JESÚS MARCHAMALO. HIERRO FUMANDO, ILUSTRACIONES DE ANTONIO SANTOS. NÓRDICA LIBROS
Nacido en Madrid en 1960, Jesús Marchamalo es un infatigable activista cultural que colabora desde hace años en multitud de medios de difusión, tanto periodísticos como radiofónicos o televisivos, entre ellos Radio Nacional de España y Televisión Española. Así mismo, son frecuentes sus colaboraciones en revistas culturales con reportajes, entrevistas y reseñas relacionados con el mundo de la edición, bibliotecas, literatura y creación literaria. Otra de sus facetas más conocidas es la organización de exposiciones ―la última, sobre Miguel Delibes, fue en 2020―. A todo esto hay que sumar la publicación de más de veinte libros sobre escritores y asuntos relacionados con el libro, como “La tienda de palabras” (1999), “39 escritores y medio” (2006), “Las bibliotecas perdidas” (2008), “No hay adverbio que te venga bien” (2009), “Tocar los libros” (2008), “Donde se guardan los libros” (2011), “Los reinos de papel. Bibliotecas de escritores” (2016), “Palabras”, ilustrado por Mo Gutiérrez Serna (2014), “Virginia Woolf, las olas” ilustrado por Antonio Santos (2017), “Stefan Zweig, la tinta violeta” (ilustrado por Antonio Santos) (2019), Me acuerdo (2020) y, “Delibes en bicicleta” (ilustrado por Antonio Santos) (2020), el más claro precedente del que ahora comentamos, “Hierro fumando”, así mismo ilustrado por Antonio Santos, un pequeño libro que, sin embargo, aborda la biografía sentimental del poeta, de quien se celebra este año el centenario de su nacimiento, desde la admiración y el afecto. El propio título, para quienes conocieron a Hierro, deber resultarles familiar. Hasta sus últimos años, cuando ya estaba gravemente enfermo y se veía obligado a arrastrar una pesada bombona de oxígeno en sus desplazamientos, su adicción al tabaco, aunque de manera furtiva, no había mermado. El «chinchón seco un poco aguado, en copa» y el Ducados «que acababa convertido en humo espeso, opaco, y que le acabaría quemando los pulmones» formaban parte de esa imagen inalterable que se grababa en la memoria de quienes le veían escribir en el bar La moderna, junto a la máquina tragaperras, cuyo sonido estridente no parecía alterar su capacidad de concentración, antes bien, según numerosas declaraciones al respecto, dichas melodías atrayentes y el trajín del bar le ayudaban a que sus ideas y pensamientos no se dispersaran.
Jesús Marchamalo realiza un somero recorrido por la biografía del poeta, desde su nacimiento en Madrid a su posterior traslado a Santander, donde pasó su infancia, su juventud y su adolescencia, hasta su encarcelamiento en septiembre de 1939, «acusado de pertenecer a una red clandestina de ayuda y socorro a los presos». Inicia así el incipiente poeta un peregrinaje por diferentes penales y cárceles españolas que finaliza en 1944. No es preciso entrar en detalles ―el mismo Hierro no se extendió mucho en contar lo padecido durante esos años― para que al lector le embargue la sensación de injusticia y de penuria que debió soportar el poeta y los años posteriores a su liberación. Marchamalo, con solo unas pinceladas, logra ofrecernos una idea cabal, del suplicio. Llevó «a sus espaldas el estigma de los derrotados: sospechoso, culpable, vigilado, sin pasaporte y con la prohibición expresa de viajar fuera del territorio nacional». Cuando sale de la cárcel, José Luis Hidalgo, que residía en Valencia, le invitó a reunirse con él bajo la añagaza de que había encontrado trabajo para él. La intención era sacarle de Santander lo antes posible. Unos años después, en 1947, cuando Hidalgo fallece en Madrid, Pity Cantalapiedra le atraerá a Santander con una excusa similar, aunque pronto le encontró un trabajo como listero en Monobra, la empresa que, a la sazón, estaba construyendo la factoría de la SNIACE. En aquella época, el grupo Proel ―Carlos Salomón, Julio Maruri, Lepoldo Rodríguez Alcalde, entre otros―, seguía editando la revista y proyectaba la colección de libros del mismo título, en la que Hierro publicaría su primer libro, “Tierra sin nosotros”, que se solaparía con “Alegría” (1947), flamante premio Adonáis. En 1952 la familia Hierro ―su esposa Angelines y sus dos hijos, Juan Ramón y Margarita― se desplaza a Madrid en busca de unas mejores condiciones de vida. Se multiplican los trabajos para garantizar la subsistencia. Literariamente, los sucesivos libros van consolidando su reputación de gran poeta y, profesionalmente, sus diferentes empleos ―en la Editora Nacional, en la revista Dunia o en Radio Nacional, por ejemplo―van consolidando sus aspiraciones. Frente a su amado mar, en la zona de Liencres, compra un pequeño terreno, «el minifundio», en el que levanta una pequeña cabaña. Con los años, comprará también un secarral en la provincia de Madrid, «Nayagua», donde plantó olivos y vides, un lugar de peregrinaje del que disfrutaron sus muchos amigos. Pese a que desde “Libro de las alucinaciones”, publicado en 1964, hasta su siguiente libro, “Agenda”, publicado en 1979, apenas publicó poesía, los reconocimientos y las solicitudes de colaboración se sucedieron de forma ininterrumpida. Marchamalo lo explica con estas palabras: «Vivió sus últimos años alternando honores y hospitales, dibujando y leyendo, encontrándose con jóvenes, y recordando los cipreses de Nayagua». Las ilustraciones de Antonio Santos complementan ese itinerario vital con cierta melancolía, trasmiten añoranza del poeta, pero “Hierro fumando” es solo un buen entremés para adentrarnos en este año del centenario. Los lectores de Marchamalo esperamos con impaciencia los platos fuertes, condimentados con los mejores momentos de su biografía, para ver al Hierro más intenso.
- Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, 25/02/2022