
MÓNICA MANRIQUE DE LARA. DEVOCIÓN DE LAS OLAS. ISLA NEGRA EDITORES/CRÁTERA EDITORES
No es del todo infrecuente que dos editoriales aúnen esfuerzos para publicar un libro, más sí, como es el caso, se simultanea la edición en dos continentes. La editorial puertorriqueña Isla Negra y la valenciana Asociación Literaria Crátera han publicado conjuntamente Devoción de las olas, título que se puede considerar el primer libro poético de Mónica Manrique de Lara (Granada, 1974), un primer libro, sin embargo, que poco tiene de tal, porque es fácil comprobar que detrás de estos poemas hay años de dedicación poética, de afinamiento del oficio de poeta, probablemente alimentado también por su dedicación profesional a la docencia. En cualquier caso, Devoción de las olas (hermoso título, por cierto) nos presenta a una poeta ya asentada en su madurez creativa que ha sabido encontrar en símbolos universales asociados a la naturaleza el correlato perfecto para expresar sus emociones. Esta identificación se hace evidente desde el primero poema, el titulado «Prólogo», en que la poeta entre en comunión con elementos naturales como la lluvia, las olas o la arena: «Soy la lluvia mecida por las olas, / soy la arena que asciende del cieno en la orilla que me borra, soy la lluvia, / pescador, caminante, sirena», pero no es solo ella quien se reviste de propiedades físicos prestados, también el receptor de su amor es glorificado con similares atributos: «amor mío, torso desnudo de lluvia y silencio, / gira la luz para mí con tus labios, / es el momento de hacernos invictos». Resulta evidente que Mónica Manrique de Lara ambiciona proclamar la fuerza del amor y para ello se ve obligada a dignificar las fuerzas naturales: «hay un caudal de sol ensimismado en la materia / cuando la noche encarcela sus formas», escribe y personificar sus facultades. La plenitud del cuerpo del amante es «un lugar inalcanzable / que me transforma en turbado espejismo, / la irrealidad he de ser yo / porque tú eres el sendero y el sentido […] Toda tu huella es agua».
El poder simbólico del agua adquiere en estos versos otro significado, no muy alejados de los que la relacionan con la creación y la destrucción, con la pureza y el amor, pero aquí, combinada con la luz y la claridad, vinculada al nacimiento y consolidación del deseo. Las aguas, bien en forma de mar —ese mar que es «camino del cielo»— o de laguna se alían con esa luz que «quedó anegada en la mirada, / ese exceso cegaba mi cuerpo, / cultivábamos los llanos del deseo / y el arado asomaba las sombras». En esa dicotomía simbólica del agua, la que opone por ejemplo la creación a la destrucción, es similar a la que Mónica Manrique de Lara establece entre los amantes: Ella cauce donde todo fluye y él aún agua no nacida, estancada, condensada en la nube: «¿Qué puedo hacer por llegar hasta ti / siendo yo el cauce desnudo y tú el agua / de nube tersada en el cielo».
En la última sección de libro, «El fondo del agua» —las dos precedentes se titulan «El sendero» y «Las manos», la identificación entre el ser amado y la naturaleza se extrema, como podemos comprobar en estos versos: «creí que me agarrabas y era el viento, / vuelvo a encontrarme en el espejo de un arroyo, / de la maleza esta última imagen nacida del cieno, / ahora ya eres el cantar de mis desvelos, / eterna fuente de versos y sueños». El ser amado es fuente de inspiración, como, salvando las distancias, le ocurría a san Juan. Ahora, además del agua, otra fuerza elemental, el viento, parece representar la armonía de la existencia que origina el amor. El poema «Reflejo de sol marino», que transcribimos completo, abunda en esa percepción: «Ay amor, eres como el viento, / por eso tiembla el charco / con el reflejo del sol en su fondo, / la luz es alargada hasta las olas, / todo mi cuerpo ante la sombra 7/ de tus brazos, amor mío, / eres tú como el viento, / vas fraguando en las mareas / mi destino, / dejas caer la dulce flor desde lo alto».
Devoción de las olas además posee un carácter circular, como atendiendo al viejo axioma de que nada muere, solo se transforma. Así, el poema inicial tiene su réplica en el poema «Epílogo», con el que finaliza el libro y si en el primer poema como tal del libro, animaba a un Lázaro resucitado a caminar, su réplica comienza diciendo «Detente, ahora, mi Lázaro amado». Agua y luz son también uno: «el agua alumbra» y la prevalencia del amor, conclusión final del libro, ese erige por encima de cualquier signo material, es algo inefable, es «elipse de viento».