MARTÍN BEZANILLA.CINE.QUÁLEA EDITORIAL, TORRELAVEGA, 2013*
No resulta frecuente encontrarse, en el nutrido y ecléctico panorama poético nacional, con un primer libro de poemas que posea la frescura y la solvencia de Cine, libro con el cual su autor, Martín Bezanilla —nacido en Selaya (Cantabria) en 1984—, fue galardonado con el Premio de Poesía José Luis Hidalgo en 2012— título oportuno, si tenemos en cuenta que el propio Hidalgo, en una carta dirigida a su amigo García Cantalapiedra, a comienzos de 1941 afirma que «El cine me interesa más cada día y sueño con una “poesía plástica” de imágenes y primeros planos»—. Viene siendo una práctica habitual en el arte y en la literatura primar la juventud sobre cualquiera otra consideración estética. Una gran parte de la crítica aprecia más la prodigalidad facilitada por la imitación o el plagio que la mesura y la búsqueda de una voz auténtica, por esa razón, muchos poetas se apresuran a publicar su primer libro, temiendo perder el peligroso tren de la actualidad y tardan algún tiempo en darse cuenta de su error. Es un procedimiento característico de la intrepidez juvenil y de la inexperiencia, por eso hay que concederle un valor añadido a un autor como Martín Bezanilla, que ha sabido esperar y presentar al lector una primera obra completamente madura, en la cual están ausentes esos deslices del principiante que analiza su yo como si éste fuera una anomalía genética, un yo que ignora que su mundo ya ha sido conquistado previamente, y no sólo en la escritura, por otros yos igual de diligentes.
Poseen los poemas de Cine un tono original y novedoso —novedoso no por el tema, frecuentado ya por poetas de la Generación del 27, entre otros, por Gerardo Diego en su poema «El cinematógrafo», en el que el poeta evoca las sensaciones que le provocó en su infancia el cine mudo; Rafael Alberti, quien dedicó un poemario completo como homenaje a los cómicos del cine mudo, Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos o Pedro Salinas, quien en su libro Seguro Azar dedica al menos dos poemas al asunto, «El cinematógrafo» y «Far West» ( en este último, tangencialmente), que termina con estos versos: «Está allí, en el mundo suyo,/ viento de cine, ese viento»— sino por el modo en el que el autor utiliza este referente. No se plantea escribir emotivos homenajes a aquellos actores y actrices cuyas interpretaciones permanecen incorruptibles en su memoria —estoy pensando en libros como Rostros de Ana Isabel Conejo, no por desdén a la presunta heroicidad de los intérpretes, sino porque su enfoque rehuye la mitología que acompaña a este ingenio. Más bien al contrario, si algo define el matiz de Cine es, precisamente, la desmitologización, sin caer en la caricatura, no sólo de los protagonistas, sino de la función sustitutoria de la realidad que algunos le confieren al invento y que está muy presente en algunas corrientes actuales de pensamiento. El presunto héroe, de existir, sería el espectador, el hombre de la calle. Porque ¿es el cine un fiel reflejo de la realidad, como pretendía en sus inicios, o crea un realidad paralela?, ¿qué es más real, lo que nos aportan nuestros sentidos directamente o las peripecias vitales que contemplamos a través de la pantalla? La magia del cine ha conseguido que percibamos como reales acontecimientos que sólo existen en los fotogramas de la película, además la realidad cambia permanentemente, y acaso sea esa la razón de que — y no podemos culpar sólo a la tecnología— parezcan reales sucesos de carácter fantástico o ilusorio, porque el cine ha cambiado también nuestra percepción de la realidad, la manera que tenemos de relacionarnos con los demás, con nuestras emociones, con nuestras expectativas y nuestros sueños; ha cambiado hasta la forma de aprehender la realidad de otros artificios artísticos, como la propia poesía, y es en esta faceta donde incide Martín Bezanilla, que no pretende realizar interpretaciones epistemológicas sobre las diferencias entre ficción y realidad, sino acercarse a ésta desde los presupuestos de una ficcionalidad ya asumida por la propia tradición del poeta. Lo constatamos a diario: esa forma de contemplar el mundo no es la misma desde la aparición del cine y de los avances tecnológicos aplicados a la observación de la realidad. «Nada te salvara/ de recomponer lo real,/ y por eso/ habitarás por siempre/ en los mejores cines», escribe Bezanilla en el poema titulado «Documental». Esta recomposición para conducirnos hacia una interpretación de la realidad como algo infernal, sólo tolerable a través del filtro las imágenes, pero ningún artilugio es capaz de mostrarnos el todo de esa realidad, porque su naturaleza es esencialmente impalpable, invisible, metafísica, como lo son los poemas que integran Cine, y versos como estos lo testifican: «por eso es imposible/ la visión de conjunto. O tú, / o el reflejo» («Lo imaginado. Matar al antihéroe»), «Como repito metal, repito esquema. /Pecado, culpa, redención.// Aquí termina la parte ingenua del poema» («Deconstrucción»), es decir, aquí empieza a construirse lo genuino, la visión personal.
Esta construcción poemática en la que la retórica está ausente no impide, sin embargo, al autor representar su realidad con «tensión dramática», en ese momento entre el final del tráiler y el comienzo de la película, en el que «todo se queda a oscuras,/ como en una historia/ empezada al revés», quizá porque «Las historias/ que empiezan al revés/ nunca tendrán/ un final…». La realidad congelada que ofrece una imagen cinematográfica detenida posee un grado de verosimilitud tal que provoca en el espectador una inmediata complicidad, pero el poeta que es Martín Bezanilla, espectador —«Los espectadores de cine son vampiros callados», escribió Jim Morrison— inconformista no se contenta con ser un receptor pasivo, sino que aporta su propia experiencia, lo que da como resultado una revelación de la realidad de carácter íntimo, revelación que su poesía se encarga de trasmitirnos con economía de medios, sí, pero con suficientes indicios como para que cada lector construya con ellos su propia realidad, su propia forma de aproximarse a ella.
*Reseña publicada en el número 10 de la revista Paraíso,