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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: mayo 2015

AUGUST KLEINZAHLER. DECEPCIÓN

31 domingo May 2015

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AUGUST KLEINZAHLER
DECEPCIÓN

Un leve olor a orina
impregnando con su aroma la estructura de los grandes cojines
emana los días que no levanta la niebla,

y un laberinto óseo
crece sobre los párpados como la sombra de la noche
a través de un campo de maíz—

El efecto
filtrándose desde los hombros, trasmitiendo
hasta la ingle un calambre a distancia;

después ese sabor metálico en la boca
y una voz que tú mismo creías
que estaba muerta

cerca ahora en tu oído, íntima y dulce:

Bueno, bueno, bueno,
mira lo que tenemos aquí.

Versión de Carlos Alcorta

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PHILIPP MAINLÄNDER. DIARIO DE UN POETA.

27 miércoles May 2015

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PHILIPP MAINLÄNDER. DIARIO DE UN POETA. INTRODUCCIÓN Y EDICIÓN BILINGÜE DE CARLOS JAVIER GONZÁLEZ SERRANO Y MANUEL PÉREZ CORNEJO. PLAZA Y VALDÉS EDITORES
Tanto los editores del libro como el autor del «Prólogo», el filósofo y poeta Rafael Argullol, coinciden en mostrar su incredulidad ante el silencio, claramente injustificado, que ha caído sobre la obra de Phlipp Mainländer (1841-1876), filósofo, novelista y, sobre todo, poeta. Este desconocimiento está quebrándose gracias al empeño y el buen hacer de Carlos Javier González Serrano que, a pesar de su juventud —nació en 1985— es todo un experto en el pensamiento de Arthur Schopenhauer —actualmente está preparando su tesis doctoral sobre el concepto de «lo trágico» y el inconsciente en el filósofo alemán, en Julius Bahsnsen y Eduard von Hartmann— y en el pensamiento alemán del siglo XIX, lo que no le impide desarrollar una intensa labor editorial —suyas son las ediciones críticas de Filosofía de la redención de Philipp Mainländer, Estética. Teoría de la formatividad de Luigi Pareyson o Cuentos eslovacos de tradición oral— y una encomiable tarea didáctica en comités científicos, asesorando revistas, dictando cursos o colaborando en medios de comunicación como la radio o la televisión. Carlos Javier González Serrano no lucha, por fortuna, en solitario contra los peligros del olvido. Cuenta con un estupendo compañero de viaje en la figura del doctor en Filosofía Manuel Pérez Cornejo que, además de haber publicado con Carlos Javier el ya citado Filosofía de la redención de Philipp Mainländer y este Diario de un poeta que hoy nos ocupa, ha publicado, entre otros, F. Hemsterhuis, Escritos sobre estética (1996); Eduard von Hartmann, Filosofía de lo bello. Una reflexión sobre lo inconsciente en el arte (2001) y Arthur Schopenhauer, Lecciones sobre metafísica de lo bello (2004). Como se puede concluir fácilmente, la obra de Mainländer no podía haber caído en mejores manos.
Pero, ¿qué es Diario de un poeta?, obra escrita en Italia entre 1858 y 1863 por un joven aprendiz de empresario (trabajaba en una casa comercial de Nápoles para adquirir experiencia en asuntos económicos y de gestión empresarial, como hijo que era de un fabricante de curtidos). Es un poemario —mejor sería decir, una agrupación de poemas, pues el libro se publicó como tal póstumamente reuniendo poemas dispersos— con una evidente influencia de la cultura mediterránea —en su prolongada estancia italiana Mainländer tuvo la oportunidad de leer a Dante, a Ariosto, a Petrarca y a Leopardi, fundamentalmente a Leopardi—, cultura por la que siente veneración, lo que le emparenta directamente con Hölderlin (nos vienen ahora a la memoria los versos finales del poema «Invocación a Hölderlin» del primer libro de Antonio Colinas, Preludios a una noche total, recientemente reeditado por Libros del Aire: «Rasga los polvorientos velos de tu memoria/ y que discurra el sueño, y que sepamos todos/ de dónde brota el agua que sacia nuestra sed»), pero también con el Goethe del Viaje a Italia, (escrito, sin embargo, casi cien años antes), sobre todo en la visión idílica de algunas ciudades y algunos paisajes del golfo de Nápoles —«Nápoles se nos presenta alegre, libre y animada, innumerables personas corren por las calles de manera confusa», escribe en febrero de 1787— o la costa amalfitana, quizá porque como afirma Rüdiger Safranski en su libro, Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán: «El espíritu romántico es multiforme, musical, rico en prospecciones y tentaciones, ama la lejanía del futuro y la del pasado, las sorpresas de lo cotidiano, los extremos, lo inconsciente, el sueño, la locura, los laberintos de la reflexión». Rafael Argullol expresa en su prólogo que la tradicional dicotomía entre filosofía y poesía se hace presente en la escritura de Mainläinder, provocando una fusión entre pensamiento e intuición que, a mi modo de ver, da sus mejores frutos cuando ambas fuerzas se equilibran. Esta mezcla afortunada se da en los mejores poemas de Diario de un poeta, aunque en otros se decante más por la sensación, por la descripción del paisaje o de los sentimientos, con una gran belleza plástica, que por la reflexión. La influencia de Leopardi es más que evidente. Bastará con leer estas frases de su Zibaldone: «Es tan admirable como verdadero, que la poesía, que busca por su natural propiedad lo hermoso, y la filosofía, que esencialmente busca la verdad, esto es, la cosa más contraria a lo hermoso, sean las facultades más afines entre ellas, tanto que el verdadero poeta está sumamente dispuesto a ser un gran filósofo; y el verdadero filósofo a ser un gran poeta; es más, ni uno ni otro puede ser en su género ni perfecto ni grande si no participa algo más que mediocremente del otro género, cuanto de la índole primitiva del ingenio a la disposición natural, a la fuerza de la imaginación» y contrastarlas con estas del propio Mainländer: «Para mí la poesía es solamente un medio para la filosofía; se trata de otra forma de expresarme». Pero Diario de un poeta es una profunda meditación sobre la fragilidad del ser humano y sobre la muerte, la muerte, como expresa inteligentemente Manuel Pérez Cornejo, entendida como «liberación»: «¡La muerte/ será para ti una liberación, no un mal!» escribe Mainländer en la tragedia Conradino. Esa liberación a la que alude Pérez Cornejo llegará a su culmen en forma de suicidio. Tal hecho luctuoso acaecerá en la madrugada del uno de abril de 1876, cuando nuestro autor contaba con 35 años. La obra que Philipp Mainläander nos ha legado en tan escaso período vital es, sin embargo, de una notable intensidad, tanto en su vertiente filosófica (Filosofía de la redención es su obra magna), como en la poética, tal y como apunta Carlos Javier González Serrano: «La enjundiosa —y aún casi por completo desconocida en el ámbito hispanohablante—colección de poesías que el lector tiene entre las manos encierra, de un modo más biográfico que erudito o diletante, el periplo vital de Phllipp Mainländer, filósofo, novelista y poeta que, en su abreviada existencia, logró recoger y a su manera reinterpretar en sus plurales escritos gran parte de la tradición del pensamiento occidental— sin olvidar nunca el legado oriental». Un lector al que no le será difícil advertir en estos versos la evolución de un pensamiento que pasa de la euforia vital que le trasmite la belleza de una naturaleza y un paisaje recién descubiertos: «Si la verdadera paz sentir quieres,/ que a toda razón supera,/ que, con manos dulces,/ todo tu sufrimiento y dolor apaga,/ mira entonces el paradisíaco Sorrento,/ cuando en el aire sereno resuena/ la campana de la tarde en el monte», escribe en el poema número 26, al pesimismo más acendrado, como delatan estos versos extraídos del poema número 44: «En la oscura vida humana/ sólo una cosa brilla por la que merezca la pena/ esforzarse; y esa es la tumba; admitámoslo/ sinceramente». En medio, entre estos dos antitéticos polos, asistimos a una enconada defensa del arte y de la poesía como arte supremo: «La poesía es el arte más elevado, pues, por una parte, descubre entera la cosa en sí, con sus estados y cualidades, y, por otra, también refleja el objeto, describiéndolo y obligando al oyente a representárselo con la imaginación. Abarca, por consiguiente, de verdad, el mundo entero, la naturaleza, y los refleja en conceptos», escribe en el ensayo antes citado, Filosofía de la redención, de lo que deducimos que el poema será la forma en la que mundo exterior y mundo interior se fusionan para crear una nueva realidad más acorde con las necesidades del poeta, una realidad que termina por presentarse tan sombría e insufrible como para conducir a nuestro autor a esa temprana y voluntaria muerte. Diario de un poeta, un título a nuestro parecer, acertadísimo, describe el itinerario de una claudicación, el descenso al infierno desde un efímero paraíso apenas vislumbrado en su juventud, como reflejan estos versos: «Las brasas de la chimenea se han ido extinguiendo—/ El pulmón ha apurado el postrer aceite/ y tu espíritu se disipa en la luz de la luna:/ ¡méceme, pues, ven, dulce muerte!», un itinerario que parece seguir las condiciones vitales descritas por Kierkegaard, la llamada fase estética, cuyo leitmotiv es la búsqueda de la belleza y del placer, que se correspondería con la mayor parte de los poemas de este libro; la llamada fase ética, caracterizada por el descubrimiento de la moralidad como norma de conducta y de lo trágico como emblema vital. En este segundo estadio encuadraríamos los poemas finales del libro y, por último, una fase religiosa que nuestro autor no llegó a experimentar, debido a su temprano fallecimiento, pero para estudiar la pertinencia de estas relaciones, lo mejor es dejar hablar a los expertos que han editado el libro.

LEÓN MOLINA. MAPA DE NINGÚN SITIO

25 lunes May 2015

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LEÓN MOLINA. MAPA DE NINGÚN SITIO. EDICIONES DE LA ISLA DE SILTOLÁ. AFORISMOS, 2105
Uno de los mayores riesgos de la escritura de aforismos es la obviedad, la reiteración, el decir lo que el lector ya sabe revestido con la apariencia de novedad, quedándose en el embalaje, sin escarbar en el fondo, en la esencia de aquello que se trata de desentrañar, pero otro riesgo no menor es el afán de originalidad que produce alteraciones semánticas de algo sabido por el mero hecho de formularlo de forma distinta. Es evidente que la tradición también pesa mucho en esta disciplina, aunque hasta hace pocos años fuera de expresión minoritaria. No siempre la escritura dice más de lo que dice, aunque en muchos casos dice más de lo que sugiere, y eso es lo que ocurre cuando lo que se quiere decir queda oculto por el envoltorio, queda soterrado por una capa de presunta trascendencia que, las más de las veces, desfigura el sentido sólo por convertirlo en algo más atrayente (restyling creo que lo llaman en el argot automovilístico), conduciendo ese sentido al sinsentido, porque no todas las correspondencias, todas las analogías, todas las metáforas poseen el mismo grado de precisión (no estoy hablando de exactitud, esa palabra se refiera a otro concepto que no nos concierne ahora), más bien al contrario, muchas se sustentan en la contradicción, en una ruptura del sentido que constituye el propio sentido de la frase, sin otra aspiración que recrearse en sí misma. Son éstas objeciones que provienen de aquello de lo que Valéry nos avisaba cuando hablaba del «peligro de confundir un procedimiento de retórica…decorativa con un método crítico, que conduzca a un resultado real».
Afortunadamente, el escenario que he descrito, un tanto lóbrego, nada tiene que ver con los aforismos de Mapa de ningún sitio, porque León Molina demuestra ser absolutamente consciente de esos riesgos a los que aludía más arriba y los sortea con una maestría propia de quien ha corroborado ya ser un experimentado intérprete de la realidad, más allá de que el procedimiento analítico del que se valga sea un aforismo o un poema. Al fin y al cabo, es sólo el lenguaje el que asegura el proceso del pensamiento, y de eso tratan precisamente estos aforismos, de concentrar la percepción, de interrumpir la dispersión del pensamiento en un instante que se presenta distinto a cualquier otro, aunque lo que haya sucedido en él sea tan vulgar, tan cotidiano como lo es la vida rutinaria. Lo que incita al escritor a usar determinada retórica carece de relevancia, lo que nos interesa es cómo la experiencia personal origina una forma de ver liberada de prejuicios y, por tanto, del significado que les atribuyen las convecciones lingüísticas. Prevalecerá entonces, según este arquetipo, por encima del género escogido la economía verbal, la sobriedad discursiva, la búsqueda de un equilibrio entre claridad y ambigüedad, entre la divulgación y lo especulativo, entre conocimiento e intuición. No son estos aforismos fragmentos ensayísticos, aunque muchos de ellos contengan más doctrina metafísica que un tratado de cien páginas, porque la extensión no es sinónimo de excelencia, como tampoco lo es la brevedad en sí misma, aunque aquí podríamos acogernos a la máxima enunciada por el siempre perspicaz Charles Simic, cuando escribe «Poema corto: sé breve y dínoslo todo» que tantas similitudes guarda con ésta del propio Molina: «El poema corto es peligroso, el poema largo inquietante». Quizá sea lo paradójico uno de los distintivos del arte del aforismo, como demuestran, por ejemplo, éstos entresacados al azar de Mapa de ningún sitio: «Estoy dispuesto a aceptarte tal como eres, siempre que no seas tan como eres», «El sentido que no se siente no tiene sentido» o «No se puede ser grande sin ser pequeño». Cuánto hay de juego, de malabarismo verbal en ellos, es difícil saberlo, entre otras cosas porque, como dice el autor, «No hay aforismo aforado» o «Los aforismos son los maquis del pensamiento». Una gran ventaja de tal práctica, sin embargo, es que permiten sumergirse en el pozo sin fondo que es la palabra, en su poder de sugestión, en su hondura ilimitada para aprehender la parte secreta de la realidad, para captar las resonancias de un significado que, en su mayor parte, como un iceberg, queda sumergido. La parte visible sólo responde a una necesidad de comunicación. Es en la parte oculta donde podemos indagar en sus singularidades. Aunque el libro no está dividido en secciones argumentales específicas, sí podemos enumerar algunos temas que se repiten con cierta abundancia en su continuidad, como el metapoético, objeto de una gran parte de estos relampagueos verbales, tanto en lo que se refiere al concepto de poema («Los buenos versos son como un diamante; sólidos y transparentes»), como al poeta mismo («El poeta y el individuo que lo encarna no siempre coinciden»). Son frecuentes también los referidos a la ética, a la religión, al paso del tiempo, a la crítica literaria, a la belleza o al nacionalismo. En todos los casos, León Molina deja patente su inmensa capacidad introspectiva y su exquisita prosodia para revelar sus incertidumbres, sus hallazgos, sus ensoñaciones, sus aproximaciones. Soy renuente al habito de definirlo todo, pero cuando la palabra recobra su libertad y hace caso omiso a las presiones semánticas externas, es cuando mejor define lo indefinible. Algo que, por otra parte, que no podrá negar quien lea esta magnífica gavilla de semillas alimentadas por la lectura.

AUGUST KLEINZAHLER. AL ESTE DE LA BIBLIOTECA, A TRAVÉS DE LOS ODD FELLOWS BUILDING

22 viernes May 2015

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AUGUST KLEINZAHLER
AL ESTE DE LA BIBLIOTECA, A TRAVÉS DE LOS ODD FELLOWS BUILDING
Ese olor a mierda que encuentras
en la escalera mecánica exterior del Centro Cívico, justo antes de
girar hacia McAllister,
parece habitar allí, incorpóreo,
en un anaquel encima de la acera.

La vieja loca con la piel de lagarto
plegada
sobre su carrito de la compra
y arrastrando una nube de palomas
no está a la vista.

Un montón de trapos aquí y allá
pero nada debajo.
Un santuario invisible
¿para conmemorar qué?
Colchones viejos y carne polvorienta

orina y vomito sobre los abrigos, ¿qué?
Tal vez la muerte,
ahora hay un olor que desea perdurar.
Tú solías encontrarlo en el céntrico Sally Anns
y una vez

en la cafetería de un hospital, casi imperceptible,
después de una porción de pastel de manteca.
Pero vive aquí,
codo con codo con McDonalds,
resistiendo aún después de una noche de viento

con su pequeño saludo siniestro
para los borrachos y policías,
trabajadores sociales y putas,
o la anciana pareja de Zurich
que hojea despreocupadamente su guía turística.
Versión de Carlos Alcorta

INGER CHRISTENSEN. ESO

20 miércoles May 2015

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INGER CHRISTENSEN. ESO. TRADUCCIÓN DE FRANCISCO J. URIZ. EDITORIAL SEXTO PISO, 2015
El pasado año, la editorial Sexto Piso publicó el libro Alfabeto de Inger Christensen, comentado en este mismo foro y traducido, al igual que este libro del que ahora nos ocupamos, por Francisco J. Uriz, posiblemente el más reputado traductor de literatura nórdica. A pesar de no ser un libro de lectura fácil, Alfabeto ha gozado de la aquiescencia de los lectores, gracias a la enorme intensidad poética que se esconde detrás de la ambigüedad semántica de los versos. Ahora, en un esfuerzo digno de reseñar por las dimensiones y la complejidad de la obra, Sexto Piso nos ofrece Eso, un libro singular que es uno y todos los libros, porque sus páginas contienen una cosmogonía, un deseo de abarcar todo lo que existe, de ver el mundo desde todos los ángulos, de escudriñar el haz y el envés de la realidad, de afirmar y negar la precisión de los sentidos. Eso, explica el texto de la solapa, «es un poema total: es un camino que nos conduce más allá de las palabras, a un lugar —oscuro y luminoso a la vez— que da sustento a todo, a lo inexplicable y la razón, al delirio y a los sueños, al miedo y la valentía, a las ilusiones políticas y a la barbarie, a la belleza y a la imaginación, a la existencia y a la nada: a eso, en definitiva».
Inger Christensen, nacida en Vejle en 1935 y fallecida en Copenhague en 2009, fue fundamentalmente poeta, pero también publicó novelas, obra dramática y ensayo. Está considerada por la crítica como la mayor poeta danesa del siglo pasado, y leyendo obras como Eso, no nos resulta exagerada esta afirmación. Es prácticamente imposible abarcar desde todos los ángulos lo que ofrece un libro como éste, escrito con una organicidad y un rigor matemáticos. Cada una de sus secciones encaja en su doble como un rostro que se mira en el espejo. Todos los textos tienen su contrapuesto, pero, además, cada división posee idénticas subdivisiones y entre todas hay un equilibrio perfecto en el que se simultanean imágenes e ideas, sensaciones y acontecimientos, verdad y verosimilitud. Me vienen ahora a la mente unas palabras de Paul Valéry sobre Coup de dés, Mallarmé que creo son del todo pertinentes para hablar de Eso: «Contemplaba a mi gusto—escribe Valéry— instantes inapreciables; la fracción de un segundo, en la que se alumbra, brilla, se extingue una idea; el átomo del tiempo, germen de siglos psicológicos y de consecuencias infinitas, aparecían, finalmente, como seres, enteramente rodeados de su nada hecha sensible. Era murmullo, insinuaciones, un trueno para los ojos, toda una tempestad espiritual llevada página a página hasta el extremo del pensamiento…». El párrafo es sensiblemente más largo, pero me gustaría resaltar este concepto: tempestad espiritual, porque es lo que me sugiere la lectura de este inmenso —no sólo en extensión— libro de poemas, cuyo cuerpo central está integrado por las diferentes secciones que forman «Logos»: «Escenario», «Acción» y «Texto». Todas ellas, como he dicho antes, subdivididas en una perfecta estructura de 8 fragmentos interrelacionados. Sirva como ejemplo que en Simetrías, el primero de esos fragmentos, el desierto es el nexo común tanto en cada una de las tres secciones. Esto no es fruto de la casualidad, sino de un incansable proceso de construcción en el que nada se ha dejado al azar. Esta sección central a la que aludimos, cuenta con otra titulada «Prólogos» —aunque atípico en su desarrollo, podemos interpretar que funciona como un prólogo—, que comienza así: «Eso, Eso fue. Así empezó. Eso es. Continúa. Se mueve. Más allá. Nace. Deviene eso y eso y eso. Sigue más allá de eso. Deviene más. Combina otra cosa con más y sigue deviniendo otra cosa diferente a otra cosa y más. Deviene algo…». Podríamos seguir transcribiendo líneas de estas páginas y no conseguiríamos definir mejor el propósito que alienta este libro, que abarca desde la tragedia existencial al descreimiento ideológico o la desconfianza en la función salvadora del arte, pasando por la refutación de la divinidad o la sacralización de la vida. Podríamos pensar que esta indefinición que observamos al principio del libro encontrará en su desarrollo y, sobre todo, en su sección final titulada «Epílogos» el estuario donde las aguas del río se remansan para integrarse en un cuerpo mayor, con sus propias propiedades, con su propia naturaleza, pero no ocurre así, la polisemia, la heterogeneidad de este fabuloso libro sigue tan fresca como al inicio. «No es casualidad/ No es el mundo/ Es aleatorio/ Es el mundo/ Es la totalidad en una masa de diferentes gentes/ Es la totalidad en una masa diferente/ Es la totalidad en una masa/ Es la totalidad/ Eso es/ Eso». Así finaliza una lectura que nos conduce al principio, como la línea de un círculo trazada con una tinta imborrable que desafiara al tiempo, a la muerte. Más que un interlocutor accidental, lo que busca este libro es un interlocutor subordinado a los procesos históricos que determinan su desvalimiento, su nimiedad, su desarraigo. Para afirmarse en el mundo, Inger Christensen busca seres semejantes, no héroes capaces de cambiar la historia, sino individuos comunes y corrientes, capaces de padecerla, de sufrirla, y desde ese sufrimiento transformarla. Eso, sería entonces, si estamos en lo cierto, el recorrido autobiográfico de un ser humano expuesto a las inclemencias destructivas de la mente, a las alternancias de la felicidad y el dolor, a las incitaciones de los sentidos que busca a través del lenguaje una redención que está más allá de la propia potestad, aunque el espejismo de la esperanza lo desmienta.

JOSÉ IGNACIO MONTOTO. ESTAMOS TODOS, AQUÍ NO HAY NADIE

18 lunes May 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JOSÉ IGNACIO MONTOTO. ESTAMOS TODOS, AQUÍ NO HAY NADIE. COLECCIÓN LOS CUATRO VIENTOS. EDITORIAL RENACIMIENTO, 2015
Sólo un año después del galardonado La cuerda rota (Renacimiento, 2014), José Ignacio Montoto (Córdoba, 1979) nos sorprende con un nuevo libro, Estamos todos, aquí no hay nadie, de difícil clasificación, algo que, por otra parte, parece haber adquirido cierta carta de naturaleza en lo que llevamos de milenio y que enriquece, sin lugar a dudas, tanto la libertad creativa como las posibilidades de lectura. Las fronteras entre los géneros nunca han estado tan abiertas como en la actualidad, aunque no sea en ningún caso patrimonio de la llamada postmodernidad. Podemos, sin ir más lejos, remontarnos al Romanticismo para encontrar esa mezcla de reflexión metafísica con narración anecdótica en autores como Novalis o en Leopardi, en textos que tanto se parecen al poema en prosa, género en sí mismo que comenzaron a utilizar unas décadas después poetas como Baudelaire. El poema en prosa ha gozado desde entonces de una difusión desigual, sujeta a críticas y a intentos de encasillamiento de los que, sin embargo, siempre ha conseguido librarse. En el recientemente publicado El monstruo ama su laberinto podemos leer este párrafo de Charles Simic: «Aspiro a crear un no género hecho de ficción, autobiografía, ensayo, poesía y, por supuesto, chistes». Dejando al margen de esta fórmula el último de sus componentes, no muy frecuente en la literatura española, creo que estas palabras se podrían emplear para un gran número de los libros que se publican en la actualidad. En qué grado afecta esta diversidad a un libro como Estamos todos, aquí no hay nadie dependerá de los ojos con los que el lector lo lea, más que del propósito del autor y del editor, que lo ha encuadrado en una colección, «Los cuatro vientos», en la que apenas se incluyen libros de poesía (quizá la excepción más notable entre los últimos libros publicados, sea Poesía, de Calderón de la Barca) y sí libros misceláneos, a medio camino entre el reportaje periodístico y el ensayo biográfico, cuando no ensayos, estudios propiamente dichos sobre una determinada materia.
Obviando estas circunstancias, que no pasan de ser anecdóticas, hay que señalar que el libro está dividido en trece secciones de extensión desigual, pero en todas ellas adquiere una importancia capital el recuerdo, la rememoración que sirve de argumento al texto y que se desarrolla en forma de bucle o de círculo a través de una escritura que, por algunos momentos, podemos calificar de hipnótica. Esos «lunares» que tienden al infinito o la «bolsa» de plástico llena de aire con los que comienza la primera sección, «Expediente académico», reaparecen en el último texto con el objeto de certificar la idea inicial, de cerrar la línea que lo delimita. Estos textos no son meras narraciones. El discurso narrativo avanza de forma discontinua, se bifurca, se ramifica, busca correspondencias, establece una insalvable distinción entre lo que el autor percibe y las propiedades de lo que observa, que permanece ajeno a los atributos que le dispensa el narrador. El paisaje, lo observado, «permanece intacto». Este proceso de extrañamiento se consolida en la contradicción, porque como escribe Montoto, «A pesar de todo, estoy convencido de que somos dos círculos superpuestos […] Sí, lo soñé, como el viajero sueña con encontrar un nuevo paraíso perdido. No existe mejor definición para hablar de nuestro paisaje tras esa ventana».
Desde los interrogantes que suscita la realidad se pueden ir construyendo, bien un sucedáneo de ésta, una especie de realidad paralela, o pueden sentarse las bases de una realidad personal, imaginada, habitable. Ambas probabilidades conviven en algunos de estos fragmentos, sin embargo, a mi modo de ver, prevalece la segunda opción, la que procede de una mirada inquisitiva, desacostumbrada, sobre el instante, algo que me atrevo a deducir de frases como estas: «Pero somos parte del recuerdo de una existencia que ya fue. Avistar el futuro no es más que observar el presente». Para realizar esta disección, el lenguaje preconcebido, los significados prescritos resultan insuficientes, de aquí que se intente profundizar en las cualidades inherentes a los objetos o a la naturaleza por medio de repeticiones, de alteraciones semánticas, de recreaciones: «¿El río es el origen del Mundo? El río es el origen el Mundo, el río baja hacia el Mundo».
Estamos todos, aquí no hay nadie, título también de una de las secciones, muestra en esta colección de fragmentos un intento de clarificación ontológica, desde la conciencia del vacío, desde la certeza de la Nada que seremos en un futuro indeterminado. El límite entre el que somos y lo que seremos está marcado indubitablemente por un abismo llamado muerte, un abismo, un lugar quizá, que nos reunirá a todos, pero en el que, sin embargo, nunca hay nadie, porque nadie es quien ya no es, quien ya no está, a quien la historia arrincona, como Montoto nos recuerda en el texto que abre la sección «Woman Soul»: «Proyectas una imagen del vacío en los informativos; la muerte, no; ni la historia olvidada de las mujeres olvidadas por la Historia».
Estamos todos, aquí no hay nadie es un libro complejo por el que transitan ángeles que vigilan la diacronía de la historia, ángeles que protagonizan esa historia, replicantes que buscan al consuelo de la religión, hombres confusos, infelices en tanto hombres, que necesitan comprenderse, una amalgama, en fin, de situaciones engarzadas por el hilo común de la desorientación existencial, por la soledad, por el desamparo, como reflejan estos versos con los que finaliza este inquietante libro: «Nos han dejado solos,/ huérfanos de calor y al amparo de la noche,/ desprovistos de sueño y leche,/ abandonados al llanto de los grillos», hombres humildes, dueños, es un decir, de las palabras con la que describir el desconcierto.

FRANZ WRIGHT. EPITAFIO

16 sábado May 2015

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FRANZ WRIGHT
EPITAFIO
Ya no soy el cuchillo
más brillante en el cajón, pero
sé un par de cosas
sobre la vida: la pobreza
silenciosa, efímera
disciplina y misterio

El mundo no es una ilusión, somos

el hilo carmesí para la etiqueta del dedo del pie

Si no estás desequilibrado
hay algo seriamente ridículo en ti, lo siento

Yo sé quién soy
seré una voz
viniendo de la nada,

hacia adentro —

alégrate por mí.
Versión de Carlos Alcorta

LUISA A. IGLORIA. CERTIFICADO

15 viernes May 2015

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LUISA A. IGLORIA
CERTIFICADO

Aquí está mi pasaporte, mi tarjeta de embarque, mi
billete de ida, mi pasaje a ninguna parte, mi talón donde has grabado

el certificado. Durante toda la noche limpio la brizna
de óxido de las máquinas de la lavandería. Durante toda la noche

friego y abrillanto el suelo de las aulas. Durante todo el verano
mientras que tú vas a Florida o a Francia, me ocupo

de tu madre, vacío su bacinilla, le doy
comida de bebé en su escudilla cuando balbucea. Mis dedos

han manejado cuerpos de melón amargo desde la raíz
y los han abierto sobre la tabla de cortar.

Siéntate y come alguna vez conmigo —voy a hacer
una comida de semillas y de médula, un sustento verdusco

y de energía cruda extraída de mis propios nervios. Me endurezco
yo mismo, atravesando cada torniquete, desviando

cada surco, enhebrando la aguja industrial vuelta
y vuelta en un centenar de cuellos y mangas —Ojos

que valoran pródigamente la destreza de mis manos,
el brillo oscuro del maíz, el perfume de la sal

y gambas en escabeche, la bilis que dejo caer
en la sopa para fortalecerme

Versión de Carlos Alcorta

CARTOGRAFÍAS DE ORFEO. ANTOLOGÍA DE LA POESÍA VALENCIA

13 miércoles May 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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CARTOGRAFÍAS DE ORFEO. ANTOLOGÍA DE LA POESÍA VALENCIA. EDICIÓN DE SERGIO ARLANDIS. ISLA NEGRA EDITORES, 2014
No es esta la primera incursión que realiza en la poesía valenciana más reciente el profesor y poeta Sergio Arlandis ni, estoy seguro de ello, será la última, conociendo como conozco su tesón y la calidad de los estudios sobre poesía contemporánea que viene realizando desde hace varios años. A su diligencia debemos libros como Vicente Aleixandre (2004), Cenotafio. Antología poética de Jaime Siles (2011), Huésped del tiempo esquivo: Francisco Brines y su mundo poético (2013) o La revelación poética en José Luis Hidalgo: Paisaje, experiencia y lenguaje. Aspectos de su mundo poético (2013). Por circunscribirnos al ámbito que abarca este libro, hay que señalar la publicación de Verso a verso. Antología del taller de escritura poética I-II (2004, 20059 y la antología Mapa. 30 poetas valencianos de la democracia (2009), un claro precedente de la que tenemos en nuestras manos aunque, como el propio título sugiere, el abanico temporal sea mucho más amplio y la nómina de poetas mucho más numerosa que la actual porque pretende ser «una representación histórica literaria» de la poesía escrita en la comunidad valenciana. Existe, sin embargo, un planteamiento similar en ambas, como lo demuestra el hecho de que haya, dentro de los poetas más jóvenes incluidos en Mapa, varios nombres que se repetirán en la antología que aquí comentamos. «Una antología —escribe Sergio Arlandis— es un mapa…unas líneas de ruta que no pueden ser la ruta misma». Esta declaración de intenciones trata de dejar claro que no se trata aquí de reunir a un grupo de poetas bajo la carpa de una determinada tendencia, sino todo lo contrario, se intenta dar cuenta de la heterogeneidad de la poesía al seleccionar a los autores no por una adscripción estética común, sino por su interés intrínseco, por su individualidad, más allá de las posibles coincidencias que puedan encontrarse entre ellos y/o con sus precedentes poéticos.
Cartografías de Orfeo reúne a doce jóvenes poetas valencianos que escriben en castellano, nacidos entre 1970 y 1987, salvo alguna excepción que no hace sino confirmar la regla. «Llamamos aquí “joven poesía valenciana” a aquella publicada en los noventa…dejando que el calificativo se prolongue difusamente hasta la más intensa actualidad que nos rige haciendo, con ello, más arriesgado el diagnóstico, pero también, más apasionante, pues la apuesta es aún mayor», lo que viene a decir que en esta antología encontraremos a poetas con una trayectoria ya consolidada por publicaciones y reconocimiento de lectores y críticos, junto a otros que están dando sus primeros pasos, con todo lo que esto conlleva. Pero la tarea de un antólogo que se precie es no sólo canonizar lo que ya ha obtenido un refrendo previo, sino, y esto lo sabe muy bien Sergio Arlandis, asumir los riesgos que supone apostar por voces aún en formación, con un bagaje exiguo cuantitativamente hablando, pero suficientemente intenso en términos cualitativos, por esa razón apuesta por «Estos nuevos poetas [que] han creado una conciencia crítica de su yo poético rehusando la posibilidad de convertirlo en una simple imagen ecdótica, en una secuencia de experiencias vivenciales sin más. Nada más lejos de su afán poético que el verse reflejado en ello: nada me rescata, nada me consuela y tan sólo el difícil ejercicio de la autocrítica me da conciencia de existir realmente detrás de esa maraña de expectativas que uno mismo se ha impuesto».
Dos poetas consagradas como Xelo Candel —magnífica investigadora literaria, por otra parte, como podemos comprobar por sus estudios sobre Luis Rosales o Max Aub, por ejemplo— y María Paz Moreno, que cuentan con una exquisita trayectoria afirmada con galardones importantes—el Premio Migue Labordeta o el Premio de la Crítica Valenciana en 2104 por su libro Hueco mundo. Solo, en el caso de la primera, y el Premio Villa de Cox, en el caso de Moreno— abren la selección. Andrés Navarro, ganador de los prestigiosos premios Emilio Prados o Ciudad de Burgos y José Ángel García Caballero, ganador del Premio Surcos de poesía y cuyo último libro, Buhardilla, es de 2014 son los poetas que podemos leer a continuación. Gregorio Muelas, Heberto de Sysmo (seudónimo deJosé Antonio Olmedo López-Amor), Lola Mascarell —Premio Emilio Prados—, Elia Saneleuterio —Premio Antonio Oliver Belmás y Premio Especial Opera Prima de la Critica Valenciana—, Bibiana Collado —Premio Arcipreste de Hita—, Javier Vicedo —Premio de Poesía Joven RNE—, Manuel Valero Gómez —reciente Premio de Poesía Joven La manzana poética— y Andrea Ceballos integran la selección. Es obvio que la relación de premios no es lo más importante en el currículum de un poeta, que lo que avala verdaderamente una trayectoria es el rigor y la evolución creativa (algo que podemos comprobar en poeta como Gregorio Muelas o en Heberto de Sysmo, por ejemplo), pero sirve, en este caso, como elemento ilustrativo del nivel poético que han adquirido estos autores. Todos ellos aportan poemas inéditos, lo que añade a esta antología un valor mayor, porque proporciona al lector la oportunidad de leer esa obra en marcha, susceptible de ser aún, antes de tomar forma definitiva en un libro autónomo, modificada. De todos ellos Arlandis —poeta él mismo que hubiera sido un miembro más de esta selección de haberla realizado otro antólogo, como lo constata su inclusión en El canon abierto. Última poesía en español, recientemente editada por Remedios Sánchez García—traza en certeros apuntes las líneas maestras de su poética, una poética, como he señalado al principio, que en algunos de los poetas más jóvenes, está aún por tomar su forma definitiva. El libro se completa con una resumida, pero muy útil, bibliografía, necesaria para contextualizar a los diferentes autores en el mapa de la creación poética no sólo valenciana, sino nacional, en el que muchos de ellos ya tienen, por derecho propio, su sitio.

CHARLES SIMIC. EL MONSTRUO AMA SU LABERINTO. CUADERNOS

11 lunes May 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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CHARLES SIMIC. EL MONSTRUO AMA SU LABERINTO. CUADERNOS. TRADUCCIÓN DE JORDI DOCE. EPÍLOGO DE SEAMUS HEANEY. VASO ROTO, 2015
No resulta fácil definir un libro como El monstruo en su laberinto, la última obra de Charles Simic que la editorial Vaso Roto nos ofrece (recordemos que en su magnífico catálogo podemos encontrar otros importantes libros del autor, Mi séquito silencioso, El mundo no se acaba o las memorias tituladas Una mosca en la sopa, libro que guarda en algunos aspectos relación con estos cuadernos de notas publicados ahora. Decía al comienzo que no es fácil definir un libro como éste, y ésta es, precisamente, una de sus mayores virtudes, la resistencia a cualquier clasificación epistemológica. Las notas tomadas, no tanto al desgaire, pero sí con unas pretensiones condicionadas por escritos posteriores de mayor solvencia argumental, son, en sí mismas, apuntes de temas variados y de calado desigual. Generalmente, y este libro en ese aspecto no es una excepción, son trazos, bocetos, relampagueos que contienen, en esencia, ideas o impresiones que en un futuro, como he dicho antes, servirán de armazón argumental a las ideas que el autor pretende sistematizar. Sí es El monstruo en su laberinto una grandísima excepción en lo que concierne a la calidad de cada uno de las observaciones, de las apostillas, de los comentarios que lo integran, porque en este tipo de libros no es infrecuente encontrar grandes desequilibrios entre unos apuntes y otros. Simic nunca baja la guardia. No hay ganga en este filón, prácticamente todo es mena, todo es susceptible de aprovechamiento en un tema en otro. Uno, como lector, ha realizado una primera selección de notas, pero compruebo entusiasmado que en las posteriores relecturas el criterio de selección pueda variarse sin alterar el resultado final, y esto es algo que se puede decir de muy pocos libros.
Pero ¿de qué habla este libro? Sin ánimo de menoscabar su diversidad, me atrevo a sugerir que hay algunos temas recurrentes sobre los que las notas se recrean con asiduidad en las respectivas partes en las que está dividido, partes muy similares entre ellas, salvo la primera, de contenido más biográfico, con un discurso elaborado en función de la historia que se desea rememorar. Quizá sea la reflexión de carácter poético la que mayores alusiones concita, desde el «Poema corto: sé breve y dínoslo todo» al «En la línea invisible entre lo decible y lo indecible: el poema lírico», pasando por «El poema que quiero escribir es un imposible. Una piedra que flota». Son sólo algunas muestras de metapoesía que mezclan intención y consecuencia, por más que esta última nunca sea definitiva. Es un lugar común afirmar que cuando el poeta habla de otros poetas, en realidad, lo que hace es hablar de sí mismo («Es verdad que casi todos los poetas hablan profusamente de sí mismo», escribe Valéry), pero acaso porque «La poesía es un modo de conocimiento, pero la mayor parte de la poesía nos dice lo que ya sabemos», encuentro algunas divergencias notables entre el modo de hacer que parecen defender sus postulados y sus propios poemas, más planificados que si procedieran sólo de la intuición, menos abocados a la inefabilidad de lo que parecen sugerir esa involuntariedad compositiva. Por supuesto, el poeta intenta dar a la palabra mayores propiedades que las meramente comunicativas, pero también es cierto que se halla inmerso en una realidad histórica —y Simic particularmente lo está, al ser un inmigrante y haber nacido en una región europea históricamente convulsa, Los Balcanes— determinada que debe observar con capacidad crítica y para lograr tal cosa, la palabra poética debe anegarse de presente, del material de la memoria sí, pero liberado de la temporalidad para apropiarse, para diluir la circunstancia cotidiana. Quizá surjan de aquí, de esta presunta contradicción, reflexiones como éstas: «La poesía es un modo de conocimiento, pero la mayor parte de la poesía nos dice lo que ya sabemos» o «Impulsos contradictorios a la hora de hacer un poema: dejar las cosas como están o volver a imaginarlas: representar o recrear; someterse o afirmar; artificio o naturaleza, y así todo. Como la vaca, el poeta debería tener más de un estómago».
Hay otra muchas cosas en El monstruo ama su laberinto. Hay disquisiciones filosóficas— algunas de las cuales tiene que ver también con la poesía, como éstas: «El poema moderno implica una filosofía y una estética modernas. Toda poesía escrita en esa clave es incomprensible si no se comprende la historia intelectual moderna», que abunda, según creo, en la idea que hemos expuesto más arriba, al reclamar una modernidad que, entre otras cosas, destierra de lo sublime la clásica noción de belleza e incorpora lo siniestro, lo informe, lo feo o lo sórdido, por ejemplo—, estudios sobre estética (la función del crítico es analizada con cierto humorismo), observaciones de carácter psicológico o sociológico (sus diatribas contar los nacionalismos son apasionadas e incostestables), apuntes biográficos (sobre todo en la primera parte), aforismos propiamente dichos: «El poema en prosa es como un perro que habla», «Conciencia: la bombilla que nos dan al nacer» (todo un tratado sobre los límites de la conciencia, en una frase) o «La belleza de un instante fugaz es eterna», por ejemplo, pero abundan también apuntes relativos a sueños, con un componente, como es lógico, mayor de irracionalidad, y a los recuerdos, en los que la mirada irónica suele estar presente, acaso para restarle dramatismo al destino. Todas estas cuestiones están intercaladas con mayor o menor intensidad en alguna de las partes del libro, porque no son secciones estancas, agrupadas por temas, sino prodigiosas misceláneas de ideas e impresiones, porque muchas de las entradas podrían figurar en otra sección, o en más de una al mismo tiempo. Lo que si resulta del todo evidente es que nos encontramos ante las anotaciones de una mente que se encuentra en permanente estado de alerta, ante un pensamiento que se construye en la propia escritura, como parecen sugerir las notas sobre la creación poética, unas notas que nos recuerdan a las del leopardiano Zibaldone di pensiere, a los Fragmentos de Novalis y, cómo ignorarlo, a los inconmensurables Cuadernos de Valéry.
El libro se complementa con un maravilloso epílogo escrito por Seamus Heaney en forma de entrevista. A través de un interlocutor instruido y algo capcioso, Heaney se muestra contundente: «Sus imágenes tienen un don asombroso para abrir un camino interior hacia una conciencia mítica latente, y a la vez otro exterior hacia el mundo», tal vez porque su escritura, su vida («Mi vida está a merced de mi poesía», escribe) es una constante interrogación sobre la realidad, sobre el mundo y sobre sí mismo. Esta especie de dietario intelectual nos muestra a un poeta convencido del valor de la palabra como instrumento para robar un fragmento de eternidad al Tiempo, una palabra que el excelente traductor que es Jordi Doce, con su solvencia y su buen hacer habitual, nos muestra en toda su amplitud de registros. El monstruo en su laberinto es un libro que se resiste a ocupar su lugar en la estantería, prefiere el espacio más cercano del escritorio, dispuesto a acudir en nuestra ayuda sin necesidad de levantarnos de la mesa. El lector no debe desperdiciar la oportunidad de tener en un mismo volumen, como si fuera una enciclopedia, los recuerdos, las reflexiones y las experiencias de un poeta que convierte el acto de la escritura en un ejercicio vital en el que se mezclan imaginación e inteligencia con naturalidad. Lograrlo no es tan fácil como parece. Hay una buena nómina de intentos fallidos tanto poéticos como filosóficos. Basta acudir a una biblioteca para comprobarlo.

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