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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: julio 2017

MIREN AGUR MEABE. ESPUMA EN LAS MANOS*

31 lunes Jul 2017

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MIRENMIREN CUBIERTA

MIREN AGUR MEABE. ESPUMA EN LAS MANOS. TREA POESÍA, 2017.

 La lekeitiarra Miren Agur Meabe (1962) goza de un amplio reconocimiento en su región natal. Ha obtenido el Premio Euskadi de Literatura Juvenil en tres ocasiones y ha sido merecedora del Premio de la Crítica en 2001 y 2011 por los libros Azalan kodea (El código de la piel) y Bitsa eskuetan (Espuma en las manos), sin embargo, ese reconocimiento del que hablamos es prácticamente inexistente en el resto del territorio nacional. No deja de ser curioso que las traducciones de otras lenguas estén aumentando significativamente en los últimos años (lo cual es digno de agradecer), pero siguen siendo escasísimas las que se realizan del euskera, del catalán o del gallego al castellano, de tal forma que para un lector no bilingüe resulta más fácil estar al tanto de la poesía que se escribe en Polonia o Estados Unidos que de la que se escribe, por ejemplo, en Euskadi., por eso hay que resaltar el esfuerzo por normalizar esta situación que hacen las pequeñas editoriales independientes, como es el caso de Trea o Valparaíso Ediciones, que acaba de editar el libro de Juan Kruz Igerabide, Lento asedio de niebla, Premio Nacional de la Crítica en 2016. Nos consta además que hay otras editoriales con el punto de mira puesto en paliar esta anomalía, como la renovada Libros del Aire.

     La trayectoria de Miren Agur Meabe está jalonada por libros importantes no sólo en el ámbito poético sino en el narrativo y, como hemos señalado más arriba, en el de la literatura infantil, pero por centrarnos en la poesía, motivo de este comentario, diremos que ha publicado, entre otros, los siguientes libros de poemas: Iraila (1984),  Nerudaren zazpigarren maitasun olerkiari begira (1985).) Arratsezko poemak (1987), Peneloperen poemak.1989), Oi, hondarrezko emakaitz! (1999), Azalaren kodea (2000) traducido en 2002 al castellano y publicado por la editorial Bassarai, Itsaslabarreko etxea (2001) y Bitsa eskuetan (2010), La espuma de los días, el libro que ella misma ha traducido para la editorial Trea.

     En una especie de poética que escribió para el Portal de la Literatura Vasca, Miren Agur Meabe afirma: «Escribo para ordenar las estanterías de mi interior, para poner al día mis recuerdos, para racionalizar mis miedos, para analizar las huellas de una vida paralela… para no olvidar quién soy. En ese sentido, la poesía es una solución creada por la necesidad de aplacar la sed y el pánico. Y para hacer frente a la sed y al pánico tiendo la mano a la cotidianidad». Efectivamente, mucha cotidianidad hay en estos poemas, pero no se trata de una cotidianidad plana, limitada a la mera descripción de los sucesos que ocurren a lo largo del día. Estos son solo el escenario en el que los diferentes estados de conciencia que atraviesa la autora promueven la reflexión sobre su identidad, sobre su condición de mujer; donde se percibe la transformación del cuerpo y se suscitan interrogantes sobre el devenir vital, sobre la fragilidad del ser, acuciado por el dolor, por la enfermedad y la muerte.

El libro está dividido en tres partes. La primera de ellas, «La vie en rose», acoge paradójicamente los poemas más cargados de crítica, aunque el título hay que leerlo en clave irónica: «¿Cuánto vale una mujer/ que no quiere saber y nada pide?», se pregunta. Esa condición femenina a la que aludimos adquiere consistencia en función del constructo social que la determina, algo a lo que Miren Agur se opone con la fuerza de un lenguaje que no rehúye lo corporal, lo físico como anclaje con la historia.: «Ahora es la palabra venda de mi herida./ ahora es gasa gris esto de mi vida». Las fluctuaciones del amor intervienen también en esa construcción sumaria de la identidad, y un poema como el titulado «Pacto», lo pone de manifiesto con este verso final: «consuélame del mundo». Los poemas de Miren Agur Meabe son descarnados, no eluden ningún tema, por inusual que sea (la menstruación, la orina, el esperma, etc), forman parte de eso que Edurne Portela ha llamado “la poética de la fragilidad”. No alcanzan el grado de crudeza de Sharon Olds, por ejemplo, pero tampoco contemporizan con lo políticamente correcto. Nombran a las cosas sin atender a los recursos de una lírica amansada—la conciencia del envejecimiento, la ruptura con la visión estereotipada de la feminidad, el cuerpo como espacio que recoge las contradicciones del ser—, aunque eso no es óbice para que abunden momentos de especial belleza, con en este párrafo del poema en prosa «Automitología de la Jolie Fille»: «En otra ocasión —era época de mareas vivas y la crema vainilla de las olas había manchado los labios de la playa como un suflé de pus—, la misma niña y sus amigas me desnudaron para jugar a las familias pues yo era, según ellas, la muñeca de todas».

La segunda parte, «La sombra de la arena», narra la enfermedad de la madre y el fatal desenlace. No resulta nada fácil distanciarse de un acontecimiento tan desgarrador como la muerte de un ser querido y no siempre el lastre de ese suceso, las confesiones y los exámenes de conciencia que da lugar, nos ayudan a eludir el patetismo, pero nuestra poeta es un ejemplo de cómo la escritura es capaz de servir de bálsamo que aplaca el dolor. Ese distanciamiento permite fijar la mirada en un entorno que permanece impasible, porque, por poner un ejemplo, «La hormiga no comprende el paisaje transformado». Solo el espacio de la intimidad sufre esa transformación que la ausencia obra en quien permanece en esta orilla. En «Toallitas íntimas», última sección, resurge la poeta gozosa de vivir. El amor de nuevo es capaz de hacer renacer la esperanza, aun en ningún momento estos poemas pequen de una ingenuidad más propia de otras épocas de la vida. Miren Agur Meaba es una poeta experimentada y sabe destilar la sabiduría que dan los años, por eso no se deja seducir por cantos de sirena. Sus versos delatan esa contención emocional del escéptico: «Limpiar la sangre del adiós con toallitas, coger tu nombre con los ojos,/ dejar secar al aire las ropas del saliva que me haces./ Lograr la caricia y el frescor, después de todo». Después de todo, como decía José Hierro, todo es nada.

*Reseña publicada en el suplemento Sotileza del El Diario Montañés el 28/07/2017

 

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JAVIER SÁNCHEZ MENÉNDEZ. LA ALEGRÍA DE LOS IMPERFECTO

27 jueves Jul 2017

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JAVIER SÁNCHEZ MENÉNDEZ. LA ALEGRÍA DE LOS IMPERFECTO. COL.ADORISMO. EDICIONES TREA, 2017

La asturiana Trea es una de las editoriales que desde hace más tiempo viene apostando por el género del aforismo, tan en boga últimamente. Por poner un ejemplo, un autor como Fernando Menéndez, uno de los más persevantes aforistas de nuestra lengua, encontró acomodo en la editorial hace ya algunas décadas y José Ramón González publicó una antología del género hace un lustro, aproximadamente: Pensar lo breve. Aforística española de entresiglos (1980-2012). Ahora nos presenta la última obra del poeta, ensayista y editor Javier Sánchez Menéndez(Puerto Real. Cádiz, 1964), La alegría de lo imperfecto, un libro de aforismos dividido en tres apartados, «Artilugios», en la que está incluido este aforismo que parece ser el leitmotiv del libro: «La auténtica alegría suele ser la alegría de lo imperfecto». La economía verbal, una de las características del aforismo, tutela los incluidos en este libro. Prácticamente ninguno de ellos sobrepasa la línea, en busca, acaso, de una precisión semántica que no está reñida con la ambigüedad, con la ironía y la paradoja. Los temas que frecuenta Javier Sánchez Menéndez son muy variados. Nada escapa a su ojo escrutador. La política, el crítico, el poeta y la poesía («La poesía de ahora no hay que fomentarla, hay que formatearla»), la moral o la estética («Cada día me interesa más la ética que la estética. La literatura está repleta de estética sin ética»), la hipocresía o el odio («La admiración es la modestia de la hipocresía».

   La segunda sección tiene un título absolutamente explícito: «El orgullo de los necios»: las pistas que nos brinda no pueden ser más elocuentes, pero por si cabía alguna duda, comienza con este aforismo: «La vanidad es el orgullo de los necios». Muchos de ellos no escapan al lirismo del poema: «La verdad es esa gota de agua que recorre tu muslo mientras cerramos los ojos». En otros, sin embargo, el lirismo da paso al anatema: «La vida es una mierda repleta de dulzura». La reflexión que suscitan tan tajantes afirmaciones en el lector carece de importancia, porque Javier Sánchez Menéndez parece tener las cosas muy claras, parece buscar anuencia, no complicidad.

   La última sección del libro, «Vanidades», está integrada por textos de mayor envergadura que proceden, sin ninguna duda, de su experiencia como editor. La confrontación con los autores no se puede evitar, pero Sánchez Menéndez consigue sublimarla gracias a unos textos que funcionan por aproximación, por sugerencias. Me parece una solución muy acertada. Se evita así rememorar experiencias ingratas, aunque nunca se sale indemne de ellas. La vanidad inherente a todo creador adopta, a veces, caracteres patológicos. De todos es sabido, pero un autor que es, además, editor, debe utilizar la ironía poner en su sitio al presuntuoso, aunque eso signifique contradecirse a sí mismo: «Prometí portarme bien. Desde entonces no muerdo mis uñas ni arranco los pelos de la barba. He dejado de ser extraño. Voy a olvidarme del mundo. A la segunda irá la fructuosa». No importa, estas vueltas de tuerca forman parte de las ideas más refrescantes del libro.

LORENZO OLIVAN. DEJAR LA PIEL (1986-2016)*

24 lunes Jul 2017

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LORENZO OLIVAN. DEJAR LA PIEL (1986-2016). EDITORIAL: PRE-TEXTOS/FUNDACIÓN GERARDO DIEGO, 2017

Es muy posible que Lorenzo Oliván (Castro Urdiales, 1968) sea uno de los autores que más, y con mayor profundidad, ha reflexionado sobre un género hoy tan de moda como el aforismo —conviene recordar además que Oliván lleva practicándolo desde su inicios como escritor (Cuatro trazos, su primer libro, data de 1988)—, por eso resultan especialmente interesantes los comentarios que bajo el título de «Sedimentación de una poética», anteceden a Dejar la piel 1986-2016, el libro en el que recoge lo mejor de su producción en este campo. Establece Oliván una clara distinción entre aforismo y fragmento, término que él prefiere, porque «los aforismos tienden a jugarse más bien como cápsulas de pensamiento y, en mi práctica de ese género fronterizo, la reflexión existencial (abierta a la ironía, a la indagación filosófica y a la pulsión metafísica) ha convivido desde siempre con las imágenes, las metáforas y los símbolos, es decir, con un componente eminentemente plástico, libre de todo desarrollo discursivo». Entendemos por tanto, que la mixtura de pensamiento e imagen —no importa en qué proporción— resulta imprescindible para justipreciar estos textos, pero no es menos importante el uso de la ironía, una ironía que tiene como sujeto principal al autor mismo («me gusta, mucho más que buscarme a mí mismo, buscarme las cosquillas. ¡Pero es tan difícil hacer uno reír a solas!»), pero también el entorno («Trabajan de una forma compulsiva. Cargan con mucho más peso del que deben. Y se ve claramente que llevan una vida hueca. Son las hormigas»), lo que no implica que se frivolice sobre los asuntos analizados, todo lo contrario, efectúa una especie de purga que ridiculiza lo real no restándole trascendentalidad, sino añadiéndole matices que la resaltan, por muy nimia que sea la imagen que lo sustenta: «La luz que entra por las rendijas de la persiana te mira dormir a mi lado igual que te miro yo: sin pestañear siquiera»). Oliván reclama una mirada detenida sobre las cosas, una mirada que ausculta no solo el objeto de su contemplación, sino los detalles que lo particularizan, que lo hacen uno siendo semejante a otros: «Mirar bien cómo se mira me parece que ha de ser una de la preocupaciones centrales de la creación poética», escribe en el citado prólogo, y muestra sin ambages su perplejidad ante lo que le rodea, acaso porque, según dice, «Cuanto más observo la realidad más extraña me parece. La gente que no encuentra extraña la realidad casi ni la mira». Los temas frecuentados en Dejar la piel son muy variados, como no podía ser de otra forma, tratándose como se trata de una recopilación que incluye el citado Cuatro trazos, La eterna novedad del mundo (1993), El mundo hecho pedazos (1999), Hilo de nadie (2008) y un adelanto de Cambio de rasante, el libro en el que está trabajando actualmente. La identidad, un yo contradictorio que se reconoce en sus opuestos tanto como en sí mismo, la imaginación, la realidad, la naturaleza, la oscuridad y la luz, el amor y su representación física, el cuerpo amado («Lo mejor de dos cuerpos que se desean por completo es que se creen y, a la vez, de algún modo, se crean otros») y, significativamente, la escritura («En literatura uno ha de repetirse lo bastante como para alimentar y criar fuerte su obsesión»), la poesía («¿Mi yo en la poesía? Como el del propio fuego, que por pequeño que sea parece que en sí alienta multitudes») son algunos de los temas más recurrentes, analizados desde momentos y ópticas diferentes, en estos fragmentos. No todos, lógicamente, poseen la misma intensidad reflexiva, en algunos, incluso, prima el ingenio por encima de otras consideraciones, aunque, como el propio Oliván afirma, «El ingenio rebaja la verdad, como la solemnidad la agiganta. La verdad sólo pide su justísima altura», pero el tono general es de altísima intensidad, una intensidad semejante a la que encontramos en sus poemas, de hecho, al propio Lorenzo Oliván no le gustan demasiado las simplificaciones genéricas, que suelen tener una utilidad didáctica, pero que resultan insuficientes cuando tratamos de sopesar la densidad de una obra que se ramifica sin ataduras, pero que nace de un mismo tronco, un tronco robustecido tanto por pertrechos culturales como por la experiencia vital, un tronco que, como hemos dicho, se ensancha y crece hacia las alturas con vigor, con seguridad, creando un entramado creativo excepcional al que nutren por igual la luz solar y la oscuridad subterránea. Lorenzo Oliván se deja la piel en su escritura, en cualquiera de las formas que esta adopte, por eso su obra toda se ha convertido en un referente tanto para poetas jóvenes como maduros.

*Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañés, el 21/07/2017

LUIS MIGUEL RABANAL. LOS POEMAS DE HORACIO E. CLUCK.

19 miércoles Jul 2017

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LUIS MIGUEL RABANAL. LOS POEMAS DE HORACIO E. CLUCK. COL. LA RAMA DORADA. HUERGA Y FIERRO, 2017

Después de la publicación de su poesía reunida en Este cuento se ha acabado (Renacimiento, 2017) y de la publicación del libro de relatos La verdadera historia de Montserrat C., Rabanal vuelve a la carga con los poemas de un alter ego, Horacio Estanislao Cluck, en un libro denso y cargado de contrastes como es Los poemas de Horacio E. Cluck, un libro dividido en cinco secciones de las que hablaremos a continuación. La primera de ellas, la titulada «Los constructores de palabras», tiene un alto componente metapoético: «cuenta las palabras que te quedan por decir», escribe en el primer poema del libro, pero qué significa eso para alguien que escribe «desde otro mundo ajeno,/ el de las figuraciones imposibles», acaso porque lo que llamamos mundo real se le presenta al autor, Horacio E. Cluck, inabordable, porque lo que llamamos realidad es un constructo que determina una identidad en precario, subvertida, aniquilada por la fuerza de los hechos. El autor necesita reinventarse, ser otro distinto al que es, pero la inmediatez de las palabras no consigue reconstruir esas formas físicas cambiantes: «Ese soy yo, el que ya no es yo/ y sin embargo se mutila ferozmente/ porque trata de asirte con su cuerpo ajado./ Afuera se oye el trepidor confuso/ de la tarde y él bosteza,/ y tiene miedo». La segunda parte, como la cuarta, se titula «Desnudos». Ambas están integradas por poemas en prosa, un género que es, en teoría, menos contenido que el poema en verso, sujeto a unas reglas rítmicas menos estrictas (aunque, en este aspecto, cada vez más las convenciones tradicionales gocen de menos seguidores) y que tiene vinculaciones evidentes con el poema escrito en verso libre. Estos poemas de carácter narrativo no se limitan, sin embargo, a seguir una línea discursiva lógica. Hay alteraciones rítmicas que nos hacen suponer que lo irracional, la simultaneidad temporal que provoca la ensoñación o cierto sonanbulismo premeditado forman una parte esencial en la búsqueda de un lenguaje abarcador de la experiencia al completo, una experiencia en la que intervienen las evocaciones, las presunciones, las complicidades, los silencios, las imágenes (óleos, fotografías, grabados, fotogramas) y las palabras, palabras que reclaman una forma de mirar, de apropiarse de lo visto: «El poema recurre a tu vestido, te lo quita de golpe como si un leve temblor cerrase tus párpados y azotara tus nalgas con avivado deleite». Me pregunto, sin embargo, si otorgar tanto dominio no será cargar a las palabras de excesivas responsabilidades, aunque acaso esta forma de despojamiento nos conduzca a una realidad más real que la propia realidad. Existen, a pesar de mostrar un título similar, diferencias entre los «Desnudos» de la segunda parte y los de la cuarta. En estos últimos, el amor es interpretado más como un acto físico —aunque esa fisicidad provenga del inconsciente— que como un sentimiento, el amor no se identifica con la belleza sino con un cuerpo al que se fustiga desde unos ojos que no pueden tocar lo inalcanzable: «Algo le ocurre hoy a esta muchacha, velada e irremediable, que no alcanzas a mirar, que se vierte y se vierte y se vierte y se sale, que huye sin ti». Los poemas están compuestos a base de instantáneas que provienen de estratos diferentes de la mente, de ahí que atesoren cierto hermetismo o, por el contrario, ofrezcan una multiplicidad de sentidos que puede desorientar al lector. El torrente imaginativo de Luis Miguel Rabanal es caudaloso y, ya se sabe, no es fácil navegar en aguas bravas. Las dos secciones restantes del libro, «Imploro llamas y adivinos» y «El viaje», están compuestas en verso. Hay en la primera un alegato a favor de las máscaras del yo con las que se presenta ante los demás, en este caso a través de la escritura. El hombre miente, se traviste, es un extraño incluso para sí mismo: «Mientras dura el engaño se viste como ellas/ porque no importa mentirle a la vida,/ ni robarle al olvido muslos ignorados/ sin amor y con furia». El hombre habita en un cuerpo en el que no se reconoce, un cuerpo que se rebela y al que se intenta domeñar en la página: «Hallarán los calcinados restos/ del hombre que ansiaba ser distinto,/ reciente aún su efigie/ en las monedas, y es el odio/ que llega a remedar su desaliño grande».

El viaje que se realiza en la última sección del libro tiene más que ver con lo intangible que con lo tangible. No es un viaje físico, sino mental, producto de esa ensoñación permanente a la que el poeta parece aspirar. «El viajero eres tú/ y la desolación escucha tus latido./ No, no debes volver». El viajero inmóvil recorre los caminos con el poder de su imaginación. El viajero inmóvil viaja por el cuerpo como quien se interna por las calles de una ciudad desconocida, el viajero inmóvil sabe que el verdadero viaje es que tiene como destino el conocimiento de sí mismo, porque «El viaje hacia uno mismo no termina nunca».

La poesía de Luis Miguel Rabanal es sensorial y arrolladora, indómita como un caballo desbocado, con una mezcla no siempre proporcionada de intensidad y desesperación. Ese estado de efervescencia poética en que parece vivir el poeta produce poemas que no se sabe muy bien si proceden del inconsciente o de sueños astutamente dirigidos, por eso quizá, una de las mayores virtudes de su poesía, la elocuencia expresiva colinde en muchas ocasiones con cierta incoherencia discursiva.

VERDAD Y MEDIA. ANTOLOGÍA DE AFORISMOS ESPAÑOLES DEL SIGLO XXI (2001-2016

17 lunes Jul 2017

Posted by carlosalcorta in Miscelánea

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VERDAD Y MEDIA. ANTOLOGÍA DE AFORISMOS ESPAÑOLES DEL SIGLO XXI (2001-2016). SELECCIÓN DE LEÓN MOLINA. COLECCIÓN AFORISMOS. ISLA DE SILTOLÁ, 2017

Lo primero que debemos reconocer al tener en las manos un libro como este es su absoluta pertinencia. La avalancha de publicaciones que el género aforístico ha producido en los últimos años hacía necesario una evaluación del fenómeno y una ponderación crítica que permita al lector discernir los nombres imprescindibles y realizar una mirada panóptica sobre los miles de aforismos que se escriben cada año. Como ya se ha dicho, toda antología lleva aparejado una serie de limitaciones que van desde el gusto del antólogo hasta el periodo temporal escogido, pasando por las limitaciones formales inherentes a toda publicación y los criterios de edición, criterios que, dependiendo de lo rigurosos que se presenten, dejan inevitablemente fuera a algunos autores no exentos de interés. Esta antología, Verdad y media, preparada por ese magnífico aforista que es León Molina (San Juan de Lajas. Cuba, 1959) resulta, según los parámetros que hemos mencionado más arriba, ejemplar, aunque echemos en falta un análisis teórico sobre el género: «Este libro se configura como un antología, una selección y no como un estudio crítico». A pesar de ello, Molina no puede sustraerse a añadir alguna consideración, como la siguiente: «Solo [queremos] apuntar de nuestra cosecha que la influencia de las redes sociales es indudable y que ofrece a esta proliferación lo bueno y lo peor. Existen sin duda brillos escondidos en la red, pero existe también una enorme cantidad de “ruido” que más que desarrollar y enriquecer el género lo deforman, afean y trivializan, enviando quizá el mensaje de que cualquier frase medianamente ocurrente, cualquier chiste, cualquier pretendida sabiduría pedestre es un aforismo». No nos cabe duda de que Molina tiene toda la razón en mostrar sus reticencias al maremagnun que se publica en la red, donde la profusión desaforada apenas permite discriminar, separar el polvo de la paja. Ocurre en todos los géneros, por eso el trabajo de selección debe ser arduo y con la exquisita finura de un buen conocedor del género. León Molina expone los «filtros de selección» que han guiado su trabajo: en primer lugar, la temporal, que abarca desde 2001 hasta los primeros meses de 2016. En segundo lugar, se han priorizado los textos más breves (esencia, por otra parte, del aforismo); el tercer filtro tiene que ver con el estilo. Se han dejado fuera las greguerías y las «ocurrencias más o menos chistosas». En cuarto lugar, se han desechado los aforismos que no se hayan concebido como tales, sino que forman parte de textos de otra índole. Por último, el autor ha pretendido hacer una antología de aforismos, no de aforistas. Bien, como decíamos más arriba, el antólogo tiene potestad para definir su criterio y los mencionados son tan válidos como cualquiera otros. Con estas premisas, León Molina divide el libro en veinticinco secciones, encabezadas cada una de ellas por una cita y cuyo criterio responde a motivos temáticos, aunque, como hemos dicho en otras ocasiones, resulta muy difícil deslindar temáticamente contenidos que poseen más de un argumento. En las más de cuatrocientas páginas de esta Verdad y media tiene cabida todos los temas imaginables y es tal la cantidad de nombres que resulta imposible mencionarlos a todos en una reseña, pero sí me gustaría citar a algunos de los imprescindibles en cualquier recuento, Ramón Eder, Lorenzo Oliván, Jorge Wagensberg, José Luis García Martín, Cilleruelo, Manuel Neila, Arcas, Karmelo Iribarren, Aitor Francos, Andrés Neuman, Doce, Cabrera, Ángel de Frutos, Rivero Taravillo, Marzal, Gabriel lnsausti, Sánchez Menéndez, Erika Martínez, Virtanen o el propio Molina. Si todo libro de aforismos carece de principio y de final porque podemos leerlo por la página que abramos al azar, Verdad y media, como antología que es, cumple esta premisa con mayor pericia. No importa la página, en cualquiera de ellas encontraremos motivos para seguir leyendo.

EVELYN DE LEZCANO. LA CALIGRAFÍA DE LOS ISÓPODOS

13 jueves Jul 2017

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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EVELYN DE LEZCANO. LA CALIGRAFÍA DE LOS ISÓPODOS. HUERGA Y FIERRO EDITORES. 2017

Lo primero que uno se pregunta al leer el título de este libro, La caligrafía de los isópodos —un título, por otra parte, sugerente— es qué son los isópodos. Pues bien, una rápida consulta a la Wikipedia remedia, en cierta medida, mi ignorancia: «Los isópodos son el orden más diverso de crustáceos de amplia distribución en toda clase de medios, especialmente en los marinos, aunque existen especies terrestres y dulceacuícolas». ¿Qué analogía pretende establecer entonces Evelyn de Lezcano, en este su tercer libro, entre la involuntaria caligrafía que en su acontecer cotidiano van construyendo dichos crustáceos y el devenir del ser humano? A eso es a lo que nuestra autora dedica los casi cien poemas del libro, pero que nadie se llame a engaño, no vamos a encontrar en ellos, por fortuna, respuestas de tipo biológico ni indagaciones gnoseológicas. De Lezcano desarrolla sus pesquisas a través de la observación, pero no como alguien acostumbrado a convivir, sin preguntarse nada, con todo aquello que le resulta familiar (Paul Valéry decía que «Hay una especie de construcción de la visión de la que nos hemos dispensado gracias a la costumbre»). Todo lo contrario, la complicidad entre el mundo animal y el humano que trata de encauzar nuestra poeta se basa en una menesterosa atención a los detalles, como, por ejemplo, ser testigo del efecto que el repiqueteo de la lluvia sobre su caparazón produce en sus movimientos: «Así la lluvia para que huyan y se alarguen/ de los surcos de tus manos a los surcos de la tierra/ al cobijo de un arbusto/ al ritmo del silencio/ al lugar de los isópodos». El libro, como he dicho, es extenso y, sin duda, complejo, a pesar de que el lenguaje directo y coloquial con el que están construidos los poemas insinúe lo contrario. La excusa de los isópodos es una artimaña bien empleada para especular sobre el rol de la mujer en la sociedad actual: «La mujer repta sus ojos sobre los ojos de otros/ por error/ y por error,/ lanza sobre un medio día de ceniza/ un precipicio de pupilas./ Se derrumba en un erial sin nombre,/ la mujer,/ gota última del grifo, perpetra un árbol,/ el primer golpe del haca que escarba en la rama,/ el suspiro del hierro en la sangre/ y la mujer/ y el error»; sobre las relaciones familiares, sobre lo siempre intrincados conflictos de identidad: «Se significa ella,/ parte velada responde a todos los nombres,/ se construye con todos los fragmentos./ Algo así,/ como la turba,/ se significa ella»; sobre «los pantanosos confines de la memoria», porque «La memoria adultera los recuerdos», y no faltan, además, reflexiones sobre el propio acto de escribir, sobre la presunta fidelidad de la palabra al pensamiento: «¿Y si la pregunta que se diluye en la palabra/ es la sibila que vaticina el pasado?». La inteligente combinación de versos de largo aliento con otros más breves hace que la lectura de La caligrafía de los isópodos no resulte fatigosa, a pesar de que la mayoría de los poemas dicen mucho más que las palabras significan. Hay muchas capas de sentido que desvelar en ellos, por eso yo recomendaría leerlos con parsimonia (como, por otra parte, debemos leer siempre la poesía), dejando que el eco de las palabras se propague por los pliegues de la mente o perfore la superficie, como «las raíces de un árbol bajo las aceras».

 

AITOR FRANCOS. FILATELIA

11 martes Jul 2017

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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aitor francos filatelia

AITOR FRANCOS. FILATELIA. PROLOGO DE JOSÉ CEREIJO. RENACIMIENTO, 2016

José Cereijo en el equilibrado prólogo que el poeta escribe para la ocasión, no se anda por las ramas y entra rápidamente en materia. ¿Qué significa estos? Pues que lo primero que hace es definir lo que es un haiku, para, a partir sus características («la sencillez, el no rebuscamiento, la simplicidad y naturalidad del tema, pero aportándole una mirada que no es la de costumbre. Un quiebro que tiene pero objeto desnudar a lo real el disfraz, del camuflaje que el hábito le impone». Pero aquí Cereijo nos habla de lo que debe ser, pero no de cómo se logra hacerlo. No tardará en dejarlo claro: «No [es] simplemente, por tanto, un juego de ingenio, sino una llamada a la autenticidad, a ver de veras las cosas. A establecer una relación personal, viva, con ellas, en lugar de conformarnos con el sendero fácil, trillado y de nadie que nos proporciona lo convencional».

     No nos cabe ninguna duda de que los hiakus de Filatelia se adscriben sin ningún problema a los parámetros señalados por el prologuista (aunque en la sección titulada «El cuaderno del vendedor de sal», el autor se tome ciertas libertades métricas) porque Aitor Francos (Bilbao, 1986) como excelente poeta que es —ha publicado libros como Igloo (2011), Un lugar en el que nunca he escrito (2013), Las dimensiones del teatro (2015) y el libro de aforismos Fuera de plano (2016)— conoce el valor de la mirada, sabe cerrar los ojos para verse por dentro, pero también sabe fijar la mirada y detener el instante que sucede frente a ella. Un acto tan banal y rutinario como recoger la ropa del tendedero y doblarla motiva esta estrofa: «Pliega su ropa,/ y encuentra dentro un mapa/ desconocido».

     Los temas que frecuenta Aitor Francos en estos haikus tienen mucho que ver con la tradición: la naturaleza, el paso del tiempo, las variaciones atmosféricas, pero su poesía no se ciñe estrictamente a ellos. Se adentra también en uno de los motivos más recurrentes de su poesía, el análisis del proceso de la escritura y el papel que oficia el escritor durante ese proceso: médium a veces, otras, sin embargo, artífice de la transformación semántica que se produce durante la escritura: «La pared blanca./ Cerca duerme el poeta,/ que ya no escribe». La impresión que deja en la retina una imagen fugaz se transforma gracias al poder sugeridor de la palabra en algo más, en un eco reflexivo que resuena en la mente del lector mucho después de haber leído el poema, aunque su propia reconstrucción imaginaria de dicho instante tenga poco que ver con el motivo que dio origen al poema. Esta es una de las mayores virtudes del haiku, del poema en general: ser una especie de trampolín para ascender a otro nivel de comprensión, un nivel, una cota señalada por la intuición, por una percepción alerta, por aquello que está más allá de la lógica.

     Aitor Francos es un poeta que se maneja con fortuna en poemas de largo recorrido, por eso, cambiar de registro para adecuarse a una estrofa tan breve, posee un doble mérito, pues supone reconstruir su mundo desde unos presupuestos distintos, tapar las grietas no con la argamasa del discurso envolvente sino con un material tan dúctil y evanescente como el detalle: «Tenaz oficio/ el de escribir un haiku./ Contar destellos». Ese contar destellos resulta ser la esencia de esta composición que convierte la brevedad no en límite del significado, sino en posibilidad, en pluralidad, de ahí su permanencia, de ahí que su lectura nos invite a comenzar de nuevo.

JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN. TODO LO QUE SE PRODIGA CANSA*

10 lunes Jul 2017

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN. TODO LO QUE SE PRODIGA CANSA. ISLA DE SILTOLÁ, 2017

La colección «Aforismos» de la editorial sevillana Isla de Siltolá ha alcanzado con este libro el número 20, lo que viene a corroborar el auge de este género en los últimos años, un auge compartido con el haiku y sobre el que García Martín —no sin cierta ironía, en cuyo manejo es un consumado especialista— muestra sus reservas, como cuando alude a su intención de no escribir jamás un libro de este tipo: «Creo que tienen que ver con la “facilidad” de los dos últimos géneros (cualquier escritor sin demasiados escrúpulos puede perpetrar una colección en menos de una semana: quien hace un haiku hace un cierto)». A tenor de la prodigalidad de la que somos testigos, no podemos negar que hay mucho de cierto en esta crítica. Pero entonces, podemos preguntarnos, ¿por qué el autor se contradice y acaba cayendo en su propia trampa? Como comprobamos al leer el prólogo, esto es verdad solo a medias. No podemos negar que «Todo lo que se prodiga cansa» es un libro de aforismos, pero conviene matizar esta aseveración: «Publico un libro de aforismos —escribe García Martín— porque desde siempre me ha gustado hacer frases y esas frases andaban por ahí desperdigadas en mis diarios, en las redes sociales y en la memoria de mis amigos que han tenido la paciencia de escuchármelos una y otra vez».

     Aclarado el origen de estos aforismos algo que, por otra parte, resulta irrelevante, conviene reconocer la oportunidad de agruparlos en un solo volumen para saborear las muchas virtudes de la escritura de José Luis García Martín, un autor que sabe combinar como nadie el binomio vida/literatura, que sabe mofarse de sí mismo y alabar el talento ajeno, que no cae en la falacia cuando habla de la felicidad o del amor, que sabe que el mejor viaje es reconocerse en el azogue del espejo del pasado.

   «Todo lo que se prodiga cansa» está divido en ocho secciones, que lejos de ser estancas, mantiene correspondencias en su intensión y en su impulso. No es fácil hacer una selección de estos aforismos porque con un notable número de ellos podríamos empapelar la habitación, pero me gustaría transcribir una sucinta muestra de cada uno de los apartados, no sin antes señalar que el gusto por la paradoja, por darle vuelta al guante del significado habitual, por el oxímoron son características comunes a todas ellas: El asunto de la identidad integra la primera sección, «Autorretrato de desconocido», como podemos ver en este ejemplo, «Soy un desconocido al que conozco demasiado bien»; en la segunda, «Mentirosas verdades», habla del autoengaño como modo de supervivencia, relativiza verdades que parecen inmutables, por eso quizá sea imprescindible «Saber mentirse a sí mismo con convicción [porque ese] es uno de los secretos de la felicidad». Un tema muy recurrente y donde García Martín despliega toda su capacidad irónica es el de la «Poesía y poetas»: «Para la poesía —escribe— los poetas no son sino un mal necesario». El sentido del humor se basa en una máxima infalible, para reírse del prójimo hay que saber reírse de uno mismo, y algo de esto hace el autor en «Acerca de la crítica», cuando escribe que «Nadie medianamente inteligente se dedica a la crítica» o «Si te dedicas a la crítica y no tienes enemigos mejor dedícate a otra cosa». Un título de ecos alexandrinos, «Historia del corazón», agrupa los aforismos más íntimos, en los que tampoco está ausente la ironía: «El amor solo resulta peligroso cuando es correspondido». Ecos de meditación oriental percibimos en «Aire de oriente» aunque, contra lo que pudiera sugerir el título, contiene los aforismos más extensos. «Ateologías», una sección iconoclasta «Dios lo sabe todo, pero no se entera de nada», da paso a la última y más extensa del libro, «Todo y nada», una especie de totum revolutum en la que tienen cabida asuntos de diverso linaje, el arte de la escritura, el amor, el paso del tiempo, la vanidad, la religión o el narcisismo, temas, por otra parte, tratados en las secciones precedentes. Antes de finalizar este comentario, me gustaría reproducir estas palabras de García Martín: «Los buenos lectores de aforismos […] jamás leen los libros de aforismos de un tirón ni de la primera a la última página. Solo picotean acá y allá, sonríen, se sorprenden, se indignan, se asombran, asienten, se extrañan y luego, a los pocos minutos, cierran el libro para continuar en otro momento y, si el autor lo merece, durante el resto de su vida»:. Nada más cierto. Sigan su consejo.

*Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza  de El Diario Montañés, el 7/07/2017

JESUS CÁRDENAS. JORGE MEJÍAS. RAÍZ OLVIDO.

06 jueves Jul 2017

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JESUS CÁRDENAS. JORGE MEJÍAS. RAÍZ OLVIDO. EDITORIAL MACLEIN Y PARKER, 2017

Hay libros que, solo con verlos, con tocarlos, con hojearlos despiertan en nosotros un deseo de posesión irrefrenable. Necesitamos hacernos con ellos para darnos el gusto de manosearlos a nuestro antojo, para abrirlos al azar y contemplar los prodigios con los que sus páginas, estamos seguros, nos seducirán; hay libros que son, por su factura, una obra de arte en sí mismos, y esto es lo que ocurre con Raíz olvido, el nuevo libro de poemas de Jesús Cárdenas ilustrado con obras del pintor Jorge Mejías. He dicho poemas ilustrados, ¿o son los poemas los que ilustran las pinturas? Tanto da, porque ninguna disciplina creativa tiene prevalencia sobre otra cuando comparten en igualdad de condiciones espacio y formato. La magnífica edición que nos presenta la editorial Maclein y Parker en su colección «Clemátide» de textos ilustrados, puede presumir de ser, en la práctica, un libro de artista. La calidad del papel empleado en el interior, en la cubierta y en la sobrecubierta, así como el exquisito marcapáginas dan fe de ello.

Pero dejemos el continente y centrémonos en el contenido. Como hemos avanzado, en Raíz olvido se combinan poemas de Jesús Cárdenas (Alcalá de Guadaíra, 1973) con obras de Jorge Mejías (Sevilla, 1967). Ambos, en palabras de Ana Gorría, la prologuista del libro, «apuestan por huir de los lenguajes instrumentales, buscan un lenguaje, un nuevo idioma capaz de tocar las cosas, de ser tocado por las cosas». Raíz olvido es el noveno libro de poemas de Cárdenas, que mantiene una regularidad de publicaciones envidiable desde que viera la luz, en 2006, su primer libro, Algunos arraigos me vienen. En este su nuevo libro, Cárdenas se mantiene fiel a un tipo de escritura no figurativa, con cierto carácter alucinatorio, al que parecen seducirle las abstracciones, aunque un finísimo hilo narrativo que muchas veces se deshilacha («No hay hoja que pronuncie/ un nervio sin perfumar,/ su símbolo desnudo,/ sus hilos invisibles»), intenta conectarlas. Es muy posible que el poeta busque descubrirse en el propio poema («Unos acordes/ ascendentes me bastan ahora mismo/ para escapar// antes de que su piel desnuda talle/ límites espaciales/ y hondonadas de tiempo…»). Es muy probable que el poeta se trasmita a sí mismo —en se afán por escudriñar los límites de la realidad y la conciencia que tiene de ella—percepciones que no entienda del todo, por eso las escribe, como ocurre en el poema «Divagaciones sobre el abismo»: «Los ojos no estaban allí tras lo que buscamos.// Lo efímero aparenta ser larga enredadera/ pero se adelgaza, meticulosa, en espina,/ ese vértigo sin control, acordes de música/ sublimes, tan inalcanzables». Ese andar a tientas sobre las arenas movedizas del significado es el que provoca que Jesús Cárdenas fragmente el discurso con una puntuación entrecortada y fracture el sentido del verso. En ese andar a tientas al que aludimos, cada paso es un riesgo, cada paso se da por intuición o por delirio, y por ambos a la vez: «Somos incertidumbre pura,/ trueno de una tormenta de verano,/ impero de la niebla en la estepa helada». De esa incertidumbre nace la poesía, y esa incertidumbre se apodera de las palabras hasta el punto de que el lector debe preguntarse hacia dónde le conduces, si a descifrar su propia intimidad o a rodearla sin traspasar el umbral por temor a descubrir algo que no le gusta: «(¿Quién puede creerse barco en un mar alborotado?)», se pregunta Cárdenas. Volvemos al prólogo de Ana Gorría: «[Jesús Cárdenas] Presenta a través de estos poemas una indagación del sujeto, sobre las vicisitudes de la vida, de la creación y el destino, así como sobre las posibilidades de la poesía». Cierto, y es consustancial a toda indagación, que se dab pasos adelante y atrás, pasos firmes y pasos en falso, como ocurre en el poema titulado «Fuego», del que extraigo estos versos: «Se presenta clavado entre tus pechos/ con su equipaje abultado de sed,/ con tacto deliberadamente ciego».

El libro está dividido en tres partes, «En busca del instinto», «Llamaradas en lo metálico», «Lo confuso, la tensión». Paradójicamente, a mi modo de ver, pese al título, es esta última sección la que ofrece un mayor equilibrio narrativo. La combinación de tiempos verbales distintos en el mismo poema, la anómala concordancia entre adjetivos, sustantivos y artículos que encontramos a veces, las imágenes de raíz surreal desconciertan, pero enriquecen el significado, un significado enriquecido hasta el exceso por las pinturas de Jorge Mejías, cromáticamente logradísimas, simbólicamente llenas de sugerencias, de aproximaciones casi sonambulescas a una realidad siempre esquiva. Quizá la mejor forma de abordarlas sea el poema titulado «El pintor», cuyos primeros versos transcribo: «El pintor última una escena de naufragio,/ el azul es profundo añil, y, en segundo plano/ un gris va difuminándose/ como si quisiera extenderse por todo el lienzo./ Llega a apoderarse de la obra». El pintor vuelca su energía en el lienzo y la materia se reinventa casi ajena su impulso, la materia se adueña del significado creando otro nuevo por negación, por ausencia, gracias a su propia esencia enigmática.

Raíz olvido es un libro que se atiene de forma escrupulosa a la expresión horaciana ut pictura poesis. Es un placer para el tacto, para la vista, pero también para el pensamiento porque las palabras se tensan buscando un sentido que, seguramente (no son espejos), quizá no puedan expresar jamás, aunque a veces es el precio que se debe pagar atrapar la realidad. Orwell escribió «¿Hay alguien que haya escrito jamás sin que sea una carta de amor con la que sintiera que había dicho exactamente lo que pretendía? Un escritor se falsea a sí mismo tanto intencionada como inintencionadamente […] Y en la mente del que lee o escucha hay aún otras falsificaciones porque, como las palabras no son un canal directo del pensamiento, ve constantemente significados que no está ahí». En resumen, el escritor se descubre a sí mismo mientras escribe. Se descubre o se extravía. Depende del caso.

LEÓN MOLINA. ESPERANDO A LOS PÁJAROS DEL SUR*

03 lunes Jul 2017

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LEÓN MOLINA. ESPERANDO A LOS PÁJAROS DEL SUR (POESÍA REUNIDA 2004-2016). EDITORIAL ISLA DE SILTOLÁ, 2017,

Tengo por costumbre, cuando se trata, como en este caso, de un volumen que agrupa o recopila libros previamente publicados que uno ya ha leído, afrontar la lectura por el final, en este caso por los poemas inéditos que ponen fin al volumen. Me hago así una primera idea de la evolución, en el caso de que la haya, que el autor está experimentando en su quehacer poético. He repetido la operación con este Esperando a los pájaros del sur que recoge la poesía escrita por León Molina (Cuba, 1959) en el período que comprende los años 2004-2016 y me ha parecido percibir algunos cambios en su poética o, quizá, más que en su forma de concebir el poema, de construirlo, en el punto de mira de sus intereses, tratados ahora, según esta percepción, con mayor flexibilidad retórica y con menos afán de trascendencia, algo que ya sucedía con algunos de los primeros poemas de este volumen, pero que ahora, en los inéditos, cobra un protagonismo determinante. La naturaleza sigue siendo fundamental a los ojos de León Molina, y los tres haikus inéditos lo confirman, pero el resto de los poemas inciden más que en lo contemplativo, en lo exterior, en una mirada de dentro a afuera en la que el poeta siente cómo gravita el paso del tiempo en su actos: «Hoy, día en que entra la primavera/ yo estoy comenzando a perder las hojas». Un paso del tiempo que, como decimos, ya ha estado presente en la poesía anterior de León Molina, pero quizá no con una sentido tan desengañado como ahora. Seguramente resulta inevitable, como resulta inevitable enfrentarse a ello con cierta ironía: «Aviso a la muerte que llega tarde/ para evitar que mi nombre figure en la lista de aquellos/ que disfrutaron de la vida./ Sólo tendrá mi cuerpo/ usado, completamente vacío./ Mirad entonces por favor/ en mi nombre su cara./ Ése es el regalo que os dejo». Contrasta esta especie de rendición con condiciones con la visión esperanzada del poeta que escribió: «Hace mucho que no soy joven/ pero todavía no soy viejo». Aquel hombre, aunque el tiempo transcurrido sea de sólo unos meses, es ya otro. Más escéptico, acaso más inseguro. No parece, al menos, ser aquel que veía su «pasado/ convertido en paisaje», aunque en otro poema de ese mismo libro reconozca que se está «haciendo mayor/ ante los ojos de los que me quieren».

     Por otra parte, si algo distingue a la poesía de León Molina es la fuerza de las imágenes y la identificación, la integración del ser que es con la naturaleza, como una más de las criaturas que la pueblan. No hay jerarquía, o no debiera haberla, entre los seres vivos. La misma importancia tienen, a los ojos de Molina, un autillo o una minúscula gota de agua que un nogal o un arroyo. Esa identificación, tan bien construida en los poemas, fruto de una forma de ver paciente y, me atrevo a decir, reverencial, infunde en el lector una sensación de bonhomía, lamentablemente, poco frecuente. Como escribe Antonio Cabrera, «Lo que uno gana leyéndole es la mejor intensificación de la vida. No la espectacular, sino la tranquila. La agradecida, la inteligente».

     En los cuatro libros recogidos en Esperando a los pájaros del sur (El son acordado, 2004; Llegar, 2010; El taller del arquero, 2014 y Un hombre sentado en una piedra (2016)) existe, además, otro vínculo que los articula, el vínculo metapoético. León Molina no cesa de interrogarse y de reflexionar sobre la propia esencia del poema, sobre los artilugios que sostienen los puentes entre el sentir y el decir, ente la forma de percibir las cosas y la manera de definirlas. Son numerosas las ocasiones, pero quizá podamos resumirlas en este poema que resulta, como este comentario, insuficiente: «Escribir, escribir otro poema/ siempre uno más buscando/ ese que nos aguarda/ con su derrota victoriosa/ ese el que desfallecemos/ heridos de un final insuficiente».

*Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza de El diario Montañés, el 30 de junio de 2017

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