PHILIPP MAINLÄNDER. DIARIO DE UN POETA. INTRODUCCIÓN Y EDICIÓN BILINGÜE DE CARLOS JAVIER GONZÁLEZ SERRANO Y MANUEL PÉREZ CORNEJO. PLAZA Y VALDÉS EDITORES
Tanto los editores del libro como el autor del «Prólogo», el filósofo y poeta Rafael Argullol, coinciden en mostrar su incredulidad ante el silencio, claramente injustificado, que ha caído sobre la obra de Phlipp Mainländer (1841-1876), filósofo, novelista y, sobre todo, poeta. Este desconocimiento está quebrándose gracias al empeño y el buen hacer de Carlos Javier González Serrano que, a pesar de su juventud —nació en 1985— es todo un experto en el pensamiento de Arthur Schopenhauer —actualmente está preparando su tesis doctoral sobre el concepto de «lo trágico» y el inconsciente en el filósofo alemán, en Julius Bahsnsen y Eduard von Hartmann— y en el pensamiento alemán del siglo XIX, lo que no le impide desarrollar una intensa labor editorial —suyas son las ediciones críticas de Filosofía de la redención de Philipp Mainländer, Estética. Teoría de la formatividad de Luigi Pareyson o Cuentos eslovacos de tradición oral— y una encomiable tarea didáctica en comités científicos, asesorando revistas, dictando cursos o colaborando en medios de comunicación como la radio o la televisión. Carlos Javier González Serrano no lucha, por fortuna, en solitario contra los peligros del olvido. Cuenta con un estupendo compañero de viaje en la figura del doctor en Filosofía Manuel Pérez Cornejo que, además de haber publicado con Carlos Javier el ya citado Filosofía de la redención de Philipp Mainländer y este Diario de un poeta que hoy nos ocupa, ha publicado, entre otros, F. Hemsterhuis, Escritos sobre estética (1996); Eduard von Hartmann, Filosofía de lo bello. Una reflexión sobre lo inconsciente en el arte (2001) y Arthur Schopenhauer, Lecciones sobre metafísica de lo bello (2004). Como se puede concluir fácilmente, la obra de Mainländer no podía haber caído en mejores manos.
Pero, ¿qué es Diario de un poeta?, obra escrita en Italia entre 1858 y 1863 por un joven aprendiz de empresario (trabajaba en una casa comercial de Nápoles para adquirir experiencia en asuntos económicos y de gestión empresarial, como hijo que era de un fabricante de curtidos). Es un poemario —mejor sería decir, una agrupación de poemas, pues el libro se publicó como tal póstumamente reuniendo poemas dispersos— con una evidente influencia de la cultura mediterránea —en su prolongada estancia italiana Mainländer tuvo la oportunidad de leer a Dante, a Ariosto, a Petrarca y a Leopardi, fundamentalmente a Leopardi—, cultura por la que siente veneración, lo que le emparenta directamente con Hölderlin (nos vienen ahora a la memoria los versos finales del poema «Invocación a Hölderlin» del primer libro de Antonio Colinas, Preludios a una noche total, recientemente reeditado por Libros del Aire: «Rasga los polvorientos velos de tu memoria/ y que discurra el sueño, y que sepamos todos/ de dónde brota el agua que sacia nuestra sed»), pero también con el Goethe del Viaje a Italia, (escrito, sin embargo, casi cien años antes), sobre todo en la visión idílica de algunas ciudades y algunos paisajes del golfo de Nápoles —«Nápoles se nos presenta alegre, libre y animada, innumerables personas corren por las calles de manera confusa», escribe en febrero de 1787— o la costa amalfitana, quizá porque como afirma Rüdiger Safranski en su libro, Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán: «El espíritu romántico es multiforme, musical, rico en prospecciones y tentaciones, ama la lejanía del futuro y la del pasado, las sorpresas de lo cotidiano, los extremos, lo inconsciente, el sueño, la locura, los laberintos de la reflexión». Rafael Argullol expresa en su prólogo que la tradicional dicotomía entre filosofía y poesía se hace presente en la escritura de Mainläinder, provocando una fusión entre pensamiento e intuición que, a mi modo de ver, da sus mejores frutos cuando ambas fuerzas se equilibran. Esta mezcla afortunada se da en los mejores poemas de Diario de un poeta, aunque en otros se decante más por la sensación, por la descripción del paisaje o de los sentimientos, con una gran belleza plástica, que por la reflexión. La influencia de Leopardi es más que evidente. Bastará con leer estas frases de su Zibaldone: «Es tan admirable como verdadero, que la poesía, que busca por su natural propiedad lo hermoso, y la filosofía, que esencialmente busca la verdad, esto es, la cosa más contraria a lo hermoso, sean las facultades más afines entre ellas, tanto que el verdadero poeta está sumamente dispuesto a ser un gran filósofo; y el verdadero filósofo a ser un gran poeta; es más, ni uno ni otro puede ser en su género ni perfecto ni grande si no participa algo más que mediocremente del otro género, cuanto de la índole primitiva del ingenio a la disposición natural, a la fuerza de la imaginación» y contrastarlas con estas del propio Mainländer: «Para mí la poesía es solamente un medio para la filosofía; se trata de otra forma de expresarme». Pero Diario de un poeta es una profunda meditación sobre la fragilidad del ser humano y sobre la muerte, la muerte, como expresa inteligentemente Manuel Pérez Cornejo, entendida como «liberación»: «¡La muerte/ será para ti una liberación, no un mal!» escribe Mainländer en la tragedia Conradino. Esa liberación a la que alude Pérez Cornejo llegará a su culmen en forma de suicidio. Tal hecho luctuoso acaecerá en la madrugada del uno de abril de 1876, cuando nuestro autor contaba con 35 años. La obra que Philipp Mainläander nos ha legado en tan escaso período vital es, sin embargo, de una notable intensidad, tanto en su vertiente filosófica (Filosofía de la redención es su obra magna), como en la poética, tal y como apunta Carlos Javier González Serrano: «La enjundiosa —y aún casi por completo desconocida en el ámbito hispanohablante—colección de poesías que el lector tiene entre las manos encierra, de un modo más biográfico que erudito o diletante, el periplo vital de Phllipp Mainländer, filósofo, novelista y poeta que, en su abreviada existencia, logró recoger y a su manera reinterpretar en sus plurales escritos gran parte de la tradición del pensamiento occidental— sin olvidar nunca el legado oriental». Un lector al que no le será difícil advertir en estos versos la evolución de un pensamiento que pasa de la euforia vital que le trasmite la belleza de una naturaleza y un paisaje recién descubiertos: «Si la verdadera paz sentir quieres,/ que a toda razón supera,/ que, con manos dulces,/ todo tu sufrimiento y dolor apaga,/ mira entonces el paradisíaco Sorrento,/ cuando en el aire sereno resuena/ la campana de la tarde en el monte», escribe en el poema número 26, al pesimismo más acendrado, como delatan estos versos extraídos del poema número 44: «En la oscura vida humana/ sólo una cosa brilla por la que merezca la pena/ esforzarse; y esa es la tumba; admitámoslo/ sinceramente». En medio, entre estos dos antitéticos polos, asistimos a una enconada defensa del arte y de la poesía como arte supremo: «La poesía es el arte más elevado, pues, por una parte, descubre entera la cosa en sí, con sus estados y cualidades, y, por otra, también refleja el objeto, describiéndolo y obligando al oyente a representárselo con la imaginación. Abarca, por consiguiente, de verdad, el mundo entero, la naturaleza, y los refleja en conceptos», escribe en el ensayo antes citado, Filosofía de la redención, de lo que deducimos que el poema será la forma en la que mundo exterior y mundo interior se fusionan para crear una nueva realidad más acorde con las necesidades del poeta, una realidad que termina por presentarse tan sombría e insufrible como para conducir a nuestro autor a esa temprana y voluntaria muerte. Diario de un poeta, un título a nuestro parecer, acertadísimo, describe el itinerario de una claudicación, el descenso al infierno desde un efímero paraíso apenas vislumbrado en su juventud, como reflejan estos versos: «Las brasas de la chimenea se han ido extinguiendo—/ El pulmón ha apurado el postrer aceite/ y tu espíritu se disipa en la luz de la luna:/ ¡méceme, pues, ven, dulce muerte!», un itinerario que parece seguir las condiciones vitales descritas por Kierkegaard, la llamada fase estética, cuyo leitmotiv es la búsqueda de la belleza y del placer, que se correspondería con la mayor parte de los poemas de este libro; la llamada fase ética, caracterizada por el descubrimiento de la moralidad como norma de conducta y de lo trágico como emblema vital. En este segundo estadio encuadraríamos los poemas finales del libro y, por último, una fase religiosa que nuestro autor no llegó a experimentar, debido a su temprano fallecimiento, pero para estudiar la pertinencia de estas relaciones, lo mejor es dejar hablar a los expertos que han editado el libro.