
LIMADOS. LA RUPTURA TEXTUAL EN LA ÚLTIMA POESÍA ESPAÑOLA. EDICIÓN Y PRÓLOGO DE ÓSCAR DE LA TORRE. EPÍLOGO DE CÉSAR NICOLÁS Y MARCO NATONIO NÚÑEZ. AMARGORD EDICIONES, 2016
La primera duda metodológica que nos presenta este libro la plantea Óscar de la Torre, el prologuista, al afirmar que «esta recopilación de autores no es una antología, pues se trata de una muestra». Hemos de reconocer que no nos movemos con excesiva soltura cuando el hilo de las divergencias es tan fino y las sujeciones tan endebles. Nos crean una sensación de inseguridad que puede provocar titubeos, cuando no tropiezos serios. El autor establece ciertas diferencias entre uno y otro concepto, pero están basadas en su criterio personal y no son todo lo diáfanas que nos gustaría para evidenciar nuestro total acuerdo , A saber, algunas de esas distinciones entre lo que es una antología y lo que es una muestra no son, para nosotros, tan evidentes. Una muestra reúne a poetas caracterizados por «las nulas o escasas relaciones amistosas entre los autores, la disparidad de las edades, la inconsciencia de formar grupo o generación poética y todo lo que conllevan esos círculos con las maneras de la mafia o la coincidencia en las mismas publicaciones». De todas ellas, acaso la única irrefutable sea la que se refiere al arco temporal, el resto, admiten, cuando menos, objeciones, como la que se refiere al ámbito editorial. Bastará comprobar, y no lo estamos censurando, que Amargord ediciones, la editorial donde se publica Limados, ha acogido, además, reiteradamente libros de varios de los autores seleccionados. Pero, dejemos al margen estas menudencias y pasemos a lo realmente importante, a los poetas y al discurso que los agrupa. Siguiendo de nuevo a de la Torre, la ruptura textual en la última poesía española responde a dos principios: «en primer lugar, a que el proceso es el fin (la poesía como reflejo de un acto de construcción progresivo); y en segundo lugar, a la idea del poema como representación de un aprendizaje por descubrimiento o por accidente, aspecto que también hay que mostrar». Estos matices son los que dotan realmente a este discurso de singularidad, porque una gran parte de las antologías al uso, por no incluir a todas, se promueven en torno de un concepto del poema «como una microestructura textual que no da pie a demasiadas mutaciones e innovaciones en la modalización del discurso literario y, por ende, tampoco en una autonomía aséptica del estilo», según Miguel Floriano y Antonio Rivero Machina, ambos poetas y responsables de la antología Nacer en otro tiempo, publicada casi al mismo tiempo que Limados.
Los poetas aquí seleccionados —al menos, en su últimas obras— se resisten a estos prejuicios sistemáticos y da la sensación que, como escribe Sergio Chejfec, «en lugar de buscar a través de un género la convergencia de todas las formas parece, al contrario, asistir a la proliferación exógena de formatos y, a través de estos, a la multiplicación de modelos de realismo, tomando a veces como inspiración o modelo elementos de la reproducción digital». Por supuesto, estas palabras de Chejfec, sacadas de contexto, no tiene por qué amoldarse de forma intachable a los presupuestos estéticos aquí defendidos, pero nos parece que sí guardan semejanzas con la justificación expresada por Óscar de la Torre cuando dice que «Los poetas seleccionados proceden de otros caminos convergentes, exponen recursos simbólicos, retóricos y métricos que ya habían aparecido anteriormente y reflejan una imaginería que enlaza con movimientos y tendencias pasadas. Entonces, ¿qué aportan —se pregunta el autor—, qué dicen nuevo?» Precisamente a explicar esas diferencias se emplean las páginas de este jugoso prólogo, que trataremos de resumir en unas pocas líneas: En primer lugar, la «visión del texto poético no como algo acabado en sí mismo, sino unido a la noción del proceso y de la metamorfosis (lo que afecta a los papeles identitarios del autor), generando un espacio múltiple e interactivo, heterogéneo y proteico, dinámico y circular (hecho a la vez de polifonías». Segundo, el grado de responsabilidad en la construcción poemática otorgado al lector: «el lector tiene que reconfigurar e interpretar, participando activamente con su lectura en la creación del poema» («El lector, ya se sabe —escribe Iam McEwan— importa los símbolos, las asociaciones»). Tercera, la composición del texto a base de fragmentos, a modo de collage, utilizando todo tipo de materias de manera casual, incluso arbitraria: «Se crean una serie de vínculos entre versos o palabras, se producen combinaciones de significados y significantes, y distintas asociaciones de búsquedas auto-interpretativas. El texto poético se corta en pedazos y esos trozos se pegan mediante diferentes elementos retóricos. Por esta razón, la lógica habitual se parte totalmente o se modifica». Como podemos ver en esta enumeración, los vínculos con la tradición poética del pasado siglo son algo más que evidentes, más aún cuando se tratan otros asuntos, tales como la identidad o la metapoesía, aunque, como de la Torre escribe «En estos autores la necesidad de romper el texto no supone como en algunos tramos de la metapoesía un descrédito del lenguaje poético por su incapacidad de transmitir lo real (extralingüístico) y lo propio (ambiguo). Romperlo significa, en este ámbito, marcar y unirse al sentido profundo del poema». Por otra parre, cuestionar la identidad («Cuando te nombras a ti mismo, estás nombrando a otros», decía Brecht) es una forma de reinventarse a sí mismo, un intento de desubicar el yo y abrirlo a la complicidad del otro, porque son ellos —los otros— quienes, en definitiva, construyen al prójimo, aunque en estos poemas el proceso de transformación esté acaso en exceso literaturizado, tanto es así que, admitiendo como admiten percepciones distintas y asociaciones originales, a veces, incluso paradójicas y alejadas de la cotidianidad, dichos poemas carecen de valor representativo, si por esto entendemos el propósito universalizador de la experiencia que prospera en la construcción de los significados. El viejo axioma de Max Frisch: «Escribir significa leerse a sí mismo» parece, según estos parámetros, haber perdido sentido, y es que «los escritores ahora —como escribe Kenneth Goldsmith— exploran maneras de escribir que tradicionalmente se consideraban fuera del campo de la práctica literaria: el procesamiento de palabras, la construcción de base de datos, el reciclaje, la apropiación, el plagio intencional, la encriptación de la identidad y la programación intensiva, por mencionar algunas».
Los poeta recogidos en esta muestra (evitaremos decir antologados) presentan, como se ha dicho, una cercanía en los propósitos fundamentales, pero también distintas formas de ponerlo en práctica, de llevarlo a cabo. Ángel Cerviño (Lugo, 1956), para quien «El poema funciona […] como un gancho del que cuelgan toda clase de materiales: fragmentos narrativos, noticas de prensa, recuerdos e incidencias de variado signo, apuntes del diario del taller, versos opcionales o posibles variantes del verso anotado, reflexiones en torno al ejercicio de la escritura, notas de lectura…». Alejandro Céspedes (Gijón, 1958), que resume su poética en uno de sus libros más recientes, Tipología de una página en blanco: «Es mi poética —escribe—; una teoría realizad desde dentro de la misma poesía sobre el hecho de la escritura, la lectura y el lenguaje poético». Para Yaiza Martínez (Las Palmas de Gran Canaria, 1973) «La escritura es una pregunta, una búsqueda de sentido, la observación del prisma atravesado por la luz». El incansable activista cultural y poeta Enrique Cabezón (Logroño, 1976) utiliza, para definir sus propuesta, unos versos de su libro Dios cabalga a lomos de las muchachas, aunque, acaso su libro más innovador sea Desdecir, en que los versos tachados proponen una lectura nueva de los que el rotulador ha salvado. No resulta muy distinta esta labor de la del subrayado, a la que el antes mencionado Chejfec se refiere así: «…el subrayado como mediación no siempre eficaz entre sujeto y saber; o sea, un subrayado inspirado que no precisa demostración de coherencia ni lógica de pertenencia, herramienta entre celosamente conceptual y subjetivamente literaria de acción individual sobre libros. Porque el subrayado es de un modo ostensible un gesto de apropiación –o más bien una acción larval, privada y por lo tanto bendecida por la crítica, de apropiacionismo; aunque en tanto tal, como sabemos, posible de convertirse en hecho estético o plenamente literario si se verifican determinadas circunstancias vinculadas con el campo del arte en general». Julio César Galán (Cáceres, 1978) es aún, si cabe, un caso más complejo, porque su escritura se ve enriquecida por heterónimos: «Los heterónimos representan asimismo una salida de la identidad cerrada y lineal. Destruir la identidad para construirla; resolver las posibilidades de ser, reconstruir lo que ya no soy en lo que soy, despersonalizarse para personalizarse, son los modos de la heteronimia y también del poema». Juan Andrés García Román (Granada, 1979), que prefiere que sus propios poemas construyan, en su desarrollo, el armazón teórico que los sustenta. Mario Martín Gijón (Villanueva de la Serena, 1979) dice que para él «la escritura poética es la única vía para intentar expresar y reconciliar momentáneamente las contradicciones de nuestro sentimientos. Las barras, paréntesis o corchetes […] sólo pretenden unir, como en un abrazo parentético, o seccionar como con una espada que diera un violento tajo en diagonal, o como un río que dividiera y acercara a la vez las dos orillas de una ciudad, las palabras que nos dicen distintos e idénticos». Por último, María Salgado (Madrid, 1984), define la poesía desde el no saber, desde la experimentación y el tanteo: «Con surte —escribe—, lo que construye la poesía es una distorsión de los discursos, también políticos; por eso propicia saltos de comprensión, pero no ofrece programas de puntos ni argumentarios». Lo que sí ofrece esta libro es unos elaborados textos teóricos (se completa el volumen con un interesantísimo epílogo de César Nicolás —que no intenta disimular la particular cercanía a alguno de los autores— y un ensayo de carácter menos escolástico escrito por Marco Antonio Núñez). Limados es todo un compendio de las más innovadoras formas de concebir el acto poético. Los diferentes poetas seleccionados así lo certifican, y el blindaje especulativo que los defiende hace difícil rebatir sus intenciones, unas intenciones, si no nuevas (la poesía hispanoamericana, por ejemplo, está plagada de tentativas similares, recordemos a César Vallejo o a Vicente Huidobro), sí iconoclastas, beligerantes, imaginativas, rompedoras, porque —y volvemos de nuevo a Goldsmith, aunque él se refiere al patchwriting— «lejos de ser coercitiva —o persuasiva—, esta escritura trasmite emoción de modo oblicuo e impredecible, con sentimientos expresados más como el resultado del proceso de escritura que por las intenciones del autor».