BRANE MOZETIČ. BANALIDADES. TRADUCCIÓN DE MARJETA DROBNIČ. PRÓLOGO DE LUIS ANTONIO DE VILLENA. COLECCIÓN VISOR DE POESÍA, 2013
A la poesía eslovena apenas se le ha dispensado atención en nuestro país. Son escasas y difíciles de encontrar las antologías publicadas en español, como es el caso de Poesía eslovena contemporánea. Antología, que vio la luz en Argentina de la mano de la editorial Gog y Magoz en 2006, con selección y introducción de Ciril Zlobec, corriendo la traducción a cargo del poeta argentino Juan Octavio Prenz. Hemos tenido la suerte, sin embargo, de poder leer a algunos autores de manera individual, siendo el caso más notorio el de Tomaž Šalamun, uno de los poetas más importantes de Europa, nacido en Zagreb, aunque su familia pronto estableció su residencia en Ljubljana, la capital eslovena. Šalamun, desde su primer libro publicado en 1966, causó mucha inquietud en los círculos poéticos de su país por el marcado carácter iconoclasta de sus poemas, rompiendo deliberadamente los desgastados goznes de una tradición anquilosada en fórmulas incapaces de reflejar los acusados cambios que estaba sufriendo la civilización occidental. Es, sin duda, el poeta de mayor renombre entre nosotros, aunque sólo podamos consultar una Selección de poemas traducidos por Pablo Fajdiga, publicada por Visor en 1999 y la Balada para Metka Krasovec, su libro más elogiado, editado por Vaso Roto y traducido por Xavier Farré, el pasado año. Entre los poetas que han sido traducidos esporádicamente podemos nombrar a Andrej Blatnik, de quien se publicó el libro Cambios de piel en Ediciones Libertarias, Alojz Iham, con el libro Ritmo, publicado en ediciones Hiperión y Brane Mozetič, de quien contábamos anteriormente con Poemas para los sueños muertos, publicado en Málaga por el Centro de Ediciones de la ciudad y del que ahora disponemos además de Banalidades (del que ya existe otra traducción argentina), editado por Visor hace unas semanas. Resulta una insuficiente cosecha para una tradición poética de tanta relevancia (a pesar de no alcanzar los tres millones de habitantes), pero los tiempos están cambiando y las traducciones de poesía gozan actualmente de un auge impensado hace sólo un par de décadas, lo que nos hace mirar el futuro, éste futuro, con cierto optimismo.
Brane Mozetic nació en 1958 y, además de poeta, es traductor —ha traducido a Rimbaud, Genet o Foucault—, editor —edita las colecciones literarias Aleph y Lambda—, promotor de la cultura eslovena en el extranjero y activo agente cultural —coordina el programa del Festival Anual de Literatura y Vida, así como el Ljubljana Gay and Lesbian Film Festival —.« El homoerotismo — afirma en un diálogo mantenido con Antón Lopo dentro del ciclo «Poetas Di(n)versos», coordinado por Yolanda Castaño— estuvo desde el principio de mi escritura por una razón muy simple: siempre escribí poesía y prosa muy personal, sobre mi vida. Desde muy joven fui abiertamente homosexual, así que escribo sobre ello, porque además en esloveno no puedes esconder el género de la persona sobre la que estás hablando. Cuando dices “tú” todo el mundo sabe que se trata de un hombre o de una mujer, ocurre en la mayor parte de las lenguas eslavas». Pertenece por edad a lo que se ha dado en llamar «generación media o intermedia», aunque comparta con las generaciones más jóvenes la práctica del verso narrativo y otros procedimientos formales, como la técnica del collage o la descomposición del yo en múltiples yos líricos. Como poeta ha publicado trece libros, a los que debemos sumar dos novelas y una colección de cuentos. Estamos pues, ante un autor consolidado con una copiosa y heterogénea obra, por lo que sería muy injusto reducirla —como señala Villena acertadamente en el prólogo— a su temática homoerótica, aunque ésta sea el hilo conductor de los poemas de Banalidades, porque además correríamos el riesgo de supeditar la escritura a las eventualidades biográficas y son de todos conocidos los peligros que eso conlleva. En muchas ocasiones el poema revela información más fidedigna sobre el autor que la propia biografía. Por otra parte, el tema homoerótico no es inusual en la poesía española, ni en la actual ni —con mayor sutileza— en la pasada, por lo tanto, juzgar este libro por la presunta novedad o por su procacidad no me parece que sean argumentos consistentes. Al poeta hay que juzgarle por sus poemas, al margen de cualquiera otra coyuntura o de especular sobre si lo que cuentan los poemas constituye un autorretrato más o menos verosímil del autor a tenor del realismo de lo narrado. Por cierto, para Brodsky, cuanto mayor es el realismo, mayor es su metafísica «pues las cosas de este mundo y su interacción constituyen la última frontera de la metafísica». Si el Nobel ruso está en lo cierto, este libro está saturado de ella, porque los poemas que lo componen pueden leerse como notas discontinuas de un diario personal en el que el autor deja constancia de lo que considera más significativo de su acontecer cotidiano. La secuencia de los hechos está desarrollada con una estructura cinematográfica clásica, en la que podemos establecer la presentación, el nudo y el desenlace, eso sí, sin caer en esa perversa tentación de considerar real lo que la realidad del poema cuenta. William Carlos Williams aconsejaba «Comenzar por los detalles» y de detalles están repletos estos poemas, pero no sólo de detalles, podríamos llamar físicos, de descripciones minuciosas como éstas: «En la oscuridad, la gente/ sorbía cerveza, charlaba, algunos chillaban,/ otros saltaban salvajes por la pista de baile», sino de los pormenores de una conciencia en ebullición, de una autoconciencia extremada: «Ya no sé nada. Sólo/ que querría desaparecer. Dentro de este sinsentido/ me estremezco de pronto, dejo de enfrentarme/ a mi propia vida, me doy media vuelta y salgo/ corriendo.» Nos encontramos en estos poemas con toda una gama de sentimientos que van desde el temor a la muerte, la desesperación, el sexo desaforado, el amor o la indiferencia. La sucesión de planos y el incierto proceso de ordenación de los poemas provoca que tras una declaración de amor el autor se deje llevar por pensamientos sobre la muerte que poseen una mayor trascendencia emocional que una noche de alcohol y sexo: «Quizá debería tomar fuerzas y matarme/ de una u otra forma. Estaría en paz./ En realidad, me perdería en la nada». Sin embargo, cuando la escritura cauteriza las heridas, como dejan entrever estos versos, parece ya posible que el autor venza la desesperación y domestique el miedo, consiga, en fin, metamorfosear la crudeza de la realidad en algo menos insufrible. No cabe ninguna duda de que el mundo que describe Brane Mozetič resulta al lector perturbador y amenazante, pero también es verdad que la cotidianidad a la que estamos acostumbrados nos muestra cada día su lado despiadado, sin que parezca ya afectarnos. «Los recuerdos duelen», dice, quizá porque la fuerza de la memora es tal que no puede acallarla, no puede borrar sucesos que, a veces, preferiría no haber vivido. Como he señalado más arriba, el abanico de emociones que encontramos en estos poemas es suficientemente amplio como para sentirnos identificados en algún momento con el autor, yo lo hago sin reserva con versos como estos: «Un día idóneo para que algo me salga bien./ Ordeno y reordeno los libros, no sé qué hacer/ con ellos ni conmigo mismo.», porque no son sólo las acciones las que nos definen, sino también las ideas, los propósitos, las incertidumbres. Hay una enorme coherencia en estos poemas, aunque sea más por su tono, por la atmósfera de los poemas, que por su temática, que no circula sólo en la dirección erótica, y buena prueba de ello son versos como estos: «Sólo entonces/ me di cuenta de que nevaba, de que el suelo/ estaba cubierto de nieve. Miré hacia arriba, y/ a contraluz de las farolas no pude ver más que/ los copos de nieve volando hacia mí», en los que prevalece un sentimiento romántico de nostalgia. La asombrosa fluidez con la que describe escenas y cuerpos seduce al lector, atrapa como en una tela de araña a su indefensa víctima y con los tentáculos de sus obsesiones, que se convierten en colectivas, lo embriaga y narcotiza. Después de leer el magnífico libro que es Banalidades creo que queda aún más patente que la realidad es más verosímil cuando la contemplamos a través del poema.