
MARTÍN TORREGROSA. ESTE OLVIDO INSERVIBLE. EDICIÓN BILINGÜE. TRAD. MARGARIDA LLABRÉS ROTGER. EDITORIAL HUERGA Y FIERRO, 2022
Este olvido inservible, de tono elegiaco desde el propio título, supone el reencuentro de Martín Torregrosa (Albox, 1957) a la poesía, después de haber publicado títulos como Azul es el color de los desheredados (2004), Setecientos versos para Maindra (2014) o El tren de la lluvia (2014). El libro está dividido en cuatro secciones. En la primera de ellas, de igual título que el libro completo, el desarraigo provocado por la pérdida de los seres queridos parece guiar todos los versos, de hechura variable, aunque predominen pentasílabos, heptasílabos y endecasílabos: «La casa no es hogar ya sin la risa / que agitaba tambores los domingos». Es, por tanto, tiempo de partir, de buscar nuevos horizontes, no sin nostalgia, claro: «Dejas esta ciudad / con los ojos clavados, / sim importarte / cuánto tiempo estarás / deseando volar». Ahora el protagonista poemático se deja llevar por los sueños, pero no le resulta fácil ubicarse porque la ciudad de llegada ―no importa el nombre― «no reconoce sus pasos /ni me asiste ni me nombra / ciudadano». En todo caso, la sección finaliza con esperanza porque el autor desea «pasar página», consciente de que aún puede regresar a «la senda de los días felices».
«Claira», la segunda sección, esta encabezada por unos versos amorosos de Pablo Neruda que parecen anunciar esa temática, pero no es así. La desubicación espacial sigue siendo el tema central: «Escribo este poema / con nombres de ciudades, / con ríos y arboledas / que ven como la luna / se hace más grande / en el cielo de Francia». El reclamo del amor hace su aparición en los versos finales como salvación ante las jugadas del destino, un destino que se fragua en el pasado: «Los días ya se fueron… / Deshechos en rescoldos, / no oponen resistencia / y en ceniza / se prestan a volar / a la intemperie», escribe en un poema de la tercera sección. Y es que los recuerdos son, por una parte, una especie de lastre del que es preciso desprenderse ―hay que saldar cuentas― para continuar, pero, por otra, son el ancla que sujeta la embarcación al presente en la corriente de aguas turbulentas en la que se convierte la existencia. La casa, que al principio le resultaba extraña, es recordada ahora con nostalgia. El libro finaliza con una apelación al silencio y con una dolorosa imprecación de origen cristiano, muy en la senda de algunos poetas existenciales de la posguerra española: «Si esta es la vida, Dios, / si este es tu obsequio, / guárdatelo para ti, no nos interesa». La ciudad habitada es vista con horror: «Es difícil hacerse a la idea del horror / vivido en este espacio», lamenta. Pese a todo, por fortuna, el final tiene un tono consolador. Asume la presencia constante de la muerte, de la desgracia como algo natural y, de esa asunción nacen los versos más esperanzadores, por más que las palabras no cejen en su empeño de teñir el futuro con la tinta sepia de la melancolía.