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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: julio 2015

BILLY COLLINS. UN BLUES

31 viernes Jul 2015

Posted by carlosalcorta in Versiones

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BILLY COLLINS

UN BLUES

Gran parte de lo que aquí se dice

debe decirse dos veces,

un recordatorio de que a nadie

le interesa el dolor de los demás.

Nadie te escuchará, al parecer,

si admites simplemente

que tu amada te dejó te esta madrugada

sin siquiera detenerse a decir adiós.

Pero si cantas de nuevo

con la ayuda de la banda

que ahora elevará tu registro

más alto, más ardiente y suplicante,

la gente no sólo escuchará;

desplazarán la simpatía

a los bordes de sus sillas,

movidos por tal anticipación aguda

de ese acorde y la demora que sigue,

que no serán capaces de dormir

a menos que liberes con un dedo

un alarido del mástil de tu guitarra

y vuelvas la cabeza hacia al micrófono

para hacerles saber

que eres un hombre duro de corazón

seguro de que hará llorar a una mujer.

Versión de Carlos Alcorta

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ANFIBOLOGÍA DE LA VISIÓN. VERSE/ VEURE(´S

29 miércoles Jul 2015

Posted by carlosalcorta in Arte

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ANFIBOLOGÍA DE LA VISIÓN. VERSE/ VEURE(´S). SANTILLANA DEL MAR/FIGUERES

El pasado y el futuro no existen. El mañana es ahora, es sólo un dilatado mediodía en el que la realidad se construye sin descanso. Sin ánimo de adentrarme en enjundiosas filosofías ni en disquisiciones metafísicas, quizá esta reflexión sobre el sentido sinsentido del tiempo sea más oportuna cuando hablamos de arte, porque la presunta linealidad que inherente a un principio y un fin, a un trascurso, a una progresión, en suma, carece de fundamento en todo lo que afecta a la representación artística. El mismo Agamben nos previene sobre el valor de uso del arte, calificándolo de ambiguo, esto es, sujeto al tiempo histórico en el que se evalúa, algo fácilmente comprensible si aceptamos que cada época posee autonomía para analizarse desde sus propias convulsiones, desde el caos que la gobierna y cada individuo, como hijo de esa época, expresará entonces las incertidumbres que sufre de un modo particular, aunque se alimente del poso común de la tradición en la que se inscriba. De todos es sabido que son tan actuales las pinturas paleolíticas de las Cuevas de Altamira como las obras de Tapies, los poemas de Catulo como los de Baudelaire, las fotografías de Steichen como las de Sudek o Plossu. El ejercicio que permite romper las barreras temporales, eso que podemos llamar simultaneidad, tiene mucho más que ver con la manera en que miramos las cosas, con la manera de construir a través de lo que vemos nuestra identidad, que con teorías de carácter estético, porque hay un tipo de mirada —introspectiva, reveladora, verdadera— que sólo se puede realizar, y no hay ningún fatalismo en lo que digo, a través del arte en sus diferentes disciplinas.

La fragmentariedad parece ser una de las características predominantes de nuestra época y el discurso estético no puede ser impermeable a la conmoción dialéctica que la precede, pero esta permuta o, mejor será decir, disgregación de referentes más o menos reconocibles provoca una especie de pérdida de pie en el espectador que buscaba en el arte un sustituto del mito, de la religión y, acaso algo más llamativo y preocupante, de los lazos sociales (recordemos la invocación mallarmeana enunciada en Le tombeau d’Edgar Poe que defiende, que el poeta, el creador debe «Donner un sens plus pur aux mots de la tribu», debe devolver a la tribu el estricto sentido de las palabras, del arte, añadiremos nosotros). Cuando los cimientos de la espiritualidad —no estoy hablando, se sobreentiende, en términos religiosos— se resquebrajan dejan el paso libre a la mercantilización más grosera de la intimidad, al consumismo sin freno, a la cultura de la fama, a la enajenación cultivada con esmero por la televisión y otros mass media. La dignidad del ser humano es vejada con diurnidad y alevosía, sin el más mínimo pudor. Es entonces cuando el arte se hace más necesario que nunca y, por esa razón, exposiciones como la que se cobija bajo el epígrafe VER(SE)/ VEURE(‘S) poseen mayor razón de ser, cuanto más, como es el caso, re-establece la comunicación entre dos litorales heterogéneos, litorales bañados por mares que han arrastrado residuos culturales, pecios de conocimientos que provienen de tradiciones diferentes y, sin embargo, complementarias. La obra de cada uno de los artistas que componen esta muestra, sin renegar de su individualidad, abunda en la capacidad de extrañamiento, dimensión que resulta imprescindible para convertir una experiencia cotidiana en algo extraordinario, en algo capaz de tener valor en sí misma, en la obra producida, sobre todo si partimos de la premisa de que las cosas adquieren la forma de quien las contempla. Paul Valéry se preguntaba sobre el «¿Por qué no imaginar la producción de una obra de arte como una obra de arte en sí misma?» y, efectivamente, por qué no hacerlo, si somos conscientes de que durante ese proceso constituyente el pensamiento evalúa las diferentes percepciones que obtiene de los sentidos para rehabilitar una experiencia que sólo tangencialmente está relacionada con la experiencia de la que ha surgido. Sus significados son, por tanto, múltiples, algo esencial en cualquier manifestación artística, que posee entre sus prerrogativas la de merodear, sin llegar jamás al centro, alrededor del sentido, hasta llegar incluso a provocar malentendidos, desconcierto, confusión total. Resulta realmente paradójico, porque en arte, cuanto más nos alejemos de la realidad más plana, de lo real sin atributos, mejor llegaremos a percibir los innumerables aspectos que la componen.

César Poyatos presenta una obra fotográfica en blanco y negro que pretende convertir, como quería el fotógrafo norteamericano Edward Weston, lo habitual en extraordinario. Utilizando como principio motor la obra del naturalista y botánico Linneo, pionero en utilizar la taxonomía y la nomenclatura binomial que ha llegado hasta nuestros días para clasificar a los seres vivos, Poyatos trabaja, utilizando sus propias palabras, sobre «Una serie de frutos, plantas, flores u hortalizas […] sacadas de su contexto natural y observadas detenidamente sobre una mesa de cocina, acentuando sus formas y sus características fisiológicas». Esa alteración del contexto, provoca en el espectador desconcierto a la vez que asombro. Reconocer las formas y las propiedades de cada fruto, de cada flor, de cada semilla, de cada hortaliza requiere un esfuerzo adicional, esfuerzo, sin embargo, generosamente recompensado porque cada uno de ellos se convierte, en su solidez, en una alegoría sobre la permanencia. El espectador debe ajustar la mirada no sólo física sino intelectual, su ángulo de visión íntimo, sus prejuicios de orden cognitivo a una realidad que se muestra en diferentes tonalidades del gris, lo que añade en los elementos fotografiados un extra de irrealidad que los hace aún más sugerentes. La contemplación detenida de estas fotografías nos traslada a un mundo en el que lo sin vida, lo suspendido en el tiempo, irradia su propia luz, una luz que sin deslumbrar, nos ciega.

Catarsis, la obra de Roberto Orallo que podemos admirar en esta exposición, es una especie de mural compuesto por 35 escenas que, a pesar de imbuirnos de cierta narratividad y dar la sensación de contar una historia (no están muy lejos de las viñetas de un cómic mudo), pueden observarse de manera autónoma. En la mayoría de ellas, 33 de las 35 piezas, hay una presencia de seres humanos anónimos, en actitudes que generalmente provocan incertidumbre o bien, conmueven el ánimo del espectador. Sus rostros nos son hurtados por la mano experta de Orallo, induciendo a que sea ese espectador del que antes hemos hablado, quien delimite las facciones de esos rostros vacíos, facciones que en muchos casos, coincidirán con las suyas. Y es que las imágenes de Orallo, aunque creadas a partir del sueño, de la ensoñación, esa otra cara indivisible de la realidad, resultarán familiares a quien sepa mirarse por dentro no como una marioneta, sino como un ser pensante. La irrealidad, la complejidad metafísica del ser también puede representarse con líneas claras, sin necesidad de recurrir a manchas o a jeroglíficos, pero esa presunta transparencia no debe engañarnos porque la anécdota queda diluida en un mare magnum de posibles significados gracias al cual percibimos cada escena como si no tuviera pasado, como si fuera un momento que está aconteciendo en ese preciso momento. Este instante carece pues de memoria. Se traslada entonces la responsabilidad al espectador. Él es quien debe llenar el vacío semántico con su punto de vista, con su propia experiencia. Ahí, en la incitación a mirar la realidad reconstruida, en el ejercicio de autorrepresentación radica la verdadera fuerza de esta obra. La catarsis se inicia cuando se toma conciencia de la necesidad de una tregua, acaso por eso, in medias res, se sitúan esos dos espacios negros con un rectángulo blanco. Parecen ser una invitación a recapitular, a recontextualizar lo visto, a conjeturar sobre el sentido de la vida, sobre las fronteras, nunca bien definidas, entre la realidad y el sueño.

El soporte elegido por Tamara García para la reflexión sobre las formas de ver la realidad ha sido, en esta ocasión, un video que —además de homenajear al artista norteamericano Tony Oursler y a su obra «Getaway 2»— indaga en las referencias simbólicas de lo real a través del cuestionamiento de la mirada única impuesta por los medios de comunicación. «La inagotable influencia de unos medios de comunicación sobresaturados de imágenes, inundan la intimidad psíquica del individuo. La violencia, el sexo, el miedo, forman parte de nuestra cotidianidad. Voces e imágenes que influyen en los sujetos conformándolos de diferentes modos dependiendo del género asignado». Las imágenes pueden leerse como una reivindicación del yo —un yo, sin embargo, no encerrado en sí mismo, sino con gradaciones universales— frente a la indiscriminada avalancha de información en la que subyace un mensaje de sumisión al poder. El ensordecimiento general causado por las repeticiones, por las insistencias, por un deliberado acatamiento del status quo es cuestionado de un modo sutil que nadie sensibilizado y crítico con los zafios aspectos de la realidad que aquí se denuncia, puede dejar de advertir. Es un trabajo éste que trata de horadar en las mentes adormecidas con el ánimo de romper las servidumbres sociales y económicas que llenan de privaciones la vida cotidiana, con el propósito de despertar las conciencias para que sean capaces de mirar la realidad, su realidad con un ojo pensante y enjuiciador, inexpugnable, refractario a todo intento de coacción. Como demuestra Tamara García, no son necesarios grandes ni hiperbólicos discursos, por otra parte siempre sospechosos de encubrir intenciones aviesas, para impugnar la situación impuesta, sino de hacer visible, siquiera por aproximación, una voluntad de cambio, una especie de entusiasmo de carácter reivindicativo que transforme la historia.

Octavio Paz señaló en varios de sus ensayos la importancia de mirar la realidad con entusiasmo, con detenimiento, y no fiarse del primer vistazo. Señaló, a sí mismo, la importancia de fijarse en los detalles, del estar pendiente de cualquier suceso, de la más nimia variación que alterara ese primer vistazo del que hablamos, sin atender a jerarquías ni arbitrariedades. Para una mirada inquisitiva y transformadora, todo es importante porque impulsa los múltiples significados de lo observado. La relevancia de cada acto, de cada imagen, de cada mensaje dependerá de la profundidad de esa mirada inaugural. Las obras, los collages, de Puchi Incera están cargadas de una sabia ironía, ironía visible no sólo en los tropos con los que construye la alegoría sino en la elección de los objetos que la componen y en la manera de sacarlos de contexto para imbricarlos en un nuevo escenario, para introducirlos en una dimensión semántica diferente. El asombro nace de la combinación de imágenes conocidas, iconos en algunos casos de la cultura pop, con otras que pertenecen en exclusiva al íntimo acervo cultural del autor y actúan como contrapeso. El resultado final de esta alianza dependerá en mucho de la subordinación o de la insurrección del espectador a la sintaxis preconcebida. Si se pliega a esta premisa, éste encontrará infinidad de obstáculos para compartir la sátira implícita en la obra de Incera —una sátira centrada principalmente en analizar la impunidad con la que se ejerce la violencia— como si se encontrara atrapado por una red que inmoviliza su pensamiento. Por el contrario, si se muestra indócil, si pone en entredicho dicha uniformidad y resalta la independencia de esas imágenes, será capaz extraer de las aparentes contradicciones, de las sutiles paradojas vínculos insospechados hasta entonces. No pretendo dramatizar el contexto, como he escrito al principio de estas líneas, porque creo que Puchi Incera lleva ya varios años reivindicando la ironía como una forma superior de conocimiento, alimentando una ficción en la que la técnica se pone —y no es una perogrullada resaltarlo— a merced de la inquieta mente del autor, mente en la que se enfrentan impulsos, que podríamos calificar como subversivos, con la necesidad espiritual de amansarlos. De esta tensión, de ese escepticismo surgen esos héroes antiheroicos, esos que mitos desmitoligizados que tanto se parecen a nosotros mismos. Ese, y no otro, es el verdadero drama del que somos sólo personajes secundarios.

Majo G. Polanco, en su búsqueda constante por deslegitimar la mirada rutinaria sobre las cosas que nos rodean, realiza un tour de force argumental. El escenario elegido posee unas connotaciones que el espectador común no puede evitar y la artista, consciente de ello, juega hábilmente con esos antecedentes visuales, con los prejuicios que las acciones consiguientes generan, sean éstas producto de experiencias vividas, imaginadas o solamente intelectualizadas. El movimiento de los cuerpos ausentes, la presunta sexualidad de sus gestos, la procacidad de las palabras, siguen impregnado la mirada del espectador retenido en la acaramelizada atmósfera de ardor consumado (por más que su representación devenga en una ficción soez), porque la mente sigue imantada con firmeza a la naturaleza del deseo, manipulando la voluntad. La cabina, el peep show se erige así como símbolo de la cosificación, de la alienación humana, pero la sabia desubicación que realiza Majo G. Polanco transforma la servidumbre sexual en otra de carácter social y económico (aspectos estos, sin embargo, también presentes en la primera). Esta situación, si lo pensamos bien y la forma de mirar no se pliega a patrones preconcebidos, nos obliga a tomar conciencia de los roles sociales, a denunciar los arquetipos y a transformar la imagen en un discurso subversivo. Se pueden extraer varias metáforas de esta película. En manos del espectador, de la disponibilidad de su mirada, de su complicidad está poner fin a la manipulación sexual y económica y establecer los criterios morales para iniciar el desagravio.

Tomar conciencia del propio yo, del ser que se es. Parece, dicho así, una tarea fácil, sin embargo, esta aparente facilidad lleva implícita una forma de ver la realidad insumisa, crítica, desafiante. Zaira Rasillo emprende esa toma de conciencia sabiendo de antemano el riesgo de incomprensión que corre. No es infrecuente que el autorretrato sea considerado una prueba de egocentrismo, de vanidad o como síntoma de algún problema psicológico (el caso de la norteamericana Francesca Woodman resulta paradigmático en este aspecto) y, sin embargo, pocos actos artísticos como este desenmascaramiento de la identidad, esta aprehensión específica de la individualidad encierran tanta confianza en el poder del arte y. por consiguiente, en el pensamiento abstracto, fundamento del discurso. No es fácil disimular —la autora pretende justamente lo contario— el contenido político (en el sentido ético de la palabra) que posee esta reivindicación del propio cuerpo como escenario de confrontación, como desafío a la masculinidad conceptual de la sociedad, por eso debemos resaltar cómo al observar estas fotografías, la mente ágilmente establece innumerables conexiones metafóricas y universaliza la percepción, porque toda metáfora es un acto de autoconocimiento, pero también es una forma de armonizar al yo con lo que le rodea. El muro visual que supone el ornamento, el vestido (algo que nos recuerda al trabajo de Francesca Jane Allen, en su crítica de los estereotipos), se fractura, desaparece cuando el cuerpo se muestra desnudo y el ojo pensante ya no puede ignorar lo que la piel esconde. Las relaciones simbólicas que trasmite surgen de ese hermetismo que la mirada rompe cuando se convierte en pensamiento, hermetismo acrecentado por la presencia de fresas, manzanas, hierbas aromáticas, aunque acaso lo que produzca mayor desconcierto es ese corazón superpuesto sobre la propia carne en la obra titulada «Puro mal». El retrato íntimo es una mezcla de vulnerabilidad y de orgullo que Zaira Rasillo —y en este punto debemos recordar la obra de Ana Díez— resuelve con una solvencia ya demostrada en obras anteriores. Experimentar con la imagen de sí mismo requiere un laborioso ejercicio de imaginación y permite al espectador tomar conciencia de sí mismo, a la vez que reconfigura su propia relación con el mundo, porque la indagación sobre uno mismo es, más que un práctica narcisista, un acto puramente político.

Como sabemos, el lenguaje del arte no pueden trasmitir la complejidad de una experiencia, por eso la transforman en otra distinta que se desarrolla, que se amplía además, como un sinfín cognoscitivo, en dicha migración, en su propia manera de representar esa experiencia, esa realidad inaprensible. Las distintas manifestaciones artísticas proceden por aproximación, pero la experiencia original, la sed de sentido se trasmuta en el proceso de reacondicionamiento, de codificación para que adquiera de nuevo significado. Pero no se trata de que las imágenes ilustren los conceptos ni de caer en la trampa de una presunta claridad, de un malentendido figurativismo del que, damos por hecho equivocadamente, estén ausentes la indagación metafísica, la búsqueda ontológica; pero tampoco de lo contrario, es decir, de un hermetismo extremo que por la complejidad de sus referencias –en muchas ocasiones, de índole personal, lo que las convierte en intransferibles para quienes no conozcan al autor—, nos escamotee cualquier vínculo con la realidad en cualquiera de sus aristas. Ilación conceptual explícita. «¿Cómo se desgarra el velo del ojo, el velo que te envuelve?», se pregunta la poeta Suji Kwuck Kim, y es que los ojos están hechos para conocer, para dar cuenta de la realidad, por eso «quien aprende a mirar, aprende a ser»

HAROLD BLOOM. POEMAS Y POETAS. EL CANON DE LA POESÍA

27 lunes Jul 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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HAROLD BLOOM. POEMAS Y POETAS. EL CANON DE LA POESÍA. TRADUCCIÓN DE ANTONIO RIVERO TARAVILLO. EDITORIAL PÁGINAS DE ESPUMA 2015

Lo peor que uno puede hacer al leer un libro como éste es tomar al pie de la letra sus conclusiones. Harold Bloom ha demostrado sobradas veces su calidad como ensayista, su conocimiento de la poesía —fundamentalmente la escrita en lengua inglesa, respecto de otras tradiciones lingüísticas occidentales sus conocimientos dejan mucho que desear—, su vasta erudición, su magisterio crítico, pero también es notorio su afán de exhibicionismo, su arbitrariedad, su particular manera de defender el canon, arrimando el ascua a su sardina y obviando cualquier asunto que refute su argumentación. No cabe duda de que su bagaje sociocultural es inmenso, pero tampoco que muchos de sus juicios se sustentan en hilos de dudosa resistencia. Además, su sintaxis —por otra parte traducida con esmero y solvencia por el poeta Antonio Rivero Taravillo— no siempre permite traslucir la coherencia de un discurso que, a veces, el lector sólo acierta a intuir. No sólo se soslayan habitualmente referencias ineludibles para una correcta comprensión de sus teorías sino que el discurso carece de la necesaria narratividad que lo articule. El carácter, en muchas ocasiones, telegramático de sus alegaciones hurta tanto el desarrollo de la idea como su refutación. Da la sensación, en estos casos, de que el texto es producto de un encargo académico, más que resultado de valoraciones de carácter estético.

La conformidad o la discrepancia con la lista de poetas que integran su canon es harina de otro costal. Como toda selección, tendrá detractores y defensores, Personalmente creo que la mayor equivocación del libro no son los poetas seleccionados, de innegable representatividad en la mayoría de los casos, sino el epígrafe bajo el que está realizada la selección: «El canon de la poesía». ¿Qué tipo poesía?, ¿Cuáles son los criterios adoptados?, podríamos preguntarle al autor. Por todos es sabido que muchas tradiciones literarias deliberadamente ignoradas en este libro poseen poetas de tanta o mayor magnitud estética que una gran parte de los aquí seleccionados. La «Nota a la edición» tarta de subsanar estas carencias, pero el argumento no acaba de convencerme: «Harold Bloom presta aquí atención, predominantemente, a autores de letra inglesa, de ahí las ausencias que el lector pueda advertir. Además, hay algunos poetas muy importantes que Bloom decidió no incluir en este volumen, aparte de las razones de espacio, porque ya les ha dedicado monografías individuales o porque han sido incluidos en el tomo correspondiente dedicado a la épica». Harold Bloom está afiliado a la polémica. Él lo sabe y éste es uno de los atractivos de este libro, acaso porque, como decía Heidegger, «Quien tiene grandes pensamientos también ha de tener grandes errores».

Sin embargo, si dejar de tener en consideración estas objeciones—menores, si las comparamos con todo lo que aporta el libro—, he de reconocer que Poemas y poetas muestra un centón de magníficas ideas, algunas realmente originales, sobre las influencias literarias, sobre literatura comparada y sobre algunos de los más de cincuenta poetas seleccionados, entre los que sólo encontramos un ruso, un italiano, tres franceses y dos hispanoamericanos, Neruda y Octavio Paz, de quien, por cierto, no dice una palabra sobre su poesía. Se limita a hablar fundamentalmente de El laberinto de la soledad —no le duelen prendas en calificar este enjundioso ensayo sobre la mexicanidad que el propio Paz definió como «un libro de crítica social, política e psicológica» como «un poema en prosa de doscientas páginas») y Sor Juana o las trampas de la fe. Curiosa manera de establecer un canon poético.

Respecto de la selección de poetas en lengua inglesa, amplia en principio, pero exigua para el periodo de tiempo tan dilatado que abarca, delata, sin lugar a dudas, las preferencias de Bloom, no sólo por las enormes diferencias de espacio que dedica a unos poetas y otros — sobre algunos, es el caso de John Donne, de Shelley, Robert Browning, de Stevens, de Ashbery o de Jay Wright, escribe decenas de páginas, desmenuza sus poemas, establece relaciones, justifica sus juicios. Otros, sin embargo, son ninguneados, despachados con cuatro o cinco párrafos de compromiso, realmente muy poco esclarecedores o, como es el caso de Robert Lowell —auténtica bestia negra del autor—. Christina Rossetti,Paul Laurence Dunbar o Gwendolyn Brooks son buenos ejemplos de esto último— sino por el desequilibrado grado de indagación, de penetración y de análisis. Con todo, creo que libros como éste contribuyen a crear un caldo de cultivo para que la crítica en general, y la poética en particular, adquieran la relevancia que merecen y no sean relegados a los estantes más recónditos de las librerías. Aparte de la sana polémica que genera, polémica que provoca que rivalice con la novela o con las biografías en las mesas de novedades, un libro como Poemas y poetas. El canon de la poesía es absolutamente necesario en la biblioteca de todo lector de poesía porque está lleno de erudición, de pesquisas, de impresiones sobre algunos de los mejores poetas de todos los tiempos, por eso hay que felicitar a los editores —y al traductor, por su ciclópea labor— y agradecerles su valentía y su generosidad.

CARL PHILLIPS. COMPAÑEROS DE ARMAS

25 sábado Jul 2015

Posted by carlosalcorta in Versiones

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CARL PHILLIPS. COMPAÑEROS DE ARMAS. CARL PHILLIPS

Hace tiempo el mar era una cosa; el campo otra.

Sea como sea, algo se afianzó, o no. ¿Qué puedo decir sobre

la felicidad? Independientemente del país, quiero decir, donde era inconcebible una palabra como cualquier otra yace lejos de mí ahora. He

aprendido a perdonar los errores, si pueden mantener lo que está vivo

aún con vida, aunque sólo sea

un rato más. El bambú fantasmal con el

que las aves hacen el nido, por ejemplo, sin prestar atención a las hojas, color

de rendición, color de pobreza como yo solía imaginar cuando

yo mismo era pobre pero no tenía idea de serlo. Siempre pensé

que la gratitud es la única respuesta correcta que he dado,

dolorosamente, sin embargo, para ver esta vida más de cerca. Los dioses

más poderosos me han rechazado durante mucho tiempo, permiten que los dioses consideraros menores

hagan lo mejor que saben —como un amigo que yo supe que en alguna parte del camino

perdió el dominio dando tumbos, por lo general justo antes

de desmayarse. Creo que él realmente creía esas cosas; el debe

sin duda, a estas alturas, estar muerto. Hay un extendido                                                                                efecto aleccionador para la pérdida que yo soporto sin molestias. No es la pérdida lo que me humilla.

Lo que usaba como memoria — nubes surgiendo durante horas,

agrupándose, luego surgiendo de nuevo— últimamente parece en cambio

como una danza, una de las más lentas, números demasiado complicados

para los que nunca he tenido mucho tiempo. Sin saber exactamente que la apariencia

es tan diferente de lo que pensamos de ella que parece

nada. ¿Por qué, entonces, cada día, se sienten más parecida?

Versión de Carlos Alcorta

Versión de Carlos Alcorta

Blog 25/07/2015

FRÉDÉRIC BOYER. EN MI PRADERA

22 miércoles Jul 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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FRÉDÉRIC BOYER. EN MI PRADERA. TRADUCCIÓN DE ERNESTO KAVI. POESÍA SEXTO PISO, 2015

La pradera de Boyer es un espacio mítico, virginal, primitivo que nos recuerda mucho a los territorios que describe Thoreau en sus libros, sobre todo en Walden, tal vez el más naturalista de todos ellos. Como éste, también Boyer habita una cabaña :«tengo una cabaña/ de verdes ramas/ en mi pradera». La búsqueda de un espacio incorrupto, no colonizado aún por la sociedad industrial se simboliza en esa pradera por la que corren manadas de búfalos, tribus de indios, emigrantes, colonos aventureros en busca de una tierra donde labrar su futuro, unos colonos que descienden de aquellos que navegaron en el Mayflower y atrevesaron el océano para encallar en la costa de Massachusetts. «En mi pradera por fin el cielo está vacío como una confesión», escribe Frédéric Boyer, un cielo vacío, no corrompido por nuevas creencias es acaso lo que buscaban en el otro mundo los puritanos ingleses que arribaron en 1620 a Plymouth. Reconstruir esta pradera no deja de ser un intento de regresar al paraíso, lugar éste enaltecido en la memoria, quizá, o acaso, gracias al paso de los años. No es país para viejos es el título de una asfixiante novela de Corman McCarthy llevada al cine por los hermanos Coen y esa parece ser también la idea de Boyer. La vejez, la decrepitud no tienen cabida en un lugar como la pradera, suspendido en el tiempo, porque en ella— dice Boyer— «existe todo lo que yo no he sido». Algo así podemos deducir de estos versos de Rilke (autor del que se acaba de reeditar en esta misma colección su libro Elegías de Duino) : «Cuando seas viejo cambia de nombre/ y empieza de nuevo, sin esperar a que te reconozcan».

Pero en esta pradera estaban establecidos de antiguo sus viejos pobladores, tribus indígenas que poco pudieron hacer ante la avaricia ,las malas artes del hombre blanco y sus implacables métodos de exterminio (las lecturas de Fenimore Cooper no son ajenas a este protagonismo). La conciencia del fracaso, la imposibilidad de oponer resistencia, la humillación de la derrota queda, a mi parecer, expuesta en estos versos de manera contundente :«No es un espectáculo mi pradera. No es un país para viejos. Ni monumentos por contemplar ni calles por atravesar. Sino la cabellera de un gerrero. Sino la piel tatuada de una mujer. Oh, mi pradera. ¿Dónde estás ?// Mi pradera está expuesta a desaparecer… Viejo Sueño humano donde corre un arroyo con sangre nervios y esperanzas derrotadas. Soles y cantos crecren// cuando los sureños de cada colono enrojecen la sangre/ y la ficción/ de mi pradera», aunque, a veces, el tono salmódico, imprecatorio en ocasiones, se vea matizado por efusiones líricas que sirven más que como impugnación de lo escrito, como un contrapeso, acaso para limar los perfiles de la cotidianidad. Allí donde lo real encuentra el límite, la fantasía, el deseo debe traspasarlo : «Hago que mi caballo vuele/-mirad/ Hago que mi corazón se libere// en mi pradera».

El autor, un nuevo Ulises, regresa a la pradera de su infancia porque «Es necesario/ volver a encontrarte/ para renovar/ la herida». Ha construido un refugio con el fiel de su imaginación, con las herramientas del lenguaje, por esa razón ,este espacio escapa a los liímites y fronteras de lo real, lo habitan seres que moldearon su destino en una infancia aún no corrompida por la tecnología y las leyes financieras. ¿En qué otro lugar que no sean las palabras, el poema, puede sobrevivir un espacio como éste, tan puro? Creo que en pleno siglo XXI, sólo con la imaginación poética puede el hombre oponer alguna resistencia y este libro es una buena muestra de ello.

Frédéric Boyer nació en 1961 en Cannes. Es escritor, traductor, dramaturgo y editor. Ha publicado más de una treintena de libros todos publicados por POL ediciones: novelas, ensayos, poemas y traducciones como Consuelo (1991), El dios que había muerto tan joven (1995). Niños (2000), Vivir pobres (2003), Vacas (2008), Orfeo (2009), Técnicas de amor (2010) o este En mi pradera, publicado en 2014. Ha recibido premios como Prix du Livre inter en 1993 por su libro Des choses idiotes et douces y el premio Jules Janin de l’Académie française por su traducción de las Confesiones de san Augustín ( Les Aveux , POL 2008).

La editorial Sexto Piso, en su colección de poesía, está haciendo una valiosa apuesta. Su catálogo no puede dejar indiferente al buen lector de poesía porque en él se encuentra nombres muy poco frecuentes en nuestras letras, pero imprescindibles en las letras europeas. A Frédéric Boyer le han precedido autoras como Inger Christensen, Amelia Rosselli o Clarisse Nicoïdski. No podemos más que agradecer este esfuerzo editorial y rogar porque el lector sepa recompensarlo.

GORDON E. McNEER. LOS HIJOS DE BOB DYLAN

20 lunes Jul 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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GORDON E. McNEER. LOS HIJOS DE BOB DYLAN. TRADUCCIÓN DE ELVIRA SASTRE. EDICIÓN BILINGÜE. VALPARAÍSO EDICIONES, 2105

La editorial Valparaíso, dirigida por el poeta Javier Bozalongo, está realizando una encomiable labor por la edición de poesía: Ha logrado conjugar de forma admirable la publicación de autores españoles de distintas generaciones con la edición de poetas de otras tradiciones, con especial dedicación a la poesía norteamericana actual. En ese contexto de puesta al día podemos encuadrar el nuevo libro de Gordon E. McNeer, Los hijos de Bob Dylan, traducido por Elvira Sastre, un autor del que ya se había ocupado la editorial en 2014, cuando publicó Mira lo que has hecho, también en edición bilingüe y traducido por Raquel Lanseros, un libro sobre el que Benjamín Prado ha escrito: «es un libro inolvidable, el descubrimiento del más español de los poetas norteamericanos de hoy. Ha tardado en llegar, pero que nadie dude que ha venido para quedarse». Después de leer este nuevo libro, no nos queda ninguna duda de que las palabras de Prado han resultado proféticas.

Gordon E. McNeer, poeta y traductor, además de profesor en la Universidad de North Georgia, nació en 1943, en Winter Haven. Su ascendencia mexicano–estadounidense (su madre nació en México en el año de la Revolución) ha facilitado su dedicación a la traducción y el estudio de poetas españoles, como José Hierro, de quien ha traducido, entre otros Cuaderno de Nueva York o José Luis Hidalgo, poeta sobre quien escribió su tesis doctoral.

Los hijos de Bon Dylan es un libro de personajes, de gentes que pertenecieron a una generación, la de la contracultura norteamericana, simbolizada en estas páginas por la mítica película Easy Rider —el diseño de la cubierta está inspirado en sus fotogramas—, título también del primer poema del libro, pero las personas que transitan por estos versos no se circunscriben sólo a esta época. Hablo, más que de personajes, de amigos de siempre —así podemos adjetivar a poetas como Lorca, como Machado, como Bécquer, como Neruda— y a otros de más reciente cuño, con los que dialoga en un poema como «Hablando Bob Dylan», Raquel, Benja, Luis, Boza, Dani, Fernando, Jorge, Alí…

Tras ese poema inicial, un vasto listado de grupos y autores musicales entremezclados con acontecimientos sociales reivindicativos que aún hoy se recuerdan, el libro se organiza en tres partes y cada una de ellas se concluye con un poema escrito en cursiva, como una especie de colofón (recordemos que Hierro acostumbraba a colocar un poema prologal y otro como epílogo en cursiva). La primera, «Zen y el arte», es un guiño evidente a la época en la que se estrenó la película, 1969. Bob Dylan es el protagonista de los poemas que integran esta sección, el protagonista o la excusa, tanto da, porque, al fin y al cabo, todos somos sus hijos: «Seguimos tus pasos/ para guiarlos/ hasta la orilla del agua/ mientras la oscuridad se asentaba,/ así como el canto del ruiseñor/ sentido en el corazón de los muertos», da igual que Dylan esté en la cárcel o en el infierno. Su herencia es incuestionable. No faltan además los poemas de carácter confesional dedicados al abuelo estadounidense, a la abuela mexicana («Lo que se callaba la abuela» es uno de los poemas más conmovedores del libro), a la hermana, al padre: «Mi padre fue un hombre acomodado/ nacido en un gallinero/ en Fairbanks, Alaska», escribe en el poema «Tigre».

La segunda parte, «Un pájaro en la mano», es completamente distinta a la anterior, en la que dominaba un poema narrativo, discursivo, extenso. Aquí, el poema se concentra y se libera de ornamento. El ejemplo de Jorge Guillén y su poesía desnuda está muy presente, pero no sólo la forma es diferente, también lo son los temas. Ahora la mirada de McNeer parece detenerse no en las personas, sino en su entorno, sea este un árbol, las nubes, una cabra o una avispa atrapada, revoleteando hasta quedarse sin fuerzas frente a la transparencia insalvable de un cristal. La tragedia está servida: «El sol está frío en este lado/ del cristal donde el otoño/ te muestra sus trampas». Dos poemas, los titulados «Los españoles nunca duermen» y «España» preludian la tercera parte, presentada bajo un título tan nerudiano como «España en el corazón». La sección comienza con el que es, para mí, el mejor poema del libro, «Galán», una salmodia emocionante que parece provenir, por la simultaneidad temporal de las distintas situaciones que rememora, todas dramáticas, de un estado parecido al sonambulismo o al ensimismamiento. Es un poema que me recuerda a «Cavalo morto» de Juan Carlos Mestre. Los viejos amigos a los que antes hacía mención, vuelven a aparecer en estos poemas, Neruda, Bécquer, Eliot, Kafka. Presencias tutelares en una poesía que bebe de muchas fuentes, desde la música pop y la canción protesta hasta la poesía impersonal eliotiana o la poesía comprometida de Neruda. El destino del hombre actual, vapuleado sin piedad por el poder, acuciado por innumerables conflictos, tanto identitarios como de supervivencia, encuentra su correlato en el miedo al futuro que alentaba las pinturas magdalenienses de las Cuevas de Altamira. Poco ha cambiado desde entonces, aunque el enemigo ahora parece ser otro más reconocible, el otro, el extraño aunque semejante. Contra el odio y la violencia se levanta —«Iglesia de El Salvador» es un magnífico ejemplo—, esperemos que aún con posibilidades de éxito, una poesía visceral, tierna y cruel al mismo tiempo, auténtica, en definitiva, como de Gordon E. McNeer, poeta que nos alegra de tener ya entre nosotros.

NATE KLUG. DIFERENCIA

17 viernes Jul 2015

Posted by carlosalcorta in Versiones

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NATE KLUG

DIFERENCIA

Hablo contigo esta noche,

escribí esta mañana sabiendo

que sólo estarías la tarde

en la que estás, estarás,

mientras el vecindario todavía

está envuelto en una gasa caliginosa

que no cesa — entonces tú te presentaste

antes de la cena

mientras yo dormía.

En cambio yo casi escribí esta tarde

desde tu punto de vista,

disolviéndome en él— pero entonces te imaginé

medio despierto y molesto,

dentro de mi futuro / en el actual mediodía

enviando mensajes de aclaración.

Versión de Carlos Alcorta

JOSÉ MANUEL DÍEZ. ESTUDIO DEL ENIGMA

15 miércoles Jul 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JOSÉ MANUEL DÍEZ. ESTUDIO DEL ENIGMA. XLI PREMIO CIUDAD DE BURGOS. VISOR, 2015.

«Escribí este libro —dice José Manuel Díez en las “Acotaciones” finales— a impulsos, entre febrero de 2006 y mayo de 2014, a partir de poemas independientes en sus formas, orígenes y fechas pero creados bajo influjos de consciencia, percepción y éxtasis equivalentes, fundamentados es una impronta a medio camino de la metafísica y la mística, según mi propia experiencia de ambas» Si traigo a colación estas palabras es porque, leyendo Estudio del enigma, nadie diría que está escrito en un período tan extenso de tiempo, porque una de los aspectos que más llama la atención es la unidad estructural de libro, unidad que más parece provenir de un impulso vehemente y prolongado que de intermitentes momentos de exaltación o de inspiración.

José Manuel Díez (Zafra, 1978)  ha publicado con anterioridad otros libros como  La caja vacía —Premio Cáceres Patrimonio de la Humanidad—  y Baile de máscaras —Premio Hiperión— y es, además de poeta, narrador y músico, dedicación esta última que se acredita en alguno de los poemas de este libro (es vocalista y letrista del grupo El desván del duende), como «Despertar del asombro». Estudio del enigma sigue los preceptos dialécticos hegelianos y se divide en tres etapas de conocimiento — «Tesis», «Antítesis» y «Síntesis»— que pretenden llegar a una verdad, verdad, por otra parte, sólo cuantificable en términos poéticos, algo que el lector puede constatar en los versos finales del poema «Principio y fin». «Cifrado del enigma en otro enigma:/ los versos como modo de explicarme».

El enigma sobre la esencia del ser lo retrotraen los poemas de José Manuel Díez a los albores de la civilización. Así, en el poema titulado «Prehistoria» hace un recuento que va desde las cuevas de Altamira a la Venus de Menton. Pinturas, tallas, rituales, máscaras, ofrendas, todo se entrelaza con un único fin, enumerar algunas de las formas con las que el ser humano intenta reflejar su propia incertidumbre, con la ambición de responder a las preguntas eternas: «Me asedian desde niño, las íntimas preguntas….// Preguntas que, bien sé,/ no pueden responderme  —no podrían,/  con toda su enseñanza —los versos y los años.» escribe José Manuel Díez. El mundo de las apariencias muestra una imagen de la realidad, si no alterada, sí parcial, pero también la realidad que escruta el ojo padece similares conflictos. La mirada del hombre, la del poeta no puede ser más que subjetiva y, por esa causa, su esfuerzo se concentrará en destacar aquella parte de la realidad más afín a sus propósitos. Es ley de vida. El enigma, la esencia del enigma, no es el mismo para todos. La ambigüedad metafísica es más propia de vidas conflictivas que de experiencias placenteras.

La belleza es, en estos poemas, sinónimo de sublime. La belleza es claridad, es perfección, como se pensaba en la Edad Media: «Algo bello es un goce/ perdurable, y es más:/ no hay goce que perdure sin belleza», sin embargo, las teorías tanto de Kant como de Burke contraponen el concepto de bello al de sublime. Desde entonces, esta idea ha quedado seriamente defenestrada, por eso sorprende encontrar a alguien que va contracorriente, alguien quien defiende esa correspondencia.

La «Antítesis», como su propio nombre indica, refuta los principios que la tesis argumenta, por eso, los poemas que componen esta sección intentarán rebatir intuiciones previamente formuladas, así ocurre con la apariencia, que ahora «no existe,/ ni sirve como justa/ medida a lo real sin proponernos/ su cara oculta: envés/ de cierta exactitud originaria». Hay un gusto especial por la paradoja en muchos de estos poemas, sustentados en la dicotomía semántica, en la oposición de contrarios: «Detrás de los contrarios:/ los contrarios/ no son contradicción/ sino conjunto».

Evidentemente, en un catálogo de preguntas sobre la esencia del ser, sobre el enigma de la existencia, no pueden faltar las indagaciones sobre la propia identidad («Vuelvo, vuelves. ¿Quién vuelve?/ Vuelve otro en quien eres. / Otro amigo regresa con tus pasos y otro,/ distinto del que soy,/ lo está esperando» o «No quien eres, el otro:/ quien contiene a los otros»), ni sobre la escritura, sobre el lenguaje y sobre el símbolo («Juzgamos de estos signos/ que no hay correspondencia entre la idea/ y el nombre de la idea»). Todo conduce a un desenlace que se explicita en los dos poemas que cierran el libro, «Principio y fin», en el que la palabra actúa como bisagra entre el enigma y su solución, entre la apariencia del mundo y su modo de representación y «Ad aliquid», en el que se establece el propio poema como nexo de unión entre poeta y lector, un vínculo que parece ser el único capaz de dar respuesta a ese enigma interminable que es la propia existencia.

Estudio del enigma es un libro homogéneo, intenso como pocos, que exige del lector un continuo pensarse, no sólo como individuo, sino como eslabón de una cadena que tiene en la creación  el mayor enigma. El reto, como se ve, resulta muy atrayente.

TOMASZ RÓŻYCKI. COLONIAS

13 lunes Jul 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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TOMASZ RÓŻYCKI. COLONIAS. TRADUCCIÓN DE XAVIER FARRÉ. VASO ROTO POESÍA, 2015

Fue el verano de 2006. El ciclo de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo celebrado ese año —afortunadamente, seguimos disfrutando de ellas— se desarrolló bajo el epígrafe: «Con acento europeo». Uno de los poetas invitados —junto a otros como el suizo Fabio Pusterla, el portugués Jorge Gomes Miranda o el griego Kostas Vrachnos— fue el polaco Tomasz Róžycki, acompañado para la ocasión por Xavier Farré, su magnífico traductor. Para entregar a los asistentes a la lectura, editamos entonces un modesto folleto que contenía, entre otros, más de una decena de poemas del libro Colonias, cuya edición original data de ese mismo año, lo que me ha permitido comprobar, al revisarlo, el riguroso ejercicio de puesta al día que ha llevado a cabo su traductor. Farré, junto a Abel Murcia y Gerardo Beltrán, es uno de los estudiosos que más está haciendo por la difusión de la poesía polaca en nuestro país. Baste recordar la edición de A contragolpe, la exhaustiva antología de poesía polaca más reciente (incluye poetas nacidos entre 1960 y 1980) que prepararon a coro y que editó, con el cuidado y la belleza a que nos tiene acostumbrados, Prensas Universitarias de Zaragoza, a lo que hay que sumar las asiduas traducciones de otros autores como Milosz, Szymborska o Zagajewski que todo lector de poesía conoce. Obviamente no podemos olvidarnos de otros traductores como, por ejemplo, Xaverio Ballester, que ha editado de forma ejemplar la obra completa de Zbigniew Herbert.

Tomasz Różycki nació en 1970 en Opole (Oppein, en alemán), una ciudad que fue la capital Alta Silesia y que pasó a ser parte de Polonia después de la Segunda Guerra Mundial. Trabaja como profesor de francés y es, además de poeta, traductor y ejerce la crítica. Ha publicado varios libros de poesía,  como Vaterland (1997),  Anima, Zielona Sowa (1999), Chata uimaita (2001), Świat i Antyświat (2003), Dwanaście stacji (2004), la antología Wiersze (2004), Kolonie (2006) y The Forgotten Keys (2007), antología de sus poemas traducida al inglés por Mira Rosentthal. Ha obtenido, entre otros, los premios Josif Brodski, el Premio de Poesía Czechowicz, el Rainer Maria Rilke y el 3 quarks Premio Diario en Artes y Premio de Literatura (2010). Su obra ha sido traducida al Inglés, francés, eslovaco, italiano, alemán y serbio.

Colonias es un libro extenso que va tomando forma en las caminatas de casa al trabajo y del trabajo a casa que Różycki realiza diariamente. Está compuesto por 77 sonetos, en los que se puede advertir, dentro de la variedad de temas que abordan, una preocupación constante sobre los límites de la escritura —son muchos los poemas que, bien directa o tangencialmente, plantean este conflicto, desde el primer soneto, el titulado «Café y tabaco», que comienza con estos versos: «Cuando empecé a escribir, aún no sabía/ lo que harían de mí los poemas…», hasta el penúltimo, «La casa del gobernador», cuyos versos iniciales transcribo: «Cuando empecé a escribir, no sabía en absoluto/ qué estaba eligiendo…», pasando por «Mercancía humana»: «Cuando empecé a escribir aún no sabía/ que cada palabra tonta, sola y abandonada,/ una vez en el papel tomaría en su defensa cuanto pudiera soportar» —, pero también percibimos una soterrada crítica social (en último poema citado, por ejemplo) y una visión desenfadada que aligera la sensación de tragedia preponderante. Los títulos de la mayoría de los poemas hacen alusión al proceso de colonización del siglo XIX —«La flota de su majestad», «El Quinto Imperio» o «Bosquimanos y exploradores» (que tanto nos recuerda a ciertos pasajes de Viaje al centro de la noche) de Céline), por poner sólo unos ejemplos— y a los problemas derivados de ésta, no sólo para los habitantes que la sufrieron, sino para aquellos que la provocaron,  y a las alteraciones de carácter histórico que acarrearon. De hecho, las referencias a la construcción europea, en las que las colonizaciones tuvieron su importancia, son una constante en este libro. La continua fluctuación de las fronteras entre naciones, una vez desgajado el Imperio Austro-húngaro, las familias separadas, los hogares rotos, la lengua perseguida son temas frecuentes que un Różycki comprometido con la historia que le ha tocado vivir no puede dejar al margen de su escritura, una historia que significa también la construcción de un espacio, de un lugar, de un pasado. La condición de exiliado dentro de su patria subyace en los versos, acaso porque «no tenemos nada más/ aparte de nuestra infancia, las otras cosas son/ la noche y el día, el día y la noche, direcciones y trenes,// teléfonos y camas».

La experiencia propia no se puede, en este caso, desligar de la memoria de un pueblo que ha sufrido —el polaco— como pocos las ansias de expansión de las potencias limítrofes. Las tensiones geopolíticas determinan la vida de los ciudadanos. Milosz o Zagajewski también lo sufrieron en sus propias carnes. La poesía de ambos, como le ocurre a la de Różycki, no es ajena a ello. La condición de exiliado no sólo se adquiere en la lejanía. El hecho de sobrevivir en un lugar que se considera extraño provoca una sensación similar, razón por la cual, el conflicto identitario, la integración en el paisaje, la reconfiguración personal, la añoranza de la patria perdida están muy presentes en estos sonetos. Seguramente la elección de esta forma cerrada no sea arbitraria y tenga mucho que ver con la necesidad de no perder pie en las arenas movedizas del presente y de articular un discurso en el que se puedan oír las voces de los antepasados. La práctica de un tipo de poesía como éste, de carácter histórico, podríamos decir, no es frecuente en la poesía actual de nuestro país, lo que añade otro motivo más, si cabe, para no dejar pasar un libro tan impactante como Colonias y a un poeta como Różycki, llamado a ser uno de los referentes poéticos europeos.

STEPHEN DUNN. SIEMPRE ALGO MÁS HERMOSO

10 viernes Jul 2015

Posted by carlosalcorta in Versiones

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STEPHEN DUNN.

SIEMPRE ALGO MÁS HERMOSO

Esta vez llegué a la salida

con mis mejores zapatillas para correr y la velocidad íntegra

reservada para el final, llegué sólo pendiente

del reloj y de aplastar

a los otros corredores. Cada uno de nosotros

probaría la superioridad y la resistencia

de los otros, aunque en el pasado a menudo me había

desviado por un camino secundario siguiendo

alguna distracción salvaje, permitiéndome

perseguir algo extraño o hermoso,

familiarizándome con alguno de los métodos,

no culpándome por no tener éxito.

Yo había llegado a creer que lo que es hermoso

tenía más que ver con la temeridad

de tomarse en serio a sí mismo, con seguir

el rumbo, independientemente de cuál fuera.

El corredor de delante parecía a punto de desvanecerse,

su larga, elegante zancada, acortándose

cuando lo sobrepasé. Yo estaba seguro de que ahora,

al menos, mejoraría mi mejor tiempo.

Pero el hombre de portentoso final

ya había comenzado su movimiento. Hermoso, oí

decir a un espectador, como si algo inevitable

llegara de nuevo de la nada hacia destino.

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