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Archivos mensuales: abril 2014

CHARLES SIMIC. MI SÉQUITO SILENCIOSO

27 domingo Abr 2014

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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CHARLES SIMIC. MI SÉQUITO SILENCIOSO. TRADUCCIÓN DE ANTONIO ALBORS. VASO ROTO POESÍA. 2014

La peripecia vital de Charles Simic (Belgrado, 1938) es ampliamente conocida por sus lectores gracias al libro de memorias Una mosca en la sopa (Vaso Roto Umbrales, 2010) y a las revelaciones sobre sus experiencias que expone con cierta asiduidad en coloquios o entrevistas, pero quizá, para sumergirnos es su poesía, en su forma de moldear el lenguaje lo más relevante sea saber que además de un amargo peregrinaje vital hasta bien entrada su adolescencia, jamás escribió un poema en su idioma materna, el serbio; empezó a escribir en inglés apenas dos años después de su llegada a los Estados Unidos (1954), en el último año de Preparatoria en Chicago, aunque su interés por la poesía se despertó años antes, mientras asistía a la escuela en París, donde tenían la obligación de memorizar poemas de Baudelaire, Verlaine o Rimbaud. Esta circunstancia, a buen seguro, provocó en muchos de sus condiscípulos un odio inveterado a la poesía, pero en unos pocos, quizá solamente en él de entre sus compañeros, a pesar de sus dificultades con el idioma, fomentó una extraña dependencia que inconscientemente se manifestaría transcurridos unos años (su ambición inicial fue ser pintor, y durante un tiempo simultaneo ambas disciplinas). Algunos de sus primeros poemas se publicaron en la Chicago Review en 1959 y del resto de esas tentativas juveniles no queda rastro alguno porque el poeta se deshizo de ellas en Francia en 1962, durante su servicio militar. «Carnicería», escrito en 1963, de nuevo en los  Estados Unidos, «fue —en palabras del poeta— el primer poema que, después de acabarlo, supe que quería conservar». Sus primeros libros datan de esa década, «Lo que dice la hierba» (1967) y «En algún lugar sobre nosotros una piedra toma notas» (1969). A partir de ese momento, la trayectoria de Simic no hace más que consolidarse hasta lograr el codiciado Premio Pulitzer de Poesía en 1990 con El mundo no se acaba. Poemas en prosa, traducido recientemente por Jordi Doce para Vaso Roto, quien afirma en el prólogo que «Dentro de la obra de Simic…ocupa un lugar central, meridiano. Hay un antes y un después de este libro». Pero no es este el único galardón que jalona el caudal creativo de Simic. Otros premios como el Premio Internacional de Poesía Griffin 2005 por Selección de poemas: 1963-2003,  el Premio Wallace Stevens de la Academia de Poetas Americanos (2007) o las becas de la Fundación Guggenheim, la Fundación MacArthur y la National Endowment for the Arts han convertido al poeta en un referente inexcusable en la poesía norteamericana y en mucha de la mejor poesía que se escribe a este lado del océano. En nuestro país, su obra ha gozado de una atención ciertamente privilegiada, porque se le ha traducido con generosidad y acierto. Contamos con libros traducidos en diferentes coyunturas como El mundo no se acaba y otros poemas, publicado, en traducción de Mario Lucarda, por la tristemente desaparecida editorial DVD (1999) y, como he señalado más arriba, en traducción de Jordi Doce, por Vaso Roto (2013) Existen también algunas antologías de su obra, como La voz a las tres de la madrugada (Editorial DVD, 2009), traducida por Martín López-Vega o Desmontando el silencio (Ayto. de Lucena, 2004) a cargo de Jordi Doce y, aunque se aparte del ámbito estrictamente poético, no hace mucho se publicaron, como hemos mencionado, las memorias de Charles Simic tituladas Una mosca en la sopa (Editorial Vaso Roto, 2010), traducidas por  Jaime Blasco, y una selección de sus ensayos titulada El flautista en el pozo (Ediciones Cal y arena,2011) traducidos por Rafael Vargas. El último de los libros del que tenemos constancia es la publicación de Circo unipersonal, traducido por Martín López-Vega y publicado por Arrebato Libros el pasado año, del que aún no he conseguido hacerme con un ejemplar.

El motivo de estas líneas no es, sin embargo, hacer un recuento de tales publicaciones, sino celebrar la publicación de Mi séquito silencioso, traducido por Antonio Albors y publicado por Vaso Roto el pasado mes de febrero (la versión original, My Noiselees Entourage, data de 2005), un verdadero acontecimiento editorial. La poesía de Simic posee unas características que la hacen absolutamente personal. Es cierto que la poesía actual no excluye ningún tema, por poco poético que, en principio, pueda parecer, desde las corporaciones financieras a la física cuántica o la cirugía cardiovascular y la poesía de Charles Simic es un buen ejemplo de ello. El uso de un lenguaje directo, cotidiano, cargado de ironía, con el que recrea desde objetos insignificantes como un botón o una silla hasta escenarios de la desolación, como un cine en un barrio marginal, una librería de viejo o una «Tienda de ropa usada», no oculta el contenido metafísico y atemporal que esconden estas indagaciones, ni la permanente preocupación por la fugacidad del ser y la fragilidad de la vida. Muy al contrario, con una maestría propia de un ilusionista experimentado, muestra y oculta alternativamente, por alusiones, más que describiendo los detalles, sus propias contradicciones vitales que son, por mera sinécdoque, las del común de los mortales. «La poesía, dice Simic, es una defensa del individuo contra todas las fuerzas que son desplegadas frente a él». Esa carga de profundidad que resulta ser cada poema no está envuelta, como hemos subrayado más arriba, en un lenguaje emperifollado ni en una retórica hueca. Utiliza un lenguaje sencillo, conciso —«Poema corto: sé breve y dinos todo» escribe en El monstruo ama su laberinto— que no necesita enturbiar el agua transparente para que parezca más profunda. En estos poemas, podríamos decir con Valéry, lo profundo está en la piel. «El sol —escribe en el poema «Dibujando sombras»— no se ocupa de las ambigüedades,/ pero yo sí», algo que no puede extrañarnos viniendo de alguien que se autorretrata leyendo en la cama mientras reflexiona sobre su alma (otros, sin embargo, «permanecen en pie de madrugada/ para buscar su alma»). Desde luego, no podemos negar la dimensión, más velada en unos poemas que en otros, filosófica de su poesía —por más que el propio Simic afirme que «»El poeta ve lo que el filósofo piensa»—, que en este libro podemos ilustrar con, por ejemplo, el poema «Alarma», en el que consigue inyectarnos una dolorosa sensación de incertidumbre sin nombrar la causa concreta del miedo. Mi séquito silencioso, ese grupo de «ángeles domésticos y demonios/ a quienes alguna vez conocí», nos muestra a un hombre consciente de su indefensión, de ser un mero tránsito, pero eso no le impide rebelarse, negar ese puesto de títere que la historia parece otorgarle. La vida de Simic no ha sido fácil. Desde muy joven se vio obligado a tomar decisiones de mucha trascendencia, decisiones que se van decantando en los poemas, cargados de elementos autobiográficos, sin melancolía o nostalgia. Incluso, a veces, es tan extremo el distanciamiento con el que nos habla del pasado que parece estar novelando la vida de otro. La yuxtaposición de imágenes y la proliferación de metáforas insólitas provocan una sensación extraña y familiar a la vez, porque poetizan aspectos poco frecuentados de la cotidianidad; provocan confusión porque no logramos identificar las complejas emociones que nos trasmiten (más allá de la veneración por el jazz o el blues, o la pasión por el cine). Son muchas las recompensas que ofrece al lector un libro como este, y no es el menor el sentimiento de esperanza que comunican, la confianza en la voluntad, en el propósito de cambio como coartada para seguir, pese a todo, disfrutando de los pequeños placeres de la vida. Un libro para leer y releer pausadamente; un libro que nos permite contrarrestar con el sentido trágico de la vida con el epicureísmo y la ironía.

 

 

 

 

 

 

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LUIS BAGUÉ QUÍLEZ. PASEO DE LA IDENTIDAD

23 miércoles Abr 2014

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LUIS BAGUÉ QUÍLEZ. PASEO DE LA IDENTIDAD. XII PREMIO EMILIO ALARCOS. COLECCIÓN VISOR DE POESÍA.

El problema de la identidad parece ser uno de los asuntos más debatidos en la actual poesía española —y en la literatura, en general— tanto por los poetas más jóvenes como por significados miembros de generaciones precedentes, y si alguien conoce en profundidad las maneras de abordar esta cuestión, ese es Luis Bagué Quilez, porque a su condición de poeta hay que añadir la de crítico literario en distintos medios de comunicación y la de reconocido especialista en la poesía de las últimas décadas escrita en nuestro país. Que estas actividades están entrelazadas sin posibilidad de escisión es algo que nadie parece cuestionar hoy en día. Creadores de indudable prestigio tanto poético como crítico lo han justificado en diferentes contextos. Basta recordar a Auden o a Charles Simic, quien llega a afirmar en uno de sus relatos autobiográficos que él «Quería escribir un libro que no fuera de ensayos ni de prosa ni de poemas en prosa —sino algo hecho de todo tipo de cosas distintas. Hay párrafos que son prosa expositiva, historia del arte, crítica…párrafos que suenan como poesía en prosa, fábulas, anécdotas, sabrá Dios qué más», y es que la frontera entre el ensayo y la poesía, en muchos casos, resulta imposible de discernir, hasta tal punto que las opiniones que vierte el poeta en su función de crítico sobre determinado autor objeto de estudio, en gran parte comulgan con la prescripción estética que gobierna su propia poesía. Si damos por sentado esta premisa, no será difícil encontrar vínculos evidentes entre algunas de las tesis defendidas en el libro Malos tiempos para la épica. Última poesía española. (2001-2012) del que es editor, junto al también poeta Alberto Santamaría, y su último libro de poemas, Paseo de la identidad. Nos referimos en concreto al uso de la ironía, «un recurso capaz de dar cuenta del mundo exterior y de superar las contradicciones inherentes a la actividad artística», pero también al apartado en el que los editores describen el particular diálogo que lleva en su seno el fragmento: «El fragmento no es la negación del sentido, sino la afirmación de un sentido que desaparece cuando estamos a punto de apresarlo. Se trata de la afirmación constante de un tiempo situado en el interior de una cadena de la que desconocemos el antes y el después.»

El cambio de rumbo que Luis Bagúe ha experimentado en su escritura con este libro, sin ser drástico —alguna evolución se percibía ya en su anterior libro, Página en construcción— no deja de ser acusado y digno de elogio porque, en esencia, toda asunción de riesgos supone cierta temeridad, algo que muchos creadores, acomodados a reglas fijas,  no están dispuestos a asumir. Así, la apuesta que Bagué hace por el discurso fragmentario, con las variantes interpretativas que conlleva (aunque haya aún significativas muestras de poesía discursiva, como en el poema «Oración en Starbucks» o «Biología marina», de la primera parte) y la carencia de un continuum de carácter temporal exigen al poeta una tensión creativa permanente y una formidable capacidad de asociación, lo que obliga al lector a practicar una lectura desprejuiciada que en más de una ocasión le conducirá a lugares absolutamente desconocidos.  El sentido del humor y la ironía, a pesar de que el poeta afirme lo contrario («No hay más de lo que ves./ Ni rastro/ de ironía, ni sombra/ de argumento.), resulta evidente en la alteración de frases hechas que abundan en algunos poemas, como, por ejemplo, «Nunca será soluble la belleza», «Nadie bebe dos veces/ la misma mezcla Starbucks» o «Lo prometido es agua/ corriente en pagarés de deuda extrema». La influencia de algunos iconos de la cultura de masas norteamericana no se esconde, aunque está al servicio de la idea argumental del libro, no es un mero soporte, sino un atributo de la identidad en crisis no sólo del poeta, sino de la sociedad en su conjunto. Esa ironía aparece también en la crítica soterrada que se realiza a determinadas modas que pretenden rebatir los modos del consumismo desmedido, reflejadas aquí en el turismo ecológico, una especie de lenitivo, de compensación que aletarga la mala conciencia.

Como decía, menudean las estrofas compuestas por uno o dos versos de carácter sentencioso (quizá el poema «Palo alto» – sin duda, un velado homenaje a Kenneth Rexroth— sea el ejemplo más extremo). Podríamos considerarlos como aforismos si no fuera porque están supeditados a un contexto del poema, pero hay versos que indudablemente producen ese efecto al parodiar pensamientos ajenos que pertenecen ya a nuestro acervo cultural, como el quevediano «No cambia lo que solo se transforma./ Solo lo que ha cambiado permanece» o el goyesco «El sueño del dragón produce monstruos». La última parte del libro, titulada «Escala real» incide en un tema muy querido por Bagué y por otros poetas coetáneos, el del cine y todo lo que comporta (un joven poeta, Martín Bezanilla ha titulado su estupendo primer libro Cine), desde la virtualidad de lo real hasta las diversas formas en las que la apariencia escenifica la verosimilitud. Planos secuencia, imágenes de carácter narrativo, dislocaciones temporales no logran responder a esta pregunta tan candente: «Qué diferencia ves/ entre la filmación y lo filmado?». La ironía sigue siendo una artimaña perfecta para construir esa identidad que se ve vulnerada por una globalización que incide hasta en lo más profundo de la intimidad del ser humano. Acaso por esa razón, el distanciamiento que facilita el humor sea la mejor arma autodefensiva, ahora que se cuestiona, no sin razón, la utilidad de las palabras. Como escribe Luis Bagué el último penúltimo poema del libro, «Lenguas modernas»: «Las palabras que nos salvan la vida/ son las mismas que pueden condenarnos a muerte».

LORENZO OLIVÁN. NOCTURNO CASI.

20 domingo Abr 2014

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LORENZO OLIVÁN. NOCTURNO CASI. TUSQUETS  EDITORES, 2014*

«No existe Dios. Al menos/ no el Dios que crea y en que cree el hombre.// Pero existe lo hondo, que te llama/ —como los precipicios—/ desde tu propia tumba.// En donde espera». Con estos versos finaliza Nocturno casi, el último libro de Lorenzo Oliván, pero el  hecho de comenzar con ellos este comentario obedece, no a un deseo de resaltar la presunta religiosidad del libro, sino todo lo contrario, porque el autor desconfía de un creador omnisciente y pone el énfasis en el hombre como sujeto de esa creación, capaz de encontrar sentido a la existencia en su relación con las cosas, no a pesar de ellas. Nos encontramos ante unos poemas que si algo poseen de religioso es sólo en el sentido etimológico de la palabra, es decir, en su significado de religar, de unir, de entretejer —como ocurre en el poema titulado «Hilo de nadie» (título también de su anterior poemario) — «sin fin astros ficticios/ y tender esa red hacia la vida/—la más preciada presa—/ sin descubrir jamás quien caza a quién.» Astros o estrellas como los de Rilke, que se precipitan en el abismo a pesar de su elevación, un contraste que veremos repetido a lo largo de estos poemas en los que existen, pensamos, suficientes evidencias para rastrear la influencia de Rilke y del Juan Ramón transterrado, devotos de una religiosidad sin fe, que Oliván encauza hacia las leyes invisibles que gobiernan el mudo real, el mundo de lo visible. La tensión poética que provoca este conflicto, éste llegar hasta los límites de lo decible se hace más patente cuando el poeta trata de afirmarse en lo transitorio de todo ser. «¿Por qué la luz hiriente de los astros/hace que se derrumbe con más ímpetu/ la noche sobre ti// y te da altura?», una altura que, paradójicamente, se encuentra en lo hondo, en lo profundo, donde se atrinchera la raíz.  La palabra y la vida ansían una unidad que resulta impracticable, por eso se alternan los momentos de júbilo en los que parece rozarse esa percepción —el poema «Unidad» es un buen ejemplo— con otros más pesimistas — el poema «Contra ese fondo» ilustra este aserto—, hasta alcanzar una especie de equilibrio, un vitalismo que recuerda en sus momentos más álgidos al Jorge Guillén complacido con su destino, aunque aquí no se desestime la parte menos amable de la realidad. Pero Nocturno casi no remite, como podríamos suponer por todo lo expuesto, únicamente a coordenadas vitales, sino a una vinculación de carácter ontológico entre el autor y su obra, lo que significa que poeta y poema se construyen a la par, cuando uno crece lo hace el otro, cuando uno se abisma, el otro cae en lo hondo. De esa nocturnidad, de ese espacio que no llega a serlo, que tiene unos límites difusos —«límites que no he de hallarte/pues aquí no los tienes»—provienen las imágenes que habitan los poemas de Lorenzo Oliván, como podemos comprobar desde «Desbandada», el primer poema del libro, en el que el poeta reflexiona sobre qué rasgos de la identidad permanecen en la página y cuáles se pierden en la desbandada de las palabras. Acaso para no quedar a la intemperie, a merced de la singularidad perversa de los significados o para distanciarse de posibles analogías ineficaces, los primeros poemas del libro los protagoniza una segunda persona que, posteriormente, se transforma en un yo recluido en su propia visión del mundo—«Escapando de mí/ fui más yo mismo» escribe en el poema «Raíz y huida»—, un yo que vuelve a ser un tú, incluso en un mismo poema, como ocurre en «Ardua Trama». Podemos interpretar esta transformación como ejercicios de aproximación a la realidad, a las cosas que la constituyen, ejercicios asistemáticos, guiados en la mayor parte de la ocasiones por intuiciones más que por certezas. Por la misma razón, se alternan poemas de carácter más narrativo —y no me refiero sólo a los poemas en prosa, porque el titulado «Una alucinación» (con Hierro al fondo) comparte densidad narrativa con misterio— con otros en los que la dicción se adelgaza como si se observara el entorno no con un catalejo, sino con un microscopio. El poeta es, como el Salinas de El contemplado, quien contempla, pero también lo contemplado, «el mar más mar aún pasado el límite» (asoma por ahí solapadamente la interpretación de carácter metafísico sobre la visión de Berkeley). Sólo de esta forma Oliván puede conseguir la ansiada unidad entre el mundo y el hombre, sólo así puede forjarse una identidad en la que se concilien los resultados con los propósitos, desdeñando la opinión de la mirada ajena, escrutadora, inmisericorde, como describe, no sin cierta ironía —algo que recuerda al Valente más irreductible— en el poema «Formas de la erosión»: «Perdón por no ser yo,/ por no estar a la altura/ de mi imagen de gato con imanes» (qué inquietante imagen construyen estas palabras).  La fidelidad a un lenguaje personal en el que no hay manierismos verbales ni falsas abstracciones, unida a una rigurosa forma de entender la creación poética nos demuestra que la evolución artística precisa de un lento aprendizaje en el que la mirada interior hacia las propias inquietudes es el paso ineludible para comprender nuestro lugar en el mundo. Lorenzo Oliván alberga la sospecha de que no se puede llegar al fondo de las cosas, por eso excava y excava con sus poemas, hasta llegar a ese centro que está tan alto.

*Reseña publicada en el núm. 110 de la revista Clarín. Revista de nueva literatura. Dirigida por José Luis García Martín.

EL ARTE DE VOLAR. REVISTA LITORAL

15 martes Abr 2014

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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EL ARTE DE VOLAR. REVISTA LITORAL, Nº 256. MÁLAGA, 2013

Para quienes padecemos de vértigo o tenemos mal de altura, el mero hecho de programar un viaje en el que sea imprescindible utilizar el avión supone días y días de angustia, sofocada sólo en el momento del aterrizaje. Cuando regreso, intento juramentarme con las circunstancias para no repetir la experiencia. Uno intente corregir esa aversión, incomprendida por familiares y amigos más temerarios, siguiendo determinados pasos, capaces, en teoría, de ir paliando los efectos de ese mal de altura, no sé si congénito, pero en todo caso, perjudicial  —a tenor de la rivalidad que mantienen alcaldes y arquitectos por diseñar y construir aeropuertos  o edificios que desafíen la verticalidad con extrañas piruetas a ciento de sobre el suelo— e incluso mal visto por los defensores a ultranza del riesgo, algo comprensible en una época como la nuestra, en las que la superación de metas inverosímiles se ha convertido en un reto sólo al alcance de presupuestos desmesurados. Estoy pensando en la lista de espera para viajar al espacio, un reciente y lucrativo negocio para las empresas aeroespaciales o en el intrépido piloto austriaco Felix Baumgartner, que se lanzó desde más de 39.000 metros con el objetivo de  romper la velocidad del sonido y conseguir el récord de velocidad en caída libre al rebasar los 1,100 kilómetros por hora. A mí estas aventuras me ponen los pelos de punta. Yo, no me avergüenza decirlo, soy de las personas que sufrió mareos asomándose a la terraza del piso 86 del Empire State, cuando miraba hacia abajo, hacia la Quita Avenida o hacia el bosque de edificios que rodean el rascacielos; soy de los que ha tenido que mirar hacia el horizonte de los picos de Europa mientras estaba en vilo cuando viajaba en el teleférico panorámico de la estación de Fuente Dé, situada a 1.823 metros o de los que tuvo que sentarse bajo el pedestal de la gran cruz blanca que corona el monte La Viorna, a 1.151 metros, sobre el monasterio de Santo Toribio en el valle de Liébana, cuando observaba a los intrépidos aventureros que se lanzaban en parapente hacia el vacío de las corrientes térmicas de aire con la sola armadura de unas alas de nylon flexibles. Por todo esto, leo casi con el corazón encogido el último número de siempre exquisita revista Litoral, titulado El arte de volar. Siguiendo su estructura habitual, el número contiene un sinfín de ilustraciones que, de forma autónoma, o acompañando los textos, hacen de la revista un objeto especialmente bello y de admirable composición que ha tenido que suponer un auténtico rompecabezas para los responsables de la edición, aunque estos son verdaderos expertos en estas lides como vienen demostrando en cada uno de los números de Litoral, que son un prodigio de diseño y de ensamblaje, de armonía entre textos e imágenes. «Este Litoral — nos recuerda su director, Lorenzo Saval— se ha construido con los mismos planos que Líneas Marítimas, su antecesor en esta serie dedicada a los medios de transporte». El volumen comienza con un hermosísimo y documentado texto de Juan Antonio González Iglesias, titulado «El vuelo en la antigüedad grecolatina» y continúa con unas reflexiones, encajadas ya en el primer apartado de la revista, «Icarus», de Leonardo Da Vinci entresacados de sus cuadernos de notas. Divido en secciones, «El anhelo de volar», «Cielos inflados», « Volar por partes», «Pájaros locos», « Aeropoesía», «Acrobacias», «Aeropuertos», «Dueños del aire», etc. Cuenta con un plantel de colaboradores realmente de lujo que nos resulta imposible enumerar uno por uno. Baste decir que van desde San Juan hasta Vicente Huidobro, desde William Carlos William o Wallace Stevens hasta Robert Lowell o Philip Larkin, desde Antonio Cabrera y Carlos Marzal hasta Fabio Morábito o Gioconda Belli, desde Alberto Santamaría a Josep M. Rodríguez o Erika Martínez, entre los más jóvenes. Hay, como no podía ser de otra forma, ilustraciones, fotografías realmente espectaculares, reunidas aquí de una forma que quizá no se repita. «El Hindenburg junto al Empire State Building», de 1936, la de la primera mujer en obtener la licencia de piloto, Elise Deroche (1886-1916), la primera fotografía de un aeroplano, el planeador LeBris, en 1868 o algunos de los sugerentes collages de Ródchenko, por no hablar de los cuadros de Ángel Mateo Charris o Frank Wootton. Concluyendo, es tan inmensa la información gráfica y escrita que nos ofrece el sumario de este número de Litoral (algo que, por otra parte, es norma de la casa) que resumirlo es un esfuerzo inútil. Para hacerse una idea real del contenido no queda otro remedio que leerlo y, por supuesto, guardarlo como una joya en los estantes de la biblioteca personal. El trabajo que han realizado los responsables de esta edición, investigando a la busca de textos e ilustraciones, merece un especial reconocimiento de quienes tenemos la fortuna de tener un ejemplar en nuestras manos.

 

PILAR BLANCO. ALAS LOS LABIOS

13 domingo Abr 2014

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

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NOTAS DE LECTURA 4. PILAR BLANCO. ALAS LOS LABIOS

La autora leonesa, aunque alicantina de adopción, Pilar Blanco vuelve, en su último libro Alas los labios (Olcades poseía, 2013), a cuestionarse la eficacia de la palabra, del lenguaje para dar cuenta fielmente de la experiencia vivida, un asunto que concita permanentemente sus inquietudes, tras haber publicado una antología de su obra, Con la cal en los dedos, en 2012. Nos encontramos pues, ante lo que podemos considerar su primer libro después de la citada antología, porque hay un antes y un después de una selección de este calibre y, sin embargo, no hay un cambio sustantivo (no tiene por qué haberlo) con respecto de su obra anterior. La autora continúa profundizando en el sentido misterioso del lenguaje y en las preguntas sobre la identidad: «Soy la que soy; no intentes reducirme, luchan en mí dos lunas disparejas». Entre estos dos polos fluctúan los poemas del libro, un libro denso, simbólico, con una prosodia muy encadenada a los movimientos de la intuición, como ha estado siempre la poesía de Pilar Blanco. Hay poemas, como el titulado «El hacedor de palabras» o «No sabe nombrar» más explícitos en lo que se refiere a la cuestión sobre los límites de ese artefacto verbal que es el poema: «para qué las palabras/ si no inventan el mundo», se pregunta la autora, aunque en poemas posteriores ella misma responda a la pregunta: «Boca de centro cálido,/ el aliento habitado de palabras,/ faro único/ para la plenitud». Estas incertidumbres, estas aparentes contradicciones, como no podía ser de otra forma, pues de ellas nace en gran medida la emoción poética, están presentes también en aquellos poemas en los que el propio yo se cuestiona su esencia, como en estos versos: «¿soy/ la que quise ser?// No todavía.» o en estos otros: «Y desde entonces soy/ y no soy la que fui,/ todo es antes y anhelo,/ morir en la quietud de los glaciares». No son estas dos argumentos los únicos que articulan el libro y, acaso, sea en su tercera parte, «Sobre la palma del mundo», donde esto se haga más evidente, porque predomina en ella la temporalidad del sujeto poético: «No pedir la tregua,/ asumir lo que soy:/ lo efímero y lo eterno.» No es esta una poesía de carácter realista. Abundan en ella las intuiciones, cierta escritura vinculada a la alucinación, al libre fluir del sueño que permite al lector construir su propio relato, de acuerdo, sí, a una experiencia común de la vida, aunque autónoma, sin dogmatismos, basada sólo en indicios, en sugerencias, en su condición de trascendencia, como queda de manifiesto en el último poema del libro: «La realidad», cuyos versos dicen así: «Ala de mosca,/ creíste ser de hada/ y el viento te arrastró en su torbellino».

HENRI COLE. CERVATILLO DISECADO

11 viernes Abr 2014

Posted by carlosalcorta in Versiones

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HENRI COLE

CERVATILLO DISECADO

Cuando un cartucho choca con un obstáculo fijo,

sale maltrecho del contacto. Encima de allí,

en el dormitorio, hay un cervatillo.

Sin sal, sin sangre y sin saliva.

Sueño y muerte han transformado el cuerpo ágil,

han plegado las piernas, y las pequeñas protuberancias de la cabeza.

Una pequeña mancha sobre las manchas blancas es la única

evidencia de un episodio violento desde la inocencia nupcial

a la blancura de la muerte, que es la ausencia

de todas las cosas y, al final, de todo lo que en realidad existe.

Está oscuro ahora, muy oscuro. Cuando tú caminas

a través de un haz de luz, girando la cabeza hacia atrás,

yo no tengo miedo. Pienso, Bueno, un cuerpo bonito,

y entonces me acuerdo de que estás muerto.

RAQUEL LANSEROS. LAS PEQUEÑAS COSAS SON PEQUEÑAS

10 jueves Abr 2014

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

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NOTAS DE LECTURA 3. RAQUEL LANSEROS. LAS PEQUEÑAS COSAS SON PEQUEÑAS.

La trayectoria poética de Raquel Lanseros está jalonada por premios de importante renombre, como el Unicaja o el Antonio Machado, a los que ahora debemos añadir el Premio Jaén de Poesía, obtenido gracias a Las pequeñas espinas son pequeñas (Hiperión, 2013), libro dividido en cuatro partes que contienen diez poemas cada una, lo que inmediatamente nos trasmite la impresión de que su construcción obedece a una estructura muy pensada. En la primera de ellas, «Cuanto sé del rocío» (la relación con el Cuanto sé de mí de José Hierro parece muy evidente) la distancia, la lejanía o el viaje son los ejes centrales en torno de los cuales se articula el poema, aunque no faltan las declaraciones amorosas o los problemas de identidad— algo que resulta bastante común en la poesía actual— presentes ya desde el primer poema: «Mil veces he deseado averiguar quién soy». A esos conflictos identitarios hay que añadir —ya en la segunda parte— el que provoca la conciencia de la fragilidad del ser humano, a merced de las garras del tiempo. El sentimiento de inevitabilidad temporal queda aminorado por la presencia del amor, el amor como escudo, como piedra ancilar del castillo interior, un amor tan intenso que llena de sentido la existencia: «Si no fuera por ti, qué ancha la herida,/ que marchito terror ante el bullicio/ del verano que acaba, qué aspereza/ este embargo constante que es tu falta», aunque, afortunadamente, también la memoria funciona como un muro de contención, no sólo para reprimir las agresiones de un presente, en muchos casos, abyecto sino para dar razón de ser a la propia vida: «Memoria hecha raíces que sostiene la vida». De forma sutil, pero muy efectiva, los poemas que integran la tercera sección, «Croquis de la utopía», reivindican la solidaridad y la rebeldía ante los males de una sociedad tan injusta como la nuestra, porque «Quizá después de todo/ exista algún atisbo de justicia» que permita castigar la codicia y la hipocresía. El magnífico poema «Acción de gracias entre tus brazos» es una especie de himno en el que se alaba «a los limpios de ánimo, a los que lucharon/ a los magnánimos y a los azarosos». Los dos últimos poemas en la parte final del libro, cuyo título es en sí mismo una paradoja: «El pasado es prólogo», pueden leerse como resumen del libro; en ellos las incertidumbres que dieron lugar a los poemas anteriores parecen haberse despejado. Copio completo el titulado «Aritmética» porque sus versos resultan más contundentes que cualquier digresión al respecto.

ARITMÉTICA

Lo que quiero que sea

lo que es

lo que pudo haber sido

lo que nunca será

lo que fue y lo que era

lo que pudiera ser

lo que querré algún día que haya sido

lo que quise que fuera

lo que a pesar de mí se obstina en ser

lo que siempre soné que fuese un día.

 

Las cuentas son exactas:

yo soy el resultado.

 

«Himno a la claridad» es un hermoso final para un libro lleno de joyas poéticas. Este poema de tintes whitmanianos es toda una declaración de principios, aunque sea el poema con el que se cierra  el libro (acaso de esa aparente contradicción provenga el paradójico titulo al que hacía mención más arriba). El hecho de estar vivo y de ser consciente de ese privilegio vincula estos versos con la exaltación del yo, hasta el punto de que el personaje a través del que nos habla Raquel Lanseros asume que «Yo soy mi propio riesgo» y afirma con una contundencia difícil de rebatir que «No hay verdad más profunda que la vida».

Formalmente impecables, con un ritmo sostenido que arrastra al lector y con una coherencia discursiva digna de resaltar, los poemas de Las pequeñas espinas son pequeñas nos van dando cuenta de las vicisitudes de un yo que indaga en su pasado para comprenderse, pero también delega en la otredad y en la experiencia ajena  el sentido último de la existencia. Al yo que vamos descubriendo a medida que nos internamos en las páginas del libro no se le puede acusar de egolatría, antes bien, es un yo fraternal y solidario con el que resulta muy difícil estar en desacuerdo, por eso, al concluir la lectura nos asalta una sensación de complicidad irresistible que induce a rebelarse contra esa función de títeres que nos han asignado extrañas manos  indiscretas.

JOSÉ MARÍA MORENO CARRASCAL. LOS REINOS DIMINUTOS

08 martes Abr 2014

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

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NOTAS DE LECTURA 2. JOSÉ MARÍA MORENO CARRASCAL. LOS REINOS DIMINUTOS.

José María Moreno Carrascal (Ayerbe, 1951) ha sido galardonado con el Premio Unicaja de poesía por Los reinos diminutos (Pre-Textos, 2013), su segundo libro, después de Los jardines de hielo, publicado en 2010, lo que inmediatamente, nos conduce a pensar que nos hayamos frente a un autor tardío, algo que no supone, como podemos comprobar tras la lectura del libro, que sean libros de aprendizaje, de tanteo, muy al contrario. La poesía de Moreno Carrascal es una poesía cuidada formalmente, madura, reflexiva, fruto de un pensamiento consolidado por la experiencia, en el que están ausentes los balbuceos de un poeta inexperto, ese que escribe desmañadamente, creyéndose original, sin saber que lo que escribe no son más que tentativas, fragmentos de ya escrito por otros. La cita de Salvatore Quasimodo que encabeza el libro es lo suficientemente explícita al respecto: «Resta il pudore d’scrivire versi».

Existen otras formas de escribir poesía al margen del propio hecho de escribirla, y una de esas formas, sin lugar a dudas, es la traducción, oficio al que se dedica Moreno Carrascal con notoria fortuna. Ha traducido a autores de la talla de D.H. Lawrence, John Updike, Williams Carlos Williams, Bukowski o Wallace Stevens, por otra parte, tan distintos entre sí. Esta heterogeneidad ha influido beneficiosamente en su propia poesía—en la que nos es difícil encontrar también la huella de la poesía española—, porque esa indagación en tradiciones poéticas, sino contrapuestas, misceláneas le ha permitido fagocitar lo mejor de cada una de ellas. Es el caso del citado Lawrence, quien sirve de modelo a los «10 Pensies» (nombre en inglés de la flor que en español llamamos pensamiento), con los que comienza la segunda y más nutrida parte del libro. Una segunda parte heterogénea en cuanto a la forma (la primera parte del libro, «Mitologías personales» es muy breve y parece desempeñar casi un mero papel de prólogo), pues se alternan poemas de largo aliento como «Noche oscura de marzo» con poemas breves y haikus. La poética que sustenta la obra de Moreno Carrascal se puede apreciar en el poema titulado «Diciembre y mar», cuyos versos finales —con ineludibles ecos de Stevens—la resumen: «La poesía es, dicen,  la realidad./ Y yo lo creo».

El paso del tiempo que «como un buque que hace agua en alta mar,/ no deja de hacer mella en el que espera/ más de lo que un corto viaje le promete.»; la memoria de otra época: «en el vacío que alguna vez aquí reinó/ se pierde el eco de lo que fue»; la nostalgia de una infancia revivida en los hijos: «Vive, hijo, tu sueño de piloto del viento/ en esa siesta gozosa de vacación y sol eterno», son motivos propicios a una reflexión templada que el autor ejecuta con maestría. La descripción minuciosa es fruto de una mirada penetrante, una descripción que sirve de pórtico al verdadero propósito de estos versos, adentrarse en  «el paisajes del alma», en busca de esos tesoros ocultos que adivinamos tras la epidermis de la experiencia. En Los reinos diminutos encontramos la serena voz del escepticismo, de quien ha vivido lo suficiente como para saber cuáles son las cosas verdaderamente importantes en la vida, y de ello deja constancia en sus poemas.

 

SONIA SAN ROMÁN. ANILLOS DE SATURNO

07 lunes Abr 2014

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

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NOTAS DE LECTURA 1. SONIA SAN ROMÁN. ANILLOS DE SATURNO

Escribe Steiner en Gramáticas de la creación que «Desde la Antigüedad clásica, la faceta nocturna de la soledad creadora ha sido emblemáticamente representada por Saturno, por la caracterización del poeta y del artista como “saturninos”. Nacido bajo un astro sin luz, habita en la melancolía», pero yo no encuentro mucha melancolía en Anillos de Saturno (Baile de sol, 2014), el nuevo libro de Sonia San Román (Logroño, 1976) sino tensión interna, compromiso moral (perceptible desde una de las citas que encabezan el libro, la de Albert Camus), rebeldía ante el status quo social y económico, ternura y solidaridad. Sonia entiende la poesía como una tabla de salvación personal en la que las incertidumbres vitales quedan expuestas al escrutinio del yo, salen a la luz, se vuelven visibles y con ello mensurables, comprensibles, pero también la entiende como un medio de revelación en el que los detalles más insignificantes de la vida cotidiana adquieren una importancia esencial. Carmen Beltrán escribe en el atinado prólogo del libro que ese «deseo de subrayar lo pequeño, lo no evidente, la dignidad de los engranajes ocultos que nos sostienen» es perceptible en toda su escritura. Esas anécdotas van tejiendo una red que nos atrapa apenas sin darnos cuenta. La construcción de los poemas está sujeta a una serie de repeticiones léxicas y semánticas que, como si fuera un truco de magia, maravillan al lector, igual que el hermoso efecto arcoíris que produce el sol cuando percute sobre los anillos de Saturno. Tal vez sea la experiencia de la maternidad la que entreteje la urdimbre de la escritura. De un modo u otro, está muy presente en muchos versos, por ejemplo: «No querer repetir/ y saberse eco./ He aquí el dolor/ de ser madre» o estos otros: «Dejar de ser hija/ a golpe de machete/ para poder ser madre». Por pura lógica, esa experiencia supone un cambio sustancial en la vida, en el orden de prioridades a la que estaba sujeta. El instinto de protección se ha exacerbado y con él, la conciencia de su propia identidad, una identidad que, cuando los versos retornan al pasado, estaba acaso demasiado sujeta a la opinión de los otros. Ahora, por el contrario, la poeta es consciente de ser quien es y del lugar que ocupa en el mundo. La experiencia, aunque dolorosa en ocasiones, la ha fortalecido, y es fortaleza es la que trasmiten estos versos desnudos, sinceros, convincentes: «Mi voluntad reverdece en esta tarde/ mojándome los pies/ y, en tus pies mojados,/ me tumbo a echar raíces». No quiero dejar de señalar además el conflicto subyacente entre la realidad y el sueño, o la alucinación, tan ponderada por José Hierro (San Román coordinó el año 2012 una antología-homenaje a Hierro, publicada por Ediciones 4 de agosto). La desesperanzada conclusión es que la  realidad acaba imponiéndose a los sueños, «la realidad se burla/ de mi búsqueda…// Y yo, tan lejos de todo/ me encuentro a mí». Sonia San Román no rehúye la denuncia social o la perversidad histórica. El país al que su hijo asoma la cabeza «aún tiene bisabuelos tirados en la cuneta…», es un país— no es un problema de geografía, sino de genealogía— de gente interesada, injusta y desmemoriada, pero quedan resquicios, posibilidades de amor y de transformación, por eso conmina a su hijo a sembrar amor «en las cunetas, en los caminos,/ en los olivares, en los cimientos abandonados/ de los abuelos que creyeron/ en el cuento de la lechera/ y planta letras/ junto a corazones». A esas verídicas posibilidades se aferra Sonia, y sus lectores con ella.

NOTAS DE LECTURAS. PRÓLOGO

07 lunes Abr 2014

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

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NOTAS DE LECTURAS. PRÓLOGO

No soy partidario de las etiquetas de carácter restrictivo (salvo aquellas que sirven para identificar objetivamente algo concreto o mensurable), por lo tanto, tampoco me gustan las que tratan de parcelar la literatura, aunque soy consciente de que en determinados ámbitos como el pedagógico y el académico, las taxonomías son de uso común, porque facilitan a los estudiosos las agrupaciones y las generalidades según criterios geográficos, cronológicos, temáticos o en virtud de cualquier otro epígrafe susceptible de regulación o normativa. Los que las usan evitan así entrar en particularidades, siempre enojosas por que requieren un trabajo de investigación exhaustivo y riguroso, más pormenorizado, de carácter más personal que necesariamente aporte una visión propia del asunto tratado, algo que no siempre están dispuestos a llevar a cabo los implicados o, según los casos, ni siquiera están capacitados para intentarlo. Viene todo esto a cuento porque me propongo comentar brevemente algunos de los libros de poesía que he leído últimamente y al emprender esta tarea me he dado cuenta de que he estado a punto de caer en la tentación de clasificar alguno de estos libros bajo categorías preconcebidas, entre otros, el de poesía femenina, por una parte, y el de poesía laureada, por otro, rótulos, que desapruebo porque estigmatizan el libro con unos prejuicios en ningún caso ecuánimes o neutrales. Como se sabe, las categorías rara vez son estancas, y menos en este caso, porque comentaremos algunos libros que, si siguiéramos este controvertido criterio, podrían rotularse con ambas etiquetas, lo que colocaría en un aprieto al redactor de estas notas, incapaz de determinar que epígrafe debiera de imponerse al otro, pero también descolocaría al lector menos avisado, ese que necesita las taxonomías para orientarse en el laberinto de la poesía actual. Sirvan pues estas palabras como disculpa por sí, involuntariamente, en los comentarios que siguen, he cometido alguna torpeza que dé lugar a interpretaciones maniqueas. Si la expresión utilizada careciera de relevancia, al instante la propia lógica del discurso la relegará a un segundo plano o la soslayará como se soslaya un inadecuado comentario sin importancia.

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