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~ Literatura y arte

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Archivos mensuales: octubre 2020

MÓNICA MANRIQUE DE LARA. DEVOCIÓN DE LAS OLAS.

29 Jueves Oct 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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MÓNICA MANRIQUE DE LARA. DEVOCIÓN DE LAS OLAS. ISLA NEGRA EDITORES/CRÁTERA EDITORES

No es del todo infrecuente que dos editoriales aúnen esfuerzos para publicar un libro, más sí, como es el caso, se simultanea la edición en dos continentes. La editorial puertorriqueña Isla Negra y la valenciana Asociación Literaria Crátera han publicado conjuntamente Devoción de las olas, título que se puede considerar el primer libro poético de Mónica Manrique de Lara  (Granada, 1974), un primer libro, sin embargo, que poco tiene de tal, porque es fácil comprobar que detrás de estos poemas hay años de dedicación poética, de afinamiento del oficio de poeta, probablemente alimentado también por  su dedicación profesional a la docencia. En cualquier caso, Devoción de las olas (hermoso título, por cierto) nos presenta a una poeta ya asentada en su madurez creativa que ha sabido encontrar en símbolos universales asociados a la naturaleza el correlato perfecto para expresar sus emociones. Esta identificación se hace evidente desde el primero poema, el titulado «Prólogo», en que la poeta entre en comunión con elementos naturales como la lluvia, las olas o la arena: «Soy la lluvia mecida por las olas, / soy la arena que asciende del cieno  en la orilla que me borra, soy la lluvia, / pescador, caminante, sirena», pero no es solo ella quien se reviste de propiedades físicos prestados, también el receptor de su amor es glorificado con similares atributos: «amor mío, torso desnudo de lluvia y silencio, / gira la luz para mí con tus labios, / es el momento de hacernos invictos». Resulta evidente que Mónica Manrique de Lara ambiciona proclamar la fuerza del amor y para ello se ve obligada a dignificar las fuerzas naturales: «hay un caudal de sol ensimismado en la materia / cuando la noche encarcela sus formas», escribe y personificar sus facultades. La plenitud del cuerpo del amante es «un lugar inalcanzable / que me transforma en turbado espejismo, / la irrealidad he de ser yo / porque tú eres el sendero y el sentido […] Toda tu huella es agua».

     El poder simbólico del agua adquiere en estos versos otro significado, no muy alejados de los que la relacionan con la creación y la destrucción, con la pureza y el amor, pero aquí, combinada con la luz y la claridad, vinculada al nacimiento y consolidación del deseo. Las aguas, bien en forma de mar —ese mar que es «camino del cielo»— o de laguna se alían con esa luz que «quedó anegada en la mirada, / ese exceso cegaba mi cuerpo, / cultivábamos los llanos del deseo / y el arado asomaba las sombras». En esa dicotomía simbólica del agua, la que  opone por ejemplo la creación a la destrucción, es similar a la que Mónica Manrique de Lara establece entre los amantes: Ella cauce donde todo fluye y él aún agua no nacida, estancada, condensada en la nube: «¿Qué puedo hacer por llegar hasta ti / siendo yo el cauce desnudo y tú el agua / de nube tersada en el cielo».

     En la última sección de libro, «El fondo del agua» —las dos precedentes se titulan «El sendero» y «Las manos», la identificación entre el ser amado y la naturaleza se extrema, como podemos comprobar en estos versos: «creí que me agarrabas y era el viento, / vuelvo a encontrarme en el espejo de un arroyo, / de la maleza esta última imagen nacida del cieno, / ahora ya eres el cantar de mis desvelos, / eterna fuente de versos y sueños». El ser amado es fuente de inspiración, como, salvando las distancias, le ocurría a san Juan. Ahora, además del agua, otra fuerza elemental, el viento, parece representar la armonía de la existencia que origina el amor. El poema «Reflejo de sol marino», que transcribimos completo, abunda en esa percepción: «Ay amor, eres como el viento, / por eso tiembla el charco / con el reflejo del sol en su fondo, / la luz es alargada hasta las olas, / todo mi cuerpo ante la sombra 7/ de tus brazos, amor mío, / eres tú como el viento, / vas fraguando en las mareas / mi destino, / dejas caer la dulce flor desde lo alto».

Devoción de las olas además posee un carácter circular, como atendiendo al viejo axioma de que nada muere, solo se transforma. Así, el poema inicial tiene su réplica en el poema «Epílogo», con el que finaliza el libro y si en el primer poema como tal del libro, animaba a un Lázaro resucitado a caminar, su réplica comienza diciendo «Detente, ahora, mi Lázaro amado». Agua y luz son también uno: «el agua alumbra» y la prevalencia del amor, conclusión final del libro, ese erige por encima de cualquier signo material, es algo inefable, es «elipse de viento».

DAVID MAYOR. CUADERNO DE PÁJAROS y LUIS LÓPEZ SUÁREZ. OCHO SONETOS FÚNEBRES.

27 Martes Oct 2020

Posted by carlosalcorta in Notas de lectura

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DAVID MAYOR. CUADERNO DE PÁJAROS. CINCO POEMAS. COLECCIÓN LOS MONOS DUPLEX. EDITORIAL PAPELES MÍNIMOS.

Exquisitamente diseñados, estos cuadernillos de la editorial papeles mínimos son preciadas joyas no solo por su diseño, sino también por los textos que recogen en sus escasas páginas.  La colección Los monos, cuyo primer número, Cuatro poemas de Martín López Vega, se publicó en el ya lejano 2009, ha crecido, de forma un tanto irregular, con otros doce cuadernillos. Cuaderno de pájaros, integrado por cinco poemas de David Mayor pertenecientes a un libro en construcción, hace el número 13. El carbonero, el mirlo, el gorrión o el petirrojo son los pájaros que frecuentan estos poemas de distinto aliento. El poema titulado «Hermes» (un dios con innumerables atributos), por ejemplo, representa una velada crítica a quienes desoyen los ritmos de la naturaleza y se complacen solo en sus formas más utilitarias. No hacen, según Mayor «buen uso de la lentitud / ni de los semáforos en ámbar, / ni del desayuno y sus ritos», mientras que el breve poema dedicado al petirrojo es una sutil pincelada cargada de intuición, es la «luz de la mañana». Lo que sugiere esta exigua muestra es la reivindicación de la observación tranquila, suspendida en el tiempo, esa que permite tomar conciencia del esplendor de la Naturaleza a través de unos seres inquietos, nerviosos, atemorizados incluso, por la presencia del hombre, y un elogio de la lentitud (Carl Honoré) como contraposición, como remedio contra la enfermiza velocidad con la que se suceden los acontecimientos de nuestra vida. 

LUIS LÓPEZ SUÁREZ. OCHO SONETOS FÚNEBRES. COL. HERACLES Y NOSOTROS, 30.

Ya hemos hablado en diferentes ocasiones en estas páginas del milagro editorial que supone la supervivencia de los cuadernos Heracles y nosotros, tutelados por el poeta Juan Ignacio González desde sus inicios, por eso no vamos a repetirnos. Con Ocho sonetos fúnebres —que , en realidad, son diez si añadimos el Prólogo y el Epílogo— de Luis López Suárez alcanza la colección el número 30. Como el propio título indica —y las espléndidas ilustraciones de Luis Rodríguez-Vigil que acompañan a los poemas sugieren— la columna vertebral de estos endecasílabos es la muerte, la muerte asumida sin drama, pero con conciencia de su devenir:, como leemos en este cuarteto: «Helada llega y tenue y sin oriente / e ilumina el dolor desde su inicio, / el angosto camino de este oficio / que lleva de tu muerte a mi presente». Ecos del barroco español se puede escuchar en algunos versos, del inevitable Quevedo, por ejemplo: «Qué inútiles despojos / de cuanto fue y es nada, desterrado / de tu patria de sombra», pero también de Góngora como comprobamos en estos otros que hablan de la fugacidad de la vida humana: «Yo lucho contra el tiempo que se espesa / en torno a ti, mi amor, con su veneno, / mientras la tierra espera su tributo»,  o de Lope: «No puedo recordarte sin dolerme / los ojos incapaces de encontrarte, / ni tampoco nombrarte sin morderme / la lengua que enmudece al pronunciarte», los tres poeta referentes directos de estos sonetos fúnebres de larga tradición y gran peso en la poesía española y a los que Luis López Suárez ha sabido insuflar, algo nada fácil, un una aire que combina lo actual, lo cotidiano,  con lo intemporal, la tan nombrada muerte.

JOSE MARÍA BALCELLS. MIGUEL HERNÁNDEZ Y LOS POETAS HISPANOAMERICANOS Y OTRAS PÁGINAS HERNANDIANAS.

26 Lunes Oct 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JOSE MARÍA BALCELLS.  MIGUEL HERNÁNDEZ Y LOS POETAS HISPANOAMERICANOS Y OTRAS PÁGINAS HERNANDIANAS.FUNDACIÓN CULTURAL MIGUEL HERNÁNDEZ. COL. BIBLIOTECA HERNANDIANA. VARIA.

No cabe duda de que la Fundación Miguel Hernández, de la mano de su director, Aitor L. Larrabide, es una de las más activas de cuantas fundaciones menudean por el paisaje español —la Fundación Gerardo Diego de nuestra región es otro buen ejemplo—. No es preciso dar nombres, pero es de todos sabido que ese afán por levantar fundaciones que se prodigó en décadas pasadas no ha podido evitar que algunas de ellas languidezcan sumidas en la insolvencia y en la inoperancia. No cabe duda tampoco de que una de las  formas más efectivas de mantener viva la obra de un autor es reeditando y actualizando su obra y los estudios que de ella se ocupan. La colección varia de la Fundación Miguel Hernández lleva años prestando atención y divulgando trabajos críticos sobre el poeta y en esta ocasión lo hace con José María Balcells, uno de los mayores especialistas en la poesía del pasado siglo que ha dedicado muchas horas de estudio a la obre hernadiana, como se puede comprobar en este volumen y en las monografías que ha dedicado al oriolano, como “Miguel Hernández, corazón desmesurado” (1975) o “Miguel Hernández y los mandones de la muerte” (2014), entre otros trabajos y ediciones de su obra. Larrabide lo confirma: «En las más de trescientas paginas y diecinueve capítulos que comprenden el presente volumen se compendian  los frutos más granados de los más de cincuenta años de trayectoria como estudioso hernandista de Balcells. La mayoría publicados anteriormente […] También se incluyen cinco estudios inéditos». El propio Balcells aclara que «No los reedito tal cual aparecieron en su momento, sino que los ofrezco con retoques cuando no con implementaciones diversas…» Pero vayamos a los artículos. «Vibraciones modernistas: Darío. Nervo, Herrera y Ressig» es el primero, y en él Balcells nos da cuenta de la influencia de estos poetas, principalmente de Rubén Darío, en el primer Hernández, sin olvidar las aportaciones que, en este sentido, han hecho profesores como Rovira, Cano Ballesta o Díez de Revenga, y lo hace confrontado poemas de ambos autores —procedimiento que utilizará en cuantas ocasiones rastree la influencia de otro poeta en Hernández, un método de carácter científico que deja poco lugar a las especulaciones— y subrayando las correspondencias semánticas y los recursos literarios y formales que los relacionan. Resulta obvio que en la medida extensión de una reseña no podemos siquiera dar cuenta resumida de todos los artículos, por eso me limitaré, para dar una idea veraz del alcance de este libro, a mencionar algunos de los más significativos, como «César Vallejo y Miguel Hernández: Similitud y contraste». No ha podido el estudioso verificar si Hernández leyó la poesía del peruano, aunque todo hace pensar que sí lo hizo, por eso se limita a «examinar qué semejanzas pudiera ofrecer la lectura contratada de sus obras», lectura que aporta datos contundentes y similitudes que parecen corroborar ese conocimiento mutuo. En cualquier caso, determinados aspectos de carácter biográfico predisponen al lector a encontrar semejanzas más que fortuitas. En «Influencias sudamericanas: González Tuñón y Neruda».  Parece haber un consenso general en que el primero influyó decisivamente en la concienciación política de Miguel Hernández y en su activismo a pie de calle. Con Neruda la relación será más de carácter poético, aunque no falte la impronta social. Hernández comparte la poética del chileno, poética que, según escribe Balcells tomando como referencia un artículo del oriolano, «se distingue por claves fundamentales como el vencimiento desbordante de la forma y su superación merced a una poesía salida del corazón mismo, y en su virtud preñada de sentimiento y de ardor apasionado. Otro de los artículos más interesantes del volumen es el titulado «Walt Whitman, Pablo Neruda y Miguel Hernández», uno de los artículos inéditos, aunque quizá sea el más fervientemente especulativo de todos, porque hila relaciones a través de semejanzas indirectas, algo que se puede hacer con buen numero de poetas, incluso con algunos alejados estéticamente. A pesar de ello, el artículo consigue despertar acentuar la posibilidad de la influencia whatmaniana en Miguel Hernández. «Miguel de Unamuno en Sijé y en Hernández», «Elegía a Ramón Sijé» o «Miguel Hernández en Barcelona» son algunos otros artículos de un libro excelente tanto por la pulcritud y el temple con el que está escrito como por la erudición de que hace gala.  Las diferentes perspectivas con las que está analizada la obra y el devenir poético y humano de Miguel Hernández enriquecen de manera sustantiva el aprecio por su poesía y lo consolidan —habrá, claro, quien no esté de acuerdo—como una de las cimas más inspiradas de la poesía española del pasado siglo, lo que supone escalar muy alto. José María Balcells demuestra en estas páginas que a la labor investigadora se quedaría coja sin esas fuerte dosis de pasión que convierten el trabajo en un trabajo gustoso, en un acto de amor.

Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 23/10/2020

ANTONIO MANILLA. TODOS HABLAN.

24 Sábado Oct 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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ANTONIO MANILLA. TODOS HABLAN. XIII PREMIO DE NOVELA CORTA «ENCINA DE PALTA». PREMIUM EDITORIAL

Aunque ha escrito anteriormente otras obras en prosa—la biografía Un empresario modelo (2007), el ensayo Cibreadaptados (2016), los libros de literatura infantil Mi primer libro del Real Madrid e Historia del Real Madrid para jóvenes o los artículos semanales en la prensa—, Antonio Manilla (León, 1967) se interna con Todos hablan por vez primera en un género como la novela, que exige planteamientos muy distintos de los usados en poesía, género este que nuestro autor frecuenta más a menudo con resultados admirables. No vamos a enumerar aquí sus títulos —algunos de ellos comentados en estas mismas páginas— y los galardones que con ellos ha logrado —el último ha sido el prestigioso Premio de Poesía Generación del 27—, pero sí conviene recordar que conforman una fructífera trayectoria poética y lo sitúan en una alto nivel dentro del panorama poético actual, en el que conviven excelentes poetas. Como decía más arriba, los procedimientos narrativos, la estructura, la función del lenguaje,  el tempo o el grado de ficcionalidad que exige la escritura de una novela no se avienen muy bien a la escritura de un poema, aunque este sea narrativo, por eso debemos elogiar la valentía de Antonio Manilla al embarcarse en una aventura de este calibre, la escritura de Todos hablan, una novela policiaca, de género, podríamos decir, que gira en torno de la muerte de unas prostitutas. Evidentemente, no vamos a desvelar ni la trama ni el final de las investigaciones que se desarrollan a lo largo de las páginas, pero sí diremos que Manilla ha sido respetuoso con las reglas de dicho género y ha incluido como personajes a seres variopintos, tales como políticos como ínfulas de poetas, policías incorruptibles y policías corruptos, periodistas con olfato de sabuesos, investigadores de barra, comerciantes y pequeños empresarios que velan por el buen nombre de la ciudad y por la buena marcha de sus negocios, tertulianos y soplones, etc. Hay, también, en esta ciudad, Entrerríos, lugares cuya visita, en el curso de esta investigación, se convierte en imprescindibles, como son las comisarías, los clubes del alterne, los bares de medio pelo, pero también los clubes deportivos, bares y negocios de rentabilidad dudosa. Con todo esto, Antonio Manilla ha escrito una novela ágil, digresiva solo lo necesario, fragmentada en pequeños capítulos que van tejiendo el hilo de la historia, porque, como el autor escribe «No existen los fragmentos en la existencia, los momentos asilados, todo está en relación con todo, todo viene de algo y va hacia algo ineludiblemente» y en esa relaciones, algunas aparentemente ajenas a la historia —y digo solo aparentemente—, se desarrolla el entramado, propenso a la acción, a la violencia, pero también a la reflexión sobre el sentido de la vida, sobre la inexorabilidad de la tragedia que envuelve a seres no siempre marginados por su condición social, sino por su inmoralidad, un entramado, en definitiva, que conduce a un final no del todo convencional, hasta cierto punto inesperado pero, en cualquier caso, hábilmente resuelto por el autor, lo que incrementará el placer del lector a medida que avancen en la lectura de la novela. 

JAVIER SÁNCHEZ MENÉNDEZ. PARA UN ATEORÍA DEL AFORISMO.

20 Martes Oct 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JAVIER SÁNCHEZ MENÉNDEZ. PARA UN ATEORÍA DEL AFORISMO. COL. AFORISMOS. EDICIONES TREA.

No puede resulta extraño que la proliferación que ha experimentado el género aforístico en los últimos años, proliferación de la que la editorial Trea es en gran parte responsable, haga necesaria una permanente sistematización de sus características, definidas, es verdad, desde hace siglos, pero evolucionadas durante la últimas décadas de manera irrevocable, por eso, tal sistematización se nos antoja del todo necesaria y, de hecho, autores como, por ejemplo, Manuel Neila. J. L. Trullo, José Ramón González con su imprescindible Pensar lo breve. Aforística española de entre siglos. Antología (1980-2012) o Javier Recas con el también indispensable Relámpagos de lucidez. El arte del aforismo (2014), han dedicado a tal empeño excelentes páginas. Actualizar tales referencias es lo que procura Javier Sánchez Menéndez —él mismo un consumado aforista con libros como Artilugios (2017), La alegría de lo imperfecto (2017), Concepto (2019) y Ética para mediocres (2020) y un perseverante promotor de esta variedad literaria desde la editorial La Isla de Siltolá— con su nuevas entrega Para una teoría del aforismo, un volumen que es, a la vez, un ensayo sobre el género que cuenta, además, con aportaciones teóricas de excelentes aforistas, y una sucinta y exigente antología. El autor no renuncia, no podría hacerlo, a los antecedentes de conceptualización pone desde el inicio sus cartas sobre la mesa cuando escribe: «Debemos partir, pues, de que todo cuanto se ha escrito sobre el género breve camina por una senda cierta, real y generosa, porque el aforismo merece esa grandeza y precisa, para su reconocimiento, aún más dedicación».

     La primera parte del libro, la circunscrita a la reflexión sobre el género, está dividida en diferentes capítulos y, como parece lógico, en el primero de ellos trata Sánchez Menéndez de definir y acotar el objeto de su estudio. Así, define al aforismo desde variados puntos de vista que se pueden concretar en términos como una «composición literaria breve repleta de pensamiento propio, dotada de la voz personal del autor, de gran carga semántica, filosófica, poética, y de gran coherencia formal», aunque es preciso reconocer que algunas de estas características ha sufrido esas mutaciones de las que hablábamos al principio (la brevedad, por ejemplo, no se adapta a Mario Pérez Antolín y, sin embargo, en sus textos encontramos una carga aforística de gran fuerza expresiva). Pero el aforismo también se puede definir por lo que no es: no es un ejercicio de ingenio vacuo, no es una mera ocurrencia ni algo insignificante, aspectos «tan presentes en los falsos y fallidos aforismos contemporáneos». Como ha visto con buen ojo Sánchez Menéndez, de tal proliferación no siempre se obtienen resultados óptimos. El arribismo no está ausente del ejercicio literario y abundan autores que no desperdician la oportunidad de seguir la moda que proceda con tal de obtener un reconocimiento que, aunque modesto y fugaz, satisface su vanidad, siquiera momentáneamente. Este dar gato por liebre no es, por supuesto, patrimonio del aforismo. Se puede detectar, y nos circunscribimos solo al ámbito literario, en otros géneros como la novela o la poesía, incluso, me atrevo a decir, en la crítica, que no permanece ajena a tal contaminación.

Javier Sánchez Menéndez busca en su ensayo construir no solo un armazón teórico, sino datar los orígenes del aforismo y para ello se remonta a los filósofos griegos como los presocráticos Parménides o Heráclito, Sócrates y Platón, sobre todo el libro Cratilo de este último, en el que nuestro autor encuentra el origen y la naturaleza de los nombres y se afianza en los moralistas franceses, entre los cuales cita a Pascal, La Rochefoucaould, La Bruyère, Chamfort, el marqués de Vauvenargues o Joubert, sin olvidarse de Gracián, y los más cercanos en el tiempo, Nietzsche o Ciorán. No escatima en su búsqueda Sánchez Menéndez indagar sobre los orígenes en culturas distintas a la occidental, así textos de Lao Tse, Confucio o Buda son vistos como antecedentes del género por su poder de convicción, sustentado en frases breves y directas, aunque cargas de simbolismo. «Estos textos antiguos —escribe Javier Sánchez Menéndez— de Lao Tse o de Confucio, y de sus contemporáneos y seguidores, estos aforismos, eran verdades hermenéuticas, verdades metafísicas». Por último, se cita también como antecedente el Evangelio según Tomás, conjunto de manuscritos encontrados en Egipto a mediados del siglo pasado.

     Pero qué ocurre en el presente, podemos preguntarnos. Sánchez Menéndez también se explaya la respecto y no rehúye la crítica acerva al modo en el que nos relacionamos en la actualidad con la escritura. Entresacamos algunas de sus aseveraciones, con las que no podemos más que estar de acuerdo: «Hemos perdido la capacidad de atención y, con ello, los falsos aforismos inundan las redes, porque buscamos la gratificación del instante. Todo cuanto nos haga pensar lo desechamos» o esta reflexión sobre las redes: «Las redes sociales hacen mucho daño al propio acto comunicativo. La comunicación requiere un proceso, un tiempo, y la inmediatez y la instantaneidad  nos acercan a las masas anónimas de perfiles de la mentira», todo lo contrario de lo que exige la escritura, y la lectura, del aforismo, porque, de lo contrario, no percibiremos la carga filosófica que encierra un dicho eminentemente poético en la mayoría de las ocasiones.

Pero en un término como el aforismo, resbaladizo, esquivo, no de fácil delimitación, debe leerse a través de perspectivas diversas, y eso es lo que procura Sánchez Menéndez al dar cabida en su libro a la voz de aforistas como, por citar solo algunos, Jordi Doce, Lorenzo Oliván, José Ángel Cilleruelo,  José Mateos, León Molina, Manuel Neila o Pelayo Fueyo., que enriquecen desde su propia forma de enfrentase al género, las posibilidades de este, aunque todos ellos sean fieles en gran mediad a las características que el autor del volumen ha subrayado a lo largo de su extenso ensayo. Como escribe José Manuel Uría, «El aforismo es una cápsula de pensamiento sintético. Compartiendo raíz con la filosofía y la poesía, libera en quien lo lee los principios activos de la verdad y la belleza. El aforismo será, así, un ejercicio de la razón estética (o ética); el resultado de pensar bellamente ».

     El libro finaliza con una «Muestra de aforismos contemporáneos», una antología (aunque el autor se resiste a denominarla así porque «Una antología implica afinidades electivas, implica desencuentros, implica disparidad. Nuestro único fin ha sido mostrar…»), necesariamente limitada, que recoge aforismos de casi treinta autores, entre los cuales, además de los citados más arriba, mencionaremos a Ramón Eder, Carmen Canet, Elías Moro, lena Dukelsky, Gregorio Luri, Ricardo de la Fuente, Karmelo C. Iribarren, Miguel Ángel Arcas, Mario Pérez Antolín o el recientemente fallecido Miguel Catalán.
  En definitiva, nos encontramos ante un libro que intenta recopilar y ordenar los estudios sobre el aforismo, pero Javier Sánchez Menéndez no desarrolla un estudio de carácter filosófico —por eso hemos hablado de ensayo, visto este como una tentativa—, sino una indagación personal desde los presupuestos estéticos que le confiere ver la situación desde dentro, no en vano es arte y parte del asunto. Resumiendo lo dicho en Para una teoría del aforismo, «En el aforismo nada puede resultar superfluo, cada palabra que lo compone debe poseer el peso necesario, su reducido tamaño nunca se opone a su intensidad, complementa su fuerza. Su forma literaria elemental posee una carga filosófica y poética». Que así sea.

Reseña publicada en El Cuaderno digital: https://elcuadernodigital.com/2020/10/20/para-una-teoria-del-aforismo/

CARLOS JAVIER MORALES. EL CORAZÓN Y EL MAR

17 Sábado Oct 2020

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CARLOS JAVIER MORALES.

EL CORAZÓN Y EL MAR.

COL. ADONÁIS. EDICIONES RIALP

Más que usar la conjunción copulativa que une dos elementos tan dispares como el corazón y el mar, quizá sería más conveniente eliminarla para que la identificación entre uno y otro fuera total, porque leyendo los poemas de esta nueva entrega poética de Carlos Javier Morales (Sta. Cruz de Tenerife, 1967) — autor de una extensa obra, integrada por títulos como “El pan más necesario” (1994), “La cuenta atrás” (2000), “Nueva estación” (2007) o el volumen que recoge una selección de su obra, “Una luz en el tiempo. Antología 1992-2017” (2017)— comprobamos que la audaz analogía se convierte pronto, por el arte del verso, en una personal metonimia. De la comunión de corazón y mar surge el amor, un amor a todo lo creado, un amor que nace impoluto porque las aguas de ese mar borran —o deberían borrar, según el ferviente deseo del poeta— las impurezas del pasado. El arriesgado nadador que personifica al amante, al enamorado, va «a lavar al mar» su memoria, porque «la unión no estuvo nunca en el pasado: / la unión es comunión cuando se vive / un destino común que no termina nunca» y no «basta con mirar el horizonte para lavar la vida». El mar que contempla y que idealiza Carlos Javier Morales no difiere mucho de aquel mar que cantara Pedro Salinas en su libro El contemplado —veremos que el concepto de amor como culminación existencial tampoco se diferencia mucho del concepto que tenía el poeta del 27—, las mismas aguas del Atlántico bañan islas tan distantes.  Lo comprobamos en versos como  estos: «¡Cómo te envidio, isla, / que ves el mar y el cielo de continuo!» o «Hoy toda tú, / isla en medio del mundo, / jamás podrás perderte».

     Un aspecto que resulta muy común a este tipo de poesía celebratoria consiste en personificar distintos elementos de la naturaleza con objeto de establecer con ellos una relación de igualdad. El noble objetivo tiene más que ver con reivindicar la conexión del ser humano con la naturaleza, de alabar la paz y la mansedumbre que produce el contacto respetuoso con ella, pero también, y como consecuencia, tiene que ver, aunque sea por contraste y de manera solapada, con denunciar la degradación a la que está sometida dicha naturaleza. Pero esta naturaleza primigenia, sin contaminar, es también el escenario donde crece y se reafirma el sentimiento amoroso, un sentimiento que vive en el presente («El tiempo era presente, como el mar») en el aquí y en el ahora: «¿Qué fue lo que pasó fuera de aquí? / ¿No es aquí y ahora la verdad / de todo lo que amamos? / ¿No es aquí y ahora / donde estamos tú y yo, / donde transcurre al fin / el tiempo puro?». El propio poeta hallará en sus versos la respuesta a tanta pregunta. El ser amado las despeja — («Mis dudas con las tuyas se anulaban») porque la fuerza del amor consigue romper los barrotes de la celda de la soledad. Un morales arrebatado siguiendo ahora la estela de Aleixandre, escribe: «Tú eres la eternidad. Yo soy el tiempo / que cae cada día en un charco más hondo. / Tú eres la eternidad. Yo soy la carne / llamada a deshacerse. ¡Oh mundo a solas! // Tú eres la eternidad: / solo tu cuerpo rescatará el mío».

     El corazón y el mar finaliza con una cuarta sección que rompe la unidad de las tres anteriores. Los poemas de «En la gran casa» no son ya celebratorios, sino nostálgicos, elegiacos en gran medida: «Y si miro hacia el mar, mi mar de siempre, / hoy solo siento miedo por tanta inmensidad inaccesible». La muerte, antes solo vislumbrada en un horizonte muy lejano, se siente ahora como algo nítido, algo que va tomando forma en el cuerpo de los ausentes: «En este nicho, madre, aún queda algo de ti. / Pero toda tú, entera, estás en mi memoria», porque «Oigo tu voz: tanto en la casa antigua / como en esta cas que un día edificaste / para que yo viviera». Quizá sean estos poemas dolientes los que encierran más verdad de todo el libro, y digo quizá porque el propio poeta alberga muchas dudas, dudas que expresa en estas pregustas cuya respuesta solo él, o la divinidad, conoce, aunque no las resuelva en este libro, como fiel devoto de la religión de la armonía del mundo: «¿Es la imaginación? ¿Es la memoria / la que te entrega rosas rojas / antes de bailar juntos? / ¿Es tan solo un juguete psicológico / el que te da, el que me da la vida cada día? // ¿O es la imaginación y la memoria / la fuente del saber más verdadero , / la imagen más real de lo invisible, / el latido de Dios en lo más hondo?». El poeta, para Morales, es una especie de mediador entre el ser humano y la naturaleza, y la escritura de poesía obedece a la necesidad de dar respuesta a los interrogantes que la compleja realidad plantea. El esto queda en manos del lector.

Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, 16/10/2020

PEGGY ROBLES-ALVARADO. CUANDO ME CONVERTÍ EN LA PROMESA

15 Jueves Oct 2020

Posted by carlosalcorta in Versiones

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Peggy Robles – Alvarado

Cuando me convertí en La Promesa

 

Por cada enfermedad inesperada que requiera seguro médico,

por cada aborto espontáneo del segundo trimestre, por cada caos causado

por el desempleo, por cada desalojo inminente, por cada orden de arresto

no llevada a cabo las mujeres de mi familia hicieron promesas a estatuas

de yeso adoradas en apartamentos abarrotados con ron

vertido sobre linóleo, velas durante nueve días expeliendo hollín negro

hasta que la mecha se agotó, el agua de Florida perfumando puertas

y nucas.

 

Promesas: trueques / contratos con un Dios al que no prometieron

cambiar para apaciguarlo siempre / cuencos de fruta / bolsas de papel llenas

con caramelo de coco y caserolas de ajiaco / a la izquierda en intersecciones transitadas,

un roble en el parque High Bridge, la entrada del distrito 34,

y cuando mar pacifico y rompe saraguey se negaron a crecer

en los alféizares de Washington Heights, el más joven se convirtió en parte del gremio.

 

Impecable e inconsciente: prima Mari enfadada por tener que vestirse

de verde y rojo durante veintiún días para paralizar la entrada en la cárcel al Tío Pablo / Luisito rascándose una tobillera hecha de seda de maíz trenzada para ayudar

a que tía Lorna encuentre un nuevo trabajo / y no me cortarán el pelo hasta que a Papi

le extirpen el tumor.

 

Recogidos en moños apretados o coletas seccionadas, cayendo mucho más abajo de mi

cintura cuando los peinados asimétricos estaban de moda, sin darse cuenta de mi corona hice la coerción necesaria para sacar una masa de un colon,

agarré las tijeras de podar de mi hermano mayor, pasaron cuchillas sedientas

por mi sien derecha en la parte posterior de la oreja, masajeé la suavidad

que emergió como mechones caídos sobre los azulejos del baño. Mi deseo de imitar

el estilo libre icono cuyos álbumes mis primos y yo rayamos en viejos tocadiscos, apostando contra el intestino grueso de Papi.

 

Mi mano vacilante: un puño

en el rostro de Dios.

 

Versión de Carlos Alcorta

 

 

 

 

 

 

 

JUAN LOZANO FELICES. MEMORIA DE LO INFINITO

13 Martes Oct 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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JUAN LOZANO FELICES. MEMORIA DE LO INFINITO. EDITORIAL SAPERE AUDE

Aunque comenzó a publicar su obra de manera más afinada rondando los cincuenta años, a Juan Lozano Felices (Elche, 1963) lo podemos encuadrar, por edad y por evolución poética, en la rama de la llamada poesía de la experiencia dentro de la generación de los ochenta —su primer libro, Tempo di valse es de 1987—. Muchas de las características de su poesía coinciden con las de ese grupo: la cotidianidad como escenario de su sentir, la dicción clara, el respeto a los rangos formales de la tradición, cierto grado de confesionalismo que se traduce en morigerados lamentos elegiacos, la indagación metapoética y un culturalismo no impostado, inscrito en sus propias vivencias, por citar solo algunas.

     Memoria de lo infinito es un libro que solo se puede escribir desde la madurez que el paso del tiempo otorga al ser humano. Esa madurez es la que acentúa el afán reflexivo, la mirada benevolente hacia el pasado o el entusiasmo contemplativo, necesario para ver la realidad no como un cúmulo de incertidumbres que conduce a la frustración personal, sino como el lugar en el que nos identificamos con cuanto nos rodea, el lugar que nos brinda la oportunidad de cumplir los sueños. José Luis Zerón, autor de un extenso y determinante prólogo, despeja muchas de las claves de este libro, desde la influencia que han ejercido en sus versos poetas meditativos como Cernuda, Juan Luis Panero o Francisco Brines, hasta otros más líricos como Juan Ramón Jiménez, sobre todo cuando reflexiona sobre la fugacidad de la vida humana y  el devenir intemporal de las naturalezas muertas, de las cosas, un paralelismo nada complaciente. Sin embargo, como expresa Zerón, hay en la poesía de Lozano otros aspectos que le confieren una personalidad propia: «sin abandonar el espacio cotidiano, se va haciendo más compleja, honda e introspectiva. El poeta transita, entre el escepticismo y el asombro, las sendas convencionales e imaginadas de la realidad con un acopio de referentes simbólicos oblicuos. El discurrir del yo cohabita con el pasado idealizado y con un mundo presente en descomposición».

     El libro está divido en cuatro secciones no estancas, todas ellas están íntimamente relacionadas. Así, la búsqueda de las palabras que den fe de lo vivido, que hagan memoria de lo infinito, como vemos en estos versos: «Y busca entonces palabras que sirvan / para fundir el hielo con su calor hermoso. / Pero cuida bien de no romper la cadena / de los recuerdos, ese cristal raro / llamado nostalgia», se sucede en la siguiente sección, «Traspaso de poderes», que comienza con estos versos: «Escribo para tomar posesión / de aquello que perdimos». La escritura es vista como una práctica que permite hacer frente a la dictadura del olvido, la palabra es cómplice de la memoria y, gracias a esta, se mitiga el efecto perverso de la nostalgia. Juan Lozano habla en un poema de que «el doble fondo de la melancolía / es una forma de clarividencia», pero el quid de la cuestión reside en el sesgo que adquiera esa clarividencia. Lozano parece inclinarse por una visión, sino catastrofista del futuro, sí poco halagüeña, como delatan estos versos: «Definitivamente, lo sabes, / se han ido los tiempos galantes / en que sobornamos al mundo. / Se han ido los héroes / de sueños clavados en los brazos, / aquellos que derrocharon sus herencias / como si no tuvieran un pasado», acaso por esa razón, el poeta pone los pies en el suelo y renuncia a idealizar la realidad vista solo a través de la escritura. El poeta es un hombre común, un hombre consciente de sus responsabilidades y desea desprenderse de esa aureola que ha puesto en su cabeza los románticos (la casa museo que compartieron Shelley y Keats en Roma es visitada en otro poema), el poeta no quiere ser un poeta maldito, quiere «pertenecer a un club selecto, / jugar al pádel, tener seguro de vida, / permitirme cierta discrecionalidad / en los afectos y en las inquinas».  Ha sufrido en propia carne la decepción a la que conduce una excesiva confianza e las palabras y ahora ya no se fía «de los poemas / que parece que lo dicen todo, / que no quieren milagros / ni celestes invitaciones. / Solo quiero un rastro claro / que seguir sobre la nieve / y calcular la profundidad del alba / por una brazada de leña». Pese a constatar ese fracaso, el verdadero poeta no puede resignarse, porque sería traicionar su verdadera esencia, sería, en suma, un vulgar impostor. En el poeta verdadero vida y poesía están ligadas inexorablemente y Juan Lozano lo sabe, por eso escribe: «Con la vida, después de todo, / pasa como con los poemas, / que siempre encontramos / aquello que no hemos ido a buscar». El libro finaliza como una especie de tour de force. Con él intenta desmotar el componente elegiaco que prevalece en toda su poética, saltando sin red hacia una realidad alegórica que en algunos aspectos nos recuerda el mundo bien hecho de Guillén. Es un buen colofón que pretende dejar en el lector un buen sabor de boca, y ojalá lo consiga, a pesar de que la propia realidad se ocupa impunemente de desmentirlo.

Reseña publicada en el suplemento Sotileza de El Diario Montañés, el 9/10/2020

JORGE HERNADEZ DIAZ. SALUDOS A LA LUNA

10 Sábado Oct 2020

Posted by carlosalcorta in Versiones

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JOSE HERNANDEZ DIAZ

 

SALUDOS A LA LUNA

A veces deseo que mi español sea mejor

Hasta llegar al punto de poder hablar sin

Tener que pensarlo. Me las puedo apañar, confía en mí,

Pero es complicado. Como ese restaurante de moda en el centro:

Español chapurreado. Sería estupendo escribir poemas en español

O incluso en una mezcla de ambos idiomas. Pero mi instinto, parece,

Es apoyarme en el idioma que he dominado. Por ahora, al menos,

Puedo incluir una palabra, aquí y allá, como tesoro.

El lenguaje es un tesoro. La luna, tesoro. Las hojas: tesoro.

Mi ordenador siempre señala las palabras en español como mal escritas.

Quiero decir, todo bien. Hasta la última palabra.

En mi vecindario o barrio, es mayoritariamente mexicano o

Mexicano americano. Cinco pandillas en el barrio.

Nunca he tenido un problema. También hay muchos trabajadores,

Obreros de fábricas. Sin pretensiones. Coraje. Muchas ganas.

Muchos han servido o sirven en el ejército y aunque

Soy muy liberal, no los juzgo porque, honestamente,

Si no me hubiera topado con la escritura en la escuela secundaria,

  probablemente

También me habría alistado, no había otras muchas opciones.

Nunca sé como terminar un poema, especialmente un poema

Que no esperaba escribir, pero usaré algunas otras

Palabras en español: adiós. Adiós al sol y al horizonte,

Esta noche. Saludos. Saludos a la luna con su esplendor tan brillante.

Versión de Carlos Alcorta

 

 

RAFAEL SOLER. NECESITO UNA ISLA GRANDE.

08 Jueves Oct 2020

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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RAFAEL SOLER. NECESITO UNA ISLA GRANDE. EDITORIAL CONTRABANDO

Los protagonistas de Necesito una isla grande, la reciente novela de Rafael Soler (Valencia, 1947), novelista de amplia trayectoria, pero también poeta —en Leer después de quemar (2018) reunió una selección de sus poemas— no son personajes habituales. Suelen, en caso de participar de forma directa en el desarrollo de la narración, hacerlo en papeles secundarios, cuando no marginales, y es que en esta novela estamos hablando de un grupo de ancianos («Cinco ancianos se fugan de un asilo con lo puesto», se titula un capítulo) enredados en un esperpéntico viaje —siempre hay unas buenas dosis de humor en la escritura de Soler— que, si no de iniciático tiene algo, gracias al acicate de una ilusión renacida, de búsqueda de la eterna juventud, un viaje —sin necesidad de desvelar la trama argumental, que se verá truncado por esa presencia que ronda la existencia, más cuando esta ya tiene a sus espaldas una larga travesía, la muerte, una muerte asumida con la que confraternizan El Pulga, Rocky o Tomás.

   La novela, una especie de Road movie, se estructura en dos planos, el que narra los acontecimientos que se van sucediendo con cierta lógica, y decimos cierta porque a Soler le gusta hacer uso del humor —el caudaloso uso del lenguaje lo respalda— , y el humor, lo sabemos, roza lo ilógico, lo irracional, como esas mudas conversaciones que tienen los muertos, muertos que parecen sentir y padecer aun tiempo después de convertirse en cadáveres, porque «la verdadera muerte llega así, Tomás, con el olvido». Evidentemente, la trama se sostiene en hechos perfectamente verificables, por emociones reales y, por ende, contradictorias, por peripecias, algunas irreverentes, que se suceden gracias a un golpe de suerte, narradas por nuestro autor con dinamismo y ternura, porque, conviene decirlo, la ternura y el placer de vivir una aventura  sobrevuelan por encima de la nostalgia y de acuciantes dolores físicos. El objetivo es despilfarrar los últimos momentos de unas vidas que, en el reducto casi militarizado de la residencia, han sido domesticadas por completo. Por esa razón, el viaje en pos de una isla grande posee la misma justificación, al menos literaria, que el viaje a la isla del Tesoro, aunque también nos recuerda en cierto modo al Cortázar de «Una isla al mediodía».

     El segundo plano de la novela lo forman las notas que va tomando Carmina que ejerce como notario de las vicisitudes del viaje y cuyas reflexiones denotan, esta vez, sí, mucha nostalgia. En las notas traza además rasgos de la personalidad de sus compañeros de viaje con una visión panorámica, como si se adentrara en la mente de cada uno de ellos, que recoge experiencias del pasado. Así, escribe: «A Tomás y a Nepo les gustaban las islas, mucho. Tanto que cuando no tenían una mano a mano, si la inventaban. Islas volcánicas, con una playa que había que recorrer de puntillas, tan escasa era la arena y tantos los guijarros negros y la lava». Como era previsible, estos planos se entrecruzan y la doble ficción que soportan las anotaciones, servirá de guion para un programa radiofónico, real en la ficción de la novela, lo que no deja de ser un logrado ejercicio metapoético que pone justo colofón a esta excelente novela.

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