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Archivos mensuales: febrero 2018

CHARLES SIMIC. LA VIDA DE LAS IMÁGENES

28 miércoles Feb 2018

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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CHARLES SIMIC UNA

 

CHARLES SIMIC. LA VIDA DE LAS IMÁGENES. PROSA SELECTA. TRADUCCIÓN DE LUIS INGELMO. COL. UMBRALES. EDITORIAL VASO ROTO, 2017

La obra del poeta norteamericano Charles Simic, nacido en Belgrado en 1938, está llegando al lector español con envidiable regularidad gracias, fundamentalmente, a la labor de Valparaíso Ediciones y de Vaso Roto. Gracias a ambas editoriales vamos conociendo no solo el corpus poético de uno de los autores más significativos de la poesía mundial, sino también su obra ensayística y crítica, e incluso la memorialista (Una mosca en la sopa, también en Vaso Roto), una obra que me atrevo a considerar como indisoluble de la meramente creativa. De una mezcla de estos géneros está compuesto La vida de las imágenes, en magnífica traducción de Luis Ingelmo, que lleva el acertado subtítulo de Prosa selecta, puesto que en dicho volumen tienen cabida textos autobiográficos; ensayos sobre literatura, poesía, cine, filosofía o arte; reseñas críticas y fragmentos de creación propiamente dicha, algunos ya publicado en anteriores recopilaciones.

     El volumen está dividido en siete apartados. En el último encontramos varios textos inéditos, de los cuales resultan especialmente aconsejables los titulados «Las verdaderas aventuras de la jaula de Kafka», que relata las hilarantes aventuras de una jaula en busca de un pájaro con el que pueda cumplir y dar fe de su destino y «El filósofo del insomnio», dedicado a reseñar el libro Searching for Cioran, de Kenneth R. Johnson.

     Pero vayamos al principio. El libro comienza con una selección de Palabras maravillosas, verdad callada, publicado en 1990. La filosofía y la poesía —una poesía de la indeterminación es su preferida, no en vano el autor reconoce que «hay una gran diversidad de yoes» en su interior— centran el interés de los artículos seleccionados. La reflexión metapoética subyace en la mayoría de estos textos, pero especialmente en «Apuntes sobre filosofía y poesía»: «No hay palabras —escribe— que logren describir la brecha que se abre entre, por ejemplo, ver y decir. La labor de la poesía consiste en hallar senderos a través del lenguaje que indiquen aquello que no se puede expresar con palabras». Dicha indagación metapoética continúa en el primer texto incluido en la selección del libro El vidente desempleado (1994), «El flautista en el pozo», en el que expresa sus convicciones estéticas de esta forma: «El poema es el resultado tanto de azar como de la intención. Posiblemente más del primero» o «El poema es el lugar donde el “yo” del poeta, merced a una suerte de alquimia visionaria, se transforma en un espejo en el que todos los demás nos vemos reflejados». Otros textos, sin embargo, rozan lo biográfico, aunque su misión, más que la de narrar una experiencia, sea la de construir un significado valiéndose de las estratagemas de la parábola.

     De 1997 data La fábrica de huérfanos, un libro con mayor contenido autobiográfico en el que apela a su propio origen de exiliado para afirmar que «la experiencia histórica me ha enseñado a recelar de cualquier manifestación de colectivismo». El autor contempla el desmembramiento de Yugoslavia con fatalismo porque constata que, lamentablemente, «La religión y la etnia se convertirán en la cualidad primordial para ser considerado ciudadano». Charles Simic se muestra muy crítico con el nacionalismo, cuyas consecuencias ha sufrido en carne propia: «La mayor de las locuras de todo nacionalismo es que se cree exclusivo y único, cuando, en realidad, no es más que una mala fotocopia de cualquier otro nacionalismo».

     En El metafísico a oscuras continúan las pesquisas de Simic en torno de la poesía y los poemas (en el ensayo titulado «Poesía e historia» en que expone su idea de la función del poeta en la sociedad actual: «Un poeta que se empecine en ignorar los males y las injusticias que son parte integrante de su propia época vive en el paraíso de los necios»), analiza la modernidad la obra de el Bosco, de Buster Keaton o de Joseph Cornell (a quien ha dedicado un libro completo, Dime-Store Alchimy: The Art of Joseph Cornell en 1992).

     La vida de las imágenes, cuya edición original se publicó en 2015, se completa con tewxtos seleccionados de El piano de la memoria y de El renegado (2008). Los intereses no han variado. Lo biográfico se entremezcla con la reflexión ideológica y política, lo estético con lo histórico. Las relaciones son siempre profundas y sugerentes, fruto de su propia experiencia vital pero también de su amplia erudición. El resultado no puede, por desgracia, reflejar un optimismo irresoluto porque la sociedad, lejos de caminar hacia formas más perfectas de convivencia, se ha vuelto más excluyente e injusta. Simic es un testigo excepcional y no duda en enfrentarse a sus propios demonios para denunciar este violento retroceso. Su visión despoja a la realidad de sus afeites y la muestra tal cual es, despiadada y apocalíptica. En el aspecto metaliterario encontramos quizá uno de los mejores textos de un libro que está plagado de ellos, me refiero a «El poder de la invención», en el que reflexiona sobre la obra del pintor francés Odilon Redon, con cuya obra, uno descubre a medida que lee, tanto tiene que ver la obra de Simic: «Lo borroso que confunde, lo entrevisto de modo espontáneo que no nos abandona: esa era la experiencia que él perseguía», esa es la experiencia que persigue nuestro poeta.

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CHARLES SIMIC. PASEANDO AL GATO NEGRO.

26 lunes Feb 2018

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CHARLES SIMIC. PASEANDO AL GATO NEGRO. TRADUCCIÓN DE NIEVES GARCÍA PRADOS. EDITORIAL VALPARAÍSO EDICIONES. 2017

La versión original de este libro, publicada en 1996, fue finalista del National Book Award, un premio que, hasta ahora, Charles Simic (Belgrado, 1938), no ha obtenido (sí ha recibido otros incluso más importantes, como el Pulitzer o la Medalla Frost), algo, que, por otra parte, no deja de ser algo anecdótico cuando hablamos de una poesía como la de Simic, unánimemente reconocida por su excelencia. No resulta fácil, además, adscribirla a un determinado rótulo estético. Simic rehúye las clasificaciones, quizá no de modo deliberado, porque el carácter visionario, incluso alucinatorio, que poseen sus poemas no puede provenir de estructuras mentales cerradas, sino del libre albedrío asociativo, del azar, de la expectación permanente y, cómo no, de un poso cultural en el que conviven la tradición secular europea con la modernidad norteamericana.

     La observación de la realidad desde un rincón oscuro permite a Simic ver lo que nadie ve, ser testigo de unas situaciones que, por inverosímiles que nos parezcan, suceden delante de nuestros ojos con insultante frecuencia, aunque tratemos de evitarlas porque las consideramos obra de locos o de marginados. Simic, por el contrario, parece ponerse en su piel y hablarnos desde esa toma de conciencia. Las muchas voces que oímos en los poemas de Simic no proviene de un a sucesión de heterónimos, sino de un único personaje que, como un ventrílocuo, disfraza su propia voz para adoptar otros roles existenciales. Basta con leer, por ejemplo, el poema titulado «Fantasmas», para darnos cuenta de hasta dónde llega esa identificación, para percibir esa connivencia de intereses: «Se trata del modo en el que os quedáis mirando al pasar / al que ya debe ser mi propio fantasma, / antes de que digáis adiós / tan inesperadamente como llegasteis, / sin que ninguno de nosotros rompa el silencio». Otro tanto ocurre con el magnífico «La historia de la felicidad», en el que afirma que «Mi felicidad está ocupada haciendo felices a otro».

   No es fácil diseccionar la poesía de Simic aludiendo solo a arquetipos, aunque estos provenga de cuotas irracionales o surreales, y no lo es porque el ensamblaje de imágenes al que aluden las palabras tiene más que ver con la destilación de la memoria que con arbitrarias analogías, que con perversas e intencionadas yuxtaposiciones.

   No es una escritura fragmentaria la de Simic. A pesar de frecuentar cierto minimalismo expresivo, el discurso presenta una narratividad sin sobresaltos. Estos manan de otra fuente, la que nace de un profundo estado de interiorización en el que los recuerdos conviven sin ningún orden temporal. Acaso por esa razón, cuando emergen a la superficie de la página, arrastran sedimentos de muy distinta densidad que hacen casi imposible discernirlos por completo. La poesía de Simic nos gana por su innata capacidad de sugerencia, por su ambigüedad, no por su comunicabilidad y es que «Nada es lo que parece ser, / ni siquiera nosotros». Como el mago de su poema, parece que Simic es un hábil prestidigitador que saca las imágenes de la manga, unas imágenes que no están «Ni en este mundo con su oso encadenado / y su espejo mágico, / ni en el otro, / donde las nubes flotan y las ovejas pastan».

     Después de finalizar la lectura del libro no resulta inverosímil que nos preguntemos sobre qué es lo que hemos leído. La respuesta no es fácil. Los poemas de Simic hablan de infinidad de cosas que aparentemente no guardan relación alguna: un canario que «agita las alas como si estuviera aplaudiendo»; unos naipes marcados «para hacer trampas contra mí mismo»; un predicador al que le gustaría «ser el videojuego de Dios / en un salón cerrado de máquinas recreativas»; de moscas de matadero que pasan «sus patas ensangrentadas / sobre las páginas de mis libros escolares»; de la señorita Jones que «en el funeral / se bajaba la falda para cubrir sus rodillas». Son innumerables y, por lo general., desconcertantes los resortes que mueven el complejo mundo en el que vivimos. Charles Simic no pretende descifrar ese mecanismo, sino dar testimonio de dicha complejidad. En Paseando al gato negro (símbolo de mala suerte para los supersticiosos) Simic regresa a su Belgrado natal para saltar sin red a un club de medianoche en el que es posible que comparezca Emily Dickinson; rememora su vida de inmigrante en los barrios bajos al tiempo que describe como Jesús conduce a toda velocidad por el bulevar de Santa Mónica. No hay en este libro un momento de distensión. Los poemas, excelentemente traducidos por Nieves García Prados, funcionan como un todo que no da tregua al lector, como hace siempre la gran poesía.

 

JOSÉ LUIS GÓMEZ TORÉ. HOTEL EUROPA

21 miércoles Feb 2018

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JOSÉ LUIS TORÉ.

JOSÉ LUIS GÓMEZ TORÉ. HOTEL EUROPA. SILTOLÁ POESÍA. ISLA DE SILTOLA, 2017

«La historia / es una sucesión de hechos consumados, / de crímenes perfectos». No es preciso remontarse muy atrás en el tiempo para constatar estas palabras. Lo comprobamos en el presente, con las tragedias que acontecen diariamente y que ensancharán, en el mejor de los casos, el vientre de la historia (en muchas ocasiones, ni siquiera eso, serán pasto del olvido). José Luis Gómez Toré (Madrid, 1973) prefiere no referirse a ningún hecho en concreto acaso con la intención de amplificar su voz, tal vez con el propósito de que sus reproches no se circunscriban a una habitación determinada, sino que se difundan por todo el hotel, por el Hotel Europa, un hotel que simboliza —o que debiera simbolizar— amparo y refugio para quienes traspasan fronteras casi impermeables, para quienes huyen de la violencia, de la miseria, de la no vida. Sin embargo, esa anhelada seguridad que los poemas de Hotel Europa reclaman, está construida solo con palabras, y las palabras, como el propio peta escribe «… levantan / un hospital precario, /un refugio irrisorio / que dobla la intemperie», acaso porque el lenguaje es solo «un estado de excepción». En cualquier caso, la existencia es un estado de excepción casi permanente, sobre todo para aquellos que sufren las consecuencias de la guerra, para los exiliados, para los perseguidos, para los mutilados de cuerpo y espíritu. Gómez Toré parece ponerse en la piel de todos ellos, pero tal vez por que no es capaz de soportar, igual que nos ocurre a cada uno de nosotros, tanta dosis de realidad, al final ha de convenir que «la cerveza bien fría lava nuestros pecados, la culpa del retorno». La crítica al estado de las cosas no obvia —con rigor, no podría hacerlo— una crítica personal, edulcorada con unos gramos de humor. Una crítica al status quo que no se exterioriza con un tono apocalíptico ni adquiere tintes proféticos. El texto funciona aquí, por alusión, más que por confirmación. El maniqueísmo de la poesía social más plana no tiene cabida en estos poemas. Su intención puede ser similar, incluso puede arrogarse el deseo de alcanzar unas metas más elevadas, más allá de la denuncia momentánea, unas metas que buscan indagar en las causas originarias, y para ello, analiza el propio lenguaje con el que está formuladas tales indagaciones, el lenguaje heredado, el lenguaje del poder que nos maniata: «La poesía crítica —escribe Gómez Toré en un ensayo titulado «Decadencias: crítica del presente y crítica del lenguaje»— puede ser una poesía abiertamente de denuncia, permeable a los acontecimientos históricos del momento, pero también puede ejercerse la disidencia desde una crítica al propio funcionamiento del lenguaje como arma de guerra o instrumento de consenso social». Esta reflexión, suscitada por la obra de García Casado, no disuena en absoluto a la hora de apreciar la poesía de Gómez Toré, basta para evidenciarlo el poema «De la poesía como discurso republicano (zona Wi-fi)», de que extraemos el siguiente fragmento: «El exceso de porvenir enferma. También la falta de ejercicio, los alimentos grasos, la escasez de futuro. Lo confieso: odio la transparencia. Sin embargo, es preciso decir manzana o labio. Tantas cartas de despido o de amor, órdenes redactadas en la lengua de todos, que no existe».

     Hotel Europa está dividido en tres partes, «Historia Universal», de la que hemos venido hablando hasta ahora, «El teatro anatómico del doctor Cirlot», la parte central, subtitulada un «Interludio grotesco» que se desarrolla a través de un diálogo entre una mujer en el andén, trasunto de Europa, y el doctor Cirlot, dispuesto para efectuar una autopsia a un cadáver simbólico, la Europa que fue, en busca de las causas de tan trágica extinción. Es un diálogo preñado de referencias culturales, de alusiones, de sobreentendidos, no siempre fáciles de comprender, que crean una especie de red de significados de la que resulta imposible zafarse.

     «Hotel Europa» es también el título de la última sección del libro, y del último poema del libro. El mundo y sus habitantes parecen estar en un estado de somnolencia permanente, un estado que lleva aparejado un desconocimiento —deliberado, voluntario— de la realidad, lo cual les permite convivir con el horror sin mayores problemas de conciencia. Las ventanas del hotel ofrecen una vista panorámica de ese horror, pero aséptica. Desde ellas se escucha «el chocar violento de las copas, cómo parten los trenes cargados de consignas».

     Cernuda y Antonio Machado, dos vidas y dos poéticas diferentes, aunque con algunos rasgos comunes, como son la visión desencantada sobre la naturaleza del ser humano y el escepticismo ideológico, sirven de referente para reflexionar sobre la sociedad actual, evidentemente más evolucionada en el aspecto técnico, pero incluso en claro retroceso en cuestiones éticas, algo de lo que perece hacerse eco este párrafo dedicado a Cernuda: «Descansa en paz ahora en lo imposible. Quizá ya no esperes más a un poeta futuro, que al fin eras tú mismo, sino esta lengua por venir». El desarraigo es visto como una fuerza del destino imposible de rebatir. José Luis Gómez Toré —autor de otros títulos poéticos importantes como Fragmento de un cantar de gesta (2007) o Un corte que no sangra (2015)— pide, a través de sus poemas, generosidad y misericordia con el que carece de todo; hospitalidad con el prófugo, con el apátrida, con el desplazado; humanidad con el prójimo, con nuestro semejante y lo hace no con un lenguaje directo y carente ya, por la perversión lingüística a la que está sometido, de fuerza semántica, agotado en su propio discurso, sino con un lenguaje que lucha consigo mismo, que trata de amoldarse a ese yo en conflicto que lucha por desvincularse de sí mismo para llegar al otro, a pesar de la incomprensión que tal propósito pueda suscitar, pero esa es su apuesta y, como sabemos, en toda apuesta hay un elevado porcentaje de riesgo.

MARTÍN LÓPEZ-VEGA. GÓTICO CANTÁBRICO

19 lunes Feb 2018

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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LOPEZ-VEGAMARTÍN LÓPEZ. GÓTICO

 

MARTÍN LÓPEZ-VEGA. GÓTICO CANTÁBRICO. EDITORIA LA BELLA VARSOVIA, 2017*

Hay varios libros dentro de Gótico cantábrico, el último título de Martín López-Vega (Poo de Llanes, 1975), aunque el regreso a la infancia en busca de sus orígenes pueda ser el hilo conductor que los interrelaciona, que los pone a todos en contacto. Esa indagación autobiográfica posee —no podría ser de otra forma— una intención de descubrimiento personal, pero el individuo está enmarcado dentro la Historia y, por tanto, la acción, o la inhibición personal influyen de manera directa en el espacio colectivo.

     Con un diálogo de carácter socrático sobre la felicidad comienza el libro. Plotino, el interlocutor imaginario, alecciona al niño sobre el camino a seguir para ser feliz: «No debemos buscar la felicidad en las cosas exteriores», dice, y solo puede alcanzar la felicidad «quien posee una vida intensa, a quien la vida no resulta en nada deficiente»: Resulta evidente que la ordenación de los poemas que ha realizado López-Vega posee una intención clara, la de encontrar las verdaderas razones que le han llevado a ser el hombre que hoy es. Como sabemos, la herencia genética influye, pero no es tan determinante como la formación, la educación, el armazón cultural que soporta la existencia y configura el destino.

     Gótico cantábrico delimita una espacio sentimental en el que el poeta realiza una prospección arqueológica. En ese fragmento de cornisa cantábrica que se extiende desde el concejo de Llanes hasta el País Vasco, pasando por Cantabria, nacieron y vivieron sus ancestros y hasta ese pasado se remonta al contemplar unas fotografías antiguas, un pasado que le ha llegado de forma indirecta, a través de la palabras de los otros, pero que se ha reconstruido en el lóbulo temporal hasta el punto de pertenecerle tanto como que él ha vivido en carne propia, por ejemplo, la temprana sensación de sentirse diferente al resto de los niños de su entorno: «Tú en tu aldea creces hacia un destino / que ni siquiera adivinas / pero en el que quieres, / alerta ante lo posible, creer / y que sabes distinto / del de aquellos que te rodean». Como vemos, la poesía de Martín López-Vega —y esto es una especie de marca de la casa, porque está presente en desde sus inicios poéticos, que el lector interesado puede consultar en la antología Retrovisor. Poemas escogidos 1992-2012 editado por Papeles Mínimos o en su más reciente libro, La eterna cualquiercosa, editado por Pre-textos en 2014— posee un neto carácter narrativo en el que prevalece el deseo de contar por encima de la forma, siempre al servicio del contenido. Esta factura, que al no suficientemente versado en estas lides puede parecer desaliñada, es fruto, sin embargo, de la necesidad imperiosa de contarlo todo, de no dejarse nada en el tintero, de ofrecer todas las pistas posibles para que no solo el lector, sino el propio poeta, recreen la experiencia vivida en toda su magnitud, sin dejar apenas resquicio alguno a las hipótesis; desde ese punto de vista debemos leer versos como estos: «Pasamos la aspiradora por lo mismo / por lo mismo que escribimos poemas, por lo mismo que follamos: / para eliminar polvo, herrumbre, el fluido /de la podredumbre que es a la vez cuanto somos / y en lo que nos ahogamos». Ese deseo de contar, de saberse, no elude ningún tema, antes al contrario, el cuestionamiento de su propia identidad, de los olvidos voluntarios que facilitan la supervivencia («También hay chernóbiles de la mente, /zonas que evacuamos hace tanto / que ya ni siquiera sabemos de su existencia») está muy presente, como lo está el asunto de la identidad nacional, el viejo y consabido tema de España que López-Vega, un viajero impenitente que conoce de primera mano los conflictos étnicos y religiosos de otras zonas de Europa, escruta sin apasionamiento, con una corrosiva ironía nuestra historia más reciente: «… acordaron nunca hablar más del asunto, / se pusieron la camisa nueva / y sobre ellos descendió en silencio / el espíritu de la transición / como buena paloma / se cagó en España / pero no en ellos».

     No falta tampoco, en este intenso y extenso libro, la reflexión metapoética. López-Vega es, además de poeta, un reconocido traductor de varios idiomas, así como un penetrante ensayista que medita sobre la poesía ajena —que es, no olvidemos, una forma de analizar la propia—, razón por la cual está abierto a influencias muy diversas que le abocan, de excelente buen grado, a cuestionarse el papel de la poesía en la actualidad, la poesía, escribe «es un lugar por encima de los lugares y un tiempo más allá del tiempo», quizá sea esa la razón de que sigamos considerándola alimento imprescindible en nuestra dieta vital. En Gótico cantábrico encontrarán los lectores una porción concentrada de la mejor vitamina.

Reseña publicada en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañés, el 16/02/2018

JOSÉ LUIS GARCÍA HERRERA. LA SEMILLA DEL ÓXIDO.

14 miércoles Feb 2018

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JOSÉ LUIS GARCÍA. LA SEMILLA

JOSÉ LUIS GARCÍA HERRERA. LA SEMILLA DEL ÓXIDO. PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA MIGUEL HERNÁNDEZ-COMUNIDAD VALENCIANA, 2017. EDITORIAL DEVENIR

Hay en La semilla del óxido una persistente indagación sobre la identidad y sobre la función que ejerce el lenguaje en la construcción de dicha identidad, y hablo de persistencia porque, a veces de manera explícita y otras de forma más solapada, ese conflicto está presente en todos los poemas del libro y, sin embargo, José Luis García Herrera (Esplugues de Llobregat, 1964) ha conseguido ofrecer una multiplicidad de puntos de vista que en ningún momento resultan monótonos, algo que no resulta fácil conseguir en un libro de la solidez de La semilla del óxido.

     Ya en «Acto de fe», el primer poema de la primera de las seis secciones en las que está dividido el volumen, García Herrera declara sus intenciones, reconoce sus límites, da cuenta de las fidelidades que sustentan una vida, la suya: «deudor / de un amor de mujer que no merezco, / afortunado aprendiz de poeta / que halló felicidad haciendo lo que más quería: / amar, ser amado y escribir». Esta humildad que, a veces, roza el menosprecio personal, recorre en sigilo el libro. La conciencia de la fugacidad de la existencia conduce al poeta a una especie de resignación cercana al nihilismo, como reflejan, por ejemplo, estos versos del poema «Voz en la tierra»: «Y al final nada somos. / Sólo firme voluntad férrea / por reafirmar en tinta la memoria de nuestro paso» o los últimos versos del poema que cierra el libro, «Tiempo de partir»: «Un hombre sustituye a otro hombre / en la cordillera del viento, en la esquina / donde el agua borra las fracturas de una patria / y nada escapa del óxido mortal de sus ruinas». Pero en el transcurso del primer poema al último hay espacio para meditar en profundidad sobre el devenir existencial y García Herrera, consciente como es de lo que le aguarda, lo hace, sin embargo, sin patetismo, antes al contrario, hay en sus versos la poderosa constatación del gozo de vivir incluso en el dolor, aunque no sea capaz —nadie lo es del todo— de trasmitirlo de forma fidedigna, acaso porque «Escribir —en cierto modo, / es esa necesidad de acercarnos al dolor— abre heridas invisibles / que intentamos cerrar con esas palabras / que jamás dan la exacta medida / de lo que deseamos expresar». García Herrera entiende la escritura como salvación (esto no significa que algunas veces se cuestione si esa salvación es solo una forma de autoengaño: «Pero las palabras no me salvarán. Nada me salvará»), como cauterio contra las heridas del tiempo y da sobradas muestras de esa confianza en el poder salvífico y redentor de la palabra, aunque él conoce de primera mano cuánto tiene de artimaña este convencimiento, lo que produce una admiración sin resquicios en este lector: «Escribir frente a ti y contra el olvido. / Escribo contra el olvido para vivir en ti / las horas del ayer que hoy me ofreces / con la lucidez de tu corazón y su memoria». Un epígrafe de Luis Cernuda —bajo su sombra se cobija la poesía de José Luis García Herrera— encabeza la segunda sección, más centrada ahora en ese conflicto identitario del que hablamos más arriba, aunque la vinculación entre vida y poesía siga tutelando sus reflexiones: «En el naufragio me sujeté al mástil roto de la poesía. / Di a la vida aquello que la muerte me reclama. / Para aquel que no fui / ya no quedan voces que invoquen a la esperanza».

     Subyace en esa fe en la palabra un deseo no oculto de trascendencia de permanencia, de eternidad si se quiere, que va más allá de la memoria de los seres queridos o del registro civil, porque el óxido, la herrumbre, la muerte acechan como perros hambrientos. Nunca sabemos cuán próxima está la mordedura y García Herrera, para conjurar el maleficio de la espera, confía toda su experiencia en la escritura, un oficio de tinieblas y soledad, «Por eso —escribe— me refugio en la oscuridad y pretendo ser invisible frente a las flechas de la luz. Enfermo de silencio me acurruco bajo la ventana de la memoria, me alimento con el óxido de las palabras que acumulo tras los ojos y grito en un océano de papeles rotos».

     No hay en este indagación autobiográfica discursos grandilocuentes ni están trufadas las continuas especulaciones sobre el lenguaje de consideraciones metalingüísticas. El discurso de José Luis García Herrera —autor de una sólida trayectoria— es, quizá de forma más contundente que en sus libros anteriores, firme y directo, aunque el permanente ir venir de un lugar a otro de la conciencia produzca un remolino del que el lector, a veces, se ve incapaz de salir, Esos merodeos son consustanciales al hombre que se interroga sobre su lugar en el mundo, al hombre que duda, al hombre que piensa. Por otra parte, tanto en verso como en prosa la factura de los poemas es exquisita, lo que hace de La semilla del óxido un libro altamente recomendable.

JORDI DOCE. CURVAS DE NIVEL. ARTÍCULOS (1997-2017)*

12 lunes Feb 2018

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JORDI DOCE. CURVAS DE NIVEL. ARTÍCULOS (1997-2017)
EDITORIAL LA ISLA DE SILTOLÁ, 2017

Jordi Doce (Gijón, 1967), uno de nuestros poetas más originales es. Además, un reconocido traductor de poesía y un magnífico crítico y ensayista. El ámbito de sus pesquisas y de sus investigaciones suele estar centrado en la cultura británica, pero no resulta extraño que se interne en otros territorios afines, por más que estos pertenezcan a otras tradiciones. Lo podemos comprobar en Curvas de nivel [Artículos 1997-2017], una edición ampliada del volumen que, con el mismo título, publicó en el año 2005 en la que Doce no ha modificado ni «el título ni el orden de los apartados, aunque sí [ha] ampliado notablemente la sección de “Contigüidades” y los “Retratos”, que pasan de ser cuatro a trece». En la primera edición Jordi Doce describía el contenido de un libro tan heterogéneo. Afirmaba entonces, y sigue vigente ahora, que «Aquí se dan cita , pues, la crítica de ideas, el apunte informativo, la remembranza elegíaca, el boceto biográfico y el divertimento poético, entre otros modos de escritura que me interesan como lector y que encarnan distintas aproximaciones y estrategias de asedio a nuestra realidad cultural y literaria».

     Curvas de nivel está dividido en cinco apartados: «Baraja inglesa», en el que se recogen, junto a impresiones sobre su larga estancia en Inglaterra («Ocho años —escribe en el último artículo—no me han hecho menos extranjero. Pero han logrado, como descubro al escribir estas palabras, que pueda hablar como un extranjero de ciertos lugares de la imaginación»), reflexiones metapoéticas («La falta de conflicto tiene un efecto letal para la imaginación y suele aburrir a quien no disfruta de sus beneficios») y jugosos merodeos en torno de autores como Shakespeare o Ted Hughes. La segunda sección, «Retratos» ha sido ampliada notablemente. Se incluyen perfiles bibliográficos de autores apenas conocidos para el público español, como los románticos Robert Southey, Charles Lamb, o Henry Crabb Robinson, figuras secundarias, sin duda, pero sin las cuales nos sería difícil comprender a los grandes poetas como Wordsworth, Colridge o William Blake. Otros autores nos resultan más familiares, como Octavio Paz, de quien ensalza su capacidad para escribir «sobre los escritores, artistas e intelectuales más variados, de ponerse en su piel y entender sus motivos, sus impulsos secretos, hasta sus desatinos». Quizá con quien Doce manifiesta mayor empatía sea con Charles Tomlinson —a quien ha traducido con asiduidad—, de quien escribe:«Poeta, traductor y crítico literario, artista gráfico, profesor universitario, viajero impenitente…, la lista de sus méritos es tan extensa como la de sus amigos y lectores, pero más importante que cualquier inventario es subrayar la coherencia rigurosa que animó su itinerario vital y creativo».

     En «El baile de poeta», el tercer apartado, Jordi Doce expresa sus ideas sobre la poesía pero no solo formulando conceptos teóricos, que también, sino haciendo alusión a las exigencias que una dedicación aliñada con sinsabores, con fracasos, con renuncias («El poeta es un don nadie»). De la mano de autores como Eliot o los ya mencionados Paz y Hughes, Doce nos deja algunas perlas que deberían incluirse en cualquier manual de escritura creativa, como, por ejemplo, estas: «La satisfacción del deber cumplido se agita enseguida; lo sustituye la insatisfacción provocada por los resultados, la incertidumbre sobre futuros poemas de los que nada se sabe, ni siquiera si tendrán a bien manifestarse. Ningún poeta se siente o puedes sentirse escritor. La poesía no es un oficio ni presupone existencia la existencia de oficinistas, por la sencilla razón de que no hay producción asegurada: los poemas van y vienen, fruto de la habilidad, el azar y un grado de atención o determinación. El horario del poeta se llama disponibilidad». No pretenden estas líneas desilusionar a nadie, solo mostrarle la cara amarga, la más habitual, de la escritura poética, una cara que, sin embargo, dulcifica sus facciones en ese periodo efímero por naturaleza en el que todo poeta verdadero se siente satisfecho con el logro momentáneo.

     De varia lección son los artículos que integran los aparatados cuarto y quito, «Vamos a ciegas» y «Contigüidades». Los temas que subyacen en ellos, acaso más apegados a la servidumbre cotidiana, son análogos a los ya citados. Las preocupaciones son constantes: el lugar del poeta en la sociedad actual, la vanidad y sus excesos, la desinformación que lleva aparejada, como contrapartida, el exceso de información, los intereses más o menos ocultos de la promoción literaria, el oxidado engranaje que mueve una gran parte de los premios institucionales, la necesidad de trasparencia crítica y, por encima de todo, la veneración por un «oficio», el poético, precario, inoperante en la práctica diaria, pero insustituible como modo de conocimiento personal e, incluso, colectivo. La escritura de Jordi Doce está —documentada, culta e instintiva al mismo tiempo— sostenida por un impulso secreto que hechiza al lector línea a línea. No deberían privarse de esa magia.

Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés el 9/02/2018

MANUEL ARCE, UN ÁRBOL SOLITARIO

07 miércoles Feb 2018

Posted by carlosalcorta in Artículos

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ARCE

MANUEL ARCE, UN ÁRBOL SOLITARIO.*

«Quien vive sin memoria no ha salido aún del paraíso». Este es uno de los aforismos que de Manuel Arce (1928), integrado en el libro “Aforismos” (2013). Ese estado virginal al que hace alusión el autor, esa referencia a la pureza resulta conmovedora porque revela un estado anterior al pecado y a la penitencia que este lleva aparejada, pero, por más que poéticamente vivir sin memoria resulte una metáfora de la inocencia, del paraíso perdido, no deja de ser un impedimento que coarta el futuro y tergiversa el presente al mostrar una visión sesgada de la existencia. La memoria es fundamental para consolidar ese proceso en construcción permanente que llamamos identidad, pero, además, la memoria posee una función colectiva, histórica —nos atrevemos a aventurar—, de suma importancia para reconocernos en lo ajeno, en el prójimo, en el otro, incluso para que ese otro se reconozca, a su vez, en nuestra mirada. Quien vive sin memoria vive como si no estuviera despierto del todo, vive de espaldas a la realidad y renuncia a aquello que Thoreau llamó “la herencia del mundo”. Por eso no es conveniente dejar que crezcan a nuestro alrededor las zarzas del olvido. El olvido ningunea a las personas e invisibiliza acontecimientos, aviva la ausencia y espolea la ignorancia, por más que olvidar sea necesario para asimilar la crudeza de la realidad: «Olvidar —escribe Carlos Castilla del Pino— es una forma, económicamente necesaria, de disolver aquella parte de nosotros que, por diversas razones (algunas conocidas, otras ni siquiera cognoscibles), no toleramos. Cada recuerdo (de alguien, sobre algo y en algún lugar) es un Yo. Entre uno y otro Yo se abren fisuras, que a menudo se suturan mediante recuerdos o seudorrecuerdos (las imprecisamente denominadas “ilusiones de la memoria”)».

     Deducimos de lo dicho más arriba que, al menos, hay dos tipos de olvido. Uno olvido inconsciente que cauteriza las heridas y ejerce un efecto salvífico y otro de consecuencias nocivas, un olvido voluntario que actúa como un disolvente cuyo fin es deshacerse de todo aquello que, por una razón u otra nos resulta molesto o antipático. Las instituciones, los organismos públicos y privados, la colectividad en general suelen ser quienes emplean esta treta con mayor prodigalidad, pero sin ostentar el monopolio; no es infrecuente encontrar individuos que cultivan ese absentismo evocativo.

     Afortunadamente, pese a la incuria con la que una sociedad cada vez más globalizada y tecnificada, agravia a los creadores de su entorno, Manuel Arce y su obra siguen estando muy presentes en la memoria cultural de nuestra comunidad autónoma. Y es que desde muy joven, allá por el año 1948, fecha en la que creó la revista “La Isla de los Ratones” —es decir, hace la friolera de setenta años— hasta hace solo unos pocos años (recordemos que en 2013 publicó el libro al que hacíamos mención al comienzo de esta líneas, “Aforismos”) ha permanecido en activo con numerosísimos proyectos que traspasaron las fronteras de una región, por otra parte, de tan escasas dimensiones, no solo geográficas.

     Manuel Arce cumplirá 90 años dentro de unos días (Julio San Saiz, pintor y poeta, también los cumplirá al lo largo de este año) y creemos que, para celebrar esa onomástica, es necesario no dejar que caigan en el olvido algunas de sus logros como escritor, como poeta, como editor y galerista, como gestor cultural, en definitiva. Su contribución intelectual es innegable y no debemos permitir que la falta de curiosidad por el pasado y el utilitarismo creciente ensombrezcan su legado. La aventura editorial de “La Isla de los Ratones” iniciada en 1948 se amplió con la edición de una colección de libros de igual título dedicada primordialmente al arte y la poesía, que sobrevivió hasta 1986. Actividad esta que Arce compatibilizó con la dirección de la galería/librería Sur, fundada en 1952 con una exposición de Benjamín Palencia, y por la que pasaron los pintores a la sazón más relevantes del panorama nacional (Escuela de Vallecas, Informalismo, Abstracción, etc.), así como algunas figuras internacionales recogidas bajo los epígrafes de «Maestros europeos» o «Clásicos contemporáneos». La galería cerró sus puertas en 1994 (en 1996 el Museo Nacional Reina Sofía celebró una exposición documental titulada “Sur. Un escenario para la memoria”, rememorando la trayectoria de la galería). Parece que estamos hablando de un pasado muy lejano y, ciertamente, a la velocidad a la que se suceden los acontecimientos hoy en día, todo esto puede sonar a prehistórico pero, teniendo en cuanta la atonía cultural de la época, no cabe duda de que gracias a proyectos de este calibre, nuestra mentalidad fue abriéndose a las nuevas corrientes intelectuales que destacaban en Europa. Pese a la falta de tiempo, no desatendió Manuel Arce su compromiso público. Fue —eso sí, durante muy poco tiempo— concejal de ayuntamiento de Santander, encuadrado en las filas socialistas y desarrolló una labor fructífera y, nos consta, muy gratificante para el autor, presidente del Consejo Social de la Universidad de Cantabria durante diez años (los premios que convoca anualmente dicha Universidad y que él contribuyó a crear, llevan su nombre).

     Hemos dejado deliberadamente para el final su obra literaria no porque menospreciemos el trabajo “administrativo”, sino porque es ésta la que le ha proporcionado un lugar de privilegio en la historia literaria de nuestro región y, confiamos, mucho más que una somera referencia o una nota a pie de página en los estudios sobre la novela española de la segunda mitad del siglo pasado. Es cierto que Manuel Arce comenzó siendo poeta —“Llamada” (1949), “Sombra de un amor” (1952) y “Biografía de un desconocido” (1954)— pero su consagración llegó con la novela con títulos como “Testamento en la montaña” (1956), “Oficio de muchachos (1963) —ambas llevadas al cine— y la más reciente, “El latido de la memoria” (2006), con la que obtuvo el Premio Emilio Alarcos, todas ellas enmarcadas en el llamado estilo realista, muy asentado sobre todo en las décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo. “Los papeles de una vida recobrado” (2010) recoge su obra memoralística y es de obligada lectura para todo aquel que desee sumergirse en la vida cultural santanderina de los últimos decenios. No ha sido Manuel Arce un escritor prolífico —estamos seguros de que su dedicación a la obra ajena le ha restado tiempo para la propia—, pero sería injusto no reconocer sus innegables méritos, también literarios, porque algunos escritores ejemplifican lo que muchos desean llegar a ser sin conseguirlo y, aunque en este recuerdo apresurado se nos escapen asuntos sustanciales que con toda probabilidad el tiempo esclarecerá, no nos cabe ninguna duda de que Manuel Arce es uno de ellos.

Artículo publicado en el suplemento cultural Sotileza de El Diario Montañés, 2/02/2018

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ. HISTORIAS

05 lunes Feb 2018

Posted by carlosalcorta in Miscelánea

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Historias-juan-ramon-jimenez

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ. HISTORIAS. EDICIÓN DE ROCÍO FERNÁNDEZ BERROCAL. FUNDACIÓN JOSÉ MANUEL LARA. VANDALIA, 2017

Con determinados autores uno tiene la sensación de que son inabarcables. Una vida resulta insuficiente para poder leer todo lo que escribieron. Uno de ellos es, por supuesto, Fernando Pessoa. Su famoso baúl no parece tener fondo. Es tal el maremágnum de textos inéditos —por completo o de forma fragmentaria, que han aparecido en los últimos años—, de versiones, de actualizaciones, de nuevas ordenaciones que llegan a desorientar al lector común, al no especialista. Otro tanto ocurre con Juan Ramón Jiménez. Es de todos conocido el afán corrector de Juan Ramón, un afán que podemos tachar de obsesivo, de hecho se había propuesto prosificar toda su obra, un empeño titánico que no pudo llevar a cabo por su envergadura y por la salud menguante del poeta. De ese afán corrector, de las continuas revisiones —«Para mí corregir es revivir; revivo momentos de mi vida cuando corrijo los poemas escritos en el pasado», dejó escrito—, de los añadidos y de los descartes, de las diferentes ordenaciones que ha sufrido su obra han surgido multitud de títulos, no todos, conviene decirlo, plenamente justificados.

     Diferente es el caso de Historias, un libro que data de la primera etapa creativa del autor (a su vez, dividida por los especialistas en dos periodos, el que va desde 1898 hasta 1908 y desde este año hasta 1915), escrito entre 1909 y 1912, aunque, posteriormente fue objeto de sucesivas revisiones. Una etapa —recordemos que Platero y yo fue escrito entre 1906 y 1912— que el propio Juan Ramón consideraba como su preferida. De ahí proviene Historias, un libro que, hasta ahora, nunca ha sido publicado respetando el proyecto definitivo, depositado en la Sala Zenobia-JRJ de Puerto Rico. Esta edición de Rocío Fernández Berrocal, de un rigor filológico notable, es, por tanto, la primera en la que se recoge de forma fiel el deseo de Juan Ramón Jiménez. De los 61 poemas que lo integran, 27 son totalmente inéditos. El resto apareció en diferentes oportunidades, en revistas y antologías, fundamentalmente. El primer poema de la serie que vio la luz fue «Igual que una magnolia», publicado en la sección «Los lunes» de El Imparcial en 1914. A partir de ese momento, distintos poemas irán publicándose en diferentes antologías del poeta. Como es lógico pensar, tratándose de Juan Ramón, y teniendo en cuenta la distancia temporal que media entre la composición de los poemas y la reordenación definitiva, estos sufrieron innumerables modificaciones: «Siempre he respetado —escribe JRJ en un texto que incorpora la editora del libro— en mi corrección la idea, el sentimiento, el sentido, el acento, el carácter de mi escritura y la mayor parte de la redacción que suponía el hallazgo. He suprimido lo más inútil o lo más vano y he procurado dejarle su verdad a casa cosa». Pese a tal convencimiento, el lector no puede, sin embargo, dejar de preguntarse si ese denodado afán acaba traduciéndose en una versión superior a alguna de las precedentes. No resulta infrecuente comprobar cómo el exceso de corrección afea el poema o, en el mejor de los casos, el resultado lo convierte en algo muy diferente al impulso inicial.

     Historias está dedicado a la memoria de María Pepa, una de sus sobrinas, que falleció cuando contaba apenas 26 meses de edad, y está dividido en 4 secciones. La primera, la titulada «Historias para niños sin corazón» es la más crudamente afectiva. JRJ sentía una especial predilección por los niños. Siendo como era un hombre solitario, no desdeñaba su compañía, antes al contrario, la buscaba porque disfrutaba de esa ingenuidad infantil tan similar a la que alienta sus poemas, pero no todo era ingenuidad en los niños, también podían mostrase muy crueles con otros niños menos favorecidos por el destino, y esa crueldad es la que denuncian estos poemas, como sucede en «El niño cojo sueña…», que finaliza así: «Ya la aurora abre —en el cielo— su armonía espléndida. / Cuando su madre entreabre la ventana / que da a la calle; triste de miseria, / en un rincón de sombra /= lo primero que ve son las muletas».

     La segunda sección, «Otras marinas de ensueño», la integran, como señala Fernández Berrocal, «poemas marinos donde el alma del poeta se desdobla en estampas de sus mares infantiles», la bahía de Cádiz y la de el puerto de Arcachon, ciudad situada en el departamento de las Landas, en el suroeste de Francia, que era famosa, entre otras cosas, por sus balnearios. Del poema subtitulado «Balneario en octubre», rescatamos la primera estrofa: El sol se cansa en la playa, solitario / como un fantasma viudo, pálido y pensativo. / El ocaso está histórico, abierto, milenario. / Reina el otoño ya, y todo es espresivo».

     «La niña muerta» es la que específicamente está dedicada a la memoria de su sobrina María Pepa, «muerta en la tierra a los 26 meses viva siempre en el cielo de Moguer». Como es lógico, la infancia vuelve a ser la protagonista de los poemas, aunque ahora el tono melancólico se apodere de los versos. El poeta parece no hallar consuelo para tanta pena en las palabras, aunque encuentre en su decir la tabla de salvación: «Triste, sí… / Las palabras / salían de la vida de la madre, preñadas / de ese olor sin fin que mira la esperanza / desvanecerse… // Yo, con sangre entre mis lágrimas, / ponía nieve en la cabecita abrasada…».

     La última sección, la más breve, está integrada por cinco poemas, cinco estampas viajeras que describen lo que JRJ vislumbra a través de los cristales cuando viaja en tren: «¡Chopos que se reflejan en la caoba umbría, / con un murmullo fresco de verdura; cristales / olvidados, que copian como mendigos ciegos, / un castillo en que va rojeando la tarde!».

     El volumen se completa con unas exhaustivas notas a los poemas y unos apéndices de obligada lectura para todo aquel que quiera ir más allá de una mera lectura placentera. La edición exenta de este libro está plenamente justificada puesto que este era del deseo del poeta, y la edición cumple a la perfección ese inicial requisito, sin embargo, creemos que no añade gran cosa al corpus poético del poeta, un corpus. por otra parte, excelso, sobre todo quienes preferimos, por ejemplo, —aunque eso signifique estar en desacuerdo con su propio criterio— la obra del exilio. En cualquier caso, es este un asunto subjetivo que no merece más comentario. Historias, por otra parte, nos muestra a un JRJ de altos vuelos, y eso es más que suficiente para disfrutar de su lectura.

 

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