Justin Biber, Oprah Winfrey, Anna Hathaway, así como numerosas estrellas del deporte. Es lícito hacerlo y situarse del lado de los más débiles. Cualquier gesto en ese sentido, es bienvenido, pero lo que realmente puede ir socavando los pilares —tan bien asentados en la sociedad estadunidense— de la xenofobia es la toma de conciencia de que un hábito ancestral, arraigado en una sociedad que aún no ha perdido ciertas conductas esclavistas, debe erradicarse con políticas y leyes efectivas, más allá de los bienintencionados gestos. Libros como Ciudadana son imprescindibles para cambiar el rumbo de las cosas definitivamente.

 

JAVIER SÁNCHEZ MENÉNDEZ. ÉTICA PARA MEDIOCRES

05 viernes Jun 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JAVIER-ÉTICA-PARA-MEDIOCRESJMENENDEZ

 

JAVIER SÁNCHEZ MENÉNDEZ. ÉTICA PARA MEDIOCRES. COL. AFORISMOS. EDITORIAL LA ISAL DE SILTOLÁ.

Lo primero que nos llama la atención de este libro es el título: Ética para mediocres, pero, antes de adentrarnos en sus páginas, conviene saber, ¿qué es la mediocridad? La RAE es muy escueta al respecto: «Cualidad de mediocre», pero ¿quiénes son los mediocres? Para definirlos recurrimos al filósofo francés Alain Deneault, quien dice que «Ser mediocre es encarnar el promedio, querer ajustarse a un estándar social, en resumen, es conformidad. Pero esto no es en principio peyorativo, pues todos somos mediocres en algo. El problema de la mediocridad viene cuando pasa a convertirse, como en la actualidad, en el rasgo distintivo de un sistema social». Bien, esta definición se adapta mucho mejor al contenido del libro que vamos a comentar. Pero vamos a acotar el término un poco más. Daniel Gascón los ha definido en un artículo reciente de forma contundente: «Los mediocres se reconocen entre sí, en un clima de impostores que oscilan entre la complicidad y el miedo […] Practican una ética y una estética de la acomodación; contribuyen a crear un gigantesco trampantojo que encubre la opresión y la rapacidad». Creo que ahora ya estamos en condiciones de ponernos manos a la obra y emprender la lectura de Ética para mediocres, el nuevo libro de Javier Sánchez Menéndez, un libro que, sin renunciar a la indagación de carácter sociológico, se centra más en lo filosófico y en lo poético, sectores en los que la mediocridad y la impostura se retroalimentan y se propagan de manera exponencial.

     Es preciso reconocer que el lector tiende a mostrarse más benevolente con las reflexiones que lee cuando estas muestran cierta afinidad con sus propios pensamientos, pero, a menudo, la complicidad surge aun cuando no se esté de acuerdo con lo argumentado porque el rigor en la forma de expresarlo seduce por sí misma. Ambas situaciones se dan en este libro de Javier Sánchez Menéndez, libro en el que su autor ha sabido interpretar y desenmascarar un fenómeno tan corrosivo como el de la mediocridad, una mediocridad que unifica criterios, que los nivela tomado como medida cotas bajas y que, por su propia supervivencia, suele aborrecer de lo que se sale de la norma, lo distinto, un mediocridad que ve en lo diverso una anomalía que hay que erradicar. «La mediocridad —escribe Javier Sánchez Menéndez— es el esmero que ponemos en creer las mentiras», una mentiras que tranquilizan las conciencias, las adormecen.

     Javier Sánchez Menéndez se ha enfrascado en un proyecto de tal envergadura que puede amedrentar a los más timoratos. Numerosos libros de poemas, Fábula —«un manual de contemplación» distribuido en diez volúmenes, de los que se han publicado hasta la fecha cinco— y los diversos títulos que recogen su obra aforística —resumen y esencia de un pensamiento en absoluto acomodado a las servidumbres de la realidad— conforman un corpus estético de alta pulsión vital que, sin embargo, no pierde de vista las raíces del ser y su vinculación con la naturaleza porque «El camino de superación es un camino de pensamiento, de introspección, de naturaleza. Y dentro de la naturaleza en la compasión por el débil ahí está la raíz de la bondad».

     Ética para mediocres está dividido en cinco secciones que tienen profundas concomitancias conceptuales. La reflexión sobre la mediocridad se realiza no solo en la sección que da título al libro, sino también en las restantes porque cuando escribe, por ejemplo, sobre literatura, sus opiniones buscan desenmascarar a los oportunistas: «La cantidad de nombres que aparecen por todas partes, que se exhiben y que exhiben, que nadie recordará en unos años», escribe atinadamente. Otro tanto ocurre cuando indaga sobre ética y moral («¿Moral? No la queremos. Admiramos la ética»), sobre las contradicciones del ser humano o sobre el mismo aforismo, sobre el que ensaya numerosas definiciones, aunque nos quedamos con esta: «Aforismo es misterio y es silencio, pero también es tributo» .

     Como vemos, los aforismos que integran Ética para mediocres son fruto de un pensamiento que ha sabido trascender lo abstracto y descontextualizar el lenguaje que lo nombra para aproximarse al concepto, esa mezcla de atención y contemplación, eje central de su búsqueda existencial y sintagma donde convergen sus inquietudes y sus reflexiones. Los aforismos de Sánchez Menéndez son ideas, sentimientos, expresiones intelectualizadas a través de la paradoja que nacen en busca de un lector paciente y crítico, un lector que desprecie la mediocridad, porque «La mediocridad nos aleja de la sensatez, de la cordura y de la discreción». El libro finaliza con una reflexiones de mayor extensión que la propia del aforismo, aunque lo de menos es el género en el que las queramos encuadrar, lo que nos interesa subrayar es que denuncian el exceso de vanidad que lleva aparejada la mediocridad, el ansia de protagonismo que, generalmente, mantiene una relación inversamente proporcional a la calidad del autor, y un servilismo que hace de quien lo ostenta, un ser inseguro y rencoroso, un ser, en definitiva, mediocre.

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