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Archivos mensuales: mayo 2013

JUAN MANUEL PUENTE. PINTOR DE HORIZONTES

30 jueves May 2013

Posted by carlosalcorta in Artículos

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JUAN MANUEL PUENTE, PINTOR DE HORIZONTES.

No me encuentro en disposición de corroborar si el axioma rilkeano, “la verdadera patria del hombre es la infancia”, convertido ya en un lugar común, es verdadero. Creo que una afirmación semejante necesita de algunas matizaciones capaces de subsanar sus limitaciones ontológicas. En el transcurso de la vida humana, en cada una de sus porosas etapas suceden hechos —tanto de carácter histórico como personal— que adquieren una relevancia posterior difícil de ignorar, lo que me lleva a pensar que esa “patria del hombre” no la conforma sólo la infancia y sus fluctuantes demarcaciones —niño y adulto simultáneamente no se conciben como etapas estancas, sino realmente descubriéndose en presencia de ese otro que aún no hemos dejado de ser—puesto que determina la vida de cada uno con una intensidad variable, sino también aquellas vicisitudes de orden íntimo que se producen en determinados momentos de la vida, a cualquier edad, aunque tengamos por cierto que uno es menos maleable a medida que madura, porque quien no cambia y se adecua a las circunstancias que le ha tocado vivir está condenado a que éstas le engullan, le acallen, le extraterritorialicen.

Es muy probable que, sin embargo, como insinúa el poeta, sean los años en los que transcurre la infancia los que determinen de una forma más rotunda nuestro carácter, pero aun concediendo veracidad a esta propuesta, la infancia no es una masa marmórea, casi impenetrable, muy al contrario, la diestra mano del tiempo irá modelando ese carácter del que originariamente han dibujado un esbozo las aptitudes artísticas, las inclinaciones religiosas, la propensión a la soledad incentivada por esa creencia común de ser diferente a los demás de la que uno es consciente cuando los intereses propios en nada comulgan con los del resto de los compañeros de colegio o los amigos de la pandilla. De la influencia que ejerzan estas diferencias, de su asimilación surge, por una parte, el individuo narcisista y egocéntrico para quien todo debe girar a su alrededor y, por otra, el individuo excluido que gracias a la fantasía y al afecto de los suyos va creando su naciente identidad. Soy de los que creen que el entorno en el que nace y progresa un artista no marca a fuego su destino, pero es indudable que el medio socio económico en el que crece y, por tanto, las posibilidades de acceso a la cultura y los estímulos externos que acentúan esa temprana dedicación son indispensables para que ésta se consolide y pueda entonces emprender su propio camino, liberado ya de esas rémoras iniciales.

No pretenden estas palabras articular un discurso apologético sobre la figura de Juan Manuel Puente porque, entre otras cosas, muchos de ustedes lo conocen mucho mejor que yo, desde que era un niño. Sólo intentan dejar testimonio de la singularidad que supone el que en un ambiente, sino hostil, sí indiferente, se forje un temperamento artístico y tome forma esa “ingente curiosidad de misterio” de la que habla Gerardo Diego. Es preciso preguntarse por las causas que contribuyen a que esa vocación se afiance, teniendo en cuanta la carencia casi total de ejemplos críticos que aleccionen al inexperto pintor. Es necesario reconocer el vigor de esos primerizos deslumbramientos y la fuerza de voluntad posterior para ser capaz de vencer vacilaciones, incertidumbres, tentaciones de abandono, privaciones y fracasos.

Llega un momento en el que uno se plantea lo que quiere ser en la vida, y no me refiero ahora a elegir una profesión, sino a algo mucho más profundo, al tipo de persona que se intentará ser, porque una cosa es ejercer y otra mucho más trascendente es ser, y creo que Juan Manuel Puente desde muy pronto fue consciente de esa expectativa. Tal vez desde sus primeros bosquejos con el pincel, cuando salía con el caballete, el lienzo y los óleos a pintar por los campos de Mazcuerras, a capturar la esencia del lugar, siguiendo el ejemplo de tempranos maestros, los paisajistas montañeses como Agustín Riancho, Casimiro Sáinz o Manuel Salces.

En una sociedad como la de aquella época, en la cual las posibilidades de adquirir una educación estaban estratificadas en función de la clase social a la que pertenecías, cultivar el talento artístico significaba una opción arriesgada, suponía —algo que, por otra parte, ocurre también hoy en día— disentir con las patrones dominantes, por eso es aún más elogiable la determinación de Juan Manuel Puente, la fidelidad a sí mismo, a sus sentimientos y a la atracción subjetiva del arte, en contra de creencias y valores colectivos, de perniciosas rutinas cotidianas. No quiero trasladarles la opinión de que sólo gracias al instinto creativo se puedan solventar todas las dificultades, ni menospreciar la labor del maestro y la influencia de la escuela, lugar en el que el niño que era entonces recibió los conocimientos que contenía la Enciclopedia Álvarez, vademécum de todas las materias de estudio, compendio del saber, panegírico del adoctrinamiento ideológico que, sin embargo, facilitaba las fundamentos para que un espíritu inquieto como el de Juan Manuel profundizara en el conocimiento de alguna de las biografías ejemplares que dicha enciclopedia resumía. Por aquellos años, en 1955, fallecía Concha Espina, escritora tan ligada a esta tierra, y me atrevo a pensar que dicho acontecimiento luctuoso serviría para ensalzar merecidamente su figura, algo que al niño Juan Manuel no le pasaría desapercibido. “¿En qué modo, hasta qué punto es un maestro, un pedagogo responsable de los actos de sus discípulos?” se pregunta George Steiner. Creo que no existe una única respuesta, más bien al contrario, cada discípulo lleva en su interior un argumento que refuta o corrobora cualquier opinión al respecto. Hay influencias benefactoras, y conviene mencionar aquí el gesto de Albert Camus, premio Nobel en 1957, quien dedicó el premio a su maestro, Louis German, y existen otras influencias, son demasiados los ejemplos para enumerarlos y todos guardamos recuerdo de alguno de ellos, castradoras, de las que sólo con una asentada convicción en el trabajo puede uno librarse. La mayoría de los aspirantes a ser artistas no poseen unos dones especiales, por eso, tras continuos intentos infructuosos, una parte nada desdeñable se queda en el camino, renuncia a la pretensión de labrarse un porvenir dentro del arte, aunque actualmente, por culpa de esa nefasta opinión que considera que en arte “todo vale”, la falta de talento no resulta un impedimento insalvable para tener éxito en alguna de las facetas en las que el arte está parcelada, ítem más, el descaro, la arrogancia, la ignorancia y la ineptitud bien gestionadas por los mercaderes del arte son presentadas a la sociedad de consumo como destrezas excepcionales. Estas operaciones mercantiles pretenden hacernos creer que cualquier cosa creada por esa especie de “buen salvaje” que crea según unos códigos primitivos ajenos a la experiencia estética fraguada a lo largo de los siglos representa el ejercicio más sublime de la contemporaneidad. Esta presunción ilusoria prevalece hoy sobre aquellas obras que nacen de la exigencia personal, de un espíritu en ebullición, en permanente lucha con sus propios demonios que se enfrenta a la obra en construcción cargado de incertidumbres, que desoye el aplauso del público, que cuestiona en cada pincelada la esencia de su propia forma de ver el mundo, como le ocurre a Juan Manuel Puente, un pintor creado a sí mismo con una honestidad y una constancia desacostumbradas, lo que le permite aportar una mirada inédita sobre el paisaje, sobre la naturaleza, sobre su conciencia. Sólo un reducido número de artistas poseen un nivel de entrega, de rigor y de autoexigencia como el que demuestra en cada lienzo Juan Manuel, empeñado en pintar “moralmente”, porque la realidad, aunque sea desagradable, resulta siempre estimulante cuando uno no se deja deslumbrar por las apariencias. La verdadera realidad exige al pintor verdadero, y Juan Manuel Puente ha demostrado ampliamente que lo es, penetrar en los detalles y no dejarse engañar por lo que parece ser pero no es. La realidad se ensancha con la mirada, pero la frivolidad de gran parte del arte moderno se conforma con la repetición de clichés que han perdido todo sentido trascendente, este arte se ha convertido en esclavo de los ojos de un espectador consuetudinario.

Ese niño, ese adolescente que se levantaba temprano, estuviera el día frío y nublado o ya con una claridad incipiente, acompañado por un sol benéfico o inmisericorde que broncea la piel, agrieta la madera muerta de los muebles y desluce las cortinas, para percibir la extraña libertad que proporciona sentirse parte de la naturaleza; ese muchacho absorto en sus meditaciones, alteradas sólo por el canto de los pájaros, por el mugido de una vaca, por el traqueteo de una yunta perseguida a lo lejos por los ladridos de los perros encadenados, es capaz de percibir los distintos colores del cielo o de las frías aguas del arroyo, de un tren de nubes o de las hojas tendidas en las ramas de un árbol, ahora resplandecientes de luz, después más verdes y sombrías, porque la luz excesivamente intensa, la luz que deslumbra se acaba convirtiendo en esa solitaria oscuridad interior de la que procede la creación artística. Esa luz, ahora fraguada en la oscuridad es la que mueve los pinceles en la obra de Juan Manuel Puente, porque Juan Manuel pertenece a esa clase de hombre que ha elaborado meticulosamente un plan y lo lleva a cabo sistemáticamente. Un plan que no se reduce solamente a su labor creativa, sino que se extiende a dar voz a otros artistas, algo que viene haciendo durante más de 25 años como director de la Galería de Arte Robayera en el cercano municipio de Miengo. Tanto su pintura como su actividad cultural son un orgulloso tributo a ese plan, a su propia realidad. Fiel a los dictados de su verdad interior, a su origen, a su experiencia, Juan Manuel jamás se ha dejado tentar por los cantos de sirena de un arte decorativo. De dónde proviene ese arraigado convencimiento en la naturaleza sagrada del arte no lo han logrado desentrañar sesudas teorías y  es algo que yo, modestamente, sólo puedo intuir. Él tiene la llave de ese cofre y quien quiera abrirlo sólo debe admirar atentamente la ejecución de cada una de esas obras lentamente trabajadas, ahora sí, en la intimidad de su estudio. Elegir el camino de la autenticidad no está exento de riesgos ni, como pudieran pensar los más ingenuos, garantiza la satisfacción personal con lo logrado. Al verdadero artista, a un artista como Puente, le asaltan, a cada paso que da, esas dudas imprescindibles para evolucionar en busca de la imposible obra perfecta, esa obra que justifique todos los sacrificios a los que se ve sometido el artista, esa obra que no existe.

Hablar de un amigo antiguo no es nada fácil. Hablar desde el cariño, el afecto y la admiración fraguados a lo largo ya de tantos años provoca una invasión de recuerdos y emociones que uno debe mantener a raya, por eso, y para acabar, sólo quiero darle las gracias a Juan Manuel Puente por haberme permitido disfrutar de su amistad, de su honestidad, de su cordialidad, de su profundo sentido común, no exento de ironía, por haberme permitido compartir su pasión por el arte y por la vida, tan indisolublemente unidos que son una misma cosa. Mi más sincera enhorabuena.

Carlos Alcorta

 

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JASON SCHNEIDERMAN. FUMAR ES ADICTIVO

23 jueves May 2013

Posted by carlosalcorta in Versiones

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JASON SCHNEIDERMAN

FUMAR ES ADICTIVO

es sorprendente cómo la muerte
está siempre a la vuelta de la esquina,
o ni siquiera tan lejos
como eso, escondida en esos pequeños placeres
por los que algunos de nosotros llegaríamos
tan lejos como para decir
que son los únicos
que nos mantienen vivos

VERSIÓN DE CARLOS ALCORTA

PILAR BLANCO. CON LA CAL EN LOS DEDOS

21 martes May 2013

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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PILAR BLANCO. CON LA CAL EN LOS DEDOS. ANTOLOGÍA (1982-2010). COL. PROVINCIA. LEÓN, 2012

Hacer un recuento, una selección no resulta tarea fácil cuando la trayectoria es tan dilatada en el tiempo y la suma de la obra publicada es tan copiosa como es el caso de Pilar Blanco, más aún cuando esa selección la realiza la propia autora. Cuando leo una antología personal, y Con la cal en los dedos. Antología (1982-2010) lo es, siempre me pregunto de qué manera la visión actual de la poeta puede condicionar la recopilación, qué tipo de experiencias salvará de la poeta que era entonces, hace casi treinta años, en el libro que nos ocupa. Existen poetas que se limitan a ordenar cronológicamente una serie de poemas entresacados de sus diferentes libros, en mayor o menor cantidad, atendiendo a criterios estrictamente íntimos; otros poetas aprovechan para, a la vez que se leen de nuevo a sí mismos, consumar un juanramoniano afán de poda y renovación, corrigiendo lo que, visto ahora, acaso consideran anacronismos, ya sean formales o semánticos. No hay una opinión unánime sobre cuál de las dos opciones resulta ser la más conveniente, sobre cuál de ambas respeta de manera más fiel la voz del autor, a quien, cuando se decanta por la segunda opción, se le acusa con frecuencia de tergiversar su itinerario poético, de falsear su origen literario. No vamos a extendernos en enjuiciar una decisión que, a mi parecer, debe quedar exclusivamente en manos del autor, autor que al asumir sus propias responsabilidades en la elección, está ofreciendo al lector aquellos poemas que proponen lo mejor de sí mismo, porque la maduración personal lleva implícita una mayor experiencia vital y un mayor rigor en el juicio estético.  “La mujer que se esconde/ detrás de estas palabras como el fruto/ del almendro o la promesa tierna que eriza los castaños/ no tiene ya otra voz/ que este oficio insensato de decirse”, escribe Pilar Blanco en el poema titulado «La fiebre», incluido en El jardín invisible, último libro, si exceptuamos varias plaquettes posteriores, publicado hasta la fecha. Ese «oficio insensato de decirse» es el que ha ido alimentando la escritura de la poeta a lo largo de estos casi treinta años de indagación poética a través de la palabra, de sus escurridizos significados y las comprensibles desavenencias estéticas que puedan surgir entre quien fue en el pasado y quien ahora se enfrenta a sí misma leyéndose, mirándose en el espejo de la página. Estoy seguro que inclusiones y exclusiones son fruto de una necesidad imperiosa de comprender los secretos de la existencia, y esto es lo que el lector debe reconocer, más allá de cuestionar si la elección que la poeta ha realizado coincide con la suya propia. En «Invitación a la experiencia», un breve conjunto de reflexiones que Pilar Blanco ofrece como preámbulo a los poemas y que podemos leer como un ejercicio de reflexión metapoética, nos dice “que escribir es en cierto modo perder. Y encontrar algo a cambio”. Este constante proceso de pérdida y de descubrimiento es uno de los ejes en los que se engarza la poesía de Pilar Blanco, lo que podemos constatar, entre otros, en el poema «Viajero de sí mismo», el cual comienza con estos versos: “No encuentro. Busco/ horado montañas buscando/ pero no encuentro. Atravieso desfiladeros de preguntas,/ barrancos insondables/ donde se pierde el aliento en sucesivos vértigos,/ donde la voz se precipita desde su altura en un afán inútil”. Pero la búsqueda no se circunscribe sólo a aspectos formales o externos, el proceso indagatorio se interna en  una exploración ontológica que tiene en la conciencia de la temporalidad su mayor referente. Como acertadamente ha visto Ricardo Virtanen en el magnífico y profundo ensayo que prologa esta antología, “El fin último de su poesía se centrará en la búsqueda de las cosas esenciales de la vida a través del lenguaje, de la poesía que avanza hacia la esencialidad desde una identidad dimensionada”. Virtanen hace una disección clarificadora de cada una de las etapas que han configurado el mapa poético de Pilar Blanco. De su poesía nos informa que “evoluciona desde la voz y el ensimismamiento de los primeros libros (hasta la publicación de A flor de agua) al silencio y la búsqueda de una identidad propia”. Hay quien sólo es capaz de reconocer su rostro verdadero en la escritura, quien sólo en la escritura es capaz de pensarse con nitidez. Pilar Blanco utiliza el lenguaje, la palabra como herramienta de conocimiento, pero no deposita en este material tan dúctil todas sus esperanzas, porque el poema es un artefacto verbal, y como tal padece unas limitaciones que impiden al autor aprehender la realidad en todo su esplendor —algo, por otra parte, del todo innecesario, porque reduciría la creación a una mera imitación, aunque sea moralmente devastador.

La trayectoria poética de Pilar Blanco, con ocho libros publicados y varias plaquettes, a los que hay que añadir una ristra de poemas inéditos que certifican la construcción personal (con influencias, como no podía ser menos, de varia lección: Quevedo, Manrique, Valente, Gamoneda, Brines, Jabes, etc) y jalonada por importantes premios como son el «Miguel Hernández»,  el premio «San Juan de la Cruz» o el «Alegría-José Hierro» que han refrendado una manera muy personal de concebir el acto poético, se puede apreciar en toda su intensidad en Con la cal en los dedos. Antología (1982-2010), publicada en la benemérita Colección Provincia de Poesía, en la que, en su fructífera historia, tantos libros de referencia se han publicado. Además esta antología posee un valor añadido, el estudio introductorio escrito por Ricardo Virtanen, que resulta indispensable para aquellos lectores inquietos que no se conforman con leer los poemas, sino que ambicionan comprender los misterios que la creación poética es capaz de revelarnos.

Carlos Alcorta

ALEX CHICO. UN LUGAR PARA NADIE.

17 viernes May 2013

Posted by carlosalcorta in Reseñas

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UN LUGAR EN EL MUNDO.

ALEX CHICO. UN LUGAR PARA NADIE. COL. LUNA DE PONIENTE. EDITORIAL DE LA LUNA LIBROS, 2013.

¿Puede existir un lugar tan inhabitable como para que nadie quiera vivir en él? Sin duda, existen cientos de lugares que, por razones diversas, se mantienen vacíos o desiertos, o son sólo lugares de paso en los que la permanencia se torna imposible, en los que uno puede perderse y vagar infinitamente, como si careciera de destino o el destino, más allá de una localización determinada, fuera restituir al cuerpo esa porción de realidad que la soledad nos hurta.  Son lugares para nadie, pero ¿cuál es el lugar para nadie que describen los poemas de Alex Chico en su último libro? Aventuro que, más que un lugar geográfico, se trata, en este caso, de un lugar interior sin fronteras visibles, un lugar inhabitable por incorpóreo, que la memoria del poeta va construyendo con el recuerdo de otros lugares físicos y mentales.

Un lugar para nadie (La luna de poniente, 2013) el último libro de Alex Chico— autor que ha publicado anteriormente los libros La tristeza del eco (Editora Regional de Extremadura, 2008) y Dimensión de la frontera (Isla de Siltolá,2011), además de las «plaquettes» Nuevo alzado de la ruina, Escritura y Las esquinas del mar— está dividido en cuatro partes. Los poemas que componen la primera de ellas, «Sur la Sorgue», están plagados de lugares reconocibles para quien visite esa región de la Provenza francesa. Un molino, la terraza de un café, las gradas de un anfiteatro, una iglesia, un río. En todas ellas hay un hombre que mira, que observa lo que ocurre a su alrededor. Da la sensación de que la mirada hacia el exterior construye su mundo interior, al que no es extraño la mirada de los otros. ¿Somos como creemos que somos o como los demás nos ven? “Soy, en su mirada, sólo un punto humano/ en un decorado antiguo”, escribe en el poema titulado “Sucede”. Esta mirada reveladora no está exenta, a veces, de incurrir en cierta distracción, porque algo que miramos sólo parcialmente es capaz de evocarnos un paisaje mental equivocado. Acaso eso ocurre cuando observamos, no del natural, sino cuando el paisaje se nos muestra a través de una fotografía, porque ésta ha inmovilizado sólo un fragmento de realidad que pierde su ubicación si no la relacionamos con su entorno. En cualquier caso, más que suponer una merma, lo que provoca en la escritura del poeta esa fragmentación resulta beneficioso, porque la perspectiva impuesta le permite recrear en su imaginación formas o lugares insospechados, lo que no hace más que enriquecer el botín de la mirada.

La segunda parte, titulada «Ischia», nos traslada a otro escenario, una isla del sur de Italia, pero la postura del poeta no ha cambiado sustancialmente. Acaso ahora tome mayor conciencia de que el hecho de mirar con detenimiento el entorno implica asumir la responsabilidad de mirarse por dentro de forma distinta. Sólo aquello que pasa desapercibido para nuestros sentidos, que, en realidad, no vemos, no deja huella en la piel de la memoria. “Descubro que soy sólo el que observa,/ el que se observa”, escribe Alex Chico. El poeta utiliza el paisaje como el escenario propio para el reencuentro personal, para el autoexamen, para el autoconocimiento. “No he venido hasta aquí para ver el paisaje./ Sólo he subido para constatar una existencia./ Para saberme aquel que fui./ Para prolongar lo que quise ser”. Estos versos no hacen sino constatar ese proceso de análisis interior, pero lo que el lector no puede percibir es por qué ese deslumbramiento interior se lleva a cabo en ese determinado lugar, en un promontorio, en una playa, junto a las barcas de los pescadores. El poeta no exhibe su intimidad inútilmente, sólo nos ofrece algunas pistas para que accedamos a ella. La llave de sus recuerdos está sólo en su poder, lo que obliga al lector a adentrarse en su propia memoria para hacer suyo el poema, incluso cuando determinados momentos de su biografía puedan coincidir con los que el poeta ficcionaliza.

En la tercera parte, «La Verneda», el poeta ha concluido el viaje por lugares extraños y regresa a su lugar de origen. “Vuelvo al lugar de esta casa” es un verso del primer poema, “Calle Mallorca, 14”, aunque pronto se dará cuenta de que ese lugar que habitó ya no le pertenece. “Otros han ocupado mi casa”, lo que no significa que las cosas hayan cambiado demasiado. Sólo lo aparente se transforma constantemente. Cambia la decoración exterior, pero el destino es el mismo. Lo verdadero, lo esencial es inmutable, y eso es lo que imprime carácter definido a nuestras oscilaciones emocionales. Se recrea aquí, de nuevo, como se hacía en el primer poema del libro,  una idea no lineal del tiempo, sino circular. Los acontecimientos suceden una y otra vez, aunque los protagonistas vayan cambiando, por eso, aunque la casa ya no sea la que el poeta habitó, sigue siendo la misma y las costumbres de sus moradores, similares a las que adquirió en su época escolar.

Llegamos así, después de este itinerario pactado por lugares geográficos que han actuado como símbolos de una indagación memorística y cognoscitiva, al verdadero lugar, el lugar donde se produce la escritura. “W o el lugar de la escritura” se titula la cuarta parte del libro. La escritura es esa herramienta capaz de “hacer de la mentira/ una forma de verdad”, la escritura es un lugar en el que la memoria se reconstruye con materiales propios y ajenos, la escritura es una habitación vacía, como la página en blanco, que el poeta va amueblando con sus dudas y sus fracasos, pero también con los efímeros instantes en los que la felicidad embellece su vida, aunque “A veces, la verdad de una vida/ no reside en uno mismo”, la escritura, el libro, es el lugar del misterio, porque dentro de él, aunque interrumpamos la lectura o lo cerremos, sigue bullendo la vida.

El libro finaliza con un “Epílogo”, una fe de vida en la que Alex Chico hace un recuento de lugares sin nombre que, sin embargo, han marcado su devenir emocional, tanto quizá como las situaciones vividas en ellos. La poesía de Alex Chico describe con detalle los lugares, pero detrás de esa descripción se esconde una reflexión de carácter moral que explora las revelaciones emocionales que suscita toda experiencia. Coexisten dos niveles de interpretación en la lectura de Un lugar para nadie, uno, el más superficial, en el que disfrutamos de ese inventario casi diarístico de sugerentes paisajes que el autor a visitado y otro, más oculto, en el que el poeta se interroga y medita sobre lo que ve, a la vez que indaga en su propia transformación personal gracias al acto poético. El conjunto de ambas categorías perceptivas nos da como resultado la escritura de unos poemas trabajados con manos de orfebre, ajenos a cierto convencionalismo estético que cada vez resulta más fatigoso. Por eso la voz de Alex Chico nos resulta tan atrayente, porque ofrece una mirada distinta sobre las cosas y una forma prosódica capaz de emocionarnos. Ese lugar para nadie resulta ser, al final de la lectura, un lugar para todos.

CARLOS ALCORTA

DAVID KEPLINGER. ONDA

17 viernes May 2013

Posted by carlosalcorta in Versiones

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DAVID KEPLINGER

ONDA

Lincoln, despidiéndose de Springfield, 1861,
   sube al tren saludando: pero es poco convincente.
Para corregirlo, desliza su mano lejos
   de su rostro, como si la agitara, como si abrillantara
las nieves de la infancia de sus ojos.

El tren está llegando del este. En la ventana
   Lincoln mira su cara. Envejecerás
cuando llegues, le dice.
   Pero nunca llegará a edad muy avanzada. El tren
veloz como la onda de presión cortical

en el seno lateral izquierdo, digamos, que produce una bala
   en el cráneo. A continuación él hará su saludo.
Entonces les encantará. La eternidad se desacelerará, caerá
   como la nieve. A continuación, el tratado que con gran serenidad
él, su rostro agotado, debe firmar.

Versión de Carlos Alcorta

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