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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: agosto 2017

MARINA GURRUCHAGA SÁNCHEZ. LLAMAD A LAS SOMBRAS DE VUESTROS PADRES

31 jueves Ago 2017

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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MARINA

MARINA GURRUCHAGA SÁNCHEZ. LLAMAD A LAS SOMBRAS DE VUESTROS PADRES. EDICIONES LA TIENDA DE KIRGUISE, 2017

 Marina Gurruchaga (Santander, 1970) comenzó su trayectoria literaria a muy temprana edad. En 1990 publicó El manto de oro, libro con el cual había sido finalista del Premio Consejo Social de la Universidad de Cantabria en 1989. El mismo año fue, además, accésit del Premio José Hierro del ayuntamiento de Santander, sin embargo tendrían que pasar más de quince años para que viera la luz sus siguientes libros, Ater y La puerta de Volterra (libro integrado por cincuenta poemas escrito entre 1999 y 2007), ambos publicados en 2007. Es cierto que durante este largo periodo la autora publicó variadas muestras de su escritura en diversas antologías, como Historia y antología de la poesía femenina en Cantabria (1997) o En homenaje a José Hierro (1999) y en revistas como Ultramar, pero como libro individual nos hemos de remitir a las fechas más arriba consignadas. Afortunadamente, a partir de entonces, la frecuencia de títulos de Marian Gurruchaga en las máquinas de la imprenta ha sido más regular. En 2011 publicó La tienda de Kirguise y en 2013 Pareidolia, ambos editados por la editorial de la que ella misma es responsable, Ediciones La Tienda de Kirguise, un proyecto editorial que nació en 2010. Ahora ve la luz un nuevo libro, Llamad a las sombras de vuestros padres, un breve libro de poemas prologado por Óscar Losa, quien define la poesía de nuestra autora como «Poesía con un halo melancólico, dolorosa sonrisa de quien busca la plenitud espoleada por una aguda consciencia de la tragedia inherente a todos los humanos y, sabiéndola, calla y asume su destino». Efectivamente, tomar conciencia de la fragilidad del ser humano, de la fugacidad de toda existencia no puede desembocar más que en versos elegiacos, nostálgicos, escépticos incluso, lo que no significa, sin embargo, que aliente en ellos el halo de la resignación, porque, dentro de los poemas hay lugar también para el júbilo, como delatan los versos finales del primer poema: «Bailemos, sí, bailemos / como locos, como niños, con los muertos, / pues hoy comienza lo que resta de futuro». Es cierto que la melancolía está muy presente, una melancolía que recuerda, a veces, al Juan Ramón del poema «El viaje definitivo», pero que remonta el vuelo cuando se evocan recuerdos, bien infantiles o bien más recientes, una prueba de ello es el poema «Vuestra edad», del que tomo estos versos: «Sé que hubo muchas vidas antes que la vuestra […] / Pero en cada edad que atravesasteis , en cada forma / que vuestro único vibrar encarnó / así os he amado, y no solo a vosotros, / sino a mí mismo, y a mi género entero, / y a aquellos que durmieron, / y a las flores y animales consumidos para / acrecer la llama». Llamad a las sombras de vuestros padres es un libro heterogéneo. La organicidad la brinda, por encima de los temas de los respectivos poemas, una personal manera de concebir el poema como una especie de testimonio —y no estoy hablando de poesía confesional— vital en el que la imposibilidad de llegar al conocimiento exhaustivo de la realidad, en primer término, porque también subyace el propio desconocimiento personal, se erige como el principal argumento de meditación introspectiva: «Solo nos buscamos a nosotros mismos —escribe Gurruchaga en el poema titulado «Lirismos cuánticos»—. En el mundo, en el amor, en el conocimiento». Esta reflexión de carácter metafísico no impide que la poeta se sitúe es un estrato superior desde donde observar el devenir humano y desprecie los acontecimientos cotidianos que decantan nuestra vida. La guerra o el excesivo poder que otorga la sociedad actual al dinero («Un poema no es dinero, / no compra un trozo de pan / o un jarro de leche») están presentes, aunque sí resulte paradójico — después de leer versos como estos— esa visión del poeta como un hechicero o un chamán, más propia de otras épocas, del Romanticismo, por ejemplo, que traslucen poemas —y no es el único— como «El poema de nadie». En todo caso, el poeta es un ser que vive en la contradicción y de ella se alimenta. La poesía de Marian Gurruchaga está abierta a cualquier camino que conduzca a ese conocimiento del ser, de un absoluto que, en muchas ocasiones, está más cerca de la neurología y de la física pero que nunca puede renunciar a la revelación de la palabra poética, porque es ella la que arranca el velo de lo inefable, como ponen de manifiesto los poemas de este libro.

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LUIS GARCÍA MONTERO. ÉL MIDE LAS PALABRAS Y ME TIENDE LA MANO*

28 lunes Ago 2017

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CANET MONTEROCARMEN CANET

 

LUIS GARCÍA MONTERO. ÉL MIDE LAS PALABRAS Y ME TIENDE LA MANO. SELECCIÓN Y PRÓLOGO DE CARMEN CANET. VALPARAÍSO EDICIONES, 2017

Luis García Montero no ha escrito, hasta el momento, un libro de aforismos tal y como entendemos el género, es decir, no ha reducido la sintaxis para acomodarla a la esencia de un pensamiento, de una idea, de una convicción y, sin embargo, dentro de sus poemas, de sus ensayos o de sus novelas hay versos y frases que, sacadas de su contexto, bien pueden operar como tales, por su contundencia expresiva, por el poder de sugerencia, por el impacto emocional que provocan en el lector. A este propósito ha dedicado Carmen Canet, excelente autora de aforismos ella misma, un empeño que se materializa en Él mide las palabras y me tiende la mano, libro en el que se recogen «aforismos de todos sus libros de poesía publicados entre 1980 y 2015 […] así como de sus novelas». Y es que Carmen Canet ha llevado a cabo una lectura minuciosa de toda la obra de creación del poeta a lo largo de muchos años, anotando frases y versos que, por distintas causas, llamaron su atención en el momento de leerlos. Solo ahora, en los últimos meses, esas anotaciones, posteriormente seleccionadas en función de este proyecto, han tomado la forma de libro. La tarea de «entresacar de sus poemarios y de sus novelas versos y frases que asiladas de sus contextos funcionan perfectamente como aforismos ha sido placentera y fecunda para la editora del volumen, pero también para este lector porque, pese a haber leído la obra de Luis García Montero con fidelidad ininterrumpida, estos versos convertidos, por mor de su aislamiento, en sentencias, en aforismos, incluso en greguerías («Una bailarina se parece a una lágrima/ rodando en la mejilla de los sueños») ofrecen una imagen distinta, no ya del autor, sino del propio texto, impelido ahora, sin el cobijo del corpus poético al completo, a dar lo mejor de sí mismo, a ser autosuficiente. Personalmente creo que el objetivo se cumple con creces (algo similar me ocurrió con la lectura de Todo lo que se prodiga cansa, de José Luis García Martín). La selección se ha llevado a cabo atendiendo a criterios cronológicos —que tienen ciertas ventajas, aunque no lleven implícito ningún principio de sentido— no a análisis temáticos, algo que hubiera supuesto dificultades añadidas, porque, como es habitual, muchos aforismos son susceptibles de encuadrase en más de un argumento.

Desde Tristia, el libro escrito al alimón con Álvaro Salvador publicado en 1982 hasta Balada por la muerte de la poesía, que vio la luz en 2016, García Montero ha escrito otros nueve libros de poesía y de todos ellos ha seleccionado Carmen Canet versos que esa segregación ha transformado en aforismos. Muchos tienen al amor como protagonista, porque el amor es uno de los temas recurrentes del poeta, sobre todo en sus primeros libros: «Para el amor / hace falta sin duda mucho tiempo / y alguna vocación»; «En asuntos de amor, / hace falta el secreto para contarlo todo» o «El amor es un género literario / (que le da sentido a la vida y a la literatura)». La palabra, el poema, la poesía, en suma, son objeto también de una amplia selección: «Esto es la poesía: dos soledades juntas / y una verdad que ordena tu vida con mi vida»; «Las palabras / conservan el calor del cuerpo que las dice» o «Las verdades se filtran por debajo de las palabras como la luz o el miedo por debajo de las puertas». Como no podía ser de otra forma, en una tan dilatada trayectoria como la de Luis García Montero, hay otros muchos temas, como el paso del tiempo, las caras de la verdad, el desengaño vital, el dolor, el compromiso ético y social, los sueños, los deseos y Carmen Canet ha sabido reunirlos para fusionarlos a través de un hilo común, el de la coherencia ética y estética, porque, como ella misma escribe, en estos aforismos «se nos muestra como un escritor reflexivo de palabra contenida, intimista y comprometida que, con un lenguaje medido, nos toca y da en la diana». Estamos seguros de que el futuro lector de este libro agradecerá el exhaustivo trabajo de la editora, porque, sin entregar nada que no estuviera ya publicado, ha sabido ofrecernos en este compendio una visión distinta que afianzará, sin duda, el aprecio por la obra de uno de nuestros poetas imprescindibles de las últimas décadas.

*Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañés el 25/08/2017

TOMÁS Q. MORÍN. LA FIESTA DE LA ORILLA

27 domingo Ago 2017

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TOMÁS Q. MORÍN

LA FIESTA DE LA ORILLA

La parrilla en reposo, con la boca abierta

como un niño suplicando más.

He perdido la cuenta de las salchichas que hemos comido

 

y de la cerveza que hemos tragado. Mi esposa flota

en el agua con sus amigos, la piel blanca

enrojecida por algunas partes. A veces, por la velocidad de un barco,

 

una falsa marea los sacude como si fueran boyas

y durante un instante las viejas conversaciones

sobre el amor perdido/encontrado —el caprichoso

 

necesita amantes— son reemplazadas por carcajadas.

Escuchándolos me dan una segunda vida

en la que me olvido de los amigos que ya no tengo,

 

los perdidos por el tiempo, los vencidos por la distancia.

No queriendo perder lo que ahora tengo,

levanto un armazón de madera

 

alrededor de nuestra zona del lago,

las piernas hundidas profundamente en el arenoso fondo,

el extremo alejado abierto al agua,

 

este y oeste una ventana

(quizá, también, cortinas); un muelle

se extiende desde el borde de la vertiente

 

en el cobertizo donde el hambre golpeará,

donde el invierno dormirá.

Cuando recobre mis sentidos, la triste

 

caja donde los había guardado

como cantos de sirenas ceden el paso

a la errática mente del viento

 

mofándose de los enebros, echando un vistazo

a la superficie marrón del agua verde,

empujando los tubos negros del hermético círculo

 

de hermanas que no son hermanas

cuyos corazones no puedo salvar. Me desprendo

de mi camisa y de mis zapatos. Mientras entro al agua

 

levanto mi mano formando una pequeña ola,

así el agua fría me enseña humildad,

mientras profundizo en la melodía de su risa.

 

Versión de Carlos Alcorta

MACARENA T. VILAR. VERSO, VERDAD Y ATREVIMIENTO

24 jueves Ago 2017

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MACARENA

MACARENA T. VILAR. VERSO, VERDAD Y ATREVIMIENTO. EDITORIAL NEOPÀTRIA, 2016

En muchas ocasiones, un primer libro puede estar lastrado por la bisoñez del autor, una inexperiencia que le lleva a no detenerse demasiado en la estructura, del volumen, impelido por el afán de exponer una muestra lo más representativa posible de su quehacer poético, sin apenas discernir entre lo que son verdaderos poemas y lo que son meros esbozos. No es, afortunadamente, el caso que nos ocupa. Macarena T. Vilar ha organizado los poemas de este su primer libro con un nivel de autoexigencia digno de resaltar. De hecho, el libro está dividido en tres partes, «Verso», «Verdad» y «Atrevimiento» perfectamenete definidas. «Y es que —escribe la autora— mi poesía es un poco de todo ello, como la vida: juego de versos aderezados de cariño, vivencias y locura sobre la cuerda floja que a todos nos invita a tambalearnos». Son, como digo, tres las secciones del libro, pero en toda ellas prevalece un modo de composición similar, un verso fracturado que resta al discurso fluidez narrativa, sin duda, un efecto buscado, y muy logrado en ocasiones, que incrementa la tensión y realza la puesta en escena del motivo que se trata de poetizar. Y hablando de motivos, quizá uno prevalezca sobre todo ellos, la elaboración de una identidad femenina construida con independencia y tesón admirables. La vida sentimental de nuestra autora es solo la excusa para identificarse como alguien capaz de tomar sus propias decisiones, sin importarle demasiado las opiniones ajenos o los sucesivos fracasos que puedan comportar. No cabe duda de que Macarena posee un gran sentido del humor y una fina ironía con un tono entre malicioso y festivo; sabe, además, reírse de sí misma («Mi gusto por combinarlo todo/ me dejará soltera./ No admito/ que hay cosas que,/ simplemente, no casan»), por lo tanto, es lícito que se ría de o que ridiculice comportamientos ajenos. Hay otro asunto que llama también la atención y es el desparpajo con el que descontextualiza frases o dichos instaurados en nuestro acervo común, dándoles otro sentido que provoca hilaridad y sorpresa al mismo tiempo (ocurre, por ejemplo, con el poema titulado «El banquillo», en el que le vocabulario futbolístico se utiliza como símil de una relación personal en decadencia: «Jugaré al toque/ y puede que te hunda,/ te olvide/ y hasta que debute el suplente». Se tocan otros temas en el libro, claro es, pero todos son subsidiarios de ese afán testimonial que obliga a la autora a extremar la polisemia en muchos de los versos. Valga como ejemplo este breve poema: «La manitas de la casa»: «A falta de hombre/ buenas son mis manitas,/ así que/ viva el bricolaje/ aunque siempre me sobren tornillos/ y me falten gemidos…/ ¡los tuyos!». Sergio Arlandis, en un enjundioso prólogo dice de Macarena T. Vilar que «Su voz poética, rica, llena de matices, viva y refrescante en la poesía actual busca esa parte de atrevimiento que la verdad y el verso a veces mitigan con sus reglas […] la poeta usa un estilo próximo a la realidad que nos acoge, pero también un lenguaje roto, incapaz de ser fiel reflejo de quienes somos si no es a través de su transformación, de forzar la flexibilidad de los márgenes de su sentido». No podemos estar más de acuerdo. Verso, verdad y atrevimiento es un primer libro, y como tal, suenan quizá demasiado altos los ecos de algunos poetas que tienen en su veta jocosa, como en alguna canciones o en los poemas de la norteamericana Dorothea Lasky, por ejemplo, sus mayores aciertos pero se nota que quien lo ha escrito tiene una madurez poética adquirida a base de experiencias, como no podía ser de otra forma, pero también reflexionando sobre ellas a través de la lectura y lo que deja traslucir dicha reflexión es una visión madura, nunca pueril, sobre el devenir de una vida, la suya.

PIEDAD BONETT. LOS HABITADOS*

22 martes Ago 2017

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PIEDAD BONETT. LOS HABITADOS. XIX PREMIO DE POESÍA GENERACIÓN DEL 27. EDITORIAL VISOR. 2017

La carga emotiva de las palabras que utiliza Piedad Bonnett (Amalfi. Colombia, 1951) en sus poemas determina, indefectiblemente, el sentido con el que fueron escritas y, quizá, no haya mejor forma de poner de manifiesto dicha intención que con unos versos del poema con el que finaliza “Los habitados”: «Pido al dolor que persevere […]/ para que de su mano cada día/ con tus ojos intactos resucites,/ con tu luz y tu pena resucites/ dentro de mí». Como vemos, la palabra es el último asidero del recuerdo, la palabra que nombra al dolor —un dolor contenido que se acata con dignidad pero que ayuda a que el ausente esté aún vivo— y lo exterioriza, la palabra que recobra, que es en sí misma recuerdo, presencia, vida, en suma, porque todo lo que se nombra sigue existiendo en la mente de quien lo invoca. Mucho se ha escrito sobre la pertinencia de añadir datos de carácter biográfico al comentario cuando se redacta una reseña crítica. Hay opiniones a favor y en contra, pero, al menos en este caso, creo de utilidad referirme a factores extrínsecos a los propios poemas, porque resultan indispensables para lograr una interpretación más certera de la obra. Está claro que el impulso creador que está detrás de estos poemas, sobre todo los incluidos en la segunda parte del libro —un impulso melancólico, desilusionado, ensombrecido por la pérdida, aunque no se muestre insensible a la dicha que proporcionan algunos fragmentos de memoria— proviene más de una resolución voluntaria que de un imperativo, digamos, de orden intuitivo y arbitrario. ¿Cuáles son esos factores a los que aludo? Es preciso recordar que en mayo de 2011, Daniel (a quien está dedicada la segunda parte de este libro), el hijo de la autora, se quitó la vida, y este hecho luctuoso ha influido en toda la escritura de Piedad Bonnett posterior al suceso. De hecho, en su libro “Lo que no tiene nombre” (2013) trataba de dar testimonio de algo para ella inexplicable, algo que «está más allá del lenguaje». «En estos casos —escribe Piedad Bonnett—, trágicos y sorpresivos, el lenguaje nos remite a una realidad que la mente no puede comprender». En “Los habitados”, su último libro de poemas, la autora intenta trasmitir esa serenidad propia de quien ha terminado por aceptar los hechos imbuida tal vez de un inevitable sentimiento de conciliación personal que el paso del tiempo amplifica.

El libro posee dos partes perfectamente diferenciadas, la primera, intitulada, contiene poemas que analizan la influencia del temor, del miedo en la conducta de quien lo padece. El miedo visto como no como una abstracción paralizante, que también, sino como una especie de camisa de fuerza que atenaza no solo los actos, sino el pensamiento, un miedo a lo que puede suceder, un miedo al futuro que obliga a vivir el presente de forma angustiosa: «Yo me miro mirar —escribe en el poema titulado «Doble»— y mi adentro es mi fuerza en esta cárcel/ en la que siempre estoy detrás de mí/ respirando en mi nuca/ susurrando/ cantándome al oído mi cantinela insomne…». No alcanzo a entrever si un lenguaje como el que utiliza Piedad Bonnett, apegado al coloquialismo, al ritmo maquinal de lo conversacional es capaz de trasmitir el desasosiego y la misteriosa dependencia de lo inescrutable que habita en su origen, en cualquier caso, tanto la autora como el lector deben dejarse llevar por un lenguaje que profundiza en las partes no visibles de la conciencia, porque solo quienes estén en esa disposición podrán comprender la intensidad de la tragedia, porque «la vida es chirriante disonancia/ para los habitados».

   En la segunda parte del libro, «Noticias de casa», lo que antes era una reflexión de carácter gnoseológico se convierte en un relato que da cuenta de la alteración de los pormenores cotidianos que lleva aparejada la muerte. Hay una rendija que se abre, un agrieta en el corazón, que deja pasar «esa luz blanca que me ciega» que dificulta la plena captación de la experiencia que se resiste a ser fijada en el poema., aunque Piedad Bonnett no se arredrar y persevera en el intento. No es fácil ni inocuo cuando se trata de un ser querido porque «se había instalado ya un mismo silencio:/ eras tú que caías como una lluvia triste/ sobre nuestras cabezas inclinadas», es esa imposibilidad para encontrar razones a lo irrazonable la que emerge cada vez que el recuerdo se verbaliza, es esa no presencia la que impone los límites a la realidad, una realidad distinta que algunos llaman locura y que siempre estremece.

*Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañés, el 18 de Agosto de 2017

MARISA CAMPO MARTÍNEZ. EL TREN DE LOS URALES.

18 viernes Ago 2017

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MARISA

MARISA CAMPO MARTÍNEZ. EL TREN DE LOS URALES. COL. DE POESÍA A LA SOMBRA DE LOS DÍAS. CONSEJERÍA DE EDUCACIÓN, CULTURA Y DEPORTE DEL GOBIERNO DE CANTABRIA, 2017

En unas pocas líneas de presentación, Marisa Campo (Oviedo, 1960) nos ofrece alguna de las claves de su poética y, por ende, de este, su último libro. Recordemos que antes había publicado títulos como Cuaderno de bitácora (2003), Qué trama el mar (2008) o Leyendo a Margot (2011) además de formar parte del consejo de redacción de la revista Pluma y pincel desde 1999 y de haber participado en numerosas antologías. «El título El tren de los Urales es —escribe Marisa Campo—metáfora del largo recorrido vital hasta llegar al presente. Una edad en la que se reflexiona mucho y se hace balance de lo vivido. Un viaje que se efectúa en sentido contrario, del presente hacia el pasado». Pero ¿por qué ha escogido la autora este título de reminiscencias bolañescas? La razón puede estar en estos versos: «El tren de los Urales/ me condujo a una vida/ de ficción en la que me avine/ con un personaje paralelo», una razón que nos resulta muy familiar pues no son pocos los poetas que utilizan un testaferro emocional para liberarse de cierto encadenamiento afectivo que lastra, a la postre, la intención del discurso, un discurso sometido a las constricciones de un lenguaje que solo puede evocar mediante aproximaciones y ambigüedades semánticas, porque «A veces lo real supera con creces lo inverosímil».

   El libro está divido en tres partes, de importancia y extensión desiguales. La primera, «Isla blanca» (una metáfora de su mesa de trabajo vista como reducto de su intimidad —«Todo parece caer sobre la mesa blanca como una isla»— y , quizá, también, como tabla de salvación, como lugar desde el que ver «el mundo convertirse en una bola/ Disolverse de repente y desaparecer», como dicen los versos de Eliot que encabezan el libro), es de mayor envergadura conceptual y congrega los poemas más apegados al pasado. Remembranzas infantiles se mezclan con recuerdos de su época de estudiante y con momentos que reviven sus primeros escarceos literarios, como el poema titulado «Tigre Juan». Algunos versos de estos poemas definen más claramente que cualquier comentario el alcance de lo que se trata de mantener vivo en la memoria: «De eso hablo. De un tiempo dilatado. Vasto, Igual que una pista./ Con calles por las que discurro en silencio, perdida ya la fuerza». En otros, sin embargo, quizá como consecuencia de algún acontecimiento del pasado aún no asumido, se intenta reconstruirlo para hacerlo más habitable: «Mintamos al futuro/ y llenemos el recuerdo/ de esporas invasivas», escribe en un poema sin título que parece casi una imprecación.

La segunda sección, titula «Tópicos» no sin cierta ironía, recrea dicta latinos, pero lejos de dar la vuelta a unos significados tan manoseados, logra actualizarlos e insuflarlos nueva vida, como sucede con el memento mori «Et in Arcadia Ego». Los pastores que pintara Poussin se trasmutan, al final del poema, en unos caracoles tiesos. La muerte ha realizado su labor porque es inevitable y omnipresente. La última parte del libro, la titulada «La voz dormida», expresa el abismo infranqueable que separa el pensamiento, la idea, de su transcripción a la página, el esfuerzo siempre inútil de decir aquello que sentimos con la mayor precisión posible, porque la herramienta de que disponemos, el lenguaje es, por naturaleza, un signo impreciso (aquí quizá deberíamos remitirnos al lingüista suizo Saussure): «La voz dormida,/ que habita/ en medio de la nada,/ aquella que acompasa/ la palabra y el ritmo/ para oscurecer el sentido/ y avivar la imagen,/ se halla en el vuelo de un ave,/ lejana/ distante,/ sin dejarse atrapar».

   El lector de El tren de los Urales debe saber que este libro requiere una lectura reposada porque, de lo contrario, muchos de los matices que uno quiere percibir en ciertas verdades a medias quedarían difuminadas. Por otra parte, en ese retorno que Marisa Campo Martínez quiere realizar a un yo ajeno a ella misma (a menudo la distancia que media entre quien uno fue y quien es ahora nos convierte en seres desconocidos incluso para nosotros mismos) quizá hubiera sido necesaria una organización del libro de modo diferente. Personalmente, creo que el libro hubiera ganado enteros si los diferentes homenajes (a Alejandro Gago, a Benito Argüelles, a su padre, a Juan Ramón) se hubieran recogido en una sección propia y, quizá, un itinerario cronológico hubiera sido, por mor de las nomenclaturas espacio temporales, más apropiado. En todo caso, El tren de los Urales es un libro escrito contra el olvido, con la sed y la perseverancia de quien conoce que el manantial brota en la lejanía y que el trabajo con el poema nunca termina, se abandona.

JOSEP M. RODRÍGUEZ. SANGRE SECA

16 miércoles Ago 2017

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JOSEP M. RODRÍGUEZ. SANGRE SECA. XXIV PREMIO DE POESÍA CIUDAD DE CÓRDOBA «RICARDO MOLINA». EDITORIAL: HIPERIÓN, 2017

Como “brillante ejercicio de realismo” califica los poemas de “Sangre seca” Joan Margarit en el epílogo al libro, pero es lícito preguntarse por lo que quieren decir estas palabras excatamente. Doy por sentado que no son un mero ejercicio de retórica, porque, efectivamente, cualquier poema de Josep M Rodríguez (Súria. Barcelona, 1976) consigue llevar a extremos insospechados lo que entendemos por real e, incluso, lo que entendemos por biográfico (véase al respecto el poema «Casi variación Lowell»), cualquier poema de nuestro autor logra exprimir la experiencia hasta hacerla única, por eso al escribirla, huye de cualquier lugar común: «Si Dios existe/ escribir un poema es intentar// leer/ sus labios». Tanto leer entre líneas como leer en los labios requiere hábito y destreza, pero también un ejercicio de introspección que permita trazar una línea divisoria entre lo que no son nada más que efectos personales, anécdotas y sucesos más o menos relevantes que construyen una identidad en pleno proceso de construcción (recordemos que el libro anterior de Rodríguez se titulaba “Arquitectura yo”) y la categoría universal que estos adquieren cuando se logra tergiversar de tal forma el idioma que lo dicho parece renacer de una experiencia inédita. La sangre seca no es otra cosa que la poesía —la metapoesía es una de las constantes en la obra de Josep M. Rodríguez— , la sangre seca se forma cuando la costra va cubriendo la herida. El dolor decrece, la herida cicatriza y es entonces cuando el poeta puede aquilatar la importancia real del suceso, es entonces cuando la emoción puede ser recordada con la tranquilidad suficiente como para ser escrita. Josep M. construye una ficción con sus propias vivencias, pero demuestra una habilidad sin par para reutilizar la tradición («Tradición,/ naturaleza artificial,/ madrastra»), que manipula con envidiable libertad, como si de construir un mosaico se tratara, tal vez porque nunca ha padecido eso que Bloom ha llamado la «ansiedad de las influencias». En sus poemas, los versos ajenos cobran tanta importancia como las pausas versales, como los espacios en blanco (estudiados por Bousoño en “Teoría de la expresión poética”). Esto es de una importancia vital, porque el modo en como el poema está escrito en la página determina la forma de leerlo. Margarit, en el citado epílogo, escribe sobre la forma en cómo construye los poemas Josep M. y dice que «Es como tejer un jersey con una madeja de lana, pero incorporando de vez en cuando otras madejas distintas que dan otro aire, otro significado, al conjunto. Para ello se sirve de las citas literales o referencias explícitas estratégicamente escogidas y colocadas en una relación muy profunda con los propios versos, y que acaba formando parte del final». Las influencias, más allá de las citas literales, están solapadas, no saltan a la vista, aunque el concepto de realismo, una especie de realismo transversal construido más con alusiones que con referencias directas, que maneja Rodríguez tenga que ver mucho más con W. Stevens o W. Carlos Williams que con, por ejemplo, la poesía española de la generación del 50, aunque ambas opciones posean aspectos en común, como el uso del lenguaje cotidiano, el ritmo del habla o la necesidad de precisión semántica, pero el recurso al sentimentalismo autoindulgente, aunque sea desde un punto de vista irónico, no tiene cabida en sus versos, antes al contrario, persiste un aroma de decadencia, incluso de predestinación, una conciencia de la inutilidad de toda resistencia que resulta sobrecogedora: «Si naces fuente, morirás desagüe./ Nada puede cambiar:// el amor delimita igual que el aire», escribe en el último poema del libro. Como se ve, el poder evocador de la mente necesita un lenguaje capaz de trasmitir ese movimiento en zig-zag, esas fluctuaciones que parten, casi siempre, de un vínculo con la realidad y terminan, después una travesía de carácter anecdótico o imaginativo, de nuevo en la realidad, pero transformada por la meditación, por el pensamiento. Esos «patrones de mirada» de los que hablaba Denise Levertov son los culpables de esa transformación, patrones que combinan la imagen racional con la imagen instintiva que nos recuerdan a Dylan Thomas o al Lorca más surrealista, como queda patente en el poema titulado «Desempleo». En resumen, “Sangre seca” no hace sino ratificar la trayectoria poética de Josep M. Rodríguez, uno de los poetas, de entre los nacidos en la década de los setenta del pasado siglo, con mayor personalidad y con más clara conciencia de los límites que el lenguaje impone al conocimiento del mundo, lo que felizmente no le impide, como comprobamos en cada uno de sus poemas, insistir en transgredirlos.

ANDRÉS GARCÍA CERDÁN. PUNTOS DE NO RETORNO

10 jueves Ago 2017

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ANDRÉS GARCÍA CERDÁN. PUNTOS DE NO RETORNO. I PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA SAN JUAN DE LA CRUZ. EDITORIAL REINO DE CORDELIA, 2017

El punto de no retorno es aquel en el que no es posible dar marcha atrás, solo se puede continuar hacia adelante. Lo saben bien los que están acostumbrados a transgredir los límites, ya sea puramente físicos o, más arriesgados aún, emocionales. Lo sabe bien, por ejemplo, el nadador que se interna en mar abierto y exprime el límite de sus fuerzas. Los Puntos de no retorno de los que habla Andrés García Cerdán (Fuenteálamo. Albacete, 1972) tienen más que ver con esta última posibilidad, con una especie de sublevación controlada contra el estado de las cosas, quizá por esa razón, en el poema titulado «Petite morte», escribe: «Desobedece y di que no y cállate. / Estás mejor callado». Evidentemente, el interlocutor de estos poemas, el tú al que parecen ir dirigidas las admoniciones, puede atender la recomendación o puede desestimarla y remodelar el texto poético a su antojo, aislarlo de cualquier referencia y reutilizarlo con otro significado. Los poemas de García Cerdán parecen encajar a la perfección en las propuestas de las que habla Araceli Iravedra cuando afirma que «Se trata de una serie de propuestas que […] colabora en la elaboración de respuestas, o siquiera de incómodas preguntas, ante las urgencias del espacio público originadas por el nuevo escenario de la globalización, las contradicciones del capitalismo postindustrial y las presiones homologadoras de la sociedad contemporánea». Un poema como el titulado «Ensayo sobre el mirlo», por ejemplo, en el que el poeta establece una dicotomía entre ceguera y luz, entre belleza y dolor realmente espeluznante, en sí mismo contiene una crítica a la sumisión a los imperativos sociales que están detrás del éxito o la fama: «Solo una canción pura,/ solo su esclavitud desaforada». Otro, quizá el más estremecedor del libro, describe la profanación y la expoliación de los tesoros de la cultura griega, «Grecia (Huesos)» («Saquearon su filosofía y sus artes —escribe Cioran—, le aseguraron el éxito a sus producciones, pero no asimilaron sus talentos»), todo un símbolo de la barbarie (Barbarie se titulaba el libro anterior de Andrés García Cerdán) moderna: «A la intemperie, expuestos a la luz/ y a las palabras de los hombre,/ los huesos de los dioses se oxidan»

    Puntos de no retorno es un libro misceláneo, junto a poemas que surgen de potentes imágenes ancladas a la memoria como «Edith»,«1995» o «Urbanova», hay otros que indagan en la desubicación del yo, un yo moldeable como el barro, aunque mantenga la apariencia granítica de una estatua, un yo que es «nada moldeando la nada». Hay poemas, además, que reflexionan sobre el propio poema o, mejor sería decir, reflexionan a través del poema sobre la fragmentación de la realidad; hay poemas que hablan del desorden y de lo imperfecto, de la fatalidad del destino o el paso destructor del tiempo, del pacto de supervivencia del hombre con el mundo y cómo este se acomoda al hombre, del júbilo o del fracaso de la existencia, al fin y al cabo varios artistas —músicos, preferentemente— son homenajeados en estos versos, pero, sobre todo, lo que abunda en estos poemas es la consideración del poema, defendida por Antonio Machado vía Schiller, como palabra en el tiempo y la conciencia de que de esa derrota de la que hablaba más arriba puede ser el germen de la insurrección, la fuerza, aunque muy debilitada por los acontecimientos, que permita seguir adelante y no renunciar al cambio, acaso porque sea «la desolación, la única forma/ de no morir del todo, de resistir un poco más». La poesía es, para nuestro autor, otra forma de resistencia, pero, tal vez presa de cierto fatalismo, no parece tener otra misión que la de constatar la inutilidad de escribirla. Confío en que, pese a eso, Andrés García Cerdán siga persistiendo en el intento de cambiar el mundo con sus palabras, porque ese intento es un antídoto contra el fracaso.

DENISE LEVERTOV. PAUSA VERSAL. ENSAYOS ESCOGIDOS.*

08 martes Ago 2017

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LEVERTOVDENISE LEVERTOV CUBIERTA

DENISE LEVERTOV. PAUSA VERSAL. ENSAYOS ESCOGIDOS. TRADUCCIÓN DE JOSÉ LUIS PIQUERO. EDITORIAL: VASO ROTO EDICIONES, 2017

Robert Duncan escribió en 1984 El poema: «Cartas a Denise Levertov. Un divertimento para mi musa» que finaliza con estos versos: «Su apetito no es experimental». La correspondencia de Duncan con Levertov se prolongó varios años en el tiempo y sufrió notables altibajos tanto en la frecuencia como en el grado de complicidad. De todo ello da cuenta nuestra autora en el ensayo: «Algunas cartas de Duncan: una semblanza y un homenaje crítico». Denise Levertov (Ilford, 1923- Seatttle, 1997) se encontraba en Florencia cuando leyó, en la revista Poetry, una reseña del libro Ciudad celestial, ciudad terrenal que sirvió de «trampolín trasatlántico» para una poeta cuyo conocimiento de la poesía norteamericana se limitaba por entonces a Whitman y W. C. William. Parcialmente conocía también a poetas como Dickinson, Frost, Pound, Stevens o Rexroth (Eliot estaba considerado entonces como un poeta inglés): «Lo que me conducía a la obra de otros poetas cuando tenía veinte o treinta años —confiesa Levertov— era a menudo la forma de sus poemas, su dicción, su organización rítmica, sin que me importase mucho, y a veces ni siquiera entendiese, qué era lo que decía […] A medida que me hago mayor, sin embargo, estoy más interesada en el contenido, y me atraen los poemas que expresan algunos de mis intereses». Duncan se convirtió a partir de entonces en un sabio corresponsal con el que tuvo la oportunidad de comentar tanto su propia poesía como obras ajenas: «A lo largo de la correspondencia —escribe Levertov— aparecen ciertas vetas de desacuerdo fundamental; pero un mentor no es necesariamente una autoridad absoluta, y aunque la erudición de Duncan, el hecho de ser mayor que yo, su estilo a menudo autoritario y cierto elemento reverencial en mi afecto por él se combinaban para hacerme desempeñar, la mayoría de las veces, el papel de alumna, él era con mayor razón un mentor cuando mis propias convicciones resultaban clarificadas al contraponerse a las suyas». Esta correspondencia es una de las guindas de este magnífico libro, pero no es la única, ni mucho menos. Pausa versal se centra, fundamentalmente, en asuntos de carácter teórico sobre poesía, como en «Algunas notas sobre la forma orgánica» o «Sobre la función de la pausa versal», en el que hace una defensa de las «formas abiertas», en contraposición a las estrofas tradicionales. La poesía contemporánea «más que la mayor parte de la poesía del pasado, incorpora y revisa el proceso de pensar/sentir, sentir/pensar, más de lo que se concentra exclusivamente en sus resultados». Sobre la idoneidad el uso de la pausa versal y del verso libre es contundente porque, por ejemplo «permite al lector compartir de una forma más íntima la experiencia que está siendo articulada; e introducir un contrarritmo alógico en el ritmo lógico de la sintaxis provoca, en la interacción, un efecto más cercano a la canción que a la oración, más cercano a bailar que a caminar». Hay artículos de fuerte contenido social y político. Denise Levertov fue una poeta comprometida con su tiempo y, como tal, jamás rehuyó trasladar ese compromiso al poema, porque, según dice, «necesitamos poemas del espíritu, que nos alerten de lo esencial, que nos ayuden a vivir los grandes cambios sociales que se hacen necesarios y que deben ser internos para que su forma externa prospere». El poeta debe servir de altavoz a las demandas de justicia, de igualdad, de paz, aunque el compromiso personal «es inseparable de la atención al lenguaje y a la forma», toda una lección de coherencia que deberían estudiar muchos poetas para quienes la potencial bondad de sus sentimientos está muy por encima de las exigencias del poema, con lo que justifican el desaliño verbal, la ineficacia y la ignorancia en aras de sus beneméritas intenciones. «Los buenos poetas —afirma Levertov— escriben malos poemas políticos solo cuando se permiten escribir retórica testaruda y deliberada, abaratando su arte para hacer propaganda». Otro conjunto no menor de artículos se dedica a analizar la obra de otros poetas. El espectro es amplísimo ya que se ocupa de autores tan distantes estéticamente como Rilke o Anne Sexton (Rilke ejerció en ella una influencia que afectaba «no al estilo ni a la técnica, sino a una actitud hacia la propia obra que debe ser la base del estilo y del oficio: es desde esa postura básica, un sentido de ética estética, desde donde los otros han de desarrollarse») y de otros que influyeron decididamente en su forma de entender la poesía y de ubicarse en una tradición trasnacional, la europea, representada por Eliot y la norteamericana, representada por W.C. Williams: «Para Williams, ni siquiera es la historia literaria lo que el escritor debe conocer, sino la historia de la entidad política en relación con el continente americano» Pausa versal. Ensayos escogidos es una auténtica joya. Un libro para leer y releer, un libro de cabecera que cubre un espacio muy poco frecuentado por la crítica literaria en nuestro idioma.

*Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañés, el 4 de agosto de 2017

 

NUEVO REVISTERO

03 jueves Ago 2017

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

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REVISTAS

NUEVO REVISTERO

Siguiendo el ritmo del calendario, llegan a nuestra mesa de trabajo revistas literarias de diferente factura y de distinta intención, pero todas ellas, además de enriquecer el panorama literario de nuestro idioma, están elaboradas con esa pasión por la literatura que afecta, de manera especial, a los letraheridos. Hacemos en este comentario un breve recorrido por algunas de ellas.

   La revista Crátera, editada por la Asociación Catarroja, comienza su andadura —que deseamos larga y espaciosa— con un número 0 lleno de interesantes colaboraciones. Comencemos por la ilustración de la cubierta. La revista que dirige un triunvirato compuesto por Gregorio Muelas Bermúdez, José Antonio Olmedo López-Amor y Jorge Ortiz Robla han tenido la afortunada idea de encargársela a Juan Carlos Mestre, excelente poeta y, como es evidente, inspirado pintor de raíz surrealista. No es el menor de los aciertos. La revista está dividida en secciones que comienzan con los poemas inéditos, en este caso de autores como Jaime Siles, Andrés García Cerdán, Ana Gorría, José Iniesta o Berta García Faet, entre otros. No podía faltar, conociendo la predilección que los directores sienten por este género, una sección dedicada al haiku, «La mirada de Basho» Tres nombres lo suficientemente ilustrativos ocupan estas páginas: Susana Benet, Ricardo Virtanen y Gorka Arellano. Sin ánimo de ser exhaustivo, mencionaré también la sección de traducción en la que encontramos poemas traducidos por Natalia Litvinova, por Elisabeta Botan, por Carlos Vitale y por Gema Estudillo y el siempre necesario espacio para las reseñas que cuenta con un nutrido plantel de críticos. El siempre convulso mundo de las revistas literarias cuenta con un componente más que llega pisando fuerte y, a tenor del índice que han adelantado, correspondiente al segundo número, con vocación de superación y permanencia.

   Paraíso. Revista de Poesía, dirigida por el poeta y crítico Juan Carlos Abril y patrocinada por la Diputación de Jaén y por la Universidad de la misma provincia, alcanza ya el número 12, algo realmente loable, pues de todos son conocidas las dificultades que se deben sortear para llevar adelante un proyecto de este cariz. La revista se mantiene fiel a las secciones que la componen desde sus primeros números, «Tres morillas», más centrada en el pequeño ensayo, que en este número cuenta con colaboradores de la talla de Pedro Luis Casanova, Xavier Oquendo Troncoso o José María Balcells. Hay también una excelente sección para las reseñas, la titulada «Los alimentos», con magníficos colaboradores. La sección de poemas inéditos, «Campo de Baeza», cuenta con poemas de autores como Ángeles Mora, Mercedes Cebrián o José Daniel García, por ejemplo. Una sección particularmente emotiva, y muy poco frecuente en otras revistas, es la llamada «Paraíso perdido», en ella se recuerda a poetas fallecidos en los últimos años, en este caso recogen obra de Rigoberto Paredes, Hugo Gutiérrez Vega, José Ramón Grima y Luis Javier Moreno. En resumen, una importante revista que cuenta además, número tras número, con las ilustraciones del gran Ginés Liébana. Todo un lujo.

   Hablar de Turia —revista editada por Instituto de Estudios Turolenses de la Diputación de Teruel y patrocinada, en este número, por la Diputación de Teruel, el Gobierno de Aragón, el Ayuntamiento de Teruel, la UNAM y el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España— es hablar de otra historia, de Historia literaria con mayúsculas. Esta revista es una de las que goza, con todo merecimiento, de mayor prestigio en nuestras letras, no solo por su longevidad —el número que comento hace el 123— sino por la calidad de las colaboraciones que la integran. Poetas, narradores, ensayistas, filósofos, sociólogos, pintores, etnólogos o cineastas comparten páginas y más páginas (cada número supera, habitualmente, las 400). Resulta imposible nombrar a todos los colaboradores que Raúl Carlos Maícas ha congregado en el sumario, pero conviene hacer mención a alguno de los autores analizados en estas páginas, como Juan Rulfo, Octavio Paz o Tomás Segovia. La sección «Taller», contiene relatos de autores de la talla de Jorge Volpi, de Juan Villoro, de Felipe Benítez Reyes o Sara Mesa, entre otros. En la sección dedicada a la poesía la nómina es admirable: Jaime Siles, Antonio Deltoro, José Carlos Llop, Enrique Andrés Ruiz, Juana Castro, Manuel Vilas, Ana Merino, Abraham Gragera, Erika Martínez, Jeannette L. Clariond, por ejemplo. La sección «Pensamiento» está dedicada a analizar distintas facetas de la relación literaria e intelectual entre España y México y el «Cartapacio» se dedica a analizar la larga y fructífera estancia de Buñuel en México. En las más de 150 páginas que se le dedican encontramos análisis pormenorizados de sus películas y testimonios de quienes mejor lo conocieron, todo el conjunto resulta de un interés incuestionable. Dos prestigiosos novelistas, uno de cada lado del Atlántico, Juan Marsé y Elena Poniatowska, son objeto de sendas entrevistas. Otras secciones fijas son «La isla», en la que Raúl Carlos Máicas va dejando reflexivos fragmentos de su diario número a número y dos de carácter regional, «Sobre Aragón» y «Cuadernos turolenses». La revista finaliza con la sección titulada «La Torre de Babel» que acoge decenas de reseñas dedicadas, fundamentalmente, a la narrativa y a la poesía, reseñas que ayudan a lector a estar al tanto de las mejores novedades editoriales que se publican en nuestro país. Cada número está ilustrado por un artista, en este caso, se deben al fotógrafo Roberto Fernández Valbuena.

   Otra revista que puede presumir de longevidad es la asturiana Clarín. Revista de Nueva Literatura dirigida por José Luis García Martín y editada por Ediciones Nobel. Es la única revista de las aquí reseñadas que no patrocina ningún organismo público, algo que resulta especialmente meritorio, más aún cuando se han alcanzado ya los 129 números. Cuenta también con unas secciones fijas: «Inventario», artículos que se interesan por temas misceláneos, desde Bob Dylan —en manos de Antonio Rivero Taravillo— a los nuevos poetas gallegos —a cargo de Laura Villar Gómez—. La sección «Miradas» se centra esta vez en la controvertida figura de Stefan Zweig, que goza en la actualidad de un reconocimiento que apenas disfrutó mientras vivía. «Metamorfosis» se ocupa de la traducción, y aquí encontramos poemas de Carlos Drummond de Andrade, en versión de Martín López-Vega, tres cantos de Ezra Pound, en versión de Fruela Fernández y cuatro poemas de Hai Zai a cargo de Marta Lafarque. En «Colección de vidas» se estudian las vidas de personajes tan seductores como las hermanas Rodrigo, María y Mercedes, en un artículo imprescindible, o escritores como Altolaguirre, Knut Hamsun o Dickens. «Ficciones», la sección que se ocupa de la creación en prosa recoge entradas de carácter diarístico de Josep Carles Laínez y una colección de aforismos de Victoria León. La revista se completa con una entrevista a Juan Bonilla, autor que no defrauda nunca, con unos apuntes sobre Montpelier y los imprescindibles «Paliques», es decir, la sección dedicada a las reseñas de actualidad, que no puede faltar en ninguna revista que se precie.

     La última de las revistas mencionadas es, sin embargo, para este comentarista, la más desconocida porque, hasta  que este número acabó en sus manos, solo había tenido la oportunidad de ojear algún ejemplar brevemente. Estoy hablando de Nerudiana, la revista que edita la Fundación Pablo Neruda en Santiago de Chile y dirige Hernán Loyola. La revista se ocupa principalmente de cuestiones referente a la vida y la obra del Nobel chileno, pero en sus páginas hay cabida también para recordar a otros poetas. En este número doble, 19 y 20, correspondiente a diciembre de 2016, la figura de Federico García Lorca adquiere especial relevancia ya que se conmemora el ochenta aniversario de la muerte del poeta, de hecho, el dossier se titula «80 años del asesinato imperdonable». Escriben sobre el poeta, entre otros, grandes especialistas como Gabrielle Morelli, Carmen Alemany y Óscar Hahn. Un segundo dossier agrupa textos bajo el epígrafe «Neruda y el 4º centenario de las muerte de Shakespeare y Cervantes (1616-2016)». Escriben sobre ello el director de la revista, Hernán Loyola y, de nuevo, el Premio Nacional de Literatura, Óscar Hahn. «Varia lección», como su propio nombre indica, es más heterogénea. Colaboran en ella autores como Darío Oses, José Goñi y Hernán Bustos Valdivia. La reciente película sobre la vida de Neruda, Neruda, de Pablo Larraín es analizada desde puntos diversos por colaboradores como Mario Valdovinos, Raúl Bulnes Calderón y Alain Sicard. La sección titulada «Adioses» (de intención similar a la titulada «Paraíso perdido» de la revista jienense Paraíso) se ocupa de homenajear a escritores fallecidos recientemente, en este caso al hispanoamericanista Giuseppe Bellini, al hispanista italiano Antonio Melis, a la poeta Sara Vial, al pintor José Balmes, al cineasta, poeta y narrador Hernán Castellano Girón y a la periodista Virginia Vidal. La revista finaliza con el apartado de reseñas en el que se comentan novedades editoriales sobre el amplísimo mundo intelectual y sentimental del gran poeta chileno. Una revista de hechura clásica que todos los lectores amantes de Pablo Neruda deben seguir fielmente.

 

 

 

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