FERNANDO ARAMBURU. SINFONÍA CORPORAL. POESÍA REUNIDA. EDITORIAL TUSQUETS

No se ha prodigado mucho Fernando Aramburu en la escritura poética. Conocido sobre todo por su obra narrativa, Aramburu ha escrito seis libros de poesía, insertados en un arco temporal de casi treinta años, los que van desde 1977 a 2005. A pesar de ello, no se advierten cambios sustanciales en su estética, salvo, quizá en Bocas de litoral, escrito entre 1986 y 2005, un periodo de tiempo lo suficientemente amplio como para que el autor haya asimilado experiencias vitales muy distintas, incluso contradictorias y eso, de manera inevitable, se refleja en sus poemas, más contenidos verbalmente, con un lenguaje más sobrio y con imágenes sensoriales más concretas y giros imaginativos menos impredecibles.

Ahora recoge su obra completa en Sinfonía corporal, un título que, por otra parte, se corresponde con el del libro que recogía los poemas escritos entre 1981 y 1983 y, aunque fue escogido por el poeta, compañero de proyectos poéticos y, fundamentalmente, viejo amigo, Francisco Javier Irazoki, goza de su total aprobación porque, para Aramburu, «La sinfonía es la búsqueda de un estilo, más o menos musical, que tenga en cuenta las propiedades poéticas de la lengua. Y lo corporal, porque mi poesía es esencialmente física: en ella se habla a menudo del amor físico, el erotismo, y también de la parte contraria, el derrumbe corporal, la decrepitud, la muerte», además, prosigue el autor, «tiene en cuenta dos aspectos que creo esenciales en mi poesía: por un lado, la musicalidad y el cuidado de la lengua poética y, por otro, el cuerpo. Mi poesía es muy física, la presencia de lo erótico es muy fuerte y por eso consideré que este título la representa bastante bien». Hay en su poesía una influencia directa de la estética surrealista ―de hecho, Aramburu militó en un grupo llamado CLOC, de espíritu iconoclasta y vocación anárquica―, aunque la arbitrariedad metafórica está más contenida que en los inicios del movimiento, quizá porque el poeta ensaya una nueva formulación más acorde con los tiempos en los que los poemas fueron escritos. Los estados oníricos inherentes en discurso surrealista no se prodigan en los poemas de Aramburu, más pendiente de desmenuzar las emociones que provocan tanto el afán reivindicativo como el extrañamiento, efectos ambos, aunque no los únicos, sujetos a una reflexión de carácter ontológico que, a tenor de lo leído en sus novelas, parece que no ha cesado de inquietarle.

CUSTODIO TEJADA. BRÚJULA VELETA. ENTORNO GRÁFICO EDICIONES.

Dividido en tres secciones, el nuevo libro de Custodio Tejada, Brújula veleta, nos propone desde el principio una teoría sobre el viaje como espacio de la memoria y de la esperanza del hombre, donde se mezclan realidad ―«manchada de pespuntes y costuras», distorsionada en el ciberespacio―y fantasía, esa que se construye por la gracia de las metáforas, las que convierten al hombre en poeta. La brújula veleta no es la que orienta hacia el destino, sino el propio destino, como vemos en la segunda sección, «Geografía y destino. Libro de las brújulas», una especie de catálogo de lugares y emociones propicios para la rememoración, para la reconstrucción de esa realidad pendiente de un hilo, desde un óleo de Velázquez a una ciudad como Toledo, pasando por la calle Mariposas o el túnel del tiempo que le lleva a Fez, tal vez porque «solo existe lo que recuerdas». La poesía de Custodio Tejada combina lo descriptivo con lo reflexivo. La tecnología ―«Una malla de haikus tecnológicos / nos hace ser cronistas del segundo, / este es el vértigo de nuestro tiempo / y también nuestra cárcel», escribe en «Tweet», aunque, paradójicamente sean otros poemas como «Escenas de Barcelona», «Escenas de Jabarovsk» o «Diario del Covid. Escolios de un estado de alarma», integrado por una secuencia de más de ochenta haikus los que están escritos siguiendo los dictados de la estrofa japonesa―, la publicidad o el éxito ―«Nunca tendré un paseo de la fama», escribe―. No escasean tampoco las críticas a la actualidad en la última sección, «Metapoética del paso»: «La tele es la palanca / que mueve la conciencia / y apaga voluntades, / el punto de apoyo que oscurece / la luz de los apóstoles / y empuja el vuelo de los ecos / convertidos en pájaros sin jaula». Encabezada por una cita de Jeremy Collins en la que asegura que los mejores viajes son los mentales, Tejada concluye que «quedarse en casa tiene un efecto profiláctico» (ya decía Pascal que «toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa: no saber permanecer en reposo en una habitación») y que «Leer es otra forma de andar por la vida, / de ser camino, memoria, maleta». El libro finaliza con un encomio del libro como metáfora del viaje: «Todo viaje es un libro o un cuarto. / Todo libro es un viaje o una cama». En Brújula veleta, séptimo libro de poemas del autor, el viaje interior, aunque se estén visitando lugares de paso, es la mejor forma de autoconocimiento, y esta idea, pese a su solemnidad, la expresa con versos contenidos que dan la sensación de que aún hay mucha experiencia detrás inarticulada, con poemas versátiles en la forma que escrutan la realidad sin dejarse atrapar por ella, como si ensalzaran una secreta satisfacción.

JOSÉ MANUEL BENÍTEZ ARIZA. GARABATOS. APEADERO DE AFORISTAS.

En los últimos años, José Manuel Benítez Ariza (Cádiz, 1963), sin descuidar su obra literaria, integrada por poemas, novelas, relatos, diarios, haikus y aforismos, además de su dedicación a la crítica literaria, está cultivando con acierto y perseverancia, otras facetas que completan su actividad creativa, nos referimos al dibujo y a la acuarela. De la combinación de estas últimas con la anotación diarística, con el fragmento ―«pies de foto», los llama el autor― nace Garabatos ―«En el garabato la materia tiende más a tomar forma a descomponerse», escribe en el Epílogo―, acaso porque, como el mismo Benítez Ariza, «toda  imagen tiene, para nuestra mente adaptada a los modos de la expresión lingüística, una equivalencia verbal, expresa o implícita, sin la cual no termina de tener sentido, o nosotros no sabemos dárselo». El libro esta estructurado como si fuera un anuario. Se divide en 12 partes, como los meses del año. Comienza en enero y finaliza en diciembre, si exceptuamos el ya citado epílogo. Benítez Ariza es un observador atento al que no se le escapa prácticamente nada. Observa cuanto la realidad le ofrece y lo transforma en arte, en literatura. No es fácil estar siempre alerta, pero nuestro autor, gracias a la práctica, sabe deslindar lo prescindible y de lo imprescindible, para él, pero también para nosotros, sus lectores. Una bandada de pájaros puede simbolizar la travesía vital, pero también la fugacidad, una gota de agua confiere, de forma metafórica, mayor consistencia que el acero al menos en el pensamiento poético. No escasean tampoco las referencia a la elaboración artística, más persistente que el objeto retratado ―las rosas dibujadas, por ejemplo, «durarán más que las rosas reales que me han servido de modelo»―. Los motivos se repiten, plazas, calles, gentes paseando, animales, bañistas, edificios singulares. Todos sirven para el propósito que Benítez Ariza se ha propuesto, desvelar unos pocos indicios, pero suficientes para conservarlos en la memoria.

GIOCONDA BELLI. SOBRE LA GRAMA. EDITORIAL AVERSO.

Una hermosa edición prologada por Ángeles Mora devuelve a la actualidad el primer libro de Gioconda Belli, publicado inicialmente en 1972, esto es, cuando la autora tenía 24 años, y si menciono este dato es porque se aúnan en él un discurso reivindicativo muy asentado  ―«En aquella época de dura lucha contra la dictadura somocista, era miembro del frente sandinista […] hoy, después de que el frente sandinista haya perdido su identidad […] ha sido desposeída de su nacionalidad nicaragüense y vive exiliada en España», escribe Mora en el prólogo― y, también, por la incardinación de ese entramado ideológico en el discurso propiamente poético, discurso este ya de gran altura lírica que no ha hecho más que acrecentarse con el paso de los años. Como se afirma en el paratexto, «radica aquí la semilla de su actual notoriedad literaria», la que le han proporcionado premios como el Premio Jaime Gil de Biedma (2022) o el Reina Sofía este año que ya finaliza. Ciñéndonos en lo posible a lo estrictamente poético, algo realmente complicado en esta poesía de carácter tan señaladamente revolucionario no solamente en la fecha en la que está escrito, sino hoy en día, hay que decir que sorprende la libertad expresiva, dentro de una sabia contención que evita el verbalismo, la profusión de imágenes que rebosan alabanza de su condición de mujer y como esa condición la hermana con la naturaleza: «Soy llena de gozo, / llena de vida, / cargada de energías / como un animal joven y contento. / Imantada mi sangre con la naturaleza», escribe el comienzo del libro y, en el poema titulado «Metamorfosis», reincide en la idea: «Mi boca llena de flores moraditas / ha cuajado mi cuerpo / y estoy enredadera, / metamorfoseada, / espinosa, / sola, / hecha naturaleza». No tarda mucho, sin embargo, en trasladar esa comunión emocional al cuerpo amado: «Todo mi cuerpo sea hamaca para el tuyo, / y mi mente tu olla, / tu cañada», escribe en «Biblia». Son versos de un erotismo nada disimulado que conviven sin dificultades con los dedicados a ensalzar la maternidad: «Tú, / pequeño ser, / estás creciendo dentro de mí / dándome una nueva dimensión» o con los de carácter metapoético, también abundantes, porque los poemas le «son necesarios para subsistir […] / están en mí, dentro de mí, con toda la fuerza de la tierra, / del amor, con toda la angustia del hijo que debo parir». Sobre la grama fue en su momento un libro precursor en la defensa del feminismo y en el empleo de un erotismo explícito y esos recursos apenas han perdido vigencia, lo que sí la ha perdido, lamentablemente, en alguno de los libros posteriores de Gioconda Belli es ese pensamiento que la llevó a escribir versos como este: «Creo que mi poesía nace de la felicidad», pero dejaremos para otra ocasión analizar los motivos de esa pérdida de esperanza y entusiasmo.