
Bajo la estructura de un diccionario alfabético, Joaquín Campos (Málaga, 1974) desgrana en “Diccionario” fragmentos de su biografía ―«Al día siguiente volveré a beber / y a olvidarme de la edad», reflexiones sobre cuestiones de índole ético ―«Esconde la verdad / a toda mentira. / Por eso cuando mentimos / creemos decir la verdad»; «Mi libertad es saber que tú no la atesoras. / No creo en la unidad indivisible del ser humano / independientemente de razas, religiones, sexos / y pasaportes»― y moral, una moral de inspiración contracultural ―«Mañana, yo beberé/ leeré y soñaré despierto. / Mañana, tú trabajarás / mientras me ves por la ventana»― que hace apología de las drogas y del alcohol, digresiones que ponen el énfasis en aspectos sociales desde una perspectiva crítica (los poemas «Museo» o «Playas», en los que se rechazan conceptos y funciones tradicionales muy asentados en el imaginario social, son quizá los más representativos) o ensayos metapoéticos en los que se aborda la función del poeta ―«Los poetas ya no se matan. / cada vez escriben peor. / Muchos son funcionarios»― y del propio poema: «Y súbito, claro está, / como este poema, / que broto ente la última copa de vino / y unos espaguetis al ajo». Los antecedentes de la estética que practica Campos son reconocibles: El malditismo ―ya un poco trasnochado― de Baudelaire, la iconoclastia y el libertinaje de la Generación Beat, el realismo escatológico de Leopoldo María Panero («Cuando adquiera mi primera propiedad / pondré un váter en el salón. / Y no lo haré por llamar la atención; / lo haré porque la verdad del mundo / se proyecta cuando defecas»), y letras de cantantes de rock como, por ejemplo, Jim Morrison. A pesar de la ironía y la provocación, o quizá gracias a ellas, que rezuman la mayoría de estos poemas, en ellos encontramos toda una lección de vida, una declaración de principios que tiene en la honestidad personal su mayor aliciente. Además, pese a la dureza de los temas, los poemas mantienen un elevado tono lírico, más perceptible a mi entender, en la segunda parte del libro, la titulada «Poemas crónicos». «Siento nostalgia de la droga a espuertas; / de las putas sin remisión […] Y siento pena / de los que se ofenden / por mi éxito», escribe en el poema «Nostalgia». Pese a las reticencias que cierto desparpajo y cierta procacidad puedan causar en determinado lector, “Diccionario” es un libro absolutamente recomendable porque no son estos poemas espasmódicos arrebatos de un marginado. Joaquín Campos, autor de una copiosa obra en diversos géneros, con títulos como “Faltan moscas para tanta mierda”, “’Doble Ictus” en novela, “Cartas a Thompson (Island)”, “Maëlys y todas las mujeres” “Catres“, Últimas Esperanzas” y “Demasiado humano” en poesía y el diario “Ajuste de cuentas”, entre otros, conoce muy bien el oficio, por eso puede escribir con inusitada franqueza, pero el efecto de improvisación, de espontaneidad visceral que pueden sugerir algunos versos, está perfectamente controlado por una mente que revisa y corrige con paciencia y dedicación, por una mano que ha desgastado por el uso las herramientas que utiliza. Afirmaciones como la que reflejan estos versos: «Siempre se busca una excusa para justificar al lector. / Siempre se quiere mostrar la justificación de una obra. / Y yo, por mucho que he vivido, leído, viajado, trabajado y follado/ solo veo en el alcoholismo perpetuo la razón de mis libros. // Porque yo abstemio no he escrito ni un email», nos parece que no son más que un guiño a algunos compañeros de viaje. La inspiración es necesaria, pero no es nada sin el trabajo posterior (y aquí mucho esfuerzo de contención) y este, aunque no se nos ocultan algunas significativas excepciones, necesita la plenitud de los sentidos. Y es que, como decía Antonio Machado, también la verdad se inventa.
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