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Archivos mensuales: julio 2013

RICARDO VIRTANEN. CUADERNO DE INTERIOS

29 lunes Jul 2013

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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RICARDO VIRTANEN

Cuaderno de interior (Diarios 2003-2004). Editorial Baile del Sol. Tenerife, 2013

 

Cuaderno de interior recoge las anotaciones que  Ricardo Virtanen ha escrito en un periodo de tiempo relativamente corto, el que va desde finales de mayo de 2003 hasta finales de diciembre de 2004 y, a pesar de ello, el volumen sobrepasa las trescientas páginas,  por lo que uno, consciente como es del rigor y la disciplina necesarias para llevar a cabo una empresa de estas características, no puede menos que llenarse de asombro y preguntarse, parafraseando a P.D. James, por las causas que inducen a alguien a embarcarse en “una tarea tan tediosa como ésa” —y lo digo, no porque el libro sea aburrido, todo lo contrario, se lee, gracias a una prosa ágil, no afectada, y carente de retórica, con fruición— porque cualquiera que haya intentado mínimamente llevar a cabo algo semejante conoce el esfuerzo y la dedicación que son imprescindibles para salir bien librado del intento, los conflictos interiores que debe librar contra el carácter indolente, la pereza, o el cansancio cotidianos.  Es sin duda mucho más fácil meditar, pensar que escribir lo pensado.

Un diario es una especie de autobiografía, por eso el autor ha de tratar los acontecimientos que vive, y esta tarea es del todo inalcanzable, con la mayor objetividad que le permita su conciencia, no sólo los de orden externo,  sino, algo más arduo todavía, los que atañen más directamente a su intimidad, una intimidad —como no podía ser de otra forma, puesto que  en el acto de escribir, por muy inmediato que éste sea a la sensación percibida, ya estamos rememorando, recurriendo a la memoria—  “traicionada” por la arbitrariedad de los recuerdos. Pero, ¿hasta qué punto estas anotaciones contribuyen a crear una identidad idealizada o a justificar las experiencias propias? No es fácil contestar ninguna de estas cuestiones porque no existe baremo alguno que pueda medir estas variables. Sólo las peripecias compartidas pueden ser objeto de examen por parte de los demás, entendiendo que la complicidad es un requisito imprescindible para otorgar carta de veracidad a lo que el diarista ha escrito en las páginas. Sin embargo, para verificar lo que ocurre dentro de sí, no hay otro juez que el compromiso con la verdad que haya adquirido el yo consigo mismo. Ambos casos, además, suscitan en el lector una duda permanente. Aun suponiendo que todo lo escrito goce del crédito de la autenticidad, no podrá ser sino un mínimo fragmento de esa verdad universal, porque por enorme y crudo que sea el grado de confidencialidad que se pacte con uno mismo, éste siempre nos hurtará una fracción importantísima y concluyente para aprehender la realidad en su conjunto, por lo que habremos de concluir que la escritura de un diario no se diferencia mucho del ejercicio novelístico  porque la novela también utiliza como materia prima la propia vida, aunque, en la mayor parte de los casos, desde una distancia suficiente como para parecer una experiencia ajena (recordemos que Caballero Bonald ha reunido sus libros memoralísticos bajo el epígrafe Novela de la memoria), es decir, en ambos casos, hay una parte relevante de invención de la realidad que va tomando forma a medida que avanza la escritura, una construcción que encuentra  su defensa en el legítimo deseo de combatir el caos de la existencia, de ordenar el mundo en el que se vive, de idear una coartada moral que haga más soportable la vulnerabilidad de todo ser humano. Ricardo Virtanen lo confirma en las palabras preliminares del libro: “Hay tanto de narcisismo en estas páginas como de verdad a medias”.

Existen personas para las que el ejercicio de la escritura supone la forma más irrefutable de llegar al conocimiento personal, porque sólo cuando escriben el pensamiento toma cuerpo y el acontecimiento se escenifica, y presumo que Ricardo Virtanen, como escritor de diarios que es, pertenece a esta especie particular de letraheridos para quienes, además, ningún día es anodino, todos poseen un interés, aunque no se haya hecho nada reseñable —“Pero no hay manera de concluir nada. Ojeo, escribe Virtanen, con insistencia el mismo poema de antes…y ni siquiera soy capaz de avanzarlo en ningún sentido”—, porque están poblados de recuerdos, de intenciones, de miradas de soslayo tanto al presente como al futuro.

Gracias a las páginas de este diario somos testigos del itinerario vital de un hombre que, lejos de mostrarse vanidoso, mantiene a duras penas una lucha cuerpo a cuerpo con sus contradicciones de la que generalmente sale victorioso, aunque a veces la tentación sea grande y las fuerzas de contención sean diezmadas momentáneamente.  Virtanen es músico, veterano baterista de un grupo de rock y experto en Musicología, y esto se nota en muchas de las entradas de este diario, pobladas de leyendas del rock (Dylan, Rolling Stones o Van Morrinson) y del jazz (Miles Davis o Marc Russo), de audiciones de ópera —  coincido con el autor en la devoción por Orfeo y Eurídice de Gluck—, pero también de compositores contemporáneos como Hindemith, Cage, Luigi Nono o Stokhausen. Reflexiona sobre la poca importancia que en nuestra tradición literaria ha tenido la música, aunque reseñe algunas excepciones notables como Baroja, Lorca o Gerardo Diego (con este último es un poco injusto, porque además de dedicar muchos poemas, la música fue objeto de miles de páginas del poeta que actualmente la Fundación Gerardo Diego está reeditando) y olvide otros nombres más recientes —José Hierro, por ejemplo— para quienes la música estaba indisolublemente ligada a su creación poética.

Abundan, como no podía ser de otra forma, las reflexiones sobre la propia escritura, las conversaciones con otros poetas, los problemas para editar un libro, el estado de la crítica literaria (con cierta ingenuidad, Virtanen se pregunta: “¿Por qué siempre las mismas obras en uno u otro suplemento? ¿Obligan los directores o directoras de estos medios a que sus críticos opinen  en torno a una obra concreta? ¿Carecen estos críticos, pues, de libertad para escribir sobre el libro que les viene en gana?”) o las reflexiones sobre la obra de otros poetas como el valenciano Vicente Gaos, Margarit o Cernuda y es que, como él mismo afirma, “un diario es un saco sin fondo donde el espíritu de uno se consola a sí mismo. Quien no escribe un diario, al menos lo piensa”. No me atrevo yo ser tan tajante como para asegurar esto último, pero supongo que para alguien que dice escribir “para matar los instantes repetidos del día” sea imprescindible llevar hasta sus últimas consecuencias su planteamiento. Este compromiso íntimo es el que empuja al autor a dedicar las últimas horas del día a escribir sus meditaciones íntimas junto con aquellos sucesos cotidianos e irrecuperables que, a su modo de ver, son dignos de perpetuarse en las páginas de un cuaderno. Personalmente, agradezco a Ricardo Virtanen su constancia y el que haya tenido la generosidad de ponerlas en manos del lector, un lector que será partícipe de las alegrías y de las incertidumbres del autor y compartirá, en suma, su soledad, y ya se sabe que una soledad compartida es menos soledad.

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NATALIA LITVINOVA. TODO AJENO

23 martes Jul 2013

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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NATALIA LITVINOVA

TODO AJENO. Vaso Roto, Poesía.

No es la primera vez que, gracias a los consejos de Martín López-Vega, descubro un/a poeta. Hace unas semanas, en el blog que mantiene en el suplemento El Cultural, hablaba de Natalia Litvinova y, aunque mostraba ciertas reticencias hacia las ingenuidades de alguno de sus poemas, López-Vega finalizaba con estas palabras: “Pero en medio de esos prescindibles versos hay también poemas de verdad, los que da igual la edad que tenga quien los ha escrito, porque una vez que los hemos leído sabemos que nos acompañarán siempre”, palabras que me han impulsado a leer su último libro, Todo ajeno, publicado por la editorial Vaso Roto (Esteparia, el primer libro de la autora, publicado en 2010 en Argentina, ha sido reeditado en España por la editorial ÁRTEse quien pueda, pero aún no está disponible en las librerías de mi ciudad).

Lo primero que salta a la vista al leer los poemas de Litvinova, poeta nacida en Gómel, Bielorrusia, en 1986, pero residente en Argentina desde los diez años, es que pese a su juventud ha desestimado la influencia de ese verbalismo tan arraigado en determinadas etapas vitales y en tradiciones que, geográficamente, a la fuerza han de resultarle próximas, y no ha caído en lo que Zbigniew Herbert llamó “la tentación de describir ni en las miserias del descripcionismo”, por el contrario, la poesía de Litvinova se sustenta en una economía de medios, de lenguaje que, sin embargo, no le impide desarrollar un complejo mundo de ideas, de recuerdos y de emociones, evocadas desde su misma esencia, desde la desnudez del hueso de las cosas, un mundo que observa con mirada analítica y que tiene más que ver, a día de hoy, con una especie de mitologización del pasado que con las avatares del presente, y aquí es donde debemos mencionar que, además de poeta, Natalia Litvinova también es traductora, mantiene activo un blog que actualiza regularmente con nuevas traducciones de poesía en lengua rusa, por lo que no resulta arriesgado colegir que la influencia de esa tradición sea determinante en su modo de concebir el hecho poético. Nombres como Tsvetáieva, Ajmátova, Andrey Platonov, Varlam Shalamov o Mandelstam resuenan en sus poemas, pero también, como no podía ser de otra forma en una consumada lectora, se oyen los ecos de otros poetas como Rilke, Celan o los griegos Ritsos y Seferis, y,  como escribía al principio de esta nota, no deje de llamar la atención la escasa presencia de ascendientes en lengua española, su lengua de adopción.

El nexo común que otorga unidad a los poemas que forman este libro se ampara más que en la articulación de una trama semántica, en una forma de decir que incide en la frase corta, cargada de sugerencias más que de obviedades. Los versos son como relámpagos que iluminan transitoriamente un mundo oscurecido. Lo que podemos aprehender en este furtivo instante pleno de claridad es lo que da razón de ser al poema. “En la poesía encuentro la oración para soportar/ cada corte abrupto”, escribe en el poema titulado «El milagro de la comunidad», ese corte abrupto nos recuerda el que produce en la realidad el interruptor que gobierna la luz y la oscuridad. La poesía será entonces la herramienta precisa para dar cuenta, no de lo que vemos, sino de lo que queda al otro lado, en la parte no visible de esa realidad que está vedada al conocimiento racional, tal vez porque, como Litvinova escribe en el poema que da título al libro, «Todo ajeno», “La intimidad se fuga con las palabras” y, en el poema titulado «Accidentes», la realidad está “desfigurada por sus límites”. Da la impresión de que en la mente de la poeta coexisten dos personas a la vez, la que experimenta las sensaciones y la que observa con objeto de trasladarlo a la escritura, pero esto acarrea un problema insoluble, porque cuanto más intensamente se viva la sensación física, más difícil es trasmitirla. Considero que esta es una de las razones que llevan a Litvinova a utilizar con profusión tanto la elipsis como los versos categóricos, contundentes, cerrados en su significado.  Muchos de los poemas crean un efecto de expectación en el lector, a quien se deja a la intemperie. Si lo que busca el lector en la poesía es un cobijo, un refugio, no lo encontrará en estos versos que no confortan, muy al contrario, perturban al pensamiento acomodaticio porque nada resuelven, a ninguna pregunta responden, son fragmentos inquietantes de la realidad. El poema «La última cintura› es un notable ejemplo, magistralmente desarrollado, desde la inicial constatación de la decadencia familiar, hasta la forma de relativizarla, cuando se confronta con la desgracia ajena. Los poemas de Natalia Litvinova nos dejan con ganas de ahondar con mayor profundidad en el destino de los personajes que habitan sus poemas, así ocurre con el poema titulado «Detrás del vidrio», en el que “Una mujer se desviste. El hombre duerme./ De pronto sale el sol. La noche se entrega./El hombre se despierta y viste a la mujer”. Sólo nos muestra retazos de vida, fragmentos que parecen surgir más de una alucinación, de un sueño, que de un hecho consumado. La indeterminación, la angustia existencial que trasmiten nos hacen pensar en espacios iluminados por la luz artificiosa del recuerdo, en lugares sólo habitados por seres con problemas, desvalidos y solitarios, tan comunes en cierta pintura de tinte metafísico, y esta afirmación no contradice la carnalidad subyacente en el poema titulado «Pintor», que concluye con estos versos tan escasamente imprecisos: “Acercó lentamente sus manos y le sacó el vestido/ para llegar al lienzo”, y digo que no existe contradicción alguna porque identificar fondo y forma, como hace el artista en el poema con la piel de la modelo, es un proceso de transferencia que tiene más que ver con lo enigmático de todo cuerpo, con algún modo de sublimación espiritual, casi mística, podríamos decir, que con una experiencia táctil y, por tanto, verificable. Estos materiales de observación de los que se nutre la poesía de Litvinova están legitimados por la propia experiencia, pero eso no implica que un lector interesado por la historia reciente no pueda compartirlos. Lo que no está al alcance de muchos es la forma de condensarlos, de encontrar algo interesante allí donde la mayoría ha dejado de buscar. Natalia Litvinova no busca, sin embargo, la connivencia de las verdades universales para acomodarse al mundo en el que vive, más que interrogar al cielo de las cosas —las cosas que no entendemos son las que más nos atraen— centra su mirada en el espejo del pasado, ese inquietante lugar que confunde los límites del tiempo y del espacio, ese lugar fantasmagórico que ofrece unas posibilidades extraordinarias de penetrar la realidad, que nos muestra imágenes de nuestra propia personalidad y, acaso lo más aterrador, no muestra como somos a los ojos de los otros.

 

 

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EL BUQUE ESCUELA JUAN SEBASTIÁN EL CANO

21 domingo Jul 2013

EL BUQUE ESCUELA JUAN SEBASTIÁN EL CANO

FE DE VIDA (II)
Hasta la cubierta del bergantín Juan Sebastián Elcano, amarrado al muelle del Almirante del puerto de Santander, frente a la Aduana, los sonidos de la ciudad llegan amortiguados, como si fueran una música de fondo casi inaudible, lo que favorece un intenso nivel de ensimismamiento. El moroso vaivén que provocan las mansas olas de la bahía no molesta a los visitantes que recorremos las dependencias del buque escuela en la jornada de puertas abiertas, muy al contrario, ese “constante batir de las olas contra el muelle propiciaba —P.D. James se refería a un Mar del Norte inusualmente pacífico— un clima sosegado e indulgente”, por eso, por la ausencia de riesgo, porque no debemos sortear ninguna tormenta ni enfangarnos en comprometidas refriegas con la flota enemiga, uno puede imaginarse sólo remotamente las vicisitudes que experimentan durante la singladura los miembros de la curtida tripulación y los guardiamarinas en prácticas; uno no puede, aun sabiendo que ese pensamiento está cargado de mitología, verse a sí mismo surcando mares y océanos — un globo terráqueo con la leyenda «Primus Circumdedisti», el escudo de armas de Juan Sebastián Elcano que le otorgó el emperador Carlos I, es también el escudo de la nave—, desafiando leyes y monarquías, siendo su propio rey y atracando en exóticos puertos en los que es recibido con temor y admiración. Sé que la realidad es muy distinta porque la profesionalidad exige estudio y dedicación, y la disciplina, una mezcla de voluntad y bravura. Ninguna se adquiere por arte de magia, pero mirando cómo se desplazan las nubes junto al bauprés o sintiendo en el estómago cómo el mascarón de proa, la sabia Minerva dorada, rompe las temibles olas que levanta el mar de fondo, dejo que se desaten mis sueños y, con los ojos abiertos, me convierto en el intrépido y avispado grumete de ese barco pirata en el que, cuando éramos niños, todos deseábamos enrolarnos.

Publicado por carlosalcorta | Filed under Notas

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HENRI COLE. LOCURA

18 jueves Jul 2013

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HENRI COLE

 LOCURA

 

 En el jardín Doria Pamphili,

 la mayoría de los nichos de granito están vacíos,

 los dioses masculinos han perdido sus genitales,

 y la Gran Madre, Hera, no tiene cabeza.

 Algo ha salido mal

 en el lago artificial.

 Cavando profundamente en las orillas negras

 rodeadas por malla de alambre,

 familias de nutrias están aniquilando –

 con palmeadas patas traseras,

 romas cabezas amordazadas

 y largos incisivos anaranjados –

el eco-sistema del jardín de recreo

 del papa Inocencio X.

 Góticos como el inconsciente,

 los pesados cuerpos ahusados

 hozan a lo largo de las acequias

 avanzando en un una persecución mortal

 hacia los cisnes, cuyas suntuosas alas

 eclesiásticas se abren

 despreocupadamente.

 

 Cada día regreso.

 El sofá es Della Robbia azul.

 Acomodo mis pies

 como un cisne — inmaculado

 y autosuficiente igual que la ambulancia

 que transporta a mi madre medio muerta—

sujetándose en las profundidades

 y arrancando maleza,

 chorreante como una lámpara de araña,

 mientras paleando detrás están los roedores retrasados,

 que ansían — con grandes ojos somnolientos

 que sugieren algo parecido a la felicidad matrimonial

 y su afelpado pelaje encanecido,

 ondulante como el abrigo que mi madre usaba —

capturar en el pastizal

 los huevos de pollo de cisne y engullir

 sus embriones ensangrentados.

 

 Versión de Carlos Alcorta

JEFFREY HARRISON. SUFICIENTE

17 miércoles Jul 2013

Posted by carlosalcorta in Versiones

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JEFFREY HARRISON

 

 SUFICIENTE

 

 Es un regalo, esta mañana despejada de Noviembre

 sobradamente calurosa para que puedas caminar sin chaqueta

 a través de tu sendero favorito. El rítmico chapoteo

 de tus pies pisando las hojas caídas sería

 suficiente para tranquilizar la mente, por eso te sorprendes

 cuando te descubres contando de tus jefes

 las injusticias acumuladas durante diez años,

 todas las cosas que nunca dijiste dentro de tu círculo.

 

 Es la violencia del viento la que te saca de quicio,

 y miras hacia arriba para ver una nube de hojas

 arremolinadas en la luz del sol, trepidando contra el azul

 y alzándose por encima de las copas de los árboles, como si el día entero

 estuviera suspirando. Déjalo, déjalo,

 por un instante al menos, déjalo todo irse.

 

 Versión de Carlos Alcorta

CARLOS ALCORTA. FE DE VIDA (NOTAS VERANIEGAS)

11 jueves Jul 2013

Posted by carlosalcorta in Notas

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FE DE VIDA

Disuadidos momentáneamente por la densa niebla que enfanga el cielo y limita el horizonte al que apunta la vista sin encontrar un punto de apoyo, como si fuera una alucinación o un poema de José Hierro, la mayoría de los veraneantes no han pensado aún acercarse a la playa, por eso el aparcamiento —a esta hora, los días soleados, completamente atestado— permanece casi desierto, sólo en un rincón pobremente habilitado para las auto-caravanas, están aparcados los vehículos de quienes han pasado aquí la noche; por eso, por la arena aún húmeda, sólo dejan sus huellas las brigadas de surfistas que siguen a los avezados monitores que, como intrépidos exploradores, sirven de guía en la búsqueda del mejor lugar de la costa desde el que “pillar” las olas.

Doy un paseo por la orilla, pisando los charcos que ha dejado sobre la arena la bajamar. Me interno poco a poco en el agua cortante. Las olas moribundas van cubriendo mi cuerpo estremecido. He de tomar una decisión urgente para entrar en calor: regresar a la arena o  ganar profundidad, henchirme de valor y zambullirme de inmediato en la primera ola que sea capaz de cubrirma por completo. Chapoteo, me sumerjo, doy unas brazadas. El cuerpo se libera de esa cárcel mental que supone la costumbre. Los músculos se desentumecen tras nadar unos minutos. Lo que antes representaba un tormento es ahora una bendición. El mar Cantábrico se despereza, como un gato doméstico. Neptuno, sin embargo, te aconseja prudencia. Conocer es amar, y el mar nunca se deja conocer del todo, ni siquiera cuando intentas retenerlo en los límites de una página como ésta, que en cualquier momento puede anegarse con un golpe de mar o con el reflujo que producen las palabras innecesarias.

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