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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: julio 2016

CARL PHILIP.LA FORMA EN QUE UN ANIMAL CONFÍA EN OTRO

30 sábado Jul 2016

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CARL PHILIP

LA FORMA EN QUE UN ANIMAL CONFÍA EN OTRO

En algún punto intermedio lo que desea, ser

uno con el mar, y para entender el mar como

mero contexto de una embarcación cuyo motor se niega

finalmente a funcionar: sí, conozco el lugar,

—tropecé en mí mismo, una vez; dos veces, casi.

Alrededor y entre los dos árboles que

crecen allí, el árbol de la compasión y —más alto—

el árbol de la piedad, su corteza más cobriza, la nieve

concebida como ampliación de cualquier tipo de significado, también,

una herida que, llenándola de ella, la nieve

puede curar … ¿Sabes lo que pienso? Creo que si estamos

perdidos, tú deberías saber exactamente dónde, ahora; He

visto que miras fijamente con suficiente interés el mapa

… estoy empezando a pensar que nunca podré

dejar de ser indeciso, sobre todo en los detalles: si

la nieve realmente se parece a la carcajada interrumpida

del algo abandonado durante mucho tiempo cuando regresa

de golpe; si la gratitud es sólo un espacio

encantado como cualquier otro. Este lugar suena todos los días

más como un teatro de la guerra, cada vez que lo escucho

—la pérdida, la sorpresa, la victoria, son sólo tres de los innumerables

destinos, si quieres llamarlo así, con los que nosotros

no compartimos tanto, al parecer, como ahora compartimos. Si

no nos es posible acercarnos a los más cercano, para ti y para mí, es esto —esto es la cercanía.

Versión de Carlos Alcorta

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AITOR FRANCOS. FUERA DE PLANO.

28 jueves Jul 2016

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aitor francos

AITOR FRANCOS. FUERA DE PLANO. III PREMIO INTERNACIONAL JOSÉ BREGAMÍN DE AFORISMOS. CUADERNOS DEL VIGÍA, 2016

Que el aforismo, como ocurre con el haiku, está de moda es algo innegable, hasta el punto que ambos variedades se han convertido en fenómeno editorial. Colecciones y premios, revistas y páginas web se dedican en exclusiva a dichos géneros. Indudablemente, esto trae consigo consecuencias positivas, aunque conlleve algunos riegos, riesgos inherentes, por otra parte, al propio concepto de moda, entre los que la excesiva proliferación de adeptos que se amparan sólo en el ingenio, sin una reflexión que cimiente sus tesis no es el menor. Entre estos beneficios se encuentra, por ejemplo, la creación de premios que estimulan la creación y contribuyen a la difusión de un género como el aforístico, en los márgenes de la literatura hasta no hace muchos años, a pesar de que contamos en nuestras letras con algunos consumados especialistas como el que da nombre al premio, José Bergamín, Juan Ramón Jiménez, Gómez de la Serna o Nicolás Gómez Dávila, por hablar sólo de los más sobresalientes.

Aitor Francos (Bilbao, 1986), del que conocemos fundamentalmente su obra poética (ha publicado tres libros de poemas —Igloo en 2011; Un lugar en el que nunca he escrito, en 2013 y Las dimensiones del teatro, en 2015— y su labor crítica, realizada siempre son una fineza y un rigor poco usuales, nos presenta esta colección de aforismos galardonados con el III Premio José Bergamín, lo que, ya en sí mismo, es una garantía de calidad porque nos consta que el proceso de selección es arduo y está en manos de reputados especialistas en dicho género.

Fuera de plano es un libro unitario, aunque de su lectura podemos establecer varias divisiones atendiendo a los temas que tratan la mayoría de los aforismos. Quizá, como dejan entrever las citas de La Rochefoucauld y de Roberto Juarroz que encabezan el volumen, sean dos los principales, la identidad y la poesía, aunque definir lo que es o no es el aforismo también instigue varias entradas. Yo no sé si es cierto o no lo que Aitor Francos dice en uno de ellos («Un aforismo excelente es ése que al leerlo hace que instintivamente cerremos de un golpe el libro») porque pienso, con Christopher Hope, que «Las definiciones son las tropas de asalto de la ciencia: solían servir para la tautología, cuando ésta era la reina, pero se pasaron de bando después del golpe», en todo caso, yo he ido leyendo el libro degustando, paladeando muchos de ellos, lo que me ha incitado no a cerrar el libro, sino a seguir leyendo y disfrutando. Es muy probable que la ironía, presente en otros aforismos de esta conjunto («Es muy difícil para un escritor encontrar un oficio que no le permita escribir» o «Entre los filósofos que conozco, el viento es el que más rápido lee»), sea la corriente subterránea que fecunda tales palabras, aunque, como hemos avanzado, son temas como la identidad y la construcción del poema los que acaparan la mayoría de estas reflexiones. Aitor Francos es un poeta que reflexiona sobre su propio quehacer en muchos de sus poemas, sea hablando de sí mismo o por personaje interpuesto, pero la desnudez, la inmediatez y la ausencia de retórica que caracterizan al aforismo provoca una condensación de su pensamiento digno de resaltar, porque en unas pocas líneas compendia todo un tratado de estética. Véanse estos ejemplos metapoéticos: «La poesía es una esterilización de la realidad»; «La poesía decide qué es poesía y qué es prosa», «En poesía las cosas hablan como en una confidencia policial» o este en el que la influencia de Barthes es evidente: «La verdadera poesía es una escritura para renunciar a la escritura: es una escritura para la ausencia de escritura». Poesía y poema, poesía y poeta son obsesiones que no se apaciguan en la escritura porque, acaso, cuanto más se escribe, más se perciben sus fisuras, sus contradicciones, sus limitaciones, por eso, al fin, se escribe: «No se entiende la densidad de la poesía en lo poético. La poesía es el poema sin poeta y el poema sin poema».

Jaulas, espejos para indagar en la propia identidad («Un extraño que busca en un espejo deja inmediatamente de ser un extraño para nosotros y pasa a ser un desconocido de sí mismo»), una identidad que se va construyendo a partir de la escritura, no en la escritura misma. De la insatisfacción, de la incertidumbre del ser al azogue, a la página hay un tránsito de longitud, de peso no cuantificable porque no existen básculas capaces de medir el lastre de la conciencia ni cuenta kilómetros capaces de determinar la distancia entre quiénes somos y quiénes aparentamos ser. Quizá sólo las palabras, a pesar de su innegable incapacidad, de sus límites semánticos, puedan aproximarse a lo esencial, puedan merodear alrededor de ese extraño que nos habita, puedan decirnos desde su desdecir. Si así fuera, Fuera de plano, sería el plano más adecuado.

IOANA GRUIA. CARRUSEL

26 martes Jul 2016

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ioana gruia

IOANA GRUIA. CARRUSEL. XIV PREMIO EMILIO ALARCOS. VISOR, 2016

La infancia en el país de origen de esa niña que «duerme en mí», la apertura personal y colectiva hacia un mundo hasta entonces desconocido se ve cifrada en un carrusel, en un tiovivo que trae el viento de Occidente, de la libertad, aunque la niña que era entonces Ioana Gruia (Bucarest, 1978) no supiera nada de los peligros que rodean dicha palabra, puesta en boca muchas veces como arma arrojadiza por quienes la entienden como de uso personal, exclusivamente. Quizá, como digo, no lo sabe aún, pero lo intuye, al menos eso dejan traslucir los versos que suscita una foto de su madre de una época quizá feliz, a pesar de todo, en la que ella aún no había nacido, 1972: «Eres joven en esta vieja foto, madre,/ pero tienes/ la sonrisa cansada del fracaso.// Vives/ en un país cruel e incomprensible», porque Ioana Gruia no desoye la relación existente entre, en palabras de Seamus Heaney, «el derecho a ejercer su don lírico y sus deberes para con los desheredados de la tierra».

Carrusel, su nuevo libro de poemas —recordemos que anteriormente ha publicado Otoño sin cuerpo (2002), El sol en la fruta (2011)— está dividido en cinco partes, y en todas ellas predominan poemas en los que la imagen se erige en protagonista; son en su mayoría poemas muy visuales, casi cinematográficos, con una atmósfera, en algunos casos, de cine negro como en los titulados «Noche de lluvia» o «Estación abandonada», ambos de la primera parte.

La segunda sección, de simbólico título, «Huellas de un animal sobre la nieve» nos habla de esas huellas levitantes que dejan los deseos en la mente, como animales hambrientos, acaso desorientados; signos de vida de una vida oculta, una vida que transcurre entre la realidad y el sueño: «Los sueños no lo cuentan,/ no develan/ jamás la exacta imagen del secreto. Podemos sin embargo ver su paso,/ huellas de un animal sobre la nieve».

Tres momentos especialmente significativos de la historia reciente ocupan los poemas de «Fisuras», la tercera parte del libro. Dos protagonistas de la historia cultural de occidente, Walter Benjamin y Sylvia Plath, cuyas trágicas muerte no han hecho cuestionar sino los límites de la barbarie en un caso y poner de manifiesto la desubicación, el rechazo al rol que le tocó vivir, en otro: «Por mucho que me agarre a la escritura/ la inteligencia no me salvará.// Jamás rescata a nadie». El tercer poema tiene como protagonistas a esos seres anónimos que llega diariamente a las costas de Europa en busca, no de un paraíso idílico, sino huyendo del horror y de la miseria, de la violencia y del hambre. Ahogados sin nombre que aparecen en las palayas atestadas de veraneantes. Las imágenes que todos hemos visto en televisión resultan espeluznantes y los versos que dan cuenta de ello, descriptivos, pero sin caer en el mero reportaje, lo son de igual forma: «Los cuerpos irrumpieron de repente:/ trozos de carne muerta, descompuesta/ en medio del sopor, de la aventura/ que prometía el mar».

El amor como forma sublime de bondad recorre los poemas de la cuarta parte, el amor al que acompañan las diferentes melodías que suenan en el recuerdo. Quizá sea esta sección la que acoge más variedad en los poemas, desde el soneto titulado «La risa», con un claro ascendiente nerudiano: «No dejes de reírte, amor,/ para aplazar un poco más la muerte» hasta el elegíaco «Vías muertas», de tono más cernudiano, pasando por el canto a lo cotidianidad de «Naranja», en el que no resulta difícil detectar ecos de la poética de García Montero, influencia detectable también en el poema «La casa del poema» (no en vano, versos suyos encabezan algunos poemas):«Me gustaría que habitaras este poema/ como habitas mi vientre,/ que fuera para ti una casa.// Que la poesía fuera tu refugio» de la última sección del libro. Ioana Gruia ha escrito Carrusel como una especie de acto reconciliación con su pasado, un pasado que, como no puede ser de otra forma, ha conformado en gran medida la identidad actual, una identidad en permanente confrontación con la imagen que devuelve el espejo. Quizá el poema titulado «Formas de vivir» compendia como ningún otro la idea que avanzamos: «Son formas de vivir en el pasado./ Eso decía mi abuela/ al encender, feliz, el tocadiscos». Son formas de vivir en el pasado y de construir un futuro, eso son también los versos que con tanta emoción y veracidad escribe nuestra poeta.

NATHANIEL BELLOWS. EMPLEO

23 sábado Jul 2016

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EMPLEO

Por entonces el tiempo parecía bien empleado pero ahora

veo que se malgastó. No es un desecho – no tuvo

un punto —no tiene forma—no tiene el estrechamiento de cintura

de un reloj de arena. En un momento determinado, la felicidad es sustituida

por el desinterés. Si me lo permites, por una vez

seré honesto. Abandoné la estela bordada del mar, desperté

cada día bien descansado, sin uso, insatisfecho. Nada

iba a cambiar, y esa era la conclusión.

Las aves marinas cantaban: ¡Proteja sus regalos! enterrando

sus desafortunados huevos en la arena —arena caliente,

disuelta, tomando la forma del cáliz del tiempo: bulbo

sobre bulbo, curvilíneo, insistente como una envejecida

odalisca. Fue una versión del amor que no pretendía

asentarse —la mejor— sin desgarrarse, pero dejaba totalmente

a merced de la rociada de ese césped segado descuidadamente al pequeño

barco de arrastre, privado de la marea o de la tempestad.

 

Versión de Carlos Alcorta

HOMENAJE A BLAS DE OTERO*

20 miércoles Jul 2016

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untitled.pngBLAS DE OTERO: «GRACIAS POR PERDURAR»*

Abarcar la complejidad de la poesía de Blas de Otero en un espacio como el presente, un texto que debe ser leído en poco más de diez minutos, sería una temeridad e, incluso, una falta de respeto a la obra y a la figura del poeta en la que pretendo no caer, por eso, tras un somero repaso a su bibliografía y a algunos de los rasgos que, según la crítica especializada, definen y singularizan su poética, pondré el énfasis en una de las cuestiones que le atormentaron con mayor intensidad, un tema también a que a mí me ha preocupado, y sigue haciéndolo, con similar énfasis desde que comencé a escribir poesía. Estoy hablando de la indagación sobre el propio proceso de la escritura, de lo que convenimos en llamar la función metaligüística del  lenguaje, es decir, el poema que reflexiona sobre la creación del poema, la metapoética, en suma.

  Pero vayamos a la bibliografía. Blas de Otero nació en Bilbao en 1916 y su infancia transcurrió entre esta ciudad y la capital del reino. Será en Madrid donde curse los estudios de bachillerato y, posteriormente, la licenciatura de Derecho, carrera que no llegó a ejercer sino muy tangencialmente. Estudió también Filosofía y Letras, pero no llegó a terminarla. Las vicisitudes biográficas son siempre relevantes, aunque se lleve una vida sedentaria, anodina. Blas de Otero fue un hombre viajero desde muy joven. Tras pasar un periodo impartiendo clases en Bilbao, se traslada a Barcelona. Cruzó el Atlántico. Contrajo matrimonio en Cuba. Residió en París y viajó por los cuatro puntos cardinales de esta España que tanto cantó. Pero más que los datos biográficos, lo que nos interesa ahora es comprobar la evolución de su proceso creativo, un proceso que comienza con la publicación de Cuatro poemas (1941), continúa con Canto Espiritual (1942), un modesto cuadernillo en el que homenaje a Juan de la Cruz, y unos poemas en la revista Escorial en 1943. En todos ellos predomina el tono religioso. «La vuelta a Dios, sincera o no —que de todo habría—, era un portillo de escape por donde podían salir vivencias del poeta inexpresables sin la envoltura religiosa», escribe Alarcos Llorach.[1] Tras estas primeras tentativas, de las que posteriormente renegará, sufre una transformación radical en su escritura, a lo que no es ajena la publicación de Hijos de la ira (1944) de Dámaso Alonso, un libro que supuso la ruptura con la poesía formalista y complaciente de los primeros años de la postguerra. Dentro de este tono de poesía «desarraigada», de «auténtica inspiración humana», como decía  Vallejo, podemos encuadrar libros como Ángel fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia (1951), refundidos posteriormente —con la inclusión de más de cuarenta poemas que pertenecían a títulos como Complemento directo y Edición de madrugada, nunca publicados de forma exenta—, en Ancia (1958). La poesía abandona el yo lírico, el yo del «dolor desgarrante», como lo llamaba Eliot, para centrarse en un nosotros que se compromete con los conflictos de la comunidad, que se solidariza con los problemas de la «inmensa mayoría». Citamos de nuevo a Alarcos: «La primera cuestión es el yo, luego el yo y el tú, finalmente el nosotros —todos los hombres, o bien la parcela de humanidad asociada a nuestro terruño—». [2] En ese intervalo publica Pido la paz y la palabra (Colección Cantalapiedra, 1955), un título emblemático dentro de lo que se ha denominado como “poesía social” (Conocemos los pormenores de la edición gracias al estudio del profesor Julio Neira: Correspondencia sobre la edición de Pido la paz y la palabra. Hiperión, 1987). En castellano, su siguiente libro se publica en París en 1960 por problemas con la censura del Régimen. Que trata de España (1964) se publica también en París. «Creo en la poesía social, a condición de que el poeta —el hombre— sienta estos temas con la misma sinceridad y la misma fuerza que los tradicionales», expresa Blas de Otero en una entrevista.

  De 1970 datan los títulos Mientras e Historias fingidas y verdaderas, un libro de prosas líricas. El impulso combativo se ha ido atenuando y se percibe ya cierta resignación teñida de melancolía y desencanto, quizá achacables a la enfermedad que le aqueja. Mientras tanto, se suceden las antologías de su obra: Esto no es un libro (1963), Expresión y reunión (1969), País (1971), Verso y prosa (1974), Poesía con nombres (1977), Todos mis sonetos (1977) o, después de su fallecimiento, Mediobiografía (1997). En todas ellas se incluyen poemas de libros que el poeta anuncia pero que no llegan a ver la luz, entre ellos Hojas de Madrid con La galerna, editado finalmente en 2010[3] y que constituye un monumental testamento poético (Comienza con ese poema estremecedor titulado «Cojeando un poco», del que extraigo estos versos: «En una clínica./ Recién operado en una clínica,/ fumo, me peino, pienso/ en nada»». Será, precisamente, en este último libro en el que nos apoyaremos para respaldar la tesis que intentamos desarrollar: la lucha encarnizada entre el poeta y el lenguaje, entre vida y poesía, aunque dicha batalla comenzara casi a la par que sus primeros poemas, como se puede comprobar, por ejemplo, en el poema “Cartilla (poética)” del libro Que trata de España, del que entresaco varios versos sueltos: “La poesía tiene sus derechos”, “La poesía crea las palabras”, “La poesía exige ser sinceros”, “La poesía atañe a lo esencial/ del ser”, para concluir con una reflexión que despeja cualquier duda al respecto: “Pero yo no he venido a ver el cielo,/ te advierto. Lo esencial/ es la existencia; la conciencia/ de estar/ en esta clase o en la otra.// es un deber elemental”. La unidad poética de Blas de Otero, que no el inmovilismo estético, será, a la postre, no un lastre, sino una de sus mayores virtudes.

A pesar del tono melancólico y desencantado que predomina en Hojas de Madrid con La galerna, no escasean los momentos de esperanza (recuerden que vamos a centrarnos exclusivamente en la cuestión metalingüística), como podemos comprobar en el poema «Habrá poesía», en el que deposita su confianza en la permanencia de la poesía no en grandes acontecimientos o en emociones irracionales (el amor, muchas veces, lo es), sino en asuntos y situaciones cotidianos: «[Habrá poesía] Mientras escribo a mi madre una de mis últimas cartas, ignoro si por la proximidad de mi muerte o el tiempo que le reste de vida». Otro poema que incide en la relación de la poesía con las cosas humildes de la vida rutinaria es el titulado «Tiempo de poemas», cuyos versos finales dicen así: «Y, sobre todo, la poesía son los poemas/ y los poemas, como ya he dicho en alguna ocasión, es una de tantas cosas que hace el hombre sobre la tierra». Como vemos, la correspondencia entre el lenguaje empleado y lo que se quiere trasmitir es perfecta. Palabras comunes para describir un acto tan rutinario como levantar un muro o podar un árbol. Si hay alguna clase de metafísica en estos poemas, seguramente se encuentra en un estadio superior a la de la intención del poeta, porque, para Blas de Otero, la poesía es muchas cosas, pero, fundamentalmente «es una silla/ donde sentarme frente al crepúsculo».

  Todos hemos escuchado o leído alguna vez estos famosos versos del poema de Fernando Pessoa «Autopsicografía»: «El poeta es un fingidor./ Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que de verdad siente». Pues bien, el poema «Historias fingidas y verdaderas» de Otero, abunda en la misma idea, aunque no nos consta que la influencia haya sido directa: «Estas historias que se acercan tanto/ a la verdad, son puro fingimiento:/ no ostentan otro firme fundamento/ que la verdad que veo y toco en cuanto// escribo y finjo que soñé: vi tanto,/ tanta realidad se llevó el viento,/ que imaginé ya fútil aspaviento/ vida, sueño, verdad, historia, espanto». Una opción esta de reivindicar la ficción por encima de la realidad —tal vez porque, como dice en otro verso, «la realidad desborda»— que se ve desmentida en otro poema, «Echar mis versos del alma», en el que escribe versos como estos: «¿Qué vas a escribir? Detén/ la mano en el aire. Tira/ fuerte de la rienda. Ten/ cuidado con la mentira.// Recoge tu soledad,/ concéntrate. Ten valor/ para decir la verdad,/ aunque te cause dolor». Como vemos, la reflexión sobre lo que es o deja de ser la poesía se traslada ahora al coto de la escritura, en la que ahonda con mayor profundidad en poemas como el titulado «Un día», del que copio la segunda estrofa: «Escribir, inventar, hablar: contar/ lo que me pasa, lo que he vivido, todo/ lo que me  envuelve como el aire hermoso./ Yo soy un hombre mudo que habla mucho», idea esta que se refuerza en la primera estrofa del poema «El labio con que escribo»: «Si escribo, es por hablar. Abro la puerta/ y aguardo a un hombre, una mujer. Y escribo/ hablándoles despacio, como amigo./ El gesto, lento; y la palabra, cierta». Quizá el mejor resumen de su poética, más que en ningún otro poema ( y son muchos los que nos dan pistas sobre ello), se encuentre en estos versos pertenecientes al poema «Elegía a Rilke»: «Todo poeta es terrible. Mas, sobre todo, terrible es no haber vivido,/ después de nacer en Praga. Ser sólo una página en blanco,/ extendida hasta 1926, en una tumba en Valais./ Porque vivir no es únicamente soñar y meditar/ y trazar bellas imágenes en el aire. / No es merodear, recorrer, escarbar el propio espíritu/ con dedos de seda, niebla o pétalo./ Porque todo poeta es terrible cuando ha vivido y amado y odiado intensamente,/ y escribe con todo el cuerpo, hermosa y horrorosamente,/ mas con ternura y estremecimiento».  Por supuesto, al resaltar este aspecto de su poesía, no estamos defendiendo una determinada concepción del hecho poético; ni la que reflejan estos versos, ni otras más interesadas en una retórica cargada de abstracciones y «merodeos a través del símbolo», porque, como afirma Cioran (*) «Que la poesía deba ser accesible o hermética, eficaz o gratuita, ese es un problema secundario. Ejercicio o revelación, qué más da. Sólo le pedimos, por nuestra parte, que nos libere de la presión, de los tormentos del discurso. Si lo logra, constituye, por un momento, nuestra salvación». (Citar en este artículo a Cioran no es gratuito. Existe un hilo que vincula la figura de Otero y la de Cioran por encima de ciertas proximidades estéticas y morales, y no es otro que la figura de Manuel Arce, el cual actuó desde la galería de arte Sur, que regentó durante tantos años, de valedor de ambos en la aldeana sociedad santanderina de la década de los cincuenta del pasado siglo).

  Por tanto, como decíamos, sí podemos afirmar que, por encima de guerras estéticas y de planteamientos maximalistas, esta opción resulta absolutamente legítima cuando se trata de denunciar la lamentable situación de nuestra sociedad, porque creemos firmemente en la vigencia del compromiso del poeta, un compromiso que encuentre en la vocación la primera de sus propiedades, un compromiso con la poesía, con el lenguaje. Devendrá entonces, a partir de esta premisa, el compromiso con la realidad en la que vive, y no a la inversa, como piensan algunos con cierta propensión corporativa y de militancia, sea ésta del tipo que sea. Citamos de nuevo a Cioran: «El vacío que vislumbramos en el fondo de las palabras evoca el que captamos en el fondo de las cosas: dos percepciones, dos experiencias en las que se opera la disyunción entre objetos y símbolos, entre la realidad y los signos» Escribir, por tanto, desde su singularidad con rigor, con humildad y con respeto por la palabra; escribir, decía Eliot, «De motivos revelados muy tarde y la conciencia/ de cosas mal hechas y hechas para el daño de los demás» como hizo Blas de Otero, es la forma más intensa de reconocerse a sí mismo en el rostro de los otros.

[1] ALARCOS LLORACH, EMILIO. Blas de Otero. Ediciones Nobel, S.A. Oviedo, 1996

[2]Ibid.

[3] OTERO, BLAS DE. Hojas de Madrid con La galerna. Edición de Sabina de la Cruz y Mario Hernández. Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores. Barcelona, 2010

*TEXTO LEÍDO EN EL ATENEO DE SANTANDER EL 5 DE JULIO DE 2016.

 

 

 

 

 

CARMEN CANET. MALABARISMOS

18 lunes Jul 2016

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carmen canet

CARMEN CANET. MALABARISMOS. VALPARAÍSO EDICIONES, 2016

Siguiendo la estela de otras editoriales, Valparaíso Ediciones, editorial ya de referencia en el ámbito poético, se lanza a una nueva aventura, la creación de una colección dedicada al aforismo, un género que hasta hace poco subsistía en las catacumbas de la literatura pero que, en los últimos años, goza de una popularidad envidiable, quizá sólo superada por el haiku, el género más de moda. Y que mejor forma de estrenar dicha colección con un libro de Carmen Canet (Granada, 1955), doctora en Filología Hispánica y reconocida crítica literaria que ejerce su labor en diferentes revistas y medios de comunicación. Malabarismos, un título ajustado a lo que su interior ofrece (como «malabarista de palabras» define Canet al aforista), es su primer libro de aforismos pero debemos dejar claro desde el principio que no son éstos producto de una moda pasajera, Carmen Canet demuestra que lleva muchos años reflexionando sobre sus límites, sobre diferentes aspectos de la existencia como el amor, o la amistad, el dolor o la dicha, sobre la escritura o la vida y esto resulta evidente al constatar la fortaleza de sus juicios. No hay, como en otros autores, mucho espacio para la divagación o la duda, para la improvisación o el embelesamiento semántico. Carmen Canet se muestra, como podremos comprobar a continuación, tajante en la mayoría de sus opiniones. Hay, como digo, poco espacio para la especulación en esta escritura, acaso porque dicha especulación se ha destilado previamente en el pensamiento y ahora se reduce al hueso, a la fibra del significado.

Son cuatro las secciones que integran el volumen: «Destreza ( en la vida)», en la que la propia reflexión sobre la escritura del aforismo posee cierto protagonismo: «El aforismo es un trecho de un sendero perfumado: los que huelen las palabras las trasmiten con aroma», para dejar paso a reflexiones sobre la verdad y su contrario: «La verdad es concreta; la mentira metaconcreta»; a unos juegos de palabras que subvierten el sentido preconcebido: «No hay nada peor que perseverar en el error» o «Era una mujer que tenía una matriz ideológica» o a reflexiones de mayor calado sobre la existencia: «La vida es un borrador que no se puede pasar a limpio», por ejemplo.

La segunda parte, «Equilibrio (sobre amor y amistad)» quizá se pueda resumir en este aforismo que cae en la mente del lector como una carga de profundidad: «La amistad es una obra. El amor, un edificio en construcción y deconstrucción». «Agilidad (ideas en vuelo)», la tercera sección, contiene pinceladas, esbozos, frases sueltas, fragmentos que parecen en algunas ocasiones, desgajados de un discurso de mayor envergadura y, sin embargo, nos desasosiegan, nos inquietan porque penetran como un escalpelo en nuestra conciencia, como este: «el dolor debería hacer ruido». El libro finaliza con «Ingenio (de las artes)». Libros, películas, poetas (Neruda, Salinas, Borges), novelistas (Cervantes, Rulfo, Carmen Martín Gaite), lectura y escritura («Escribir es combatir») y, de nuevo, reflexiones sobre el aforismo integran esta última sección formando una especie de círculo cerrado sin principio ni fin, quizá porque «Los aforismos nos preguntan y nuestro pensamiento responde», quizá porque como escribe Luis García Montero en la contracubierta de Malabarismos, «Los aforismos buscan la sintaxis del tiempo, le exigen una dimensión narrativa al instante. Por eso esconden el murmullo de la lencería, aprietan las sociedades igual que un corsé, reconocen toda una ciudad en un barrio, sostienen la mirada y provocan una calma en equilibrio». Quizá porque se dan todas estas circunstancias juntas y además porque Carmen Canet, con esa certeza con la que escribe, en la que la metáfora ejerce de dardo y de diana, consigue crearnos un desasosiego interno que nos mantiene en vilo.

DON SHARE. FLORECE

16 sábado Jul 2016

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DON SHARE

FLORECE

For Jackye

Todas las ventanas de la parte frontal

Abiertas hacia árbol que plantaste

Yo solía llamarlo el árbol padre

Porque Neal trajo un brote

Después de que mi padre murió, y no me hubiera extrañado

Que no sobreviviera porque era una ramita deshilachada

Mi interés o la falta de él o su

O, al final, frío

Típicamente, hiciste lo correcto

Plantaste uno que estaba vivo

Y no sólo vivió, sino que creció

Una rima, por lo tanto, justo en frente

De nuestra propia puerta, por lo que

Nuestra vida aquí te debe mucho a ti:

La hija que alegremente

Ha establecido su residencia con nosotros,

El gatito de rayas caprichosas,

Y yo; prosperamos

En la medida en que tus cuidados

Diaria y amablemente lo permiten

Ahora, tú dices que se volverá gris

Como si el cambio que ves

En su pelo no fuera de tu agrado

La forma en que, por ejemplo, M.

Crece, o el árbol en el patio

Sí, todo lo que cultivo es difícil,

Si es algo, de cualquier cosa, y no hay

Un particular punto de fusión

En el que la alegría decline

Y lo haga curvarse—

Sé que te sientes diferente

Tu cuerpo te muestra las diferencias,

Tu hermosa alma, también,

La cual es noble como las más altas hojas de ahí, aunque sólo

Pudieras verlo de esa manera;

Y tú y yo hemos visto, es cierto,

El capullo rojo detrás de nuestra casa

Declinar, al agacharse e inclinarse

En su vertiginosa curva final vuelve hacia la tierra una vez

Que creció bastante alto, hasta

Los cables eléctricos con su pentagrama

De pájaros; sin embargo, sus hojas nunca han sido

Más exuberante, más verdes,

Es abundante, como los tallos

De las frambuesas que se arrastran

Sigilosamente, agudamente, en la dirección que encuentran,

Que es siempre, de alguna manera, hacia

Esos pájaros y hacia nosotros. Y yo

Creo de alguna manera que el árbol

De la parte delantera, por lo erguido y brillante,

Y el árbol caído allí

En la parte posterior, y todos nosotros

Conviviendo en esta casa

Somos capaces

De florecer en cantidad

A pesar de cualquier desorden

Gracias al florecimiento

Te pones en marcha y te nutres

Cada día, y por la noche

También, cuando la mayor parte del crecimiento

Y también el envejecimiento misteriosamente

Parecen suceder ¿Suena triste? No lo es,

Nosotros mismos somos semillas, lo sé

Porque triunfamos, llegamos,

Prosperamos, lo conseguimos, sale bien

Estoy exagerando como el capullo rojo,

Me estoy yendo por las ramas, me estoy moviendo demasiado

Rápidamente a través de lo que pretendo

Como si la vida fuera demasiado corta

Porque la vida es tan corta, y me siento

Sublime como de costumbre, hasta un punto sonoro

Como es solicitado, intentando evitar

Lo que viene, al fin, por fin, en la larga

Distancia, en el largo plazo, cuando todo está dicho y hecho

Cuando todo está dicho y hecho, y felizmente,

En realidad, nunca lo está. Te quiero tanto

Necesito más palabras, de todas formas

La forma en que esos árboles, el pequeño,

El viejo, necesitan por igual muchos

Posibles minutos de luz, uno más,

¡Uno más! de luminoso ardor

Que es una cosa que no tiene fin, Estos son sólo palabras, deja que

Agradezcan los florecimientos que te dan vida

Aquí, incluso si sólo tenemos un día que comienza,

Y luego un día que termina, también

 

Versión de Carlos Alcorta

JUAN FRANCISCO QUEVEDO. QUERIDA PRINCESA.

13 miércoles Jul 2016

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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juan francisco

JUAN FRANCISCO QUEVEDO. QUERIDA PRINCESA. BOHODÓN EDICIONES, 2016

Al comienzo de la novela Los confines, de Andrés Trapiello, el protagonista se pregunta «qué buscan los lectores en crímenes, ruinas, catástrofes, negocios, idilios, coronaciones, éxodos, bodas, guerras y otros acontecimientos aparentemente ajenos a sus vidas. Pensemos en el lector común de novelas. ¿Qué relación tiene su vida con los entes de ficción?». La respuesta no se deja esperar: «la sospecha —dice— de que en ellos, por irreales que parezcan, se esconde una verdad que no podrían descubrir de otro modo». Todo esto es rigurosamente cierto, pero no todas las novelas poseen los ingredientes descritos, que parecen más propios de la novela negra, y, sin embargo, siguen concitando el beneplácito de los lectores. Pensemos, por ejemplo, en novelas en las que la acción es sólo un pretexto para indagar en la mente humana, en las que la escritura sirve para narrar los vaivenes del pensamiento, como La muerte de Virgilio o, por acercarnos más a nuestro ámbito literario, las últimas novelas de Javier Marías. Son las llamadas, en contraposición a las novelas de acción, novelas de ideas.

Quiero resaltar con este ejemplo que cada novela contiene en sus páginas un fragmento de mundo y, por minúsculo que sea, ese fragmento contiene el mundo entero. Cada existencia ajena conforma con sus aspiraciones, con sus temores, con sus logros o sus fracasos una identidad que no se distingue mucho de la nuestra. En resumen, lo que trato de decir es que en cada novela que leemos encontramos una pieza de ese rompecabezas con el que tratamos de componer nuestro autorretrato, encontramos incluso partes de nosotros mismos que desconocíamos poseer. Por eso nos atraen tanto las vidas ajenas.

Pero hay, además, otro tipo de novela que parece aglutinar todas las características antes enumeradas. Estoy hablando de la novela histórica. Si en la novela clásica se describen los hechos de forma más o menos lineal, prestando especial atención a los avatares de la existencia, en la novela histórica, partiendo de esas descripciones y con la fidelidad histórica como escenario, se reflexiona sobre los acontecimientos, se emiten juicios sobre los protagonistas con ciertas licencias que la distancia temporal y la documentación adecuada facilitan. Al principio, ese escenario del que he hablado era el decorado para ensalzar determinada figura política, militar o religiosa al albur de los acontecimientos ocurridos. Su propósito era fundamentalmente moralizante (no olvidemos las innumerables vidas de santos y de reyes), para adaptarse con el paso de los años a la demanda del más puro entretenimiento. Hoy en día, el lector de novela histórica exige además de fidelidad al pasado, un análisis de las circunstancias, en su más amplio sentido, que condujeron a determinado destino. La novela, escribe Pedro Salinas en «Lo que debemos a Don Quijote» y yo coincido con él, es «un género fatal y necesariamente social […] es la penetración y la revelación de ese infinito mundo de posibilidades de contacto que hay entre un ser humano, el protagonista, y lo que le rodea». En este contexto debemos insertar Querida princesa, la nueva obra de Juan Francisco Quevedo, autor que con su primera novela, Ana en el mes de julio (2014), consiguió el reconocimiento tanto de los lectores como de la crítica más exigente.

No estoy yo muy seguro de esa creencia popular que afirma que el poeta suele madurar con más antelación que el novelista, el crítico o el ensayistas. Es habitual escuchar que la poesía es un género de juventud y la novela, por el contrario, un género de madurez. Obviando estos prejuicios, en los que no creo, si parece recomendable admitir que la novela ( y el ensayo) necesita aunar la acumulación de experiencias vitales con la incorporación de conocimientos y, para ambos menesteres, el transcurso del tiempo resulta fundamental. Estas premisas son evidentes en Querida princesa, una novela en la que Juan Francisco Quevedo demuestra el profundo conocimiento de los hechos históricos que marcaron la realidad de la época que narra, pero también manifiesta una empatía digna de resaltar por el alma de los personajes, unos personajes a los que trata como a seres reales, especialmente los personajes femeninos, complejos y cabales en la trama que con tanta fluidez va atrapando al lector, desde la matriarca de la casa, doña Isabel, a la joven de la cual es mentora, pasando por el ama de cría. En cualquier caso, las figuras femeninas desempeñan un papel determinante en el desarrollo narrativo. No son meras comparsas, como acostumbra a suceder en demasiadas historias. Pero lo fundamental, para mí, recaiga en quien recaiga el protagonismo, es que la escritura nos plantee reflexiones profundas sobre el ser humano y su relación con los otros y con el entorno. Estamos hablando de una novela, por tanto, la combinación de datos históricos con escenas inventadas es perfectamente legítima. La fidelidad a esa recreación histórica es un aliciente más para dejarnos seducir por esta trama en la que el rigor histórico se decanta hacia el lado literario, lo cual lleva aparejado un riguroso trabajo sobre el lenguaje que supera la función informativo y representativa para adentrarse en la función expresiva y poética, y es en estas últimas funciones donde el novelista debe apurar todos sus recursos para exprimir todas las posibilidades narrativas. No cabe duda de que Juan Francisco Quevedo es consciente de este esfuerzo, porque la novela, está perfectamente estructurada en periodos temporales concretos, sabiamente alternados, con continuos regresos al pasado que intentan explicar el presente, los claroscuros de la existencia de los personajes y el modo en el que ese pasado, lleno de secretos familiares, ha influido en cada uno de ellos, aunque no por eso debemos pensar en que una especie de predestinación gobierna su destino. Existe, sobre todo en doña Isabel (no tanto en la adolescente Elvira, que se deja llevar por los acontecimientos dócilmente) una voluntad de resistencia frente al fatum, una insumisión ante la fatalidad. Al fin y al cabo, como asegura Terry Eagleton, «los personajes literarios, al menos en el caso de la ficción realista (como es nuestro caso), alcanzan su máxima expresión cuando se identifican con la máxima riqueza. Sin embargo —continúa diciendo— si no fueran también hasta cierto punto tipos que revelan atributos ya conocidos, resultarían ininteligibles».

Como los lectores han podido comprobar, en los párrafos precedentes no hemos desvelado nada sustancial de la trama de la novela sino de lo que esta novela es como novela, es decir, de la configuración de unos personajes que sólo adquieren textura en tanto el lenguaje los construye, y eso lo hace espléndidamente Juan Francisco Quevedo, porque en muchas ocasiones sacrifica el desarrollo de la acción para internarse en los laberintos de la mente, en las emociones y deseos, en las ambiciones y miserias de los personajes, que, en definitiva, son las características del ser humano, puestas de relieve en el teatro de la realidad. «El comienzo de una obra de ficción —escribe Julian Gracq, un novelista que reflexionó con profundidad en los procesos de la escritura— no tiene tal vez otro verdadero objetivo que crear lo irremediable, un punto de anclaje fijo, una idea resistente que el espíritu no pueda en adelante alterar». El final de dicha obra —pensamos nosotros— llega cuando el grado de cumplimiento de esas expectativas ha alcanzado un punto de no retorno y cualquier discrepancia resulta imposible. Al fin y al cabo, el escritor —y volvemos de nuevo a Gracq— es «alguien que cree sentir que algo, por momentos, pide adquirir por mediación suya, la clase de existencia que da el lenguaje».

 

JUAN BELLO SÁNCHEZ. NADA EXTRAORDINARIO

11 lunes Jul 2016

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JUAN BELLO SÁNCHEZ. NADA EXTRAORDINARIO. XVI PREMIO DE POESÍA EMILIO PRADOS, PRE-TEXTOS, 2016

Un título ambivalente, contradictorio incluso, este Nada extraordinario porque, efectivamente, los poemas que lo integran hablan de asuntos cotidianos: «Charlamos en un café,/ contamos día que suceden/ igual que invernaderos», pero la cotidianidad, bien mirada, paradójicamente, esconde mucho de extraordinario. No se trata de hacer un juego de palabras, pero lo ordinario, lo habitual, lo monótono si se quiere, cuando la forma de abordarlo no se aviene a lo más evidente, es capaz de mostrarnos lo que encierra dentro de sí, y los interiores de algo, generalmente, son, en sentido estricto, sorprendentes. Los poemas de Juan Bello Sánchez, un autor que, pese a su juventud —nació en 1986— cuenta con una obra importante, tanto cualitativa como cuantitativamente (IV Premio de Poesía Joven “Pablo García Baena” por su libro El futuro es un bosque que ya ardió en alguna parte o Todas las fiestas de mañana, VI Premio de Poesía Joven RNE) saben rasgar la realidad más visible con el escalpelo de la palabra. Percute ésta sobre la superficie como un martillo mecánico, con constancia y ritmo, hasta romper el envoltorio del significado previsible. En sus poemas, tras un preludio conforme con las pautas descriptivas al uso: «Las dos vacas junto al camino que bordeaba/ el acantilado, pacientes, mirando algo/ que escapaba de mi vista, masticando hierba», se suceden, sobre todo en los más fragmentados, una serie de analogías que buscan lo sorprendente, lo no común, algo del todo admirable pero que conlleva, sin embargo, algunos riesgos, riesgos que, a mi parecer, a veces no se han resuelto del todo. La sensación que asalta a este lector es la de que se busca con excesiva frecuencia la originalidad por encima de todo, sin atender a otras justificaciones de más o menos prescriptivas. En ocasiones, el verso se complace en su propia dicción, en su propio ingenio, sin lograr ninguna trascendencia semántica, como supongo que es el propósito del autor. «Perdimos el amanecer como se pierde el agua/ en el vaso de agua» creo que es un buen ejemplo de lo que expongo. Ese voluntarismo —elogiable, por otra parte— debe estar fundamentado por conclusiones que provengan de una reflexión verdadera sobre la realidad, no de un mero puzle semántico. Yo creo que Juan Bello es plenamente consciente de ello y lo ha evitado con maestría en la mayor parte de los casos, pero, desde mi punto de vista, debe afilar aún más y con mayor precisión el filo de la cuchilla.

Dejando al margen estos pequeños reparos, hay que decir que Nada extraordinario es un libro que apuesta por la poesía meditativa, una poesía que mantiene un continium discursivo muy logrado y que, en sus mejores momentos, es capaz de doblar los pliegues a la realidad para mostrarnos esos escondrijos en los que se multiplica la vida más vívidamente, en todo su esplendor, pero también con todas sus miserias. «Fíjate en todos esos aviones que caen al océano y desaparecen,/ llegan hasta el fondo de algo, no como nosotros,/ siempre viviendo en la superficie de las cosas,/ siempre sorprendidos/ por la belleza de aquello que no dura demasiado». Concebido como una unidad que cuenta con un poema pórtico de igual título al del libro, como si el autor quisiera recalcar con más firmeza el argumento de sus poemas, una realidad «donde no sucede nada extraordinario,/ o todo es tan común/ que no le dedicas demasiada atención», pero en la que, y de esta constatación nacen los poemas que integran el volumen, «Lo cotidiano/ lucha por vencer su transparencia». Es ésta una cotidianidad, una rutina contemplada desde una óptica variable y temporal: llueve, hace frío y luce el sol en los poemas de Juan Bello, pero hay además muchos amaneceres, muchas mañanas, muchos mediodías y puestas de sol, como si el poeta quisiera reflejar el óxido con el que el paso del tiempo recubre las cosas en su aparente inmutabilidad desde una luz distinta, pero también cuenta con un variado catálogo de escenarios propicios para contemplar esa cotidianidad: la cocina, el porche, un sofá, «los espacios vacíos, una plaza por ejemplo». Un pequeño mundo doméstico visto con los ojos inquisitivos y especializados de un naturalista y contado con la desenvoltura de un avezado explorador que sabe descifrar las huellas que lo real va dejando a su paso. El prodigio, muchas veces, está tan cerca de nosotros que no somos capaces de verlo. Juan Bello Sánchez sabe desvelar con palabras tensas y precisas las calves de ese misterio.

 

MARTIN ROCK. VAPOR

08 viernes Jul 2016

Posted by carlosalcorta in Versiones

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MARTIN ROCK

VAPOR

Esta noche voy a vivir en un único aliento:

para dejarlo salir lentamente como una caldera abierta debe

liberar su vapor, abandonado mucho tiempo sobre la estufa.

Finalmente, toda sustancia se convierte en vapor

 

y se acumula en el aire, luego cae

otra vez como un globo, por su propio peso.

Los cuerpos deben estar cerca uno del otro, al parecer,

incluso cuando el resultado es la simple caída.

 

Sólo el mundo nunca cae

—lo que imita al mundo

cae en él, como yo que ahora imito, y caigo,

 

la voz de mi padre, de quien siento el aliento

con su perro en la desembocadura del río.

Mi aliento, también, se levanta y cae. Escucha.
Versión de Carlos Alcorta

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