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Archivos mensuales: noviembre 2021

CANDELAS GALA. CLARA JANES. LA POÉTICA CUÁNTICA O LA FÍSICA DE LA POESÍA

30 martes Nov 2021

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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CANDELAS GALA. CLARA JANES. LA POÉTICA CUÁNTICA O LA FÍSICA DE LA POESÍA. CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS.

No es este volumen sobre la poesía de Clara Janés la primera indagación que hace Candelas Gala sobre las relaciones de la ciencia, en concreto la física, con la poesía. Ya lo hizo en “Sinergias. Poesía, física y pintura en la España del siglo XX”, un iluminador estudio que utilizaba como referentes a poetas de la talla de Salinas, Guillén, Larrea, Diego, Alberti, Méndez o Lorca, y el cubismo en el plano artístico para mostrar los vínculos entre disciplinas solo aparentemente dispares. No abundan los estudios en este ámbito. Todo lo contrario de lo que ocurre con las relaciones entre poesía y filosofía, disciplinas que se han tenido por hermanas a lo largo de la Historia ―los filósofos presocráticos no distinguía entre una y otra―, fundamentalmente en los últimos siglos del pensamiento europeo ―en nuestro país el ejemplo más recurrente es el de María Zambrano― a pesar de las notables diferencias que las constituyen: «Mientras que la poesía es el primer habla, la filosofía sigue buscando preguntas», escribe Gala siguiendo a Giambattista Vico.

     Desde el Romanticismo, y de forma notoria en la Modernidad, la poesía ha quedado reducida al ámbito de la propia conciencia, a expresar las tribulaciones del yo, por eso llama la atención leer una poesía ―no es la única― como la de Clara Janés que rompe con esos antecedentes, una poesía, en la que lo confesional queda relegado al territorio del diario o las memorias y se aventura en campos como los de las matemáticas o la física, que se han considerado durante siglos ajenos a ella ― «Mientras la ciencia a descubrir no alcance / los eternos enigmas de la vida, / ¡habrá poesía!!», escribió Bécquer―, por más que Cervantes mismo en el “Licenciado Vidriera” denominara «ciencia» a la poesía. Por fortuna, esta actitud ha cambiado. La poesía, en gran medida, ha abandonado el solipsismo y trata de encontrar remedios al desconcierto, a la inadaptación y el extrañamiento que sufre el sujeto moderno ante la sociedad actual tanto o más que la sociología o la antropología, por ejemplo. El poeta, ante la imposibilidad de conocerse a sí mismo solo con la poesía, se vale de todas las diciplinas y todos los conocimientos a su alcance. Nada es ahora antipoético por naturaleza. La ciencia se ha convertido así, más, si cabe, en los últimos tiempos, en una especie tanto de timón como de asidero, de tabla de salvación en un entorno borrascoso, hostil. La poesía de Clara Janés es un buen ejemplo de esta búsqueda interdisciplinar, como demuestra Candelas Gala en “Clara Janés. La poética cuántica o la física de la poesía”, su más reciente trabajo.

Candelas Gala rompe ese tradicional divorcio entre las humanidades y las ciencias, por más que estas últimas defiendan valores como la precisión, la comprobación empírica, el rigor, la utilidad o la eficiencia, asuntos que son primordiales en la creación poética. Además, no se puede negar que el mayor conocimiento sobre los avances científicos ha transformado el conocimiento de la naturaleza y la visión que tenemos sobre los propios asuntos cotidianos y contribuye a ir ordenando las piezas de ese inmenso puzle que es el ser humano. Una de las importantes contribuciones de este libro reside en la vinculación que la autora realiza entre conocimiento científico e intuición poética y cómo, a partir de esa vinculación, se pueden leer con otros ojos, con los ojos de la ciencia, determinados poemas, en este caso los de Clara Janés, pero hay otros ejemplos como «Cuando será el sueño» de fray Luis de León, «El sueño» de sor Juana Inés de la Cruz; las odas de Quintana, el poema «Cero» de Salinas y la obra de Ernesto Cardenal, Houllebecq o Agustín Fernández Mallo, por ejemplo. No son fáciles de asimilar, para un espíritu receptivo a la falta de normas de la heterodoxia crítica en el ámbito literario, los patrones de valor universal que defiende la ciencia porque, aunque están sujetos a la controversia y carecen de la objetividad omnisciente que pregonan, desechan por principio la ambigüedad semántica, el caos y el desorden de la conciencia que ofician como yacimiento de las contradicciones del ser humano. El caso es que no se pueden obviar las semejanzas entre la poesía moderna y la ciencia y, en el caso de Janés, entre empirismo e imaginación, entre «la realidad física y la interioridad de la conciencia». Ambas, la poesía y la física, son, en definitiva, formas de experimentar, de poner a prueba las nociones que tenemos sobre lo real, aunque los métodos y las conclusiones que se buscan sean diferentes, porque, como se ha dicho, «Un poema y una verdad científica son algo más que una teoría o una creencia: han resistido el ácido de la prueba y el fuego de la crítica». Esto, sin embargo, más que representar un problema insalvable, sirve como acicate a Clara Janés, porque «además de reconocer el conocimiento experimental que aportan las fórmulas, Janés considera la necesidad de incorporar los datos que se obtienen a partir de las sensaciones, de la materialidad del cuerpo, de la corporalidad y el carácter erótico del conocimiento».

  • Reseña publicada en El Diario Montañés, 26/11/2021
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ALEJANDRO GARMÓN IZQUIERDO. LAS NOCHES ETRUSCAS

27 sábado Nov 2021

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

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ALEJANDRO GARMÓN IZQUIERDO. LAS NOCHES ETRUSCAS. COL. HERACLES Y NOSOTROS, Nº 38

Poco más de veinte poemas integran este nuevo cuaderno de la colección «Heracles y nosotros» que mantiene y coordina el poeta Juan Ignacio González. En estas «Noches etruscas» Alejandro Garmón Izquierdo (Bilbao, 1981) ―ganador del V Premio Internacional de Poesía Jovellanos-El Mejor Poema del Mundo con el poema «Alejandría» y autor de un excelente primer libro, Licencia de apertura (BajAmar editores, 2019)― vuelve la vista hacia el pasado y recrea con una voz y una perspectiva actuales mitos grecolatinos, aunque no solo, como veremos. Sus poemas poseen una elegante dicción y un ritmo muy cuidado en el que se alternan versos imparisílabos de siete y once sílabas con alejandrinos de mayor empaque, como corresponde a la relectura de la tradición de la que provienen. En dicha relectura Héctor, herido de muerte, no piensa, como el canto homérico, en mantener su honor enfrentándose al pélida, sino en su esposa «y en los dulces secretos de tu lecho» ―gracias al amor parece, el milagro de la salvación es posible―. Morfeo acoge en sus brazos a un Aquiles que reconocer haber «llegado agotado a tus orillas» después de tantas batallas contra dioses y hombres. La mayoría de estos poemas, de tono y atmosfera profundamente meditativos― tratan sobre la fugacidad de la vida, sobre la volatilidad de los propósitos y el cambio que la edad provoca en la percepción de las necesidades del ser humano. Cercana ya la muerte, los personajes que habitan en estos poemas hacen recuento y miran al pasado con una mezcla de benevolencia y aflicción, como en el poema titulado «Sit tibi terra levis»: «No quería escribir un epitafio, / tan solo deseaba seguir vivo / junto a todos aquellos que le amaron». Otros parajes ―el río Elba, que riega la tierra de los vándalos; Norilsk, ciudad minera de Siberia o la ciudad india Sitalpur― sirven a Garmón Izquierdo para entonar su canto, un canto plagado de nostalgia y de sabiduría, pues de sabios es, como aconsejaba Séneca a Marcia, «recordar al espíritu que ame las cosas tal como si fueran a desaparecer, mejor dicho, como ya desapareciendo. Todo cuanto la suerte te ha dado poséelo como algo carente de garantía». En suma, una poesía que, mirando al pasado, reflexiona sobre el presente, una poesía meditativa, con dominio del lenguaje, sin grandilocuencia, pero con hondura y eco, que merece ser leída, al menos, con el mismo entusiasmo con el que está escrita.

*reseña publicada en https://www.cantabriadiario.com/las-noches-etruscas-alejandro-garmon-izquierdo-heracles-y-nosotros-numero-38/ 26/11/2021

KE YANG. LAS DOS MITADES DE LA MANZANA DEL MUNDO

24 miércoles Nov 2021

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

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KE YANG. LAS DOS MITADES DE LA MANZANA DEL MUNDO. TRADUCCIÓN DE HUANG YI. ADAPTACIÓN POÉTICA DANIEL GASCÓN. PRENSAS UNIVERSITARIAS DE ZARAGOZA.

No son frecuentes las traducciones de poesía china actual al español. Podemos encontrar en los estantes de las librerías innumerables ediciones y antologías de poesía china de la llamada Edad de Oro, de poetas de que escribieron durante las sucesivas dinastías que gobernaron el imperio chino, pero cuesta encontrar la obra de un poeta contemporáneo ―por fortuna, internet ha roto este aislamiento y existen en el mercado algunas antologías, como Un país mental. 100 poemas chinos contemporáneos (Kriller71 ediciones) o Antología de Poesía China Contemporánea (Simplemente editores) compilada por Sun Xintang y Zhou Sese―, por esa razón debemos agradecer a la editorial de la Universidad de Zaragoza y la colección «La gruta de las palabras», que dirige con tanto acierto Fernando Sanmartín, la publicación de esta antología, Las dos mitades de la manzana del mundo, del poeta Ke Yang, de quien este lector nada sabía. Nació en la provincia de Guangxi en 1957 y es, además de poeta, editor y presidente de la Academia de Poesía China. Es un destacado representante entre los poetas de la «Tercera Generación» que emergió y adquirió notoriedad a comienzos de los años ochenta y representante de la tendencia de escritura popular en la poesía. Ha publicado poemas y ensayos en numerosas revistas respetadas incluyendo Shikan (Poesía). También ha publicado poemas en revistas no oficiales como Tamen, Fei- Fei y Yi -Heng .Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, japonés, alemán y otros idiomas, entre ellos el español. Ha publicado más de diez libros de poesía, incluyendo Intersección desconocida y Poemas selectos de Yang Ke. Ha sido profesor universitario y ha impartido de conferencias sobre la Nueva Poesía China. Ha sido galardonado con importantes premios, entre ellos el Primer Premio de la provincia de Guangxi.

Con estos datos básicos nos enfrentamos a una poesía de marcado carácter narrativo, muy descriptiva y muy apegado a la tradición cultural de su vasto país de origen: «Era yo quien espera los tiempos pasados. / Era yo quien recuerda el día de mañana. // El año pasado en Los Ángeles rugiste en voz baja. / Descubrí de repente que era yo el chico robusto que levantó el peso muerto con todo el orgullo de China». No faltan tampoco alusiones a la cultura occidental, que el autor integra con fortuna en su discurso: «La mariposa desgarra el sueño de Zhuang Zhou: / y se posa en la flor de Kandinski» y es que, para Ke Yang «Una manzana y otra manzana / en las palmas, el hemisferio oriental y el occidental / tan cerca, como dos amigas de la infancia». Estos referentes son producto de un amplio conocimiento artístico y filosófico que se trasluce en versos de carácter sentencioso, como estos: «A vista de pájaro todos los sufrimientos son insignificantes», «La vida es tan mezquina como las conchas / abandonadas en la playa» o «Hay un río que separa el mundo de los vivos y de los muertos». Los elementos naturales adquieren aquí un carácter simbólico, herencia, sin duda, de su propia tradición poética, pero, como decíamos, Ke Yang no es ajeno a la tradición occidental, así, cuando escribe «Es inevitable que a veces la belleza te ponga triste», se percibe el eco de Rilke, o cuando utiliza la ironía como elemento distanciador ―«¡Qué lujo es morir siendo feliz!»―y la metáfora como sublimación de lo prosaico ―«Las llamas que brillan en el horno son / hadas que bailan con zapatos estampados»― y de la incapacidad para sobrevivir en el mundo actual  (léase el poema «Relacionado y no relacionado»), lo que nos recuerda al Prufrock de Eliot. Evidentemente, una antología como esta no resulta suficiente para conocer a un poeta de una obra tan extensa para quien «La fuerza del libro / es más potente que cualquier ejército», pero al menos nos pone sobre la pista de las joyas poéticas que, sin duda, alberga la milenaria cultura china.

SABRINA FOSCHINI. MORDISCOS Y PLEGARIAS

22 lunes Nov 2021

Posted by carlosalcorta in Versiones

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SABRINA FOSCHINI. MORDISCOS Y PLEGARIAS. TRADUCCIÓN Y PRÓLOGO DE JUAN VICENTE PIQUERAS. EDICIÓN BILINGÜEEDITORIAL RENACIMIENTO.

Resulta cada vez más raro encontrarse con autores capaces de aportar es su obra, en sus poemas, una mirada original sobre la realidad, pero, aunque infrecuente, todavía cabe esa posibilidad, y eso es lo que me ha ocurrido con Sabrina Foschini, poeta italiana nacida en 1968, de quien nada sabía hasta que comencé a leer este libro traducido y prologado por el poeta Juan Vicente Piqueras, el cual nos ofrece de ella una imagen laudatoria y casi sobrenatural: «parece una mujer salida del mar y de una película de Fellini», escribe en un breve, pero instructivo prólogo, en el que, además, para definir los resortes que ponen en marcha su creación, explica que «Su mirada, siempre atenta al misterio de todo lo que vive, está llena de pietas por el ser humano, por todo lo que su alma laica bendice cuando nombra. Su sensualidad es pagana y es cristiana. Es más, su poesía es la delicada prueba de que el catolicismo es la continuación del paganismo […] En sus poemas el verbo se hace carne y viceversa. Su poesía es sensual, salvaje y religiosa […] Erotismo y mística son, en ella, dos caras de la misma moneda, haz y envés de la misma hoja trémula ungarettiana».

Mordiscos y plegarias, un título que resume bien el contenido del libro, recoge poemas de varios de sus libros, Voz del verbo, La sed del mar, Hojas de agua e Himno del cuerpo reconstruido, más una serie de poemas inéditos basados en personajes de la mitología griega. De hecho, el volumen está configurado en tres secciones, poemas que responden a una relectura de asuntos bíblicos ―sin duda, lo mejor del libro―, poemas de amor y los citados poemas que recrean antiguos mitos.

Lo que más llama la atención a la hora de leer los poemas de Foschini es la capacidad para ofrecer otra perspectiva de hechos sobradamente conocidos, que pertenecen ya al acervo cultural de cualquier lector, sea este creyente o no. El arcángel Gabriel nos va describiendo cómo fue el momento en el que le anunció a María ―«Le dije que el rayo de luz que le anunciaba / fecundaría su vientre / como un astro iluminado»― la buena nueva: «Ella no conocía el misterio de dar a luz, / y yo soy un ángel… ¿qué podría decirle?». No hay en estos versos una apología del misterio divino, por el contrario, rebaja la divinidad del ángel a la superficie de lo humano, pues duda, se compadece, se emociona como cualquier ser mortal. Esta es la particular manera de ponerse en la piel del otro que Sabrina Foschini maneja, a la vez que, como he señalado, humaniza y dota de sentimientos a los protagonistas de hechos y revelaciones de carácter místico. Cualquiera de los poemas de esta primera sección ejemplifica perfectamente esta opinión, pero basta con citar un par de ellos para justificarla. El titulado «José» en el que muestra a un José anciano que rememora cómo conoció a María ―«me tocó como esposa la niña», escribe Foschini―, una niña a la que veía jugar en su taller y a la que no se atrevía a tocar, por eso se indignó cuando vio crecer su vientre un fruto no esperado: «se le hinchó el vientre de espanto y yo temblé de vergüenza / por aquel abuso cometido en secreto por otro hombre», hasta que recibió la visita de un mensajero, «un ser mitad hombre y mitad pájaro», que le reveló «la naturaleza luminosa de mi hijo, / la extraordinaria misión otorgada a la niña». No deja de sorprender la magistral forma de asumir la identidad de otro para renovar la lectura de, en este caso, las Sagradas Escrituras. Otro tanto ocurre con el titulado «Marta» en el que aventura la envidia que suscitó en Marta el trato de privilegio que Jesús le dio a María, su hermana: «Desde que éramos niñas / nuestro padre y los huéspedes la preferían, / la querían a su lado en los banquetes, / liberada de la aspereza de las tareas domésticas», aun así, confiaba en que, con el paso del tiempo, ese tarto vejatorio se amortiguaría, pero el «maestro» también sucumbió a «la trampa de sus mohínes».

Los poemas amorosos de la segunda sección no ofrecen un similar grado de recreación semántica, se atienen más a lo previsto, aunque en ellos, en ocasiones, prime una sensualidad extrema, como en estos versos: «Hemos hecho el amor como un festín feroz, / dientes y uñas y huesos, todo lo duro que hay en nosotros, / todo lo duradero junto a lo suave / y a los ojos en blanco» y, también, la conciencia de la temporalidad de todo acto o sentimiento humano: «Dicen que el amor no dura / y duran las estatuas romanas, los estucos de las casas prehistóricas, / duran los huesos de los animales que exterminamos antes de nacer». En otros poemas, por el contrario, es el amor filial, sustentando en recuerdos de la infancia y de la adolescencia, el que se toma como núcleo del poema, núcleo que irradia una imantación plagada de conceptos generales y de símbolos privados que relacionan metafóricamente la carne con el alma.

La tercera sección está compuesta por poemas mitológicos. Personajes como Ícaro, Narciso o Teseo nos relatan aquellos actos por los que se han convertido en mitos. La estructura descriptiva es muy similar a los poemas de la primera sección. Los personajes de ambas secciones, «figuras arquetípicas», se hacen, como escribe Alessandro Giovanardi, «escritura, forma de vida plena». En resumen, estamos ante una poeta excelente que desnuda la tradición y la viste con los ropajes de la modernidad, sin prejuicios y sin complejos.

  • Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, 19/11/2021

JUAN IGNACIO GONZÁLEZ. MAPAMUNDI DEL DUELO Y LA MEMORIA

15 lunes Nov 2021

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JUAN IGNACIO GONZÁLEZ. MAPAMUNDI DEL DUELO Y LA MEMORIA

EDITORIAL BAJAMAR.

“Mapamundi del duelo y la memoria” es el primer libro que publica Juan Ignacio González después de publicar su poesía completa, “En tierras como esta. Poesía reunida 1985-2020”, el pasado año, y esta nueva entrega no hace más que confirmar, ya desde el propio título, la columna vertebral sobre la que se articula toda su obra: la toma de conciencia crítica sobre la realidad que le ha tocado vivir, una toma de conciencia, sin embargo, que va más allá de la pura descripción meramente informativa ―próximo a lo que José Hierro denominó «reportaje»―, para internarse en reflexiones de carácter lírico, intimista, con ciertas dosis de irracionalidad. De esta combinación nace una poesía que, sin perder de vista el contexto colectivo, se cimenta en la experiencia personal del poeta, trascendida para convertir el yo en un nosotros.

     Ambos procedimientos están presentes en este libro, que consta de dos partes perfectamente diferenciadas: en la primera de ella, «El duelo», el dolor, la aflicción y la nostalgia subyacen en la mayoría de los versos: «No hay sino dolor tras estos ojos / que van dejando, agónico, este tiempo / triste y parpadeante, de la espera», pero no es el único argumento. En los poemas más descriptivos ―«Malditas guerras», «Bakhit habla del mundo» o «Exposición “Auschwitz”. Madrid, 2017», por ejemplo― se impone, por encima de otros aspectos de carácter poético, el valor de la denuncia, no solo de los hechos en sí, sino también de la manera de interpretarlos en el presente, sumidos ya en la insensibilidad que provoca la costumbre y la banalización del terror: «Suenan flashes, hay ruido por las salas. / Tan lejano parece que hay sonrisas, / y posados grotescos ante el pórtico / que señala la entrada de la expo». Juan Ignacio González siempre ha mostrado una confianza ciega en el poder salvífico de las palabras, del poema, y de este convencimiento hay excelentes muestras en esta como la que sigue primera sección: «Queda abierto al mañana escribir un poema. / Con el construiremos un mundo diferente, / con las casas abiertas / y una inmensa explanada / donde acampen los sueños». Esa certidumbre va unida a la alta estima que tiene nuestro autor del oficio de poeta. En el poema del mismo título escribe: «Nosotros, los poetas […] / Vamos abriendo, lentamente, puertas. / Repintamos los techos, las heridas, / vencemos a la muerte con los versos / que llaman con su luz inquebrantable, / y aniquilan las sombras de la ausencia. // Dibujamos los mapas del recuerdo, / trazamos avenidas donde el llanto / discurre lento, inexorable, / y luego / se aparece un jardín y algunas fuentes, / en que beber la vida / y, exultantes, / dejamos en las páginas la nieve / que habrá de retoñar, en primavera, / los campos yermos de las madrugadas». Evidentemente, atribuir estas funciones al poeta no es, viniendo de un poeta de tan larga trayectoria como González, un voluntarioso acto de mitificación, sino un estrecho vínculo entre vida y obra, entre las palabras y la acción.

     La segunda sección, titulada «De la memoria», reincide en los mismos temas, pero el dolor y la nostalgia provienen del pasado, de los recuerdos que afloran en la memoria. El primer poema, «Hijos del baby boom», es suficientemente explícito: «Nuestros padres crecieron tras la guerra. // Ellos, indoctrinados por maestros / que aleccionaron su quehacer diario / a golpes de regleta y bofetadas / y que en la agria geometría de los patios / les hicieron cantar salmos e himnos / de cara al sol en una España yerta». Junto a poemas como este ―«Maneras de estar vivos» y «El blues de la memoria» son otros ejemplo―, reportajes de un tiempo oscuro que, por fortuna, ya solo es historia para muchos españoles, hay poemas que, sin perder ese afán de luchar contra el olvido, poseen una vena más lírica  como los titulados «Música de agua», «La  fórmula del agua», «Aquel pupitre» o «En la alquimia del aire». Todos ellos van narrando la autobiografía del poeta, eso sí, desde ángulos y perspectivas diferentes, y conformando una identidad que debe, y no lo oculta, mucho a las experiencias vividas en la juventud y la adolescencia, aunque a veces sean contemplados como productos de los sueños. No hay deseo de revancha a la hora de poner en claro estos recuerdos, sino el deseo de dejar constancia de la precariedad, también en el aspecto afectivo, de una época aciaga. Juan Ignacio González los narra como si estuviera hablando consigo mismo en voz alta, con palabras cotidianas y un mensaje claro, la de cauterizar las antiguas heridas, por eso el libro finaliza con esta estrofa: «Qué extraño es este triste tañer de la memoria, / con su pasión de orfebre sutura las heridas, / encaja en las palabras, escritas a la lumbre / de aquellas latitudes, una pasión que juras / habrá de ser el credo que siempre te acompañe».

  • Reseña publicada en El Diario Montañés el 12/11/2021

 JUAN PEÑA. YACIMIENTO

09 martes Nov 2021

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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 JUAN PEÑA. YACIMIENTO. SILTOLÁ POESÍA

No se ha prodigado en exceso Juan Peña (Paradas, Sevilla, 1961) a la hora de publicar su poesía. Desde 1989, fecha en la que salió a la luz “La edad difícil”, pasando por “Viviendo con lo puesto” (1995), por “Días cansados” (1997), “Los placeres melancólicos” (2006) y “Dura seda” (2011) ―todos ellos recogidos en la antología “La misma monotonía” (2013), título que tanto nos recuerda al “El mismo libro” de Andrés Trapiello―, “Destilaciones” (2016) hasta llegar a este “Yacimiento” que ve la luz en su editorial de referencia en los últimos años, La isla de Siltolá. No es escasa su producción, siete títulos en más de treinta años, y lejos de verlo como un reproche lastre, se nos antoja verlo como un riguroso ejercicio de contención y de exigencia, sobre todo en los tiempos que corren, cuando muchos autores, algunos de ellos coetáneos de Peña, demuestran su prodigalidad publicando título por año.

     Lo cierto es que la poesía de Juan Peña se ha mantenido fiel a una serie de principios estéticos que podemos resumir en la voluntaria sencillez de su dicción, en la minuciosidad descriptiva ―fruto sin duda de la morosa contemplación de lo que le rodea―, en un vitalismo envidiable y, a menudo, contagioso, que no elude, sin embargo, el aguijoneo inevitable del dolor, pero administrado con sabiduría, en una feliz combinación de resignación y entereza.

     “Yacimiento” ―un libro con una idea muy clara, concebido como un todo orgánico, no como una mera acumulación de poemas dispersos, sin relación―, como su propio título sugiere, indaga en las raíces de la condición humana, en los vestigios que el ser humano ha ido dejando a través de los siglos, en los estratos de conciencia que cada civilización fortalece, «en las cosas sin alma, / que no mueren» y que hacen al hombre «más que humano», y es que esas cosa sin alma, materia solo al fin y al cabo, no sufren las pasiones humanas, aunque sí son capaces de provocarlas: «Cuánto mejor las cosas que nosotros, / efímeros, dolientes, siempre decepcionantes». Pero el yacimiento del que se nutre Peña no se encuentra solo en las cosas que permanecen dormidas, enlodadas bajo tierra o en cuevas inaccesibles: lucernas terracotas. Muchas de ellas están en la superficie. Frutos sabrosos, cerezas, higos, queso de cabra, etc. Todo ello lo resume con destreza el poema «Objetos»: «Lo que al final nos salva / se quedará en las cosas, / en un libro, en la estatua, / en un lienzo cubierto de grasas de colores. // Nunca buscó el alma de los cuerpos, / solo lo que los cuerpos tuvieron de criatura, / la carne y su destello, / la belleza más alta / porque al final se pudre. // Para vivir bastaba / esa destilación de cuerpo y alma / cristalizada en cosa. / La fría y seca y dura belleza de las cosas».

     Pedro Bohórquez, en la contracubierta, dice que «Si hay algo que podemos destacar como esencial e inalterable a lo largo de toda la poesía de Juan Peña es su lección de serenidad, de gozosa plenitud y jubiloso asombro, a sabiendas de cuanto de despiadado y doloroso ya nos dio y habrá de darnos la vida». Y es que, en esta cata, en este continuo asombro ante las huellas de los antepasados, Peña encuentra motivos para trascender la propia apariencia del objeto. El flujo descriptivo no oculta la reflexión que las palabras ―medidas, elocuentes, sonoras, vivaces: «Yo escuchaba palabras / esculpidas en música, / y las palabras eran los vientos vegetales, / los timbres del metal, / la garganta, la lluvia, / el mar y la tormenta»―  intentan codificar. Peña oficia de mensajero entre el pasado y el presente, pero sin olvidar que la escritura, aunque recree una época remota ―en estos poemas aparecen vasos homéricos, anillos romanos o un pequeño jarrón palestino milenario, correspondencias, al fin y al cabo, entre vida y muerte, hilos que atan a la vida― es fiel testigo del tiempo que vive el poeta, un tiempo que suscita serenas reflexiones sobre la vejez, vista no cómo algo trágico, sino con la mansedumbre de quien no la teme: «Pero llega el milagro de la vejez: / llegar vivo a esta vacación / que ya no acaba. / Vivir, pero sabiéndolo, / como el niño que fui, / asombrado, indolente, irresponsable, pájaro viejo al fi / sostenido en el aire», porque sabe que es un ser mortal y, por esa razón, es la víspera del gozo, el contacto con los objetos, con el vidrio o el barro, con el bronce o la terracota donde Juan Peña, a pesar de sentir «el fragor del tiempo» ―o quizá gracia a eso― ve la plenitud, no la destrucción, la pureza, no la corrupción, y eso ese poso es el que no deja su poesía.

  • Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, 5/11/2021

ISABEL FERNÁNDEZ BERNALDO DE QUIRÓS. EN LA LÍNEA QUE DIBUJA UN INSTANTE.

03 miércoles Nov 2021

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ISABEL FERNÁNDEZ BERNALDO DE QUIRÓS. EN LA LÍNEA QUE DIBUJA UN INSTANTE. COLECCIÓN BAÑOS DEL CARMEN. EDICIONES VITRUBIO.
Fiel a su editorial de siempre, en la que ha publicado Al son de las mareas, Luz velada, Las farolas caminan la calle, La senda hacia lo diáfano y El aire que rompe la niebla, algunos de ellos comentados en estas mismas páginas, Isabel Fernández Bernaldo de Quirós (Mieres, 1947) regresa ahora como En la línea que dibuja un instante, un hermoso título ―un instante luminoso que simboliza la felicidad―que atesora entre sus páginas algunos de los mejores poemas de su autora, «Tus ojos», «Cuando pienso en él» «En este tiempo», «Última oración» o «Derrumbe», todos, salvo el primero, fruto del desengaño existencial, del dolor de vivir, en suma, y no es esta una cuestión baladí, porque es ese conflicto que suscita el paso del tiempo y las consecuencias que dicho paso acarrea el que provoca las reflexiones más íntimas y verdaderas de nuestra poeta. Pero este es un libro lo suficientemente extenso para que en él tengan cabida otras emociones como la afinidad con la naturaleza («Atiende y escucha la vida. / Escucha el lenguaje de los arbustos, / de las hierbas, / de las flores, / de los pájaros, / y de todo el universo imperceptible / que ha crecido sobre mis escombros. / Su lenguaje me acompaña. / Su universo es mi vida, / y mi vida es ahora su casa»), la búsqueda de la paz espiritual ―los primeros poemas inciden en ello de manera especial, el descanso en «una casa conventual», «un adusto páramo», o esa aldea «protegida del viento helado de las cumbres», detallada en un poema eminentemente descriptivo― o el amor, cifra de la existencia y muro de contención contra las agresiones de la edad: «Tal vez el amor sea / una invención, / un roce de ternura, / el abrazo de una lágrima, / el beso que acalla temores, / el consuelo que difumina abandonos…». Todo esto y mucho más es el amor, pero toda moneda tiene dos caras, y la del amor es, forzosamente, el desamor, un desamor que provoca dolor porque «duele / ser savia encendida/ que busca un resquicio de pasión / en el invierno de tu cuerpo». Los versos de Isabel, con ser eminentemente explícitos, dejan lugar para que el lector imagine una vida que, sin lugar a dudas, guardará enormes paralelismos con la suya. ¿Quién no ha echado alguna vez la vista atrás, a la infancia, para preguntarse qué queda del que fue? ¿Quién no echa en fata a los seres queridos que nos han dejado? ¿Quién no siente nostalgia y una especie de alfiler clavado en el corazón cuando regresa a la casa familiar? «La casa ―escribe― tiene el rostro alicaído / y los párpados de sus ventanas cerrados. / Todo en ella es frío y oscuro, / como manos de invierno sin hogar». En cualquier caso, este acopio de recuerdos similares tiene un efecto dispar. No siempre actúa con la misma contundencia. Para Isabel Fernández Bernaldo de Quirós, «El recuerdo / nos ayuda a reinventar nuestro Yo. / Y quizá a comprender», a comprender cómo el paso del tiempo ha ido conformando una identidad, en ciertos casos, eludiendo nuestra propia voluntad. Solo cuando uno es capaz de asumir lo inevitable, se puede lograr la reconciliación con uno mismo: «En este tiempo, / que es mi tiempo, / es el momento de asumir / que la vejez es un grado / y que merece el mejor de los reconocimientos». Y este tiempo que le ha tocado vivir, tan lleno de dolor e incertidumbres, la pandemia hace acto de presencia en unos poemas, estos sí, más circunstanciales, escritos urgidos no por la prisa, sino por la sensación de fragilidad y por el desconcierto, que carecen del vuelo lírico de los precedentes y que acaso pecan de inmediatez y de la imperiosa necesidad de explicar lo inexplicable: «Llegará el día ―escribe―en que el cruel y absolutista germen / será derrotado, / pero dejará tras de sí / una estela de dolor, / de muerte, / de familias que tendrán que superar / el trauma del prisionero / condenado en celda de castigo».  Pese a tanto dolor, En la línea que dibuja el instante finaliza con una reflexión de carácter ontológico no exenta de esperanza, como delatan los últimos versos de «Permanencia»: «Más allá de este afán, / el hombre necesita preservar el olvido / su propia finitud. / Ser recordado. / Perdurar en lo eterno / y saber que podrá seguir viviendo, / como alma compañera, / en la vida de quienes amó y le amaron». Todo un canto, parodiando a Darío, de vida y esperanza.
 
https://elcuadernodigital.com/2021/11/01/en-la-linea-que-dibuja-un-instante/

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