YVES NAMUR. EL LIBRO DE LAS SIETE PUERTAS

EDICIÓN DE EMILIA OLIVA GARCÍA

FUNDACIÓN ORTEGA MUÑOZ

La colección «Voces sin tiempo», de la Fundación Ortega Muñoz, dirigida por Jordi Doce y Álvaro Valverde, alcanza con “El libro de las siete puertas”, del poeta belga Yves Namur, (1952) su undécimo título. Confieso que este poeta me resultaba desconocido, pese a que ha publicado más de cuarenta volúmenes de poesía y de que sus poemas han sido traducidos a más de 15 lenguas. Una anomalía esta que, después de leer este libro, trataré de corregir ampliando mis lecturas, porque, pese a escribir una poesía escasamente complaciente con el lector ―«No hay descripción que permita integrarse al lector en ese espacio y, sin embargo, no es hermético», nos avisa Oliva García ―, es lo suficientemente sugerente como para que merezca la pena profundizar en su lectura: «Yves Namur hace de la incertidumbre su búsqueda en un proceso de desnudamiento de las sucesivas capas acumuladas que sepultan el verdadero sentido», escribe la autora del Prefacio, que unas páginas más adelante afirma que «es ante todo el poeta de la pregunta sin respuesta, del imposible conocer tras la constatación de no saber nada». Su poesía, por buscar similitudes en nuestro idioma, está muy próxima a la de poetas como José Ángel Valente, José Miguel Ullán y Ándres Sánchez Robayna, es decir, de lo que se denominó en su momento «poética del silencio», un término que, por fortuna, ha quedado un tanto obsoleto. «El silencio / Crea un círculo de silencio // Donde permanecer / Permanentemente.», escribe Namur en la sección «Puerta VI. Puerta de la Desaparición».

Tal y como índica el título, el libro está dividido en siete partes, o puertas, y en cada una de ellas el eje simbólico sobre el que gira la escritura. La Puerta I, «La puerta de la Muerte», comienza con la persona del plural del presente de subjuntivo, tiempo verbal que por sí mismo trasmite una orden, pero también cierta ambigüedad: «No hablemos de un alguno / O de algún otro. // Sino hablemos más bien de mí / Y de ese otro yo // Que da vueltas sin cesar a la muerte / Y a la palabra de la muerte». Pese a lo que podríamos suponer, no estamos ante una poesía de carácter confesional al uso, sino metafísica porque se interroga por la naturaleza del ser, más que por sus acciones, una naturaleza, como vemos en los versos citados, paradójica y múltiple, la de un ser que se interroga sobre su propia existencia y el absurdo de un existir que acaba de forma inexorable con la muerte, con la inexistencia: «Así somos uno y otro / En la misma muerte y en el mismo ser», y pese a ello, es la constancia de la finitud lo que da sentido a la vida y a las cosas su razón de ser: «Llegará quizá un día, // En que las cosas serán lo que son, / En que las cosas serán lo que llevan en sí». La segunda puerta es la «Puerta de la Travesía» que enlaza ese tránsito, un caminar a ciegas, desorientado, por las arenas del desierto, hacia la muerte, un lugar en el que reflexionar sobre la identidad, aunque no haya «Ninguna huella / Que pueda confundirme así al encuentro de mí mismo / Y al interior de mí mismo». En «La puerta del Otro» los juegos conceptuales pueden provocar en el lector cierta desazón porque no resulta fácil comprender el complejo entramado semántico que poseen versos como estos: «Puesto que el Otro se asemeja / A la semejanza, / Puesto que él es la semejanza, / Y la inverosímil semejanza, // Puesto que es todo eso / Y tantas otras cosas aún, /// ¿Por qué pues hablaría de otro / O incluso de alguien?». El problema de la identidad, algo que ya preocupaba a presocráticos como Heráclito, cuyas teorías, junto con las aristotélicas, alimentan estos poemas, se ha acentuado siglo a siglo, y en los últimos tiempos tal conflicto ha dado lugar a desdoblamientos y contradicciones fecundas: «Ese otro me mira extrañamente, // Y extrañamente / Lo miro pasar dentro de mí. // Y no comprendo nada // Y no veo nada de las cosas que nos rodean / A uno y otro». En «La Puerta de las Palabras y de lo impronunciable» la tensión de la palabra que busca su significado se analiza desde distintas perspectivas siguiendo preferentemente al Blanchot que afirma «Las palabras con las que se escribe son las palabras que […] nos encierran en su exigencia circular, que nos obligan a partir de lo que queremos encontrar, a no buscar sino el punto de partida y hace así de ese punto un punto hacia el que sólo nos aproximamos alejándonos, pero que autorizan también esta esperanza: la de asir, la de hacer surgir el término donde se anuncia lo interminable», tal vez por eso Namur escribe que las palabra son «Un espacio hecho de grandes ausencias». El libro contiene otras puertas, la de lo Imposible, la de la Desaparición y la de la Luz. Esta última, aunque no despeja ninguna incertidumbre, sí parece cerrar el círculo y mostrara cierta esperanza.

Reseña publicada en El Diario Montañés, 3 de mayo 2024